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Besaste a Victoria

Mientras ambos chicos bailaban a gusto, Miguel los observaba desde una de las esquinas. No sabía si era mejor dejarlos divertirse mientras él se moría por dentro, o armarles un escándalo para que nadie sospechara que en realidad no eran novios y verse obligado a revelar la verdad. La primera era la más adecuada, pero la más dolorosa. Al no poder hacer nada, e intentando aminorar la impotencia que sentía, siguió sirviéndose un trago tras otro. Cuando llegó la hora de cortar el pastel, todos se acercaron a la mesa. Pablo y Daniel se aproximaron a la cumpleañera para salir en la fotografía, y esta llamó a Victoria para que saliera junto a ella. Miguel, un poco borracho, se unió y se colocó junto a su "novia", rodeándola por detrás con su brazo. Victoria pudo sentir el notorio aroma a alcohol, y bastó una mirada de reojo para saber que su acompañante no estaba del todo sobrio. «Ay, Miguel», lamentó en sus adentros. No sabía cómo reaccionaba su amigo en esos casos, así que se encargó de que pasara lo más desapercibido posible o, por lo menos, actuara de una forma un poco más natural. Todos cantaron Feliz cumpleaños antes de que Natalia soplara las velas y comenzaran a partir y repartir los pedazos de pastel. Cuando todos los chicos se amontonaron alrededor de la mesa, Victoria se quitó el brazo del chico de encima y lo tomó de la mano para llevarlo lejos de todos. Una vez estando a una distancia prudente, la chica estuvo a punto de darle indicaciones hasta que su amigo la tomó repentinamente del rostro y la besó.

—Estás preciosa —susurró el ebrio, apartándose un poco para verla a los ojos.

Victoria, consternada por lo que había pasado y con el sabor no tan agradable del licor, se quedó paralizada y con los ojos bien abiertos como si estuviera viendo un fantasma.

—V-voy por pastel. ¿Querés? —ofreció Miguel, sin saber lo que decía o hacía—. Está bieeeen —dijo al no recibir respuesta para después regresar al tumulto de gente.

Victoria estaba muy ocupada repitiendo y procesando los últimos acontecimientos en su cabeza. Ella siempre había creído que su primer beso sería especialmente compartido con alguien a quien amara de forma romántica, que sería uno de los momentos más especiales de su vida, pero esa ilusión se fue al caño en unos cuantos minutos. Sostuvo su cabeza entre las manos y lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, pero, apretándolos, se contuvo. La situación en la que se encontraba no le permitía reaccionar como su corazón encogido dentro de su pecho le exigía, porque, aparte de haberse propuesto a sí misma, luego de entrar a la casa de Natalia, que no iba a llamar la atención, no solo podía culpar a Miguel de su malestar. Así que, al parecerle injusto hacerse la víctima, hizo lo mejor que sabía hacer: fingir que nada estaba pasando y tragarse sus emociones. Por su lado, Daniel observó la curiosa escena con bastante confusión e interés. Conocía bien a su hermano, especialmente durante las fiestas, como para darse cuenta de que no estaba en sus cabales. Sin embargo, la reacción de Victoria no parecía tener sentido ni lógica alguna, por lo menos no para él. Sin despegarle la mirada de encima, vio a la chica regresar a la mesa y dejarse caer sobre la silla. Daniel tomó dos pedazos de pastel y fue a su encuentro.

—¿Estás bien? —preguntó, sentándose junto a su amiga y colocando ambos postres sobre la mesa.

—Em... Sí —respondió, esbozando una sonrisa.

—No parecés estar bien...

—Estoy bien.

—¿Segura?

—Mhm —respondió, asintiendo—. Solo creo que se me bajó el azúcar, pero ahorita se me quita con el pastel que me trajiste. Gracias —dijo, acercándolo a ella—. Se ve muy rico.

Daniel sonrió ampliamente antes disponerse a comer el suyo y cambiar de tema. El chico creyó qué tal vez el mal momento se debió a un pequeño malentendido entre su hermano y Victoria, así que no quiso insistir sobre la situación por más que se estuviera muriendo de la curiosidad. Además, el pasarse de la raya e invadir su espacio podría desencadenar desconfianza de parte de su amiga. La tranquila plática con Daniel entre bocados dulces consiguió tranquilizar a la chica, pero, por más que intentara enfocar su atención en una sola cosa, se sentía en dos sitios a la vez: en la conversación con su amor platónico y en sus propios pensamientos que no cesaban de susurrarle cosas a la conciencia. A medio pedazo de pastel consumido, Miguel, más borracho que nunca, comenzó a desabotonarse la camisa en medio de la pista de baile. Eso fue lo que le indicó a Daniel que ya era hora de irse.

—Disculpá —dijo, poniéndose de pie para sacar a su hermano de entre los demás.

Victoria se levantó para ayudar a su amigo a encaminar al borrachín hacia el carro.

—Yo puedo, no te preocupés —aseguró Daniel.

—No tengás pena, yo te ayudo —dijo, dedicándole una tierna sonrisa.

Apoyado de los hombros de su hermano y su pseudonovia, Miguel balbuceaba cosas entre su semiconsciencia.

—¿A-a dónde vamos?

—A casa —respondió Daniel.

—Yo... n-no me quiero ir.

—Estás muy mal.

—No es justooooo.

—Calláte, Mike.

—M... Nooooo. Vos siempre obtenés lo que querés y... y-yo me quedo sin nada.

—Dejá de decir tonterías.

—E-Es verdad, Vi...

Con la palma de la mano bien abierta, Victoria asestó disimuladamente un golpe sobre la cabeza del chico para evitar que hablara de más.

—¡Auch! —exclamó Miguel, lastimando el tímpano de sus ayudantes—. ¿Q-Qué fue esoooo?

Daniel sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y abrió el carro. Victoria abrió la puerta del asiento trasero y sentaron a Miguel.

—Para ser delgado sí pesa —comentó Victoria.

Daniel sonrió levemente.

—Sí... Me voy a despedir de Naty y después nos vamos. ¿Va?

—Bueno.

Una vez que Daniel se adentrara de nuevo en la casa, Victoria se quedó parada, de brazos cruzados, frente al perfil de Miguel.

—C-creo que voy a vomitar —se quejó.

La chica exhaló pesadamente.

—Apoyate sobre mí —le indicó, colocando el brazo del borrachín sobre sus hombros.

A rastras, fue guiando a su amigo hacia la pequeña jardinera que decoraba el estacionamiento para visitas. Nada más divisar el césped, Miguel se tiró al piso y vació su estómago. Victoria, aún de pie a una distancia prudente, se agachó junto a él y le dio unos leves golpes sobre la espalda.

—Sacalo todo. Voy a ir por unos Huggies, no te vayás a tirar al piso —le pidió antes de regresar rápidamente al carro.

Buscó en los compartimientos de las puertas del carro antes de encontrar unos pañuelos Kleenex en la guantera.

—Es mejor que nada.

Regresó junto a Miguel, quien se había sentado sobre el suelo. Le limpió la boca con el pañuelo mientras este la veía extasiado.

—Sos muy bonita —dijo, colocando su mano sobre la mejilla de su amiga.

Victoria rodó los ojos y apartó la mano por si intentaba besarla de nuevo.

—Parate, regresemos al carro —pidió, ayudándolo a hacerlo.

Tras unos minutos de espera, Daniel y Natalia fueron a su encuentro.

—Solo quería despedirme de ti —informó la cumpleañera.

—Ah, bueno —dijo Victoria, devolviéndole el abrazo.

—Gracias por venir. Espero que la hayás pasado bien.

—Sí, gracias por invitarme.

—Allí nos ponemos de acuerdo para lo de la pintura.

—Me parece. Allí nos escribimos.

—Allí se van con cuidado. Me despedís de Mike, porfa —le pidió a Daniel.

—Sí. Buenas noches, Naty —respondió el chico.

El conductor tomó su asiento y Victoria se fue atrás con su "novio" para cuidarlo. Lo tomó del brazo para darle estabilidad y seguridad.

—¿Te parece si te voy a dejar a tu casa primero? —propuso Daniel, arrancando el carro.

—¿Seguro que no necesitás ayuda con Mike?

—No te preocupés, me las puedo. Creeme que ha estado peor.

—Bueno, gracias —accedió, dedicándole una leve sonrisa a través del retrovisor.

—Aaaaaah, me siento mal —se quejó Miguel.

—No me digás, qué novedad —dijo su hermano mientras conducía.

Victoria rio levemente.

—Me tragué un elefanteeee —continuó el borrachín.

—Te tragaste el océano mano.

La chica rio más fuerte mientras Daniel sonreía.

—Hay bolsas para vómito atrás de mi asiento por si acaso —le indicó a Victoria—. Mejor ni me preguntés en dónde las conseguí.

—No creo que la necesitemos. Mike ya decoró las plantitas del arriate del parqueo.

Daniel rio.

—Ay, no, pobres jardineros.

—Mmmmm.... —siguió quejándose Miguel.

—Dormite, hombre —le dijo a su hermano.

—Mmmm...

Miguel recostó la cabeza sobre el asiento y dirigió su mirada hacia Victoria.

—Por lo menos tengo a la chica más bonita y vos no —aseguró antes de cerrar los ojos.

Daniel y Victoria se dirigieron una sonrisa a través del retrovisor. Durante el camino, Miguel se quedó profundamente dormido y recostó su cabeza sobre su supuesta novia. La chica no se movió y lo observó de reojo. Le fue inevitable recordar lo que había pasado y sintió un raro vacío, como si alguien le hubiera arrebatado algo importante o un pedazo de su vida. Dicho comportamiento no pasó desapercibido ante los ojos de Daniel, quien la observaba disimuladamente por el espejo. Sin embargo, consideró que estaba muy cansada por la ajetreada situación, y por eso prefirió dejarla en paz durante el resto del trayecto. Al llegar frente al portón, ambos condujeron a Miguel, adormilado, hasta el asiento del copiloto.

—¿Seguro que no te va a molestar mientras manejás? —preguntó Victoria.

—Nta, no va a pasar nada. Gracias a Dios ya se durmió.

—Bueno. Gracias por traerme —dijo, esbozando una sonrisa.

—Lamento que hayás pasado por esto.

—No, no te disculpés. La pasé superbien.

Un trueno sonó a la distancia, obligándolos a elevar la mirada hacia cielo.

—Uy, va a llover —comentó Victoria.

—Sí... ¿De verdad la pasaste bien? —preguntó Daniel, regresando a la conversación.

—Mhm —aseguró, asintiendo.

—Me alegro —dijo con una amplia sonrisa.

—Allí me escribís cuando lleguen a casa, porfa. De seguro va a llover y no es seguro estar en la calle a esta hora.

—Sí, no hay problema.

—Bueno. Entonces... nos seguimos viendo.

—Sí.

—Buenas noches —se despidió de beso.

—Buenas noches.

Victoria se dirigió hacia su casa y, justo cuando comenzó a subir por la soga, la lluvia se dejó caer. Tras prepararse para dormir, esperó el mensaje de Daniel revisando sus redes sociales. Viendo las fotografías en las que Natalia la etiquetó, la imagen del pastel le hizo revivir el sinsabor del momento posterior. Habían pasado tantas cosas y había pasado por tantas emociones que ya no sabía cómo sentirse. Miguel estaba borracho y no sabía lo que hacía, pero ella no era inocente del todo. Victoria nunca imaginó que algo así podría pasar. Sabía muy bien que inmiscuirse en ese trato representaba riesgos de ese tipo y que su amigo no hizo más que externalizar involuntariamente sus verdaderos sentimientos hacia ella. Luego de recibir el mensaje de Daniel, puso su teléfono a cargar, apagó la luz de su lámpara de noche y sacó todas las lágrimas que había estado conteniendo. Ya no quería saber nada del trato, y mucho menos quería regresar a la casa de los Köhler, pero no por rencor, sino por la vergüenza de enamorar a un corazón inocente y el dolor del momento especial que le había sido arrebatado.

Mientras tanto, Daniel ayudó a su hermano a llegar a su cuarto sin que nadie lo notara.

—Mmmm... —se quejó Miguel al llegar al pasillo.

—Shhh. Callate que nos van a escuchar —pidió en un susurro.

Por fin dentro, colocó a su hermano sobre la cama, elevándole la cabeza para prevenir cualquier accidente. Después le quitó los zapatos y le puso una chamarra encima. Antes de irse, se animó a revisar debajo de la cama. Tal y como lo esperaba, encontró varias botellas de vodka.

—Ay, Mike... —pronunció, negando con la cabeza.

Salió y se dirigió a su cuarto para tomar un baño. Una vez listo para dormir, revisó si todo estaba bien con su hermano.

A la mañana siguiente, Miguel se despertó con una jaqueca tan poderosa que solo el abrir los ojos lo mandó de regreso a la cama. Tras cinco minutos más, Daniel entró y Miguel entreabrió los ojos para ver de quién se trataba antes de volverlos a cerrar.

—Buenos días —le deseó su hermano, quien sostenía un batido.

—Buenas.

—Bañate, vestite y lavate bien los dientes —ordenó, colocando la bebida sobre la mesa de noche—. Te traje una pastilla también.

—Mmmm... —se quejó.

—Recordate que es domingo y hay almuerzo con la familia después de misa.

—Mmmm... ¿Qué pasó ayer?

—Hablamos de eso después. Arreglate.

De mala gana, el chico se levantó lentamente de la cama para obedecer a su hermano. Llevó sus lentes oscuros a misa para que la luz no le molestara. De regreso a casa, todos tomaron sus asientos habituales en el gran patio exterior. Padme también los acompañaba, echada en una esquina debajo de la pérgola, descansando y tomando el sol cada vez que este se dignaba en aparecer. De parte de los Ramírez, ninguno de los abuelos estaba vivo, solo quedaban la tía-abuela Margarita y el tío-abuelo Juan como personas de edad mayor. La mayoría de los Köhler, incluidos los abuelos que aún seguían con vida, vivían en Alemania. Ambas familias habían dejado un séquito de hijos y nietos. La familia estaba compuesta por dos hermanos de Ivon: Bruno y Christa, y las dos hermanas de Mariana: Teresa e Inés. La única soltera era Teresa; Bruno se casó con Inés y tuvieron dos hijos: Manuel y Adrián, y Christa se casó con un arquitecto llamado Álvaro, amigo de la familia Ramírez, y tuvieron tres hijos: Sara, Anton y Cristóbal. Daniel y Miguel eran los menores, por lo cual la edad de sus primos variaba entre los veinticinco y treinta años. A pesar de la gran diferencia de edades, todos se llevaban muy bien.

—¿Ya escogiste el vestido para la boda? —le preguntó Mariana a la prometida de su sobrino Adrián.

—En eso estoy, es que ninguno me convence. Estábamos pensando mejor en mandarlo a hacer —respondió Tatiana.

—Mejor —comentó la tía Teresa—. Así puedes escoger la talla y todo.

—¿Qué tal la fiesta de ayer? —le preguntó Anton a sus primos mientras se llevaban a cabo otras conversaciones en la mesa.

—Estuvo divertida. ¿Verdad, Mike? —lo molestó Daniel con una sonrisa bien abierta en el rostro.

—Ajá —contestó con los brazos cruzados sobre la mesa, sin ganas de nada.

Miguel aún no sabía lo que había pasado ayer, y eso mantenía sus ánimos tensos y su cabeza ocupada intentando recordar algún vago acontecimiento. Los primos rieron levemente al ver su reacción.

—¿Se desvelaron mucho? —cuestionó Cristóbal.

—Algo así —respondió Daniel.

—¿Cuándo vamos a conocer a tu nueva novia? —le preguntó Sara a Miguel.

—No sé... —respondió el chico.

—Sí , hombre, deberías invitarla algún domingo. Nunca has invitado a una y terminás con ellas antes de darnos chance de conocerlas —insistió Anton.

—¡Sí! Así por lo menos conocemos a una —concordó Cristóbal—. Quién sabe si tal vez le sigás a Adrián.

Todos rieron nuevamente.

—Ya vas —dijo Miguel, esbozando una sonrisa—. Pero sí la voy a invitar.

—¿Cómo se llama? —indagó su prima.

—Victoria.

—¿Cuánto llevan?

—Vamos para tres semanas.

—Hasta que lleven más de un mes te creo que estás enamorado —declaró Anton.

—Ya, hombre. Esta vez sí va en serio.

—Nta. Siempre decís lo mismo —dijo Cristóbal.

—¡Ya! Hoy amanecieron con ganas de fregar.

—Es que te ponés en bandeja de oro, vos.

Tras varias risas y bromas después del almuerzo, todos los primos fueron a jugar baloncesto a la cancha del condominio, mientras los adultos se quedaban en la sala poniéndose al día sobre su mes.

—¿Cómo sigue Mike con ese tema del trago? —le preguntó Anton a Daniel durante el camino.

El chico suspiró pesadamente.

—La verdad, no muy bien. Sigue comprando vodka y se puso bolo ayer.

—¿Superbolo?

—Sí, hombre. Y Vicky estaba allí.

—¿La novia de Mike?

—Sí.

—¿Y cómo es?

—¿No te acordás de ella?

—No.

—Creo que la viste un par de veces. Su piel es entre chocolate y canela, su pelo es superliso y negro. Es delgadita y bajita, pero no mucho.

—Vos mejor no hablés de altura.

Ambos rieron.

—Es súper buena onda. Fuimos amigos desde pequeños —agregó Daniel.

—¡Ah! O sea, que se conocen rebién. Entonces no es nada como sus novias anteriores.

—Sí, para nada, y eso es lo que me extraña.

—¿Te extraña o te preocupa?

—Las dos, es que... Vicky es súper buena y no quiero que el vivo de Mike la trate como las demás. Quiero a mi hermano, pero no entiendo cómo alguien como ella esté con él. Es... raro.

—¿Y cómo mirás a Mike?

—La verdad, sí se le nota que está empatinado, pero creo que debería resolver sus problemas primero antes de meterse en la vida de alguien más.

—Miralo por otro lado, tal vez Victoria consiga ayudarlo a resolverlos.

Lo primos comenzaron a jugar baloncesto bajo el poco sol que la época lluviosa les traía. Tras unas cuantas partidas, Daniel, sudado, se recostó sobre el césped debajo de un árbol para descansar un poco junto a su hermano, quien no quiso jugar por ser un apasionado del fútbol.

—¿Qué pasó ayer? —preguntó nuevamente el chico.

—¿No puede ser después? —pidió Daniel con la respiración acelerada.

—No —respondió, serio—. He estado toda la mañana preocupado.

—Muy bien... —accedió, reincorporándose sobre sus manos—. No hubo nada raro hasta después de cantarle feliz cumpleaños a Naty. Te fuiste con Vicky a otro lado a hablar de algo, después la besaste y...

—¡¿Qué?! —interrumpió, empalideciéndose.

Daniel frunció el ceño ante la reacción de su hermano, y este último sacudió levemente la cabeza.

—Seguí —pidió Miguel.

—En fin. No sé ni de qué hablaron, pero Vicky se puso mal. Después te fuiste a bailar y casi te quitás la camisa si no hubiera ido a sacarte de allí. Vicky y yo te ayudamos a subir al carro. Mientras iba a despedirme de Naty te dieron ganas de vomitar y Vicky te ayudó a... sacarlo todo en el arriate de parqueo. Después la fui a dejar a su casa y nos regresamos.

—Mama...

—Mama no se dio cuenta, como siempre.

—Ya.

Miguel desvió la mirada hacia la cancha, sintiéndose tan decepcionado de él mismo que miles de bofetadas autoimpartidas las consideraba insuficientes para descargar todo su enfado.

—¿Qué pasó con Vicky? —indagó Daniel.

—¿Qué de qué?

—Vicky estaba rara en la fiesta y solo habló con Naty, vos y yo.

—¿Te dijo algo? —inquirió, volteándolo a ver con el corazón en la mano.

—No...

Miguel asintió, regresó la mirada hacia el frente y se frotó el rostro con las manos.

—¿Qué pasó? —insistió Daniel.

—Nada, y de todos modos no te incumbe.

—Miguel.

—¡Dejá de estarte metiendo! —exclamó, poniéndose a la defensiva.

—¡Solo quiero saber qué pasó!

—¡Nada!

—¡¿Entonces por qué se puso así?!

—¡Que dejés de estarte metiendo! —gritó Miguel, poniéndose de pie.

—¡¿Qué le hiciste a Vicky?! —persistió Daniel, levantándose de golpe.

—¡Qué nada!

—¡¿Entonces por qué no me querés decir?!

—¡Porque me vale que sea tu amiga, ella es mi novia! ¡Y no tengo por qué estarte dando explicaciones o contando nuestros problemas!

—¡Hey, chicos! —exclamó Anton, aproximándose rápidamente a ellos.

—¡Pues a mí me vale que sea tu novia si le estás haciendo daño! —alegó Daniel.

Miguel estuvo a punto de abalanzarse sobre su hermano, pero Anton se lo impidió. El resto de los primos se acercó.

—¡Ella no te merece! —aseguró Daniel.

—¡Sí claro! ¡Y a vos todos te merecen! ¡Al perfectito, al que lo sabe todo! ¡Pero aceptá que hay cosas que nunca vas a saber o tener!

—¡Nunca me quise meter! ¡Vos me obligaste a hacerlo!

—¡Cómo no!

—¡Yo siempre he querido ayudarte, pero vos no me dejás! ¡Yo te he estado ayudando, y vos solo te quejás y actuás como si nada! ¡Sos un acomodado! ¡Te acostumbraste a que yo siempre esté allí para limpiar tu desastre y cubrirte las espaldas!

—¡Ay, qué bonito! ¡Mi héroe! —exclamó Miguel sarcásticamente—. ¡Yo no te pedí que me ayudaras!

—¡Entonces andáte! ¡Ya me cansé! ¡Ya no contés conmigo! ¡Que se te pudra el hígado y el cerebro!

—¡Me vale madres! —exclamó antes de zafarse del agarre de su primo y regresar a casa.

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