Capítulo 6
" La fuerza es el derecho de las bestias."
MARCO AURELIO
Marco era conocido por la capacidad en plena batalla de mantener la serenidad y la templanza necesaria para llevar a sus hombres a la victoria. Batalla tras batalla habían curtido un hombre frío, audaz y atrevido donde no había pueblo, país y continente que no se atreviera a dominar, era conocido por su autocontrol. Pero bien sabían los dioses que en el mismo momento que escuchó a su hombre darle la noticia de la desaparición de la mujer, un frío helador le había atravesado el corazón como si de un simple jovenzuelo se tratase y no de un hombre endurecido por la dureza de la guerra. Nunca había experimentado la sensación de la pérdida de un ser querido pero la joven esclava se le había clavado en un rincón de su alma y por un instantes sintió el miedo de perderla, sin haberla conocido aún. Ponía a la diosa Venus por testigo que si conseguía recuperarla, no iba a dejar pasar la oportunidad de que esa mujer fuera suya.
Con toda la premura posible no perdió tiempo, en cuanto Tito puso a su disposición un hombre de confianza que conocía bien el terreno y los montes de alrededor de la ciudad, marcho junto con diez de sus hombres que se encontraban de guardia en la domus en busca de Julia. Sabía que si se habían atrevido a llevarse a la muchacha después de su advertencia, era para matarla. No tenía otra explicación, debían de andar bastantes desesperados para asumir el riesgo después de su advertencia, sabiendo que a donde primero acudiría sería a casa de Tiberio a pedir explicaciones. La muchacha debía de ser verdaderamente valiosa y había subestimado su importancia, no volvería a cometer ese error, porque era el primer descuido que había cometido en su vida. Un error que podía costar bastante caro. El tiempo corría en su contra y era esencial aventurarse para poder encontrarla con vida.
Saliendo por la Puerta de Carteia, dejaron atrás el perímetro amurallado de la ciudad. Como si de un mal augurio se tratase una tormenta hizo su aparición, la noche cerrada había abierto los cielos como si los mismos dioses estuvieran enfadados. Un aguacero descomunal caía sobre el grupo de hombres que en hilera iban subiendo la loma. Era bastante difícil con la tormenta seguir las huellas del grupo de delincuentes que se habían llevado a Julia, pero todavía había señales que el agua no había podido borrar. Debían darse prisa si querían alcanzarlos a tiempo. Conforme iban subiendo por los montes de la Sierra de la Higuera, se podía apreciar gracias a la luz de la luna como el mar Mediterráneo dejaba paso al Atlántico. El agua torrencial hacía intransitable los senderos y el fuerte viento impedía que los caballos pudieran avanzar, debían andar con bastante precaución para no resbalar por aquellos caminos. El primer arroyo con el que se encontraron, aunque de escaso caudal, debieron cruzarlo con extremado cuidado ya que las aguas torrenciales estaban poniendo a los animales bastante nerviosos y era peligroso cruzar de noche por allí, pero no había otra solución. El guía buen conocedor del terreno intentaba acortar camino llevándolos por veredas más seguras pero no podían perder las pocas pistas que iban dejando los asaltantes, cuando todo acabara el guía sería recompensado adecuadamente. Solo rezaba porque ella aguantara y pudiera encontrarla con vida. En ese momento uno de sus hombres que iba por delante de ellos se paró examinando el terreno, bajando del caballo buscaba con sus manos las huellas y las marcas dejadas en el terreno por los animales.
—Yo diría que son alrededor de ocho jinetes general, nos llevan la delantera de unas tres horas aproximadamente, las huellas todavía no se han borrado con el agua y están intentando despistarnos. Se nota que son buenos.
—¿Crees que los alcanzaremos?—. Preguntó Marco preocupado.
—Será difícil, si continúa esta tormenta se borrarán prácticamente todas las huellas del camino pero a lo mejor tenemos algo de suerte, llevamos ya bastante camino y no tardará en amanecer.
Quinto que estaba al lado de su jefe escuchando la conversación le dijo:
—Resulta raro que se hayan atrevido a secuestrar a la muchacha, ¿no crees que hubiera sido más fácil matar a Tito? Aunque fuera su mano derecha, eran demasiados hombres para secuestrar a una mujer y encima una esclava, hubiera sido más fácil matarla provocando cualquier accidente.
—Sí, hay algo que no cuadra y no termino de verlo. Pongámonos en marcha, no hay tiempo que perder. En cuanto aclare el día tendremos alguna posibilidad de alcanzarlos.
Sus secuestradores la habían amordazado y sentada delante de uno de los mercenarios llevaba las manos atadas. El hombre no la había mirado en ningún momento pero la mantenía firmemente agarrada sin posibilidad de movimiento alguno. Julia intentaba no perder la esperanza, sabía que Tito no dejaría de buscarla donde fuera, solo rogaba que llegaran a tiempo y que el general mandara a alguien en su búsqueda. No conocía a los hombres que la habían raptado, ni los motivos que los habían llevado a ello, pero no iba a rendirse sin luchar. Era demasiado joven para morir. Desde pequeña perdió la esperanza de poder tener una familia, sabía que como esclava ese era un derecho que no tenía permitido pero a ella le hubiera gustado tenerla. En su mente se hacía un vago recuerdo de la que fue su madre, solo los detalles que Tito le contaba impedía que se le hubiera olvidado completamente de la memoria la madre que una vez tuvo. De su padre prácticamente no hablaron nunca, Tito no quería ahondar más en el dolor, aunque ella era consciente de la vida de depravación absoluta que había llevado su progenitor. Echaba de menos no haber tenido a su madre al lado durante todos esos años. Sin embargo, nunca perdió la esperanza de volver a recuperar su identidad o por lo menos su libertad, había luchado todos esos años por la meta que se había propuesto. Tenía ilusiones, quería ser una mujer libre, decidir por sí misma, trabajar para ella y poder llevar las riendas de su vida sin dar explicaciones a nadie, aunque fuera como liberta. Sentía que había nacido en el momento equivocado y en el sitio equivocado. Siempre estaría eternamente agradecida al hombre que le había salvado la vida pero no podía seguir viviendo como esclava habiendo nacido libre, Tito tendría que comprenderlo.
Horas más tarde su cuerpo no era capaz de mantener el poco calor corporal que le quedaba, no dejaba de tiritar y calada hasta los huesos esperaba el momento más adecuado para poder escapar. Esos caballos corrían por aquellas veredas como auténticos hijos del diablo, jinetes y animales parecían no ser conscientes de las vicisitudes del camino y del peligro que corrían. A la más mínima oportunidad aprovecharía un descuido de los hombres para escapar, no se dejaría vencer tan fácilmente. Tenía escondida debajo de su túnica una pequeña daga que sacaría solo en caso de extrema necesidad. Solo esperaba que no se percataran de ella, Horacio le había enseñado como utilizarla y solo tendría una oportunidad para usarla.
Conforme la noche cerrada iba dando paso al amanecer, su estómago rugió de puro hambre y una bocanada de náuseas se le subió a la garganta, intentando disimularla se agarró con fuerza a las cuerdas con las que estaba atada. Las manos se le habían quedado agarrotadas y un ligero color azulado empezaba a aparecer en sus dedos, ya no los sentía de tan helados que los tenía. Debía permanecer despierta y atenta el mayor tiempo posible, resistiría hasta que vinieran a por ella.
Cuando amaneció bajaron por la loma de una colina divisando un gran bosque de alcornocales. Conforme se fueron acercando se podía entrever una pequeña cabaña que parecía estar habitada y el humo parecía salir de su pequeña chimenea. Solo rogaba que alguien le ayudara. La puerta de la cabaña se abrió de golpe y su peor pesadilla salió por ella. No podía creérselo era Silo, por primera vez sintió una rabia tan inmensa que si hubiera tenido una espada se la hubiera hincado a ese desgraciado, lo iba a matar con sus propias manos.
Mientras se iban acercando el hombre sonreía desafiante mirándola, sus ojos eran los de un buitre observando a su próxima víctima cuando sabe que le queda poco de vida. Adelantándose un par de mercenarios con ella y sin bajarse de los caballos lo saludaron con la cabeza.
—¿Habéis tenido algún problema?—. Preguntó Silo a los hombres mientras seguía mirándola fijamente.
—No, lo hicimos tal como dijiste. En cuanto la chica salió de la factoría pudimos reducir a los tres legionarios que la acompañaban. Todo fue pan comido. Páganos lo que nos prometiste y te dejaremos tu encarguito—. Dijo uno de los hombres riéndose a su vez.
—¿Estáis seguros de que no os ha perseguido nadie?
—No, tuvimos cuidado de no dejar muchas huellas. Con la noche de agua que ha caído es imposible que alguien haya podido seguir nuestro rastro. Sabes que hacemos bien nuestro trabajo. En cuanto nos des el dinero nos marcharemos, Spículus nos está esperando y se nos hace tarde. Aunque claro si necesitas ayuda con la joven podemos echarte una mano antes de irte, no vaya a ser que tú solo no puedas con ella.
Julia intentando aparentar la mayor indiferencia posible los miró desafiante, no se dejaría amedrentar tan fácilmente. Pero era fácil averiguar lo que les pasaba por la mente a aquellos degenerados. Si se marchaban por lo menos tendría alguna posibilidad de escapar de Silo. El hombre sacó una bolsa del bolsillo y tirándosela al mercenario se acercó a Julia, que de un empujón la bajó del caballo.
—Ven aquí perra, ahora no estás tan bravía como el otro día delante del general. Te juro que me las vas a pagar caro, antes de que acabe contigo vas a desear no haber nacido. Tengo un recuerdo por tu culpa y te prometo que aunque sea lo último que haga, te vas a acordar de mí—. Acto seguido le propinó un bofetón tirándola al suelo mientras los demás mercenarios volvieron a los caballos marchándose de aquel lugar.
Julia sintió como le ardía la cara pero estando atada no podía arriesgarse a desatar la furia de aquel sujeto, necesitaba estar libre para tener alguna oportunidad de defenderse.
A Silo le encantaba el sufrimiento ajeno. Era particularmente aficionado a todos aquellos juegos que alargaban la muerte de una persona. Esa muchacha le había costado un buen escarmiento de su amo, y por los dioses que iba a disfrutar torturándola. Todavía tenía en sangre viva la espalda por los latigazos que le había propinado Tiberio. Tenía la orden de matarla pero primero se iba a divertir un rato con ella. Iba a lamentar cada uno de los latigazos que había recibido por su culpa. En ese momento lo estaba pasando en grande, podía sentir el pavor que estaba experimentando la muchacha conforme iba arrastrándola hacia un árbol. Con una tela le tapó los ojos para que incrementara su miedo y atando una nueva soga sobre sus manos lanzó esta sobre el árbol. Izándola como si de un simple animal fuera, la dejó colgando. Quería que sufriera imaginando que clase de tortura tenía preparada para ella. El frio, la tormenta y la ceguera aumentaba el terror de una persona enormemente. Sabía a ciencia cierta que la mente hacía ver cosas donde no existían, y al menor ruido la muchacha no podría evitar estremecerse. Iba a pasárselo en grande. Cuando la bajase del árbol, las cuerdas le habrían propiciado tal dolor en los brazos que no sería capaz de moverlos para defenderse. Ya lo había intentado otras veces y le había dado resultado, sus víctimas siempre acababan llorando y tan sumamente doloridas que no tenían la menor posibilidad de defenderse mientras imploraban por su vida. Sentía tal placer cuando las violaba tan salvajemente que se corría dentro de ellas a la misma vez que estas abandonaban este mundo. Le daría un par de horas más para que se le fueran bajando los humos a la esclava. La quería indefensa y aterrada, solo eso le daba placer. Riéndose entró a la cabaña, bebería algo mientras esperaba.
Julia no sabía que tiempo había transcurrido desde que Silo la había colgado pero no podía más. Sentía sus hombros como si se le hubieran salido del lugar, un dolor agudo le incapacitaba poder mover los brazos. Tampoco podía gritar pidiendo ayuda, Silo le había dejado la mordaza en la boca además de taparle los ojos. Estaba preocupada, sin duda no se proponía nada bueno. El paso del tiempo se le estaba haciendo eterno, de repente escuchó un ruido en la puerta de la cabaña y dirigió sus ojos hacia el ruido.
Silo salió tambaleándose prácticamente borracho cuando llegó a la altura del árbol, desató la cuerda de la que colgaba la joven y sin ningún miramiento la dejó caer violentamente al suelo. Un resuello de dolor salió de su maltrecho cuerpo y conforme intentaba ponerse de rodillas, las cuerdas de las muñecas se le aflojaron. Momento que Silo aprovechó para quitarle la venda de los ojos y darle una patada en las costillas. Un crujido horroroso se escuchó en ese momento indicando que alguna costilla se había fracturado. Julia sentía como si miles de agujas hubieran decidido clavarse en su cuerpo a la misma vez. Las lágrimas empezaron a salir precipitadamente de sus ojos sin poder evitarlo, sentía tal agonía que no podía volverse siquiera para defenderse.
Silo se agachó y volviéndola hacia él, le agarró la túnica desgarrándosela por la mitad, unos pequeños y perfectos pechos asomaron entre la tela rota. El hombre no podía dejar de devorarla con la mirada y arrodillándose hacia ella intentó quitarle el resto de la túnica, arañándola en su maltrecho cuerpo. Julia empezó a removerse violentamente intentando defenderse, tenía que evitar que el fulano le arrancara el resto de su ropa, tenía la daga escondida detrás del muslo y en cuanto el degenerado se diera cuenta estaría perdida. Durante el forcejeo, Julia pudo agarrar el asa de la daga y con un último esfuerzo sobrehumano se la clavó al hombre en la espalda. Silo que seguía entretenido manoseándole el cuerpo, no percibió el movimiento de la muchacha, así que cuando sintió como la daga se clavaba en su cuerpo soltó el alarido escalofriante de una bestia herida. Dándose cuenta de la acción de la muchacha, la miró con tal odio que sin pensarlo le propinó un puñetazo haciendo que perdiera por momentos el sentido. Por la boca de Julia que todavía llevaba la mordaza empezó a manar un reguero de sangre y mareada percibió levemente que el hombre que seguía encima de ella se echaba mano a la espalda quitándose la daga, cuando lo miró a los ojos horrorizada vio como Silo bajaba a su vez la daga y se la clavaba con saña entre las costillas. En ese momento el dolor se volvió tan insoportable que perdió el conocimiento en medio de una negrura y el tiempo dejó de existir para ella.
El grupo de hombres que avanzaba con Marco seguía a su jefe con caras serias. La lluvia de la noche había dejado paso a una niebla espesa que dificultaba todavía más la búsqueda. Unas pequeñas huellas los habían conducido a una colina pero habían perdido la dirección de los mercenarios. Cuando alcanzaron lo alto de la loma vieron como delante de ellos una escena espeluznante se desarrollaba, un hombre golpeaba salvajemente y arremetía contra una muchacha en el suelo, clavándole una daga en su menudo cuerpo. Los soldados pudieron reconocer la figura del esbirro de Tiberio.
Marco sintió tal impotencia y rabia que dando un grito de guerra golpeó a su caballo salvajemente para que cabalgara más rápido y bajando como un loco por aquella colina condujo su caballo hacia el asesino. Agarrando su gladius de la espalda saltó del caballo en el mismo momento en que Silo intentaba ahogar a la muchacha aprentándole el débil cuello. En una décima de segundo la gladius describió un arco tan perfecto en el aire sobre el cuerpo del atacante que con un golpe certero separó la cabeza de Silo de su cuerpo. Sin mirar hacia atrás y volviéndose corriendo hacia Julia, se arrodilló y levantando levemente la cabeza de la muchacha, le quitó la mordaza de la boca comprobando si su pulso seguía todavía latiendo. Un suspiro silencioso salió del cuerpo de Marco cuando pudo apreciar que todavía seguía viva. Sin conocimiento y totalmente desvanecida, tenía el cuerpo lleno de sangre y la cara desfigurada pero todavía existía la mínima posibilidad de que sobreviviera.
Sus hombres que se habían acercado también corriendo, estaban alrededor de él y miraban a su jefe seriamente esperando que el general les confirmara que la muchacha estaba muerta, pero de pronto Marco girándose hacia ellos les dijo:
—Sigue viva, encender una hoguera, hay que cauterizar la herida. Conseguir agua para limpiarla, si no conseguimos pararle la hemorragia se desangrará.
—¿Está muy grave?—. Preguntó Quinto y asintiendo con la cabeza Marco le confirmó que sí.
Los soldados prepararon el fuego y trabajando como autómatas le trajeron a Marco agua y unos retazos de tela limpios. Marco mirando a Quinto le ordenó:
—Cuando le extraiga la daga presiona con el lienzo la herida, y en cuanto deje de sangrar se la cauterizaremos. En cuanto Marco sacó el arma del cuerpo de la muchacha, esta dio un respingo y sin recuperar completamente el conocimiento Quinto le taponó la herida.
Mientras Marco limpiaba la sangre del cuerpo de Julia e intentaba tapar levemente los pechos de la muchacha con la ropa hecha jirones, los hombres tenían preparado el cuchillo que habían puesto sobre el fuego y pasándoselo a su general lo observaron. Con pulso firme el hombre restañó la herida pero cuando el hierro candente se posó sobre la piel de la joven, la muchacha abrió los ojos sintiendo el cuchillo abrasador y dando un alarido estremecedor empezó a desvanecerse de nuevo. El olor a carne quemada era nauseabundo pero por lo menos tendría una mínima oportunidad de sobrevivir. En completo silencio y con un extremo cuidado, le vendaron la herida con el resto de lienzos que llevaban.
—Revisad el paraje y que tres hombres monten guardia cada cuatro horas. No sabemos si los demás asaltantes andan todavía por aquí. Quinto hazte cargo de la primera guardia. Tendremos que quedarnos a pasar la noche, no la podemos mover si no queremos que se le abra la herida y mirar si hay algún jergón dentro de la cabaña para poder acostarla—. Ordenó el general a sus hombres.
Marco que no paraba de dar órdenes estaba bastante conmocionado mirando a Julia, todavía podía ver en su mente al desgraciado de Silo clavando la daga sobre el delicado cuerpo de la joven, lo hubiera matado cien mil veces más pero estaba tan desesperado por auxiliarla que acabó con la vida del esbirro en segundos. Julia tenía el cuerpo tan lleno de moratones que hasta que no la revisara un galeno no alcanzaría a saber el alcance de las lesiones. Sintió tal impotencia en ese momento que una locura ciega se apoderó de su mente. Ni veinte años de servicio en el ejército lo hubieran preparado para encontrarse con tal escena. Como soldado siempre estaba preparado para la batalla, y contaba con la posibilidad de que la joven pudiera estar muerta antes de que llegara, pero lo que menos esperaba era verlo in situ y no poder llegar a tiempo de parar la trayectoria del arma mortal. Había sangre por todos los lados y ni siquiera tenía la seguridad de que Julia pudiera aguantar esas primeras horas. Si la fiebre hacía su aparición tendría que llevarla a Baelo Claudia, aunque corriera el riesgo de morirse por el camino. Sumido en sus propios pensamientos, escuchó como los soldados le confirmaban que había un jergón dentro de la cabaña. Cogiéndola con sumo cuidado, para no abrirle la herida la deposito encima del camastro y sentándose al lado de ella, esperó a que fueran pasando las horas de aquel aciago día.
Conforme la tarde fue avanzando los hombres atentos a cualquier ruido o movimiento, comían alrededor de la hoguera. Un silencio sobrecogedor sobrevolaba el ambiente, cada uno de los soldados andaba sumido en sus propios pensamientos, sabiendo que la situación era bastante crítica. Sin tener siquiera la certeza de que algún órgano interno de la muchacha no estuviera dañado, ya de por sí era bastante complicado que pudiera sobrevivir esa noche en medio de aquel bosque. La muchacha había perdido demasiada sangre y había sido tan brutalmente golpeada en la cara que era imposible reconocerla si uno no sabía quién era.
Horas después, Marco salió a hacer su turno de guardia mientras se echaba la noche, Quinto y otro soldado se quedaron velándola. Cuando ya amanecía Marco volvió a entrar y le preguntó a Quinto:
—¿Cómo sigue?
—Le ha empezado la fiebre, se halla inconsciente—. Marco mirándola preocupado le ordenó a Quinto:
—Diles que recojan las cosas, nos marchamos.
Esa misma mañana Tiberio con una jarra de vino en la mano esperaba a Spiculus en una taberna de la ciudad, había concertado una entrevista con el pirata, tenía asuntos urgentes que tratar. En ese momento, un tipo andrajoso se sentó en el banco que había enfrente de él y malhumorado le ordenó:
—Márchate de aquí, estoy esperando a alguien.
—¿Una limosna para un pobre mendigo?—. Pidió el hombre con la mirada cabizbaja y ofreciéndole la mano abierta.
—He dicho que te vayas si no quieres que mis hombres te echen a patadas.
En ese momento el mendigo levantó la mirada y sonriendo levemente le dijo:
—Te creía más caritativo Tiberio, veo que los años te están tratando bien, te vuelves cada vez más bondadoso con el paso del tiempo.
—Soy misericordioso con quien se lo merece, sabes que no puedo con la chusma. Si no hubieras hablado te hubieran sacado a patadas de aquí. No te hubiera reconocido en la vida, ¿desde cuando eres tan cuidadoso con tu atuendo?, llevas unas ropas tan pordioseras que apestas a metros.
—Es mejor pasar desapercibido y no llamar la atención, no quiero que nadie me relacione contigo en este antro de mala muerte, ya sabes el tratamiento que Roma da a los mercenarios, tengo que guardarme las espaldas ¿Tienes alguna nueva mercancía para mí? Las últimas ánforas resultaron ser bastante provechosas.
—Tienes que hacerme un encargo especial, te recompensaré bien. El ejército está acampado dentro de los límites de la ciudad y hay soldados por toda la muralla vigilando, cada vez es más difícil sacar algo sin levantar sospechas pero necesito que me hagas un par de favores.
—Ya sabes que te va a costar caro—. Respondió Spículus.
—¿Qué quieres?—. Preguntó Tiberio al mercenario.
—En Roma necesitan muchachos cada vez más jóvenes y educados, se pagan bastante bien en el mercado de esclavos. Consígueme unos cuantos.
—Está bien, pero tendrás que darme un poco de tiempo, no es fácil encontrar a jóvenes con esos requisitos.
—¿Dime que necesitas para que me hayas traído aquí sabiendo lo vigilada que está la ciudad?
—El general se ha convertido un estorbo para mis propósitos y necesito que desaparezca. Tengo que hacerme nuevamente con el control de la ciudad, en cuanto consiga que desaparezca el mandatario de Roma, tendré carta blanca para volver a comerciar con el norte de África. Tito está a punto de sufrir otro accidente desafortunado en su factoría y su mano derecha acaba de morir trágicamente. Es una pena que no pueda recobrarse de este mal augurio de los dioses, ¿no te parece?—. Dijo Tiberio sonriendo maliciosamente. El pirata mirándolo con perspicacia le contestó:
—Espero que mis hombres te hayan sido útiles para solventar ese pequeño problema. Con respecto al general, sabes que el trabajo que solicitas es bastante delicado. Ese hombre debe andar siempre rodeado de su escolta. Tendré que pensar cómo abordar esa empresa para que nos resulte satisfactoria a ambos, en cuanto lo tenga claro te daré los detalles. Tú procura estar en sitios públicos para que no te relacionen con la muerte del general y con los accidentes de Tito. Pero este imprevisto te va a costar algo más.
Tiberio mirándolo con mala cara le preguntó:
—¿Qué más quieres?
—Quiero vía libre para comerciar cada vez que venga, mis barcos atracarán en el puerto sin que tengan que pagarte impuestos.
—Está bien, trato hecho —dijo Tiberio—. Procura hacer bien tu trabajo y yo me encargaré del resto. Y desaparece de mi vista, hueles que apestas.
Spiculus levantándose lentamente le sonrió y le dijo:
—Ya tendrás noticias mías—. Y volviéndose se marchó de la taberna.
El regreso se hizo eterno para la pequeña comitiva de soldados que cautelosos y atentos iban preparados para cualquier trampa o escaramuza, todavía no habían encontrado rastros de los demás maleantes que se habían llevado a Julia. Aunque el lugar era poco propicio para un enfrentamiento, eso no era indicativo de que alguien les estuviera esperando para alguna emboscada.
Marco tenía entre sus brazos a su preciosa carga totalmente inconsciente. La fiebre le había subido bastante y no hacía más que decir incoherencias. Cabalgaban demasiado lento para lo que era habitual, la herida corría el riesgo de abrirse y se podía producir una hemorragia fatal. Había ordenado a Quinto que se adelantara para poner en aviso a Tito, necesitarían el galeno urgentemente.
A la vuelta habían tomado otro camino que aunque se tardaba más, era más accesible. Según el hombre de Tito tenían que cruzar otro arroyo, este era conocido entre la gente de Baelo Claudia como el arroyo de la muralla, el curso que tomaba hasta el mar rodeaba la ciudad por su costado. Descendiendo pasaron junto a una colina que tenía una vía para carros, los comerciantes que venían de Gades o de Carteia, al abandonar la Vía Heraklea, solían tomar este camino para dirigirse a la ciudad.
Cuando llegaron a Baelo Claudia el pulso de la muchacha era bastante lento, por momentos pensó que había dejado de respirar, el miedo se hallaba instalado en él. En cuanto llegaron a la casa de Tito, las luces de la casa se encontraban todas encendidas. El dueño de la casa esperaba en la entrada junto a Quinto, el anciano se veía bastante desmejorado y preocupado, luciendo un aspecto tan decaído que parecía que hubieran pasado diez años más por él. Cuando se acercaron y Tito comprobó la cara hinchada y llena de hematomas de la chica, palideció si cabe más ya que la joven estaba totalmente irreconocible.
—Has conseguido traerla de vuelta ¿Cómo se encuentra?—. Preguntó Tito.
—Bastante grave, la fiebre es demasiado alta y necesita urgentemente que el galeno la trate.
—Ya está todo preparado, llevadla dentro—. Ordenó Tito a sus sirvientes.
Horas después los hombres esperaban inquietos y cansados en el salón principal, el galeno y una de las criadas estaban dentro de la habitación con Julia. Cuando bastante tiempo después la puerta se abrió y los hombres vieron salir de la habitación al galeno, se levantaron rápidamente y se acercaron. El hombre con rostro serio les miró diciéndoles:
—He hecho todo lo que he podido por ella, tiene varias costillas rotas y el estado de sus lesiones internas es tan sumamente grave que tienen que estar preparados para lo peor, creo que no pase posiblemente de esta noche.
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