Capítulo 17
"La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido la poseen aún".
Tales de Mileto (624 AC-546 AC).
Iba a morir en aquella masa inmensa de agua sin ninguna posibilidad de poder luchar por su vida. Julia llevaba las manos atadas y aquellos piratas iban a tirarla por la borda.
—¡Graco por favor, ayúdame!.
—Tú misma te has buscado tu propio destino. Te mereces todo lo que te pase—. Dijo escupiéndole a la cara.
—Qué ser más perverso eres, espero que algún día pagues por ello. No entiendo como pude confiar en ti, no tienes nada más que odio en todo tu cuerpo.
—No te preocupes, tú ya no estarás para verlo. ¡Matenla!—. Ordenó Graco, mientras Spículus disfrutaba del espectáculo.
—¡Graco, por favor!.—Rogó desesperada la muchacha.
—¡Noooooooo!... —gritó Claudia desesperada.
El mercenario que retenía a Julia se puso enfrente de ella y con una sonrisa siniestra y pérfida, le clavó una daga que llevaba en la mano. Julia pudo comprobar como la afilada arma bajaba y se volvía a hundir en su costado por segunda vez. Los ojos de Julia se quedaron clavados en los del ser que le estaba quitando la vida y muda de espanto no fue capaz de pronunciar palabra alguna. El mercenario saco la ensangrentada daga y de un empujón la tiró por la borda.
—¡Noooo, por favor....!— Grito Claudia cuando vio horrorizada como tiraban a su amiga por el barco—. ¡No, no, no,....te mataré con mis propias manos sucio bastardo!. Algún día te mataré por lo que has hecho hoy!.¡Juliaaaa...!—.Gritaba su amiga desesperada mientras pataleaba intentando escaparse del agarre de aquel mercenario que la retenía.
De repente el mercenario le dió una bofetada haciendo que la mujer perdiera un poco el sentido. Desesperada volvió a levantarse y tropezando con las cuerdas que había en el barco intentó correr hacia Graco para matarlo. Pero antes de que pudiera darle alcance otro de los mercenarios la alcanzó golpeándola con el puño y haciendo que volviera a perdiera el sentido definitivamente.
—¡Llevadla abajo!. Esta no morirá hoy, pero deseará estar muerta cuando lleguemos a nuestro destino—. Ordenó Spículus—. Todo el mundo a sus puestos, se acabó el espectáculo.
Mientras Claudia fue arrastrada otra vez hacia la bodega del barco, Julia sintió como caía hacia las profundas y aterradoras aguas. Conforme su cuerpo se hundía intentó coger todo el aire posible. Con las manos atadas le era imposible nadar, pero con los pies podía impulsarse hacia arriba. El costado le dolía pero intentó con desesperados movimientos de los brazos y de los pies subir a flote. Abriendo los ojos en el agua pudo ver que solo estaba a dos o tres metros de alcanzar la superficie, podía ver la claridad del agua varios metros más arriba de su cabeza. Sus pulmones se expandieron intentando conseguir el aire que necesitaba para poder sobrevivir, necesitaba aire con urgencia, se ahogaba. Inconscientemente abrió un poco la boca y empezó a tragar agua. Como pudo emergió a la superficie y pudo conseguir el aire que faltaba sin parar de toser. De reojo comprobó como el Fortuna se iba alejando de donde ella se encontraba.
En ese momento se cuerpo se negó a colaborar y volvió a hundirse cuando una gigantesca ola la atrapó, no estaba acostumbrada a nadar y las ropas mojadas la arrastraban hacia el fondo negro y helado del mar. A su mente le vino la imagen de como Marco le explicaba cómo debía flotar sobre el agua e intentó volver a impulsarse hacia arriba. Estaba demasiado agotada pero se daba cuenta de que si seguía luchando contra la corriente y la furia del mar se cansaría mucho más. Cuando consiguió emerger por segunda vez del agua, se puso boca arriba y comenzó a flotar intentando relajarse. Lágrimas saladas salían de sus ojos por esa enorme injusticia. Mil imágenes se le vinieron a la cabeza. Sus primeras lecciones con Tito, su primera visita a la fábrica, la cena sorpresa que le dieron sus amigos en su dieciocho cumpleaños, la primera vez que vio a Marco, su primer beso, su boda... que injusto que todo aquello acabara allí. Le quedaban demasiadas cosas por hacer y por vivir. Volvió a cerrar los ojos intentando concentrarse en respirar y en seguir flotando, no sabía cuánto podría aguantar más, la herida mortal empezaba a teñir aquellas aguas de un tono rojizo.
Marco vio como tiraban a su mujer por la borda y un miedo atroz se apoderó de él. Su mujer iba a morir y él estaba demasiado lejos, no llegaría a tiempo para poder salvarla. Julia no sabía flotar bien, apenas le había dado la más mínimas nociones en aguas tranquilas y no en aquel medio tan furioso y tempestuoso. El mar embravecido y encrespado no tenía piedad con nada ni con nadie, y mucho menos con una mujer. Una fuerza sobrenatural se apodero de sus brazos mientras avanzaba nadando hacia el lugar en que habían arrojado a Julia.
—¡Aguanta, aguanta!...¡No me dejes todavía!—. Pensaba Marco mientras intentaba atravesar aquellas olas. Desesperado intentó nadar hacia ella.
Desde el barco veían como el general intentaba luchar contra la corriente que lo separaba de su mujer. Iba a ser prácticamente imposible que pudiera llegar a tiempo. Mientras los hombres del general miraban impasibles como la muchacha había emergido del agua para luego volver a hundirse. Solo se sentía el rugir de las furiosas olas, ni uno solo de los hombres se atrevió a respirar.
Mientras tanto, el barco de guerra del prefectus intentaba acercarse al barco pirata para intentar abordarlo.
—¡Mire prefectus!, ¿aquel que está nadando no es su hermano?—. Dijo el decurión señalando un punto del mar.
—¡Por los dioses!, ¿Qué hace mi hermano ahí? ¿es que se ha vuelto loco?—. Preguntó Máximus horrorizado.
—Creo que intenta alcanzar a la mujer que tiraron por la borda.
—Detén la maniobra de acercamiento y cambia el rumbo hacia dónde está mi hermano, salvar la vida de Marco me urge más que cien mil mercenarios. Esperemos que no se haya ahogado mientras los alcanzamos.
La nave de guerra abandonó su objetivo y cambio el sentido de navegación hacia la zona donde habían arrojado a aquella mujer.
Marco seguía nadando cuando de pronto se paró intentando averiguar dónde estaba Julia. Y pudo comprobar que a menos de media milla se hallaba el cuerpo de Julia flotando sobre el agua. Un gemido de angustia e impotencia dio lugar a lágrimas que empezaron a derramarse por sus ojos. No había llegado a tiempo, Julia se había ahogado. Como un loco empezó a nadar hacia ella. Sintió que su corazón se quebraba por la muerte de su mujer.
—No me hagas esto, no me hagas esto,... —Iba pensando mientras daba brazadas como un loco cada vez más lentas con sus agotados brazos.
—¡Julia, Julia!...gritaba mientras el rumor de las poderosas olas callaban sus desesperados gritos. ¡Julia, dime algo! —gritó desesperado.
Cuando por fin llegó hasta ella, la abrazó y acercando su flácido y desmadejado cuerpo hacia él, le gritaba sin parar:
—No te me mueras, por favor no me hagas esto. No me dejes.
Marco lloraba tanto y la apretaba tan fuertemente que Julia no era capaz de pronunciar palabra alguna. Pero muy débilmente un ligero sonido pudo salir de su cuerpo.
—¡Marco, deja de llorar!. Estoy aquí, no me he ido, has llegado a tiempo!. ¡Estoy aquí! —dijo Julia muy débilmente.
El general separó su cabeza de la cabeza de Julia mirando los ojos abiertos de su mujer. No podía dar crédito a que Julia le estuviera hablando. Desesperado empezó a repartir besos por la cara de su mujer mientras reía y lloraba a la vez.
—¡No vuelvas a hacerme esto!. Nunca he sentido tanto miedo en mi vida—. Decía mientras volvía a acercarla a él—. No vuelvas a dejarme. Me he vuelto loco pensando que no había llegado a tiempo.
—Me he acordado de lo que me dijiste sobre flotar, intenté aguantar todo lo posible hasta que vinieras a por mí, no sabía si te daría tiempo a alcanzarme—. Lloraba Julia emocionada.
—Te seguiría hasta el fin del mundo, te amo demasiado como para no buscarte—. Decía Marco mientras besaba a su preciada mujer—. ¿Te han hecho algo esos mal nacidos?
—Sí, me duele otra vez el costado—. Le dijo Julia sin atreverse a confirmarle que la habían herido mortalmente otra vez.
—No puedo verte bien, en cuanto lleguen mis hombres te sacaremos de aquí. No cierres los ojos, ya queda poco—. Dijo Marco preocupado cuando se percató de la mancha roja de su cintura.
Marco sintió el ruido del barco que se acercaba a ellos, aliviado comprobó que su hermano les había dado alcance antes que sus propios hombres. Su hermano le miraba con cara de preocupación desde el buque romano.
—¡Si llego a saber que te iba a encontrar de esta guisa hubiera venido antes hermano!. ¿Desde cuándo te gusta tanto el mar?
—Déjate de tonterías y ayúdanos a subir. Mi mujer se encuentra herida, hay que curarla rápidamente.
—¿Tu mujer?.¿Cuándo te has casado? Corred, daros prisa, izad a mi hermano—. Dijo Máximus inquieto mientras se volvía hacia sus hombres ordenando que los subieran a bordo, mientras él mismo se acercaba a ayudarles.
Marco subió con su mujer en sus brazos ayudado por los hombres de su hermano. Con cuidado depositó a Julia en la cubierta, chorreando agua por todos lados.
—¡Rápido, llévenla abajo!. Que manden a mi camarote al galeno, daos prisa—. Ordenó Máximus a sus hombres al ver que la joven sangraba y había perdido el conocimiento.
Marco examinó el costado manchado de su mujer y comprobó que la habían apuñalado otra vez. Desesperado la miró a los ojos y comprobó que se había desmayado.
—No te preocupes, enseguida la verá el galeno y le coserá la herida —le dijo Máximus sin que su hermano se percatara de que le estaba hablando.
—Voy a cogerte para llevarte abajo, ¿de acuerdo?. Solo vas a sentir un poco de dolor cuando te incorpore—. Comentó Marco a su mujer como si estuviera consciente.
Una vez que bajaron abajo, la joven volvió a recobrar el conocimiento.
—No te preocupes Marco, dile al galeno que haga lo que tenga que hacer—. Contestó Julia con voz pastosa—. Siento no haberte hecho caso cuando dijiste que no saliera.
—No te preocupes por eso ahora. Lo importante es que te pongas bien de nuevo.
Conforme hacía su aparición el galeno dentro del camarote, Julia abrió los ojos y mirándole fijamente le dijo:
—Por si acaso las cosas no salen bien quiero que sepas que te quiero.
Marco se paró un momento y con el corazón comprimido y los ojos turbios le respondió:
—Yo también te quiero, mi amor. Y no digas nada más, porque te vas a poner bien—. Dijo Marco besándola suavemente en la mejilla.
Máximus que observaba desde un rincón como su hermano hablaba con su mujer, no le pasaron desapercibidas las palabras y las miradas que se habían intercambiado entre ambos. Pudo darse cuenta de los sentimientos tan profundos y el vínculo que existía entre esas dos personas. Estaba sorprendido que su hermano que siempre había perjurado que no iba a unir su destino al de ninguna mujer, ahora se hallase ante semejante situación. Él que nunca se había sonrojado ahora se sentía avergonzado por primera vez en su vida al presenciar un momento tan íntimo. En cuanto el galeno empezó a sacar los utensilios, el prefectus le ordenó a su hermano:
—Vamos Marco, hay que actuar con rapidez. Deja que el galeno haga su trabajo. Está sangrando demasiado.
—¿Qué ha pasado Prefectus? —preguntó el galeno con presura al comprobar la herida.
—Necesitamos que atienda urgentemente a la mujer de mi hermano, ha recibido una puñalada.
—Voy a examinarla ahora mismo. Si no les importa esperar fuera.
—Yo no me voy de aquí—. Dijo Marco seriamente.
—Está bien, si se hace a un lado y permanece en silencio, intentaré examinar a su mujer.
Los dos hermanos se miraron preocupados y se retiraron hacia un rincón del camarote para dejar que el galeno trabajar. El hombre destapó la herida y con cara seria y pensativa le pidió a Marco:
—Necesitaré quitarle primero las ropas mojadas y luego tendré que operarla. Si no le importa echarme una mano. Necesitamos que traigan algo de ropa seca para cubrir a la mujer. Hay que intentar que suba la temperatura de su cuerpo, está demasiado helada.
Máximus salió del camarote y fue en busca de algunas mantas que pudiera subir la temperatura de su nueva cuñada, mientras tanto Marco le quitaba a Julia la ropa mojada. Cuando consiguieron despojarla y taparla adecuadamente, el galeno no perdió tiempo en operar a la joven.
—La operación va a ser extremadamente peligrosa, lamento decirle que no podemos suministrarle nada que la haga dormir. Necesitaré que la sujeten.
—No se preocupe, haga lo que tenga que hacer—. Dijo Julia con la voz demasiada debilitada.
Marco se puso a la altura de su cabeza y posicionándose al lado de ella la agarró de los brazos para que se moviese lo menos posible, abrazándola la miró compungido y le dijo:
—El galeno acabará pronto. Ya verás, te curarás pronto.
Julia asintió con la cabeza y demasiado temerosa por lo que iba a pasar, volvió la cabeza hacia Marco y cerrando los ojos intentó refugiarse en el hueco que le proporcionaba su marido al cogerla entre sus brazos. Intentaba demostrar ante Marco un valor que no tenía, porque la verdad era que estaba muerta de miedo. El costado le dolía demasiado y no estaba segura si lo podría superar. Pequeñas lágrimas empezaron a derramarse por sus ojos. Marco sintió como caían en uno de sus brazos y desesperado le pidió al galeno:
—Empiece ya, estamos preparados.
El galeno cogió una de sus agujas y cuando empezó a atravesar la clara piel de Julia, la mujer dio un respingo y se desmayó perdiendo el conocimiento para alivio de los presentes.
—Es lo mejor que ha podido pasar, por lo menos no se enterará.
El hombre con precisión y minuciosidad empezó a operar a la joven intentando salvarle la vida. A partir de esos momentos, Julia no recuperó el conocimiento durante toda la operación. Cuando acabó el hombre se volvió hacia Marco y con aire preocupado le comentó:
—Ha perdido demasiada sangre y no sé si podrá resistir la operación. He comprobado que todavía tenía reciente una herida anterior y ha sido demasiado difícil volver a reparar los tejidos dañados. He hecho todo lo que había que hacer. Solo cabe esperar la evolución. Si no le importa me quedaré con la joven por si se agravara.
Marco asintió desesperado, pasándose las manos por el pelo se volvió hacia su hermano y sin decir nada más, se abrazó a él.
—No sé qué voy a hacer si la pierdo, es la segunda vez que paso por esto.
—Vente hermano, necesitamos beber algo mientras me cuentas todo lo que ha pasado. Deja a tu mujer en manos del galeno, es uno de mis mejores hombres. No puede estar en mejores manos.
—No puedo dejarla.
—No vas a abandonarla, necesitas quitarte esas ropas mojadas. Y recuperar fuerzas, las vas a necesitar.
Marco se volvió hacia el galeno y le dijo:
—Estaré aquí al lado, no tardaré.
—No se preocupe, yo lo llamaré si ocurriera algo.
Mientras tanto en el Fortuna, Spículus se alejaba cada vez más del quinquerre romano, los dioses le habían favorecido ese día. Si el barco de guerra romano les hubiera seguido, no habrían tenido la menor posibilidad de escapar de aquella encerrona. Estaba preparado para escapar de un barco mercante, pero no de un buque de guerra armado hasta los topes para abordarlos. Hasta los vientos les eran favorables. Había sido un acierto matar a la mujer del general y tirarla por la borda, sin duda eso les había tenido entretenidos.
—Hemos puesto rumbo al puerto de Éfeso mi capitán. ¿Cree que nos seguirán?
—No, no lo creo. Si ese hubiera sido su objetivo, ya nos habrían abordado. Quiero un par de hombres vigilando siempre en la popa del barco. No me fio de los romanos.
—Sí, daré la orden inmediatamente.
En la domus de Livio, Horacio se enfrentaba a otro problema inesperado, el tribuno Quinto estaba empezando a despertar. Desde hacía varias horas ya no se sentían los proyectiles con que habían estado bombardeando a la ciudad, así que los esclavos que habían estado escondidos en la bodega, habían salido y habían empezado a limpiar los desperfectos que se habían originado en la casa.
El galeno que habían traído del campamento había estado un buen rato acompañándolo y vigilando el sueño del moribundo. Pero conforme habían pasado las horas, el hombre le había señalado que lo único que cabía hacer, era esperar a que el soldado se despertara. Marchándose al campamento había dado la orden de que lo llamaran en cuanto recuperara el conocimiento. Y en caso de que el soldado le preguntara sobre el destino de los demás, el galeno había aconsejado no decirle nada hasta que el general no estuviera presente. De todos modos no habría sabido que contestar al tribuno, no sabían nada ni del general ni de Julia desde que se había ido con Graco. Y de Claudia mucho menos todavía.Solo esperaba que al general le diera tiempo a llegar antes de que su amigo recobrara plenamente el conocimiento.
Varias horas después Máximus junto con su hermano estaban en la proa del barco, acababan de atracar en el puerto de Baelo. Marco quería llevar a su mujer a la casa donde se encontraría más cómoda, pero el galeno había desaconsejado que la trasladaran de momento ya que el estado de la joven era lo sumamente delicado para que en el traslado se le abriera la herida y se agravara todavía más su estado.
—No te preocupes por tu mujer hermano, aquí estará bien. Mientras tú reorganizas a tus hombres y compruebas el destino del tribuno, yo me quedaré aquí vigilándola. Si hubiera algún cambio por mínimo que fuese, te haría llamar. Ya tendremos tiempo para hablar después.
—Está bien, pero no te separes de ella. No la dejes sola, no me fío de nada ni de nadie. Los mercenarios pueden haber sobornado a alguien más y podrían acceder otra vez a Julia si se enteran de que no consiguieron su objetivo.
—Vete tranquilo, que nadie ha de subir a bordo. Aquí estaré esperando noticias tuyas.
—Está bien. No tardaré, en cuanto supervise a mis hombres y compruebe como esta todo.
—Llévate a algunos de mis hombres, el que no se fía mucho de esta gente soy yo.
Marco miró detenidamente a su hermano y sin previo aviso, le dio un abrazo y le dijo en voz baja:
—Soy afortunado de tener un hermano como tú, apareciste cuando más te necesitaba. Sin ti la hubiera perdido.
—Para eso están los hermanos, ya me cobraré la deuda que me debes. Ahora vete y no tardes, no vaya a ser que se despierte tu mujer y me confunda contigo.
—Ni te atrevas a ponerle una mano encima—. Le reclamó Marco contrariado.
—Ni se me ocurriría—. Se alejó Máximus sonriendo.
Mientras Marco bajaba de la nave, el praeceptus se fue hacia su camarote para comprobar el estado de su nueva cuñada. Agachando la cabeza para poder entrar, miró al galeno que estaba volviendo a examinar a la joven.
—¿Hay algún problema?. ¿Ha empeorado?—. Preguntó Máximus preocupado.
—Su estado es bastante crítico y quiero comprobar que no hay ningún daño más si da usted su permiso. Si no le importa voy a descubrir a la joven para volver a examinarla otra vez—. Preguntó el galeno a su jefe.
—Proceda a lo que tenga que hacer, estoy seguro que mi hermano no pondrá ningún inconveniente cuando vuelva.
Una vez que Marco bajó de la nave, marchó primero al campamento para que sus hombres le informaran del estado de la ciudad. Después acudiría a la domus para comprobar la evolución de su amigo.
—Hazme un informe de la situación centurión—. Pidió Marco al soldado que se encontraba en la tienda con él.
—Aunque han conseguido bombardear diversos puntos estratégicos de la ciudad, los daños no son tan sumamente graves como para que no podamos repararlos en menos de dos días. Cuando se fue en busca del barco pirata intentamos encontrar al aliado de los mercenarios pero aparte de su mujer y de los esclavos que abandonó en la casa, no ha vuelto a aparecer. Hemos sellado la salida y la entrada a la ciudad para que no puedan volver a entrar por ahí. Si no ordena otra cosa más, seguiremos con la reconstrucción.
—Sí, voy a estar en el barco de mi hermano hasta que podamos trasladar a mi mujer a la domus, en caso de algún problema háganme llegar el aviso. ¿Saben algo del estado del tribuno Quinto?
—No, señor. Excepto que el galeno volvió hace unas horas y todavía seguía con vida.
—Está bien, pasaré a ver como se encuentra. Ya saben dónde encontrarme si me necesitan.
Marco salió de la tienda acompañado por algunos de sus hombres en dirección de la domus. Conforme llegaba veía la cara de alivio de los hombres postrados en la puerta.
—¿Y el tribuno Quinto?—. Preguntó Marco ansioso.
—Sigue con vida señor.
—Muy bien, sigan en sus puestos.
El general con paso raudo y apresurado entró en la domus derecho a la habitación donde habían dejado a su amigo. Cuando entró en ella, Horacio que velaba al soldado no pudo disimular la cara de alivio.
—¿Todo bien señor?. La señora Julia no ha venido desde que marchó de aquí.
—No, todo se complicó demasiado. El desgraciado del liberto la secuestró y se la llevó en el barco de los mercenarios. Afortunadamente pude llegar cuando la arrojaron pero se encuentra gravemente herida en el barco de mi hermano. ¿Cómo se encuentra el tribuno?
Horacio lo miró con el semblante descompuesto al sentir las noticias sobre Julia, y volviéndose hacia el hombre que yacía en el lecho le comentó al general.
—Está gravemente herido y no para de moverse inquieto por la fiebre. Estoy preocupado porque la fiebre no baja. El galeno dio la orden de que lo avisáramos al mínimo cambio.
—Está bien, me vuelvo al barco con Julia, hasta que no salga de peligro y pueda traerla no volveré. Al menor cambio ya sabe dónde encontrarme.
—Está bien señor—. Dijo Horacio mientras veía como salía su señor de la habitación.
Demasiado preocupado por la situación de Julia y del tribuno volvió a sentarse junto al camastro donde descansaba el soldado. Prisca apareció por la puerta en ese momento.
—He visto salir al general, ¿no ha venido Julia con él?.
—Graco secuestró a Julia y aunque no me ha dado más detalles, solo sé que se encuentra gravemente herida en el barco del hermano del general.
Prisca se tapó los ojos sollozando por el destino de Julia y de Claudia. Horacio se levantó y abrazando a su mujer le dijo:
—No te preocupes, ya verás cómo sale de esta también. No es posible que le pase nada a nuestra Julia. El general no dejará que le pase nada. Anda mujer ve y encárgate de que todo esté a punto para cuando regresen, yo me quedaré junto al tribuno cuidando de él.
—De acuerdo, así lo haré. Luego te traeré algo de comer porque no creo que él se despierte todavía—. Dijo Prisca señalando al soldado.
—Está demasiado inquieto, no creo que tarde mucho en despertar si lo deja la fiebre.
Un rato después Marco entró al camarote de su hermano y comprobando que el galeno hablaba con él se acercó ansioso a su mujer y hablando en voz baja preguntó a su hermano:
—¿Cómo sigue?.
—Será mejor que te lo explique él—. Dijo Máximus con la tez demasiado blanca y descompuesta.
—¡Hablad!, ¿qué pasa?—. Volvió a preguntar mirando al galeno.
—He vuelto a revisarla y he comprobado que su estado es más grave de lo que parecía. Me temo que la joven puede correr el riesgo de perder el bebé.
Marco trastabilló hacia la cama de Julia mirándola demasiado horrorizado.
—¿Me está diciendo que mi mujer está embarazada y que puedo perder a mi hijo y a mi mujer?
—Pensé que lo sabía pero claro la joven está de muy poco tiempo. No le puedo garantizar que sobrevivan ella y el niño. Aunque he cosido la herida corre el riesgo de que no lo pueda aguantar.
Marco se mesaba el pelo desesperado y arrodillándose al lado del lecho de Julia empezó a llorar desconsolado.
—Cálmate Marco, todavía no se puede dar nada por hecho. Es una posibilidad pero tu mujer es fuerte y joven. No hay que perder la esperanza.
—La esperanza es lo único que me queda porque como le pase algo ya no me quedará nada—. Dijo Marco mirando hacia su mujer.
Máximus se quedó callado pensativo mirando a su hermano que se encontraba de rodillas observando a su inconsciente mujer. Rogaba a los dioses que esa joven que llevaba en su seno a su sobrino sobreviviera, ya de por sí había sido prácticamente un milagro que estando tan malherida hubiera podido aguantar el avance de las olas sin saber prácticamente nadar. Sentía demasiada curiosidad por esa joven que en apariencia era tan extremadamente débil y que ocultaba una gran fuerza interior.
El día había amanecido pálido y gris, acorde con el humor del general. Habían pasado varios días y Marco se hallaba inconsolable y desesperado, Julia no parecía mejorarse y cada vez parecía empeorar más. Aunque por un milagro del destino todavía no había perdido al bebé, todavía no recuperaba la conciencia. La herida parecía cicatrizar lentamente y aunque la infección no había hecho aparición, su estado seguía siendo demasiado crítico. Aquellas malditas horas pasaban lentamente, los pasos de los hombres en cubierta era el único sonido que se oía en la distancia, para recordarle la opresiva amenaza que se cernía sobre su mujer.
Máximus entro al camarote y con aire contrito le preguntó a su hermano:
—¿Cómo está Julia?.
—Todavía sigue sin despertar y ya ha pasado demasiado tiempo.
—Lamento el trance por el que estás pasando, si pudiera hacer algo por ayudarte...—Dijo Máximus mirando el lecho de la joven.
—Yo también lo siento, pero solo cabe esperar. No hay nada más que hacer salvo esperar—. Dijo Marco demasiado emocionado.
El general se secó las lágrimas que corrían por su cara. Se hizo un largo silencio entre ambos hombres. A Marco se le hizo un nudo en la garganta y aunque era prácticamente incapaz de hablar, solo llego a decirle a su hermano:
—No se merece que la vida de los dos acabe aquí. Todavía no sabíamos siquiera que estaba esperando nuestro primer hijo. No entiendo porque el destino se cierne tanto sobre ella.
—¿Por qué dices eso?
—Todavía no te he contado su historia, no me creerás cuando te lo cuente.
—¿Qué es lo que no me voy a creer? —dijo mirando la joven—. Parece que cuando hablas guardas un gran secreto.
—No andas desencaminado. Siéntate, la historia es un poco larga de contar...
—Tenemos toda la noche hermano y no tenemos otra cosa que hacer. ¿Qué me tienes que contar?.
—¿Te acuerdas cuando éramos pequeños y jugábamos en el palacio del emperador?—. Dijo Marco mirando a su hermano.
—Sí ,¿por qué sacas eso a relucir ahora?.
—Bueno, aunque no lo creas.....
Ambos hombres estuvieron hablando prácticamente hasta bien entrada la madrugada cuando Máximus demasiado asombrado no podía dar crédito a lo que le contaba su hermano.
—¿Estás seguro de lo que me estás contando?.
—Sí, tan seguro como que tú y yo provenimos de la misma madre y del mismo padre.
—Entonces, nadie debe de enterarse de quién es y de su procedencia. Correría demasiado riesgo.
—¿Crees que no lo sé?. Ya había decidido establecerme aquí, no quería correr el riesgo de que alguien pudiera reconocerla y pusiera su vida más en peligro todavía. Bastante hemos tenido con el riesgo que ha corrido por ser la protegida de Tito Livio. No sé cuántas situaciones como esta podrá superar más. Ni siquiera sé si podrá sobrevivir.
—No te preocupes, en cuanto ella salga de peligro iré tras Spículus y no pararé hasta que acabe con él. Aunque tenga que recorrer todos los mares y océanos no pararé hasta vengar la afrenta. Subiré arriba con mis hombres por si me necesitas.
Marco se quedó mirando a su hermano y asintiendo siguió mirando el rostro inquieto de su mujer. En cuanto el hombre salió por la puerta Marco se arrodillo junto al lecho y a continuación empezó a reñirla, la voz le temblaba por la emoción contenida:
—¡No puedes abandonarme y dejarme aquí solo...no podéis iros los dos! Te juro que si me dejas iré detrás de ti.
Julia era consciente de que su marido estaba al lado de ella, pero era incapaz de abrir los ojos y de hablar. Cuando recuperaba levemente la conciencia lo sentía hablar con otro hombre, pero con el susurro de sus voces no llegaba a comprender lo que decían. Debía despertarse para intentar calmarlo, pero su cuerpo se negaba a obedecer.
Marco se pasaba las manos por su pelo alborotado cuando percibió un leve y ligero movimiento encima de la cama. Una mano de Julia intentaba moverse hacia donde él estaba. De repente miró desesperado hacia la cara de la joven.
—¡Julia!—. Grito sin querer, casi desplomándose sobre la cama.
Julia intentaba abrir los ojos que le pesaban demasiado, se sentía como si un animal o algo muy pesado estuviera sobre ella. Se sentía demasiado cansada. En ese instante pudo abrir por fin sus ojos y fijarse en el desaliñado soldado que tenía enfrente de ella.
—¿Qué ha pasado Marco? ¿Por qué estás así? Me siento como si un carro lleno de tinajas me hubiera arrollado.
—Menos mal mi amor que has despertado. Estaba demasiado asustado, no quiero volver a pasar por lo mismo, no lo vuelvas a hacer. ¿No te acuerdas de nada? Has estado demasiados días inconsciente, no hables, no quiero que te fatigues más de lo que ya estás. Ya te contaré cuando te recuperes—. Dijo arrodillado a su lado mientras llorando le cogía muy suavemente la mano y le daba un beso en ella.
Julia asintió volviendo la cabeza hacia donde se encontraba su marido. Marco era incapaz de separarse del cuerpo de ella. Se sentía demasiado emocionado y aliviado para poder levantarse del suelo y contarle a su hermano que Julia se había despertado. Había una mínima posibilidad de que se recuperara y él no la dejaría ni a sol ni a sombra mientras ella no fuera capaz de levantarse de esa cama.
A la mañana siguiente Quinto era plenamente consciente de todo lo que había alrededor suyo,sabía que se encontraba en la domus. El pobre Horacio estaba dormido en un camastro que había al pie de su cama. Aunque había estado sin conocimiento, sabía que alguien estaba vigilando su sueño. Había encontrado algo de paz cuando el hombre le había pasado por la frente algún lienzo húmedo intentando bajarle la fiebre.
Sabía que había pasado algo muy grave, por el dolor que tenía tan insoportable. Se acordaba perfectamente de ir andando con Claudia a su lado cuando le salieron al frente varios mercenarios. Lo último que recordaba era estar peleándose con uno de ellos. En ese instante sintió una enorme angustia, ¿Dónde estaba Claudia?. Esperaba que Marco hubiera podido alcanzar a los piratas. Seguramente estaría por ahí con sus quehaceres.
Intentó levantarse del camastro pero el dolor era tan agudo que tuvo que echarse otra vez, se sentía tan mateado que estaba a punto de volver a perder el sentido. El ruido despertó de pronto a Horacio, que levantándose raudo acudió en su auxilio.
—No se mueva, puede abrirse la herida.
—¿Dónde está Claudia?—. Dijo Quinto agarrándole la muñeca a Horacio.
—Llamaré al general y él le explicará todo, no se inquiete.
—Dile a Claudia que quiero verla, por favor Horacio—. Pidió Quinto.
A Horacio se le hizo un nudo en la garganta, intentaba que no le viera los ojos anegados por las lágrimas que estaban a punto de desbordarse. Desde que los piratas se habían llevado a Claudia no habían vuelto a saber nada de la joven.
—En un rato vengo, no se mueva usted.
—¿A dónde podría ir si no?.
Marco se encontraba en la habitación de su amigo, había tenido que mentirle durante toda la semana para que no se abriera la herida. Se sentía fatal por lo que estaba haciendo pero era necesario que Quinto se recuperara. No sabía cómo reaccionaría en cuanto se enterase del destino de la joven por la que tanta preocupación mostraba. Solo había podido disimular la ausencia de Claudia alegando que la había dejado en el buque junto con Julia, era lo único que se le había podido ocurrir para que el joven patricio no sospechara nada. Sabía que no hacía bien, pero no le había quedado otra alternativa.
—Me ha dicho el galeno que ya te encuentras perfectamente como para poder levantarte, aunque tienes que vigilar que no se te abra la herida.
—Sí, estaba cansado de esa maldita cama. Ya no aguantaba más en ella. Nunca había pasado tanto tiempo sin hacer nada. Estoy deseando ver a Claudia, si no le avisas de que venga a verme, voy a ir yo hasta ella. Ya he esperado demasiado tiempo para verla entrar por esa puerta.
—Quinto necesito contarte algo que te he estado ocultando por el bien de tu salud.
Quinto volvió la mirada hacia su amigo, había presentido que le ocultaban algo desde que despertó y sintió que un aterrador presagio se cernía sobre su cabeza. Sintió como un escalofrío recorría su cuerpo, y una sensación de nausea se elevaba desde su estómago. Intuía que algo no marchaba bien. ¡Claudia!, no podía ser ella, ella no.
—¡Habla por los dioses, que me has ocultado!.
Marco miró apenado a su amigo e intentando acercarse a él le dijo:
—Me temo que Claudia no va a poder venir. Cuando te creyeron muerto en aquella callejuela, Spículus y sus piratas se llevaron a Claudia y a Julia. A mi mujer la arrojaron por la borda creyéndola muerta, pero a Claudia se la llevaron. No hemos podido darles alcance todavía, mi hermano está preparado para partir en su busca en cuanto podamos bajar a Julia del barco. Todavía está demasiado débil.
El tribuno sintió una ira y un miedo tan atroz que de pronto volviéndose loco empezó a tirar todas las cosas que se encontraban a su alrededor y a su alcance. Marco intentó acercarse a él para que no se abriera la herida. Pero era tal el estado de locura del soldado que fue incapaz de acercarse al joven sin que acabara malherido. Se sentía igual que un animal mal herido.
Se habían llevado a su mujer, al amor de su vida. Desolado y llorando se arrodillo en el suelo, se sentía como si lo hubieran apuñalado otra vez por la espalda y le hubieran arrancado su maltrecho corazón. Lo único que pudo hacer Marco por él, era dejarle esos momentos a solas, sabía perfectamente la desolación en que se encontraba. Lo comprendía demasiado bien. Él había estado a punto de perder a Julia también.
—Estaré ahí afuera cuando me necesites.
Quinto no fue capaz de responderle, perdido como estaba en su mundo. Solo tenía la imagen de la joven en su cabeza....se sentía como si hubiese perdido algo demasiado querido. Cuando rato después se le acabaron las lágrimas, se levantó en medio de aquel montón de enseres destrozados y decidido supo cuál era su destino. No perdería la esperanza, la encontraría viva o muerta, pero la encontraría. Aunque tuviera que remover cielo y tierra, algún día encontraría a su mujer. De nada servía, regodearse en su dolor. La esperanza de encontrarla era su destino, a ella se aferraría.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro