Capítulo 2: El mar
Lena se levantó del suelo sacudiéndose el polvo. ¿Por qué se ponía a recordar esas cosas justo en ese momento? Pronto amanecería y aún le quedaba tapar aquella zanja. Sin embargo, esos minutos le habían servido para recuperar un poco la energía. Volvió a mirar el interior del hoyo, pero apartó la vista rápidamente, no debía hacerlo; no sería bueno para ella volver a ver esos ojos.
Agarró la pala y comenzó a arrojar tierra al interior del agujero. El sonido de las piedrecitas al caer sobre la lona y deslizarse por ella, hacía que se le erizase la piel pese al intenso calor que no le había dado tregua en toda la noche. Tras varias paladas, se percató de que ese trabajo, no iba a ser nada fácil tampoco. Se secó el sudor desanimada y volvió a tirar tierra.
Mientras las estrellas se iban borrando del firmamento, dándole paso a un incipiente amanecer, no pudo evitar seguir rememorando. Aunque sus recuerdos comenzaban a ser más una cárcel que un desahogo.
...
Lena conducía su coche de alquiler por una sinuosa carretea de montaña. En la parte de atrás, estaban apiñados todos sus bártulos, ocupando casi todo el habitáculo. Nunca se le dio bien hacerse la maleta pues, cuando ya la tenía hecha, le asaltaba la duda de si iba a necesitar algo más. Además, en ese momento, ni siquiera tenía claro el tiempo que estaría fuera de su pequeño apartamento en la ciudad. Así que, lo que en un principio era una pequeña maleta de viaje, se había transformado rápidamente en un coche lleno de cosas hasta arriba.
Miró el reloj, inquieta. Iba a llegar tarde, cosa que odiaba, aunque le pasase demasiado a menudo. No es que le importase tanto tener a alguien esperándola, ese no era el motivo por el que detestaba tanto llegar tarde. Lo que no soportaba era la sensación de urgencia; por lo que apartó la vista del reloj y bufó molesta por ser así.
Por suerte para ella, el GPS le informó de que llegaría en diez minutos, lo que hizo que su corazón se acelerase y, esos pocos minutos, se le hiciesen eternos. Pero el tiempo pasó y ella al fin pudo ver a lo lejos las azules aguas de la bahía.
–Por fin, –murmuró complacida– han pasado dieciséis años... y he vuelto a por ti...
Tras decir estas palabras se quedó en silencio, no le gustaba viajar escuchando música ya que la distraía de su constante monologo interno, pero en ese momento encendió la radio y la puso a toda potencia.
El sonido de su móvil interrumpió el momento de euforia de Lena, que había comenzado a cantar a pleno pulmón. Miró el nombre de quien la llamaba y después carraspeó antes de descolgar.
–Dime...–contestó escuetamente.
–¿Cómo que "dime"? –preguntó un hombre al otro lado del teléfono. –¡¿Te vas así, sin avisar?!
–Papá, te dije que me iba de viaje unos días...
–¡¿Dónde estás?!
–En... –titubeó, pese a que se había preparado una excusa para cuando la llamase.
–¡No te atrevas a mentirme! –la advirtió.
–Tranquilo, solo estoy haciendo una investigación para mi tesis, no tienes que preocuparte.
Su padre se quedó en silencio unos segundos.
–No te habrás marchado a la Bahía, ¿no?
Lena no quería mentirle a su padre, pero sabía que la verdad sería demasiado dolorosa para él.
–¡Que va! estoy cerca de la montaña, en el norte... voy a hacer la investigación en una de sus cuevas.
–Lena... por favor...
En ese momento, sitió que su corazón se le paraba al escuchar el tono de voz de su padre.
–Allí no hay mucha cobertura... pero te llamaré esta noche, ¿vale?
Otra vez silencio.
–Hija... prométeme, al menos, que no iras a la isla...
–Ya te he dicho que no estoy...
–Prométemelo– la interrumpió.
Lena apretó los párpados aguantando la respiración unos segundos, después soltó el aire despacio.
–Te lo prometo.
...
El día era esplendido y el mar estaba en calma, lo que parecía augurar una jornada tranquila.
–¿Para qué quieres todos estos chismes? –le preguntó el joven que la estaba ayudando a subir su equipo al barco.
–No son "chismes" son dispositivos de medida, los necesito para mi investigación–. Respondió hastiada.
–Am... es verdad, tú eres la bióloga esa...–refunfuñó el chico, molesto por la contestación de ella.
–Ecóloga.
–¿Qué?
–Que soy ecóloga, es una rama de la biología que se ocupa de estudiar la relaciones entre los seres vivos y su ambiente –aclaró, sonando más pedante de lo que pretendía.
–Vale, lo que tú digas. Bueno, me has dicho que sabes utilizar el barco, ¿no?
–Sí, puedes irte.
El joven la volvió a mirar indeciso. Esa mujer no tenía aspecto de saber manejar un barco o valerse por sí misma, por lo que estaba preocupado de alquilárselo. Lena se percató de sus dudas, abrió su bolso y sacó un carnet.
–Mira, este es mi título, puedo manejar hasta un yate si quiero, así que no tendré problemas con un "barquito" como éste.
El joven se comenzó a poner colorado, en una mezcla de vergüenza y rabia. Después se giró y bajó al muelle dando fuertes zancadas mientras se alejaba. Aunque Lena no pretendía molestar a la gente, siempre le pasaba eso, acaba ofendiendo a alguien.
Pero en ese momento no le preocupaban en absoluto los sentimientos de ese muchacho, llevaba años esperando que llegase ese día y estaba centrada en su objetivo.
Hizo algunas comprobaciones en el barco antes de salir del muelle y también revisó el parte meteorológico. El día iba a ser despejado y la mar estaría en calma hasta el atardecer, cosa que la tranquilizó.
Tomó entonces rumbo al lugar; un espacio muy concreto en el océano que se había afanado por cartografiar con anterioridad. Después de tanto tiempo, no quería dejar nada al azar.
...
El agua estaba realmente mansa, el sol le acariciaba suavemente la piel y el olor a salitre la relajaba. Tuvo que revisar varias veces sus mapas hasta dar con el lugar, pero no tardó demasiado en encontrarlo. Era ya media mañana cuando pudo soltar el ancla, que tardó bastante en dar con el suelo marino y, después, se dispuso a ponerse el equipo de buceo.
Estaba nerviosa, preocupada y expectante al mismo tiempo. Sin embargo, sus ilusiones se fueron por la borda al comprobar la bombona de oxígeno.
–Maldito trasto...–bufó al ver que no funcionaba. Después se acercó a la borda para observar las oscuras aguas. –Quince metros... es mucho...– murmuró tocándose el cuello.
Una idea se le pasó por la mente en ese instante. Tenía tantas ganas de bajar, que se propuso hacerlo a pulmón. Sin embargo, lo descartó, era demasiado arriesgado e iba sola, podía ahogarse. Volvió a tocar su cuello.
–Debería volver y conseguir otra bombona...–murmuró abatida.
En ese momento y sin previo aviso, el cielo comenzó a oscurecerse y, el que parecía un día idílico para salir al mar, se transformó rápidamente en una terrible tormenta.
Ahora sí que tenía que volver, pero no iba a ser fácil. Trató infructuosamente de acercarse de nuevo a la orilla, pero la fuerza de la marea, arrastraba el pequeño barco como si fuera de papel. El oleaje era terrible y la hacía ir de un lado al otro sin poder gobernar la embarcación.
Lena supo que era el momento de pedir ayuda. Cogió la radio y comenzó a avisar, pero no parecía que sus llamadas de auxilio estuvieran llegando a ningún sitio. Asustada, fue hasta su móvil y, como se temía, tampoco daba señal.
Durante una intensa hora, estuvo luchando contra la tormenta, intentado llegar a puerto. Estaba exhausta y se daba cuenta de que ir allí sola había sido una idea terrible. Se encogió en una esquina del barco, esperando a que, en cualquier momento, éste volcase. Temblaba de miedo y frío, pues el oleaje la había calado hasta los huesos y el fuerte viento la azotaba como un látigo.
Sin embargo y pese al miedo, recordó algo y rápidamente se asomó a ver las aguas. Sus ojos brillaron mientras se agarraba con fuerza a un mástil para no caer. No podía apartar la vista, al fin lo había encontrado.
Un fuerte bocinazo la hizo voltearse.
–¡Aquí la guardia costera! –se escuchó un megáfono.
Lena oteó hasta que logró ver el barco. Habían venido a rescatarla, pero ahora no tenía ganas de irse. Volvió rápidamente a observar el fondo del mar, no quería perderlo de vista; debía apuntar la ubicación en la que estaba.
Corrió a trompicones hacia su equipaje y, cuando se disponía a sacar su equipo, una inmensa ola apareció frente a ella; golpeó el barco y la hizo caer al embravecido mar.
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