Capítulo 19
"A buen entendedor, pocas palabras bastan."
Plauto (254 AC-184 AC. Dramaturgo cómico romano).
En cuanto el suelo se empezó a mover bajo sus pies, Marco entendió que aquello era un terremoto. La gente empezó a correr despavorida intentando llegar hacia la salida. El público que se amontonaba en la puerta de acceso estaba a punto de crear una avalancha que con toda probabilidad provocaría más heridos e incluso muertos que el propio terremoto, todo se estaba desarrollando de una manera demasiado acelerada.
Julia instintivamente cogió a los dos niños de la mano e intentó ir hacia donde se encontraba Marco pero un fuerte temblor los sacudió e impidió que pudieran moverse del sitio. Los soldados que habían al lado de ella, procuraban protegerla de la gente que corría despavorida aunque era difícil por la inestabilidad del suelo, que los hacia caer constantemente. Helena se agarró de su hermano, así que Julia con una mano sujetaba al pequeño y con la otra puesta sobre su abdomen, intentaba que la gente no le golpeara en la barriga, al mismo tiempo que procuraba no caerse al suelo. Estaba demasiado avanzada y una caída podía ser peligrosa para el bebé. Escuchó a Marco como le gritaba que no se moviera. En ese momento otro brusco movimiento del suelo, hizo que tanto Julia como los demás se cayeran sobre las gradas. Aunque el pequeño Paulo amortiguó la mayor parte del golpe, Julia se hizo daño en la espalda al caer sobre una esquina de los asientos de las gradas. Al intentar levantarse sintió un leve dolor en el bajo vientre.
—Por los dioses, ¿te he hecho daño Paulo?—. Preguntó Julia preocupada mirando al pequeño al notar que prácticamente no hablaba debido al golpe.
—No, pero pesas demasiado —dijo Paulo.
—Tengo miedo Julia, ¿qué está pasando? —preguntó Helena.
—Espera que me levanto ya, vosotros no moveros del sitio, es un terremoto—. Decía mientras un par de soldados se acercaban a ella para socorrerla y el suelo seguía moviéndose y tambaleándose.
En ese momento Marco llegó a donde estaba su mujer y cogiéndola de los brazos le preguntó inquieto:
—¿Te encuentras bien?.¿Te has hecho daño al caer?
—Solo un poco pero Paulo es el peor parado, me he caído encima de él—. Mintió Julia a su marido para no preocuparlo más.
—¿Están bien ustedes?—. Preguntó Marco al niño y a sus hombres, mientras que con un brazo sujetaba por la cintura a su mujer intentando darle un poco de más estabilidad—. Es mejor que no nos movamos de aquí, la gente se está amontonando sobre la puerta de entrada y no se puede salir. Aquí por lo menos no nos caerá nada encima, las gradas están construidas sobre la colina.
El pequeño grupo se quedó mirando el desastre que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Las columnas y hornacinas que decoraban el escenario empezaron a ceder y a caerse sobre los actores que corrían despavoridos. Una de aquellas piezas cayó sobre un hombre al que no le había dado tiempo a correr. Debido al polvo y a los escombros que caía sobre la gente, no se podía percibir cuanta gente yacía bajo el escenario, pero varias personas habían perecido ya. Aquellas losas pesaban demasiado para haber sobrevivido.
—Creo que lo mejor será que nos tumbemos en el suelo hasta que todo esto pase, es demasiado peligroso—. Dijo Marco mientras ayudaba a sentarse a su mujer.
Los demás imitaron la acción de su jefe y atónitos siguieron observando como el teatro fue destruyéndose poco a poco. Las personas corrían hacia las puertas de acceso intentando buscar una salida que los sacara de aquel infierno. Uno de los niños que había acudido a ver el espectáculo lloraba arrodillado al lado del cuerpo de su madre que estaba tirada en el suelo en una posición antinatural. El polvo originado iba dificultando cada vez más el poder respirar, así que Marco intentaba cubrir la cabeza y el cuello de su mujer con las manos, de repente Julia con voz asustada dijo:
—¡Marco, no lo puedo evitar!, pero me siento mojada, se me están empapando las piernas—. Dijo mientras observaba la parte inferior de su cuerpo.
Marco miró hacia la túnica de su mujer y efectivamente una mancha empezaba a oscurecer la tela. No había que ser muy inteligente para comprender lo que estaba pasando. No queriendo asustar a Julia, el general la sostuvo suavemente hacia él y con un tono desasosegado e inquieto le dijo:
—No te preocupes, enseguida acabará esto y llegaremos a casa. Allí podrás cambiarte pero primero habrá que buscar una salida en cuanto todo esto termine. Cúbrete, no quiero que tragues este polvo.
—Sí, no sé cómo he podido dar lugar a esto, habrá sido el susto y los nervios—. Dijo Julia ensimismada pensando que se le había escapado el pis sin darse cuenta. Y sin percatarse realmente de lo que estaba ocurriendo volvió la mirada hacia la multitud.
Mientras Marco observaba a Julia preocupado, el ruido y el movimiento cesaron de repente. Aunque el terremoto parecía haber durado bastante, en realidad el suceso solo había ocurrido en un breve y corto espacio de tiempo, pero la sensación había sido demasiado larga y angustiosa. La gente seguía corriendo asustada intentando salir al exterior. Volviéndose hacia sus hombres les miró y les ordenó:
—Tenemos que buscar una salida alternativa para que la gente pueda salir. Yo me acercaré primero a la domus para dejar a mi mujer allí. No sé lo que tardaré, así que si ven que yo no llego, organicen a la gente y que ayuden a socorrer a los heridos.
Los soldados que observaban el incidente de la mujer del general, se percataron al instante de la situación. Apresurándose, observaron el lugar y buscaron la mejor manera de acceder fuera. Bajaron por los restos de los escalones de las gradas que habían quedado y pasando a través de los escombros se percataron de los cadáveres que había bajo ellos. Marco no pudo dejar de seguir advirtiendo a sus hombres:
—Por si acaso el terremoto volviera a ocurrir y yo no haya llegado a tiempo, no se pongan junto a ninguna columna. Aléjense de las casas y de los árboles, busquen sitios abiertos y los heridos llévenlos al campamento para que los atiendan.
—Está bien señor. Mire allí, el terremoto ha abierto una grieta bastante ancha en la pared. A lo mejor podemos pasar a la señora por ahí—. Dijo uno de los soldados.
—Comprobaré primero que no sea peligroso. Espérenme aquí, ustedes pueden quedarse junto con mi esposa mientras voy a comprobarlo—. Dijo Marco a sus soldados.
—Ten cuidado Marco—. Le advirtió Julia, mientras Marco asentía con la cabeza.
El pequeño Paulo que se había quedado completamente mudo, se aferraba a la mano de Julia asustado.
—Julia quiero irme a la casa. No me ha gustado nada la obra de teatro.
—A mí tampoco Paulo, a mí tampoco —respondió Julia con ironía.
Julia se quedó mirando al pequeño e intentando aparentar una tranquilidad que no sentía, le tocó el pelo y le dijo:
—No te preocupes, el general nos sacará de aquí enseguida.
—Sí, pero mira aquella gente. Se están cayendo unos encima de otros.
—Lo sé, pero ahora no podemos hacer nada. No los mires, nosotros saldremos por otro lado.
Marco llegó en unos minutos después y mirando al pequeño grupo les dijo:
—Efectivamente, por la grieta podemos pasar. Me reuniré con ustedes en cuanto me asegure que Julia está bien y sigan las instrucciones que les di.
—Sí señor.
Los soldados se dirigieron hacia los heridos mientras Julia ayudada por Marco junto con los muchachos pasaron por uno de los pasillos para intentar salir por la grieta. Julia no había querido decir nada pero estaba empezando a sentir unos dolores cada vez más molestos debajo del vientre. Estaba preocupada porque no sabía que podía haberle ocurrido para orinarse encima sin poder evitarlo, era algo que no le había pasado nunca. A lo mejor era una reacción del susto por el terremoto.
En silencio consiguieron acceder al exterior y una vez fuera se quedaron prácticamente sin habla cuando comprobaron la devastación que había ocurrido en el resto de la ciudad.
La gente seguía corriendo y buscando a sus seres queridos entre los escombros. Muchas de las pequeñas casas se habían venido abajo, y la gente asustada no se atrevía a meterse en lo que quedaba de ellas por temor a que volviera a ocurrir otra vez lo mismo y se les cayera encima.
—¿Puedes caminar bien?—. Le preguntó Marco a Julia agarrándola del codo.
—Sí, no te preocupes. Estoy bien—. Le mintió para no preocuparlo más de lo que ya estaba.
Consiguieron atravesar el foro y la basílica, la estructura de los templos había aguantado la sacudida del seísmo, solamente algunas grietas de cierta consideración daban testimonio del suceso. Los puestos del mercado sin embargo, no habían corrido la misma suerte. Todo se había venido abajo, montones de ánforas se habían roto y por el suelo lo mismo te podías encontrar animales muertos que vivos, comida derramada que personas heridas, todo era una hecatombe. Nunca un suceso de tal magnitud había ocurrido en Baelo, y sus habitantes no estaban preparados para afrontar ese tipo de destrucción de tantas desgracias humanas y materiales.
Valeria seguía a su criada intentando salir de entre los escombros del teatro. Aterrada intentaba no caerse entre aquellas gigantescas piedras, debajo de ellas se podían ver los cadáveres destrozados que habían quedado atrapados. Apenas había quedado nada en el escenario, se había quedado horrorizada viendo como unas columnas se habían desprendido aplastando a uno de los actores que llevaba una peluca rubia. La suerte les había favorecido ese día. Nunca olvidaría la muerte de aquellas personas, sobre todo la del actor de la peluca rubia, su muerte había sido demasiado trágica. El hombre no había muerto instantáneamente y aunque había intentado quitarse de encima las placas y las columnas que le habían atrapado la mitad del cuerpo, no había soportado tanto peso encima. Su agonía se podía ver desde donde ella observaba.
—¿Se encuentra bien ama?—. Preguntó Servia a su dueña.
—Sí, solo estoy asustada. Tú ves delante que yo te sigo.
—Creo que si vamos por la parte del escenario podremos salir, se puede ver una grieta y el general se ha dirigido por ahí con su mujer.
—Síguelos Servia, sin duda estará buscando una salida.
Cuando las mujeres llegaron a la altura de los cadáveres del escenario, Valeria no pudo dejar de dirigir su mirada hacia el cuerpo sin vida del actor. La peluca se le había torcido y dejaba ver parte de su rostro. El estómago le hizo un vuelco de repente.
—¡Servia párate!—. Ordenó Valeria agitadamente.
—¿Qué pasa mi señora?—. Preguntó extrañada la esclava—. No merece la pena que siga mirando los cuerpos.
—¿No ves lo que yo veo Servia?, mira ahí—. Dijo Valeria señalando con la cabeza.
La esclava se quedó mirando donde su señora le indicaba y sorprendida no podía creer lo que veía. Ambas mujeres se acercaron enmudecidas hacia donde se hallaba el cadáver. Valeria se agachó y quitándole completamente la peluca torcida, volvió la cara de aquel cadáver hacia ella.
—¡Por los dioses señora, es el señor Tiberio!, todavía está vivo.
—¡Valeria, ayúdame...! —dijo el hombre agonizando.
—¿Qué te ayude?. ¿Con qué brazo quieres que te quite los escombros que tienes encima, con este o con este? — señaló Valeria ambos brazos mirándolo de frente—. Todavía no puedo moverlos bien por habérmelos roto en la última paliza que me diste. Sabes que te digo Tiberio, que ojalá te muerte sea lenta y te pudras en el infierno cuando llegues. Sin duda el mundo va a estar mejor sin ti, y yo también. Vámonos Servia. Aquí ya no tenemos nada más que hacer.
—¡Valeriaaa,...! —gemía Tiberio asustado.
—Los dioses le han dado el destino que se merecía, y yo sin saberlo he tenido que presenciar la caída de este engendro del demonio. No puedo decir que lamente su muerte después del padecimiento y la tortura continua que he tenido que sufrir por culpa de él.
Y conforme terminó de decir las palabras, se quedó mirando a la otra mujer y le ordenó:
— Con un poco de fortuna comenzaremos una nueva vida lejos del terror y del miedo.
—Como usted ordene señora. Sigamos por aquí—. Indicó la criada a su ama.
Así fue como después de tantos años de padecimiento Valeria ponía rumbo a una nueva vida, puede ser que el terremoto no le hubiera dejado nada pero tenía unas manos para trabajar, unos pies para andar y un cerebro para pensar. Caminar y caminar entre aquellos escombros sin que nadie le pusiese obstáculos en su vida era lo más liberador que le podía haber pasado. Durante muchos años había tenido que soportar una carga a sus espaldas demasiado pesada, pero por fin se sentía libre de elegir su destino sin sentir el más mínimo terror. Casarse con Tiberio había sido el mayor error de su vida, pero sí de todos los años de sufrimiento había sacado algo en claro era que con cada paliza que le daba su marido, su carácter y ánimo era cada día más fuerte. No iba a empezar su vida con el sentimiento de haber sido una víctima más de aquel engendro. Bendita aquella catástrofe porque aunque lamentaba profundamente la muerte de tantas personas no podía dejar de admitir, que su suerte había cambiado con la muerte de su esposo.
Cuando por fin llegaron a la domus, comprobaron que aunque el terremoto había agrietado las paredes y ocasionado bastantes desperfectos, la casa todavía permanecía en pie. Marco empezó a llamar a Horacio y a Prisca mientras dirigía a Julia hacia el dormitorio de ambos.
—Paulo pon mucho cuidado por donde pisas pero intenta localizar a tus padres y en cuanto los encuentres mándamelos aquí corriendo. Voy a acomodar a Julia mientras los encuentras.
—De acuerdo general—. Asintió el niño mientras salía en busca de ellos. Sabía que algo pasaba con Julia.
—¿Dónde tienes la ropa para cambiarte?—. Preguntó Marco preocupado mientras registraba el armario.
—Ahí, en ése arca, normalmente la tengo ahí guardada—. Dijo señalándola.
Marco encontró lo que buscaba e intentando ayudar a Julia la despojó de la ropa, mientras procuraba ponerle otra seca y limpia, una asustada Prisca entró a la habitación pidiendo permiso.
—Pasa Prisca, estoy ayudando a Julia a cambiarse. ¿Están todos bien?
—Sí señor, ¿qué le ha pasado a esta muchacha?—. Dijo Prisca mirando a Julia.
—Compruébalo tú. Eres más experta que yo en estos menesteres—. Dijo Marco nervioso.
De repente, Julia intentó levantarse para meterse la túnica pero una gran cantidad de agua empezó a escurrirle por las piernas. Tanto la mujer como Marco se quedaron mirando el charco y cogiendo a Julia del brazo, Prisca le dijo:
—Julia será mejor que te recuestes y que no te pongas nada.
La muchacha se quedó mirando a la mujer y le preguntó:
—¿Qué pasa Prisca, qué me está ocurriendo?. ¿Le pasa algo al bebé?.¿Qué es toda esta agua?.
—Acabas de romper aguas y tu bebé como tú dices, quiere salir pronto de ahí.
—¿Cómooo?...—preguntó Julia asustándose de verdad mientras le flaqueaban las piernas.
—Pues que te acabas de poner de parto, pero no quiero que te pongas nerviosa, todo irá bien, ya verás. En cuanto menos te descuides vamos a conocer a este muchachito, o muchachita—. Dijo la cocinera riéndose.
Prisca confirmó lo que Marco suponía, y cogiendo a su mujer de la mano la ayudó a tumbarse en la cama.
—Marco es demasiado pronto, todavía faltaba un mes.
—No te preocupes, todo saldrá bien. Prisca y yo te ayudaremos. ¿Qué es lo que necesita?—. Dijo Marco a la cocinera.
—Agua, dile a Horacio que vaya calentando agua y que mande a por la partera porque este muchachito no va a tardar en nacer. Julia acomódate, necesito reconocerte mientras vienen con la mujer.
Cuando Julia se tumbó, Prisca le levantó la túnica para comprobar cómo iba la cosa. Aunque la mujer intentó no poner cara de circunstancia para no asustar a la futura madre, se quedó mirando al general y le dijo:
—Me temo que esto va a ir más rápido de lo normal, tendrá usted que ayudarme. Julia ya está empezando a dilatar, la partera no llegará a tiempo. ¿Julia no has sentido nada mientras venías andando?
—No he querido alarmar a Marco más de lo necesario, pero llevaba sintiendo unas molestias desde que empecé a manchar la túnica—. Dijo bajando la mirada.
—¿Unas molestias dices?—. Preguntó Marco alterado—. ¿Y porque me lo dices ahora?
—Al principio eran unas molestias, pensé que en cuanto llegara a la casa se me quitarían, no quise asustarte. Lo achaqué al susto del terremoto—. Dijo mientras empezaba a sentir las primeras contracciones fuertes.
—No te preocupes—. Dijo despeinándose el pelo con las dos manos—. Pero deberías habérmelo dicho en el momento, si nos descuidamos un poco más en venir el niño podría haber nacido allí mismo. ¡No quiero ni pensarlo!—. Dijo Marco con la cara pálida mientras empezaba a ponerse nervioso.
—Prisca me está empezando a doler bastante, ¿es normal que me duela tanto?.
—Claro que sí muchacha, en cuanto tengas tu primer hijo, aprenderás que esos son los primeros dolores del parto. Ahora si tu esposo se ve con ánimos suficientes, necesito que me ayude a incorporarla un poco. ¿Cree que lo podrá hacer?
—Estás hablando con un general de la legión romana, tú dime qué tengo que hacer.
—¡Bueno, ya veremos general, si puede estar a la altura!. En estos momentos la madre naturaleza no hace distinción entre esclavos o señores, o entre generales y siervos—. Dijo mientras se reía al ver el nerviosismo del futuro padre.
—Vamos a ver Julia cuando sientas que te empieza a doler necesito que empujes fuerte ¿de acuerdo?.
Julia asintió con la cabeza y empezando a respirar rápido, llegaron las esperadas contracciones.
—Cuando veas que empieza a dolerte más fuerte avísame, usted general póngase detrás de ella y ayúdela para que no se venga hacia abajo. ¿Entendido?.
Marco miró a la cocinera y afirmando con la cabeza, agarró a Julia situándose detrás de su espalda.
—¡Prisca no aguanto el dolor!—. Dijo gimiendo intentando no asustar a Marco.
—Aguanta muchacha, ya empieza a coronar la cabeza, aprieta fuerte Julia en cuanto sientas el dolor—. Le pidió la partera—. Ya está ahí, sigue apretando....
—¡Ahhh!....—. Gritó Julia descontrolada ya por el dolor.
—¡Sigue, ya está aquí!. ¡Un poco más, vamos!.
Varias horas después, el soldado no podía dejar de sentir el sufrimiento que su mujer estaba padeciendo. Sin poder hacer nada más que sujetarla y ser un observador pasivo, nunca había presenciado un nacimiento y estaba realmente asustado.
—¡Ya lo tengo, ya ha salido la cabeza!. Haz un último esfuerzo, empuja un poco más y saldrá entero—. Siguió ordenando la cocinera.
Julia reía y lloraba a la vez, Marco no pudo evitar que lágrimas emocionadas salieran de sus ojos y se escurrieran por sus mejillas. Era un momento demasiado especial que en su vida había pensado que nunca le ocurriría. Ser padre era la experiencia más maravillosa y aterradora que había presenciado. Expectante miraba a su mujer y a una diminuta cabeza que Prisca tenía en sus manos. En cuanto su mujer volvió a dar el último apretón salió el diminuto ser del cuerpo de su madre. Prisca lo sujetó y cortándole el cordón umbilical, lo envolvió en un lienzo y se lo acercó al asombrado y lloroso padre.
—¡Es un niño!, sujételo mientras continúo atendiendo a Julia, todavía no hemos acabado.
Julia reía entusiasmada mirando el pequeño milagro que habían creado entre Marco y ella. Marco le limpiaba levemente la cara con un extremo del lienzo mientras Prisca empezó a otra vez a sacar la placenta y ayudar a la primeriza madre.
—¡Por los dioses, es precioso Julia!—. Dijo el orgulloso padre.
—¡Mira sus bracitos y sus piernas, es perfecto!—. Dijo Julia emocionada.
—Tú sí que eres perfecta, no hubo momento más importante en mi vida que el que tuve cuando volviste a cruzarte en mi camino—. Dijo Marco sentándose en el borde de la cama y dándole un beso en la frente a su mujer.
—Aquí tienes al próximo Marco Vinicius, el joven—. Dijo Marco con alegría pasándole el niño a su madre.
Marco miraba a su pequeña familia desde los pies de la cama, Julia cansada por el largo parto, yacía dormida al lado del bebé que después de amamantarlo se había quedado también dormido. Pequeños rizos negros como los de su padre coronaban la cabeza del recién nacido, incluso había heredado el mentón de los Vinicius. Se encontraba en un estado de alegría y entusiasmo que hacía que el desastre natural ocurrido empequeñeciera al lado de ese acontecimiento tan especial. No podía dejar de admirar a esos dos seres tan importantes que habían echado raíces en su alma y habían llegado a su vida para quedarse.
—¿Podemos entrar general?—. Preguntaron los pequeños Paulo y Helena desde la puerta, solo asomaban sus cabezas por ellas.
—Sí, pasad podéis ver al bebé aunque ahora está dormido.
—¡Qué pequeñito es!—. Dijo Helena riéndose.
—¡Es verdad!, pues siendo tan pequeño no voy a poder jugar con él.
—En cuanto menos lo esperéis lo tendréis corriendo detrás de vosotros.
—¡Qué bien!—. Dijo Helena mirando al general.
—Ahora vamos a dejaros solos, necesitan descansar bastante.
—No se preocupe general, yo puedo seguir vigilándolos, aunque ahora tendrá que ascenderme porque son dos personas las que tengo que vigilar.
—¡Vaya!, desde luego no pierdes el tiempo, bueno luego veremos a que te ascendemos, ¿de acuerdo?, tu vigílalos mientras yo no esté.
—No se preocupe.
Después de dejar a Julia acomodada junto al bebe y asegurarse de que los dos estaban bien atendidos Marco se había dirigido al campamento para organizar aquel desastre. Le esperaban momentos muy duros, la ciudad había quedado bastante arrasada y devastada. Lo primero que habían hecho sus hombres y los lugareños era atender a los heridos y retirar a los cadáveres de entre los escombros. Mientras se encontraba socorriendo a una de aquellas personas, el centurión Lucio Flavius le mandó el aviso de que acudiera a las inmediaciones del teatro. Cuando volvió a lo que había quedado de aquel lugar y el soldado le explicó la naturaleza de la misiva, no pudo dejar de sentir un alivio instantáneo. Agachado frente al cadáver de Tiberio sabía que aquel ser no volvería a hacer daño a los suyos. Había tenido el fin que se merecía, que no era otro que quedar enterrado entre los escombros de su propia maldad. No había cosa que aquel hombre hubiera tratado de conservar tanto, ni administrara tan mal como su propia vida, como decía el sabio Cicerón. Mirando el cuerpo sin vida que yacía en aquel suelo su pensamiento se centró en el destino de su amigo Quinto. Esperaba que su hermano y el tribuno consiguieran dar con el barco del pirata y acabaran con todo lo que había puesto en riesgo a su familia. Solo entonces podría volver a respirar tranquilo.
—¿Qué hacemos con él general?—. Preguntó Lucio.
—Retirarlo como a todo el mundo y llevarlo a la pila donde se van a quemar todos los cadáveres.
—Sí señor, como usted diga.
Esa noche un cansado Marco llegó a la domus donde se encontraba su pequeña familia, seguía pensando en el suceso de Tiberio cuando una silenciosa Prisca le dio alcance en el atrio.
—Señor le he preparado algo de comer, vaya al comedor donde le está esperando mi marido. La madre y el bebé todavía se encuentran dormidos aunque no creo que ese muchachito tarde mucho en despertar para reclamar su comida. En cuanto Julia se despierte yo le mando aviso.
—Está bien, supongo que no puedo dejar de reponer fuerzas. El día ha sido demasiado agotador.
—Pues sí, las va a necesitar si ese niño sale con la misma energía que tenía su madre.
—Tengo que darte las gracias Prisca por como atendiste a mi mujer.
—No tiene que darlas, esa muchacha ha sido siempre como una especie de hija para mí. Aunque sea mi señora yo no puedo dejar de quererla como si de un familiar se tratase. No podría ser más afortunada de tener uno señores como ustedes. A veces se me olvida que ya soy libre, ¿se lo puede creer?—. Dijo la criada volviéndose hacia Marco y sonriendo.
—Desde luego que me lo creo. Tito fue un hombre demasiado grande, logró lo que otro no hubiese hecho, formó una gran familia con todos ustedes. En el fondo han sido afortunados de tenerse los unos a los otros.
—Es verdad, lleva toda la razón—. Dijo Prisca volviendo la mirada hacia la habitación de Julia—. Solo lamento no tener aquí a Claudia. Le dejo que vaya a comer, voy a echar un vistazo a los durmientes.
—En cuanto termine, vengo a quedarme con ellos.
—No lleve prisa, no se van a mover de aquí—. Dijo la criada sonriendo.
Baelo Claudia, seis meses después.
Marco y Julia se encontraban en la biblioteca, junto a ellos se hallaba la viuda de Tiberio. La vida había cambiado para todos después del desastre, pero como el ave fénix habían resurgido de sus cenizas.
Valeria había decidido marcharse de la ciudad y empezar una nueva vida en otro lugar, lejos de aquellos amargos recuerdos.
—¿Estás segura del paso que vas a dar Valeria?—. Le preguntó Julia a la mujer que se hallaba sentada en el sillón delante de ella.
—Sí, Julia no te preocupes por mí, estoy feliz de empezar lejos de todo esto. Creo que la vida me ha vuelto a dar otra oportunidad y la voy a aprovechar. Estoy ilusionada, me vuelvo a sentir como si tuviera veinte años otra vez, soy más fuerte.
—Me alegra sentirte. Mi marido y yo nos sentimos afortunados de contar contigo como amiga. Espera que el dinero de la venta de la fábrica pueda abrirte ese camino, no obstante si necesitaras ayuda ya sabes donde puedes encontrarnos.
—Muchas gracias a los dos, os debo demasiado. Cuando os propuse que me la compraseis no esperaba vuestra reacción, creo que me habéis pagado más de lo que valía después de cómo quedó todo después del terremoto.
—No puedo decir que las fábricas estén en su mejor momento, pero con esfuerzo e ilusión volveremos a producir el mejor garum del mediterráneo. Estamos reconstruyendo lo principal para iniciar la producción, pero las piletas que eran lo más importante no sufrieron daño alguno. No tardarás en ver la salsa de Livio allá donde te instales, ya verás.
—Eso espero. Ya os mandaré aviso cuando me instale.
—Gracias a ti Valeria, ya sabes dónde encontrarnos si nos necesitas para algo—. Puntualizó Marco.
—Muchas gracias general. Les deseo que los dioses les sean propicios y les traigan mucha suerte—. Se despidió la mujer levantándose del sillón y dirigiéndose hacia la salida.
—Hasta luego Valeria—. Dijo Julia besando a la mujer en la mejilla.
—Muchas gracias otra vez.
Seguidamente la mujer salió por la puerta y Marco se quedó mirando a Julia mientras la cogía de los brazos y la acercaba a él.
—¿Contenta?—. preguntó el hombre.
—Sí y ¿tu?. ¿Lamentas la compra de la fábrica? Quizás ha sido demasiado aventurado lanzarnos a una producción a gran escala.
—No tengo la menor duda de que estarás a la altura de la circunstancia como la señora de la Casa de Livio—. Dijo Marco mientras agachaba la cabeza para besar a su mujer. —¿Y el pequeño Marco?—. Preguntó curioso por el paradero de su primogénito.
—Está con su cuidadora, ¿por qué?.
—Porque para lo que tengo pensado no pueden estar ellos por medio.
—¿A sí?. ¿y qué es lo que tienes pensado?.
—Voy a llevarte a comer a un lugar especial. Prisca nos ha preparado la comida para que nos la llevemos—. Dijo Marco cogiéndole de la mano y sacándola de la biblioteca—. Date prisa, que quiero enseñarte algo.
—Venga, pues vamos. No sé qué es lo que me quieres enseñar, pero estoy impaciente por verlo.
Una hora después Marco y Julia llegaron a lo alto de una colina, bajándose de los caballos contemplaron desde lo más alto de la ensenada de Bolonia la puesta de sol. Desde ese privilegiado lugar les llegaba con la brisa del viento el olor salado del mar. Podía verse como la ciudad iba reconstruyéndose poco a poco. Pequeñas luces iluminaban las callejuelas de Baelo llenando con pequeños y brillantes puntos fugaces el cuadro perfecto que se mostraba ante ellos.
—¿No es maravilloso este lugar?—. Preguntó Marco a su esposa.
—Es como observar un gran cuadro creado por los dioses. ¿Te arrepientes de vivir aquí?. Algunas veces pienso que echas de menos tu vida en Roma. Allí podrías tener a tu alcance lujos de los que aquí no llegaremos a tener nunca.
—¡Que mayor lujo que tener mi familia!. Donde tú estés estará siempre mi hogar—. Dijo agachándose para besarla.
La muchacha levantó la cabeza y lo miró con los ojos llenos de amor. La respuesta de Julia no se hizo esperar, tras un corto momento de vacilación salió a su encuentro.
En ese momento Marco reaccionó como cualquier hombre apasionado, allí mismo la ayudó a quitarse su ropa y mientras ella terminaba de desvestirse él se despojaba de su túnica y sus sandalias. Cuando quedó desnuda ante él, Marco solo pudo admirarla, era como una diosa demasiado exquisita para ser tocada por ese mortal.
Depositándola en una improvisada cama Marco se tumbó encima de Julia y procedió a hacerle el amor. Igual que el rumor de las olas del mar llegaba a la costa, así Marco posaba su mano acariciando el cuerpo de su mujer. Adoraba acariciar la piel de esa muchacha que lo volvía loco, besándola sobre el centro del pecho fue descendiendo poco a poco hasta llegar a la zona más sensible de su cuerpo.
Julia extasiada de tanto placer no pudo hacer otra cosa más que dejarse llevar por esa pasión desenfrenada que alcanzaba con ese maravilloso hombre.
Nota: Todavía os queda el epílogo para terminar Baelo Claudia pero si os apetece os agradecería que dejarais algún comentario en alguna de estas dos páginas que pertenecen a un blog de novela romántica y a Amazon sobre lo que os ha parecido Baelo Claudia. Muchísimas gracias.
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