Capítulo 48: Unas manos
Corrió a oscuras por entre la espesa maleza, tratando de pensar en algo, pero le era imposible dar con una idea, con una solución a toda aquella pesadilla. Axel era rápido, aunque de vez en cuando se detenía sujetándose el brazo, tratando de recuperar la consciencia que perdía inmediatamente después para seguir con su carrera.
Lena estaba agotada, pero por suerte le llevaba una buena ventaja, así que se apoyó en el tronco de un gran árbol tratando de recuperar el aliento, pues se veía incapaz de dar un solo paso más. Tomó aire varias veces y miró a su alrededor. No sabía dónde se encontraba, ni en qué dirección estaba la playa y suspiró agobiada.
Debía encontrar alguna referencia antes de que él diera con ella. Esperaba que en la playa hubiera algún barco, lograr subirlo y llevarlo al mar, donde trataría de llamar a la dickinsonia.
Sí, ese plan era una auténtica locura y ella lo sabía, pero estaba desesperada.
En ese momento, el suelo volvió a crujir acompañado de un estruendoso sonido procedente del interior de la montaña que la hizo caer al suelo mientras se cubría los oídos. Cuando el fuerte ruido fue cesando, miró en la dirección de la que provenía y pudo dilucidar el contorno de la montaña.
Sabiendo que ese monte estaba en el centro de la isla, dedujo que si se alejaba de él en cualquier dirección llegaría hasta el mar. Aunque también sabía que difícilmente encontraría el puerto natural que ella conocía.
Sin embargo, no tenía más tiempo para pensar, debía volver a correr, así que se levantó y comenzó a hacerlo, pero poco le duró la carrera. Algo sujetó su pelo con fuerza y la hizo caer al suelo. Cerró los ojos instintivamente y, cuando los volvió a abrir, vio su cara, una que le resultó horripilante, tanto que la hizo gritar como no lo había hecho jamás.
...
Clara y Raúl estaban ya de vuelta hacia el barco cuando aquel policía recupero sus sentidos. Los miró con gesto de terror y quiso correr, aunque Raúl no se lo permitió.
–¿A dónde te crees que vas? –le preguntó con rencor mientras sujetaba con tanta fuerza su hombro que le hizo gruñir de dolor.
–Raúl, déjalo –le pidió Clara mientras continuaba cojeando en dirección hacia el barco.
Él resopló y levantó al hombre del suelo con brusquedad.
–Camina– le ordenó con voz severa y luego le dijo en un susurro. –Dame solo una puñetera razón y te pego un tiro, cabronazo.
Estaba haciendo todo aquello porque se lo había pedido ella, pero no dejaba de rememorar cómo este tipo le había disparado justo en sus narices; sin reparos, sin dar tiempo para nada más y eso le hacía arder la sangre.
El policía dejó de intentar huir. Desde que había recobrado la consciencia, había tenido flashes y cortos recuerdos sobre las cosas que le habían obligado a hacer. Alzó la vista y miró a la mujer que caminaba frente a ellos sujetándose a los arboles mientras cojeaba.
–L-lo siento... –balbuceó y Clara se giró a observarlo, tras lo que se acercó a él.
–¿Por qué me disparaste? –le preguntó en tono serio.
–Yo... no quería hacerlo, no sé cómo explicarlo...–comenzó a decir y después sintió un pinchazo en su nuca que le hizo gritar.
Clara miró a Raúl con preocupación.
–Vámonos rápidamente de aquí, no quiero acabar como este tío...– dijo en un suspiro.
...
Las oscuras manos que sujetaban su cabeza le horrorizaron. Sintió con asco, como se transformaban en un espeso líquido que se fue deslizando por su pelo hasta llegar a su frente.
Era una sensación nauseabunda, sin embargo, no fue capaz de mover ni un musculo para zafarse de ellas, pues no podía apartar la vista de esos ojos amarillos que la observaban con intensidad. Aquel era el extraño ser que había visto en el interior de la cueva, el mismo que trataba de llamar el doctor Feinch.
Abrió su boca para gritar, pero nada salió de ella, ni un sonido, ni tan siquiera logró expulsar aire. El oscuro líquido continuó extendiéndose por su cabeza hasta tapar sus ojos. Ya no veía nada, no escuchaba nada, estaba segura de que iba a morir.
Recordó a Axel y la promesa que le había hecho a su abuelo, sintiendo un fuerte pinchazo en su estómago. Ya no podría ayudarlo, no podía ni ayudarse a sí misma. La oscuridad en la que se veía sumida no era lo único que la inquietaba y supuso que había perdido la consciencia pues ni tan siquiera podía sentir su propio cuerpo.
¿Había muerto? No estaba segura, pero era una posibilidad muy real. Sin embargo, cuando ya estaba por aceptar su destino, comenzó a tener recuerdos, unos que no le pertenecían.
...
El doctor Feinch había logrado escapar de la cueva, aunque se encontraba seriamente herido. Sujetando su abdomen, se fue moviendo torpemente por entre los matorrales. Quería encontrarla, era su único pensamiento; pero más que querer, necesitaba hacerlo.
Escuchó el gritó ahogado de una mujer y se apresuró a ir en esa dirección. El sudor se le metía en los ojos irritándolos y la pesada tos que le acompañaba desde que inhaló aquel humo, le hacía rabiar de dolor al comprimir sus costillas.
Pero todo eso era secundario para él, solo pensaba en encontrarla, que lo perdonase y fundieran sus destinos.
Cuando llegó hasta el lugar del que provenía el grito, sintió que el alma se le hacía añicos. Sé quedó mirándola desconcertado, pero ese desconcierto se transformó en ira con rapidez.
–¡¿Co-cómo puedes hacerme esto?! –bramó fuera de sí y se acercó aún más a ella, que lo ignoraba completamente. –¡Me lo prometiste!¡Dijiste que me llevarías contigo! –volvió a gritar a pleno pulmón y al fin se giró a mirarlo.
Abrió su pequeña boca forzándola hasta que se transformó en una más grande de la que emergieron unos afilados colmillos blancos que contrastaban con la negrura del aquel ser.
–¡Hazlo!¡devórame! –le imploró cayendo de rodillas frente a la criatura. –¡Ella no es digna de ti!
Lena se removía espasmódicamente bajo las garras del horrendo ser, ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, luchando por poder respirar.
En ese momento, Axel apareció, había recobrado un poco el sentido, pero aquel humo negro que empezaba a emanar de la montaña, apenas lo dejaba ver nada a su paso. Por suerte, los agónicos gritos de Feinch le habían indicado el camino.
Vio aquella escena y rápidamente cogió una gruesa rama del suelo, corriendo con ella hacia el monstruo que tenía a Lena sujeta. Golpeó su gelatinoso cuerpo y sintió que era más duro de lo que parecía.
El ser se apartó de Lena bruscamente debido al golpe y Axel aprovechó para agarrarla del brazo y subirla a su hombro. Se giró velozmente usando la rama como amenaza, pero vio que aquella criatura se estaba retorciendo junto a un tronco.
Feinch gritó estruendosamente mientras corría desesperado y ponía sus temblorosas manos sobre el fangoso y negro cuerpo del monstruo. Estaba preocupado, más que eso, estaba literalmente desesperado. Alzó entonces la vista y miró a Axel con rencor.
–¡Fuera de aquí! –gritó con ira.
Axel no lo pensó más y comenzó a correr. Pero mientras lo hacía, un fuerte sonido que provenía de la montaña lo hizo tropezar. El suelo comenzó entonces a temblar con violencia y él se giró a mirar la montaña, abriendo mucho sus ojos, desorbitados por lo que estaba contemplando.
Unas brillantes piedras de fuego eran escupidas con fuerza mientras un enorme cráter se formaba en su cima. La lava no tardó en aparecer y descender suavemente por el borde, arrasando con toda la vegetación a su paso.
Axel sintió entonces que la herida de su brazo dejaba lentamente de latir y tuvo algo de alivio. También cesó el murmullo en su cabeza y, con renovadas energías, se volvió a poner en pie.
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