Capítulo 16
"No hay testigo tan terrible ni acusador tan potente como la conciencia que mora en el seno de cada hombre."
Polibio (203 a.C / 120 a.C.)
Después de la cena de la boda de Julia, el inquieto Paulo era incapaz de dormirse, por la cabeza se le pasaban demasiadas cosas que había vivido ese día, había sido una experiencia demasiado emocionante. Nunca había asistido a una boda y se había quedado maravillado y extasiado contemplando todos los manjares y exquisitices que habían puesto en las mesas para cenar. Aunque los esclavos y los libertos no podían juntarse en la misma mesa para comer, los novios habían dispuesto unas mesas no muy separadas de la mesa nupcial pero estratégicamente situadas para que los asistentes no se percataran pero que permitía a los amigos de Julia contemplar todo el banquete. Además, había podido participar en la ceremonia de Julia y nunca se había sentido tan importante como en aquel momento cuando la acompañaba a la habitación.
A su cabeza no le daba tiempo asimilar la forma que tenían los patricios de comer, de hablar, de comportarse, de vestirse...él quería ser igual, y algún día lo conseguiría. Nunca se le había permitido asistir a ese tipo de banquetes, eran demasiado importantes para que los niños esclavos participaran. Había tanta comida que se había metido con disimulo en un pequeño bolsillo algunas de las viandas que habían sobre la mesa para comérselas al día siguiente. No creía que pudiera comer algo semejante durante mucho tiempo, y la gente estaba tan contenta que nadie se dio cuenta de su pequeño desliz.
Helena dormía desde hacía rato a su lado en el pequeño camastro pero él era incapaz de pegar ojo, con sigilo se levantó y sin hacer ruido para no despertar a su hermana, Paulo salió por la puerta sin que se dieran cuenta.
Cuando salía por el atrio comprobó que algunos sirvientes todavía se hallaban recogiendo los restos del banquete, escondido detrás de unos pequeños arbustos en el atrio, se dio cuenta de que el tribuno Quinto y Claudia salían por la puerta sin que nadie se percatara. Intrigado por averiguar a donde se dirigían los dos, decidió seguirlos. No tenía sueño y le había picado la curiosidad por saber a dónde iban los dos agarrados de la mano. Con una sonrisa y ojos de pícaro salió en busca de ellos, a la mañana siguiente se lo diría a Julia.
Sin que la pareja se diera cuenta el niño empezó a seguirlos por las estrechas callejuelas. Paulo conocía demasiado bien aquellos callejones como para tener miedo. Además en caso de que pasara algo estaba lo suficientemente cerca como para esconderse en algún rincón oscuro o gritar.
Cuando la pareja que iba más adelante giro hacia una de las calles, Paulo escuchó de pronto voces que sonaban airadas, se paró quieto y se escondió al abrigo de la oscuridad. Desde donde estaba no podía observar nada pero sabía que el tribuno estaba hablando demasiado exaltado. De pronto sintió miedo, no sabía que pasaba pero se empezaron a escuchar ruidos de peleas. Demasiado preocupado por lo que podía estar ocurriendo, se arrastró por el suelo pegado a la pared de la fachada de las casas. La noche le daba abrigo suficiente como para que nadie se percatara del pequeño bulto que se movía por el suelo intentando observar lo que sucedía. Cuando llegó a la esquina asomó su pequeña cabeza y pudo comprobar horrorizado como unos mercenarios mataban al tribuno mientras otro hombre horrible se llevaba a Claudia. No pudo sentir más miedo cuando sus inquietos ojos fueron incapaces de no observar la cruel escena. Cuando comprobó que los asaltantes se habían marchado se acercó asustado y con lágrimas en los ojos, al cuerpo desmadejado del soldado. Un pequeño gemido de pena salió del pequeño, intentó mover al soldado que estaba tirado en el suelo para ver si se despertaba pero el hombre ya no se movía, le había cogido demasiado aprecio a aquel hombre y ahora yacía muerto delante de él. Demasiado asustado decidió volver sobre sus pasos y corrió como un alma en pena a avisar a los demás.
Julia se vistió de prisa mientras Marco se ponía el uniforme y cogía sus armas. El estampido había sonado bastante cerca, en la casa empezaron a sentirse gritos y gente correr. En cuanto estuvieron arreglados salieron deprisa de la habitación en busca de los demás. Los sirvientes que habían estado recogiendo los restos del banquete se acercaron corriendo con cara de asustados.
—¿Qué está pasando general?—. Preguntó Horacio asustado.
—Nos están atacando desde alta mar por el sonido de los proyectiles.
—¿Hay algún sitio donde os podáis resguardar hasta que todo pase?—. Preguntó Marco preocupado mirando a Julia.
—Podríamos escondernos en la bodega pero yo preferiría ayudarte—. Dijo Julia.
—Tengo que marcharme con mis hombres y no puedo estar mirando a mis espaldas preguntándome si estarás bien. Necesito todos mis sentidos, solo entorpeceríais las cosas ¿de acuerdo?
—Está bien, haremos lo que tú digas pero ten cuidado.—Dijo Julia preocupada.
De pronto otro proyectil se escuchó cerca y parte del muro de uno de los patios se estremeció.
—Ese ha dado muy cerca―. Dijo Horacio.
—Corred y esconderos, dejaré una patrulla para que os proteja también―. Dijo Marco dándole un beso rápido en la frente, mientras empezó a correr en dirección a la salida de la casa dando órdenes a los demás.
Julia asustada se volvió hacia su gente y empezó a dar órdenes a todos los sirvientes que llegaban para que se escondieran en la bodega.
—Horacio no encuentro a Paulo. No sé dónde se habrá metido ese demonio de muchacho—. Dijo Prisca que llegaba espantada por lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Julia miró hacia la pequeña Helena que estaba llorando agarrada de la mano de su madre.
—¿No estabais durmiendo juntos Helena?—. Preguntó Julia preocupada por el pequeño.
La niña confirmó con la cabeza que sí pero siguió llorando mirando hacia su madre.
—No os preocupéis, Horacio y yo iremos a buscar al pequeño mientras vosotras ayudáis a los demás a resguardarse. Vamos Horacio no hay tiempo que perder.
Julia y Horacio se dirigieron hacia el resto de las dependencias buscando y llamando a voces a Paulo mientras los demás corrían hacia la bodega. El estruendo cada vez era peor, la situación de no saber que estaba ocurriendo llenaba a Julia si cabe de mayor ansiedad. Cuando registraron toda la domus sin dar con el muchacho, salieron de la casa y se dirigieron hacia la patrulla que Marco había dejado custodiando la casa. En cuanto el centurión vio a la mujer de su general, corrió hacia ella y el hombre con el semblante serio le aconsejó regresar.
—El general ha dado órdenes de que no salga nadie de la casa, especialmente usted. Lo siento pero no les puedo dejar salir—. Dijo el centurión con rotundidad.
—No encontramos a uno de los niños, hemos buscado por toda la casa y necesitamos que nos ayuden a buscarlo—. Respondió Julia agitada.
De repente sintieron la voz del niño a lo lejos, Paulo venía chillando y corriendo por la calle. Horacio al ver correr a su hijo hacia ellos se arrodilló en el suelo y cuando el pequeño llegó a su altura se echó hacia los brazos de su padre llorando y hablando entrecortadamente. El hombre lo abrazó agradecido de que hubiera aparecido e intentando serenarlo le preguntó:
—¿Dónde te habías metido Paulo?. Te hemos estado buscando por toda la casa y encima todavía es de noche. Podría haberte pasado algo—. Dijo Horacio seriamente a su hijo.
—Padre han matado al tribuno Quinto y se han llevado a Claudia, tenéis que ir a por ellos—. Dijo el angustiado niño.
—¿Qué estás diciendo muchacho?—. Preguntó el centurión.
—Unos hombres han asaltado al tribuno y se han llevado a Claudia. Yo sé dónde está, tenéis que ir deprisa. Creo que lo han matado—.Dijo el niño llorando.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?, mira que es muy grave lo que acabas de decir—. Preguntó Julia demasiado asustada ya sabiendo que el niño no mentiría en una cosa de esas.
—Sí, de verdad, se dónde está, correr.—Aseveró el pequeño ansioso por ir donde estaba el soldado.
—¡Vamos, no hay tiempo que perder!. Usted quédese aquí, nos acompañará el hombre y el niño—. Dijo el centurión a Julia.
—Prefiero ir con ustedes, entiendo algo de medicina y mi ayuda podría ser necesaria.
—Está bien pero quédese en medio de nosotros—. Aseveró el soldado preocupado mientras echaban casi a correr calle abajo.
El pequeño les llevó por los callejones que conducían hasta el puerto, la gente corría asustada por las calles buscando algún sitio donde guarecerse. Los niños pequeños lloraban en brazos de su madre mientras el fuego cruzado entre el barco que se hallaba en alta mar y las armas defensivas repartidas por la ciudad se intercambiaban enormes bolas de fuego, que resplandecían como llamaradas gigantes en medio de la noche.
—¡Miren, allí en el suelo se encuentra el tribuno!.—Señaló el pequeño Paulo un bulto que yacía en el suelo.
La pequeña comitiva que había salido en busca del soldado se acercó corriendo hacia donde estaba el hombre tirado. El centurión se agachó el primero a reconocer a su superior comprobando si tenía pulso, tocándole la vena en el cuello dijo en voz alta a la mujer del general:
—Está vivo, se encuentra muy grave pero todavía tiene pulso. No sé si podremos llevarlo a la domus sin que se nos muera por el camino.
—Aquí no podemos dejarlo, necesito atenderlo inmediatamente si queremos darle la más mínima oportunidad de que viva. Aquí no tengo nada para poder curarlo—. Dijo Julia dirigiéndose a los hombres.
—Soldados cojan al tribuno y sean cuidadosos cuando lo levanten, está perdiendo mucha sangre—. Ordenó el centurión.
Los soldados rodearon al Tribuno y levantándolo con mucho cuidado empezaron a subir la cuesta teniendo la precaución de que el soldado no se desangrara más todavía antes de llegar y que no se les muriera por el camino.
Mientras tanto Marco desde el campamento ordenaba al resto de sus legionarios la ofensiva, desde la muralla podía verse perfectamente como el barco enemigo lanzaba con la catapulta los proyectiles incendiarios.
—¿Lucio están preparados los escorpiones?—. Preguntó Marco al centurión que estaba a cargo de la artillería.
—Sí, mi general, los hombres están esperando una orden suya para empezar. Hemos intentado lanzar algunos proyectiles para asustarles.
—¿A cuánta distancia se encuentra el buque?.
—Todavía está a más de cincuenta millas de la costa, necesitamos que se acerque un poco más para que entre dentro de la línea de tiro de los escorpiones.
—¿Les favorece el oleaje en la trayectoria de los misiles?.
—Me temo que sí mi general.
—Está bien, esperaremos el momento más idóneo. Que tengan preparada la brea y que vigilen las calles de la ciudad.
En ese mismo momento mientras Marco daba las órdenes llegó un soldado corriendo.
—Señor traigo un mensaje urgente del centurión que se encontraba protegiendo la domus.
A Marco se le congelo la sangre cuando sintió al soldado, si algo le había pasado a Julia los mataría a todos.
—¡Hablad!.
—El tribuno Quinto ha caído señor, se lo han encontrado herido de muerte en una de las callejuelas de la ciudad, lo han trasladado a la domus y no saben si saldrá de esta madrugada.
Marco sintió una leve sensación de vértigo y alivio porque no le hubiera pasado nada a Julia, sin embargo una amarga sensación de inquietud y pena se apodero de su cuerpo al saber el percance de su amigo, que era prácticamente como un hermano para él.
—¿Está seguro que no está muerto?—. Pregunto Marco con una calma serena.
—No señor, el mensaje es que todavía se encuentra vivo pero su estado es demasiado grave, su mujer se ha hecho cargo de él. No saben si vivirá.
—Está bien, que manden ahora mismo a uno de los galenos del campamento para que ayude a mi mujer. ¿Cómo ha sido el percance?
—Por lo visto les tendieron una emboscada en una de las calles, al tribuno lo dieron por muerto y a una muchacha que le acompañaba se la llevaron.
—¿A qué muchacha se han llevado?—. Volvió Marco a preguntar preocupado aunque en el fondo sabía de quién se trataba, no podía ser otra.
—A una tal Claudia señor, por lo visto trabaja en la domus también.
Marco se agarró de pronto la cabeza con una mano preocupado por esa muchacha que era amiga de su mujer y seguramente la enamorada de su amigo.
—Entiendo, está bien. Que el siguiente en la línea de mando tome el puesto del tribuno Quinto. En cuanto sepa algo más de la casa, avísenme.
—Está bien señor, si no indica nada más me vuelvo a la domus.
—Puede marcharse, vigilen bien la casa y acompañen al galeno.
Cuando el soldado se marchó, el general se dirigió a Lucio Flavius, el centurión.
—Lucius manda una centuria a las calles, me temo que los mercenarios están dentro de la ciudad. Que anden con cuidado y que vigilen sus espaldas.
Mientras tanto en la Casa de Tiberio, el hombre andaba nervioso de un lado para otro preocupado por los proyectiles que lanzaba Spículus. En ningún momento el pirata le había comentado sus intenciones de bombardear la ciudad. Si por lo menos le hubiera avisado, le habría dado tiempo a abandonar la ciudad antes de que todo hubiese comenzado. Pero el maldito había empezado su particular batalla sin dar ni una sola explicación.
Por ahora habían tenido suerte de que ningún proyectil hubiera alcanzado su casa. Estaba cogiendo sus posesiones más valiosas, sobre todo las monedas de oro para salir por el pasadizo secreto que daba acceso a las afueras de la ciudad.
Valeria por otro lado, se hallaba todo lo asustada que podía estar una persona imposibilitada en una cama, todavía no se podía mover de la condenada habitación. Tiberio todavía la tenía encerrada y nadie se había aparecido por allí para darle una sola explicación de lo que estaba sucediendo fuera. Valeria gritó con todas sus fuerzas a su criada.
—¡Servia!....¡por favor, que alguien me saque de aquí!—. Gritaba la mujer llorando.
De repente, alguien entro a la habitación prácticamente corriendo.
—Servia, por los dioses, ¿qué está ocurriendo?.¿Qué son esos ruidos?—. Preguntó Valeria aliviada de que alguien hubiera acudido a socorrerla.
—Señora están lanzando proyectiles a toda la ciudad, todo el mundo está huyendo a resguardarse del ataque. Creo que son los mercenarios esos de los que hablabais.
—¿Y mi marido donde se encuentra?. ¿No piensa venir a socorrerme?
—Su marido se metió en su habitación y desde hace un rato nadie lo ha visto salir de ahí.
—Endemoniado hombre, ojalá los dioses se lo lleven. Cuando el barco se hunde hasta las ratas abandonan el barco. ¡Maldita sea mi suerte!.
Mientras tanto Tiberio huía por el pasadizo secreto intentando salvarse, había dejado detrás a su mujer, de todos modos si moría no iba a perder demasiado, hacía tiempo que ya no le era útil. Y aunque hubiese querido llevarla con él, con la pierna rota no hubiese podido moverla. Era mejor salir solo, nadie debía conocer esa vía de escape por si necesitaba recurrir a ella otra vez.
En la Casa de Livio las cosas no marchaban tan bien, Julia se afanaba por intentar salvar la vida de Quinto. Estaba muy preocupada por el destino de su amiga pero ahora no tenían tiempo de averiguar el paradero de Claudia.
—¡Rápido Horacio, necesito mis cosas!. Tráemelas de mi habitación, ha perdido demasiada sangre.
Horacio y los soldados habían ayudado a Julia a llevar a Quinto al camastro para poder tumbarlo. En cuanto el sirviente oyó la petición, salió raudo a traerle a la muchacha las cosas que necesitaba.
—¿Cree usted que hay alguna posibilidad de que se salve?—. Preguntó el centurión.
—Si la hubiera, ni yo misma lo sabría. Su destino está en mano de los dioses. Ayúdeme a quitarle las ropas, necesito ver el alcance de las heridas.
Mientras seguían escuchando las explosiones dentro de la ciudad el centurión ayudó a la mujer de su general a quitarle la ropa al tribuno. Cuando le despojaron de todo, pudieron comprobar que la herida podría haber dañado alguno de los órganos vitales. Horacio apareció de repente con las cosas de Julia pero otro soldado venía con él.
—Señora, el general ha mandado a un galeno del campamento—. Dijo Horacio.
—Menos mal, necesitaba la opinión de alguien con más experiencia que yo—. Respiró un poco aliviada Julia.
El hombre empezó a examinar al soldado y cuando comprobó su estado, procedió a sacar una amplia variedad de instrumentos quirúrgicos para operar al tribuno: espátulas para aplicar ungüentos, pequeñas palas con una cuchilla en el extremo, horcas para separar el tejido muscular, pinzas, agujas curvas y rectas...
—Necesito que me hiervan todo este instrumental antes de coser la herida—. Ordenó el galeno eficientemente.
—Ahora mismo señor—. Contestó Horacio cogiendo los instrumentos y llevándoselo.
—¿Lleva mucho tiempo así?—. Preguntó el médico.
—No lo sabemos con exactitud, pero por el tamaño del charco de sangre que había alrededor de él, creemos que alrededor de una hora.
El galeno empezó a examinar a su paciente, Julia le ayudaba a darle el instrumental mientras iba pasando el tiempo. El hombre cosía con meticulosidad la herida intentando que no se abriera y dejara de sangrar. Horas después el médico le dijo a Julia:
—Le voy a dejar este ungüento para que se lo aplique cada vez que le limpie la herida. Si ve que se despierta por el dolor, dele unas gotas de este bote pero no se pase con él, podría no despertar nunca más.
—Está bien, lo que usted diga.
—Si me necesita, hágame llamar. Estaré en el campamento, necesito atender a los heridos de allí.
—Muchas gracias por venir—. Dijo Julia mirando preocupada al hombre que estaba postrado en la cama.
Cuando el galeno salió de la habitación, Julia no pudo evitar pensar en el paradero de su amiga.
—¿Dónde estás Claudia?. Espero que no te haya pasado nada.
Mientras tanto, en el suelo de la bodega del barco del pirata, Claudia había recuperado la consciencia y no hacía nada más que llorar cuando se acordaba de cómo habían matado a Quinto delante de ella. Sentía un dolor tan profundo que no podía ni respirar, un nudo se le había formado en las entrañas de tal manera que si hubiera tenido delante al pirata, ella misma lo habría matado con sus propias manos. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo importante que era ese hombre en su vida. Verlo caer mientras lo acuchillaban había sido mil veces peor que el destino que los dioses le habían otorgado como esclava. Lo único que le había salvado de la locura es que había perdido el conocimiento durante un buen rato.
Desde donde estaba se podía escuchar como las voces de los piratas gritaban cada vez que lanzaban los proyectiles hacia la ciudad. Mientras tanto Spículus desde lo alto de la borda del barco daba instrucciones a sus hombres.
—Tenemos que intentar ganar tiempo mientras el hombre que hemos dejado en la ciudad consigue lo planeado. Mientras no nos acerquemos a su línea de tiro, estaremos a salvo—. Dijo el capitán a sus hombres.
—Por la hora que es, debe quedar poco para que vuestro hombre se lleve a la muchacha. ¿Cree que lo conseguirá?
—Estoy seguro, es el más interesado en ello. Le daremos un poco más de tiempo, pero si no lo consigue nos marcharemos sin él.
La noche dio lugar al amanecer, Julia sentada al lado del convaleciente Quinto, intentaba bajarle un poco la fiebre que había empezado a aparecer. Estaba muy preocupada por Marco y por Claudia, de los que no sabía todavía nada.
—Julia preguntan por ti en la puerta—.Dijo Horacio.
—¿Quién es?.¿Le ha pasado algo a Marco?—. Preguntó Julia mirando a Horacio.
—Es Graco, pide verte urgentemente, no sé si será sobre algo relacionado con la fábrica.
—¿Qué quiere ahora?. ¿Estamos en medio de un ataque y se presenta aquí?
—Sí, es demasiado raro.
—Está bien, quédate vigilando al tribuno, ¿los demás siguen escondidos en la bodega?
—Sí, como ordenaste.
—Muy bien.
Julia salió por el atrio hacia la entrada de la domus, allí los soldados impedían la entrada al liberto.
—¿Qué haces aquí Graco?—. Preguntó Julia con curiosidad—. Pensé que te habías marchado a Ostia. ¿Dónde está el barco y la mercancía que tenías que entregar?
—Luego te explico con más detalle donde está el barco pero ahora necesito que me acompañes al campamento. Tengo varias noticias que podrían interesarle al general, seguro que si voy yo solo no me atenderá. Por lo menos tú eres su mujer y me hará más caso si intercedes porque por las noticias que me han llegado, el general corre peligro.
—¿Qué noticias son esas?—. Preguntó Julia desesperada— ¿Por qué corre mi marido peligro?
—Te lo contaré todo cuando lleguemos, sé cómo podemos impedir que sigan atacando la ciudad. Pero necesito que me acompañes al campamento.
—Señora, las órdenes del general eran claras. Nadie debía salir de aquí sin su autorización, y mucho menos usted—. Aseveró el centurión.
—Lleva razón pero si es algo importante lo mismo pueden interesar a mi esposo y Graco dice que tu general corre peligro, no puedo permanecer aquí impasible mientras algo le sucede a mi marido —dijo Julia desesperada.
—Si insiste tanto, dejaré unos cuantos hombres aquí y yo mismo la acompañaré al campamento. No me fio de este hombre—. Dijo mirando seriamente al liberto.
—¡No sé porque no me extraña eso! ¿ Podriamos marcharnos ya si al soldado le parece bien?—. Dijo Graco con ironía.
—Está bien, pero ándese con cuidado—. Dijo el centurión dando la orden a los demás para que se quedaran allí.
La pequeña comitiva iba con cuidado por el foro subiendo hacia el campamento cuando de repente de una de las tabernas empezaron a salir varios mercenarios y se vieron rodeados sin previo aviso. Graco que iba al lado de Julia la cogió del cuello poniéndole una afilada daga en la garganta. En un primer momento la muchacha no comprendió la situación pero cuando vio que el liberto le hacía daño pudo darse cuenta de que había caído en una trampa. Era la segunda vez que se veía en esa misma situación por no hacer caso de la advertencia de Marco.
—Sabía que no podía fiarme de este desgraciado, cuando te pille el general eres hombre muerto por haberte atrevido a secuestrar a su mujer.
—Primero tendrá que cogerme y cuando intente seguirme, estaré a bastantes millas de aquí. Si te acercas un paso más, mato a la mujer —dijo Graco amenazando al soldado y acercando la daga al cuello de Julia.
El centurión dio un paso hacia atrás intentando que el hombre no se pusiera nervioso.
—Graco, por favor, piénsate bien lo que estás haciendo. ¿Te has vuelto loco?.
—Si no eres mía, no serás de ese desgraciado. Quiero que sufra lo que yo he sufrido sabiendo que te estabas casando con él.
Graco fue dando pasos lentos hacia atrás separándose de los soldados. Ninguno de los legionarios le quitaba el ojo de encima a los mercenarios que retenían a la esposa del general. Sin perderlos de vista siguieron a los piratas intentando ganar el mayor tiempo posible y poder liberar a la mujer.
Cuando llegaron a una calle conocida los piratas entraron en una de las domus y se metieron en ella.
—No tiene ningún sentido que se metan en esa casa, saben que los vamos a rodear—. Dijo uno de los soldados.
—Corred, avisad al general, intentaremos rodear la casa mientras llega. No me gusta nada esto.
Julia reconoció enseguida la domus de Tiberio y no se explicaba porque Graco la había llevado allí.
—¿Me quieres explicar que hacemos aquí?. Suéltame ahora mismo, me estás haciendo daño—. Dijo Julia mientras entraba en la casa.
—No estás en posición de reclamar nada. Así que más te conviene que te calles la boca si no quieres que te la cierre yo—. La amenazó Graco.
—¿Y eras tú el que decía que me querías?. Eres un mentiroso, si de verdad me hubieses mostrado algo de aprecio no estarías haciendo esto—. Dijo Julia sin reparar en que estaba rodeada de mercenarios.
—Si la matas ahora nos ahorraremos el tener que escucharla hasta que lleguemos al barco—. Dijo uno de aquellos impresentables al liberto.
—¿A dónde me llevas por aquí?. Piénsatelo bien antes de hacer esto, todavía estás a tiempo de marcharte sin que te ocurra nada —dijo ya, verdaderamente asustada.
—¿Y dejarte en manos del legionario?. Ahora va a descubrir lo que se siente cuando te quitan lo que es tuyo.
—Yo jamás fui tuya, ¿es que no lo comprendes?—. Dijo enfadada Julia.
—Ni tampoco de él—. Contestó Graco empujándola hacia uno de los pasillos.
Julia se asustó cuando vio que la empujaba y la introducía en una de las habitaciones.
—¿Qué vas a hacer?. Piénsatelo bien, por favor Graco déjame ir.
—¿Ahora ruegas?. —Le dijo el liberto.
Julia vio que movían un pequeño armario y que detrás, se ocultaba la entrada a un pequeño túnel. Los mercenarios empezaron a introducirse por él y empujándola la metieron sin vacilar. Seguramente el pasadizo debía de dar a algún lugar fuera de la ciudad. Entre el olor a humedad y la oscuridad hacía que costara bastante respirar y andar por allí. Graco iba delante de ella sujetándola fuertemente del brazo y aunque le estaba haciendo daño, no le iba a dar el gusto de que supiera lo aterrorizada que se sentía. Nunca hubiera imaginado que ese hombre sería capaz de hacer lo que estaba haciendo, llevarse una mujer en contra de su voluntad. Ese hombre debía de haberse vuelto prácticamente loco. Aunque intentara escapar le hubiera sido imposible, estaba rodeada por mercenarios que iban fuertemente armados y que no tenían contemplaciones a la hora de matar a alguien. Julia siguió andando hasta que llegaron a la salida del túnel. La entrada a la gruta estaba tan escondida que era prácticamente imposible encontrarla si uno no conocía el acceso. Los hombres siguieron andando hasta llegar a una pequeña cala donde había un bote esperándolos. Empujándola la metieron en él y empezaron a remar.
Marco se encontraba en la salida de la gruta por donde se habían escapado los mercenarios, no daba crédito que se hubieran llevado a su mujer delante de sus narices. Ahora comprendía porqué durante todo ese tiempo los piratas habían ido un paso por delante de ellos. Teniendo el apoyo de Tiberio, habían podido salir y entrar en la ciudad a su antojo. Si le hacían algo a Julia no se lo iba a perdonar en la vida.
—Volvamos al puerto, tenemos que ir detrás de ellos.
— Lo malo es que los buques que están atracados en el puerto son todos barcos mercantes y ninguno está preparado para el abordaje. En cuanto se acerque al barco pirata correrá el riesgo de que los hundan —avisó uno de los centuriones que acompañaban a Marco.
—¿Lucio está seguro que no hay algún barco que no esté preparado con proyectiles?
—No lo sé mi general, hasta que no lleguemos al puerto no sabré el estado de las embarcaciones y si hay alguno que podamos utilizar.
—Está bien, démonos prisa.
Julia fue subida a bordo, el olor a pólvora inundó de repente sus fosas nasales. Si no hubiera estado en peligro hubiera hasta admirado la compenetración y la preparación de aquellos hombres que estaban dirigidos por el mercenario que tripulaba la nave. Aquel tenía que ser el tal Spículus del que había sentido a Marco hablar. Graco la bajó por unas escaleras y la introdujo dentro de una habitación tirándola al suelo. Cuando cerraron la puerta algo se movió detrás de ella. Julia atemorizada se volvió hacia el ruido.
—¿Quién anda ahí?—. Preguntó Julia asustada, intentando demostrar un poco de valor.
—¡Julia!, ¡Por los dioses eres tú!—. Contestó Claudia saliendo de la oscuridad.
Claudia se echó en brazos de su amiga y de repente ambas mujeres empezaron a llorar.
—Pensé que no iba a volver a veros nunca más. Han matado a Quinto—. Lloraba Claudia desconsoladamente.
—Tranquilízate Claudia, Quinto todavía no está muerto. El pequeño Paulo os siguió y nos avisó enseguida de todo. Cuando acudimos al lugar el tribuno todavía seguía con vida. Está muy grave pero todavía no se ha muerto.
—¿Estás segura de lo que dices Julia?.¿No me mientes?—. Preguntó Claudia desesperada.
—Y tan segura, yo misma lo atendí junto con un galeno del campamento.
Ambas mujeres siguieron abrazadas y llorando intentaron sentarse en el suelo de la bodega cuando el barco empezó a navegar y ellas se tambalearon.
—¿Cómo han conseguido apresarte a ti?—. Le preguntó Claudia.
—Graco vino a la casa y con engaños consiguió sacarme de allí. Caí directamente en su trampa. Dijo que tenía información que podría servir de ayuda a Marco, y yo le creí.
—¡Será desgraciado!. Lo voy a matar con mis propias manos—. Aseveró Claudia.
—Tengo miedo Claudia, no sé si mi marido podrá conseguir encontrarnos.
—No te preocupes, el general moverá cielo y tierra hasta encontrarte—. Dijo esperanzada Claudia.
Marco se había hecho a la mar con unos cuantos legionarios en el mejor buque que habían podido encontrar, porque casi todos habían sido alcanzados por los proyectiles. Desde lejos pudo comprobar como el barco pirata se había puesto en marcha alejándose cada vez más de la costa. Se sentía impotente porque delante de él se llevaban a su mujer y no podía hacer absolutamente nada. En tierra podían controlar absolutamente todos los elementos de los que disponía, pero en el mar se hallaban en un medio desconocido. Ellos no eran navegantes, ni estaban preparados para tripular un barco. Por lo menos el capitán del barco se hallaba a bordo cuando subieron en él. El hombre intentaba acercarse a los mercenarios todo lo rápido que le era posible.
—¿General cree que le daremos alcance?—. Preguntó un preocupado Lucio.
El centurión se sentía responsable de que se hubieran llevado a la mujer del general, tenía que haberle impedido que saliera de la casa.
—No lo sé Lucio, solo los dioses saben el destino que nos tiene guardado. Pero no he sentido más miedo en mi vida, si algo le vuelve a pasar a mi mujer no me lo voy a perdonar en la vida.
—No se preocupe general, la recuperaremos ya verá—. Intentaba darle ánimos a su jefe porque nunca había visto al general tan descompuesto en su vida como cuando llegó a la domus de Tiberio corriendo y le confirmó el destino de su mujer.
De repente uno de los proyectiles les dio en un costado del barco, haciéndolos caer al suelo.
—Ese ha caído cerca. Lucio que reparen los daños inmediatamente —ordenó corriendo hacia el otro lado del barco.
—Sí señor. Vamos ya habéis escuchado a vuestro general —gritó el centurión al resto de hombres.
El centurión salió prácticamente hacia la zona que había sido dañada, Marco miraba con impotencia el barco pirata temiendo que de un momento a otro desapareciera de su vista.
Spículus mientras tanto se sentía prácticamente victorioso, cada vez iban alejándose más de la costa y aunque el general intentaba seguirlos, el barco mercante no alcanzaba la velocidad adecuada para darles alcance. Las millas iban aumentando cada vez más entre ambos buques cuando de repente sintió a uno de sus hombres gritar.
—¡Barco a estribor!.
—¿Es un barco mercante?.
—No mi capitán, es un quinquerreme romano—. Respondió el pirata.
—Está acercándose a gran velocidad e intentan posicionarse para el abordaje. Señor el Fortuna no es tan rápido como esa nave romana. ¿Qué hacemos?
—Sube las mujeres a bordo—. Dijo Spículus a su subordinado—. Si intentan algo, las mataremos en sus propias narices.
Marco y sus hombres comprobaban como otro barco se iba acercando cada vez más.
—Señor, ¿ese no es el barco de su hermano?. Lleva la bandera de la flota de Classis Mauretania—. Dijo Lucio a su general.
Marco apoyo la frente en el borde del barco dando las gracias a los dioses porque su hermano hubiera hecho su aparición en ese mismo momento, cortando la trayectoria de navegación del buque pirata, por los menos tendrían una mínima posibilidad de darle alcance.
Máximus Vinicius se hallaba en ese momento dando órdenes a sus hombres para que los remeros se acercasen más al barco pirata. En cuanto se había aproximado a la costa y sintió los proyectiles del barco de aquellos mercenarios, supo en ese instante que su hermano se hallaba en peligro. Por alguna razón que desconocía el buque mercante perseguía a los corsarios sin la menor posibilidad de alcanzarlos.
—Prefectus, tienen dos mujeres a bordo, y por lo que puedo ver las tienen atadas y amordazadas. ¿Qué hacemos?—. Preguntó el decurión.
—Abordarlos, ¿desde cuándo la vida de dos mujeres se ha antepuesto al hundimiento de una nave pirata? En cuanto estemos lo suficientemente cerca, coloca la nave de forma oblicua y embístela de flanco con el espolón.
Marco también se había ido acercando cada vez más al barco enemigo y pudo ver a su vez como su hermano iba realizando la maniobra de acercamiento, colocando la nave de guerra a la altura de la línea de flotación del buque de Spículus. No pudo sentir un miedo más atroz cuando comprobó que habían subido a su mujer y a Claudia a bordo. Las dos estaban amordazadas y su sangre se heló cuando comprobó que el jefe cogiendo a Julia, la ponía en lo alto de la proa para tirarla al mar. No tenía que haber dejado nunca a su esposa sola. Marco empezó a quitarse su armadura y sus armas, dispuesto a saltar del barco si arrojaban a Julia. En cuanto la tirasen no tendría la más mínima oportunidad. Su mujer prácticamente no sabía nadar, y con las manos atadas estaba perdida.
—¡Señor, mire!. Van a arrojar a su esposa.
Cuando Marco miró hacia el barco pudo comprobar como Julia era arrojada en pleno mar.
—¡Noooooo......!—. Fue lo único que alcanzó Marco a decir mientras se tiraba al mar embravecido en busca de su mujer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro