Capítulo 36: Peculiaridades
–Me llamo Serafín.
–Y-yo Axel...
–¡Ya lo sé, hombre! –dijo en tono jocoso mientras obviaba la mano que le estaba tendiendo el muchacho y se apresuraba a darle un abrazo con golpecitos en la espalda.
–Venga, sentémonos– les dijo volviendo hacia el sofá y sentándose en el centro de éste.
Ellos se miraron inquietos y fueron cada uno hacia una de las butacas. Parecía que su padre había buscado la manera de que no se sentasen juntos o eso le pareció a Lena.
Serafín miró a Axel un buen rato y después suspiró.
–Te pareces tanto... es como si lo volviera a ver –dijo en un suspiro y después desvió la vista a su hija. –Vaya susto me has dado, ¿te parecerá bonito?
–Lo siento– dijo arrepentida.
–Bueno, lo hecho, hecho está...– resopló. –Ahora hablemos de cosas más serias –añadió pasando su vista de uno al otro. –¿Qué le ha pasado a vuestro amigo?
–¿Cómo te has enterado? –preguntó sorprendida.
–¿Eso qué más da?
Lena meditó un segundo, tenía que contarle la verdad, pero sabía que eso haría que se preocupase aún más por ella y no quería hacerlo sufrir.
–Hija, deja ya de pensar en una mentira y dime lo que ha pasado... o te vienes inmediatamente conmigo de vuelta a casa– le advirtió con tono serio.
–Vale –aceptó rendida.
Y, mientras ella le narraba a su padre lo que les había ocurrido el día anterior, Axel pudo comprobar la complicidad entre ellos. Él la escuchaba con preocupación pero también interés, mientras que ella trataba de suavizar el relato, sin llegar a mentirle en ningún momento.
Presenciar aquello, lo hizo darse cuenta de lo solo que estaba y, el recuerdo de su abuelo pescando junto a él, le hizo sentir un pinchazo en el estómago.
–Me quedo– dijo Serafín poniéndose en pie, lo que trajo de vuelta a Axel de sus dolorosos pensamientos.
–¿Cómo?... Pero... ¿y mamá? –balbuceó Lena preocupada.
–Tendré que contárselo.
–¡No, papá!¡No le digas nada de esto!¡No le cuentes que estoy aquí!
–No puedo seguir mintiéndole, hija... Tu madre no es tonta, empieza a darse cuenta de que algo raro pasa.
–Da-dame solo una semana más... por favor.
La mirada suplicante de su hija hizo que el corazón se le ablandase. Nunca le había pedido nada, desde pequeña, siempre había sido extremadamente obediente, tanto, que preocupaba a sus padres. Por ese motivo, se sentía incapaz de negarle nada.
–Ni un día más, Lena... ni uno– la advirtió con tono amenazante pero ella lo abrazó, borrando su rígida pose. –Y no te pongas en peligro, por favor.
Esta última frase se la dijo a Lena, pero a quien miraba mientras hablaba era a Axel.
...
Su padre se marchó tras advertirle a Lena sobre traer hombres a casa y ella lo escuchó completamente abochornada.
–¿Estás bien? –le preguntó a Axel, que les había dejado solos mientras se despedían y estaba mirando la playa desde el paseo.
–Tu padre es...– comenzó a decir él sin encontrar las palabras.
–Un poco peculiar... lo sé– lo interrumpió ella con una sonrisa. –En eso nos parecemos, ¿eh?
Axel se rio levemente.
–Lo has dicho tú, no yo– aclaró quitándose culpa.
–No me importa decirlo, es la verdad– afirmó, percatándose de que Axel apenas la había mirado y parecía perdido en sus pensamientos.
–Venga, dime qué te pasa...– lo instó poniendo la mano sobre su brazo.
Él abrió la boca, pero titubeó. Quería hablarle de lo solo que se sentía y lo preocupado que estaba por Mikel; pero también, sobre lo anoche anterior y los sentimientos que comenzaba a tener por ella. Quería contarle muchas cosas a la vez y le estaba costando elegir por dónde iba a empezar.
Escuchó el suave oleaje, sintió la calidez de la mano de Lena y observó esos ojos castaños que lo miraban con sinceridad. Todo eso hizo que se relajase y se decidiera a ser sincero. Sin embargo, cuando se disponía a hablar, su teléfono sonó, interrumpiéndolo.
Miró el número y se preocupó.
–Perdona, tengo que cogerlo –le dijo inquieto mientras descolgaba. –Dígame... Sí, soy yo...
El gesto que puso en su cara no pasó desapercibido para Lena, tenía miedo. Tras colgar la corta llamada, la miró angustiado.
–Me tengo que ir ahora mismo.
...
–Mi coche sigue en el hospital, déjame allí y vuelve a casa– le dijo con voz monótona.
–No, te llevaré hasta allí– respondió ella con decisión.
–Lena, en serio, la residencia está muy lejos...– suspiró él.
–No me importa, me gusta conducir– respondió con una sonrisa.
Aunque él tratase de convencerla, algo le decía que que no debía dejarlo ir solo. No sabía exactamente en qué situación se encontraba el abuelo de Axel, pues él no había dicho nada sobre ese tema y sabía que no debía preguntar en ese momento.
Al final, y tras varios intentos por convencerla de dar la vuelta, accedió a poner la dirección en el GPS del coche. Tardarían tres horas en llegar y el camino, en completo silencio, se les iba a hacer largo.
–Al menos, déjame conducir a mi...– bufó derrotado, pues ya no se sentía con ganas de seguir discutiendo.
–Claro, a mitad de camino cambiamos– dijo resuelta, aunque internamente estaba decidida a no hacerlo.
Él suspiró y miró por la ventanilla, observando ese paisaje que tantas veces había recorrido. Verlo así, desde el asiento de copiloto, le hacía sentirse extrañamente cómodo. Miró de nuevo a Lena que iba concentrada en la carretera y un sentimiento le encogió el estómago.
Siempre había hecho ese viaje en soledad, una travesía que recorría como un autómata; sin pensar en nada, sin plantearse nunca que pudiera ser de otra manera, y ese pensamiento hizo que los ojos le comenzasen a arder. La llamada que había recibido lo había preocupado, aunque no había sido lo suficientemente explícita sobre lo que estaba ocurriendo.
Quizás querían prepararlo para lo peor, o quizás solo fuera una falsa alarma; pero, la posibilidad de no volverlo a ver, le daba pánico.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro