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Capítulo 8: Cuéntamelo

Axel abrió la puerta de su casa y, sin mirar quien era, se volvió hacia el sofá.

–¿Cómo estás, tío? –Le preguntó Mikel mientras lo seguía.

–Pues echo una mierda... ¿Cómo voy a estar? –le dijo mientras se sentaba haciendo un gesto de dolor.

–¿Te has tomado algo?

–Aún no... –le contestó apagando el televisor donde hablaban del extraño fenómeno climatológico del día anterior.

–Bueno, por suerte para ti... tienes un amigo que vale oro– dijo mostrándole una bolsa de la farmacia. Axel lo miró y después hizo un gesto de extrañeza.

–¿Cómo sabes lo que me han mandado?

–Receta electrónica– contestó sonriente.

–¿Y cómo has hecho para que te den a ti mi receta? –protestó.

–No infravalores mis dotes de don Juan, tengo a la de la farmacia enamoradita, jajaja. –Contestó riendo mientras cogía un par de cervezas de la nevera.

–¿Enamoradita? Si esa mujer tendrá como ochenta años...– le replicó sonriéndole.

–Son las mejores, creo que me casaré con ella– añadió, mientras le daba uno de los botellines y dejaba la bolsa en la mesa frente a él.

–Eres de lo que no ahí...– murmuró, para acto seguido darle un buen sorbo a su cerveza.

Se quedaron en silencio unos minutos hasta que Mikel volvió a hablar.

–¿Dónde está?

–¿Quién?

–Helena, ¿quién va a ser?

Axel lo miró y alzó una ceja.

–¿No es demasiado joven para tus gustos? –le preguntó con sarcasmo.

Mikel se recostó en la butaca y lo miró con picardía.

–Bueno, puedo hacer una excepción.

–Te recomiendo que no te acerques a ella... solo trae problemas...– le advirtió en voz baja.

–¿Se puede saber que te ha pasado con esa chica? –preguntó molesto ya que era la primera vez que le veía comportarse así con alguien y menos con una mujer.

–Cosas del pasado... mejor no remover la mierda– zanjó dando otro trago.

Mikel suspiró.

–Axel, sé que hay cosas de tu pasado de las que no quieres hablar, y lo respeto... pero es que no te entiendo. No puedo comprender que te pudo hacer una niña para que le guardes tanto rencor años después...

Axel se levantó del sofá y fue hasta una repisa, miró la foto de su abuelo y después volvió a observar a Mikel.

–Eso es algo de lo que no quiero hablar... nunca más.

...

Lena abrió la puerta de su casa y se sorprendió al ver quien había detrás. Observó su rostro y dio un paso atrás.

–¿Papá? ¿Qué haces aquí? –le preguntó asustada.

Él entró en la casa y cerró la puerta, mirándola con los ojos entre cerrados.

–¿Eres consciente del susto que me has dado?

Lena le sostuvo la mirada unos segundos y después la apartó.

–Iba a llamarte en este mismo instante, pero... perdí mi móvil y...

–¡Ya lo sé!¡Lo sé todo!¡Enrique me llamó!

Ella dio varios pasos hacia atrás sorprendida por sus gritos, pues jamás le había alzado la voz de esa manera.

–Papá... fue un accidente...

–¡No!¡Me prometiste que no irías a esa isla y es lo primero que has hecho!

–¡No me quedó más remedio!

–Recoge tus cosas, nos vamos en este momento.

–No– se negó en voz baja.

–¿Cómo qué no?

–He venido con un propósito y no me marcharé hasta que lo haya hecho.

–¿Qué es, Lena? ¿Qué es ese gran propósito del que nunca me has hablado pero que ha ocupado toda tu vida desde ese maldito día?¡Dímelo de una vez!

Lena lo miró angustiada, sabía que no podía contárselo lo supo desde el principio, ni a él ni a nadie.

–Te lo diré cuando recabe las pruebas que necesito...–musitó nerviosa.

–Nos vamos.

–No, papá, yo me quedo...–él la miró irritado pero ella no iba a ceder esta vez. –¡Soy mayor de edad!¡Jamás te he dado un solo problema en todos estos años!¡No he salido de casa nada más que para ir a estudiar o trabajar!... pero... esto es algo que debo de hacer.

Su padre cambió en ese momento el semblante y la miró angustiado.

–¿Y tiene que ser justamente esto?... ya creí que te perdía una vez y ahora...

A Lena se le pasó el enfado en ese mismo momento y se acercó a él para abrazarlo.

–Lo siento... esto es más importante que tú o que yo... debo hacerlo.

Cuando su padre se marchó, Lena sintió que lo estaba decepcionando y ese sentimiento se le agarró a la garganta formándole un nudo que apenas la dejaba respirar.

...

Necesitó una noche de descanso para volver a recuperar energías. Tras la partida de su padre el día anterior, limpió la casa y sacó sus pertenencias del coche; ya se podía decir que estaba instalada y, pese a sus pesadillas, se encontraba de buen humor.

No había tenido valor de volver a abrir la mochila en la que guardaba aquella extraña flor. Cada vez que había sentido el impulso de mirarla, algo en su interior la había hecho detenerse.

Salió a la calle y miró frente a ella la bahía, que presentaba un aspecto hermoso y pacífico al amanecer. Caminó hasta que llegó a la arena y se quitó las sandalias para poner sus pies encima. La arena aún estaba fresca de la noche y eso le gustó.

–¿Te vas a dar un baño?

Escuchó una voz a sus espaldas y se giró. Vio que era Mikel que caminaba en su dirección. No llevaba su uniforme de trabajo, en cambio, presentaba un aspecto más juvenil con una camiseta blanca y jeans azules. A ella le pareció que era otra persona al verlo.

–No... no me voy a bañar. Buenos días –le respondió sonriente.

Él se posicionó a su lado y ella lo miró de reojo. Estaba más guapo de lo que recordaba.

–Ayer fui a ver a Axel...

–¿Cómo se encuentra?

–Hecho una mierda...–le contestó con un suspiro y después le sonrió con amargura. –Pero no es solo por las costillas –añadió.

Lena apartó la mirada y volvió la vista al mar. Mikel esperó que ella le dijera lo que Axel no le contaba, pero eso no pasó y se cansó de esperar. Iba a volver a hablar cuando ella le interrumpió.

–¿Por qué aquel hombre le dijo esas cosas?

–¿Quién? ¿Enrique?

–Sí... ¿a qué se refería?

El chico miró al cielo y apretó los párpados. Sabía que no era correcto contarle algo así a espaldas de su amigo, pero estaba muy preocupado por él y ya no sabía cómo ayudarlo. Así que hizo de tripas corazón y se lo dijo.

–Cuando Axel era pequeño, comenzó a fantasear mucho... tanto, que empezó a ser peligroso para él.

–¿Peligroso? –preguntó ella preocupada.

–Sí... estuvo a punto de ahogarse varias veces–. Afirmó mirando hacia otro lado. –Su abuelo, que era quien lo estaba criando, no supo qué hacer con él y lo llevó a un centro...

Lena sintió que el corazón se le detenía y sujetó el brazo de Mikel que la miró inquieto.

–¿Qué tipo de centro...? –preguntó asustada.

–Un sanatorio mental...–respondió con un suspiro.

Ella lo seguía mirando con gesto de incomprensión.

–Creían que quería quitarse la vida por lo que le había pasado a sus padres... bueno, estuvo allí mucho tiempo... años...

–No puede ser...–murmuró con la vista perdida, sintiendo que el nudo de su garganta se hacía cada vez más grande.

–Regresó cuando tenía unos dieciséis... la gente de aquí lo sabe, es inevitable... este lugar es tan pequeño.

–Dios mío...–farfulló aún en shock.

–Pero él no se ha quejado nunca por ello. Ha luchado por cada cosa que tiene y por el respeto de las personas de aquí. Ya nadie lo mira como lo hacían cuando llegó... es una persona totalmente distinta–. Añadió, sabiendo lo duro que había luchado por llegar hasta donde estaba.

–¿Totalmente distinto? –murmuró ella, sumida en sus pensamientos.

–¿Helena?

–Dime...

–Por favor, cuéntame qué os paso. No le puedo ayudar si no lo sé.

Ella alzó de nuevo la vista y miró los suplicantes ojos del chico.

–No puedo...

–¿Por qué no?

–¡Por qué parecerá que estoy loca!¡Como le pasó a él! –exclamó asustada, mientras se llevaba las manos a la boca. –Por eso me odia... cree que es culpa mía...–tras decir esto, miró en dirección a la isla, oculta tras el horizonte. –Quizás tiene razón... es posible que todo sea culpa mía–. Añadió con amargura.

...

La conversación no había resultado como Mikel esperaba, pero no veía que presionarla más fuera a llevar a ningún sitio. Caminaron despacio hasta la puerta de la casa de Lena y se detuvieron allí, mirándose inquietos sin saber que más decirse.

–Bueno, yo aún tengo muchas cosas que hacer... así que...–Comenzó a despedirse incomoda.

–Espera un momento, Helena–. La interrumpió él mientras se echaba una mano al bolsillo. Sacó entonces un móvil algo gastado y se lo ofreció. –Sé que perdiste el tuyo en el naufragio y yo tenía este por casa... no es bueno que estés incomunicada...–comenzó a titubear, notando la mirada de ella. –Puedes pedir una copia de tu tarjeta en el estanco, ese sitio hace de todo en este pueblo...

Lena cogió el teléfono y lo miró agradecida.

–¿Por qué eres tan bueno conmigo? –le preguntó confusa, pero vio que él se sonrojaba ligeramente.

–Jajaja, no es por nada en particular, ya sabes, los amigos de mis amigos...–comenzó a decir notando lo estúpido que sonaba.

–Muchas gracias, en cuanto pueda comprar uno nuevo te lo devolveré...–dijo ella sintiéndose nerviosa repentinamente.

–¡No te preocupes por eso! Es una antigualla que ya no utilizo, puedes tirarlo al reciclaje cuando ya no lo necesites.

–¡Por cierto! –dijo ella repentinamente, deseosa de acabar con la incómoda situación. –Aún tengo tu mochila, espera, te la devolveré– añadió entrando en la casa.

Se acercó a la silla donde la había dejado, pero cuando iba a abrirla para sacar lo que había en su interior se volvió a detener. No se veía capaz de hacerlo. Volvió a salir y vio que él seguía esperándola con las manos apoyadas en su nuca.

–Perdona... ¿te la puedo dar más tarde...? –murmuró avergonzada.

–Sí, claro, no hay problema...–contestó contrariado, observando lo tensa que se había puesto. –¿Pasa algo?

–No, no... nada...

–Te he dejado mi numero apuntado detrás del movil... si necesitas algo... llámame, ¿vale?

Ella giró el teléfono y vio que estaba escrito el número con rotulador, lo que le hizo gracia.

–Quien lo vea va a pensar que no me sé mi propio número, jajaja– se rio, haciendo que el chico también sonriese.

–No había pensado en eso, la verdad.

–Muchas gracias, Mikel, te tengo que devolver más de un favor– le dijo preocupada.

–Nada, nada, no me tienes que devolver nada, Helena.

–Llámame Lena– le dijo ella sorprendiéndole. –Así es como me llaman mis amigos– añadió avergonzada.

–De acuerdo, Lena– aceptó, pero eso le hizo recordar cómo Axel la llamaba y se sintió incómodo al instante. –Bueno, me voy, llámame ¿vale?

–Sí, lo haré, gracias.

Lena entró en la casa y volvió a mirar el número de Mikel, lo que la hizo volver a sonreír. Sin embargo, poco le duró la alegría, lo que le acababa de contar sobre Axel la había dejado muy impactada y rápidamente sintió la necesidad de hacer una llamada. Salió de nuevo a la calle y fue directamente a hacer una réplica de su tarjeta.

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