Capítulo 3
" La Grecia cautiva dominó a su fiero vencedor".
Horacio
Tito Livio estaba en su despacho revisando los últimos pedidos que había que mandar a Ostia el próximo mes. El trabajo acumulado se le iba haciendo cada vez más cuesta arriba. Desde la última crisis que tuvo, se encontraba cada vez más agotado y exhausto. Su enfermedad no le daba tregua, era imparable como el destino de cada persona. Delante de Julia había intentado disimular pero la muchacha cada vez era más perspicaz, y suponía un esfuerzo demasiado grande el tener que engañarla. Su avanzada edad y el estrés acumulado, sumado a los últimos acontecimientos habían agravado su estado de salud, el médico no le daba muchas esperanzas de vida. Sin embargo, por Julia merecía la pena actuar, no quería que los últimos meses que le quedaban tuviera que ver la tristeza reflejada en los ojos de la joven. La muchacha se había convertido en la hija que nunca tuvo, y a lo largo de los años se había ido ganando su afecto y cariño. Su intuición para los negocios era insuperable, eso sumado a su inteligencia y carácter indómito la hacían inigualable. Era una verdadera tranquilidad saber que tantos años de esfuerzos y sacrificios no habrían caído en saco roto, podría dejar su legado en buenas manos. Podría cumplir la promesa hecha a Claudio tantos años atrás.
Unos leves golpes en la puerta llamaron su atención, Tito levantó la cabeza y poniendo su mejor cara se quedó mirando hacia la puerta dando permiso para entrar. Julia entró con paso acelerado y gesto ceñudo. Era evidente el enfado y la preocupación en su cara.
—¿Qué pasa Julia?—. Dijo él observándola.
—Maestro, acaban de llegar los mandatarios de Roma que estaba esperando. Como creía que los invitados tardarían unos días en llegar, los sirvientes no han terminado de organizarlo todo. Les he hecho pasar al salón de visitas—. Dijo Julia con cara de preocupación.
—Muy bien, no te preocupes. El que se hayan adelantado no supone ningún problema, era algo que tenía que suceder tarde o temprano, y que estaba esperando. Que vayan preparando el alojamiento y sirvan la comida en el salón principal-. Sonrió relajadamente Tito—. Les atenderé ahora mismo.
Julia asintiendo salió de la sala y apresuradamente marchó a dar las órdenes pertinentes a Horacio y Prisca.
Marco y sus acompañantes esperaban la llegada del amo de la casa desde hacía un buen rato. La esclava les había hecho pasar y les había dejado esperando sin dar explicación alguna. Marco no estaba acostumbrado a que le hicieran esperar tanto rato pero en ese momento preciso, Tito Livio hizo su aparición en la sala. Observando detenidamente al anciano, pudo detectar en él la huella del tiempo y la vejez, su cara se le antojaba conocida pero no sabía de qué. Su aspecto parecía cansado y enfermizo, aunque su rostro detectaba signos de una acusada afabilidad, así como de ingenio y conocimiento.
Marco levantando el brazo derecho saludó al anciano proclamando:
—Señor, se presenta Marco Vinicius, general de la Novena Legión de Hispania y Comandante del Ejército del sur. He recibido la orden desde Roma para reorganizar y dirigir la ciudad de Baelo Claudia. Según las ordenes en el despacho, debía ponerme en contacto con usted para que me pusiera al tanto de los últimos acontecimientos.
Tito haciendo una reverencia saludó a su vez al joven general y asintió con la cabeza.
—Así es general, estoy al tanto de las órdenes y ya está todo dispuesto para su estancia en la ciudad. No esperaba su visita tan pronto pero mis sirvientes ya están preparando todo para que sea de su agrado, por supuesto deseo que su permanencia en mi humilde casa no suponga ningún inconveniente para usted—. Dijo Tito.
—No, no hay inconveniente alguno, está bien—. Contestó altivamente el general—. Si no es mucho pedir quisiera que también preparasen el alojamiento del Tribuno Quinto Aurelio, mi segundo al mando, así como de algunos hombres de mi ejército. El resto seguirá acampado en las proximidades de la ciudad, hasta el aviso de nuevas órdenes.
—Así se dispondrá —dispuso Tito— mientras preparan sus habitaciones, pasen a los baños para que se refresquen. Cuando estén preparados, podremos pasar a comer.
—Así sea— dijo escuetamente Marco.
Mientras tanto en la cocina, Julia daba las últimas órdenes de los preparativos de la comida. Prisca y la joven Claudia estaban encargadas de la tarea, siendo Prisca la cocinera principal y Claudia la que se encargaba de ayudar a la mujer. La joven había llegado a la casa cuando era pequeña y se había convertido en la sombra de Julia. Claudia era de estatura media, de pelo rizado y tez blanquecina. Su aspecto agraciado hacia que cuando las muchachas salían a la calle a realizar algún recado, la gente se quedara mirándolas por la belleza y simpatía que desprendían ambas jóvenes. Era raro no verlas juntas cuando no tenían quehaceres en la casa.
—Prisca ¿Qué has preparado para el banquete? Ese generalucho parece demasiado estirado y tiene que estar todo perfecto—. Preguntó Julia mirando a la cocinera—. He ordenado que subieran una ánfora de vino de la bodega y que calentaran el vino con las especies. Tu marido debe estar poniendo las jarras en la mesa.
—Como la última vez salió bastante bien y al amo le gustó, he preparado un asado de faisán con pimienta, manzana y miel que está para chuparse los dedos. Alcanza la cuchara y prueba, a ver qué te parece—. Cogiendo la cuchara de madera, Julia saboreó el asado de Prisca.
—¿Está bueno? —preguntó Prisca viendo saborear a Julia la cuchara—. A ver si tuviéramos la suerte de que no anduvieran muy hambrientos los soldados estos que cuando nos quedemos solas vamos a dar buena cuenta de él.-Dijo Prisca riéndose con Julia y Claudia.
—¡Oye Julia! ¿Es verdad lo que me han dicho del general?, ¿es tan guapo como dicen? —preguntó Claudia con interés—. He sentido en el mercado que en Roma no hay mujer que se le resista, y que en el campamento llevan mujeres con ellos.
—¡Tiene una pinta de tonto y prepotente que no puede con su alma! De buena se ha librado Paulo con lo del ratón. Si lo llego a saber, la que le echa el ratón soy yo pero en medio de las patas del caballo para que se hubiera caído, ganas no me han faltado cuando lo he visto zarandear al chiquillo. Habrá que tener cuidado con él. Asegúrate que ninguna de las muchachas sirvan a los soldados cuando estén en la casa, no quiero que se sobrepasen y el amo se vea en un apuro. Dispón que cualquiera de los chicos los atiendan-. Dijo Julia mirando seriamente a Claudia y esta asintió, meneando la cabeza.
—Espero que Paulo se porte bien porque estoy preocupada por ese chiquillo. Su padre ya le ha regañado. Bueno ya está todo—. Dijo Prisca—. Y en ese momento como si las hubieran escuchado, un par de sirvientes entraron a recoger las fuentes de carne y demás viandas que estaban calientes para ser servidas.
El triclínium era la sala destinada a comer y aunque no muy grande, era de una belleza elegante y delicada. El fondo de las paredes estaba decorado con pinturas de un sorprendente rojo intenso. Este pigmento procedía de la misma Hispania y en Roma, sólo las clases más pudientes podían permitírselo por ser demasiado costoso. Los mosaicos de las paredes representaban escenas marítimas relacionadas con la fabricación del garum. El techo y artesonado estaba apoyado sobre unas vigas hechas de madera de olivo procedente de Corduba, con una fina y trabajada ebanistería. El suelo de mármol claro y verde, formaba hermosos cuadros geométricos, rodeado de frondosas y refrescantes plantas verdes, que daban al lugar un aspecto que invitaba al descanso.
Sobre las paredes habían adosados tres lechos con amplios y coloridos cojines destinados a que sus moradores pudieran comer recostados y cómodos, así como delicadas mesas de alabastro que ya estaban dispuestas con todo la comida del banquete: buey, faisán, cordero, marisco, aceitunas, frutas, panes para untar el garum, postres... eran algunas de las exquisiteces que iban a servirse ese día.
Los soldados hicieron su entrada junto a Tito Livio. El general iba hablando con aire altanero y regio, cuando este miró despectivamente hacia los sirvientes que se hallaban de pie en el extremo del salón. Julia sintió una antipatía instantánea al ver su altivez, si había algo que no soportaba era a las personas tan egocéntricas y narcisistas. Los invitados que iban elegantemente vestidos se lavaron las manos cuando se sentaron en los lechos y procedieron seguidamente a comer. La comida estaba resultando amena, los hombres hablaban contentos en un ambiente distendido y con un tono bastante formal, relataban los últimos sucesos y acontecimientos acaecidos en Roma cuando Julia se percató con disimulo de un leve movimiento debajo del lecho donde estaban sentados el Comandante junto a sus hombres. Desde el lugar donde estaba Tito era imposible percatarse de nada. Una tela decoraba el asiento y ninguno de los comensales pudo percibir el movimiento. Julia dio un codazo a uno de los sirvientes indicándole con la mirada el hecho de que se estuviera moviendo una de las telas del lecho. Tendrían que tener más cuidado al día siguiente al limpiar el lugar por si pudiera aparecer algún otro animal o roedor. Últimamente habían demasiados en el lugar, y no precisamente de origen animal.
Cuando todo hubo acabado, los hombres se levantaron del lugar, y agradeciendo la comida procedieron a retirarse. Inesperadamente, cuando el general dio un paso hacia delante, se cayó sobre una de las mesas de la comida con un estruendo tan alto que sonó por toda la casa, el Tribuno Quinto cayó encima de su jefe y Lucio Flavius, el centurión, también. Había comida esturreada por todos los lados. Los tres hombres estaban espatarrados unos encimas de otros, no dando crédito a lo que estaba pasando. Tito sin poder reaccionar ante semejante suceso, se quedó blanco como la cal, aunque una sonrisa asomó a sus ojos. Julia y los sirvientes enmudecidos se acercaron corriendo a retirar las mesas para ayudar a los soldados. Marco al caer se había golpeado la cabeza con una esquina de la mesa, y un hilillo de sangre corría por su frente. Enfadado, intentó levantarse del suelo pero volvió a caer sobre los demás. Cuando miraron hacia sus pies con detenimiento, vieron como habían atado los pies de los tres soldados. Los habían atado sin que se hubieran dado cuenta. Agacharon la cabeza debajo del lecho donde habían estado sentados y el pequeño Paulo, escondido debajo de los asientos los miraba con picardía. Un niño había atado los pies de los tres soldados, haciéndoles caer como chinches.
—¡Por los Dioses que esta vez lo voy a matar!—. Rugió Marco.
Intentando agarrar al niño no pudo por estar unido con los demás. Quinto intentó desatar los nudos mientras el pequeño gateaba desesperado por debajo del lecho intentando escabullirse para que no lo cogieran. Cuando pudo escapar de los asientos, corrió a esconderse detrás de Julia.
La joven observaba a los tres legionarios preocupada por la reacción del jefe. No sabía cómo iban a salir del atolladero, pero aquel energúmeno no iba a tocar ni un solo pelo del muchacho si ella lo podía impedir.
Cuando Marco se pudo poner de pie, avanzó hacia Julia y adelantando el brazo le pidió que le diera al chiquillo. Julia silenciosamente hizo un movimiento de cabeza negándose. Marco no podía creer que aquella esclava se estuviera negando a una orden suya.
—¿Te niegas a darme el muchacho esclava? —dijo Marco enfadado y con la vena del cuello a punto de estallarle.
—Sí —dijo Julia—. Paulo es un esclavo de esta casa y sólo al señor Tito le corresponde administrar justicia.
Marco cogió de la pechera a la joven haciéndola retroceder un paso hacia atrás.
—¡Eres demasiado irrespetuosa para ser una esclava!—. Confirmo Marco mirándola a los ojos.
En ese momento Tito Livio intervino intentado apaciguar la situación, y dirigiéndose hacia el joven romano le pidió que soltara a la joven. Marco volvió la mirada hacia el anciano y se quedó por unos momentos mirándolo fijamente.
—¿Qué pide por ellos? Necesitan mano dura y yo se la puedo dar. Le ofrezco diez mil sestercios por los dos —dijo Marco sosteniendo la mirada al amo de la domus.
—¿Cómo? —preguntó Julia incrédula—. ¡Será imbécil! ¡Pero qué se habrá pensado—. Pensó Julia enfadada por el atrevimiento de aquel romano.
Mientras tanto Tito seguía sosteniendo la mirada serenamente y le volvió a pedir que soltara a la muchacha. Marco le estaba haciendo daño a Julia a propósito con el fin de subyugar a la joven, pero esta no cedía ni un palmo. Julia no pensaba decir nada delante de aquel energúmeno que se había atrevido a comprarla, ni aunque la azotaran. El general volvió la mirada hacia Julia y ambos mirándose retadoramente esperaban en silencio la respuesta de Tito.
—Lamento decirle general que estos criados no están en venta, a pesar del deplorable comportamiento del niño, como comprenderán pertenecen a esta Casa. Soy el pater familias y están bajo mi responsabilidad. No se preocupe porque no volverán a ser molestados tanto usted como sus hombres y el muchacho será debidamente amonestado por su atrevimiento— dijo el anciano firmemente y con aire sereno.
La situación que estaba bastante tensa, pareció desvanecerse por momentos. Marco asintió y mirando fijamente a Julia con evidente interés se volvió y soltándola, salió de la sala con sus hombres.
—Julia pasa a mi despacho que hablemos —dijo Tito con un tono de enfado—. Y tú Paulo, vete a la cocina con tu madre a esperar a Julia, ella te dirá cuál será tu castigo, esto no puede continuar así. El muchacho cabizbajo salió de la sala, sin mirar atrás.
Una vez dentro de la sala, el anciano se dirigió hacia la joven:
—Esto no puede volver a repetirse Julia. Es la segunda vez que el chiquillo tiene un altercado con el general en menos de un día, y no podemos permitirnos el lujo de que se marche de aquí, su presencia es necesaria en esta casa. Intenta que Paulo no se acerque aquí mientras esté el general y que no se meta en más problemas, ¡por favor!, búscale alguna hacienda, estas cosas no ocurrirían si estuviese bien entretenido y cansado-. Rogó Tito mirando a la joven.
Julia estuvo de acuerdo. No quería más problemas con esa gente, pensó enfadada. No entendía por qué el general había intentado comprarla y eso era algo que le había molestado enormemente, pero en cuanto pudiera lo iba a averiguar.
—Bueno pasemos a los temas que nos conciernen—. Dijo Tito—. Y despachando los asuntos pendientes, el anciano y la joven pasaron la tarde.
Al día siguiente, Marco ya estaba preparado para empezar a ocupar su cargo. Tenía previsto una reunión con el anciano para conocer el alcance de la situación. Pero todavía no dejaba de darle vueltas a la cabeza, al episodio del día anterior. Él, Marco Vinicius, general condecorado con honores y descendiente de una antigua estirpe de familias patricias, derribado en el suelo por un simple mequetrefe. Estaba que hervía de rabia e indignación. Ya ajustaría cuentas con el par de dos. No sabía qué clase de inquietud experimentaba cada vez que veía a la muchacha, o bien estaba deseando llevarla a la cama más próxima o sacaba lo peor de él cuando estaban en la misma habitación.
—Quinto quiero que averigües que relación une al viejo con la esclava, lo más pronto posible. ¿Crees que se acuesta con ella?—. Preguntó inquieto Marco a Quinto.
—Sabes que es posible. Muchos amos utilizan a sus esclavos para sus propios vicios sobre todo si son los más jóvenes y hermosos, y desde luego a la muchacha no le falta bravura y belleza. Yo de ti no me encapricharía con ella, es evidente que el anciano le tiene cierto aprecio, cualquier otro los hubiera hecho azotar en ese momento a ambos—. Contestó Quinto mientras desayunaban esa mañana.
Marco seguía pensativo cuando vio entrar en la sala a un sirviente.
—Buenos días señores, el amo Tito desea que las habitaciones hayan sido de su agrado y hayan desayunado bien —dijo el esclavo—. Cuando hayan acabado, pueden pasar al despacho, donde tendrá lugar la reunión. El amo les está esperando.
Ambos soldados asintieron con la cabeza.
A Marco no le pasó desapercibido cuando entraron en la sala que la esclava se encontraba al lado del anciano ocupando un lugar privilegiado. Aquello no le gustó. No le encontraba sentido a que una simple mujer estuviera allí, y precisamente esa—. Pensó malhumorado.
—Tomen asiento señores—. Dijo Tito sentándose en un sillón cercano a ellos—. Supongo que estarán deseando saber los sucesos por los que se encuentran aquí y conocer el alcance de la situación. En los últimos tiempos hemos estado experimentado varios robos en la factoría de salazones y aunque las pérdidas no han sido demasiado cuantiosas, lo más preocupante es la muerte de varios de nuestros hombres encargados de vigilar la fábrica de noche. Creo que alguien desde dentro de la ciudad ayuda a los causantes de los robos a entrar por una de las puertas de la ciudad, precisamente la que da acceso directo al puerto. Cuando acudimos se encontraba abierta y no mostraba signos de haber sido forzada. Los guardias por supuesto amanecieron degollados, con signos de evidente violencia.
—La seguridad de la ciudad siempre ha estado a cargo de Tiberio Aurelius—. Siguió narrando Tito—. Tiberio es el jefe de la otra factoría que se dedica al salazón. La rivalidad entre ambas Casas siempre ha sido evidente, ambos competimos por el comercio del gárum y Tiberio nunca ha dejado de mostrar su antipatía hacia la competencia, en este caso yo. Siempre he intentado llevar la situación con la máxima discreción posible pero en los últimos días, la situación se ha vuelto bastante tensa. Mis hombres han podido detectar la presencia, dentro del recinto de la ciudad, de gente con apariencia procedente del Norte de África. Temo que alguna horda de piratas mauritanos se hagan con el control de la ciudad y del comercio por supuesto. Por eso, desde Roma les han enviado hacia aquí. Solicité urgentemente ayuda al Cónsul.
—Está bien —dijo Marco—. A partir de hoy estableceremos el campamento dentro del recinto amurallado, evaluaré la situación y en qué condiciones defensivas se encuentra la ciudad. Mientras tanto necesito que sus hombres sigan averiguando todo lo que puedan y que se pongan a mis órdenes lo más pronto posible.
Tito asintió y mirando a Julia le dijo:
—Julia encárgate de mostrar el funcionamiento de la ciudad al general y de que tenga acceso a todo lo que necesite, yo mientras tanto mostraré al Tribuno Quinto Aurelius el sitio más adecuado para que procedan a instalar a sus hombres. Si me sigue ahora mismo podemos irnos inmediatamente—. Dijo Tito mirando al Tribuno—. Acto seguido ambos hombres salieron del salón dejando a Julia y a Marco solos.
El general se levantó del sillón y con fingida indiferencia se acercó a Julia. Esta sin apartar la mirada del hombre y con ojos perspicaces le sostuvo la mirada.
—Dime una cosa esclava —dijo Marco insolente—. ¿Desde cuándo te acuestas con tu amo?
Cuando Julia escuchó tales palabras sintió tal rabia e desagravio que sin pensárselo ni un momento le propinó tal bofetón al militar que instintivamente volvió la cabeza, pero éste agarrándola de los brazos la sujetó firmemente hacia él.
—Suélteme ahora mismo y no se atreva a acercarse más a mí—. Dijo Julia furiosa.
—Eso está por verse, esclava —respondió Marco sonriendo—. Porque me parece que vamos a pasar algún tiempo juntos, preciosa.
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