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15 de septiembre

Victoria consiguió el trabajo en el restaurante, le fue asignado el turno de la tarde. Así que, después de pasar la mañana pintando en la casa de los Köhler, iba con Miguel a Cayalá para trabajar el resto de la tarde. Tras su turno, su amigo la iba a dejar a su casa. El quince de septiembre, día de la independencia de Guatemala, era feriado y, ese año, caía viernes. A Mauricio se le ocurrió entonces invitar a sus amigos para celebrarlo, con la intención de que la visita se alargara hasta altas horas de la noche, como solía suceder. Victoria tuvo que ir a comprar comida típica, según había mandado su padre, y sacar más dinero de su bolsillo para poder pagarla. Sin embargo, esta vez, Miguel amablemente le ofreció llevarla y ayudarla con las compras, aunque no pudiera pagarlas como hubiera querido. Llegada la noche, sin previo aviso y después de festejar en su casa, el chico se escapó para visitar a su amiga. Llevó comida y dulces típicos consigo, ya que seguramente esos señores no le habrían dejado casi nada, si es que no la privaron de alimento. Una vez frente a la casa de Victoria, le escribió.

"Puedo subir?"

La chica, tras salir de bañarse, miró su teléfono y sonrió al ver el mensaje.

"Alguna vez piensas avisarme cuando vienes?"

"No"

"Si no no sería divertido 😉"

"🙄"

"Solo subí"

Después de ponerse ropa, le lanzó la soga y ayudó a su amigo a subir con todo y comida.

—¿Me querés engordar? —preguntó Victoria, cruzándose de brazos.

—Cómo no.

La chica rio levemente.

—En estos —prosiguió Miguel, pasándole dos platos con tapadera de poliestireno, cubiertos por bolsas plásticas, con tenedor, cuchillo y servilletas encima—. Te traje un chuchito, dos tacos, una tostada con frijol y queso seco y otra con salsa.

Victoria lo recibió.

—Y aquí —indicó, elevando el tercer plato entre sus manos—. Te puse dos rellenitos, canillitas de leche y dos cocadas.

La chica le dedicó una amplia sonrisa.

—Gracias, Mike, de veras.

Miguel le devolvió la sonrisa.

—A ver —dijo, colocando la chamarra sobre el piso con la mano libre—. Comételo que se te va a enfriar.

Ambos se sentaron mientras conversaban, y Victoria se alimentaba todo lo que no había podido en mucho tiempo. La chica estaba tan feliz que olvidó todo lo malo que pudiera circundar por su cabeza. Aunque aún tuviera que trabajar en un restaurante, le alentaba trabajar por las mañanas en lo que le apasionaba. Tenía una rutina más o menos normal y, lo mejor de todo, era que tenía la oportunidad ocasional de salir con amigos. Se sintió afortunada de tener a los Köhler en su vida, porque nadie tenía la dicha de poder contar con alguien como ella contaba con ellos. Casi nadie tenía la dicha de conocer a alguien que hiciera ese tipo de cosas de manera tan desinteresada. Los quería a todos de una manera muy especial, inclusive a Padme. Sin embargo, esa felicidad se vio perturbada por los decididos pasos de Mauricio y sus amigos subiendo. Victoria se levantó de inmediato, empujó la manta con todas las cosas debajo de la cama y luego a su amigo, para colocarlo detrás de la puerta, que rápidamente se abrió. Su padre y sus amigos se abrieron paso dentro de su cuarto.

—N-No creías que se me había-a olvidado revisar tu cuarto —balbuceó Mauricio, abriendo el armario, tan borracho como siempre.

Victoria, intentando disimular su acelerada respiración, le hizo ojos a Miguel, indicándole que saliera y se dirigiera al cuarto del frente.

—Qué grande estás niña chula —comentó uno de los señores, acercándose a Victoria para tocarle la mejilla.

La chica se apartó enseguida. Tras otros dos intentos, Miguel entendió las señales de su amiga y salió. Victoria se alivió un poco. Una vez fuera de la escena, el chico escuchó, con su acelerado pulso retumbando en sus oídos, cómo los otros hombres decían vulgaridades sobre su amiga. Vio por el rabillo del ojo cómo estos intentaban toquetearla mientras ella se hacía los quites. Le dio tanto coraje que, aunque representara una muerte segura, estaba dispuesto a salir de su escondite para darles una paliza si atrevían a tocarla. Mauricio pronto encontró la comida debajo de la cama y haló la manta.

—¡Así que te estabas dando el gran festín! —exclamó, tomándola bruscamente de los brazos y mirándola con furia—. ¡Te estás gastando mi dinero! —gritó antes de darle un gran puñetazo sobre la cara que la tiró al piso.

A Miguel se le removió todo por dentro al estar allí sin poder hacer nada. Tenía tantas ganas de entrar y darle unos cuantos golpes a Mauricio, pero sabía bien que no llegaría a nada; al contrario, probablemente moriría en vano y perjudicando a su amiga.

—¡Si lo vuelves a-a hacer te va a ir peor! —la sentenció con el dedo índice.

Victoria solo asintió, con la mano sana tanteando la comisura derecha de sus labios por el golpe. El agresor tomó abruptamente la comida que sobró.

—Vámonos —le dijo a sus amigos, arreándolos de regreso al primer nivel.

Miguel se pegó a la pared para que no lo vieran.

—¡Te salvaste hoy! —exclamó uno de esos hombres.

Mauricio cerró la puerta bruscamente y, hasta que sus pasos y voces se hicieran inaudibles, Victoria la entreabrió. Miguel, al ver la línea de luz que salía del cuarto del frente, salió silenciosamente de su escondite y, luego de que su amiga le hubiera abierto paso, entró. La chica sacó de una vez todo el aire que había estado reteniendo.

—¿Te golpeó muy fuerte? —preguntó Miguel, tomando el rostro de Victoria entre sus manos.

La chica tenía un poco de sangre en los labios y sobre los dientes.

—Esto no es nada, he estado peor —aseguró, esbozando una sonrisa antes de deshacerse suavemente del agarre de su amigo y dirigirse hacia el baño para revisar la herida.

Miguel la siguió y la observó mirarse en el espejo. A Victoria le temblaban las manos porque el miedo que aún no se le pasaba.

—¿No te lastimó ningún diente? —preguntó el chico.

—No, solo el labio —respondió, sacando alcohol y algodón de la pequeña puerta debajo del lavamanos.

La chica lo volteó a ver mientras se limpiaba la herida y sonrió.

—¿Seguís asustado?

—¿Por qué decís?

—No has dejado de hacer así —dijo, frunciendo el ceño.

Miguel rio levemente.

—No me había dado cuenta.

—Yo sí.

—Nta.

Victoria rodó los ojos y se puso un poco de crema cicatrizante.

—¿Y tú? —indagó Miguel.

—Yo vivo asustada, Mike —contestó, tirando el algodón al basurero y guardando las cosas—. Mis nervios han de estar más deteriorados que otra cosa.

—Yo diría que son de acero, pero no debería ser así.

—Tal vez no, pero lo es —admitió, saliendo del baño para poner la basura que había quedado de la comida en las bolsas plásticas.

Miguel la ayudó y, tras terminar y estirar la manta, se sentaron sobre esta.

—¿Seguís nervioso? —preguntó Victoria al ver su silenciosa actitud y su levemente acelerada respiración.

—Sí, es que nunca en mi vida había visto algo así.

—Ya.

—¿Ha habido peores?

—Mhm —respondió, asintiendo.

—Ese hijo d...

—Hey —interrumpió Victoria—. No malas palabras aquí. Encima, es mi papá, lo querás o no.

—Perdón, pero no me negarás que lo es.

La chica se encogió de hombros.

—No es el mejor papá del mundo, pero...

—Es el peor papá del mundo, sin ofender —interrumpió.

Victoria desvió la mirada mientras se le cristalizaban los ojos. Miguel se dio cuenta de que había hecho mucho más que ofenderla: la lastimó. Suspiró pesadamente.

—Perdón —se disculpó.

—No, tenés razón, —dijo, secándose unas cuantas lágrimas de los ojos—, pero eso no significa que deje de quererlo.

Miguel se acercó a ella y la abrazó. La consoló durante unos largos minutos mientras oían como empezaba a llover otra vez.

—Hasta hiciste que el cielo llorara —bromeó Miguel.

Victoria rio antes de apartarse de su amigo, ir por papel para secarse los ojos y regresar.

—¿Te puedo preguntar algo? —pidió Miguel.

—Dale —dijo, clavando la mirada sobre el papel.

—Es un poco incómoda, pero...

—No han abusado de mí —se adelantó, elevando un poco la mirada—. ¿Esa era tu pregunta?

—Sí.

La chica asintió y se limpió la nariz.

—Y... ¿Estuvieron a punto? —preguntó Miguel.

—Sí, pero logré escaparme —respondió, sacando una navaja del bolsillo de sus jeans y pasándosela—. Siempre la cargo cuando vienen o voy sola por la calle. Sé que no soy una espadachín o especialista en defensa personal, pero al menos me puede dar una pequeña ventaja. Una noche la usé. Le corté la mano a uno de ellos y salí corriendo. Mi papá me dio una paliza cuando regresé a la mañana siguiente, pero prefería eso a... lo otro.

—¿Y dónde dormiste esa noche?

—Sobre la banca de un parque, aunque, la verdad, casi ni dormí por el miedo.

—Cuando sea así, solo llámame y te llevo a mi casa.

—Gracias —dijo, esbozando una sonrisa—. Por más malo que parezca, por lo menos mi papá ha evitado que lo hagan.

—¿En serio?

—Sí, pero no exactamente porque se le salga lo protector.

Cuando Miguel regresó a casa, algo cambió dentro de él. Sintió mucho asco por esos hombres, pero también hacia su persona. La culpa lo carcomía por dentro luego de pensar en todas aquellas chicas con las que se había metido y, de cierto modo, usado. Al pensar en ellas como si fueran Victoria, sentía una presión desagradable en el pecho. Tal vez estaba lejos de ser como esos desdichados hombres; sin embargo, no quería llegar a serlo. No quería ser alguien que en un futuro no pudiera vivir sin alcohol y se aprovechara de chicas inocentes como su amiga. No quería ser un agresor de su propia familia o un borracho que atropellara a la madre de una hermosa chica. Al llegar a casa, y antes de que pudiera arrepentirse, subió a su cuarto, sacó todas las botellas de debajo de su cama y comenzó a verter su contenido en el inodoro. Una vez vacías, las puso en una bolsa plástica y, en cuclillas, bajó para tirarla en el basurero de la cocina. Sacó las latas de cerveza de la refrigeradora, las vació en el lavatrastos y, finalmente, las tiró en el basurero. De regreso en la soledad y quietud de su cuarto, se sentó sobre la cama, recostó sus codos sobre sus rodillas y sostuvo su cabeza entre sus manos mientras su ajetreada respiración se estabilizaba. Se sintió tan mal que, tras un largo tiempo de reflexión, comenzó a llorar. El amargor de sus lágrimas y el remordimiento acribillándole la conciencia fueron suficientes para rechazar su pasado y pensar en un futuro repleto de buenos propósitos.

A la mañana siguiente, Daniel iba a triar algo al basurero hasta que lo vio considerablemente lleno. Extrañado, revisó los desechos. Encontró las latas y las botellas que su hermano había tirado la noche anterior. Esbozando una sonrisa, tiró el papel que tenía en la mano y cerró el basurero. Aunque aún no confiara plenamente en Miguel, le alegraba saber que había hecho un gran avance en su vida.

***

Como todos los lunes, Daniel regresó a casa temprano. Solo que esta vez no sabía cómo actuar tras tener una idea más clara de lo que sentía por Victoria. Aunque se prometió a sí mismo que actuaría normal, le era imposible. No podía dejar de pensar en ella, y seguir guardando el secreto lo carcomía por dentro. Además, no podía entrometerse o arruinar la relación amorosa de su hermano, luego de descubrir que gracias a esa chica estaba llevando una mejor vida. Hacer que ambos terminaran sería tan devastador para Miguel que lo creía capaz de recaer y ponerse peor de lo que estaba. Pensó seriamente en ir a pasear a algún lado o algo parecido, lo que fuera con tal de mantenerse lejos de casa y de Victoria. Sin embargo, no podía hacer las cosas obvias, y mucho menos alejarse de ella ahora que estaba enamorado. Frente a la entrada de su casa, agarró la manilla de la puerta y luego la soltó. «Mejor me voy», se dijo, dándose la media vuelta con la intención de regresar al carro. «No, vos podés con esto», pensó regresando sobre sus pasos. «¿Y si mejor me alejo? Es lo mejor para todos». Pasó otros tensos segundos frente a la puerta, intentando resolver su dilema. «Solo entrá». Tomó aire profundamente, abrió la puerta con decisión y entró.

—Hola —saludó tras ser recibido por Padme.

—¡Hola! —dijo la chica desde la sala.

—¿Cómo vas con el retrato? —preguntó, aproximándose para saludarla de beso.

—Lo normal —respondió, esbozando una sonrisa antes de volver a tomar asiento.

—Qué bueno.

Daniel se quedó mirándola fijamente. Sentía que debía decir algo más, o por lo menos moverse, pero estaba muy embobado y nervioso para inmutarse. Victoria se sintió, hasta cierto punto, intimidada e intrigada por la hermosa mirada de su amor platónico sobre ella, por lo que reunió todo su coraje para voltearlo a ver.

—¿Qué pasa? —cuestionó.

El chico desvió la mirada y tomó asiento sobre uno de los sillones.

—No, nada —contestó, sacando la computadora de su mochila para evadir todo contacto visual.

—Bueno —dijo Victoria, esbozando una sonrisa antes de regresar al trabajo.

—¿Qué tal con Mike? —se atrevió a preguntar.

—Pues... bien.

—Me... alegro por ustedes —aseguró entre dientes y atreviéndose a mirarla de nuevo.

La chica detuvo abruptamente la pincelada que iba a dar y redirigió su mirada hacia él.

—Es... Em... —pronunció el chico—. A Miguel se le ve mejor desde que estás con él y... me alegro por eso, en verdad —mintió con media sonrisa forzada en el rostro.

Esas palabras le sentaron a Victoria peor que limón sobre la herida, pero le dedicó una sonrisa.

—Gracias —dijo casi en un susurro.

Victoria no comprendía el por qué o de dónde venían dichos comentarios, pero les restó importancia. Sin embargo, si de por sí la situación de la chica con Miguel no era tan favorable, definitivamente las declaraciones de Daniel la habían convencido de renunciar a sus sentimientos e ilusiones. Victoria se sentía en deuda con los Köhler, especialmente con Miguel, no solo por lo material, sino también por los lazos sentimentales que habían formado. Herir a su amigo, aparte de traerle un sinsabor bastante grande a cada uno, significaba romper con la relación que tenía con esa familia de por vida. Prefería mantener su afecto oculto con tal de conservar la amistad de ambos chicos.

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