Capítulo 7
"Es precioso aprovechar el tiempo de la vida; el tiempo pasa con pie rápido, y por muy feliz que sea el venidero, es menos dichoso que el que ya ha pasado."
OVIDIO
En la casa se había asentado una calma inquietante y desoladora, las horas pasaban muy lentamente sin que el galeno saliera a informar sobre el estado de Julia. Por orden de Tito, se había instalado a la muchacha en una de las mejores habitaciones de la casa para que estuviera más cómoda. Por su parte, Prisca y Claudia no hacían más que salir y entrar de la habitación con agua y gasas sucias que habían utilizado mientras curaban la herida. Apenadas atendían a su amiga intentando seguir los dictados del galeno. Los hombres esperaban fuera de la sala la evolución de la noche, la herida de la muchacha era demasiado grave, la puñalada podía haber tocado algún órgano interno. Nadie tenía sueño, ni siquiera se atrevían a echar una simple cabezada en el sillón por temor a que cuando despertasen el espíritu de la joven los hubiera abandonado y no pudieran aprovechar esos últimos momentos e instantes con ella.
El pequeño Paulo se hallaba medio sentado en un rincón de la sala al lado del sillón de Tito, por primera vez el muchacho no tenía ganas de hacer travesuras. Serio y desconsolado tenía la mejilla apoyada en el suelo esperando que su madre saliera a decir algo. Tito a su vez esperaba triste y desolado mirando hacia la puerta, sin poder entender que había salido mal. Desde que llegaron de Roma había cuidado de esa chiquilla, y viéndola crecer se había sentido cada vez más orgulloso de ella, su sentido del honor y de la honradez era tan elevado que si no hubiera conocido sus antecedentes familiares nunca hubiera imaginado que era hija de ese desarmado de Calígula. Su madre hubiera estado orgullosa de ella, sin duda alguna. No terminaba de comprender en qué había fallado para que ahora se encontrasen en semejante situación. Si en su mente se le hubiera pasado la mínima idea de que alguien podía hacerle daño, nunca habría dado lugar a que saliera de la casa sin la escolta adecuada, de hecho no habría salido siquiera. Resultaba evidente que había subestimado a su invisible enemigo. Aunque fuera lo último que hiciera, no dejaría de vengar la muerte de la muchacha y de llevar ante la justicia a los responsables.
Marco tampoco paraba de darle vueltas a la cabeza, debía haber estado más atento, se culpaba por no haber actuado con más precaución y entrever las señales de alarma. Seguía con el presentimiento de que algo se le escapaba, las piezas no terminaban de encajar pero no sabía que era. Había mandado a Quinto al campamento para que doblaran la guardia y extremaran las precauciones, estaba seguro que los acontecimientos no pararían ahí. Su sexto sentido le mandaba señales inequívocas de peligro. Ensimismado en sus pensamientos, la cocinera salió de la habitación, y dirigiéndose hacia su amo le comentó:
—Parece que está aguantando y resistiendo, ya sabe usted lo cabezona que es nuestra muchacha, no dejará este mundo sin luchar. La fiebre sigue demasiado alta pero no podemos perder la esperanza de que el tratamiento del médico empiece a hacer efecto. Le hemos puesto una cataplasma en las muñecas y en la herida del costado, también le estamos bajando la fiebre refrescándola continuamente, es lo único que se puede hacer ahora mismo. Sigue inconsciente pero el galeno ha dicho que si quieren pueden pasar a verla.
—Gracias Prisca—. Dijo Tito agradecido y levantándose del sillón se dirigió hacia el soldado que seguía sentado—. Si lo desea puede acompañarme general y entrar conmigo.
Acto seguido ambos hombres entraron en la habitación viendo a la joven inmóvil y pálida como un cadáver en el camastro. Claudia salió para dejar a los hombres solos, esperaría fuera para que no hubiera demasiada gente en la habitación. Al lado del cabecero de la cama, se hallaba una banqueta de madera que aprovechó el anciano para sentarse al lado de la chica, parecía que sus piernas no eran capaz de sujetarle. El galeno se volvió observando al anciano.
—¿Cómo se encuentra?, la veo muy desmejorada—. Preguntó Tito al galeno.
—A pesar de que el general le cauterizó la herida, he tenido que coserla porque se le había vuelto a abrir y le he administrado jugo de mandrágora para anestesiarle la zona. Se ha hecho todo lo que se ha podido, habrá que esperar la evolución de la noche. Le he proporcionado a su criada una tintura para que se la administren cada cierto tiempo. Si en las últimas horas hubiera alguna hemorragia interna no habrá nada que se pueda hacer ¿Quieres que te administre a ti también algo?, te veo alicaído, ya sabes que debes cuidarte también.
—No, no hace falta, estaré bien, muchas gracias de todos modos, ahora la que me preocupa es ella—. Dijo Tito mientras el médico recogía sus utensilios.
—Si necesitan algo llámenme a cualquier hora del día o de la noche—. Y saliendo el hombre de la habitación ambos hombres se quedaron solos. Tito se quedó observando a Marco, el soldado parecía estar bastante preocupado por su pupila.
—¿Tiene alguna ligera idea de quién puede haber hecho esto?—. Preguntó Tito mirando fijamente a Marco.
—Sí, cuando llegué al lugar junto a mis hombres, el lugarteniente de Tiberio estaba asestando la puñalada a Julia. En cuanto tenga oportunidad interrogaré a Tiberio, mientras tanto debe tener cuidado, me temo que los asaltantes no van a parar hasta conseguir lo que andan buscando ¿Usted no sabe porque estaban tan interesados en ella? Según mis hombres se tomaron demasiadas molestias para secuestrar a una mujer que estaba escoltada por soldados. Si el fin de Silo hubiera sido solamente el aprovecharse de ella, habría elegido otro momento más oportuno en el que se hubiera encontrado sola. ¿Por qué quería matarla a ella y no han ido a por usted?
—El que más saldría beneficiado con mi muerte es mi competidor más próximo, de todos es sabido la inquina que me tiene Tiberio. Por lo que sé, las cosas no le marchan del todo bien e imagino que han pretendido matar a Julia por su implicación en la factoría y su conocimiento del negocio, su muerte ocasionaría muchísimas perdidas en la fábrica, ya sabe que todo pasa por ella. Con mi muerte la fábrica seguiría adelante, pero si muriera ella, todo sería un caos. Por otro lado, aunque mi desaparición podría acarrear consecuencias nefastas a Tiberio, no es lo mismo la muerte de una esclava que la de un ciudadano romano, ya sabe usted que la justicia siempre está a favor de los hombres, podrían calumniarla y salir libres de cualquier tropelía y más ejerciendo Tiberio de autoridad en la ciudad. Pero estoy seguro que si hubieran querido matarme a mí sin levantar sospechas ya lo habrían hecho. Deben de querer algo más, estoy seguro.
Habló Tito angustiado mientras el general escuchaba con atención. Una ligera inquietud empezaba a alojarse en el fuero interno del anciano y no lo dejaba tranquilo, esperaba que nadie tuviera conocimiento de la verdadera identidad de la muchacha. Desde la muerte de Claudio nadie tenía conocimiento del paradero de Julia, ya que todos la consideraban muerta y estaba seguro que su tío no hubiera sido capaz de decírselo a nadie. El desenlace podría ser fatal para Julia si se supiera la verdad, las consecuencias serían nefastas si los asesinos de Calígula estuvieran al tanto del destino final de su hija.
—Acabo de ordenar que se aumente la vigilancia en la ciudad y en la casa, nadie saldrá si no es estrictamente necesario. Si necesitan alguna cosa más hágamelo saber, pondré más hombres a su disposición—. Dijo Marco.
—Julia llevaba una escolta adecuada la última vez que salió y no fue suficiente, ¿qué le hace pensar que no habrán más atentados contra su vida?
—No creo que en estos días intenten algo más pero estaremos preparados esperándolos. Le aseguro que tengo un interés personal en solucionar este asunto. Nadie entrará en la ciudad sin ser debidamente identificado. No descansaré hasta capturar a los culpables.
—Está bien, daré la orden a mi gente de que tomen las precauciones oportunas y salgan lo imprescindible.
Ambos hombres se quedaron observando a la joven. El anciano asintió con la cabeza mientras Julia dormía un duermevela inquieto y agitado. Su cara contusionada y febril mostraba las señales de la paliza que le había propinado Silo. Estaba tan sumamente maltrecha que era un verdadero milagro que no se hubiera roto ningún hueso de la cara. Su cuerpo inerte yacía alejado de este mundo, ajeno a los dos hombres que la contemplaban. Marco a su vez, deseaba que Julia despertara, se la veía tan malherida que no imaginaba que su final tuviera que acabar de esa manera. Encontraría a los responsables y los mataría. Incapaz de permanecer más tiempo allí quedándose impasible, se despidió del anciano para reunirse con sus hombres en el campamento, no se resignaba a quedarse con los brazos cruzados, hablaría con Quinto y Lucio e intentaría por lo menos ser útil en lo que quedaba de noche.
—Si se produce algún cambio avíseme, estaré en el campamento—. Dijo Marco.
—No hay problema, váyase tranquilo, usted ha hecho también todo lo que estaba en sus manos.
Esa noche el campamento era un bullicio de actividad, Marco estaba reunido dentro de la tienda con sus hombres recabando toda la información posible.
—Hay gente extraña que ha sido identificada por sus empleadores, han reconocido que suelen trabajar para ellos en otras campañas, pero hay gente procedente del Norte de África de la que no han sabido dar explicaciones de porque están aquí, solamente tienen la excusa de que están buscando trabajo. Los tenemos localizados y no los perdemos de vista— dijo el centurión Lucio Flavius.
—Todavía no hemos podido localizar a los asaltantes que se llevaron a la muchacha. Los informadores que tenemos están repartidos por toda la ciudad, los tres soldados que la acompañaban en el momento del secuestro se encuentran con ellos por si acaso reconocen a alguno de los asaltantes. Tal parece que se los hubiera tragado la tierra—. Respondió también Quinto a su general.
—Muy bien, ¿Quinto que sabes de la defensa de la muralla?—. Preguntó Marco.
—Los ingenieros están reforzando los muros y las torres vigía para evitar que penetren en algún ataque. Una cohorte está trayendo de un bosque cercano la madera que necesitamos y otra de las cohortes está construyendo muros alrededor del perímetro de la ciudad y colocando las minas debajo de los muros. Los hombres de Lucio están construyendo las balizas y los escorpiones, vamos a situar una baliza en cada torre vigía y alrededor de unos sesenta escorpiones a lo largo de la muralla. Los herreros están preparando los dardos de hierro que necesitamos para los escorpiones.
—Quiero que refuercen especialmente todo el perímetro de la muralla y la zona del puerto. En caso de ataque, el mar es por donde mayor daño nos pueden hacer. Necesitamos saber qué barcos entran en el puerto y su procedencia, así mismo necesito saber que mercancías traen consigo. Que un mensajero le haga llegar una misiva a mi hermano que está en Cartago Nova. Decirle que esté preparado para cuando lo necesite, no sabemos si llegaremos a requerir de sus barcos. Las puertas de entrada a la ciudad tienen que doblar el número de hombres, me temo que los que las abrieron la vez anterior estén todavía aquí y que puedan abrirlas nuevamente desde dentro, es un riesgo que no quiero correr. No me fío de Tiberio, ¿qué han dicho nuestros espías de él?
—Por ahora suele frecuentar lugares públicos y se le ha visto conversar en una taberna con un mendigo—. Dijo Quinto.
—¿Se sabía quién era? ¿Su procedencia?
—No, nada. El hombre desapareció delante de nuestro informador sin que pudiera percatarse de nada.
—Que no le pierdan de vista en ningún momento si lo vuelven a ver, no es trigo limpio. Mañana quiero que lo busquen y que me lo traigan al campamento, tengo curiosidad por saber que explicación me va a dar Tiberio sobre Silo.
Los hombres de Marco escuchaban con atención a su Comandante mientras éste terminaba de dar las últimas indicaciones.
Antes del amanecer Marco volvió a la Casa de Tito acompañado de Quinto, pero Julia seguía en la misma situación que cuando la dejó. Aunque la situación era bastante crítica, era un buen augurio que la fiebre hubiera permitido un poco más de tregua. El anciano se hallaba dormido en la banqueta al lado de Julia y Claudia le acababa de cambiar la cataplasma de la herida. Cuando los dos hombres entraron en la habitación, Claudia se quedó mirando a Quinto con cara de tristeza.
—¿Cómo sigue?—. Preguntó Marco en voz baja para no despertar al anciano.
—Bueno, el galeno vendrá dentro de un rato a revisarla otra vez, la fiebre sigue demasiado alta, y tememos que pueda convulsionar. Por lo menos está resistiendo y no se ha producido el desenlace que nos dijo el médico.
—Si hubiera algún cambio por pequeño que sea que me manden enseguida el aviso, mis hombres saben dónde encontrarme.
Quinto observaba a Claudia con detenimiento pero delante de su jefe no se atrevía a mostrar más simpatía hacia la muchacha, no quería despertar sospechas de su interés por ella. Ella evitaba mirarlo pero sabía que el interés era mutuo.
Claudia asintió con la cabeza al requerimiento del general, y aunque le extrañó el interés del romano por su amiga no se atrevió a preguntarle nada, tenía la sensación de que aquel hombre estaba guardándose algo en el tintero. No era normal tanto aprecio por cuenta del soldado, entre esos dos se cocía algo. También era consciente de la intensa mirada del tribuno, el constante cosquilleo en la nuca así se lo indicaba. En cuanto su amiga mejorara, resolvería las cuentas pendientes con ese hombre.
Cuando ambos hombres salieron de la sala, el pequeño Paulo interceptó al general agarrándose a sus piernas, el soldado se quedó mirándolo seriamente con curiosidad mientras el niño le sostenía la mirada.
—¿Quieres algo Paulo?—. Preguntó Marco con verdadero interés al niño.
—¿Se va a morir Julia?, creo que está así por mi culpa—. Dijo el pequeño con gesto serio mientras que pequeñas lágrimas le asomaban a los ojos. Marco extrañado se agachó y poniéndose a su misma altura comprobó que el niño tenía profundas ojeras alrededor de sus grandes ojos marrones, además se le notaba que estaba bastante compungido.
—¿Por qué piensas eso?
—Julia me dijo que debía pedirle perdón por lo de los sillones y como yo no lo había hecho, quizás los dioses la han castigado a ella en vez de a mí ¿Cree que si le pido perdón Julia se pondrá bien otra vez?—. Preguntó Paulo lloroso y arrepentido.
—No creo que los dioses tengan nada que ver en esto, pero no estaría mal que te arrepintieras de lo que hiciste. Si prometes no volverlo a hacer, seguro que los dioses ayudarán a Julia para que se reponga.
—¿De verdad?—. Preguntó Paulo esperanzado.
—¿Has visto alguna vez que algún soldado romano mintiera?—. Preguntó Marco intentando esconder la sonrisa. De aquí en adelante quiero que estés al lado de ella y que la vigiles todo el rato, vas a empezar a formar parte de mi ejército ¿te parece bien?
El pequeño sonriendo mínimamente por primera vez asintió al requerimiento del general y corriendo se metió en la habitación de Julia. Marco aunque bastante preocupado, salió sonriendo de la casa en dirección al campamento.
A la mañana siguiente los soldados fueron en busca de Tiberio por orden de su general, el comerciante se hallaba en el foro del mercado cuando lo localizaron. El hombre viendo venir a los legionarios calle arriba, intentó mostrarse sorprendido cuando estos llegaron a su altura y se pararon.
—Buenos días señores, nos honran con su presencia esta mañana— saludó efusivamente Tiberio a los soldados.
—Tenemos orden de llevarle ante el general.
Tiberio asustado aparentaba la mayor serenidad posible. No era posible que hubieran localizado todavía el cadáver de la esclava. No sabía que interés podía tener el general en hablar con él. Estaba deseando que Spiculus cumpliese con el trato, el general era un estorbo para sus planes y ya estaba empezando a cansarse.
Con paso ligero los soldados acompañaron a Tiberio al campamento. Marco estaba dentro de su tienda con Quinto cuando el centurión abrió la cortina y le anunció la llegada del comerciante. Marco que estaba sentado en el sillón enfrente de los mapas de la ciudad se tensó viéndolo entrar. Le bullía la sangre en el cuerpo, un sentimiento de rabia se apoderaba de él cada vez que se le venía la imagen de Julia con la daga. Tendría que esperar.
—Hacedlo pasar —ordenó Marco.
Tiberio situándose enfrente del general, lo miraba con aire altanero y alegre.
—Me han dicho sus hombres que andaba buscándome.
—Sí, ¿desde cuándo no ha visto a su esbirro?—. Preguntó Marco a Tiberio con aire despectivo.
—Imagino que me está preguntando por Silo, bueno le di instrucciones para que marchara de la ciudad hace dos días, tenía que dirigirse a Gades en busca de un cargamento que llegaba al puerto ¿Por qué pregunta eso? ¿Está interesado en él?—. Marco mirándolo fijamente sabía que el hombre no estaba al tanto todavía del final de Silo.
—Pues ha debido de confundir sus órdenes porque Silo no se encontraba en la dirección que usted le indicó.
—Imagino que habrá habido algún error. Pero hoy tiene que regresar del encargo. Cuando venga le preguntaré donde ha estado —dijo sonriendo Tiberio.
—Eso va a ser un poco difícil —contestó Marco.
Tiberio de pronto se puso serio, observó al general y le preguntó:
—¿Por qué dice eso?, ¿hay algo que yo desconozca?, hasta donde sé mi hombre debía volver hoy.
—¿Debo de suponer que no está usted enterado de la emboscada de mis hombres cuando la esclava de Tiberio salía de la factoría antes de ayer por la noche?
Tiberio preocupado porque el general pudiera relacionarlo con el suceso le contestó extrañado:
—No, no sabía nada. ¿Qué tiene que ver eso con mi hombre?
—Silo secuestró a la muchacha junto con algunos mercenarios.
De repente, Tiberio se sentó en un sillón que había próximo junto a él y negó al general:
—Eso es imposible, mi hombre se encuentra en Gades recogiendo el cargamento que le indiqué.
—Me temo que no siguió sus órdenes, su hombre está muerto.
A Tiberio se le descompuso la cara no pudiendo disimular su frustración, y sintiéndose ultrajado le exigió al general:
—Exijo saber quién ha matado a mi hombre para que lo lleven ante la justicia, esto es un ultraje.
Marco sonriente le dijo:
—Eso va a ser un poco difícil porque lo tiene delante de usted—. Confirmó Marco enfadado.
—¿Qué razón tenía usted para matar a mi hombre?—. Dijo el hombre precavido.
—¿No le he contado que mis hombres y yo perseguimos a Silo? Cuando lo encontramos estaba a punto de matar a la mujer. Le advertí a su hombre que dejara tranquila a la muchacha. Era hombre muerto desde el mismo momento que se atrevió a ponerle la mano encima.
Tiberio cauteloso no se atrevió a contestar al general, parecía indudable que Silo había fracasado en el intento. Maldito idiota, no valía ni para hacer un simple encargo. Ahora tendría que vérselas con el general.
—No entiendo porque mi hombre se atrevió a llevarse a la muchacha, sin duda la mujer lo tenía cautivado pero no se preocupe ahora que está muerto no hay peligro alguno.
—¿Qué interés tenía Silo en esa mujer?, ¿porque ella? —preguntó Marco con interés.
—Desconozco porqué Silo se llevó a la muchacha pero si usted lo mató, bien merecido se lo tenía—. Dijo Tiberio a Marco intentando apaciguar la situación.
—Espero que no hayan más altercados con respecto a la Casa de Tito.
—Por mi parte no se preocupe que ninguno de mis hombres se acercara a esa casa, imagino que la muchacha habrá muerto después de eso ¿no?
—Imagina usted mal, todavía está viva—. Declaró Marco enfadado con una mirada glacial.
—Bueno pues mejor así, mejor así —dijo Tiberio intentando quitar hierro al asunto— si no me necesita para nada más, tengo cosas todavía que hacer.
—Puede marcharse.
Cuando el hombre se hubo marchado de la tienda, Marco miró a Quinto y le dijo:
—No dice más que mentiras, que no le quiten el ojo de encima, parece una serpiente a la que le han quitado a su víctima de la boca.
—Ya lo están vigilando, he puesto hombres las veinticuatro horas del día, no te preocupes.
Julia llevaba inconsciente más de tres días y Marco era incapaz de apartarse de al lado de ella. Repartía su tiempo entre el campamento y la muchacha. Sentado al lado de la joven pensaba que ya no le importaba si Tito le interrogaba por su interés y permanencia en la habitación de la joven. El médico había dicho que había posibilidades de que despertara, y no se alejaría de esa habitación hasta asegurarse que ella estaba bien. Había sido un tormento ver como se debatía entre la vida y la muerte, y no poder hacer nada. Cada vez que se acordaba de la ironía e hipocresía de Tiberio, un impulso de matarlo le fluía por su cuerpo. Sabía que la orden de secuestrar a Julia no había sido iniciativa de Silo, Tiberio estaba detrás de todo pero necesitaba encontrar las pruebas para poder acusarlo. Ese día había estado entrenando con los hombres y estaba realmente cansado, necesitaba distraerse y mantener ocupada su cabeza en otras cosas. Hacía rato que habían terminado la última comida del día y agotado como estaba se le fueron cerrando los ojos.
Ya había amanecido cuando Julia despertó con la boca seca y un dolor en el cuerpo horrible, tal parecía que una cuadriga de caballos le hubiera pasado por encima. No podía mover el cuerpo, le dolían todos los huesos, especialmente la zona donde Silo le había clavado la daga, notaba el vendaje tenso que tenía alrededor de la herida. Al girar levemente la cabeza vio al general dormido sentado en un sillón al lado de la cabecera de su cama. Se quedó mirando su cara sosegada, cuando dormía parecía que toda la vanidad y el orgullo del hombre se habían evaporado como por arte de magia, ¿dónde estaba el prepotente romano? Aún dormido parecía un hombre impresionante, los dioses debieron conjurarse ese día para hacer un demonio tan atractivo y guapo. Como si con sus pensamientos lo hubieran despertado el soldado abrió los ojos mirándola en silencio, una sensación de tranquilidad y sosiego se instauró en el soldado al ver que la muchacha había abierto los ojos y que había superado la fiebre. La diosa Fortuna le había dado otra oportunidad. Su cara era el mismo reflejo de la alegría y levantándose aliviado se incorporó de la silla acercándose a ella. Quitándole algunos mechones sueltos que le tapaban la cara, de repente se agachó y dándole un beso tierno en la frente le sonrió. Julia no se esperaba semejante reacción de ese hombre, se comportaba como si de verdad le importara, por los dioses que le había gustado ese beso, por momentos se empezó a sentir acalorada y tensa, su cuerpo no podía evitar reaccionar ante la presencia de él. Lo mismo la hacía enfadar como desearlo, lo mismo la humillaba que la besaba. Todo en él era contradictorio.
Marco veía las emociones de ella pasar por sus ojos.
—¿Y eso a qué ha venido?—. Preguntó Julia sorprendida.
—Me ha apetecido, ¿tienes algo que objetar?
—Pues si, que no se vuelva a repetir, que yo sepa no te he dado permiso para besarme. Te dije que no volvieras a hacerlo.
—Y yo te dije que te besaré cada vez que me venga en gana. Ya veo que te has despertado bastante guerrera, no malgastes tus fuerzas en mí, me has tenido bastante preocupado, ¿cómo te encuentras?, ¿te apetece algo de comer?
—No, solo tengo sed.
—Llamaré a las criadas para que te traigan agua y te atiendan. Todos están ahí afuera esperando que despiertes. Cuando de madrugada te bajó la fiebre, salieron a atender a Tito, el anciano estaba agotado después de tantas horas y tantos días esperando que despertaras. Saldré a darles la noticia y que sepas que me alegro de que te hayas despertado, no vuelvas a hacerme algo así—. Dijo Marco e inclinándose otra vez la volvió a besar pero esta vez en los labios y acto seguido salió de la habitación.
Julia se quedó callada viéndolo salir, no sabía que había pasado, ni recordaba nada después de la puñalada de Silo. No se explicaba porque el general se encontraba sentado y dormido a su lado, los besos le habían pillado totalmente desprevenida. Ensimismada en sus pensamientos una multitud de cabezas asomaron por la puerta: Claudia, Prisca, Horacio, hasta el pequeño Paulo entró corriendo y poniéndose de rodillas al lado del lecho le dio un beso en la mejilla.
—El general nos dijo que ya te habías despertado, ¿sabes que de aquí en adelante voy a ser tu guardián? En el ejército me han contratado para que te vigile y cuando te pongas buena voy a ser el cornicen de la legión, ¿qué te parece Julia?—. Le preguntó el niño nervioso y sonriente.
Julia lo miraba llena de alegría y observando a su gente pudo darse cuenta de lo cansados que estaban todos. De repente se preocupó por ellos, porque aquella era su familia. En ese momento, Tito apareció por la puerta seguido del general con un andar lento, el rostro del hombre mostraba también una alegría exultante, no podía disimular el alivio que sentía, había sido todo un milagro que la vida de Julia no hubiera acabado en aquel bosque de alcornocales. Tenía que dar las gracias al general, aunque no le había pasado desapercibido el interés del soldado por Julia, tendría que mantener una conversación con él en cuanto las cosas se normalizasen, de momento estaba demasiado alegre, habría que celebrarlo como correspondía.
—¡Vaya susto nos has hecho pasar muchacha, espero que no se vuelva a repetir!—. Dijo Tito cogiéndole la mano con afecto.
Julia sonriendo le devolvió el saludo al anciano en señal de cariño y agradecimiento.
—Tengo que darle las gracias por salvarme amo, nunca perdí la esperanza de que mandara a alguien detrás de mis asaltantes—. Respondió Julia agradecida.
—No es a mí a quien se lo tienes que agradecer, es al general que fue detrás de ti. Si no hubiera sido por su ingenio y premura, posiblemente no estarías entre nosotros en este mismo momento.
Julia se quedó mirando al general, varios sentimientos contradictorios hicieron presa en ella. Ambos jóvenes se quedaron mirando fijamente sin que se percataran de que los demás los estaban observándolos.
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