Habían pasado tres semanas desde el incidente de la mano, así que a Victoria ya le tocaba un chequeo. Con Miguel, se pusieron de acuerdo para ir el jueves por la noche. Sin embargo, había un problema: Miguel estaba castigado. Debería tener sumo cuidado para no llamar la atención si no quería que lo encerraran de por vida; sin embrago, tenía la tranquilidad de saber que su hermano lo cubriría. A las diez de la noche, salió de su cuarto en pijama e iluminando su camino con la linterna del teléfono. Padme, quien dormía en la sala, se puso atenta ante el inusual movimiento. Miguel le dio la orden de quedarse en donde estaba, y la mascota, obediente, no se movió. «Un problema menos», se tranquilizó el chico. Bajó las escaleras como una ancianita, tomó las llaves rápidamente para evitar el tintineo y salió exitosamente de su casa.
A medio camino, comenzó a llover, así que bajó de su carro con una sombrilla al llegar a casa de su amiga. Encaminó a Victoria hacia el asiento del copiloto, y compartieron el amparo del paraguas para ingresar al hospital. Después de llenar el formulario, Victoria contactó a Marcela para que la hiciera pasar a un cubículo y examinarla. La doctora aseguró que la ruptura estaba sanando, pero le recomendó que siguiera usando el inmovilizador al momento de realizar actividades muy movidas. Seguidamente, le indicó algunos ejercicios de terapia para que los realizara en casa. Una vez completado el servicio, ambos chicos le agradecieron a Marcela sus atenciones y se retiraron.
Durante el trayecto de regreso, Victoria observó su mano e, inevitablemente, pensó en los rastros de sus heridas pasadas. Siempre sentía vergüenza de que los demás le preguntaran por ellas o que simplemente se les quedaran viendo. No solo se debía al hecho de que nunca le había gustado llamar la atención, sino también a lo incómodo y penoso que era para ella la historia detrás de cada una. Sin embargo, esa cicatriz era distinta, ya que, por alguna razón, no sentía un afán por ocultarla. Creía que, seguramente, el haber vivido el proceso con los Köhler le brindó el apoyo necesario para considerarlo poca cosa o, incluso, algo de lo que estar orgullosa por haber superado semejante situación.
—¿Cuándo pensás regresar a trabajar? —preguntó Miguel al volante.
—No sé. Tal vez la próxima semana.
—Y... ¿no querés seguir pintando?
—Sí, pero siento que ya los molesté demasiado.
—N'hombre, cómo creés. Mirá, no es que te esté pidiendo que dejés de trabajar, pero que por lo menos dejés un trabajo. No sé, puede ser el de la mañana o el de la tarde. El que querrás, pero quiero que trabajés en algo que te guste. No desaprovechés. Además, todo el material se quedaría abandonado si no lo usás tú.
—¿Estás siendo amable conmigo o de veras te gustó ese empleo en Montano's? —cuestionó la chica, dedicándole una mirada de reojo con los ojos entrecerrados.
—Nta.
Victoria rio.
—Pero, de veras. Gracias —dijo la joven.
Miguel esbozó una sonrisa.
—Te voy a dejar el trabajo. Es lo menos que puedo hacer, y no creo que seás bueno haciendo café —decidió Victoria.
—Cómo no...
—Bueno, estoy segura de que ni siquiera sabés hacer café.
—¡Claro que sí!
—Poner la cafetera en tu casa o hacer café instantáneo no cuenta —afirmó, apuntándolo con el índice,
—Pero es café.
—Pero no es un buen café, zángano.
—Ya te gustó esa palabrita.
—No es mi culpa que sea la que mejor te describa —declaró, encogiéndose de hombros.
Miguel negó con la cabeza mientras la chica lo observaba. Victoria abrió la boca con la intención de preguntar algo, pero luego se abstuvo.
—¿Qué? —preguntó el chico.
—Nada.
—¡Ay, Vicky! Solo decilo.
—Es que te vas a enojar conmigo.
—Hombre, ya empezaste.
—Bueno, pero no te enojás.
—Va pues.
—¿Por qué lo hacés?
—¿Qué cosa?
—¿Por qué tomás?
—Viste las botellas... —dijo Miguel, encogiendo los labios.
—Sí.
—No es algo que podás controlar.
—Tal vez, pero es algo que podés decidir. Encima, siempre hay una razón detrás.
—No necesariamente.
—Ya —pronunció, asintiendo,
Victoria no le insistió; a diferencia de él, ella prefería que los demás confiaran en ella libremente, en vez de ejercer presión para sonsacarles la verdad. También creía que lo que menos necesitaba su amigo era alguien que le reprochara su vicio o contradijera su lógica. El piloto la miró de reojo, esperando que dijera algo más al respecto o encontrar algún rastro de enojo en su expresión. Sí había muchas razones por las cuales estaba inclinado a emborracharse, pero nunca quería compartirlas porque le daba vergüenza hacerlo, sobre todo con ella debido a su afecto.
—¿Qué? —preguntó Victoria al sentir la mirada de su amigo sobre ella.
—Pensé que me ibas a decir algo más.
—Pues no. Tú sabés bien que necesitás ayuda, no hace falta que yo te lo esté recordando. Encima, de nada sirve que te ayuden si tú no querés.
—¿Y qué harías tú?
—Me aferraría a algo o a una razón que me motive a salir de dónde estoy, que me haga detenerme.
—¿Y tú a qué te aferrás?
—Al simple hecho de que Dios me ama, que la vida es más y tiene mucho más de lo que yo creo. Que, aunque mi vida pueda ser larga o corta, difícil o fácil, tengo el don de tenerla.
Miguel asintió, pensativo.
—¿Alguna vez intentaste ayudar a tu papá?
—Una, solo una.
—¿Y...?
—No fue para nada bien, ya te podrás imaginar —interrumpió Victoria—. Comenzó a gritarme mientras yo intentaba calmarlo o hacerlo entrar en razón. Esquivé unas cuantas botellas antes de que se quebraran sobre mi cabeza. Hasta que, de lo borracho que estaba, agarró un cuchillo y me lo ensartó en el costado. Me atravesó, pero gracias a Dios no tocó un órgano vital, sino probablemente estaría muerta. Verme caer al suelo cubierta de sangre le impresionó tanto que se calmó y llamó a los bomberos.
Miguel parqueó el carro frente a la casa de su amiga y se giró sobre su asiento para escuchar atentamente el resto del relato. La chica suspiró y bajó la mirada hacia sus manos.
—Me llevaron al hospital y allí conocí a Marcela. Ella entendió todo, pero no podía hacer nada si yo no quería hablar. Intentó convencerme de denunciarlo y todas esas cosas, pero no quise. Me dejó su número y me dijo que la llamara si pasaba algo, y así fue como comencé a ir con ella. Tengo dos cicatrices de eso. —Victoria elevó la mirada hacia su amigo. —Fue entonces que entendí que mejorar la situación de mi papá no dependía tanto de mí, que cambiar la situación de los demás no depende al cien por ciento de mí. Te lo cuento porque espero que te haya servido de algo. Si no te convenció de dejarlo, por lo menos espero que te haya animado a encontrar una razón.
—Gracias —dijo con media sonrisa en el rostro.
—Bueno, gracias a ti por llevarme y traerme.
—No hay problema.
—Buenas noches —se despidió de beso.
—Buenas noches, Vicky.
***
Acostado sobre uno de los sillones, Miguel buscaba carreras en su teléfono mientras su amiga se disponía a recuperar su trabajo.
—¿Aló? ¿Cami? —dijo Victoria de su lado de la línea.
—¡Hola, Vic! ¿Cómo estás? —contestó Camilo.
—Bien, gracias. Aquí molestándote. ¿Sabés si Fernanda sigue en el turno de la tarde?
—Sí. ¿Por?
—Es que quería saber si quería cambiar de turno.
—Ay, Vic. Fijate que ya contrataron a otra chica en tu lugar.
—¿De veras? —preguntó la chica, sosteniéndose la frente.
—Sí, hombre, qué lo siento. Si querés puedo hablar con Hugo para que te dé otro turno.
—Gracias, Cami, pero no te preocupés. Ya conseguiré algo. Aunque no sé si podrías pedirle una carta de recomendación, porfa.
—Dale, yo se la pido. Preguntá en Altuna, creo que estaban buscando meseros.
—Perfecto, gracias.
—Va, allí me contás. Yo te aviso lo de la carta.
—Bueno, gracias. 'diós.
—'diós.
Victoria colgó y exhaló bruscamente.
—¿Qué pasó? —se interesó Miguel, reincorporándose.
—Nada.
—Hombre, contame.
—Me reemplazaron en la cafetería —comentó, buscando el número de Montano's para pedir una carta de recomendación.
—Ah.
—Sí... Pero voy a llamar a Altuna, de repente y me contratan.
—Si querés, me salgo de Montano's.
—No, no. Es más fácil que yo encuentre algo, no te preocupés.
—No sé si estarte agradecido o sentirme insultado.
La chica sonrió ampliamente antes de ponerse de pie y salir a la pérgola para hacer la llamada. Tras acordar de pasar recogiendo la carta el lunes por la mañana, llamó al restaurante Altuna y consiguió que la recibieran el martes por la tarde. Después del almuerzo, todo aconteció como de costumbre: Miguel se fue a trabajar y Victoria continuó con su trabajo. Cuando Daniel entró a su casa, venía acompañado de Naty y Pablo. Se habían puesto de acuerdo para terminar un trabajo de la universidad.
—¡Hola, Vicky! —saludó Natalia, acercándosele.
—Hola —saludó Victoria de beso tras levantarse.
Mientras la artista saludaba a los otros dos chicos, Natalia se dispuso a observar el lienzo.
—Ay, no te creo —dijo, observándolo.
Victoria rio levemente.
—Sí, creelo.
Pablo rio al ver el retrato de su amigo.
—Exceptuando el hecho de que literalmente estás pintando a Miguel, tenés mucho talento —aseguró Natalia.
El mencionado entró, regresando del trabajo.
—¡Hola!
—Hola, mi Lord —lo molestó Pablo con una venia.
Miguel rio levemente antes de saludar a sus amigos.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó Pablo.
—Bien, allí.
—Saber ni a cuantos clientes desesperaste hoy —comentó Natalia.
—Nta, cómo no.
—Bueno, yo creo que ya es hora de irme —dijo Victoria, quitándose el delantal.
—¡¿Ya?! ¿Por qué no te quedás un ratito? —preguntó su amiga.
—Me encantaría, pero fijate que tengo unas cositas que hacer mañana.
—Ah, bueno. Ojalá nos veamos más seguido —se despidió con un abrazo.
—Sí.
Tras despedirse de cada uno, Miguel y Victoria salieron. Pablo y su hermana tomaron asiento sobre uno de los sillones mientras Daniel iba a traer algo para picar.
—Ya van para un mes, ¿no? —preguntó Pablo.
—Sí —afirmó Daniel desde la cocina.
—Por fin se estabilizó el muchacho.
—Sí...
Daniel no estaba tan seguro de esa afirmación porque simplemente no confiaba tanto en Miguel.
—Voy al baño. Ya regreso —se excusó Natalia.
—Dale —contestó su hermano.
El anfitrión colocó la comida sobre la mesa de centro y tomó asiento frente a su amigo.
—¿Y vos qué te traés con Victoria? —indagó Pablo, inclinándose para tomar un puñado de Lays.
—¿Qué? ¿A qué te referís?
—Hombre, vos sabés —respondió, llevándose las papalinas a la boca.
—N'hombre, no sé.
—¿Por qué la mirás raro?
—¡¿Mirarla raro?!
—Sí.
Daniel rio levemente.
—Nada que ver, solo es una amiga.
—Ajá —pronunció, sarcásticamente.
—¡Te lo prometo!
—Va. Entonces, ¿qué pensás de ella? —inquirió, apoyando sus codos sobre sus rodillas para estar más cerca de su amigo.
—Es una chica muy linda, superinteresante, amable...
—Vamos a obviar el hecho de que te brillan los ojos. Ahora, ¿qué sentís por ella?
—Es mi amiga —respondió, encogiéndose de hombros.
—Sé más específico.
—Hombre. Me gusta estar con ella. Es divertido y tranquilo al mismo tiempo estar con ella, por eso me gusta. Es súper reservada, pero abierta al mismo tiempo. Las conversaciones con ella son entretenidas. Es como todo en una, es como si tuviera de todo.
—Has dicho me gusta como dos veces seguidas. ¿Te diste cuenta?
—¿Y?
Pablo elevó las cejas y sonrió.
—Pensá. Tener una novia es querer compartirlo todo con ella. Es estar a gusto todo el tiempo, sentirse bien. Saber que tienen sus cosas que hacer y aun así quererse a diario.
—Pero eso también se puede sentir con un amigo o amiga.
—Naty es tu amiga.
—Sí...
—Ahora te pregunto: ¿Es lo mismo estar con Vicky que con Naty?
—No podés comparar, —negó con la cabeza—, son dos personas muy distintas.
—¿Te sentís igual con Victoria que con Naty? —insistió.
«No», respondió en sus adentros. Daniel empalideció enseguida y su expresión pasó de serenidad a seriedad, ya no podía negarlo más. Como un rompecabezas, unió todo lo que había pasado y sentido hasta el momento: su gran interés desde el inicio, la pelea con su hermano y el simple hecho de no poder dejar de pensar en ella. Llegó a tener una amplia visión de sus emociones que ahora estaba más claro que el agua. Amaba a Victoria de una manera romántica y profunda. Pablo sonrió abiertamente.
—Ni hizo falta que me respondieras, tu cara ya me lo dijo todo —afirmó el invitado, dejándose caer sobre el sillón.
—¿No creés que esté sintiendo pena?
—Eso no me sonó a pena.
—¿Cómo te diste cuenta?
Pablo rio levemente.
—Te conozco, Dani. Podrás ser serio y todo lo que querás, pero nunca habías hablado así de una chica, y mucho menos la habías mirado así. Naty también se las olía.
—¿Qué yo me olía qué? —preguntó la chica, regresando a la sala.
—Ay, no —se quejó Daniel, hundiendo el rostro entre sus manos.
—A Dani le gusta Vicky.
—¡Lo sabía! —exclamó la invitada, tomando asiento junto a su hermano, emocionada.
—¿Y tú cómo te diste cuenta?
—Por tu mirada. Nunca me miraste así a mí ni a ninguna chica que hayás conocido.
El enamorado suspiró.
—¿Creés que Mike lo haya notado? —preguntó, jugueteando con sus dedos para disimular la tensión.
—N'hombre, no creo. O por lo menos lo disimula bien —respondió Pablo.
—Ay, no —repitió Daniel, negando con la cabeza y sobándose el cuello—. No estoy para estas cosas.
—Cómo no, todo mundo está hecho para el amor —aseguró Natalia, picando chucherías.
—Vicky es novia de Mike.
—Cierto. Pero no te engañés a vos mismo ignorando lo que sentís —aconsejó Pablo.
—¡¿Y qué se supone que tengo que hacer?! Él está feliz con ella y ella con él, yo no me puedo meter. No le podría hacer esto a mi hermano.
—Mirá —dijo la chica—. Mike es nuestro amigo y lo queremos mucho, pero están juntos, no enamorados. Se nota que Mike la ama un montón, y nos alegra que Vicky lo esté ayudando a tener una mejor vida. Pero nunca he visto a Vicky darle un beso. Solo de despedida, y eso no cuenta. Tampoco los he visto abrazarse. La única muestra de cariño que vi fue durante la fiesta y se súper notó que algo no andaba bien. Pensalo es... como tú y yo.
—Pero Mike la quiere. Aún no confío al cien por ciento que no la esté usando o que la esté enamorando de paso, pero sigue siendo su novia.
—Tal vez los tres estén confundiendo las cosas —aseguró Pablo—. Tal vez Mike es un simple amigo de Victoria, y vos y ella son más que amigos. Es el típico triángulo amoroso adolescente.
—Creo que Naty ya te contagió su dramatismo.
Ambos chicos rieron.
—Cómo no —se quejó la susodicha.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —prosiguió Daniel—. Venir y decirles: Hola, Mike, me gusta tu novia y vos no le gustás, así que mejor me la robo para que sea mi novia.
Los mellizos rieron.
—Dales tiempo, ellos mismos se van a dar cuenta —aseguró Natalia.
—¿Y si no? ¿Y si se enamoran de verdad y se paran casando?
—Wow, tranquilo mano. No te me alebrestés —dijo Pablo—. No te voy a mentir, puede ser que eso pase, pero también puede ser que ellos terminen. Lo mejor que podés hacer es esperar. Mirá cómo avanza la situación y allí decidís qué hacer.
—Amor prohibido murmuran por las calles —cantó Natalia, haciendo un pequeño baile.
Los chicos rieron.
—En fin, bastante chisme por hoy —dijo Daniel, sacudiendo la cabeza—. Mejor dejo de pensar en eso. Pongámonos a trabajar —pidió, con la finalidad de distraerse.
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