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Capítulo 31: Misterios marinos

El Volvo negro aparcó junto a su moto y ella exhaló el humo antes de tirar el cigarro al suelo. Tener que hacer esa llamada le había supuesto un esfuerzo excesivo, pero que se apresurase a venir, era aún peor. Se bajó del coche mientras se quitaba las gafas de sol y la miró con una sonrisa triunfal.

–¡Dichosos los ojos! –dijo exultante mientras se acercaba a ella.

Clara lo miró de reojo tratando de parecer desinteresada, sin embargo, no pudo evitar ponerse nerviosa.

–¿Por qué has venido? –le preguntó con desprecio.

Él cambio su sonrisa por un gesto serio.

–Pues por qué me has llamado... y lo que me pedias no lo podía hacer.

–¿En serio? ¿No podías o no querías?

Él bufó hastiado y se acercó aún más haciendo que ella se separase de su moto y diera un paso atrás.

–Vengo a comprobar si es tan grave como decías o...

–¿O son solo locuras mías?

–No puedo activar un dispositivo así por una corazonada, nena, y menos sabiendo que el jefe de policía de la bahía está en contra.

–No me llames "nena", imbécil –espetó enfadada y comenzó a caminar por el muelle seguida por él.

–¿Dónde están los testigos? –le preguntó él con un suspiro.

–Se fueron a hacer la denuncia hace varias horas– respondió cortante.

–¿Y no ha venido nadie más? –dijo sorprendido.

Clara se giró y lo encaró.

–¡Te digo que aquí pasa algo raro! –gritó molesta.

–Vale, vale, te creo. ¿Qué quieres que hagamos?

–No lo sé, joder, por eso te llamé– dijo preocupada mientras se mordía una uña y pensaba. –¿Avisamos a salvamento marítimo? Están en el mar, esa es su jurisdicción... Quizás si los llamas tú, hagan caso...

–Clara...– murmuró advirtiéndola.

–Raúl...–lo imitó ella con una sonrisa de medio lado. Sabía cómo convencerlo y, por mucho que le costase, había llegado demasiado lejos como para dejarlo ahora. –Venga, por los viejos tiempos...–añadió guiñándole un ojo, lo que hizo que él sonriera.

–Eres increíble...– murmuró sacando su móvil del bolsillo. –Ya sabes que haría cualquier cosa por los viejos tiempos– añadió con picardía, mientras se lo llevaba a la oreja.

Lo vio hablar un rato, mientras continuaba mordiendo su uña con nerviosismo. Esos nervios no se debían tanto a la situación en la que se encontraba, como a volver a verlo después de tantos meses.

Sin poder evitarlo, lo repasó de pies a cabeza y, al darse cuenta de lo que hacía, soltó al fin su uña y giró la vista al mar.

Había tratado de olvidarse de ese hombre muchas veces, demasiadas, y, sin embargo, lo había llamado en cuanto había encontrado el pretexto para hacerlo; era desesperante.

El mar estaba en calma y un hermoso atardecer hacía de aquellas unas vistas privilegiadas. No quería un entorno como ese cuando se volvieran a encontrar, eso no era lo que ella había calculado.

Planeaba ir a su despacho con la carta de renuncia en la mano y plantársela delante con un fuerte golpe en la mesa y una sonrisa de satisfacción en el rostro.

Notó que le tocaban el hombro y se giró olvidando sus pensamientos. Miró sus ojos que la observaba con firmeza y sintió una fuerte desazón en su estómago. Esos sentimientos no se irían, lo sabía, cada vez tenía más claro que no podía huir de ellos.

–Espero que no te estés equivocando...–dijo él en voz baja.

–Yo también lo espero– contestó ella.

...

–¿Por qué sigue inconsciente? –le preguntó Lena a Axel, con tono de preocupación.

–No lo sé... debemos llegar cuanto antes a la bahía y llevarlo a un hospital. Pero la tormenta nos ha desviado bastante y el motor del barco no da más de sí, apenas queda gasoil... No sé si lo lograremos...– dijo disgustado.

–¿Has pedido ayuda por radio? –preguntó esperanzada y él la miró con el ceño fruncido.

–¿Por qué siempre me haces ese tipo de preguntas? Claro que he tratado de pedirla, pero, como es ya tradición, no funciona la maldita radio...–bufó enfadado mientras se pasaba la mano por el pelo.

Lena pensó en decirle algo sobre la forma que tenía a veces de hablarle, pero se aguantó, ya que Axel miraba a su amigo con gesto de preocupación. Estaba claro que su mal humor se debía al miedo.

–Tratemos de llegar... o al menos de acercarnos– dijo ella resolutiva mientras iba hacia los mandos.

Axel la miró arrepentido por ser tan antipático, pero todas las cosas que les estaban pasando desde el día que llegó eran inquietantes y en sus adentros tenía la sensación de que Lena era la culpable. Suspiró tratando de espantar esos pensamientos y se acercó a ella.

–Esa cosa que vimos...–comenzó a decir sin mirarla. –¿Qué era?

–No lo sé con certeza... pero por su aspecto...–comenzó a decir tratando de recordarlo. Sin embargo, ese recuerdo comenzaba a estar borroso y eso la angustió. –¿Sabes lo que es una Dickinsonia?

Axel la miró entonces con gesto de incomprensión y negó con la cabeza.

–Es uno de los fósiles más antiguos jamás hallados– continuó diciendo mientras observaba el mar.– Vivieron en los fondos marinos hace más de 550 millones de años... Algunas teorías incluso apuntan a que pudieron salir del agua, pero no hay forma de demostrarlo.

–¿Crees que "eso" era una de ellas? –preguntó sorprendido.

–No lo sé, los fósiles que se han encontrado tenían un tamaño mucho menor, un metro como mucho. Pero ésta era inmensa... Se parece a las recreaciones que he estudiado, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo eran... Ni siquiera se está del todo seguro de a qué familia pertenecía, si eran medusas, gusanos, líquenes o anémonas. Incluso podría tratarse de un tipo hongo; basándose en la manera en la que se compactaron tras su enterramiento...

–¿Enterramiento? –volvió a preguntar Axel, sin comprender a qué se refería.

Lena lo miró inquieta.

–Es la teoría más plausible sobre su extinción... ocurrió antes del Cámbrico y se cree que murieron aplastados por sedimentos...– los ojos de Lena se abrieron de par en par tras decir esto. Soltó el timón y se puso una mano en la barbilla mientras miraba al suelo. –Quizás no todos murieron... es probable que algunos se adaptasen a la vida bajo esos sedimentos... Sus fuertes cuerpos debieron de resistir. Además, si realmente se alimentaban como los hongos, por medio de una red subterránea de hifas, podría ser...

Axel miraba a Lena con inquietud, no entendía la mayor parte de las cosas que ella estaba murmurando, pero lo que estaba creyendo comprender hacía que se le erizase el vello.

–Lena... espera un momento...–le dijo sujetándola de los hombros y haciendo que ella dejase de murmurar y lo mirase con los ojos brillantes. –¿Dices que son hongos?

–No puedo saberlo, pero... es probable. Ella, en particular, es una evolución de esos seres primigenios. Eran mucho menos complejos, los primeros seres pluricelulares, no eran más complejos que una esponja marina... sin embargo, ella puede comunicarse...

–¿Lo has visto hablar? –preguntó con sarcasmo.

–¡Axel!¡No seas básico!¡No hace falta hablar para comunicarse! –exclamó ella y después lo miró con confianza. –Tú también lo notaste, ¿verdad?

A Axel no le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación y sus recuerdos también comenzaban a ser borrosos, así que apartó la vista.

–¡Sabías exactamente qué teníamos que hacer con Mikel! ¿cómo es que lo sabíamos los dos? ¡explícamelo si puedes! –lo retó, molesta por su tozudez.

Él la miró irritado, pero se contuvo de decirle nada más, pues de solo recordarlo, se le ponían los pelos de punta.

–Lo importante ahora es llegar a puerto...–murmuró cambiando de tema lo que hizo que ella bufara enfadada.

–¿Por qué tienes que ser tan escéptico, Axel? ¿Porque ni tan siquiera puedes creer en lo que ven tus ojos? –preguntó en voz baja.

–¡¿Cómo es posible que nadie supiera de la existencia de un animal así?! –exclamó molesto.

Lena le sonrió con gesto de resignación.

–Te diré algo sobre los océanos, Axel. Los humanos sabemos más sobre estrellas que están a años-luz, que sobre los misterios que ocultan nuestros propios fondos marinos.

–Eso es... una exageración...– dijo él mirando hacia otro lado.

–¿De verdad lo crees? Vale, prefería no hacerlo, pero te daré datos...– dijo poniéndose seria. No le gustaba hablar de esa manera pues sabía que molestaba a la mayoría de las personas, aunque ella no buscaba ser condescendiente. –Este planeta se compone en un setenta por ciento de mares y océanos, de los cuales solo hemos logrado cartografiar un cinco por ciento. El fondo oceánico es tan inexpugnable para el ser humano, que no sabemos cuantas especies animales lo habitan. Aunque llevamos surcando los mares desde hace siglos, sus profundidades siguen siendo un misterio. Ha llegado más gente a la luna que al interior de la fosa de las Marianas, el punto más profundo del océano... Hay 250.000 especies marinas conocidas, pero se calcula que en realidad sobrepasan los dos millones...

–Vale, Lena... déjalo...–dijo en un suspiro mientras se frotaba la nuca. –Un animal de ese tamaño no puede permanecer oculto tanto tiempo...

–Perdona que te vuelva a corregir– dijo ella alzando la mano. –Los calamares gigantes pueden llegar a medir más de trece metros y jamás se les ha visto en su hábitat, solo hemos encontrado sus restos...

–¡Ya está bien! Para con el tema, por favor... no quiero pensar en ello...–dijo él mientras su voz se iba apagando. Guardó silencio unos segundos y después añadió. –Yo no soy como tú... no necesito saber todo lo que hay o puede haber ahí abajo. Solo me interesa hacer bien mi trabajo y vivir una vida tranquila... no necesito nada más, ¿entiendes?

Lena se quedó en silencio y después se acercó a él poniendo su mano sobre su rígido hombro. Axel se giró y la miró.

–Está bien, lo comprendo...– luego quitó la mano y se fue hacia Mikel cabizbaja.

Sabía que era difícil encontrar a alguien a quien le apasionasen ese tipo de cosas. Comprendía que a la gente no le gustase pensar en misterios oceánicos, incluso a ella le inquietaba a veces saber tanto sobre ellos. Sin embargo, esperaba tontamente que él la entendiese y la desilusionaba saber que no era así.

Axel apartó la vista de ella sintiendo que la había defraudado y miró la luz roja que indicaba que apenas les quedaba combustible. Era imposible que llegasen en esas circunstancias. Tomó de nuevo la radio y trató de pedir ayuda. Llamó una y otra vez, desesperándose de no conseguir señal, hasta que al final escuchó algo y su corazón le dio un vuelco.

–...Díganos sus... coordenadas...–escuchó entrecortadamente y comenzó a repetirlas mientras la señal iba y venía.

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