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Capítulo 9

"Los deseos del joven muestran las futuras virtudes del hombre".

CICERÓN
      

      Marco se tenía por un hombre virtuoso, prudente y controlado, pero nunca hubiera imaginado que podía perder su férreo autodominio a favor del deseo de matar por una mujer y que el motivo estuviera motivado por los celos. Sólo cuando mató a Silo había sentido ese ansia cruda y dura de aniquilar a otro. Perdiendo el control sobre sus propias emociones, lo único que podía conseguir era buscar la propia muerte. Cuando entraba en batalla había que tener todos los sentidos puestos en lo que te rodeaba, si le proporcionabas a un enemigo un punto débil, eras hombre muerto. La sangre le corrió por el cuerpo como la lava ardiente que sale de un volcán en erupción y arrasa con todo lo que hay a su paso. Cegado, entró en la cocina y cogiendo al hombre de la túnica que llevaba, le agarró y lo zarandeó, a pesar de que el liberto era tan corpulento como Marco. Los dos hombres mantuvieron el pulso desafiantes, el liberto intentaba liberarse del agarre del soldado pero Marco furioso como estaba no lo soltaba.

     Graco enojado se preguntaba quién era ese soldado que le reclamaba con tanto fervor su comportamiento con Julia, cogiéndole las manos intentó soltarse, pero no había manera. El hombre lo tenía férreamente agarrado y no se atrevía mucho a golpearlo para soltarse, pues sabía que como liberto tenía siempre las de perder, pero por los dioses que ese hombre le estaba poniendo furioso. La muchacha asustada intentó mediar pero era inútil, ambos hombres parecían dos leones desafiándose en la arena de un anfiteatro, dispuestos a saltar uno sobre otro y despedazarse en ese mismo momento.

—Marco por favor suelta a Graco—. Dijo Julia exaltada—. Lo que has visto no era lo que parecía, en ningún momento ha intentado sobrepasarse. Yo solo intentaba agradecerle el que me hubiera acompañado al foro y él ha malinterpretado mi agradecimiento. Suéltale por favor, te lo ruego.

—¿De qué lo conoces? —preguntó Marco enfadado y sosteniéndolo todavía de la túnica.

—Es Graco, trabaja desde hace muchos años para el amo Tito, es uno de sus trabajadores. Por favor, suéltalo.

Marco empujó a Graco con desprecio haciéndolo retroceder varios pasos pero el otro hombre sin amilanarse, seguía sosteniéndole la mirada con actitud orgullosa y altiva.

—Julia, ¿quién es este soldado?, ¿qué hace aquí?—. Dijo Graco mirándola enormemente enojado.

—Me parece que no te corresponde a ti cuestionar quien soy yo ¿Qué derecho tienes tu sobre ella?, ¿hay algo entre ustedes? —preguntó Marco demasiado furioso— porque si lo hay vete olvidando de ella.

—No, no hay nada entre nosotros, Graco solo estaba confundido—. Respondió Julia y dirigiéndose hacia Graco le contestó—. Él es Marco Vinicius, el general de la Legión romana que acaba de llegar a Baelo, va a hacerse cargo de la ciudad.

     Graco se quedó mirando a Marco pensativo y volviéndose hacia Julia le dijo con aire jactancioso:

—No pienses que estaba confundido porque nunca he estado más lúcido en toda mi vida. Deseaba besarte desde que tengo uso de razón y el que no te hayas percatado nunca de mi interés por ti, no significa que no exista. Nunca te había dicho que te quiero, pero así es.

—¿Cómo?—. Preguntó Julia estupefacta y anonadada por lo que acababa de escuchar—. Nunca has dado muestras de afecto ni de interés por mí, no sabía nada.

—Ahora lo sabes, me interesas y voy a intentar comprar tu libertad a Tito, quiero casarme contigo y estoy dispuesto a todo por ti.

—¡Por encima de mi cadáver! Ni se te ocurra acercarte a Julia, ella me pertenece—. Dijo Marco con aire amenazador, señalándolo con el dedo.

—¿Qué te pertenece?, ¿qué autoridad tienes tú para decidir sobre un esclavo que no es de tu propiedad?—. Pregunto Graco—. ¿Desde cuándo es posesión tuya?

—Julia va a ser mía y no tengo porque darte ninguna explicación a ti liberto, no te vuelvas a acercar a ella —dijo Marco señalándolo con el dedo en el hombro.

—¿Me estas amenazando soldado?—. Le dijo Graco más enfadado todavía y volviéndose hacia Julia le preguntó—. ¿Es que acaso te has convertido en su puta?

     Conforme el hombre dijo la última palabra, Marco le dio un fuerte puñetazo en la cara derribándolo por el suelo de la cocina. Un ruidoso estrépito se escuchó en la sala, las ollas, las ánforas y todos los utensilios que utilizaban para cocinar y que estaban sobre la mesa se cayeron al suelo. Ambos hombres estaban tan enzarzados en la pelea que no se percataban de nada a su alrededor. Julia se quedó estupefacta sin poder intervenir para separarlos.

     Graco levantándose del suelo con agilidad intentó derribar al general propinándole un cabezazo en el pecho pero Marco habituado a la lucha cuerpo a cuerpo fue capaz de esquivarlo sin ninguna dificultad. En ese momento el liberto vio en el suelo un leño y cogiéndolo se volvió enfrentándose al legionario.

—Inténtalo si te atreves, porque va a ser lo último que hagas en tu vida —le advirtió Marco.

—¿Te crees superior a mí solo porque lleves uniforme romano?—. Dijo Graco con desprecio—. Te voy a abrir la cabeza.

—Por favor Graco, serénate y deja el leño de una vez—. Rogó Julia.

     Pero ambos hombres daban vueltas uno alrededor del otro enfrascados en el contrincante que tenían en frente, sin aflojar en ningún momento sus intenciones. En ese momento aparecieron por la puerta, Tito y algunos soldados de Marco que estaban haciendo guardia fuera.

—¡Graco!, ¿qué está pasando aquí?, ¿qué escándalo es este? Deja ese leño inmediatamente—. Ordenó Tito percatándose enseguida de la situación.

     Graco mirando a su patrono, tiró el palo al suelo con rabia y le dijo a Marco señalándolo:

—No piense que esto se ha acabado aquí, por respeto a Tito Livio voy a dejarlo aquí, pero ya sabe cuál es mi postura—. Advirtió Graco.

—Y tú la mía, si te acercas a ella no respondo de mí.

     Graco salió de la sala dejando a los presentes estupefactos y asombrados por su actitud. Julia estaba perpleja y enfadada, no sabía que se creían esos dos con derecho a decidir sobre su vida. Bastante tenía ya con su situación de esclava como para tener encima a esos dos sementales peleándose por ella, era lo que le quedaba por ver.

—General, ¿hay algo que debería saber?—. Preguntó Tito preocupado a Marco.

—No se preocupe, es un asunto entre ese liberto y yo—. Dijo Marco furioso y acto seguido salió también de la cocina seguido por los guardias.

—Bueno Julia—. Suspiró el hombre—. Ya que ellos no me han querido dar explicaciones sobre lo ocurrido, ¿consideras apropiado informarme del percance entre esos dos hombres? Porque si no me equivoco, está todo relacionado contigo. Acompáñame al despacho—. Dijo Tito claramente enfadado.

—¡Vaya mañana, lo que me faltaba! —pensó Julia mientras seguía a su amo.


     El calor estaba apretando en la bulliciosa ciudad, y solo de recordar al desgraciado del liberto besando a Julia, a Marco se le calentaba todavía más la sangre, seguía terriblemente ofuscado. Había perdido otra vez la serenidad y la capacidad de razonar, sin darse cuenta había llegado a las manos con un hombre por culpa de una mujer como si en una taberna estuviese. Desde cuando un general entraba en conflicto por una esclava, era inconcebible que tuviera que competir por la atención de una mujer, habituado como estaba a que las mujeres se le tiraran a los pies. Tendría que tener cuidado si no quería terminar siendo él el esclavo. Marco se marchó de la casa camino del puerto, tenía que ir con una patrulla a revisar los barcos que estaban atracados.

—¿Qué te ha pasado esta mañana en la domus?—. Preguntó Quinto mofándose—. Según me han dicho los hombres, te liaste a golpes con un esclavo. No conocíamos esa nueva faceta tuya.

—No era un esclavo, era un trabajador de Tito.

—¿Problemas en el paraíso? ¿Desde cuándo has tenido tu esa clase de enfrentamientos?—. Decía Quinto riéndose. Esa mujer te lo está poniendo difícil, te estás rebajando al más bajo nivel.

—No me lo recuerdes, y no te rías que no estoy para bromas. No he visto nunca que una mujer ponga tantos impedimentos para llevármela a la cama, y no estoy de muy buen talante que digamos. Pero cuánto más larga sea la cacería, más placer obtendré luego en la recompensa, no dudes que al final caerá—. Dijo Marco fanfarronamente.

—Si tú lo dices. Puede ser que hayas dado con la primera mujer que se atreva a hacerte frente. Por donde vas consigues que las féminas caigan rendidas a tus pies, no estaría mal que de vez en cuando alguien se te oponga para bajarte esos humos de general ―dijo Quinto a carcajadas.

―Porque eres mi amigo te consiento que te burles pero no tenses mucho la soga, no vaya a ser que pagues tú mi frustración―. Sonrió Marco.

     Conforme los soldados iban hablando cruzaron por la Puerta de Asido, divisando inmediatamente el puerto. Ese día había varios barcos mercantes amarrados en él.

―¿Qué buscamos, si se puede saber? ―preguntó Quinto.

―Lo primero es que los soldados del asalto reconozcan a alguno de los asaltantes que intervinieron en el secuestro de Julia. No creo que se dejen ver por la ciudad pero si tuviéramos suerte, si por lo menos pudiéramos identificar a alguno, sabríamos con quién estamos tratando. Si no entraron por las puertas de entrada a la ciudad, deben de haber entrado por mar. Este es uno de los puertos estratégicos de la entrada de mercancías desde Tánger. Quien controle el puerto controlará el importante paso y Roma no va a permitir que haya competencia.

―¿Y lo segundo?

―Robaron muchas ánforas de la fábrica de Tito, no creo que el que las robase, todavía las conserve. Pero por si acaso, tenemos que registrar la carga de todos los barcos, para ver si podemos encontrar algo.

―Está bien.

     Marco y Quinto subieron al primer barco y tras revisarlo durante una hora, no encontraron nada, todo parecía correcto. La tripulación había sido debidamente identificada y no parecían esconder nada ilegal.

     Se había echado la mañana cuando llegaron al tercer barco, a Marco le llamó la atención su tamaño y la forma de la proa y la popa que eran simétricas, algo que no solía ser habitual. Esta forma de la popa se aprovechaba para instalar los habitáculos y para añadir el nombre del barco, ese en concreto se llamabael "Fortuna",tenía las velas decoradas con la divinidad protectora de la Diosa Fortuna. Esta imagen era representada por una mujer sosteniendo en una mano un cuerno de la abundancia y en la otra un timón de un barco, y en este caso, la diosa aparecía ciega simbolizando que la suerte no siempre llega a quien la merece. Según calculaba Marco, en estos navíos mercantes la capacidad media era de tres mil a cinco mil ánforas.

     Cuando subieron al barco solamente algunos hombres de la tripulación estaban a bordo, los cuales se mostraron reticentes a que el general revisara el barco sin estar presente su capitán. Uno de los centuriones seguido por el resto de los soldados bajaron a las bodegas a supervisar la mercancía que transportaban, mientras Marco permanecía arriba con Quinto hablando con uno de los tripulantes. Según el hombre, el capitán junto con el resto de sus hombres habían bajado a tierra a divertirse un rato puesto que al día siguiente volvían al puerto de Ostia.

―¡General!―. Grito el centurión.

―Dime Lucio.

―Tiene que bajar, hemos encontrado algo en la bodega.

     De repente, los pocos tripulantes que había en la nave empezaron a ponerse un poco nerviosos y Marco consciente de la situación, ordenó a Quinto que no los perdiera de vista. Marco bajó seguido de Lucio.

―Mire, estas ánforas estaban escondidas en un departamento secreto, llevan el sello de la Casa de Tito si no me equivoco. Solo hay cinco ánforas, podrían haberlas adquirido en algún mercado de alguna ciudad, pero ¿qué sentido tiene que las escondan? Creo que en este barco pueden estar dedicándose al comercio en el mercado negro.

―Llevas razón Lucio. Volvamos arriba, los tripulantes están nerviosos―. Dijo Marco. Cuando subieron a la popa del barco, Marco se quedó mirando al tripulante.

―Dígame, ¿Dónde se encuentra su capitán?

―No lo sé, los hombres tenían día de descanso y deben estar emborrachándose en alguna de las tabernas. Que yo sepa eso no es ningún delito.

―¿A quién pertenece el barco?

―A mi capitán―. Contestó el hombre socarrón.

―Me parece que o yo no me he expresado bien, o tú no me has entendido―. Dijo Marco cogiendo al hombre de la pechera y levantándolo del suelo―. Pero si piensas que puedes jugar conmigo, estás equivocándote. Dime como se llama tu capitán.

     El hombre que no quería decirle a quien pertenecía el barco permaneció callado, mirándolo a los ojos. Y después de unos segundos sopesando la situación, optó por decir lo que quería escuchar.

―Pertenece al capitán Spiculus.

     Acto seguido, Marco soltó al hombre dejándolo caer al suelo.

―Muy bien, nos marchamos. Dile a tu señor que volveremos a vernos. Vendré a hacerle una visita cuando esté disponible.

      Y acto seguido, Marco junto con sus hombres abandonaron el mercante. Cuando se hubieron separado convenientemente del barco, le comento a Quinto:

―Que los hombres vigilen el barco desde lejos, no quiero que se percaten de que están siendo observados.

―Eso va a ser difícil, saben que hemos descubierto lo de las ánforas.


     Desde que la habían herido, Julia había dejado el trabajo abandonado y tenía demasiados asuntos pendientes que resolver, así que unas horas más tarde se marchó a la fábrica. Estaba hablando con los trabajadores de los últimos envíos y de los pedidos pendientes cuando Graco apareció en la sala. Por un instante, se tensó pero luego empezó a dar órdenes eficientemente como estaban acostumbrados.

―Graco, estaba ordenando a los hombres que preparen los nuevos pedidos que tienes que llevar al puerto de Ostia. El naviculari que controla la llegada de la mercancía te estará esperando. Necesitan el pedido urgentemente en Roma―. Dijo Julia a Graco sin mirarlo.

―Está bien ―dijo Graco observándola fijamente. Era consciente de que Julia evitaba mirarle a los ojos, tenía que intentar aclarar la situación con ella porque no estaba dispuesto a que Julia malinterpretara sus actos.

―Necesito hablar contigo en privado―. Repitió Graco.

―No creo que sea necesario―. Contestó Julia levantando la mirada de las tablillas que tenía en la mano.

―Yo creo que sí, necesito aclararte la situación de esta mañana.

     Julia decidió que Graco la acompañara a una sala contigua que hacía la mayoría de las veces de despacho en la factoría.

―Está bien, sígueme dentro.―Respondió la muchacha y una vez que entraron fue directa en preguntarle―. ¿Qué quieres decirme? Creo que me quedó claro todo.

―Quiero saber tu opinión, si sientes lo mismo que yo siento por ti. También quiero pedirte perdón, mi intención no era ofenderte, pero me ofusqué con el soldado. Siempre he sido consciente de tu virtud, no tenía fundamentos para gritarte lo que te dije.

―Exactamente, no te correspondía insultarme, pero no solo porque yo pueda parecerte más o menos virtuosa, sino porque yo no soy nada tuyo. Soy libre de no darte ninguna explicación, puesto que en ningún momento me has visto que te haya dado pruebas de que sentía el menor interés por ti.

―Ya sé que nunca has puesto tus ojos en mí, pero quiero que seas mi mujer. Le compraré tu libertad a Tito.

     Julia se tensó por momentos, e intentando dejarle clara su postura le dijo al hombre:

―Mira Graco, yo te agradezco que te hayas fijado en mí para hacerme el honor de ser tu esposa, pero no te puedo corresponder, no te quiero. Si alguna vez tuviera la oportunidad de conseguir mi libertad, te aseguro que lo último que haría sería unir mi vida con la de un hombre por el que no siento nada. No sé qué me deparará el futuro, pero por ahora no estoy enamorada de ti. Te aconsejo que me olvides y que no intentes buscarme, busca otra mujer con la que puedas compartir tu vida, eres una buena persona y te lo mereces.

―¿Sientes algo por el legionario? ―le preguntó Graco enfadado.

―Ya te he dicho que no tienes ningún poder sobre mí y yo no tengo porque darte explicación alguna―. Respondió Julia molesta. Seguidamente salió de la sala dejando a Graco dentro de ella, desesperado porque la joven no le correspondiera.

     Horas más tarde, Spiculus llegaba al "Fortuna"sin que los soldados apostados en el puerto se hubieran dado cuenta, iba disfrazado de mendigo y sólo sus hombres sabían quién era. Cuando llegó, los pocos hombres que había dejado a bordo le estaban esperando, le contaron como el general había estado revisando las naves del puerto y como había encontrado unas ánforas de Tito que todavía permanecían en el barco. Era el primer error que había cometido Spiculus en mucho tiempo, ¡imperdonable! Siempre había tenido la precaución de borrar sus huellas y que nadie averiguara su doble juego de comercio en el mercado negro, la piratería estaba perseguida en el Mediterráneo, y lo último que quería era levantar sospechas en la ciudad. Tendría que encargarse definitivamente de hacer desaparecer del mapa al general, estaba convirtiéndose en una verdadera molestia y el que hubiera descubierto lo de las ánforas de Tito le perjudicaba enormemente.


     A última hora de la tarde, el almuerzo en casa de Tito estaba resultando silencioso y embarazoso, la comida estaba siendo demasiado tensa. Marco estaba inusualmente callado para lo que él acostumbraba a charlar, era una persona espontánea y abierta pero en ese momento estaba sumido en sus pensamientos, las cosas se le estaban escapando de las manos y sentía que estaba perdiendo el control. Había esperado encontrar a Julia en el comedor, pero la joven no se encontraba allí, seguro que ahora intentaría evitarlo más todavía, con lo cual tendría que comenzar de nuevo, y no estaba dentro de su carácter la cualidad de la paciencia cuando se trataba de esa mujer.

     En ese mismo momento Julia llegó de la fábrica y entraba apresuradamente a la casa, había que servir la última comida del día y llegaba tarde. Cuando se aproximó al tricliniumlos tres hombres ya se hallaban comiendo. Tito en cuanto la vio entrar interrumpió la conversación y le preguntó:

―¿Julia has resuelto los asuntos pendientes de Ostia?, ¿han cargado el pedido en los barcos?

―Sí amo, ya está todo dispuesto.

―Muy bien, puedes seguir sirviéndonos la comida, habíamos empezado ya sin ti, Claudia tráete más vino.

     Marco se sintió más aliviado cuando la vio aparecer, pensaba que lo estaba evitando. Julia se aproximó a su amo y empezó a servirle primero mientras el hombre siguió conversando con sus invitados. A Tito siempre le había interesado enormemente los acontecimientos del senado en Roma, y a través de algún amigo le hacían llegar las noticias.

―Dígame general, ¿ha recibido noticias últimamente de Roma?, lo último que supe de Nerón fueron sus actuaciones públicas. Me sorprende sobremanera que el destino de Roma esté en manos de un soberano que se dedica a la poesía, a la música e incluso al baile. Según tengo entendido, se hace seguir por toda una corte dando espectáculos públicos por toda Roma. Llegaron muchos rumores de que había mandado asesinar a su primera mujer Octavia el año pasado, imagino que los rumores serán solo eso.

―Imagina usted mal Tito, es todo cierto. Su mujer murió el año pasado y se ha vuelto a casar con la que era su amante. Por lo que sé, Popea va a darle próximamente un hijo, el emperador será padre el año que viene―. Respondió Marco a Tito mientras disimuladamente observaba a Julia. La joven no levantaba la cabeza prácticamente del suelo y evitaba mirarlo.

―¿Cree usted que el comportamiento del emperador pueda influir en el Senado? No son muchos los partidarios que apoyan el despotismo de Nerón, podrían volverse contra él. Sin duda, el que haya mandado asesinar a sus contrarios le hace flaco favor.

―Según tengo entendido hay ciertas tensiones con el Senado, se iniciaron el año pasado cuando Nerón acusó a Antistio el pretor, de traición. Por lo visto este habló mal de él en una fiesta y Nerón se enteró. Y ahí, no queda todo. En Roma, sus rivales intentan pasar desapercibidos y no contrariarle porque ha mandado ejecutar a ciertos ciudadanos romanos como a Palas, a Plauto y a Fausto Sila, todos ellos eran contrarios a Nerón y pertenecían a nobles familias patricias. Me temo que el futuro de Roma es bastante incierto. Mientras tanto, los militares procuramos cumplir las órdenes que proceden de Nerón. Veo que está usted al tanto de los asuntos de palacio, ¿alguna vez ha visitado Roma?―. Preguntó Marco intrigado.

     Tito se quedó por unos momentos extrañado de su pregunta, era bastante raro que el general no lo reconociera como su maestro. Cuando tuvo conocimiento de que Marco Vinicius iba a ser mandado a Baelo se preocupó bastante porque el soldado pudiera reconocer a Julia y poner sobre aviso a sus enemigos. Pero cuando percibió que Marco no lo reconocía, se quedó más tranquilo y no aclaró la situación para el beneficio de la muchacha. Cuanto menos supiera el romano, más desapercibidos pasarían y el anonimato era esencial para la existencia de Julia. Marco era pequeño cuando se marcharon de Roma, posiblemente por eso no se acordase de nada.

―Nací en el pequeño pueblo de Venetia pero pasé algunos años en Roma, antes de venir a Hispania. Pero eso hace tantos años que ya ni me acuerdo de cómo era Roma en aquellos días. Dígame, ¿cómo van las pesquisas?, ¿ha podido averiguar algo?

     Julia estaba pendiente de la conversación, era consciente del riesgo que corría si alguien identificaba a su amo en Baelo. Esperaba que el militar no se diera cuenta, menos mal que Tito había cambiado la conversación magistralmente.

―Hoy hemos descubierto algo pero no quiero adelantar acontecimientos, cuando tenga algo más seguro, le pondré al corriente.

―Está bien ―dijo Tito mientras terminaban de comer.

     Acabada la comida los hombres se retiraron a sus aposentos y Julia junto con Claudia aprovecharon para quitar las viandas de las mesas. Julia percibió que esa noche Claudia estaba especialmente callada, algo que no era nada habitual. En cuanto se serenase un poco aprovecharía la oportunidad para hablar con ella, la muchacha era como una hermana y sabía que se había enfadado bastante cuando le advirtió que no se acercara al Tribuno Quinto. Era demasiado joven para comprender aún ciertas cosas.

―Claudia ya puedes retirarte. Voy un momento a los baños, necesito refrescarme un poco, el día ha sido demasiado complicado. Que pases una buena noche―. Dijo Julia.

―Tú también Julia―. Dijo acercándose Claudia a ella, y sin previo aviso le dio un beso en la mejilla.

―¿Y eso a qué ha venido?, me sorprende que no estés enfadada por lo que te dije de Quinto.

―Ya se me ha pasado, quizás llevabas algo de razón en lo que decías. Hasta mañana―. Y se marchó presurosa fuera de la sala.

―Hasta mañana Claudia―. Dijo Julia cariñosamente quedándose con la palabra en la boca, esa muchacha era toda vitalidad, algunas veces era incapaz de seguirle el ritmo. Quién era capaz de entender a la juventud pensó mientras se marchaba a los baños.


     Julia aprovechaba que todo el mundo estuviera acostado y retirado en sus aposentos para usar las termas, era un placer que no podía dejar de disfrutar y necesitar, relajaba sus cansados músculos después de la tensión del día, y ese había sido particularmente tenso con la disputa de esa mañana. Aunque normalmente los esclavos tenían prohibido usar los baños de sus señores, en casa de Tito las cosas no funcionaban del mismo modo. Tito les había dado permiso para que dispusieran de ellos cuando lo consideraran conveniente, siempre y cuando fuera en horas en que no molestaran a sus invitados. Consideraba la limpieza esencial para la salud. De todos modos, si lo deseaban podían ir a los baños públicos de la ciudad.

     Julia se hallaba con la cabeza reposando sobre el borde de la piscina con los ojos cerrados cuando sintió una voz familiar detrás de su cabeza.

―Flotando sobre el agua pareces la misma diosa Venus―. Dijo Marco admirándola con verdadero interés, la muchacha llevaba una túnica corta que aunque la ocultaba, no dejaba de estar mojada y hacía que se le transparentara todo el cuerpo mostrando completamente sus atributos femeninos. Desde luego era más bella de lo que aún suponía.

―¿Venus, la diosa del amor y de la belleza?, ya te he dicho romano que soy una simple esclava y haz el favor de mirar hacia otro lado. No sé porque siempre tengo que encontrarte detrás de mí. Creía que ya te habías retirado a tus aposentos―. Dijo Julia disgustada, ya estaba harta de mostrarle respeto y hablarle de usted, cuando él no se daba por aludido y obviaba inevitablemente su condición de esclava cuando le convenía.

―Y la diosa del sexo ―pensó Marco que reticente se volvió, no quería molestarla más de lo que ya estaba, si la asustaba saldría corriendo sin pensárselo.

     Julia salió apresuradamente de la piscina, envolviéndose en otra túnica seca que tenía preparada. Se sentía incómoda en aquella sala y más llevando la ropa mojada. Ya con su aspecto más adecentado se volvió hacia el romano y le preguntó:

―¿Se puede saber qué quieres ahora?

     Marco se dio la vuelta recorriendo con la vista el cuerpo femenino de arriba a abajo, no podía evitar disfrutar del espectáculo que era esa mujer.

―Quiero saber que vas a hacer mañana.

―Ya te he dicho que no es de tu incumbencia, con los soldados que me has puesto es más que suficiente. Quiero que me dejes tranquila.

―Lamento el episodio de esta mañana si te hizo sentir mal. Pero no me gustó que el liberto se tomara tantas atribuciones―. Dijo directamente Marco mirándola a los ojos.

―Y yo te lo vuelvo a repetir, al igual que se lo he dicho a Graco que os olvidéis de mí. No tengo ningún interés en empezar ninguna relación con nadie, y no me voy a convertir ni en la esposa de él, ni en la amante tuya ¿Te queda claro?

      Marco se acercó repentinamente a ella y la cogió de la cintura aproximándola a él. Su cuerpo que todavía estaba mojado, se pegaba a él como si de una segunda piel se tratara. Estar dentro de aquella mujer tenía que ser como alcanzar el paraíso.

―Te pido disculpas por mi comportamiento de esta mañana, y eso es algo que habitualmente no suelo hacer.

―No sé porque no me sorprende. Haz el favor de soltarme ―dijo Julia empujándolo.

―Dime primero que vas a hacer mañana ―insistió Marco nuevamente.

     Julia era consciente del cuerpo y de la insistencia del hombre, aunque se mostrara reticente a claudicar ante las proposiciones del romano, no podía dejar de engañarse, era demasiado excitante la proximidad del general, se sentía demasiado atraída, cosa que no le pasaba con Graco. Tenía que acabar con aquello pronto, o no sabía cómo iba a seguir resistiéndose ante semejante tentación. Mirándolo con evidente disgusto le contestó:

―Mañana iré al foro, tengo que comprar en el Macellum. No sé porque te digo nada, con los soldados que me custodian tengo suficiente protección.

     Marco sonrió, por lo menos había conseguido que le hablara y no estuviera tan enojada. Con un brazo en la cintura de ella, utilizó la otra mano para acariciar su cara y bajando la cabeza la besó como había estado deseando desde que esa mañana la había visto en brazos del otro hombre. Metiendo la lengua dentro de su boca probó lo que nadie debía haberse atrevido a tocar, no podía dejar de sentir que esa mujer era de él. Julia sin poder evitarlo le salió al encuentro, respondiendo a sus impulsos. Con sus manos tocó el sedoso pelo del soldado, permaneciendo con los ojos cerrados su sentido del tacto percibía la suavidad de la cabellera del hombre. Permanecieron unos segundos más besándose sin poder evitar responder mutuamente. Marco más experimentado, agarro el labio inferior de ella con sus labios y empezó a mordisquearlo suavemente pero haciendo un último esfuerzo, se separó de ella. Su respiración agitada evidenciaba que estaba al borde de perder la cordura, abrazándola y sujetándola fuertemente junto a él le dijo mirándola a los ojos:

―Cuando vuelvas a ver al liberto, acuérdate de mi beso mujer ¿Sentiste con él lo mismo que conmigo? Me estás volviendo loco y no sé cuánto tiempo voy a poder seguir negándome lo que deseo.

     Julia callada no pudo contestar tampoco, no había experimentado nunca semejante atracción por un hombre, estaba hecha un lío. Marco soltándola por fin, le cogió de la mano y empezó a caminar con ella hacia la puerta.

―Vayámonos a descansar, amanecerá pronto.

     Julia aprovechó que ya estaban fuera para separarse de él, pero Marco insistió en que permaneciera a su lado hasta que cada uno se dirigió a su propio aposento.


     En otro lado de la ciudad, otros jóvenes paseaban por la playa, Quinto disfrutaba de la compañía de Claudia, ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, ambos jóvenes no se percataron que desde el barco de Spiculus, estaban siendo observados. 

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