Despertando
Una hora más tarde, una enfermera se asomó, anunciando el nombre de Victoria. La familia Köhler se puso de pie abruptamente y fue a su encuentro.
—La cirugía salió bien; está estable —aseguró la señorita.
Todos exhalaron aliviados y sonrientes. Daniel y su hermano se abrazaron, y Mariana a su esposo.
—¿Podemos verla? —preguntó Miguel.
—Solo una persona a la vez. Está en cuidados intensivos.
—Pasá vos —le dijo a su hermano—. Vos tenés que ir a la U mañana, yo me puedo quedar.
—¿Quién dijo que iba a ir mañana? —se quejó Daniel.
—Yo, muchachito —sentenció Mariana.
—Mamaaaaa...
—Vaya a verla y nos regresamos a la casa.
—¿Pero me puedo quedar en la noche? Así Mike se queda de día.
—¿Y dónde pensaba dormir?
—En el carro.
—Muy bien, pero cuidadito y me descuida los estudios —sentenció, elevando el dedo índice en su dirección—. Le voy a traer su ropa —le indicó a Miguel—. Usted tiene que ir a trabajar, así que se queda en la mañana y yo vengo en la tarde. ¿Estamos?
—Está bueno —dijo Miguel.
***
A la mañana siguiente, todos no esperaban más que una cosa: que Victoria despertara. El doctor le había dicho a los Köhler que era muy probable que no despertara por los golpes en la cabeza; sin embargo, ellos tenían la esperanza de que lo hiciera pronto. Como habían acordado, Miguel se quedaría toda la mañana en uno de los salones a esperar cualquier novedad de su amiga. Por su parte, alrededor de las nueve de la mañana, la chica abrió los ojos poco a poco. El olor sanitizado del ambiente, el sonido de un bipeo y el entorno repleto de material médico, le hicieron percatarse de que estaba en un hospital, pero no cualquiera, sino uno muy bonito. «Mi papá no habría sido capaz de traerme a uno así. ¿Qué habrá pasado?», pensó. Quiso moverse un poco, pero luego se dio cuenta de lo imposibilitada que estaba por tener el brazo izquierdo y la pierna enyesados, sin mencionar el tubo que atravesaba su tráquea y los montones de cables sujetos a su cuerpo. «Genial. ¿Y ahora cómo digo que desperté?», se dijo a sí misma. Tuvo que esperar varios minutos hasta que una enfermera entrara, la viera y pudiera llamar al doctor. Este le revisó los ojos y le hizo algunas preguntas, a las cuales la chica tuvo que responder asintiendo o negando. Después, le pidió a la enfermera que la extubara y le pusiera una cánula nasal para proporcionarle oxígeno. «Nunca creí que volvería a sentir esa horrible sensación», se dijo cuando el tubo por fin salió de su organismo y comenzó a toser un poco.
—Gracias —dijo la chica con dificultad.
—¿Cómo se siente? —preguntó el doctor mientras tomaba asiento sobre una de las sillas y pasaba una paleta de madera por la planta de su pie derecho.
—Bien, pero me duele un poco la cabeza —respondió débilmente.
—Muy bien. ¿Sintió algo en el pie?
—Sí.
—Perfecto, ahora siga mi dedo —pidió mientras pasaba el dedo índice de un lado al otro al frente de la chica para que lo siguiera con la vista—. Cierre los ojos y tóquese la nariz con el dedo índice, por favor.
Victoria obedeció.
—Muy bien. ¿Recuerda su nombre?
—Sí, Victoria Rogelia Álvarez Cruz.
—¿Su edad?
—Veinte años.
—Muy bien, le voy a dictar una serie de números y tiene que memorizarlos. ¿Está bien?
—Okey.
—Tres, once, cincuenta. Ahora repítalos, por favor.
—Tres, once, cincuenta.
—Está muy bien. Del uno al diez, ¿que tanto le duele la cabeza?
—Tal vez un cinco.
—Perfecto —dijo, tomando su tabla para anotar algunas cosas—. ¿Recuerda qué le pasó?
—Para serle sincera, no —respondió con total seguridad.
Ya había pasado por varios hospitales donde tuvo que mentirles a varios doctores; que este fuera mucho más lujoso no significaba que no podría hacerlo con otro más.
—Los que la trajeron aquí dicen que la agredieron —informó, mirándola fijamente.
—¿Quiénes me trajeron?
—Dos chicos de apellido Koren o...
—Köhler —interrumpió.
—¿Entonces los conoce?
—Sí —aseguró, esbozando una sonrisa—. Son mis amigos.
—¿Recuerda quién la agredió? ¿Sospecha de alguien?
—La zona donde vivo no es tan segura que digamos, pudo haber sido cualquiera. No es la primera vez que me asaltan.
—¿Quiere decir que luchó contra los asaltantes?
Victoria se encogió de hombros.
—La gente lucha mucho para poder tener cosas buenas, y yo no soy la excepción.
El doctor le dedicó media sonrisa.
—Muy bien, Victoria, le haremos algunos exámenes para descartar cualquier problema por su dolor de cabeza. No dude en avisarle a la enfermera si el dolor incrementa. ¿Está bien?
—Sí, gracias. Disculpe. ¿Sabe si alguno de los Köhler está aquí?
—Sí. Si quiere puedo llamarlo para que la acompañe.
—Sí, gracias. ¿Me puede acompañar para los exámenes?
—Claro, dependiendo de cómo salgan, la daremos de alta de la unidad de cuidados intensivos.
—Muy bien, gracias.
—En un momento la vengo a traer —indicó la enfermera.
—Gracias.
Mientras esperaba a su amigo, indagó por la sala con la vista. Su mirada se detuvo sobre un pequeño ramaje de petunias color rojo que reposaba sobre la mesita a su lado derecho. Esbozó una sonrisa y se estiró un poco para tomarla entre sus manos. Aproximó la flor a su nariz para ver si conseguía oler algo. Después, tanteó con los dedos los delgados pétalos. «¿Será Dani?», se preguntó.
—Vicky —pronunció Miguel desde la entrada, con una sonrisa de oreja a oreja, por lo cual Victoria elevó la mirada en dirección a su amigo.
—Hola, Mike —saludó con una amplia sonrisa.
—Uy. ¿Qué le pasó a tu voz?
—Es por la entubación.
El chico se acercó y depositó un beso sobre su mejilla.
—Qué bueno que ya hayás despertado. ¿Cómo te sentís?
—Con un poco de dolor de cabeza, pero bien. ¿Solo estás tú?
—Por ahora, sí. Mi mamá viene en la tarde, y Dani en la noche.
—Okey... ¿Qué fue lo que hicieron?
Miguel no pudo responder, ya que la enfermera entró con una silla de ruedas para llevar a la paciente. Al reincorporarse y sin soltar la flor, Victoria sintió algo extraño sobre su costado derecho y supuso que le habían realizado una cirugía. Agarrada de la mano de su amigo, bajó lentamente de la camilla y tomó asiento sobre la silla de ruedas. Entusiasmado, Miguel quiso manejar la silla, a lo cual la enfermera no se opuso. Victoria estaba ansiosa por que terminaran los exámenes médicos para poder interrogar a su amigo y así resolver la inmensa duda si Daniel sabía la verdad.
—Bueno, ahora sí. Contame lo que pasó —pidió la paciente una vez ambos solos de regreso otra habitación.
—Me tenés que prometer que no te vas a enojar ni nada por el estilo. ¿Sí?
Victoria entrecerró los ojos.
—Trataré.
—Dani y yo fuimos a traerte a tu casa.
La chica tenía la intención de hablar, pero Miguel la detuvo elevando su dedo índice.
—Pero, pero... Tuve cuidado. Nos cubrimos bien y tapamos las placas del carro. Tu papá no sabe quiénes somos ni dónde estás.
Victoria resopló y dirigió su mirada hacia la flor con la cual jugueteaba entre su mano.
—O sea, que Dani ya sabe...
—Sí, lo siento. No había nadie más de confianza. Es obvio que mis papás no me hubieran dejado.
—Yo sé, gracias, pero no quería que se enterara. Por lo menos no así.
—No es por hacerte sentir mal ni nada, pero entonces se lo hubieras dicho antes.
—Yo sé... Pero bueno. ¿Cómo está?
—No creo que esté enojado, pero sí le afectó bastante enterarse de golpe, además de saber que le mentiste.
La chica suspiró pesadamente.
—De seguro ya te perdonó, pero yo que tú hablaría con él. Tiene un montón de dudas —opinó Miguel.
—Sí.
—No sabe que estás despierta, así que, si querés, te podés hacer la dormida para hablarle cuando venga.
—Lo haré, gracias y... —dijo, dedicándole media sonrisa—. Gracias por ayudarme.
—Lo volvería a hacer con gusto, pero espero que no vuelva a haber otra ocasión. De hecho, mi mamá me pidió que no te dijera nada antes que ella, así que actuá impresionada cuando ella te lo diga: quiere que te vengás a vivir con nosotros.
—¡¿De veras?! —exclamó, sorprendida.
—Sí —respondió el chico con una amplia sonrisa.
—Mike... —pronunció, seria—. Es muy amable de su parte, pero...
—Vicky, no tenés a dónde ir —interrumpió—. Ninguno de nosotros quiere arriesgarse a perderte otra vez. Todos te queremos y queremos que estés bien. Nosotros te cuidamos, en serio.
—Es que no es tan sencillo. Mi papá me puede encontrar y hacerles algo a ustedes.
—Entonces denuncialo.
—Miguel, ya hablamos de esto.
—Yo sé que no querés hacerlo y entiendo que tengás miedo, pero es lo mejor. No podés seguir esperando a que un día en serio te mate, no podés seguir esperando a que cambie. No te estamos obligando a nada, ya se lo dije a mis papás. Si no querés denunciarlo, no hacemos nada, pero pensalo bien. Porfa.
—¿Qué excusa te inventaste?
—Que te encontramos tirada en la calle y te trajimos porque eras nuestra amiga de infancia. Que ya no tenés ningún familiar y vivís con una amiga.
—¿Y te creyeron?
—Sip.
Victoria asintió y redirigió su mirada hacia la petunia entre su mano.
—Solo... no quiero meterlos en problemas.
—Conocemos los riesgos, Vicky, y no importan con tal de que estés bien. No te sintás presionada o comprometida a hacerlo porque te estamos ayudando. ¿Está bueno?
La chica esbozó una sonrisa.
—Okey.
Miguel estiró su mano para colocarla lentamente sobre la de su amiga.
—Vas a estar bien. Será superemocionante que vivás con nosotros.
—Bajo el mismo techo de Dani...
—¿Cómo que bajo el mismo techo de Dani? —preguntó Mariana, quien se había presentado sorpresivamente.
Miguel se sobresaltó y se separó de su amiga.
—H-Hola, mama... —saludó el chico casi en un susurro.
—Espero que no le haya contado... —dijo la señora Köhler, cruzándose de brazos.
—Este...
Miguel sacó velozmente el teléfono de su bolsillo para revisar la hora.
—Ay, ya me tengo que ir —dijo, poniéndose de pie para ponerse la mochila.
—Falta una hora para el almuerzo.
—Sí, pero... Se me olvidó algo en la casa.
—Ajá, luego hablamos.
—Está bueno. 'diós Vicky —se despidió de su amiga de beso—. Adiós, mama —le dijo a Mariana, despidiéndose de la misma manera.
—Allí maneja con cuidado.
—Sí —dijo antes de salir.
La señora Köhler negó con la cabeza.
—No se le puede confiar nada a este muchachito.
Victoria rio levemente.
—¿Cómo estás? —preguntó Mariana, tomando asiento junto a ella.
—Bien, gracias a Dios. Hay que esperar a que el doctor traiga los exámenes.
—Muy bien. Mira, no quiero que te sientas presionada a nada. Si no te quieres quedar con nosotros está bien, podemos encontrar otra solución.
—Es que... No quiero ser una molestia para nadie, máxime para ustedes que me han ayudado tanto.
Mariana sonrió y se aproximó a ella para acariciar suavemente su mejilla.
—No le digas a los chicos, pero yo siempre quise tener una hija. Dios decidió que no fuera así, y los años me alcanzaron. Sé que todavía tienes a tu papá, pero... Te quiero como si fueras mi hija, y me encantaría tenerte con nosotros. No tienes por qué preocuparte por los gastos ni quien va a cuidarte; nosotros te ayudaremos.
Victoria no pudo evitar conmoverse y sentir cómo sus ojos se cristalizaban.
—No tiene idea de lo mucho que me están solucionando la vida —admitió, dejando caer las lágrimas de sus ojos—. ¿Está segura de que a ninguno le molestará? —preguntó la chica.
—Por supuesto que no, y estoy segura de nada de lo que pueda pasar será tan malo como para dejar de quererte.
—La verdad... Es cierto eso que dicen que la familia no se escoge, pero las amistades sí —sonrió ampliamente—. Yo quería mucho a mi mamá, demasiado, también quiero a mi papá, pero ustedes son lo más cercano que tengo a una familia. Son los únicos a los que les importo y que sé que siempre estarán allí para mí. Así que gracias por incluirme en ella, prometo no causar desastres de ningún tipo.
Ambas rieron y se dedicaron una sonrisa sincera antes de abrazarse.
—Nunca se había sentido tan bien despertar —aseguró Victoria entre los brazos de Mariana.
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