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Capítulo 18

" Desdichado es el que por tal se tiene."

Séneca

  

        Quinto observaba desde el marco de la puerta de la habitación como acababan de traer a Julia desde el barco. Aunque todavía se encontraba grave ya podía ser trasladada a la casa donde estaría más cómoda. La muchacha intentaba demostrar a todos los que estaban pendientes de ella que se encontraba bien, pero el simple esfuerzo que había tenido que realizar desde el buque había agotado las pocas reservas que tenía. Su extremada delgadez junto con su tez pálida y la frente sudorosa por el esfuerzo así lo evidenciaba.

     El tribuno era consciente de que los días que llevaban convalecientes les había pasado factura a todos. Marco estaba callado y reservado, a Julia se le había apagado la luz que habitualmente le brillaba en los ojos y él, se encontraba en un estado continuo de rabia y cólera sumado a un profundo desasosiego e impotencia por no poder partir en busca de Claudia.

     Ahora que habían podido trasladar a la esposa de Marco, sabía que el hermano del general no tardaría mucho en marchar en busca de los mercenarios. Había retrasado su salida por el estado de salud de Julia, pero en un conversación privada había sentido a los dos hombres hablar de su próxima partida.

      En la habitación, junto a Marco se encontraba Máximus, los dos hermanos eran como dos gotas de agua, eran tan parecidos en el carácter y en el físico que había ocasiones en que podían pasar como gemelos. Tenía una petición que hacerle al praefectus y rogaba a los dioses porque su general mediara en el asunto. Necesitaba urgentemente salir de esas cuatro paredes, su mundo se había venido abajo desde la desaparición de Claudia y se asfixiaba en aquella casa sin poder hacer nada.

     Marco que se encontraba acomodando a Julia, percibió la presencia de su amigo en la puerta y sonriéndole levemente, se volvió hacia él.

—¿Estás aquí Quinto?. Te he traído compañía para que no te aburras tanto.

     Cuando Marco habló, Julia volvió su mirada hacia el hombre que se encontraba apoyado bajo el dintel de la puerta con un bastón en la mano. Los ojos se le empañaron de repente y con un gemido quedo solo acertó a decir:

—¡Quinto!...¿qué vamos a hacer sin Claudia?.

     La joven empezó a llorar desconsolada, el vacío dejado por su amiga era demasiado grande para ambos.

—No debes llorar en tu estado Julia, sabes que no debes sobresaltarte, eso podría perjudicaros a los dos—. Dijo Marco preocupado mientras Quinto se acercaba cojeando a la cama donde estaba convaleciente Julia.

—¿A los dos?—. Preguntó Quinto desde su sitio.

—Todavía no hemos dicho nada a nadie porque acabamos de saber que Julia está embarazada, el galeno del barco nos lo ha confirmado—. Dijo Marco mirando a su mujer mientras le limpiaba las lágrimas que corrían por su rostro.

—¡Enhorabuena amigo! Espero que pronto podamos ver a otro pequeño miembro de la familia Vinicius—. Dijo Quinto con voz afectuosa pero triste.

—Gracias amigo pero hay que ver cómo evoluciona el estado de mi mujer. Es demasiado pronto para aventurar algo. Julia debe reponerse y alimentarse bien para que el niño pueda crecer sano. El galeno nos ha ordenado que el reposo es absolutamente necesario, sobre todo no debe recibir ningún sobresalto que pueda ocasionarle la pérdida del bebé—. Dijo Marco a su subordinado, dándole a entender que no tocara el tema de Claudia delante de la joven. Ambas habían estado demasiado unidas.

—Sin duda aquí estará muy bien cuidada y protegida por Prisca, si tranquilidad es lo que necesita, no hay lugar mejor. Solo hay que verme a mí—. Dijo Quinto intentando quitar hierro al asunto.

     En ese momento llegó la cocinera y pidió permiso para entrar y ver a Julia, en las manos traía unas viandas para que la joven comiera algo.

—Vengo a traer algo de comer a esta muchacha, señor—. Dijo Prisca mirando emocionada a su joven ama.

—Pasa Prisca. ¡Que ganas tenía de veros otra vez!—. Dijo Julia intentando sonreir.—Se me ha hecho eterna la espera en el buque. ¿Dónde están todos?.

—En cuanto comas un poco, les diré que pasen a la habitación. Están deseando verte.

     Marco mirando a su mujer, dijo en voz alta:

—Nosotros vamos un rato a la biblioteca, dejaremos que Prisca te atienda. Estoy seguro que estáis deseando quedaros a solas para contaros vuestras cosas pero recuerda no cansarte, no son buenas tantas emociones.

     Conforme se levantó de la cama, se acercó más a ella y dándole un beso en la frente la dejó en manos de la cocinera. Sabía que había asuntos pendientes que tenían que resolver, Quinto había solicitado hablar con él en privado junto con su hermano y sabía perfectamente cuál era la urgencia.


     Una vez que los tres hombres entraron al despacho y se acomodaron, Marco fue directo:

—Tú dirás Quinto, pero antes de que empieces a hablar tengo que pedirte disculpas por no haber podido rescatar a la muchacha, cuando tiraron por la borda a mi mujer perdí toda noción del tiempo y actué como me dictaba el corazón, lo siento —dijo mirando fijamente al tribuno.

—No lamentes nada, yo hubiera hecho lo mismo. Sin embargo, tengo que pedirte algo. Estar entre estas cuatro paredes sin poder hacer nada me está matando. Soy consciente de que todavía no me encuentro en mi mejor momento, pero necesito marcharme en busca de Claudia. Necesito que me liberes de mi promesa y que me dejes partir. Si tu hermano da permiso, quiero enrolarme con él. Sé que zarpará en busca de Spículus, y necesito estar ahí cuando lo encuentre—. Dijo el tribuno con la mirada perdida en un punto de la biblioteca.

—Entiendo perfectamente tus sentimientos. Y aunque sé que todavía no estás totalmente restablecido, ¿estás seguro de que eso es lo que quieres?—. Preguntó Marco directamente mirándolo a los ojos.

—Estoy seguro, quería a Claudia con toda mi alma y no puedo perder la esperanza de encontrarla todavía con vida. Necesito buscarla—. Dijo Quinto ahogando un gemido.

—No sigas más, no hace falta que te martirices, sabes que por mí no hay problema alguno. Soy plenamente consciente de lo que se siente cuando vas a perder a tu ser más querido, así que no podría reprocharte el que quisieras marcharte. Si mi hermano no pone ningún impedimento, por mí no hay problema alguno.

     En ese mismo momento, Quinto y Marco se quedaron mirando a Máximus. Y éste moviéndose de la silla y mirando a los dos hombres les dijo:

—No me miréis así, por mí parte tampoco habrá problema. Estoy encantado de quitarle a mi hermano uno de sus mejores hombres. Si ese es tu deseo, puedes acompañarnos Quinto.

—¡Gracias!—. Dijo aliviado el tribuno, os lo agradezco. No os arrepentiréis, acabaré con ese Spículus cueste lo que cueste. No pararé hasta encontrar a Claudia.

     Era un momento tan especial y emotivo que los tres hombres se quedaron callados sin saber que más que decir, estaba todo dicho ya.


     Cuatro días después, Quinto se despedía de Julia y de los criados de la casa. Todos estaban demasiado emocionados mirando al soldado que todavía necesitaba el bastón para apoyarse. Sabían el motivo por el que se marchaba el tribuno junto con el hermano del general. Julia todavía tenía prohibido levantarse de la cama pero para despedirse había hecha una excepción, con la ayuda de Marco se había levantado quería pedirle algo al hombre antes de que se marchara.

—No hace falta que te levantes Julia. Yo me puedo acercar.

—Ya lo sé, pero si no me levanto va a ser difícil que te pueda dar un abrazo—. Dijo Julia sonriente—. Acércate, Marco no te va a morder.

     En cuanto Quinto estuvo enfrente de ella, Julia le dio un abrazo fraternal y con la voz demasiado emocionada le pidió:

—Espero que traigas pronto a mi amiga de vuelta, os estaré esperando. Pediré a los dioses que te ayuden en tu búsqueda—. Mirándole y con los ojos anegados de lágrimas continuó diciéndole—. Sabes que confío en ti.

—Lo sé Julia, lo sé. No te preocupes, la traeré pronto de vuelta. Tú solo cuídate, mi amigo se pone demasiado histérico cuando te muestras convaleciente.

—Gracias, te deseo toda la suerte del mundo. Sé que la encontrarás. Le he pedido a Marco que te hiciera entrega de un pequeño obsequio por si lo necesitaras en tu búsqueda de Claudia. No dudes en utilizarlo.

—No era necesario pero si te quedas más tranquila lo llevaré conmigo. Tú cuídate mucho, espero que cuando regrese, un pequeño Marco esté correteando por la domus.

—Gracias Quinto, así lo espero yo también. Que la fortuna te acompañe.

     Volviéndose hacia su amigo, se disponía a despedirse también de él cuando Marco le cortó:

—De mí no te despidas todavía, te acompañaré hasta el puerto.

—Está bien, como quieras.

     Fuera de la habitación esperaban los criados para despedirse también de él.

—Prisca, Horacio, muchas gracias por las atenciones que me habéis prestado. Os prometo que traeré de vuelta a Claudia.

—Gracias señor, no tenemos la menor duda de que nos traerá a nuestra pequeña algún día, aquí le esperaremos—. Dijo Horacio emocionado.

     Por detrás del hombre, asomó la cabeza del pequeño Paulo. Quinto sonriendo le dijo también:

—Bueno, aquí tengo a mi pequeño salvador, fuiste muy valiente. Espero que sigas portándote bien y que te hagas un buen legionario.

      Paulo sonriendo le dijo:

—No lo dude señor, algún día seré como usted. Puede ser que hasta le quite el puesto.

     De repente todos los presentes se echaron a reir de la ocurrencia del pequeño. Acercándose al niño le tocó con cariño el pelo y le dijo riéndose:

—¡No me extrañaría nada!.

—¿Puedo acompañarle yo también al puerto? Quiero ver como se aleja el barco—. Preguntó Paulo.

—Claro que puedes si tus padres te dan permiso—. Señaló el tribuno.

—¡Madre, madre!, ¿Me dejas?—. Prisca confirmó con la cabeza que sí y los dos hombres junto con el pequeño salieron hacia el puerto.

     Una vez allí, en la quinquerre todo estaba preparado para partir rumbo a la nueva misión. Tenían que encontrar al barco de Spículus y les había sacado demasiada ventaja.

     Cuando los dos hombres subieron a bordo, Máximus se abrazó a su hermano y despidiéndose de él le dijo:

—Cuida muy bien de mi cuñada, espero que en unos meses pueda estar aquí para el bautizo de mi sobrino.

—Dalo por hecho, te estaremos esperando. Cuida bien de mi amigo, todavía no está repuesto del todo. Y si encontráis al mercenario, dadle lo que se merece por mí. Yo estaré atento de todos modos, todavía no hemos localizado a Tiberio y no me fío ya de ese hombre que tantas veces ha atentado contra la vida de Julia.

—Espero que deis pronto con él. Cuídate hermano—. Dijo abrazándolo.

—Así lo haré—. Dijo despidiéndose de Máximus y volviéndose hacia Quinto, se quedó por un momento serio y dándole un abrazo le comentó en voz baja:

—A ti te espero sobre todo, espero que encuentres a Claudia y que volváis pronto.

—Lo intentaré, sabes que no volveré sin ella.

     Marco se quedó mirándolo en silencio asintiendo y bajándose del barco, se quedó parado en el puerto junto con el pequeño Paulo, observando como el barco romano salía del muelle, alejándose cada vez más de la costa.

—¿Cree que volverán pronto general? —preguntó el pequeño Paulo.

—Solo los dioses lo saben—. Dijo Marco con tristeza en la voz—. Solo los dioses lo saben. Pero me temo que hasta que no encuentre a Claudia, no volveremos a saber de él. Su desdicha es demasiado grande y su futuro demasiado incierto.


Baelo Claudia, siete meses después.

     Julia estaba sentada en un banco del atrio reposando después de la última comida, ya estaba prácticamente de ocho meses y su embarazo estaba tan avanzado que Marco no se atrevía a dejarla sola en ningún momento. Había tenido que amenazarlo para que abandonara un rato la domus y se fuera tranquilo al campamento.

     Conforme habían ido pasando los meses, se había vuelto cada vez más posesivo y precavido si cabe, solo la dejaba en compañía de alguien conocido y no por mucho tiempo. Esta vez le había tocado el turno al pequeño Paulo, porque Helena ayudaba a su madre con las faenas en la casa.

     Desde que Claudia no estaba, la niña había ido realizando algunas de las tareas asignadas a su amiga. Helena era una de las alumnas más aventajadas en la escuela y el pedagogo estaba bastante contento con ella. Eso le permitía ir a comprar al mercado junto con su padre porque a pesar de que Horacio no entendía ni de letras ni de números, la pequeña era tan avispada que no había ningún mercader que le hiciera sombra en las cuentas ni que la pudiera engañar. Sus padres estaban muy contentos con la pequeña, y ella también. Le recordaba mucho a ella cuando acompañaba al amo Tito al foro. Por otro lado, Paulo compaginaba sus tareas en el campamento con la tarea de vigilancia que Marco le había asignado al pequeño, el pequeño se había convertido en el confidente de su marido. Le hacía gracia la complicidad que había entre el niño y Marco. El pequeño solo respondía y obedecía a su esposo.

—¿Por qué me miras así Paulo?—. Le preguntó Julia con interés—. Te veo demasiado pensativo desde hace rato. Mira que es raro en ti que no abras la boca para decir algo.

—Tengo una inquietud que nadie me ha querido explicar—. Dijo Paulo pensativo.

—Bueno, ¿y cuál es esa inquietud?. A lo mejor te la puedo resolver yo—. Contestó Julia con aires de suficiencia.

—Sí, si tú eres la más indicada para explicármela. Porque es sobre ti.

—¿Y qué es si se puede saber?—. Preguntó ya Julia con curiosidad.

—Nadie me quiere explicar cómo te has podido comer un melón entero, yo lo he intentado y si no lo parto en trozos no soy capaz de comérmelo. Pero a ti te crece cada vez más dentro de la barriga—. Preguntó Paulo mirándola con perspicacia.

—Ja,ja,ja,jaaa....¡Eres un demonio!—. Julia no pudo evitar reírse mientras el pequeño le miraba ensimismado el abdomen.

—Paulo, ¿quién te ha contado eso?.

—Nadie, pero como nadie me lo explica, imagino que tu melón te lo tuviste que comer cuando era muy pequeño, porque para poder metértelo por la boca tenía que ser como una semilla.

Julia no dejaba de reírse de las ocurrencias del chiquillo...

—Algo parecido pero no tengo un melón, voy a tener un bebé...

     Paulo se levantó del asiento de al lado de ella como si le hubieran pinchado en el trasero y mirándola seriamente le volvió a preguntar:

—¿Cómo que un bebé?, eso no puede ser....los bebés no se comen.

—¿Y quién te ha dicho que yo me he comido un bebé?...

—Si no te los has comido, ¿Cómo ha entrado ahí?—. Preguntó Paulo pensativo y señalándole la barriga.

     Ahora sí le había tocado a Julia el turno de sonrojarse, nunca se había visto en semejante aprieto.

—Además, ¿ si eso es un bebé, como va a salir de ahí?.

     Julia no sabía cómo salir de aquel atolladero sin explicar cómo concibió a su hijo y le dijo a Paulo la primera ocurrencia que se le pasó por la cabeza:

—Bueno, cuando llegue el momento saldrá por la rodilla y ahora dejemos las explicaciones para otro momento.

—¿Cómo?, ¿pero te has vuelto loca?, ¿Cómo va a salir un bebé por la rodilla? Eso sí que no me lo creo. Porque yo me caí hace poco, me salió sangre y no vi que ningún bebé saliera de ahí..... Entonces, ¿yo también puedo tener un bebé?—. Preguntó ya enfadado Paulo.

     Julia roja como la grana no pudo sentirse más incómoda con la conversación tan extraña que mantenía con el pequeño, y sin dejar que la sonrisa asomara a su cara le dijo seriamente:

—Solamente las mujeres podemos tener bebés.

—¡Pufff, menos mal!, ¡menudo alivio!, porque no me imagino teniendo bebés cada vez que me caiga y se me abra la rodilla....

     Marco que estaba escondido detrás de una de las columnas, había llegado hace rato al atrio y escuchando la risa tan contagiosa de Julia, se había parado un momento a la sombra observando la conversación de los dos. Era demasiado satisfactorio ver a Julia reírse, hacía tiempo que no veía la alegría reflejada en su cara que no había podido evitar ocultarse. Desde luego era imposible no contener las carcajadas con las ocurrencias del pequeño. No había visto nunca a su mujer ponerse tan colorada y mentir tanto en tan poco tiempo. Sin poder evitarlo se acercó dónde estaban sentados ante el alivio del pequeño Paulo.

—¿De qué estaban hablando ustedes?. He escuchado ruidos desde la puerta.

—¡General, general!, ¿Sabe que los hombres no podemos tener bebés? Me lo ha dicho Julia, menos mal porque ya estaba preocupado.

     Marco se agachó a la altura del pequeño y sin poder dejar de reirse, le siguió la corriente:

—¿No me digas eso?, ¿y tú estás seguro?, ¿te lo ha explicado bien Julia?....—dijo mirando al niño y a su mujer.

     Julia lo observaba con la cara contrariada y con ganas de que se callara y no siguiera por ese camino le advertía con la mirada. Sin embargo, Marco no estaba por la labor de callarse todavía.

—¡Vaya si me lo ha explicado!, ¿quiere que se lo explique yo de nuevo?....—preguntó Paulo al general.

—No, no hace falta, no te preocupes que ya tendremos una conversación entre tú y yo cuando seas un poco más grande—. Respondió Marco.

—¿Me puedo marchar ya?...llego tarde al campamento.

—Sí, ya te puedes ir pero no te olvides que mañana tienes que ir con Julia al teatro, debes acompañarla hasta que yo llegue.

—¿Al teatro?...,¡ nunca he estado en un teatro!. ¡Qué bien Julia, mañana iremos al teatro!. Cuente conmigo, eso me gusta—. Dijo Paulo marchándose y diciéndole adiós con la mano a ambos.

—Hasta luego Paulo, pásatelo bien—. Le dijo Julia pero el pequeño iba tan deprisa que no llegó a escuchar el último comentario. Mirando a su marido le dijo:

—No digas nada más....que ya sé lo que me vas a decir—. Dijo Julia resignada.

—¿Por la rodilla?....¿No había otro sitio por dónde salir?—. Preguntó Marco sentándose —al lado de ella.

     Fue lo primero que se me ocurrió...No te rías de mí—. Dijo Julia dándole un codazo con el brazo.

—No lo puedo remediar....Ha sido demasiado instructivo escuchar tu explicación. No te había visto nunca ponerte de tantos colores de una sola vez—. Siguió Marco burlándose de ella.

—Deja de reírte...—. Rogó Julia mientras Marco la abrazaba.

—¿Cómo te has sentido esta tarde?—. Preguntó Marco.

—Ya has escuchado a Paulo, como si me hubiera comido un melón—. Y de pronto empezaron los dos a reirse.

—Entonces, ¿mañana hay una obra de teatro?—. Preguntó Julia con interés.

—Sí, y si el día lo permite te acompañaré después del entrenamiento con mis hombres. Aún queda tiempo para que nazca el bebé, te vendrá bien entretenerte. Además, quiero que todo el mundo vez a mi bella esposa.

     Julia se quedó mirando a su marido y riéndose le contestó:

—Está bien, acepto la invitación pero porque eres tú.

—No esperaba más—. Dijo Marco mientras seguía abrazando a su mujer.


     El teatro de Baelo Claudia era el mayor edificio de la ciudad, se encontraba situado en la parte más occidental, junto a la muralla y sobre todo alejado del centro. Desde la basílica se podía acceder a la puerta de acceso a la tribuna. Se había aprovechado la pendiente del terreno para que sus gradas se asentaran sobre la ladera de la colina, quedando además perfectamente alineado con el trazado de la ciudad.

     En el muro del frons pulpiti, que era el escenario donde se movían los actores, se alternaban hornacinas semicirculares y cuatro pilas rectangulares revestidas de mármol, que servían para recoger el agua que se vertía sobre ellas, la cual provenía de un aljibe horadado junto al sector oeste del graderío.

     Aunque no era de grandes dimensiones, podían sentarse hasta dos mil personas en sus gradas. Cada una de las cáveas que formaban el graderío del teatro, correspondía a los distintos estratos sociales: patricios, libertos, esclavos, mujeres,...todos tenían sus propios accesos. Julia ya estaba sentada desde hacía rato en las gradas junto con Paulo y Helena. Varios legionarios la habían acompañado también por orden de Marco. Su marido se estaba retrasando aunque le había prometido asistir en cuanto terminase el entrenamiento.

     Paulo estaba tan emocionado viendo el teatro por primera vez en su vida que no hacía nada más que levantarse de su sitio y señalar todo lo que le entusiasmaba. Los espectadores que estaban a su alrededor ya estaban impacientándose por la constante inquietud del pequeño.

—¡Mira Julia!, ya empiezan a salir—. Dijo Paulo.

—Sí, ya lo veo, pero siéntate bien que nos van a llamar la atención como sigas levantándote y haciendo tanto ruido.

—¡Jooo, que chulo!. Y el general se lo va a perder, ¿Dónde está que todavía no ha llegado?

—Pues no sé qué es lo que le habrá entretenido. Dijo que tardaría un poco pero que estaría aquí para cuando empezara la obra.

     Desde el ataque de los mercenarios, los habitantes de Baelo se hallaban en una constante inquietud y desasosiego por el temor de ser atacados de nuevo. Para tener a la gente entretenida y más contenta, el edil había encargado a un dominus gregis, que era el director de la compañía teatral, el montaje y la representación de la obra de un autor latino. Ese día se estrenaba una comedia de Plauto que nunca había tenido la oportunidad de ver llamada la Aulularia.

     Todos los actores de la obra eran hombres, incluso los que hacían papeles de mujeres se colocaban pelucas de diversos colores y máscaras para representar a sus personajes femeninos. Además, esa vez llevaban un tipo de calzado alto, el coturno, para que se les viera mejor.

—¡Ya empieza Julia!.¡Mira que zapatos llevan!—. Dijo levantándose de su sitio otra vez Paulo.

—Chisss,....siéntate ya niño, que no paras de moverte.—Le dijo uno de los espectadores cansado.

—Ves lo que te he dicho, vamos siéntate que ya empieza la obra—. Le dijo Julia en un susurro.

     La comedia ambientada en Atenas trataba sobre un viejo avaro que encontrando una olla llena de dinero, vivía en constante terror porque se la pudieran robar....El público estaba encantado con las canciones y la danza, sobre todo la danza de los esclavos y de los cocineros que fue especialmente celebrada. Aunque para el gusto de Julia la obra tenía un carácter demasiado fantasioso, no podía dejar de admirar el uso que el autor hacía de la lengua y de la maestría en las palabras de sus personajes.

     Julia seguía inquieta porque Marco no había llegado todavía, no dejaba de mirar hacia la entrada por si acaso llegaba. El bebé no paraba de moverse y se sentía un poco molesta. Imaginaba que su marido no tardaría mucho en llegar.


     Mientras Julia esperaba inquieta en el teatro, Marco recibía una noticia inesperada. Había terminado de entrenar con los hombres y ya se había cambiado para ir en busca de Julia para ver la obra de teatro cuando el centurión Lucio Flavius entró en la tienda.

—General tengo una noticia urgente de uno de nuestros informadores.

—¿Qué noticia es esa?—. Preguntó Marco inquieto.

—Aprovechando la compañía del teatro, creen que Tiberio se ha colado entre los actores de la obra. Aunque va disfrazado han conseguido seguirlo y están esperando a que usted llegue para que disponga lo que considere. Como nuestro informador estaba solo, ha mandado a uno de los vecinos para que nos dieran aviso. No se ha atrevido a moverse del lado de Tiberio.

—¿Dónde se encuentra ahora mismo? —dijo Marco asustado, sabía que Julia se encontraba entre los asistentes. Corriendo salió de la tienda mientras llamaba a voces a varios hombre para que lo siguieran.

—En el teatro señor.

—¡Por los dioses, allí se encuentra mi mujer esperándome!. Corre Lucius, no me fio de ese hombre.

     Marco junto con algunos soldados, cruzaron la colina en busca del traidor. Cuando llegaron al teatro, la obra ya había empezado y el teatro estaba prácticamente lleno. El general y sus hombres se repartieron por las gradas buscando a Tiberio e intentando localizar a su esposa, tenían la orden de detener al hombre sin matarlo. El general quería interrogarlo personalmente.

     Marco se dirigió hacia la zona de los patricios, aunque las mujeres tenían que sentarse en la parte más elevada de las gradas, al ser Julia una mujer casada podía esperarlo en la zona de la gente patricia. A lo lejos vio de repente un movimiento y pudo ver como el pequeño Paulo se levantaba de su asiento, siendo reprendido inmediatamente por su mujer y por la multitud que se hallaban sentados al lado de ellos.

—Allí están, ya los he visto. Lucius tú dirígete hacia la zona donde se encuentran los actores y llévate algunos hombres. Yo iré en busca de mi mujer y con disimulo la sacaré de aquí.

—Como mande general. ¡Vamos!—. Ordenó Lucius a los legionarios.


     Tiberio había esperado durante demasiado tiempo la oportunidad para poder entrar dentro de la ciudad. Desde el ataque de Spículus, un edicto había impedido que regresara a su casa. El general conocía su traición y había ofrecido mil sextercios de recompensa para quien ofreciese información sobre su paradero.

     Habían sellado la entrada de su casa y le había sido imposible acceder desde la entrada secreta. Aunque había intentado contactar con su mujer, la maldita no había hecho caso de sus avisos. Sin duda, debía de estar disfrutando con su orden de búsqueda. En cuanto tuviera la mínima oportunidad, acabaría con esa zorra. Debía haberla matado en cuanto le dio la última paliza. Esa vez nada impediría que viviera para contarlo.

     Disfrazado como uno de los actores, nadie lo había reconocido por el momento. Desde su privilegiada posición podía ver a su mujer como disfrutaba del espectáculo en compañía de su criada. Otra traidora que también pagaría por ello.

     De repente, por una de las entradas pudo observar como el general accedía a las gradas acompañado por varios de sus hombres. Vigilaban todos los accesos de las salidas en busca de algo y Tiberio pudo pudo comprobar que lo buscaban a él. El general se volvió hacia sus hombres y después de decirles algo, se dirigió hacia la zona de los patricios. Observando sus movimientos pudo ver que se dirigía hacia donde se encontraba su mujer. Ofuscado se dio cuenta que el plan de Spículus había fracasado. Cuando Julia lo vio venir se levantó para saludar a su esposo y entonces fue cuando Tiberio se dio cuenta de que la mujer estaba embarazada. El odio le salía por todos los poros de su cuerpo. Si en ese momento hubiera tenido la oportunidad de estar al lado de ella, él mismo se hubiera encargado de rematar la faena y terminar con la vida de esa odiosa mujer y del bastardo que llevaba en su vientre. Todo había salido mal. Maldita su suerte y maldita la suerte de aquella furcia.

     Marco prácticamente ya estaba llegando a las gradas donde estaba sentada su esposa cuando Julia lo vio llegar. Su cara se transformó en ese mismo momento, de una inquietante cara de preocupación pasó a un inmediato alivio en cuanto se percató de su presencia. Estaba prácticamente a su altura cuando Marco sintió de repente un leve balanceo o temblor sobre sus pies. Extrañado miró hacia su esposa por si acaso se había percatado del movimiento y la cara de Julia se había vuelto a transformar. Se quedó mirándolo asustada intentando llegar a donde él estaba, pero en ese momento los objetos que estaban en el escenario empezaron a caerse y los actores junto con el público se empezaron a levantar de sus asientos asustados por el movimiento brusco del suelo.

—¡Por los dioses, es un terremoto!—. Pensó Marco mientras intentaba acceder hacia su mujer desesperadamente y tambaleándose—. ¡Julia espérame ahí, no te muevas!.

     Gritaba Marco mientras intentaba alcanzarla.

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