Cumpleaños e historias de amor
El cumpleaños de Miguel transcurrió con normalidad. La casa de los Köhler se llenó de jóvenes gritando de emoción al son de la música mientras jugaban ping-pong. El cumpleañero se sintió más vivo y feliz que nunca. Había alejado al alcohol de su vida y comenzó a encontrarle un gusto a las reuniones simples. Se dio cuenta de que siempre lo había tenido todo y se sentía orgulloso de poder aprovecharlo esta vez. Le habían regalado varias cosas; entre ellas figuraban una gorra con el logo del equipo de fútbol del Barcelona, unas camisas formales y unos audífonos inalámbricos nuevos para reemplazar los viejos que tenía. Le cantaron Feliz cumpleaños a todo pulmón, y los primos casi le entierran el rostro completo sobre el pastel de no haber sido por sus reflejos. Tras el almuerzo, Miguel se precipitó a su cuarto y se puso todos sus implementos para jugar fútbol. Los primos y Victoria se dirigieron a la cancha para jugar dicho deporte, tal como lo había pedido el celebrado. Miguel, Victoria y Cristóbal conformaban un equipo; Daniel, Sara y Anton conformaban otro. En aquel tipo de atlética entretención yacía la ventaja de Victoria, debido a su baja altura que le permitía movilizarse rápidamente entre todos. Los pies de la chica no eran tan hábiles para jugar, pero tampoco los de los Köhler, a excepción de Miguel. Entre pisotones y algunas caídas que le costarían a la señora Köhler unas buenas restregadas de ropa, el equipo de Miguel ganó. Ya caída la tarde, todos regresaron y los invitados se fueron a sus casas, lo cual le daba a Miguel tiempo suficiente para tomar un baño antes de la salida con Pablo y Natalia. Una vez listo, quería hacer un último intento para que su amiga saliera. Se dirigió a la habitación de Victoria y tocó levemente la puerta que yacía abierta.
—¿Se puede?
—Ala, hasta aquí te huelo —comentó Victoria, refiriéndose al perfume y volteándose para observarlo.
Miguel rio.
—¿A quién vas a ver? —indagó la chica, sonriendo levemente.
—Hombre, a nadie. ¿Estás segura de que no querés venir? —preguntó Miguel, asomándose desde la entrada.
—Sí, no te preocupés. Vení —pidió, haciéndole un ademán con la mano para indicarle que se aproximara.
El chico obedeció, y su amiga le quitó la manta al busto que estaba elaborando.
—Es tu regalo de cumpleaños. Te lo quería dar ya terminado, pero no quería que pensaras que no te tenía nada —informó Victoria.
Miguel se aproximó a la obra de arte para observarla más a detalle. Si bien le faltaba muchísimo trabajo, sentía que se estaba viendo en un espejo. Tenía la armonía de tocarlo, pero era tan perfecto que ni siquiera hizo el intento de hacerlo. Mientras tanto, la chica no le quitaba la mirada de encima, captaando cada una de sus reacciones con el propósito de descifrarlas.
—Este es el regalo más original que me han dado en toda mi vida.
La chica rio.
—No exagerés.
—No estoy exagerando, en serio —aseguró, fijando su mirada en su amiga—. Me encantó, es el mejor de todos.
—Menos mal.
—Gracias —dijo, antes de abrazarla cariñosamente.
—Feliz cumpleaños —deseó—. Ahora voy a oler a hombre.
Ambos rieron y se separaron un poco para verse las caras, pero no se dieron cuenta de que Daniel estaba en la puerta y los había estado observando durante un momento considerable. El chico carraspeó para que notaran su presencia.
—Perdón —se disculpó Daniel—. ¿Ya estás? —le preguntó a su hermano.
—Sí, vamos.
Los dos se dedicaron una sonrisa antes de despedirse.
—Allí me saludan a Naty y a Pablo —pidió la chica.
—Sí —aseguró Miguel antes de salir.
Los chicos bajaron y se dirigieron al garaje. Sin embargo, Daniel se detuvo de golpe. La escena que había presenciado anteriormente, un leve sentimiento de incomodidad y una pequeña voz acribillando su conciencia, le habían hecho arrepentirse de salir.
—Mike —pronunció.
—¿Qué pasó? —preguntó tras abrir la puerta del carro.
—Creo que mejor me quedo.
—¿Qué? ¿Te pusiste celoso? —preguntó Miguel, esbozando una sonrisa pícara.
—N'hombre, es solo que me da pena dejar a Vicky sola.
—Mejor por qué no me decís que querés estar con ella.
—No. Bueno, sí—. Exhaló bruscamente. —Es que, pensalo, ella quiere salir, pero tiene miedo. Te apuesto que se ha de sentir mal porque no puede salir.
Miguel rio levemente, cerró la puerta y se aproximó a su hermano.
—Esa no es una excusa, por lo menos no una convincente —. Se cruzó de brazos. —Mama está con ella, además de Padme.
Daniel desvió a mirada.
—No estoy celoso de vos, no tengo por qué estarlo —aseguró—. Es solo que... quiero estar más con ella. Quiero...—titubeó, encogiéndose de hombros— conocerla más. Que llegue a abrazarme o verme como a vos.
Miguel rio.
—¿Cuál es el chiste? —inquirió Daniel.
—Nada. Solo me da risa tu cara de baboso. Ella me dijo que no quería nada contigo, pero es más mentira como que me llamo Teófilo. Te aconsejo que le tengás paciencia, pero no dudés que te quiere. Ella no es de decirte cosas bonitas, de andar de manita sudada, de llenarte la cara de lipstick rojo o estarte abrazando todo el tiempo.
Daniel rio.
—Vicky hace cosas que te demuestran que te quiere más allá de lo que vos te imaginás —prosiguió Miguel—. Así que no te enfoqués en que te abrace o te mire como yo. Vos sos el único que la chivea.
—De verdad la querés...
—Sí —admitió, encogiéndose de hombros—. Mejor andá —dijo, elevando la barbilla en dirección a la entrada—. Tenía la esperanza de que Vicky se animara a salir, pero bueno. Yo me disculpo con Naty y Pablo.
Daniel sonrió a medias y le tendió la mano. Miguel la estrechó y, en un abrazo, se dieron unas cuantas palmadas sobre la espalda.
—Allí me los saludás —pidió Daniel—. Andate con cuidado.
—Va, 'diós.
Miguel se subió al carro, arrancó y emprendió camino. Ya había superado el hecho de que él y su amiga no serían nada más que eso, pero sus sentimientos no dejaban de jugarle varias malas pasadas, lo que provocó una dolorosa presión en el pecho que desembocó en llanto. Sin embargo, las saladas lágrimas demarcaban una sonrisa sincera. Manejando por aquellas oscuras calles, Miguel sintió la más conocida mezcla de la vida: el dolor del sacrificio, el gozo de la felicidad y la liberación del desapego. Mientras tanto, Daniel se precipitó de regreso al segundo nivel. Sus acelerados pasos no pasaron desapercibidos. Cuando llegó a la entrada del cuarto de Victoria, esta volteó a verlo.
—¿Qué pasó? ¿Se te olvidó algo? —preguntó la chica, quien se enderezó tras haber estado guardando su material.
—No, es que me voy a quedar —respondió con la voz acelerada.
—¿Por qué? ¿Tenés trabajo o...?
—No, no, no. Es... Em... —balbuceó, avanzando hacia ella—. No me quiero perder el último capítulo de Cumbres borrascosas.
Victoria rio levemente.
—No es un juego de basket para que te lo perdás. Lo podemos leer mañana.
—Sí, pero... yo quería que me lo leyeras hoy.
—Dani, ya te dije que no quiero que dejés de hacer cosas por mí —reprochó, cruzándose de brazos.
—Y hoy no tenía ganas de salir.
La chica negó y suspiró.
—Bueno, pues —cedió, dirigiéndose hacia la mesa de noche para tomar el libro—. Vamos a la sala.
Ambos se dirigieron a dicho lugar, tomaron asiento sobre el sillón y Victoria abrió el libro en la página que se habían quedado.
—Gracias por quedarte —agradeció, antes de dedicarle una mirada sincera.
***
Victoria se despertó con la canción de Feliz cumpleaños cantada por cada miembro de la familia Köhler, incluida Padme. Tras desperezarse, se reincorporó sobre la cama. Miguel se aproximó con regalo en mano y se lo tendió.
—Feliz cumple, Vicky. Este es de parte de Dani y mío —informó.
La chica le dedicó una sonrisa.
—Gracias —agradeció, recibiendo la pequeña caja adornada con una moña color rojo.
Se tomó el tiempo para abrirla. No tenía ni la más mínima idea de su contenido, lo cual lo hacía mucho más emocionante. Al ver de lo que se trataba, se enserió enseguida y sacó la pequeña imagen de la Virgen que había sido de su madre. A pesar de ser exactamente la misma, estaba prácticamente como nueva. Las pequeñas golpeaduras ya no estaban, y al tacto se notaba que habían retocado la pintura. Nunca creyó que la volvería a ver; la había dado por perdida desde lo que había sucedido. Se había resignado a no tener nada de su madre. Sin poder ocultar más su emoción, se le cristalizaron los ojos. Elevó la mirada hacia su amigo, quien la observaba con una leve sonrisa en el rostro.
—Cómo... —susurró.
—Cuando fuimos a recogerte a tu casa, le pedí a Dani que se la llevara. La mandamos a arreglar antes de devolvértela.
—Gracias —dijo, con la voz temblorosa y sintiendo las lágrimas caer sobre sus mejillas.
Miguel ensanchó la sonrisa y se acercó aún más con la intención de abrazarla. La chica colocó la imagen sobre la mesa de noche antes de envolver con sus brazos a su amigo cariñosamente. Tras separarse, Miguel fue a buscar Kleenex mientras Daniel se aproximaba para abrazarla.
—Gracias, Dani.
—Es lo mínimo que te merecés. Feliz cumpleaños.
Antes de apartarse de su amiga y de manera instintiva, le dio un beso sobre la cabeza. Al darse cuenta de lo que había hecho, se puso nervioso. No sabía cómo reaccionaría la cumpleañera. Sin embargo, la amplia sonrisa de Victoria lo calmó y le hizo actuar como si nada hubiera pasado. Luego, los señores Köhler, que hasta el momento habían estado observando la hermosa escena, se aproximaron.
—Este es de parte de los dos —indicó Mariana, tendiéndole el regalo.
Victoria tomó la caja larga y rectangular, y la colocó sobre su regazo. Se secó las lágrimas y, tan pronto como Miguel se apareció con una caja de pañuelos, se limpió a nariz. Seguidamente, se dispuso a abrir su segundo regalo, el cual le hizo llorar mucho más que el anterior. Se trataba del retrato de su madre que había dibujado, pero terminado en óleo. Tanteó el rostro pintado como si realmente estuviera tocando su mejilla. Tras tantos años sin tener nada más que una mísera y minúscula fotografía de ella para recordarla, sostener entre sus manos un retrato tan nítido como ese se sentía como sostener una simple ventana.
—Buscamos entre las fotos que teníamos para que un artista la pintara muy bien —indicó la señora Köhler—. Es para que nunca la olvides y que siempre recuerdes que ella está más orgullosa de ti de lo que crees.
La chica los miró fijamente con una amplia y temblorosa sonrisa.
—Muchas gracias, de veras. A los dos.
Mariana sonrió y la envolvió entre sus brazos. Después, la chica le pidió otro pañuelo a Miguel para secarse las lágrimas y rio.
—Hace tiempo que no lloraba de alegría —admitió Victoria.
—Nos alegra que te sientas bien aquí —dijo Ivon.
—Hoy es tu día, así que puedes hacer lo que quieras —aseguró Mariana—. Si quieres pintar, si quieres pasártela en la cama, si quieres hacer relajo. Lo que quieras.
Victoria volvió a reír.
—Aunque cayó entre semana, te cocinaré tu desayuno, almuerzo y cena favoritos, dependiendo de lo que quieras hacer. Miguel ya me pasó el menú. También tendrás tu pastel, y si quieres algo más, solo pídemelo.
—También a nosotros —dijo Miguel.
—A mí cuando regrese de la U —agregó Daniel.
—Les agradezco todo de corazón, no solo por lo que han hecho hoy, sino por todo lo demás desde el primer día —agradeció, viéndolos a cada uno en particular—. Me aceptaron en su familia y me han dado mucho más afecto del que cualquiera pudiera pedir. Me siento bendecida de haberlos conocido y tenerlos ahora como familia. Estoy segura de que Dios se los recompensará.
—Créenos que la alegría que nos trajiste es la recompensa.
Tras un abrazo familiar, los Köhler y Victoria desayunaron a gusto antes de regresar a sus labores. Luego de despedirse de ambos chicos e Ivon, la cumpleañera insistió en ayudar a Mariana a lavar los platos, pero esta se lo impidió, asegurando que era una regla de la casa que los cumpleañeros no hicieran ningún quehacer. Victoria no tuvo más remedio que regresar a su habitación y darse un baño. Después, se paró al centro de su cuarto. Nunca creyó que tendría un cumpleaños, ni un día en el cual sus deseos pudieran hacerse realidad. Nunca imaginó que semejante cosa pudiera ser posible. Observó sus materiales y luego hacia el libro sobre su mesa de noche. Esta vez optó por hacer algo distinto; después de todo, lo único que conocía era su rutina. Bajó al primer nivel para ver qué estaba haciendo la señora Köhler. Al asomarse por la entrada de la cocina, vio a Mariana sacando cosas de repostería.
—¿Necesitas algo? —preguntó, al notar la presencia de la chica.
—No, gracias. Es que quería ayudarla.
—¿Quieres hacer tu propio pastel de cumpleaños? —cuestionó, colocando un bowl sobre la isla de la cocina.
—Sé que la repostería no es lo mismo que la pintura, pero no creo que sea tan difícil.
La señora Köhler sonrió ampliamente.
—Muy bien, acércate entonces. Te voy a dar un delantal.
Sacó uno de una de las gavetas y se lo colocó. Si bien Victoria ya había cocinado antes, nunca había preparado postres o algo tan elaborado como aquello. El bizcocho de fresa en sí fue lo más fácil. Mientras se horneaba, pasaron a lo más entretenido y complicado para principiantes: el relleno y la decoración. El relleno sería de fresa y crema pastelera, y la cobertura de crema de mantequilla. Una vez ese material listo y el pastel horneado, lo sacaron para que se enfriara.
—¿De dónde aprendió tantos trucos? —preguntó Victoria, tomando asiento sobre la encimera de la cocina.
—Tomé cursos de repostería y panadería —respondió, lavándose las manos.
—Con razón le salen superricos sus platos.
Mariana rio.
—¿Qué carreras estudió?
—Traducción e interpretación en alemán e inglés.
—¿En dónde?
—Estudié en España por dos años.
—Creo que la pregunta será un poco salvaje, pero... ¿entonces qué hace aquí?
La señora Köhler volvió a reír.
—Uno siempre extraña su tierra, y con Ivon decidimos continuar nuestra vida juntos aquí.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó la chica, inclinándose más hacia el frente.
—Ya habrás adivinado que nos conocimos en Europa —contestó, apoyándose sobre la encimera al notar el interés por el tema––. Mi sueño siempre había sido visitar Alemania, así que arreglé todo para que mis prácticas fueran allí. Estaba trabajando en la misma empresa que yo. Nos conocimos y, en uno de mis regresos, Ivon quiso acompañarme para conocer a mi familia. Nos casamos aquí unos seis meses después, y le encantó tanto Guatemala que decidimos venirnos. Después le siguieron Christa y Bruno.
—Pero usted quería quedarse allá. ¿Por qué renunció a su sueño por él?
Mariana sonrió.
—En la vida siempre hay que hacer sacrificios por los demás y tomar decisiones difíciles.
—Pero se supone que los dos debían cumplir su sueño.
—Las cosas y las personas cambian, igual que los sueños. Tuve mi sueño en su momento, pero mi plena felicidad tomó otro rumbo del que decidí tomar rienda. Créeme que lo entenderás cuando te pase. Y, de una forma u otra, siempre terminamos regresando a la patria. No hay ningún lugar que se pueda comparar a nuestra casa.
—Ala. Y uno aquí con preocupaciones menores.
Mariana rio.
—No creo que me llegue a pasar eso —aseguró Victoria.
—¿Por qué?
—Porque no creo que vaya a tener la oportunidad de ir a Europa.
La señora Köhler colocó su mano sobre el brazo de la chica.
—Puedes ir a donde quieras y hacer lo que quieras. Nosotros siempre te apoyaremos, decidas lo que decidas hacer.
A Victoria se le iluminaron los ojos y se le ensanchó la sonrisa.
—¡¿De veras?!
—Sí. Tienes mucho talento y motivación que no quiero desperdiciar. Cuando tengas algo decidido, puedes decirme con toda confianza.
—No sé cómo agradecérselo, de veras.
—Solo déjame quererte como una hija y estamos a mano.
Ambas se dedicaron una sonrisa sincera y llena de afecto.
—Muy bien —dijo Mariana, colocando sus manos sobre sus caderas—. Sigamos, que si no, no acabamos.
Victoria se puso de pie.
—Le... Em... ¿Le puedo dar un abrazo? —pidió.
—La próxima, no preguntes.
Victoria rio levemente y se abrazaron antes de seguir con el pastel. La señora Köhler le enseñó todos sus secretos, desde cómo cortar el bizcocho hasta cómo ponerle el mínimo detalle a la decoración. Mientras adornaba su pastel de cumpleaños y ponía a prueba su pulso de artista, el cual le facilitó mucho la minuciosidad del trabajo, Victoria se puso a soñar despierta. No conocía ningún lugar de Europa, pero si tenía que escoger un lugar, sería Alemania. Comenzó a imaginarse cómo sería la nieve en invierno, el calor en verano y la sensación de volar en un avión que ya no recordaba. Se sintió tan afortunada de poder compartir un momento tan agradable con Mariana y de la gama de oportunidades que esa familia le estaba dando. Los Köhler le estaban ofreciendo la oportunidad de soñar en grande.
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