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Capítulo 15

Recordad que el secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en el coraje.

Tucídides (460 a.C.-396 a.C).


   

     Julia se hallaba en la biblioteca hablando con el maltrecho maestro. El hombre tenía la cara tan hinchada por las picaduras de las avispas que al principio no había sido capaz de reconocerlo.

—La niña es bienvenida cuando quiera a clase pero no quiero que el salvaje ese vuelva a aparecer por mi escuela—. Dijo el enfadado maestro.

—Siento mucho lo ocasionado por Paulo pero le aseguro que será debidamente castigado. Si le puedo ofrecer alguna compensación por los daños causados solo tiene que decírmelo.

—Ni un cofre grande lleno de sextercios podrían compensarme, ni hacerme cambiar de opinión. ¿Sabe usted el dolor que tengo por todo mi cuerpo?, si hasta hablar me resulta doloroso el poder andar.

—Entiendo—. Dijo Julia apenada mirando a los niños.

     Los pequeños mantenían la mirada cabizbaja desde un lado de la sala. Paulo no cabía en sí de gozo, había conseguido que el maestro lo expulsara de la escuela. Aunque intentaba poner cara de "yo no he sido", sabía que a Julia y a su madre no podía engañarlas. Pero prefería que le castigaran cien dias seguidos, a tener que ir a esa horrorosa escuela.

—La niña puede venir mañana a clase como le he dicho y ahora si me disculpa no tengo nada más que añadir.

Acto seguido el hombre salió de la biblioteca sin mirar atrás. Cuando el maestro salía por la puerta, el general a su vez entraba por ella dejándolo pasar al ver el lamentable estado en el que se encontraba el pobre hombre.

—¿Quién era ese hombre?.¿Qué le ha pasado?—. Preguntó Marco con curiosidad.

—Que te lo explique Paulo, que lo sabe bastante bien—. Dijo Julia totalmente irritada mirando hacia el pequeño.

—¿Paulo que has hecho esta vez?—. Preguntó el general.

El niño levantó la mirada e intentó poner cara de lástima, su hermana Helena lo miraba como si fuese el enemigo más peligroso del mundo y por si fuera poco, Julia lo observaba cada vez más enfadada, aunque furiosa era quedarse corto.

—Esto debe ser bastante serio por lo que veo—. Dijo Marco viendo que el niño no abría la boca.

—Ese hombre que has visto salir era el pedagogo que había empezado a darles clase en el foro. Paulo tuvo ayer la maravillosa idea de poner en la caja del maestro un avispero y al abrir la caja el hombre, empezaron a salir un montón de avispas furiosas que empezaron a picar al maestro y a los niños que se encontraban más cerca. Así que el hombre ha expulsado a Paulo de la escuela—. Dijo Julia totalmente derrotada.

—¿Paulo es cierto eso?—. Preguntó Marco al niño.

     Pero Paulo seguía sin contestar, su silencio era demasiado evidente y aclaratorio.

—Paulo responde al general cuando te esté hablando—. Dijo Julia enfadada.

—No te preocupes Julia, de aquí en adelante el pequeño Paulo se queda bajo mi supervisión, será mi responsabilidad. ¿Está claro Paulo?—. El niño afirmo con la cabeza sin atreverse a levantar demasiado la mirada—. Muy bien, preséntate ante el tribuno Quinto y dile que vas de mi parte, él sabrá lo que hay que hacer contigo. Ya podéis marcharos los dos.

     Cuando los niños abandonaron la sala, Julia preguntó a Marco:

—No sé qué hemos hecho mal sus padres y yo para que haya salido tan travieso.

—No se trata de que hayáis hecho algo mal, Paulo es un niño demasiado inquieto y nervioso como para tenerlo sentado en un banco dando clase y recitando letras, necesita otra clase de disciplina que precisamente en la escuela no se aprende, en mi ejército hay demasiados Paulos, sólo necesitan reconducir apropiadamente tanta energía hacia algo más adecuado y motivador—. Dijo Marco sonriendo.

—¿Crees que estará bien en el campamento?—. Preguntó Julia todavía insegura.

—¿Lo dudas?, estaba deseándolo, solo me ha hecho falta verle como le brillaban los ojos cuando le he dicho que se pusiera a la orden de Quinto. No ha salido corriendo por si seguías regañándole. Por cierto, ¿cómo se hizo con el avispero?

—Lo cogió en el huerto la noche de la cena, cuando las avispas estaban tranquilas.

     Marco se rió entonces a carcajadas cuando escuchó la travesura y acercándose a Julia la rodeó con los brazos:

—No te preocupes por él, estará bien.

—Imagino que estará mejor contigo pero no lo pierdas de vista, es capaz de cualquier fechoría en cuanto os descuidéis.

—No le quitaremos el ojo de encima. Por cierto, yo venía a comunicarte una cosa.

—¿Qué querías decirme?.

—El augur ha llevado a cabo la ceremonia y ha determinado que los auspicios de los dioses son favorables para nuestro matrimonio, la semana próxima empieza el mes de junio y la ceremonia será el domingo que viene.

—¿Tan pronto?. No sé si me dará tiempo a organizarlo todo—. Dijo Julia insegura.

—Me da igual si no te da tiempo, como si no organizas nada. El domingo que viene serás mi esposa. No hay nada más que hablar, no le veo sentido retrasar algo que es totalmente inevitable y que estamos deseando.

—Está bien, se hará como digas. Cuando te empeñas en algo, no hay nadie que te contradiga.

—Solamente tú, te atreves a hacerme frente—. Dijo Marco feliz.

—Necesitas que de vez en cuando te pongan en tu sitio, tienes demasiado asumido tu papel de general.

—Que sepas que eres la única a la que se lo permito—. Dijo Marco besándola.

      En ese momento, por la puerta apareció el tribuno Quinto.

—¿Interrumpo algo?. Me han dicho los soldados de afuera que me estabas buscando Marco.

—Sí, tengo que comunicarte algo—. Dijo Marco soltando a Julia—. El próximo domingo tienes que vestirte adecuadamente.

—¿Y eso?.

—Te comunico que vas a ser mi padrino de bodas, mi hermano no puede llegar a tiempo a nuestro enlace.

—¡Vaya, enhorabuena a los dos!. Estabas deseándolo—. Dijo Quinto con evidente alegría.

—Gracias, pues sí, ha sido difícil convencerla para que accediera y quiero verla decir que sí cuanto antes—. Dijo Marco mirando a Julia.

—Voy a ir a ultimar algunos preparativos con Quinto, si no te importa nos marchamos, luego te veo en la cena—. Dijo dándole un último beso de despedida.

—Está bien, hasta la tarde—. Se despidió Julia de los dos hombres. Julia se puso en marcha también, había muchas cosas que preparar para la boda.

     En casa de Tiberio las cosas no marchaban tan bien, Servia la sirviente de Valeria se hallaba en la habitación de su señora cuidándola de las heridas que le había propinado el amo. Su ama había tenido suerte esta vez de no morir con la paliza que le había propinado su marido, tenía una pierna rota y ambos brazos de protegerse la cara cada vez que le pegaba. Cuando el hombre se hartó de pegarle con el cinto cogió una vara que tenía en la habitación y hasta que la mujer no cayó completamente desvanecida el hombre no dejó de golpear a su esposa.

—¿Sabe de lo que me he enterado ama?. En el mercado no paraban de hablar de lo mismo. El domingo que viene se va a celebrar la boda del general con Julia. ¿Qué le parece? Ha tenido suerte la muchacha, ¿verdad?

     Valeria que se hallaba recostada en su cama, volvió la cara con mucho cuidado hacia su sirvienta, solamente ese movimiento ya le producía un dolor horrible. Con los ojos cerrados intentó hablarle a la mujer intentando incorporarse lentamente de la cama, pero solo era capaz de coger a la sirvienta de la manga de su túnica.

—¿Qué quiere ama?—. Preguntó la mujer.

—Servia tienes que hacerme un favor, tienes que ir a casa de Julia y ponerles en aviso. Mi marido quiere matarlos a los dos, seguro que aprovechará la boda de ambos para acabar con ellos. Le dijo al pirata ese que cuando más descuidados estuvieran atacarían. Por favor, tienes que ir a avisarles. El desalmado me ha roto la pierna para que no me pueda valer, ni pueda salir de casa—. Dijo Valeria muy lentamente y con esfuerzo.

—Está bien ama no se preocupe en cuanto se descuide el amo, les avisaré. Usted intente no moverse, ni hablar. Así podrá recuperarse antes. Además, aunque quisiera el amo la tiene vigilada y ha prohibido a todo el mundo que le permitan salir de la habitación.

—Gracias, así me quedo más tranquila—. Dijo la mujer volviéndose a echar sobre la cama, le dolía tanto el cuerpo que había necesitado algunas hierbas para poder dormir sin sentir los dolores. Había escapado por los pelos de morir, estaba segura que no resistiría una segunda vez.

     Cuando Servia salió de la habitación con el cuenco y las cosas de curar a Valeria, se dirigió hacia el despacho donde estaba su amo y pidiendo permiso para entrar le comentó:

—Ya he curado a la señora, señor.

—¿Te ha dicho algo?

—Sí, quiere que ponga en aviso al general y a Julia—. Dijo la sirviente temerosa.

—Me alegro que me lo hayas dicho, ya sabes lo que te pasaría a ti también si me traicionaras—. Dijo Tiberio pensativo.

—¿Puedo retirarme amo?

—Sí, márchate ya. Y no abras la boca, sobre todo no le digas a ella que no has avisado al general.

     La sirvienta salió del despacho y dejo al hombre solo. No había ni un solo sirviente en la casa que se atreviera a ayudar a su señora, de todos era conocida la extrema crueldad con que trataba a todo el mundo. A pesar de que apreciaba a la ama Valeria, prefería vivir a morir en manos de ese ser tan malvado.

     Ya había pasado una semana y esa noche era la víspera de la boda. Julia recogió los juguetes de su infancia y los consagró a la diosa Fortuna. Guardó también sus vestidos de niña y se vistió con una túnica blanca que le llegaba hasta los pies ribeteada con una cenefa púrpura. La túnica se ceñía al talle de Julia con un cinturón cuyos extremos se ataban con un nudo especial llamado nodus Herculeus. La túnica recta de la novia había sido cosida por la modista a la antigua usanza, en sentido vertical. Prisca se había encargado de recogerle el pelo en una redecilla de color anaranjado muy vivo.

     Esa noche Marco, a pesar de no estar muy convencido, se había despedido de Julia y se había marchado a dormir al campamento por consideración a ella. Desde la primera noche que habían dormido juntos, el soldado no había querido ni un solo momento que durmieran separados pero Julia sabía que las mujeres llegarían temprano a prepararla para la boda y si los hubieran pillado dentro de la habitación juntos se habría muerto de vergüenza. Quinto lo acompañó al campamento sin ocultar la gracia que le hacía que su jefe se mostrara tan contrariado.

     Prisca ayudó a la joven a prepararse para dormir, ya que debía acostarse con la túnica de la boda esa noche.

—No estés tan inquieta, ya verás cómo mañana saldrá todo perfecto. Si los dioses lo permiten, tendrás un matrimonio muy feliz.

—No puedo remediarlo Prisca, estoy demasiado nerviosa. Me preocupa mi futuro con Marco, ¿y si alguna vez se cansa de mí y se marcha con su ejército? No sé si lo podría soportar. Me he acostumbrado demasiado a su presencia. Lo quiero demasiado.

—Y él a ti también, deja de martirizarte. No hay nada más que verlo cada vez que te vuelves. No puede despegar los ojos de ti. Ya verás cómo tendrás un futuro dichoso.

     En ese momento se sintió un leve golpe en la puerta, era Claudia.

—Entra Claudia, todavía no estoy dormida.

—Eso me pasa a mí, estoy demasiado nerviosa por tu boda de mañana.

—¿Tú también muchacha?. Solo faltabas tú para poner a Julia más nerviosa.

—Con que estoy yo intentando serenarla y apareces tú diciendo que también estás nerviosa. ¡Estas mujeres de hoy en día no saben lo que quieren!—. Dijo Prisca enfurruñada.

—No te enfades Prisca, es que todos los días no se casa mi mejor amiga—. Dijo Claudia entusiasmada—. Veo que ya llevas la túnica puesta. Estás preciosa Julia.

—¿Tú crees?. Espero que el general no salga corriendo mañana.

—¡Qué tonta eres!, ¿Dónde iba a encontrar ese hombre a una mujer como tú? Además estoy segura que mañana vendrá antes de hora. El general está impaciente por casarse contigo —dijo Claudia.

     Las tres mujeres se rieron ante la afirmación de la muchacha.

—Llevas razón Claudia, solo son mis nervios de novia. ¿Ya está todo preparado para mañana?

—Sí, Horacio tiene preparado el sacrificio para realizarlo a primera hora del día, no te preocupes porque no hemos dejado ningún detalle.

—Bueno muchachas, dejen de hablar y vayámonos a acostar que ya es tarde. En cuanto nos descuidemos está el gallo cantando de madrugada.

—Buenas noches —dijo Julia desde la cama.

—Hasta mañana Julia—. Se despidieron las demás de ella.

     Al amanecer, el pater familias debía de realizar un sacrificio propiciatorio en presencia de testigos, pero al no estar presente el difunto Tito, Horacio realizó el rito en nombre de su antiguo amo. En el sacrificio los asistentes pudieron interpretar los designios de los dioses a través de las entrañas del animal sacrificado, y felizmente se pudo comprobar que los auspicios eran favorables a la celebración de esa ceremonia.

     Mientras tanto, a primera hora de la mañana, la casa de la novia se empezó a engalanar para la boda con guirnaldas y flores, todo era un bullicio de gente yendo y viniendo preparando la ceremonia y el convite que vendría después. Como la novia pertenecía a la familia de Livio, se abrieron los armarios donde descansaban las imágenes de los antepasados de Tito para que ellos también estuvieran presentes el día de la boda.

     Mientras tanto, Julia se hallaba dentro de su habitación con la peluquera. La mujer con una pequeña lanza llamada hasta caelibaris, que hacía alusión al dios Juno, peinaba con la punta del hasta el cabello rubio de la muchacha abriendo rayas para formar seis trenzas, que iban fijadas alrededor de la frente con cintas y luego colocó las trenzas creando unos rodetes que iban formando el peinado de la novia a semejanza del tocado de las Vestales.

     Cuando estuvo peinada, Prisca procedió a vestir a Julia para la ceremonia. En verdad, la novia debía ser ayudada por su madre pero como Prisca era la mujer más cercana a ella, la joven pidió a la cocinera que la ayudara ese día a vestirse. Prisca estaba demasiado emocionada colocando el manto de color azafrán sobre la túnica de Julia, este manto escondía la parte alta de la cara de la joven. Por último, le colocaron una corona de mirto y flores de azahar trenzadas sobre su cabeza. Las mujeres que estaban presentes se quedaron viendo lo bella que estaba la novia.

—¡Estás guapísima Julia!. ¡Qué envidia me das!—. Dijo Claudia emocionada.

—Sí, no puedes estar más bella—. Aseveró la peluquera.

     Julia no paraba de mirarse y de sonreir, estaba demasiado contenta esa mañana. Desde dentro de la habitación se escuchaba el ruido de los invitados a la boda que iban llegando ya.

—¿Sabéis si ha venido Marco ya?.

—Sí, ha llegado de los primeros, al lado del tribuno Quinto, que está guapísimo esta mañana—. Dijo una pícara Claudia.

—¡No cambiarás!. Tú siempre con lo mismo—. Dijo Julia riéndose.

—Cuando todo el mundo esté colocado podrás salir de la habitación—. Confirmó Prisca a una ilusionada Julia.

     Marco sabía que esa mañana el sacrificio del animal había sido propicio y que ya se había procedido a preparar los ritos nupciales con la firma de la documentación del matrimonio, en presencia de diez testigos. Pero el novio se encontraba demasiado nervioso esperando a la novia en el atrio, Quinto que también se hallaba a su lado parecía un poco inquieto por primera vez.

—Deja de moverte y de mirar tanto, por más que mires hacia la puerta no va a salir antes. Me estás poniendo nervioso—. Dijo Quinto regañando a su jefe.

—¿Y me lo dices tú a mí?, ¿que no has dejado de moverte de un lado hacia otro desde que llegamos? ¿Has aumentado la vigilancia en la domus hoy? No me fío de nada.

—Sí, se ha doblado la guardia, aunque ya te aviso que los hombres se proponen celebrar tu enlace.

—Está bien, pero que no dejen la ciudad desprotegida.

—No te preocupes, los centuriones harán bien su trabajo.

     En ese momento, la puerta de la habitación de Julia se abrió y la muchacha salió acompañada por su pronuba y las demás mujeres de la casa. Para conseguir los mejores auspicios y propiciar una unión duradera, una mujer casada debía ser la pronuba y tenía que asistir en todo momento a la joven novia que se disponía a contraer matrimonio.

Julia estaba tan bella que Marco no podía quitarle la mirada de encima.

—Límpiate la baba que se te cae—. Dijo Quinto gracioso.

     Marco no se molestó ni en mirarlo ni en contestarle, estaba demasiado contento contemplando a su futura mujer como para enfadarse con su hombre y tomarse a mal sus bromas. Por fin había llegado el momento tan esperado. Julia avanzó hacia donde estaba Marco y cuando llegó se quedó enfrente de él, ambos se pusieron juntos y miraron hacia donde estaban los testigos con el contrato matrimonial. Debido a la relación que había mantenido con el difunto Tito, el galeno fue el encargado de leer las capitulaciones matrimoniales. En ellas se especificaron el valor de la dote de Julia que el difunto Tito dejó establecido para el casamiento y que se comprometió a aportar. Ante los novios y los diez testigos se quedaron registradas las tabulae nuptiales, los nuevos esposos declararon aceptar los términos, firmaron y así cerraron el contrato legal.

     Después de la firma de las capitulaciones matrimoniales, la pronuba unió la mano derecha de cada esposo, poniendo la mano de Julia sobre la del general. Junto a los novios sosteniendo una antorcha encendida y los tres niños: Paulo, Helena y un amigo de ellos, se encargaron de acompañar a los novios. Habían sido escogidos porque los padres de los niños estaban vivos, ya que se consideraba como un mal augurio que fueran niños huérfanos. Todo el mundo estaba feliz mientras se desarrollaba el acontecimiento.

     El auspex que había anunciado los auspicios pronunció una plegaria a los dioses para invocar la protección divina para la nueva familia. Elevó sus súplicas a las cinco divinidades Júpiter, Juno, Venus, Diana y Fides, que eran las divinidades del suelo y de la casa y de los dioses conyugales, en especial a Juno. Seguidamente se encendieron cinco cirios, como signo de procreación y acto seguido el novio desato con cierta solemnidad el nodus Herculeus que ceñía la cintura de la novia.

     Acabado el ritual de la ceremonia matrimonial los invitados empezaron a felicitar a los contrayentes. Cuando cesaron las felicitaciones todo el mundo se acercó a la sala donde estaba preparada la cena nupcial que se prolongaría hasta altas horas de la noche.

—¿Estas contenta?—. Preguntó Marco a su mujer.

—No más que tú general—. Dijo Julia feliz.

—Estoy deseando que todo esto acabe y quedarme a solas contigo.

—Pues me parece que vas a tener que esperar un buen rato—. Dijo Julia a Marco mientras Quinto se acercaba hacia ellos.

—Bueno, ¿Puedo felicitar ya a la novia?—. Preguntó un entusiasmado Quinto.

—Desde luego, pero rápido y sin sobrepasarse.

—¡Acabas de casarte y no dejas ni respirar a la pobre muchacha!

—No tientes tu suerte tribuno, aunque hoy estoy demasiado feliz todavía soy tu jefe.

—No se me olvida general—. Dijo Quinto besando la mano de Julia y felicitándola por el enlace.

—Gracias Quinto, y no le haga caso a Marco, es demasiado posesivo este hombre con el que me he casado.

—No, si lo conozco bien por desgracia.

—No olvidaros que estáis hablando de mí y que estoy aquí presente—. Dijo Marco intentando hacerse el serio.

     Julia y Quinto se rieron a su vez de ver a Marco quejarse, mientras tanto los invitados a la cena ya estaban tumbados esperando el convite. Sirvientes contratados para el enlace empezaron a entrar con las bandejas de las mejores viandas que se podían hallar en aquellas tierras. La cena era digna de todo un emperador, siete platos componía el banquete, empezaron con los entremeses siguiendo por tres entrantes y dos asados que saciaron a los más hambrientos. La comida fue amenizada con música y con exhibiciones de bailarines. Cuando llegaron a los postres Marco estaba ya cansado de aquel barullo, quería irse con su mujer y terminar la ceremonia que todavía quedaba.

     Tras finalizar la cena, era habitual que se organizara el cortejo que llevaría a la novia a su nueva casa y que el novio simulara arrancarla violentamente de los brazos de su madrina. Sin embargo, como los novios vivirían en la casa de Julia, Marco decidió tras el simulacro del rapto esperar a su esposa en la puerta de la habitación que compartirían. Mientras tanto el cortejo nupcial llevó hasta la puerta de la habitación del novio a Julia que iba acompañada por su madrina, los niños también los acompañaban con unos determinados objetos. Paulo llevaba un huso y el otro niño una rueca, ambos objetos eran símbolos del trabajo doméstico. Helena abrió el cortejo con un antorcha de espino albar encendida en el fuego de la casa de la novia. Mientras la gente más bromista que formaba el cortejo iba cantando canciones más subidas de tono y pícaras aludiendo al momento y lanzando gritos nupciales. Cuando llegaron a la altura del novio, los invitados echaron nueces sobre los novios como símbolo de un matrimonio fecundo.

     Marco entregó a Julia una redoma con aceite y ella ungió los goznes de la puerta de la habitación, después el novio le ofreció también un copo de lana que lo mismo que el huso y la rueca, simbolizaba el trabajo doméstico de las esposas y seguidamente le ofreció el agua y el fuego, preguntándole:

—¿Quién eres tu?.

A lo que Julia respondió:

— " Ubi tu Caius, ego Caia" , "si tú eres Caio, yo soy Caia".

     Marco levantó en vilo a la novia y traspasando la puerta de la habitación sin que su pie tocase el umbral se introdujeron en la habitación. Y tras esto, el cortejo nupcial se disolvió dejando a los novios solos.

—Pensé que iba a morirme de la vergüenza—. Dijo Julia apoyada sobre el pecho de Marco y todavía en brazos.

—Estaba deseando que acabara para poder estar así contigo—. Contestó Marco—. Ya puedo llamarte esposa, ¿te has dado cuenta?

—Sí, ya lo he notado. ¿Sabes que puedes bajarme ya y dejarme en el suelo?

     Marco sostenía todavía a Julia en los brazos y era reticente a soltarla, acercándose a la cama, se sentó sobre ella sosteniendo a Julia.

—Todavía no me he hecho a la idea que ya no vas a volver a separarte de mí. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, me haces demasiado feliz—. Dijo un enamorado Marco.

—Vas a conseguir hacerme llorar y he estado aguantando toda la ceremonia para no emocionarme—. Dijo Julia sosteniéndole la mirada—.Yo también estoy feliz de tenerte como esposo.

     Marco fue acercándose a Julia y besándola con frenesí se dispuso a hacerle el amor a su desposada novia.

     Cuando los novios terminaron con los rituales propios de la ceremonia y entraron en su habitación, un enamorado Quinto le hizo una señal a Claudia y guiñándole un ojo le dijo que era el momento de desaparecer de allí. Ambos jóvenes salieron sin que nadie se diera cuenta. En el amparo de la noche Quinto apoyo su brazo sobre los hombros de Claudia y agarrándola la besó. Cuando dio por concluido el beso, la cogió de la mano y tiró de ella corriendo por las calles de Baelo.

—¿A dónde me llevas tribuno que te urge tanto?.

—Hoy vamos a tener nuestra celebración particular también—. Dijo Quinto mirándola seriamente a los ojos.

—Hoy por primera vez he sentido una envidia sana de Julia cuando la he visto casarse con el general. Ella por lo menos ha conseguido casarse con el hombre que ama y yo no sé qué me deparará el destino todavía. No quiero que te vayas nunca Quinto—. Dijo Claudia mirando a los ojos a Quinto como si presintiera un mal augurio.

—No te preocupes por eso, hoy es una noche especial para celebrar y no para estar triste—. Le aseguró el soldado.

—Llevas razón guapetón. ¿A dónde me llevas entonces?

     Quinto la miró sonriendo y volviendo a besarla le dijo:

—A nuestro lugar especial, te he preparado algo.

     Claudia miró enamorada al tribuno, amaba a ese hombre y de momento estaba con ella, tendría que conformarse con eso. Cuando llegaron a un callejón que bajaba al puerto giraron hacia la izquierda y se dirigieron rumbo al rincón de la playa de Baelo donde solían encontrarse en secreto. Un peligro les acechaba en la oscuridad. De repente, unos hombres armados se abalanzaron sobre Quinto pillando prácticamente desprevenido al soldado. Quinto intentó proteger a Claudia con su cuerpo.

—Ponte detrás de mí Claudia. ¿Qué queréis?—. Preguntó Quinto dirigiéndose hacia los piratas e intentando ganar tiempo.

—Llevarnos a la mujer y matarte a ti. Si nos la entregas ahora podrás morir rápidamente.

     Claudia estaba más asustada que nunca, eran seis hombres contra Quinto y ella no sabía luchar, ni tenía medios para poder ayudarlo.

—Si os marcháis ahora no daré la voz de alarma.

—Me parece que no nos ha entendido bien el legionario—. Dijo uno de los piratas al que le faltaban prácticamente todos los dientes de la boca—. El que va a morir aquí eres tú como no nos entregues a la mujer.

—Es mi mujer y no os la voy a dar, tendréis que matarme para quitármela—. Dijo Quinto en posición de ataque.

     En el momento en el que Quinto dijo eso los mercenarios se abalanzaron contra él. Claudia intentó proteger la espalda de Quinto como pudo pero al estar en mayoría la joven fue arrancada del costado de Quinto sin que el soldado pudiera impedirlo. El legionario mató al primer mercenario que se abalanzó contra él, de reojo vio como uno de los piratas le tapaba la boca a Claudia y esta pataleaba intentando zafarse del hombre. Cuando vio la escena luchó con más ahínco si cabe pero eran demasiados contra él. Los otros cuatro hombres se abalanzaron en tropel hacia el soldado y en un descuido dos de los dos mercenarios lo agarraron, uno lo pillo por detrás cogiéndole del cuello y el que tenía en frente aprovechó para hincarle la gladius a Quinto en el costado.

     Claudia vio horrorizada como mataban a Quinto delante de sus ojos, mientras el soldado se deslizaba sobre el suelo herido de muerte, Claudia chilló y pataleó como pudo pero el hombre que le tapaba la boca le dio un puñetazo dejándola sin sentido y llevándosela de la escena. Quinto quedó en el suelo totalmente inerme y sin conocimiento, desangrándose en aquel callejón oscuro.

     Mientras tanto en el muelle los mercenarios de Spículus mataban a los legionarios que estaban haciendo guardia aprovechando el abrigo de la noche y se introdujeron en el barco. El pirata que llevaba a Claudia, bajo a la bodega y dejó encerrada a la mujer en el calabozo del barco. Los piratas soltaron amarras y el buque empezó a alejarse de la costa lo suficiente como para bombardear la ciudad desde el mar y que no fueran atacados por los soldados del general.

     Mientras tanto, una hora después en la domus todos dormían ya prácticamente después de que se hubiese acabado la cena nupcial cuando de repente sintieron un estruendo tan grande que las paredes de la casa se estremecieron, despertando a los que dormían ya en ella. Marco sintiendo el ataque se despertó rápidamente y levantándose fue derecho a coger sus armas.

—Julia corre, levántate rápido.

—¿Qué pasa? —preguntó Julia asustada.

—Nos están bombardeando, corre.

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