Capítulo 24: La verdad
–¡Esperad un momento! –les gritó la enfermera Sofía cuando ya casi estaban subidos al coche. Llegó hasta ellos, se apoyó en el capó y le costó un poco recuperarse tras la carrera. –Toma esto... creo que... quizá pueda ayudarte a entender algunas cosas.
Axel miró la ajada libreta con cubierta de cuero negro que le entregaba y la cogió con reparos.
–¿Qué es? –preguntó escéptico.
–Es el cuaderno de apuntes del doctor, en él recogía sus comentarios sobre ti... dejó muchas cosas abandonadas aquí y ésta era una de ellas– le dijo mirándolo algo incomoda. Luego se acercó un poco más a él y le dijo en voz baja. –Axel, cuando llegaste a este lugar yo también dudé... la forma en la que contabas aquella historia... nunca te contradijiste. Era un relato... que, bueno... no parecían mentiras.
Tras oír su confesión él la miró sin saber qué decirle. Ella le sonrió con nostalgia y después se giró para volver a entrar en el sanatorio.
–¿Qué te ha dado? –le preguntó Lena una vez se subieron al coche. Esta vez la había dejado conducir a ella y miraba la tapa de cuero sin poder decidirse a abrir la libreta. –¿Axel?
Él la miró saliendo de su ensimismamiento.
–La recuerdo muy bien...– dijo pasando su mano por el lomo. –Siempre la llevaba en nuestras sesiones. –Tras decir esto se decidió a abrirla y comenzó a leer sus páginas.
Lena no quiso preguntarle nada más y continuó conduciendo de vuelta a la Bahía mientras pensaba en lo que le acababa de contar aquella mujer tras ver el nombre del doctor Feinch en los documentos que les había mostrado.
La enfermera dijo que el doctor lo había estado tratando hasta que tuvo trece años, pero después ponía que se había ocupado de él otro psiquiatra. Eso le llamó la atención, pues recordaba que ese mismo médico le había dicho que había estado tratando a Axel durante todos aquellos años.
Le dijeron sobre esto a la enfermera y ésta se había quedado realmente sorprendida al oírles. Tras unos segundos pensativa, les dijo que el doctor había desatendido su trabajo en el hospital durante un tiempo; ignorando al resto de sus pacientes para centrarse solo en Axel, hasta que lo despidieron. Todo eso ocurrió cuando él ya tenía catorce años. Después de aquello nadie había vuelto a ver a Feinch por allí.
¿Cómo era posible que hubiera continuado siendo el médico de Axel? Se preguntaba Lena, cada vez más convencido de que algo raro había pasado durante ese tiempo.
El sonido de la libreta al cerrarse le hizo volver la vista a Axel, que miraba hacia delante mientras suspiraba.
–¿Qué has podido averiguar? –le preguntó muerta de curiosidad.
–No lo entiendo, Lena...
–Me estás asustando.
Él la miró entonces con los ojos enrojecidos.
–Según pone aquí, Feinch me creyó... durante dos años, estuvo buscando errores en mi historia sin encontrarlos y en las últimas páginas...– se detuvo y volvió a mirar la libreta.
–¿Qué...?
–Pone... que iba a ir a la isla... a buscar ese lugar...
Un escalofrío recorrió la nuca de Lena y detuvo el coche en el acto.
–Qué... ¿Qué pone después de eso? –preguntó preocupada.
Él la miró de nuevo y el gesto de sus ojos la terminó de asustar.
–Nada, después de eso no pone nada más. –Axel suspiró pesadamente y volvió a abrir esa última página para mostrarle la fecha. –Pocos meses después, supuestamente lo despidieron... ¡Pero yo recuerdo seguir viéndolo!– Tras decir esto se apretó la frente intentando recordar. Tardó solo un instante en comprenderlo y, con la mirada perdida en algún lugar tras la luna del coche, comenzó a atar cabos.– Las consultas ya no eran en el hospital... ¡Ahora lo entiendo!¡Lo hizo él!¡él fue quien me torturó con descargas!¡él fue quien me hacía todas esas preguntas!
–Cálmate, Axel...
–¡No puedo creerlo!¡Ese malnacido me hizo todo esto! –Axel golpeó entonces el salpicadero con ambas manos, sintiendo que se le adormecían más rápido de lo que le comenzaban a doler.
Aquella revelación era más de lo que podía asimilar en ese momento y sintió que todos lo habían estado engañando y aprovechándose de él durante demasiado tiempo.
Lena tocó suavemente su hombro que ahora le temblaba de ira.
–Tiene que haber un motivo...–le dijo ella, tratando de dar con los posibles motivos de Feinch para hacerle todo aquello a un niño.
–Me da igual el motivo que tenga... –dijo mientras apretaba los dientes con fuerza.– Si lo encuentro... lo mataré...
La mirada que vio Lena en los ojos de Axel la sobrecogió, parecía posible que materializase esa amenaza y ese pensamiento se le agarró al estómago.
–¿No es mejor saber la verdad? –le preguntó ella mientras le sostenía la mirada.
Axel apretó la libreta entre sus manos y apartó la vista de la aquella hermosa mujer que le observaba con gesto de preocupación.
–¿La verdad?... La verdad es una mierda, Lena... es una auténtica basura...
...
Axel entró en su casa abatido. Sentía vergüenza y, una furia que clamaba venganza, se abría paso en su interior. Unos sentimientos que lo estaban llevando, ahora sí, al borde de la locura.
Se sentó en el sofá y miró el interior casi en penumbra de su hogar. Ese hombre le había hecho eso, lo había convertido en una persona distinta de la que era y había jugado con él, haciéndole creer que estaba de su lado.
Alzó la vista, lleno de rencor, y se encontró la foto de su abuelo que parecía mirarle desde el otro lado de la sala.
Su imagen lo tranquilizó. Cerró los ojos y la cara de Lena le vino a la mente. Todo aquello lo había descubierto gracias a ella, pero también se daba cuenta de lo jodido que estaba. Se comenzó a sentir avergonzado al pensar en que ahora ella conocía todo eso de él.
Había luchado mucho para que la gente no lo viera de esa manera, para dejar atrás su pasado, para ser un tipo normal y corriente con una vida normal y corriente. Pero ella, con su mera presencia, había puesto patas arriba todo lo que había logrado.
¿La odiaba por eso? No, no podía odiarla. Pero quería alejarla. Desde que la había vuelto a ver sentía estos contradictorios sentimientos y, ahora, para terminar de sentirse miserable, descubría todo lo que Feinch le había hecho.
Sacó su móvil del bolsillo y buscó su número. Pensó en llamarlo, pero no sabía qué le podría decir.
–Joder... solo quiero que esto también pase...– suspiró abatido y apagó su teléfono.
...
Lena volvía a sacar sus pertenencias del coche, no se podía marchar. Lo que había descubierto ese día era demasiado complejo y todo apuntaba de nuevo a esa isla.
–¿Te vas?
La voz a su espalda la sorprendió y a punto estuvo de dejar caer su portátil al suelo, pero la mano de Mikel lo agarró en el último momento.
–Em... gracias– dijo sintiéndose incomoda, mientras cogía el ordenador.
–No has contestado a mi pregunta– le dijo él sonando algo molesto.
–No me voy– le dijo frunciendo el ceño y después entró en la casa seguida por él. –Pero iba a hacerlo– aclaró, dejando el PC sobre la mesa del salón.
–¿Ibas a irte sin decirme nada?
Lena lo miró y volvió a ver en él ese extraño gesto que comenzaba a ponerle los pelos de punta.
–Sí... eso iba a hacer.
Mikel se giró bufando y comenzó a caminar de un lado a otro de la sala mientras se tocaba la nuca de una forma algo violenta.
–Me parece increíble, Lena... yo intentando ayudarte y que me trates así...
Lena comenzaba a asustarse, no lo había visto comportarse así desde el día que volvió con Axel tras naufragar.
–Perdona, Mikel, pero ya te dije que no podía hacer esto sin...
–¡Sin Axel!¡Ya lo sé! –la interrumpió enfadado. –Es ridículo... cuando te conocí ibas a ir tu sola y de repente... ¡él es fundamental!
–No me grites, no te lo consiento– le dijo harta de su comportamiento.
Él se detuvo y la miró con los ojos muy abiertos. ¿Por qué ahora parecía que volvía a ser el mismo de siempre? ¿Qué le ocurría?
–Pe-perdóname...– murmuró avergonzado mientras agachaba la cabeza. –Creo que... estoy demasiado celoso...
Su confesión hizo que a Lena le diera un vuelco el corazón y quiso detenerlo cuando vio que salía cabizbajo de la casa, pero no logró moverse. Se quedó petrificada, no estaba acostumbrada a lidiar con tantos sentimientos; ni los suyos ni de los demás. Era demasiado complicado, sobre todo para ella, que había huido de esa parte de sí misma durante toda su vida.
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