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Capítulo 5

"Ten presente que los hombres, hagas lo que hagas, siempre serán los mismos."

MARCO AURELIO


         Después del episodio en el callejón, Marco acompañó a Julia a la casa de Tito, marchándose enseguida en busca de Quinto al campamento. Mientras tanto, Julia entraba en la domus dándole vueltas a la cabeza al episodio con el general. No entendía que le pasaba cada vez que estaba en presencia de ese hombre. Era la primera vez que le besaba alguien y no esperaba que su cuerpo reaccionara de ese modo. Se había quedado petrificada, pero el problema era que le había gustado. Sin saber qué hacer, ni reaccionar, su cuerpo paralizado como una estatua, parecía adaptarse perfectamente al de él, y hubiera seguido besándolo si él no llega a interrumpir el beso. No podía permitirse el lujo de caer en el embrujo del general, acostumbrado a tener un montón de mujeres alrededor de él porque solo sería una más entre tantas. Y cuando acabara su misión, se marcharía a cualquier otro sitio. Imposible sucumbir ante ese hombre que solo le generaría problemas. Julia iba pensativa cuando Claudia se le acercó.

—¡Julia, por fin apareces! Prisca está en la cocina que echa humo. Gritando a todo el mundo y preparando la cena de esta noche. Vente porque eres la única que la tranquiliza, yo ya no sé qué decirle. Horacio también está preparando los baños para cuando vuelvan los invitados. Sabes que querrán bañarse antes de la cena.

     Julia asintiendo con la cabeza y acompañando a Claudia a la cocina, ya iba pensando en las tareas pendientes. No se le quitaba del pensamiento el beso del general, no le gustaba reconocer lo afectada que le había dejado ese hombre. De repente, un par de pequeñas piernas se abalanzaron hacia ella, rodeándole con los brazos por sus caderas. Era el terremoto del pequeño Paulo.

—¿Julia me perdonas por lo de ayer? Padre me ha dicho que el amo Tito se ha enfadado mucho contigo. Te prometo que no volveré a hacerlo, pero no me gustó cuando te habló tan mal. ¿Crees que debería pedirle disculpas también a él?—. Preguntó el niño.

—Paulo, sabes que no puedes andar todo el día metiéndote en jaleos, tus consecuencias nos arrastran a los demás, sobre todo a tus padres y a mí. No voy a poder protegerte por mucho más tiempo. Creo que sería bastante adecuado que pidieras perdón al general y a sus hombres. Debes asumir las consecuencias de tus propios actos y el amo quiere que te pongas a trabajar. Más tarde te diré lo que tienes que hacer, pero debes prometerme que no volverás a meterte en más problemas, ¿de acuerdo? Si yo tengo un problema con el general, debo resolverlo yo y tú no puedes tomarte la justicia por tu mano—. Dijo Julia sonriendo al pequeño, mientras le apañaba el flequillo de la frente.

—Sí, no te preocupes Julia, me portaré bien de aquí en adelante.

—Todo aclarado entonces, ahora vete y pregúntale a tu padre que queda por hacer en la sala de baños—. Paulo salió corriendo en busca de su padre dispuesto a cumplir su tarea.

—Lo proteges demasiado Julia—. Dijo Prisca, la madre de Paulo—. Pero eres la única autoridad que parece respetar mi Paulo, no sé qué haríamos sin ti.

—No te preocupes Prisca, sabes que sois como mi familia y a Paulo lo quiero como a un hijo. Tiene demasiada energía que no sabe cómo encauzarla. Ya enderezaremos al diablo ese—. Y ambas mujeres echándose a reír siguieron con sus cosas.


     Unos minutos después, Marco llegó al campamento en busca de Quinto, en una explanada había un grupo de soldados entrenándose y el centurión Lucio estaba con ellos, mientras que otros soldados andaban ocupados terminando de fortificar el perímetro. Cuando se fue acercando a la tienda de los mandos, Quinto salía de ella.

—Quinto necesito que me acompañes a la Casa de Tiberio. Que Lucio venga también con sus hombres. Hace un rato, la mano derecha de Tiberio estaba amenazando a la esclava de Tito y quiero saber qué es lo que se trae con ella. La muchacha no me ha querido decir nada y aunque parecía asustada, ha sabido defenderse de ese sujeto pero me parece que ese hombre no es trigo limpio ha salido corriendo en cuanto me ha visto.

—¿Tú crees que la ha amenazado?

—Sí, la tenía cogida del cuello y le dejó todos los dedos marcados ¿Ya están preparados los hombres?—. Preguntó Marco.

—Sí, podemos partir cuando quieras.

     Escoltado por un grupo de soldados de la Legión por las callejuelas de Baelo Claudia, Marco iba pensativo mientras caminaba con pasos acelerados siguiendo el ritmo marcado por sus hombres, sus pensamientos seguían todavía centrados en la mujer. Cuando llegaron a su destino Marco y Quinto no se sorprendieron de la zona donde se ubicaba la casa de Tiberio. Era una zona tranquila y próspera de la ciudad situada junto a la playa, aunque por su fachada la casa había conocido otros tiempos más acaudalados y prósperos. Los desperfectos en ella indicaban que necesitaba reparaciones urgentemente. Era claro indicio de que el dueño de la casa no pasaba por una situación muy boyante, las cosas no debían de marcharle precisamente bien. Cuando llamaron a la puerta, un esclavo de aspecto enfermizo y delgado les abrió la puerta.

—Deseo ver a vuestro amo, decidle que el general Marco Vinicius desea hablar con él.

     El esclavo pareció asustado en un primer momento pero después de mirar a ambos hombres, sonrió y les dirigió una mirada de confabulación, cosa que extrañó en ese momento a ambos soldados.

—Por supuesto general, si hacen el favor de seguidme.

     El hombre los condujo a través del atrium de la casa hasta un pórtico de columnas con múltiples puertas que daban acceso a otras habitaciones. Cuando llegaron a una de ellas, el esclavo llamó a la puerta, pidiendo permiso para entrar. Desde dentro, el amo se mostró cauteloso cuando vio aparecer en su despacho al par de soldados ricamente ataviados. Allí con él se encontraba Silo, que intimidado se acercó ligeramente a su jefe. A Marco no le pasó desapercibido el movimiento del hombre. Sabía que el esbirro lo había reconocido.

—Buenos días, ¿a quién tengo el gusto de conocer?—. Dijo Tiberio claramente sorprendido.

—Soy Marco Vinicius, Comandante del Ejército del Sur y General de la Novena Legión Hispana. Mi hombre es el Tribuno Quinto Aurelius—. En ese momento, el soldado saludó con un movimiento de cabeza—. Imagino que no esperaba mi visita pero como habrá podido escuchar acabamos de llegar desde Roma para tomar el mando de la defensa de la ciudad. Según tengo entendido, antes era usted el encargado de tal misión.

     Tiberio con un semblante aparentemente relajado y tranquilo, no revelaba verdaderamente su auténtico estado de ánimo. Nervioso y preocupado, lo que menos le interesaba era la presencia de los soldados en su casa, ni despertar ningún tipo de sospechas. Sin duda, Silo tenía que haber metido la pata cuando fue a visitar a la muchacha, y no se había atrevido a decírselo. Ya ajustaría cuentas con él. Dirigiéndose hacia el soldado, sonriéndole afablemente y confirmando con la cabeza se dirigió hacia el soldado.

—Lleva razón general, la vigilancia de la ciudad estaba a mi cargo. La verdad es que los acontecimientos del robo en la Casa de Tito me han pillado por sorpresa. Muy mala suerte la de mi vecino, ¿no le parece? No sé cómo ha podido suceder tal hecho. Esta ciudad es una zona muy tranquila donde los piratas y ladrones no suelen operar. Es un puerto demasiado pequeño para que alguien esté interesado en robar y matar a nadie.

     Marco que esperaba en silencio estudiando al hombre, sabía reconocer a una persona cuando mentía. No le engañaba su aparente templanza y serenidad, y él no era un hombre de andarse por las ramas.

—Esta mañana pude ver a su hombre cerca de la Casa de Tito—. Dijo mirando fijamente a Silo—. Mostraba una actitud bastante hostil y agresiva con una esclava de la Casa de Tito, ¿puede decirme que quería de esa mujer y que fue a hacer allí?

     Silo inquieto empezó a sudar, pasaba la mirada inquieta de su jefe al general pero con un marcado aire prepotente y fanfarrón cogió valor y se dispuso a contestar al general.

—Como comprenderá la muchacha es muy bonita y ya sabe lo que pasa en estos casos, intenté besarla pero la condenada no se dejó, solo estaba aclarándole cuál era su situación—. Dijo riéndose Silo.

—Marco tensándose fijó su mirada en Silo, sintió como se le calentaba la sangre por dentro pero con un tono bastante tranquilo y firme se acercó al esbirro y cogiéndolo del cuello le advirtió:

—Escúchame bien, desde el mismo momento en que llegué a la ciudad perdiste esa oportunidad, esa mujer es mía y si te veo otra vez intentando intimidarla o con alguna señal por mínima que sea en su cuerpo eres hombre muerto ¿Te ha quedado claro?

     Todos los hombres allí presentes se volvieron hacia el general y asombrados se quedaron mirándolo incrédulos, incluido Quinto que no se esperaba esa reacción de su jefe. Desde luego que le había pegado fuerte con la mujer, ¿quién se hubiera esperado esa reacción?

     Tiberio poniéndose a la defensiva y quitándole hierro al asunto, sonrió y le confirmo que su hombre seguramente no tendría ningún problema con dejar tranquila a aquella mujer. Marco se volvió y mirando fijamente a Tiberio le contestó:

—Si alguno de sus hombres se entera de algo por mínimo que sea relacionado con el robo o con el asesinato de los guardias, hágame llegar la información al campamento. Ya sabe dónde puede encontrarme. De aquí en adelante no se preocupe por la seguridad, mis hombres y yo nos hacemos cargo de la vigilancia de la ciudad.

     Con un saludo de despedida ambos soldados se volvieron y salieron marchándose de la sala, dejando a Tiberio por primera vez con la palabra en la boca. Cuando hubieron salido de la Casa, Quinto sonriendo le dijo a su jefe:

—Desde luego le has dejado bastante clara tu posición con esa muchacha ¿Qué hacemos, volvemos al campamento? Es la hora de la cena.

—No, volvamos a la Casa de Tito, ya no nos da tiempo a nada más—. Y dirigiéndose hacia Lucio le ordenó que regresara con el resto de los hombres al campamento.


Puerto de Ostia (Latium), 5 de enero, año 63 d.C.

     Spiculus, se encontraba en el gran puerto de Ostia, la ciudad que se encontraba en la desembocadura del río Tíber era la principal vía de entrada a la urbe de Roma después de que el emperador Claudio creara allí ese espléndido puerto. Bajo la apariencia de mercader, Spiculus pasaba desapercibido cuando en verdad era uno de los piratas más activos del Mediterráneo. Desde que el año anterior una gran tempestad hundiera dentro del puerto doscientas embarcaciones cargadas de trigo, las cosas marchaban bastante bien. Había aprovechado la escasez de provisiones para enriquecer sus arcas. A eso había que sumar las riquezas provenientes de la venta de esclavos y algún que otro encargo que realizaba. Aunque transportaba habitualmente aceite, vino y trigo para Roma, esta actividad era la tapadera perfecta para su negocio más rentable. La captura de personas para ser vendidas como esclavos estaba resultando una práctica muy lucrativa.

     Esa mañana sus hombres estaban aprovisionando el Fortuna, su barco mercante podía alcanzar una velocidad de seis nudos en condiciones de viento favorable. Quería poner rumbo a Baelo Claudia cuanto antes mejor, en siete días podrían alcanzar la costa de Gades. Había recibido una misiva de Tiberio para presentarse urgentemente allí. El tipo era un sujeto necio y obtuso. Pensaba que podía manejarlo a su antojo pero esa era una opinión que no se había molestado en aclararle. Últimamente los negocios no le marchaban muy bien y le convenía que Tiberio siguiera creyendo que tenía el poder en sus manos y que podía manejarlo a su antojo. Ya le sacaría de su error cuando a él le conviniera. Sabía que el tipejo se traía algún enredo entre manos. No daba puntada sin hilo, sin obtener ningún beneficio. Y eso a él le convenía, las ánforas de vino le habían proporcionado una ganancia sustanciosa a ambos.

—Mi capitán ya está todo cargado. Cuando dé la orden, podemos marchar rumbo a Hispania—. Dijo el lugarteniente de Spiculus.

—Dile a los hombres que levanten ancla. Los dioses y los vientos nos son favorables hoy. En siete días llegaremos a la ensenada de Bolonia.

—¿Qué cree que querrá el viejo?

—No lo sé todavía, pero no tardaremos en averiguarlo.


     Cuando Marco y Quinto llegaron a la domus, Julia y otra sirvienta estaban esperando en la entrada. Quinto se dio cuenta de que era la esclava que había llevado las provisiones al campamento. Por su parte, Claudia tampoco esperaba la presencia del soldado allí y lo miró con cautela, no sabía que se hospedaba en la casa. Mientras ambos se miraban, Julia les dijo a ambos hombres:

—Si lo desean, la casa dispone de unos baños privados y pueden asearse antes de la cena.

     Marco asintiendo con la cabeza le dio permiso para que las jóvenes esclavas los guiaran hasta las termas. Lo que menos esperaba es que la muchacha lo asistiera en el baño.

     Mientras Julia iba pensando que su amo Tito no era un hombre que se prodigara en tener muchos esclavos, en la casa solo estaban los sirvientes justos para mantener la domus en orden, por lo que la labor del baño recaía en Claudia y en ella misma. Prisca se encargaba de la cocina, Horacio solía ocuparse del establo y del mantenimiento mientras que las demás obligaciones y la supervisión de la factoría eran obligaciones de Julia, pero esta vez había hablado con Horacio para que asistieran a los hombres, no se fiaba del general. Cuanto menos contacto tuviera con él, mejor.

     Julia condujo a los hombres hacia una sala de la domus donde se entraba a las termas, esta sala servía como vestuario y estaba decorada con pinturas de motivos marinos, así que cuando los hombres se percataron de que uno de los sirvientes se encontraba allí y localizaron los apartados para cambiarse, empezaron a desnudarse. Mientras se quitaban sus ropas, Horacio las guardó en los espacios destinados a ello y cuando las muchachas percibieron que los hombres se empezaban a desnudarse salieron de la sala precipitadamente.

     Cuando se encontraban alejadas de las salas de baño, Claudia comentó con un tono bastante bajo a Julia:

—¡No me digas que no te mueres por ver el cuerpo de estos dos soldados! ¿Tú has visto que músculos tiene el ayudante del general?, ¡lo que daría por ver por un agujerillo de esa sala!, ese hombre me tiene asombrada—. Julia se quedó mirándola sonriendo y le respondió:

—¡Anda vamos al comedor que hoy no estás en tus cabales! Y riéndose siguieron caminando.


     Marco y Quinto que estaban atentos a las reacciones de las jóvenes se miraron con complicidad cuando salieron, Marco se sintió un poco decepcionado cuando las vio abandonar la sala, aunque en el fondo no le agradaba que la muchacha asistiera habitualmente a los visitantes masculinos de Tito y prefirió la compañía del sirviente. Los romanos se caracterizaban por la falta de pudor, mostrar el cuerpo desnudo era un acto natural, pero maldita gracia le hacía que la esclava mirara a otro hombre que no fuera él.

     Cuando pasaron a la sala donde se tomaba el baño de agua fría, el frigidarium, los soldados se refrescaron durante un buen rato, luego pasaron a la sala de temperatura normal, que servía de transición entre el frigidarium y el caldarium, que era la sala de calor. Esta última sala estaba cubierta por una cúpula abovedada con una abertura circular en su cenit. Después de realizar este recorrido los soldados volvieron a salir a la sala seca, donde se dispusieron a secarse. Seguramente el dueño de la casa estaría esperándolos para la hora de la cena. Cuando los hombres terminaron de secarse y de arreglarse, el sirviente les acompañó al salón donde estaba preparada la cena.

     En cuanto entraron, Marco saludó a su anfitrión y miró a Julia que estaba otra vez en el extremo de la sala preparada para servir a su amo y a sus invitados. La cena era la comida principal del día, por la mañana solían tomar un desayuno ligero pero era en la última comida del día cuando los hombres comían con más abundancia, y como debía ser habitual en esa casa, la cena era digna de cualquier patricio noble que se sentase a comer con Tito.

     Los tres hombres se dispusieron a cenar mientras Claudia y Julia les servían. Julia pidió permiso a Tito para empezar a servir la mesa, y el hombre asintió. Marco no era capaz de quitar los ojos de Julia, era la muchacha más exquisita que había conocido jamás, tenía un porte elegante hasta en la forma de servir la mesa, cuando se aproximó a su lado y empezó a servirlo, Tito se volvió hacia Marco y le preguntó:

—¿Qué tal le ha ido el día general?, ¿ha conseguido averiguar algo?

—Sí, la mañana ha sido bastante provechosa, ¿le ha informado su esclava del incidente de la factoría?—. Le preguntó Marco a Tito. El hombre volviéndose hacia Julia preocupado la observó interrogándola:

—Julia, ¿ha pasado algo que yo deba saber?

     La muchacha mordiéndose el labio y maldiciendo al general se volvió hacia su amo Tito e intentando aparentar una tranquilidad que no tenía le contestó:

—No me ha dado tiempo a comentarle nada amo y como no le he vuelto a ver desde esta mañana no he podido decirle nada, de todos modos no tiene demasiada importancia.

     Julia lo que menos deseaba en ese momento era que el general se enterara de la amenaza de Silo, no quería preocupar a su amo, los últimos días andaba inquieto y desmejorado y lo último que quería era darle más preocupaciones. ¡Maldito fuera el militar!, había sacado a propósito la conversación para obligarla a hablar delante de su amo. Sin embargo, Tito seguía esperando a que la joven le narrara lo sucedido, con lo que no tuvo más remedio que aclarárselo.

—Mientras el general estaba en el puerto, el esbirro de Silo me estaba esperando en la calle y me amenazó con que algo podría pasarle a alguien de la casa si usted hablaba demasiado con los soldados.

     Los hombres la observaban en silencio cuando Tito le preguntó a la joven:

—¿Y qué puede inquietar a Tiberio? ¿Qué puedo saber yo para que te hayan amenazado a ti? Esto no me gusta—. Dijo pensativo el hombre mientras meneaba la cabeza.

—Esa misma pregunta me hago yo—. Contestó el general en ese momento—. Dígame una cosa Tito, ¿Quién está al tanto de las cosas de su negocio? ¿Por qué la amenaza iba dirigida a ella?—. Señaló Marco a Julia mientras hablaba.

—Verá general, Julia es mi mano derecha en los negocios, ella siempre se ha preocupado de supervisar el proceso de la producción y el comercio del salazón. Los que me conocen bien, saben que ella se ocupa de todo. A pesar de que usted vea a Julia como una esclava, para mí estas personas que viven conmigo son parte de mi familia, y Julia ha sido como una hija para mí, la hija que nunca he tenido, así que como pater familiassiempre he procurado que tuviera una preparación más intensa que cualquier esclavo de la casa. De pequeña mostró una gran inteligencia y aprendió todo lo que se necesitaba saber para que me ayudara en el funcionamiento de la fábrica. Prácticamente la mayoría de las decisiones pasan por ella, por eso imagino que se habrán dirigido hacia Julia. Lo que no comprendo es qué cree Tiberio que puedo saber yo que le pueda perjudicar a él, y eso me inquieta.

—No se preocupe, esta mañana hice una visita a Tiberio y le dejé claro cuál era la situación. A partir de mañana algunos de mis hombres vigilarán la casa por si hubiera algún tipo de problema. De todos modos no estaría demás que la muchacha llevara algún tipo de escolta cuando saliera de la casa—. Dijo Marco sin mirarla. Tito asintió con la cabeza dándole las gracias y dirigiéndose hacia Julia le dijo de nuevo:

—Lleva razón el general Julia, de aquí en adelante llevarás a alguien contigo cuando salgas, sabes que me preocuparía demasiado si algo te pasara.

     Tito siguió comiendo preocupado y Julia enfadada, intentó disimular delante de aquellos soldados. Ella misma se valía para defenderse de Silo, no necesitaba ningún tipo de escolta para que el general la estuviera controlando todo el tiempo. Mientras Julia seguía ensimismada en sus pensamientos, Claudia y Quinto no dejaban de mirarse disimuladamente. La muchacha aprovechaba cualquier momento en que le servía para rozar al romano con disimulo, y este pendiente de la muchacha se tensaba cada vez que se acercaba. Los dos eran conscientes de la presencia y del cuerpo del otro. Quinto no dejaría pasar la oportunidad en cuanto tuviera la más mínima ocasión, por los dioses que la muchacha era bonita y atrevida, e iba a aprovechar su estancia allí.

     Cuando los tres hombres acabaron de cenar se retiraron a sus aposentos privados a descansar. Al día siguiente les esperaba una dura jornada.


     Al amanecer Julia se encontraba en la cocina desayunando sola, era demasiado temprano y no había todavía movimiento en la casa. Ese era el momento del día que más le gustaba. Le permitía poner en orden su cabeza con la paz que se respiraba. Durante el día era un no parar continúo y desde que tenían invitados la cosa iba a peor, prefería la intimidad que daban las primeras horas del día. No había podido descansar bien esa noche, demasiadas preocupaciones le llenaban el pensamiento. En ese momento, Julia volvió la cabeza al percibir un movimiento detrás de ella, en la puerta estaba el general mirándola. Rápidamente se levantó del asiento y se quedó mirándolo.

—No esperaba encontrarte aquí muchacha.

—Si quiere que le sirva el desayuno, ahora mismo se lo pongo en el salón—. Dijo Julia mirándole.

—No, prefiero desayunar aquí, puedes recrearme la vista mientras desayuno—. Dijo Marco provocándola.

—No está bien visto que los señores desayunen aquí.

—No te preocupes, yo puedo hacer lo que quiera para eso soy el general, nadie me dice dónde puedo o no comer. Puedes seguir desayunando en la mesa—. Dijo intentando desafiarla.

—¡Será presumido, prepotente y estúpido, es que lo tiene todo junto!—. Pensó Julia mientras le servía leche fresca, pan y algo de fruta al soldado.

     Aunque Julia se sentía incómoda, volvió a sentarse a desayunar enfrente del hombre.

—Hoy tengo que salir a la factoría, ¿cree necesario que tenga que llevar escolta? Siempre he tenido cuidado con Silo y no creo que pueda pasarme nada—. Le expresó Julia con cautela.

—¡La llevarás!, ya he dado la orden—. Le contestó Marco observándola. Se notaba a la legua que si la mujer hubiera podido clavarle un gladius, sería en ese preciso momento. Era tan transparente que no podía disimular el enfado que tenía. Pero Marco tenía una voluntad de hierro, era un hombre que no reconocía la derrota ni aunque ésta lo mirara de frente. Le encantaba el carácter terco e indómito de la mujer, mostraba una voluntad difícil de domar pero era todo un reto que estaba deseando afrontar.

—¡Quiero verte esta noche!—. Dijo Marco tensando un poco más la cuerda.

—¿Cómo que quiere verme esta noche?, ¿se puede saber para qué?

—Me atraes y quiero pasar la noche contigo. Los esclavos están para servir a sus señores, y yo soy el invitado de tu señor.

—Me parece que se está equivocando conmigo. Mis labores en esta casa no incluyen esa clase de servicio a los invitados de mi señor —dijo Julia realmente enfadada—. Si quiere que le sirvan de esa manera puede irse a su campamento, seguro que allí podrán aliviarlo, según he oído llevan prostitutas en su ejército o puede irse a cualquier burdel, que seguro que estará a su altura también.

—¡Te quiero a ti!—. Dijo Marco de nuevo.

—¡Pues no voy a ser yo romano, por mí te puedes ir al mismísimo infierno!—. En ese momento Marco aprovecho para cogerla del brazo pero Julia que estaba a la defensiva se levanto corriendo y pudo zafarse de su agarre mientras empezaba a salir de la cocina gritándole—. Ya le dije que no se acerque a mí en ese sentido.

     Marco seguía sonriendo cuando los demás esclavos de la casa empezaron a entrar en la cocina para comenzar su jornada. Cuando terminó de desayunar se fue camino del campamento. Ese día tenía entrenamiento con sus hombres y cuánto antes terminara, antes volvería a la domus.


     Julia estuvo prácticamente toda la mañana en la factoría, era el día en que había que adobar con las especias el garum, y ella siempre supervisaba el proceso puesto que había que poner la cantidad justa. Los hombres del general se habían quedado esperándola fuera y ella ya llevaba muchas horas dentro del recinto. Había estado retrasando la vuelta a la casa todo lo posible, la advertencia del general le tenía molesta otra vez. Sintiendo un poco de remordimiento por haber hecho esperar a los soldados tanto tiempo fuera, salió de la factoría y se dispuso a volver con ellos. La tarde se había echado encima y ya había empezado a oscurecer. Cuando volvieron una de las esquinas de la calle, unos hombres armados se abalanzaron hacia los tres soldados que la acompañaban. Los hombres intentaron protegerla manteniéndola en el centro pero eran demasiados hombres contra los tres legionarios. La refriega despertó el ardor de la lucha en sus tres protectores, desenvainaron sus gladius tan rápidamente, que los primeros cabecillas que los atacaban solo tuvieron tiempo de parpadear antes de ver el filo de sus espadas.

     Los legionarios eran guerreros experimentados, cada uno de ellos luchaba con fiereza y el conocimiento que otorga solamente el haber estado en numerosas batallas hizo que las fuerzas se calibrasen a pesar de la diferencia numérica. Julia estaba atónita, incapaz de explicar la contienda que estaba viendo, se limitaba a mirar como si estuviera ensimismada. Sin embargo, en el acaloramiento del ataque uno de los delincuentes pudo coger a Julia, sosteniendo la hoja afilada de una daga sobre su cuello. Intentado forcejear la muchacha pudo sentir como un hilillo de sangre empezaba a manar por su garganta, sus piernas empezaron a fallarle y si no hubiera sido porque la tenía bien sujeta por el cuello se habría caído al suelo. Cuando los soldados se percataron de la situación pararon la contienda mirando al que amenazaba a la muchacha:

—¡Dejad las armas en el suelo si no queréis que la mate! —dijo el delincuente—. Los soldados mirándose entre sí asintieron con la cabeza y despacio empezaron a retirarse hacia atrás dejando sus gladius en el suelo y manteniéndose a una distancia prudencial observaban la situación. Cuando los asaltantes se sintieron un poco seguros arrastraron la muchacha hacia la salida de la calle subiéndose a unos caballos que tenían preparados en unos soportales y seguidamente los amenazaron:

—Si nos seguís mataremos a la muchacha en el mismo instante—. Dijo uno de aquellos delincuentes mientras guiaban a los caballos hacia la muralla saliendo fuera de la ciudad sin que los guardias apostados en la puerta se percataran de ello.

     Marco estaba esperando al dueño de la casa para cenar en el atrium, cuando un sirviente entró apresurado seguido de los tres de legionarios. El cabecilla de ellos se dirigió en ese momento a su general.

—Señor, acaban de secuestrar a la muchacha.

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