Capítulo 4
"Los hombres tienden a creer aquello que les conviene."
JULIO CESAR
La jornada empezaba a partir de las seis de la mañana en la casa, había que aprovechar al máximo la luz natural. Después de un desayuno sobrio compuesto de pan mojado en aceite y algunos frutos secos, Julia dedicó las primeras horas del día a despachar asuntos privados, supervisar las cuentas y consultar los quehaceres diarios con los demás sirvientes. Seguidamente fue a ocuparse del pater familias, su amo tenía la costumbre de situarse en el atrium, la sala principal de la casa para lasalutatio matutinamomento en que sus clientes iban a presentarle sus respetos, a pedirle ayuda o simplemente a darle los buenos días. El que su patrón devolviera el saludo, era una muestra de confianza y reconocimiento hacia las demás personas allí congregadas.
Después de que su amo se hubiera marchado al foro acompañado por sus clientes, Julia esperó la presencia de los soldados en el vestíbulo, debía acompañar al general a la ciudad y explicarle el funcionamiento de la misma. Ya le habían dado aviso de que los hombres habían terminado de desayunar. Por primera vez en su vida, esperaba con preocupación la llegada de los romanos, sin saber cómo manejar muy bien la situación. Lo que menos quería era despertar ningún tipo de interés y perspicacia en el militar, y el interrogatorio del romano el día anterior le había resultado bastante incómodo. En la casa todo el mundo conocía la relación entre ella y su amo. Desde niña el hombre la había tratado siempre más como una hija que como un esclavo. Desde el primer momento que tuvo uso de razón, el hombre le explicó su procedencia así como las circunstancias tan peligrosas en las que se podía encontrar si alguien averiguaba su paradero. Se sintió insultada con ese comentario, y sumado al episodio con Paulo, la situación estaba bastante tensa entre el militar y ella. Sabía que el soldado se iba a desquitar tarde o temprano. Este hombre no iba a dejar pasar las cosas tal como estaban, estaba segura. Debía andar con los pies de plomo y evitar enfrentamientos abiertos con él, que no la hubiera delatado era señal de que se traía algo entre manos.
Camino de la fábrica, Julia iba pensativa junto al general y el tribuno Quinto. Parecía que el condenado disfrutaba de su presencia, lo cual le hacía enfadar más todavía. Cuanto más silenciosa e incómoda se sentía ella, más contento y relajado se veía al legionario. Conforme iban pasando por las tiendas del mercado, la gente se quedaba mirando al pequeño grupo de tres personas. Todo el mundo que conocía a Julia tenía la costumbre de saludar a la muchacha alegremente, pero esa mañana alzaban levemente la mirada con un leve temor y respeto reverencial, tal parecía que les habían comido la lengua un gato. No era habitual encontrarse dentro de la ciudad a todo un general de la Legión, el soldado impresionaba no solo por su estatura y aspecto duro, sino por el aurea de seguridad y poder que emanaba de él.
Aunque Marco iba pendiente de los puntos débiles de la ciudad, era consciente de la proximidad de la esclava, el recuerdo del día anterior se mantenía todavía fresco en su mente. Pocos hombres se hubieran mostrados tan firmes ante su presencia en una situación semejante. Había que reconocerlo, la osadía y valentía de la joven era estimulante, no había conocido a ninguna mujer que se hubiera atrevido a contradecirlo nunca, era todo un reto y sobre todo que le alzara la mano. Sin dirigir la mirada hacia ella le preguntó de un modo altivo:
—Dime esclava, ¿desde dónde le llega a la ciudad el abastecimiento del agua?
Julia enfadada por el tono tan despectivo con que decía lo de esclava, lo miro seriamente. Estaba haciéndolo a propósito, estaba segura —pensó Julia. Señalando el acueducto principal que se veía desde la intersección de la calle le contestó:
—Hay tres acueductos que abastecen a la ciudad, pero el principal trae el agua desde el Manantial de Punta Paloma, situado en aquella colina —señaló Julia.
Marco dirigiéndose a Quinto le ordenó:
—Quiero que sitúes algunos hombres vigilando el manantial, los acueductos y las puertas que dan acceso a la ciudad, en caso de que nos invadieran, el agua podría ser contaminada y sería uno de nuestros puntos débiles. Realiza un reconocimiento de las murallas, necesito saber el estado en el que se encuentran. Si tienen que ser reforzadas, que los hombres se pongan a trabajar. Sitúa también dos hombres en cada torre del paseo de ronda, y que estén pendientes de la gente extraña que entra. Yo seguiré con la muchacha el reconocimiento del puerto.
Quinto confirmando con la cabeza las órdenes, se marchó del lugar con premura no sin percatarse de que la intención de su jefe era quedarse a solas con la muchacha.
En verdad, Marco se esforzaba por aparentar indiferencia hacia la esclava, pero la muchacha se estaba convirtiendo en un reto constante. Varias veces había intentado acercarse a ella con cualquier pretexto y rozarla en toda ocasión, pero ella se había limitado a mirarlo una sola vez, de la misma forma que lo hacía con cualquier otra persona. Cualquier mujer hubiera aprovechado esa ocasión para insinuársele y seducirlo. Estaba contrariado por la falta de respuesta de la joven. Su cuerpo le decía en todo momento que necesitaba con desesperación a una mujer, y no era habitual que su cuerpo gobernara sobre su mente. La muchacha tenía un cabello que parecía besado por el propio sol y un cuerpo moldeado por los mismos dioses,...era un tonto por desearla, pero estaba seguro de que la esclava terminaría por claudicar, ninguna mujer se le había resistido todavía. Marco iba ensimismado en sus pensamientos cuando Julia rompió el tenso silencio y empezó a narrarle con un gran conocimiento de la situación:
—Como habrá podido darse cuenta cuando hemos pasado por el mercado, la gente del lugar son simples comerciantes y campesinos. En caso de algún ataque, no sabríamos como defendernos. La ubicación natural del puerto permite que nuestros barcos consigan pescar gran cantidad de atunes. Nuestra economía depende de ello. Exportamos gran cantidad de pescado y de salsa garum a todo el Imperio. Durante la temporada recibimos gran cantidad de extranjeros que vienen a trabajar y la ciudad se llena de gente procedente de cualquier lugar. La situación estratégica de la ciudad nos proporciona todo lo que necesitamos, tenemos el pescado, el agua dulce procedente de los manantiales para limpiarlo, la sal y las ánforas suficientes para almacenarlo y exportarlo, por eso la fábrica está situada a orillas del mar.
Mientras la muchacha seguía explicando a Marco, llegaron a la entrada de la factoría. La intensa luz del exterior hizo que no pudiera ver prácticamente nada hasta que sus ojos no se acostumbraron a aquel lugar. La estancia en la que acababan de entrar carecía de ventanas pero una abertura en el centro del recinto proyectaba una cálida claridad al lugar. El aire se encontraba bastante viciado por el olor a vísceras y despojos de pescados. La cubierta de las dos salas estaba sustentada por columnas, mientras que las de las otras dependencias, las vigas que sustentaban la techumbre descansaban en los muros.
—Como puede ver la factoría tiene dos espacios bien diferenciados, en este primero que tiene acceso a la calle, es donde preparamos el pescado, lo lavamos y troceamos. Y este otro lugar, es el espacio dedicado al salazón. En estas piletas es donde se almacena el pescado alternándolo con la sal. Esa puerta de ahí —dijo Julia señalando un portón grande trasero— es la que da acceso directo al puerto. Los que consiguieron entrar se llevaron varias ánforas de salsa garum que teníamos almacenadas, pero todavía teníamos otras en el otro almacén. Por lo que hemos podido enviar los pedidos que teníamos pendientes a Ostia. Sin embargo, otro robo como ese podría ocasionarnos bastantes trastornos, aparte de perder nuestros mejores clientes.
Marco sorprendido por el extraordinario dominio y conocimiento que tenía esa mujer del negocio, salió por la puerta seguido por Julia. Podían verse varias mujeres sentadas a la sombra de las casas arreglando redes y aparejos de pesca, los niños jugaban entre ellas tendidos al sol. Tras atravesar una callejuela, apareció ante ellos la Puerta de Asido, que daba directamente al mar. Efectivamente era una puerta de grandes dimensiones, magníficamente tallada y reforzada, por la que difícilmente podría acceder alguien sin que se abriese por dentro, como había señalado anteriormente el anciano. Sin duda el enemigo estaba dentro de casa.
Desde la ensenada podía verse multitud de pequeñas barcas varadas esperando el cambio de marea. Hombres y marineros parecían curiosear la pesca del día. Y si uno miraba hacia la derecha, la playa que se veía desde el puerto era de transparentes y vivaces aguas azules, tal parecía semejarse a las de alguna playa virgen de algún lugar lejano. Su arena blanca y fina junto con el conjunto de pinares proporcionaba un exótico rincón más propicio para el deleite personal que para una ciudad con fines comerciales. La ensenada era un increíble y maravilloso recreo para la vista. Volviéndose hacia la mujer se quedó mirando fijamente a la muchacha y le comentó:
—Voy a terminar de reconocer las condiciones de la muralla del puerto y hablar con algunos hombres. Puedes volver a la factoría y esperarme allí—. Ordenó secamente Marco—. La muchacha asintiendo volvió sobre sus pasos. Todavía tenía trabajo pendiente en la fábrica.
En el otro lado de la ciudad, el jefe de la Casa de Tiberio se hallaba reunido con su lugarteniente Silo. Tiberio Aurelius era un hombre hecho así mismo. Nadie conocía sus orígenes de liberto, todos pensaban que era un honrado y acaudalado ciudadano romano, pero la verdad era muy distinta, cada átomo de dignidad y riqueza había tenido que ganárselo con tesón y astucia.
Su madre una prostituta de un lupanar de Roma, había mantenido relaciones con infinidad de hombres. Todavía podía acordarse del día que le reclamó su procedencia. Ésta echándose a reir en su cara, le dijo que toda Roma podría ser su padre. Desde aquel momento hizo todo lo posible por salir de aquel lugar, robó, mató, se prostituyó,... cualquier cosa era válida para abandonar aquel antro. Y ahora, después de tantos años, peligraba lo que con tanto tesón y esfuerzo había conseguido.
Odiaba profundamente a Tito Livio, el hombre era ovacionado en el foro cada vez que acudía, su gran elocuencia y oratoria era bastante esperada y aclamada por la gente, eso sumado al éxito en los negocios, hacía cada día más difícil remontar las pérdidas que últimamente tenía. Sus mejores clientes preferían hacer tratos a escondidas con la competencia, por temor a sus represalias, pero él estaba al tanto de todo. Mientras la vigilancia de la ciudad había estado a su cargo en estos últimos años, había podido hacer y deshacer a su antojo. Pero la llegada del general había trastocado todos sus planes. El robo de las ánforas de Tito había conseguido mermar un poco sus pérdidas pero todavía no era suficiente para arruinarlo.
—Dime Silo, ¿has puesto a tus hombres a vigilar a los romanos?—. Preguntó Tiberio.
—Sí, unos cuantos están vigilando la entrada de la casa de Tito y hay otros vigilando la parte sur del campamento. Están acampando en la parte alta de la ciudad—. Contestó Silo.
—De acuerdo, no quiero que en ningún momento se percaten de que están siendo observados. En cuanto la muchacha se encuentre sola, ya sabes lo que tienes que hacer. Quiero que elimines la mano derecha de Tito, con su desaparición resolveríamos parte de nuestros problemas. Es demasiado lista y competente para nuestro bien.
Silo asintiendo salió del salón y se dirigió camino de la factoría. La joven solía ir por las mañanas a trabajar en ella. Estaba frotándose las manos pensando en la joven, la orden era matarla pero antes disfrutaría de la condenada. Estaba deseando bajarle la soberbia y los aires de grandeza que se daba.
El campamento se distinguía con facilidad dentro del recinto amurallado, los soldados estaban empezando a montarlo. Habían elegido la parte alta de la ciudad para evitar el acceso fácil del enemigo, Tito le había ayudado a buscar el sitio más idóneo. Quinto estaba dando la orden al centurión de que en el centro del campamento se levantaría la tienda del general, junto a esa tienda se situarían los cuarteles con los legionarios, los establos para la caballería, y los demás edificios con artesanos cubrirían el resto del perímetro. También habían previsto unas tierras de cultivo para asegurar el abastecimiento de alimentos, en caso de que las provisiones procedentes de la ciudad escasearan.
—Criso quiero que cada unidad levante sus tiendas, ya sabes lo que tiene que hacer cada una. Que dejen un espacio libre de unos setenta metros de anchura entre éstas y la muralla, de forma que queden a salvo de los proyectiles provenientes del exterior en caso de ataque.
—De acuerdo Quinto—. Dijo Criso.
—Que los legionarios excaven también el foso de unos tres metros de profundidad y cuatro de anchura, y luego que apilen la tierra extraída en el lado más próximo a la tienda del generalpara formar luego el terraplén, ¿de acuerdo?—. Preguntó Quinto a Criso.
Mientras Quinto ultimaba las órdenes una muchacha se iba acercando al grupo de hombres. Claudia acompañada por algunos siervos de la casa estaba impresionada, le habían encargado llevar las provisiones que necesitarían los hombres durante los primeros días. Su maestro Tito le encomendó que las entregara al Tribuno Quinto. Había preguntado a un soldado donde podía encontrar al militar y señalando con el dedo le había indicado hacia un grupo de hombres que veía a lo lejos. Estaba acostumbrada a que los hombres de la ciudad trabajaran con túnicas e incluso algunos utilizaban pantalones, pero estos soldados trabajaban con armadura y armas incluidas. No sabía exactamente cuánto podría pesar todo el armamento que llevaban encima, pero debía ser bastante por lo que veía. Tal parecía que habían nacido con el traje puesto. A donde mirara podía ver músculos y músculos. ¡Por los dioses, no habría allí un hombre para ella!, no era que estuviera muy desesperada, pero pudiendo elegir, prefería un militar de esos a uno que oliera a pescado.
La mirada de Quinto escrutó a la sirvienta que se acercaba. Era una mujer pequeña, curvilínea, de pelo rizado y carmesí, en sus enormes ojos marrones podía verse la simpatía de la muchacha. Era la tentación hecha mujer. Quinto siguió observándola al aproximarse, se fijó en el balanceo de sus caderas, y le pareció increíblemente preciosa. Hasta en los andares tenía gracia.
Ella hizo una breve pausa para mirarlo y clavó en él una mirada de asombro. En su boca se dibujó una mueca de sorpresa, al fijarse comprendió que había encontrado por fin a ese hombre. Sorprendentemente, era incapaz de apartar la mirada. Las emociones empezaron a apoderarse de ambos, el soldado que estaba al lado de Quinto, riéndose le dio un codazo llamándole la atención al percibir que ambos se habían quedado repentinamente mudos. Al tribuno no le agradó ver que era objeto de burla delante de sus hombres.
—Me manda mi amo Tito Livio a traer las provisiones que necesitaban —dijo Claudia con la mirada cabizbaja e intimidada por la intensa mirada de él.
Súbitamente, Quinto cambió por completo de actitud: desvaneciéndose su sonrisa, y volviendo la cara hacia los soldados les ordenó recoger las provisiones y ayudar a los esclavos a llevarlas al almacén. Había vuelto el eficiente soldado.
Cuando Claudia y los sirvientes se marchaban del campamento, pudo percibir la intensa mirada del Tribuno en su espalda. Sonriendo siguió el camino detrás de los demás. ¡Por los dioses, que guapo era! Tendría que averiguar algo más sobre él.
El general se retrasaba y ella tenía que volver a la Casa, todavía quedaban asuntos que requerían su presencia a pesar de lo tardía que se había hecho. Salió a la calle para mirar en el callejón por si el soldado aparecía, cuando de repente se encontró frente a frente con Silo. Su aspecto era cada día más asqueroso. El hedor a inmundicia del hombre hacía imposible fijar la mirada en él, su abultada barriga mostraba una túnica sucia y llena de manchas, además olía como si no se hubiera lavado en siglos. El hombre intentó atraparla entre sus brazos, pero ella pudo escabullirse no sin cierta dificultad.
—¡Qué narices te crees que estás haciendo Silo! Te tengo dicho que no acerques tu apestoso cuerpo a mí, ¿tu amo no te da el suficiente dinero para que vayas a los baños de vez en cuando?—. Preguntó Julia mirándolo con cara de asco—. En la playa también puedes darte un baño, el agua es gratis, no te la cobran.
—¡Hombre mira a quién tenemos aquí!, ¿y lo dices tú, la reina del salazón?, que desde lejos se huele tu olor a pescado ¿Sabe tu amo que ahora te revuelcas con los legionarios?. Desde que aparecieron no has dejado de estar rodeada por ellos—. Aseveró el esbirro que agarrándola fuertemente del cuello aprisionándola contra el muro.
—¡Suéltame, si no quieres verte en el suelo!—. Dijo Julia con dificultad—. El condenado le estaba haciendo daño y le estaba dificultando la respiración.
—Dile a tu amo que se abstenga de contar nada inconveniente al general, si quiere vivir para contarlo. Creo que últimamente no le van muy bien los negocios a tu jefe—. Le dijo el hombre riéndose y pasándole la lengua por la mejilla intentando besarla.
Julia no pudo aguantar más el asco, y propinándole un fuerte empujón le dio una patada en sus partes pudientes que le hizo caer hacia atrás. Un leve movimiento en la parte donde estaba el callejón hizo que ambos mirasen y descubrieran al soldado observando la escena.
Desde el primer momento que Marco se percató de la situación, aceleró el paso y se dirigió hacia ellos pero el hombre levantándose del suelo, salió corriendo hacia la calle que comunicaba con el foro. El militar llegó a la altura de Julia y con gesto adusto le bajó con el dedo el borde de la túnica, pudiendo ver los daños que había sufrido el cuello de la muchacha, el desgraciado le había dejado marcados todos los dedos. Su rabia hizo explosión en ese mismo instante y manteniendo su atención totalmente concentrada en ella le preguntó:
—¿Quién era?
—El esbirro de Tiberio, Silo le hace los trabajos sucios—. Dijo Julia sosteniéndole la mirada.
—¿Y qué quería?—. Preguntó Marco.
—Nada de su incumbencia, ya he resuelto el problema—. Dijo Julia temerosa de la advertencia de Silo.
—Te he preguntado que qué quería y no suelo preguntarlo dos veces.
Marco la miró desafiante e intentando intimidarla se aproximó si cabe más a ella, la electricidad entre los dos se cargó de inmediato. En aquel momento, el corazón de Julia empezó a bombear más rápido y dándole un salto en el pecho pareció que dejaba de latir por momentos. Se quedó mirándolo incrédula, con los ojos muy abiertos. Marco le sostuvo firmemente la barbilla con los dedos y una oleada inesperada de deseo lo alcanzó. Susurró su nombre por primera vez e inclinando su cabeza, aspiró su aroma oliéndola maravillosamente bien. Pasó su boca por la piel del cuello de ella y la besó con delicadeza donde le habían dejado las marcas, con ternura. Al primer roce de sus labios, Julia se estremeció, nunca la habían besado antes y no estaba preparada para la intensidad del deseo.
Y cuando los labios de él subieron y rozaron los suyos, conoció un momento de puro éxtasis. Fue un momento de unión tan perfecto que la asustó, sin poder reaccionar. Marco la cogió entre sus brazos y aplastó sus senos contra su duro pecho. No podía dejar de tocarla aunque la vida le fuera en ello, sus cuerpos parecían amoldarse perfectamente. Él, que era famoso por su autocontrol, estuvo a punto de ceder a la tentación de fusionarse allí mismo con ella. Le asombraba la intensidad de las emociones que sentía, y que no le hubiera ocurrido algo así antes con nadie lo tenía preocupado. Solo con ella había sentido esa desazón. No supo cuánto tiempo estuvieron besándose pero justo antes de soltarla, Marco estudió brevemente su cara, levantada hacia él con los ojos cerrados. Se moría de ganas de seguir besándola, de tomar sus labios y deslizar la lengua profundamente en su boca hasta que gimiera por él, pero era demasiado pronto. Tendría que ir más despacio con esta mujer, un movimiento en falso podría echarlo todo a perder. Esa joven sería de él, costara lo que costara. Abriendo los ojos suavemente, ella alzó la mirada hacia él y ambos se separaron conscientes del momento vivido. Mirándola fijamente Marco le instó a marcharse.
—Vámonos, tengo que hacer una visita a Tiberio Aurelius, es hora de que me presente.
Marco sentía un impulso protector de mantener a salvo a esa mujer y Tiberio había osado a tocarla. Nadie tocaba lo que era suyo.
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