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Capítulo 5: Lo quieras o no

Cuando Axel volvió, se percató de que no estaban allí y el corazón le dio un vuelco.

–¿Dónde está Mikel y la chica? –le preguntó enfadado al compañero que quedaba allí.

–Se han ido, me dijeron que volverían enseguida...– le dijo, preocupado por su tono de voz.

–Esa niñata... lo ha liado con sus locuras, ¡maldita sea! –bramó furioso. –¿Por dónde se fueron?

–Po-por allí...– dijo señalando la montaña.

–Joder...– bufó, sintiendo un punzante dolor en las sienes. Luego apretó los puños y comenzó a caminar en esa dirección. –Quedaos aquí, hemos podido pedir ayuda. Iré a por ellos, –dijo molesto y después comentó entre dientes –¿por qué tuvo que volver?... solo sabe dar problemas...

Se adentró de nuevo en la isla mientras se echaba una mano al bolsillo, sacaba una cajita de pastillas y se tomaba una de ellas. Sabía dónde estaban, pero no quería ni pensar en ello, pues su dolor de cabeza iría a más.

...

–Increíble...– murmuró Mikel mientras se levantaba y sacudía la tierra de sus manos. –Esto es increíble...– volvió a decir mirando en todas direcciones.

Lena estaba frente a él, pero no le prestaba atención, estaba demasiado ocupada cogiendo muestras de las plantas del lugar.

Se habían tenido que arrastrar durante muchos metros, tras entrar por una estrecha grieta de la montaña que estaba totalmente oculta por enredaderas. A Mikel aquello le había comenzado a parecer mala idea tras recorrer, casi tumbado, unos metros por el angosto túnel de piedra. Sin embargo, ahora estaba gratamente sorprendido.

El túnel desembocaba en una inmensa cueva de la que no tenía conocimiento. Frente a él, podía ver que la cripta se alzaba más de cinco metros de altura dejando entrar la luz por un amplio agujero en su cima. Exóticas plantas cubrían todas las paredes cayendo en cascadas de grandes flores color violeta hasta el suelo y una pequeña catarata brotaba entre ellas, llenando el espacio de una intensa humedad.

–¿Qué es este lugar? –le preguntó absorto.

Ella se giró al fin mientras guardaba una de esas flores en la mochila que Mikel le había prestado.

–Un paraíso... ya te lo dije–. Concluyó orgullosa.

–Pero... ¡¿Cómo es posible que no supiera de su existencia?! –exclamó ojiplático, haciendo con su voz que algo se moviera entre las flores, lo cual lo puso en alerta. –¿Qué ha sido eso? –preguntó preocupado mientras se acercaba a Lena y la tomaba del brazo.

–Seguramente algún lagarto... debe de haber bastantes animales por aquí– dijo ella, sin mucha convicción.

Pero a Mikel, aquel lugar que parecía paradisiaco, le estaba empezando a dar escalofríos.

–Será mejor que nos vayamos...– le dijo tirando ligeramente de ella. –Axel ya debe de haber vuelto...– añadió, buscando una excusa para salir de allí.

Lena le miró comprendiendo su malestar, ella también lo había experimentado la primera vez que estuvo allí, pero necesitaba coger una muestra más antes de marcharse.

–Sí... solo déjame que coja una cosa más y nos iremos.

Él la miró inquieto. Pero Lena obvió esto y comenzó a adentrarse entre las flores, seguida de cerca por Mikel, que a cada paso que daba, se iba sintiendo peor.

–Venga, cógelo y vayámonos... esto me da mal rollo...– la apremió mirando en todas direcciones.

Lena observó a su alrededor buscando lo que tanto ansiaba, pero no lograba encontrarlo. Caminó en círculos moviendo las plantas mientras Mikel la seguía sin hacer ruido.

–¡Aquí está! –exclamó eufórica al mover una de las violáceas flores.

Mikel se asomó a ver lo que era y sintió de nuevo un escalofrío.

–Cógela de una vez y salgamos– dijo molesto por la incomodidad que sentía.

A Lena le costó un poco arrancar la planta y, cuando al fin lo hizo, la cueva comenzó a temblar.

–¡Corre! –le gritó Mikel tirando de ella con fuerza, lo que hizo que se le cayese la flor de la mano. Ella se soltó para volver a recogerla y él la miró con terror. –¡Se va a derrumbar!

–¡Tengo que llevármela!

–¡Era verdad que estás loca! – exclamó sorprendido y volvió a agarrarla con más fuerza para arrastrarla hasta la salida. –¡Entra! –le ordenó, molesto por la reticencia que ella mostraba.

Lena suspiró abatida sabiendo no volvería a tener esa oportunidad y se adentró en la gruta. Comenzó a arrastrase mientras todo temblaba a su alrededor y pequeñas piedrecitas se desprenderían golpeándola. Alzó la vista y vio la luz del final del túnel, sintiendo un alivio instantáneo. Sin embargo, una piedra rodó aprisionando su pierna.

–¡Helena!¡Sigue! –le gritó Mikel.

–No puedo... ¡Me he atascado!

Estaba desesperada y las piedras no dejaban de caer a su alrededor, cubriéndola. El pensamiento de que iban a morir aplastados, la paralizó.

–¡Lo siento! –le gritó con amargura.

–¡No lo sientas y continúa! –le escuchó decir mientras notaba que estaba tratando de liberarle la pierna. Ella trató de nuevo de arrastrarse, pero las piedras le caían por todas partes cegándola. Estiró su mano tratando de encontrar algo a lo que sujetarse para poderse arrastrar y, fue entonces, cuando una mano agarró con fuerza la suya, tirando de ella hasta el exterior.

Cuando finalmente estuvo fuera, respiró profundamente y se dio la vuelta buscando a Mikel, que también salía ayudado por Axel del interior de la cueva. Suspiró aliviada y se dejó caer en el suelo.
Axel la miró entonces con los ojos inyectados en sangre.

–¡¡¡¿Cómo se te ocurre?!!! –le preguntó fuera de sí.

Pero ella estaba paralizada por el miedo y no lograba articular palabra.

Mikel le puso a Axel una mano en el hombro.

–Es culpa mía...– le dijo.

–¡De eso nada! ¡Son sus desvaríos! ¡Es capaz de engañar a cualquiera!

Lena sintió el odio en sus palabras y ya no se pudo contener más. Se levantó del suelo y lo miró con fiereza.

–¡Para ya!¡¿Qué te he hecho yo a ti para que me trates así?! –le gritó enfadada.

Axel la miró sorprendido y después cerró los ojos llevándose las manos a la frente y haciendo un gesto de dolor.

–Vayamos a la playa... deben estar a punto de llegar a por nosotros...– murmuró sin fuerzas mientras comenzaba a caminar.

Mikel miró a Lena que se esforzaba por contener las lágrimas.

–Lo siento...– le dijo ella casi sin voz.

Él la observó unos segundos y suspiró, para después sonreírle.

–Tranquila, tú no me engañaste... realmente me enseñaste un paraíso– dijo tratando de sonar alegre, aunque aún le temblaban las piernas por la experiencia vivida. –Venga, salgamos de esta isla.

Echó su brazo por los hombros de Lena y la acompaño, mientras ella seguía con la mirada perdida. Pero pocos metros más adelante, se detuvo y volvió su vista hacia la montaña.

–¿Qué ocurre? –le preguntó él.

–La montaña... ya no está temblando. No puedo notar nada desde que salimos...

Él observo también la tranquilidad del ambiente y se sobrecogió.

–Este sitio... ahora entiendo porque Axel nunca ha querido venir aquí...– murmuró.

...

Cuando llegaron a la playa, el equipo de salvamento ya había desencallado el barco y les estaban esperando. Lena subió al enorme remolcador y allí le dieron ropa limpia y un lugar para que descansase mientras volvían a la Bahía.

Ella se cambió y se sentó en una de las sillas, mientras miraba por la escotilla como esa isla se iba haciendo más pequeña conforme se alejaban. Tocó la mochila que le había dejado Mikel y después la abrió. Creyó entonces que estaba en un sueño y frotó sus ojos antes de volver a observar el interior.

–No es posible...–murmuró mientras la puerta del camarote se abría.

Ella alzó la vista y lo miró. Estaba enfadado, se le notaba, aunque Lena solo había podido verle ese gesto desde que se volvieron a encontrar. El verde de sus ojos estaba ahora enmarcado por la rojez de su cristalino que hacia juego con su pelo; dándole un mayor dramatismo a su irritación.

Él le sostuvo la mirada unos segundos y después se acercó, sentándose en una silla frente a ella.

–¿Por qué has vuelto? –le preguntó tras un agonizante silencio.

–¿No puedo?

–¿Por qué, Lena?

Ella le volvió a mirar y observó la tristeza que ocultaba tras su aparente enfado.

–He vuelto para investigarlo... como te prometí– le dijo ella en voz baja.

Él se removió en la silla y agachó la mirada.

–No sé de qué me estás hablando.

Lena se levantó y le miró sorprendida.

–¡De ellos!¡Te prometí que algún día volvería para investigarlos! –exclamó, sintiendo que su corazón se aceleraba. Axel ahora la miraba con rostro serio. –N-no me digas que no lo recuerdas...–balbuceó desilusionada.

–Mira, no sé de qué me estás hablando y no tengo ganas de oír tus desvaríos otra vez...–dijo con voz cansada, mientras desviaba la vista hacia la ventana. –Pero te recomiendo que vuelvas a tu casa.

Dicho esto, se levantó y se dispuso a marcharse. Sin embargo, ella lo sujetó del brazo para evitárselo. Él se giró con el ceño fruncido, mientras la poca paciencia que le quedaba se le agotaba del todo y el dolor de su cabeza iba a más.

–Es completamente imposible que lo hayas olvidado, Axel, totalmente imposible –le dijo con firmeza volviendo a soltar su brazo.

–Estás loca, Lena... esperaba que, con los años, esa imaginación que tienes se hubiera relajado. Pero ya veo que estás peor que nunca. –Le reprochó molesto. Después cerró los ojos y tomó aire para calmarse. –Escúchame, ya no soy un niño y no puedes engañarme... pero no consentiré que pongas a más gente en peligro, ¿me oyes?

–Axel... ¿de qué hablas? ¿Imaginación dices?... –comenzó a preguntarle angustiada, mientras daba un paso atrás. –Aquello pasó, nos ocurrió a los dos ¡No me mientas!¡Tienes que acordarte!

–Solo recuerdo una niña bastante repelente que me llenó la cabeza de fantasías e hizo de mi vida un infierno ¡Eso es lo que recuerdo!

–Fantasías, ¿eh? –murmuró ella. Luego se abrió la camisa y le mostró el lado izquierdo de su cuello. –¡¿Esto también es mentira?!

Axel miró las tres pequeñas y paralelas cicatrices, y contuvo el aire un segundo. Su cabeza le dolía cada vez más, pues los analgésicos ya no le estaban haciendo ningún efecto, así que apartó la vista.

–Tienes una cicatriz... ¿Qué me quieres decir con todo esto? –preguntó, tratando de sonar lo más indiferente posible.

Lena sintió que la sangre le hervía. Podía soportar que Axel se hubiera convertido en un auténtico cretino, pero no aguantaba que la llamase mentirosa. Sin poder contener el impulso, se abalanzó sobre él que la miró sorprendido y, poniéndose de puntillas, logró llegar a su cuello. Tiró rápidamente de su uniforme y le dejó la piel al descubierto.

–Pero... ¿qué has hecho...? –le preguntó consternada al descubrir el tatuaje que le tapaba toda esa zona.
Axel suspiró abatido.

–¿Qué pasa? ¿es que no te gusta el arte corporal? –le preguntó con sarcasmo. –Y, bueno, si estás buscando algo conmigo, no te diré que no...pero llévame a cenar primero –añadió con una sonrisa burlona.

Lena salió en ese momento de su asombro, percatándose de que estaba literalmente sobre él, agarrada a su cuello y en una posición nada apropiada. Lo soltó rápidamente y dio varios pasos hacia atrás, mirándolo consternada.

–¿Cómo has podido taparlo...? –Volvió a preguntarle mientras se llevaba las manos a la boca. Él ya no la miraba, se había quedado apoyado contra la pared y ahora observaba el suelo. Lena recuperó entonces la compostura. –Da igual.

–¿A qué te refieres? –le preguntó él alzando la vista.

–Da igual que lo tapes, sigue estando ahí– zanjó con seguridad. Después fue hasta la mochila y sacó algo de ella, dándose la vuelta para mostrárselo. –Pero esto no lo puedes tapar ni ocultar, Axel–. Sentenció, mostrándole la flor que había dejado caer al huir de la cueva, pero que había aparecido en su bolsa.

La imagen de esa carnosa flor negra hizo que Axel sintiera náuseas y la mirase con los ojos muy abiertos, sorprendido por la evidencia de la prueba. Ella le sonrió, pues parecía que había vuelto a encontrar a ese niño pelirrojo que estaba fingiendo ser un adulto.

–Estamos juntos en esto, lo quieras o no.

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