Capítulo 12: Elección
Cuando Axel encontró lo que andaba buscando, suspiró entristecido y la nostalgia se le agarró a las entrañas. Alzó la vista y vio que Lena continuaba en el mismo lugar, apoyada en la puerta principal de la casa, observándolo sin decir nada. Apretó los párpados tratando de olvidar el impulso que casi lo lleva a besarla hacia solo unos momentos.
Aclaró su mente tratando lo espantar la idea de volver hasta ella y materializarlo. La había tenido tan cerca y ella le había mirado con sus almendrados ojos marrones de tal manera, que casi no se pudo resistir. Por suerte lo hizo, sabía que era una completa estupidez y ahora, por culpa en parte a su testosterona, quizás muriese o, aún peor, temía que volviera aquel horrible dolor de cabeza.
Miro nuevamente a Lena, preguntándose qué truco había utilizado para quitarle la migraña. Quizás su doctor le había dicho como hacerlo, pero eso solo le llevaba a preguntarse porque no lo había curado antes si es que podía.
Comenzaba a inquietarse y eso lo enfadaba, odiaba no saber que estaba pasando. Cerró el puño apretando en su mano lo que había estado buscando y caminó decidido hacia Lena, que parecía haber recuperado la razón y se apartaba rápidamente de la puerta. Axel pasó a su lado, abrió la puerta y salió a la calle.
A Lena no le quedó otra que seguirlo casi a la carrera, pues la diferencia de estatura entre ellos era notable y las zancadas que él daba no eran fáciles de seguir.
–¿Dó-dónde vamos? –le preguntó ella entrecortadamente pues le estaba suponiendo un gran esfuerzo seguirlo.
Él la miró de reojo y aminoró la marcha.
–¿No querías ir a ese sitio? Pues vamos ahora.
–Sí, quiero ir, pero no podemos hacerlo así. Primero tengo que conseguir nuevo material de medición y un traje de buceo... no es tan sencillo como salir corriendo hacia allí...
Axel se paró en seco y la miró irritado.
–¿Entonces porque has venido hoy?
–Supuse que sería más difícil convencerte...– dijo en voz baja, sabiendo que aquello lo enfadaría más, por lo que se preparó para su contestación.
Axel suspiró y la miró unos segundos.
–De acuerdo, consigue lo que necesitas y, cuando lo tengas, iremos...– dijo mirando hacia otro lado.
Lena se sorprendió de su cambio de aptitud; de golpe estaba siendo paciente y sosegado.
–Axel...–comenzó a decir dudosa.
–¿Qué pasa?
–Puede ser que...
–¿Qué te pasa ahora? Dilo de una vez.
–Que antes fueras tan borde porque te dolía la cabeza...
Él la miró con los ojos muy abiertos y no pudo evitar comenzar a reírse. El sonido de su risa a ella le pareció como música para los oídos y sonrió complacida.
–Bueno, Lena, me voy a casa. Avísame cuando tengas esas cosas que dices que necesitas.
Lo vio alejarse y recordó su cara sonriente, en ese momento, un intenso calor le recorrió el estómago hasta el pecho y sintió que subía por su cara.
Alarmada, se acercó al retrovisor de una moto cercana y se miró comprobando que sus mejillas estaban completamente coloradas. Miró de nuevo a Axel que ya giraba la esquina y contuvo el aire angustiada.
<<¿Qué tipo de sentimiento es este?>>, se preguntó a sí misma y, acto seguido, a google.
Observó el veredicto de internet sin creerlo y apagó la pantalla del móvil. Eso sí que no podía ser, después miró la parte trasera del teléfono y los números escritos en rotulador negro, hicieron que se acordase de Mikel, pensamiento que la tranquilizó un poco. Eso tenía más lógica para ella; si tenía que escoger, lo elegiría a él sin dudarlo.
...
Lena pasó lo que quedaba de día afanada tratando de encontrar el material que necesitaba. Estaba agradecida de poder contar con un móvil para llamar a las tiendas cercanas, pero se desanimaba al comprobar que, a aquel pequeño pueblecito de la bahía, apenas llegaban repartidores y tardarían aún varios días.
Colgó su teléfono cerca de la media noche y suspiró cansada, ya casi lo tenía todo. Se dispuso a dormir cuando una llamada la sorprendió, miró la pantalla y sonrió.
–Hola, Mikel.
–Buenas noches, Helena, ¿te he despertado? –preguntó preocupado.
–No, que va, dime.
–Verás, te he conseguido un equipo de buceo.
–¡¿En serio?! – exclamó incorporándose en la cama.
–Sí, es de una amiga que ya casi no lo utiliza, te lo dejará sin coste alguno– respondió orgulloso.
–¡Eso es genial, Mikel! Muchas gracias. No lograba encontrar nada con el presupuesto que me quedaba...
–Pues por eso ya no te tienes que preocupar... ¿Necesitas algo más?
–Em... creo que no– dijo pensativa, pero después recordó algo que había olvidado y se echó una mano a la frente. –Me había olvidado del barco...– murmuró en voz baja.
–¿Qué has dicho? No te he oído.
Lena estuvo a punto de repetirlo, pero en ese momento se contuvo, aquel joven la estaba ayudado más de lo que ella podía aceptar y se sentía demasiado en deuda. No podía pedirle más favores.
–No, no he dicho nada, lo tengo todo –respondió, sabiendo lo difícil que le iba a resultar encontrar a alguien que le alquilase un barco tras el naufragio anterior. –Bueno, Mikel, te dejo que duermas, ya hablamos.
–Un momento, no cuelgues...– se apresuró a decirle.
–¿Pasa algo? –preguntó preocupada.
–No, que va...– respondió nervioso y después hizo una pequeña pausa antes de continuar. –¿Qué vas a hacer mañana?
–Esperar al repartidor, jajaja. Creo que voy a estar haciendo eso varios días– dijo riendo sin ganas, pero se dejó la broma al ver que no contestaba e iba a volver a hablar cuando él lo hizo.
–¿Quieres que cenemos juntos? –preguntó sin dar más rodeos.
A Lena aquello la pilló desprevenida y más desprevenida aún la pilló el primer pensamiento que tuvo, pues a su mente vino rápidamente la imagen de Axel. Cerró los ojos y espantó esa idea.
–Sí, claro, me encantaría...–dijo en voz baja mientras se avergonzaba sin saber por qué. –Me gustaría invitar yo, así te devuelvo todos los favores que me has hecho– añadió dejando a Mikel otra vez en silencio. –¿Sigues ahí?
–Sí... pero, Helena, he sido yo quien te ha invitado... por lo tanto, no pienso dejarte que me invites. Vas a tener que hacerlo otro día... –aclaró, tratando de dejarle claras sus intenciones.
Lena notó que la cara se le enrojecía otra vez. Pensaba restarle seriedad a esa cena con una excusa, pero parecía que él no tenía intenciones de dejarla hacer eso.
–De-de acuerdo, Mikel, otro día te invitaré yo... Ahora sí que me voy a dormir... buenas noches.
–Buenas noches.
Tras colgar, Lena cogió su almohada y la aplastó contra su cara mientras ahogaba un grito. Se sentí avergonzada, aunque expectante y, para sumarle más ansiedad al momento, recordó que esa iba a ser la primera cita de su vida.
...
Axel, por su parte, había pasado gran parte de la tarde durmiendo. Deshacerse de su constante migraña le había resultado un alivio de tal magnitud, que el sueño atrasado lo había atrapado. Se despertó de madrugada, descansado y lleno de energía.
Se asomó a la ventana de su salón y sintió la brisa del mar en su cara, sonriendo y apreciando la vida con renovadas esperanzas. Sin embargo, sus ojos se posaron sobre las calmadas y oscuras aguas de la bahía y un nuevo pinchazo en su sien lo desanimó.
–Ya vuelves, ¿eh? –se preguntó a sí mismo apretando sus dedos contra las sienes, esperando detener el incipiente dolor que se le avecinada. –Ni un respiro tengo...– tras decir esto, pensó sin quererlo en Lena y su corazón latió con fuerza mientras su dolor se hacía más fuerte.
<<¿Por qué tiene que ser ella?>> se preguntó suspirando. Nadie más había conseguido calmar su dolor en todos esos años, desde que pasó, a petición de los médicos, por una terapia de electroshocks. Desde entonces, sus pesadillas eran siempre las mismas.
Aunque no recordaba la terapia, pues estaba sedado, en sus sueños aparecía él de adolescente atado a una cama de hospital. Un médico le hacía muchas preguntas que no sabía responder y, después, cargaba la máquina para darle una descarga directa a su cerebro. Tras esto, siempre se despertaba envuelto en sudor y con un intenso dolor de cabeza.
Miró el reloj, eran las cinco de la madrugada y su impulso era ir a casa de Lena para que le hiciera aquella técnica y librarse así de su sufrimiento.
<<Demasiado temprano...>> pensó desanimado, sabiendo que las horas que quedaban se le iban a hacer eternas. Acompañando a ese pensamiento, le asaltó otro que le agarró las entrañas. Estaba empezando a depender de ella y solo llevaba allí un par de días. Esa idea le hizo enfadarse consigo mismo.
–No... no iré... aguantaré el dolor como siempre he hecho...– murmuró mirando hacia el salón, hablándole a la foto de su abuelo.
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