Capitulo 14
" Hay que atender no solo a lo que cada cual dice, sino a lo que siente y al motivo porque lo siente."
Cicerón
Ya habían pasado nueve días del entierro y era costumbre que los amigos y familiares del difunto se reunieran en la cena Novendialis, pero la situación en la Domus era tan excepcional que Julia se hallaba desubicada. Se suponía que era la nueva señora de la casa y que debía invitar a los amigos de Tito a la cena. Entre el deber de actuar conforme a lo que dictaba la tradición, ella prefería seguir las normas que le dictaba su propio corazón. Sin embargo, cuando le había comentado a Prisca su debatir, la mujer se había ofuscado con ella regañándola. Según su amiga delante de la gente no solo había que aparentar ser una mujer patricia, sino que había que demostrarlo. Debía asumir el papel de la hija adoptiva de Tito y el de la ama de la Casa de Livio, así que habían encargado ropas nuevas para esa ocasión y entre todos habían organizado la cena pero ella esta noche estaría sentada y no sirviendo como era habitual.
Desde que había iniciado su relación con Marco de día disimulaban ante todos y procuraban no mostrarse afecto alguno pero las noches eran de ellos. Marco tenía mucho trabajo en el campamento, andaba bastante preocupado por no haber podido encontrar a los asaltantes y ella se había puesto al día con los asuntos de la factoría. Gracias a la estimable ayuda del galeno no había tenido contratiempos con todo el trámite de la herencia de Tito y las cosas se habían acelerado bastante.
Aunque había decidido no aceptar el compromiso no pensaba desaprovechar el tiempo que los dioses le habían concedido para disfrutar de ese hombre. A pesar de los pocos días que habían pasado Julia no podía dejar de rememorar en su cabeza cada acto amoroso que compartían, estaba tan poco acostumbrada a la dicha que temía que esa pequeña burbuja de felicidad se le escapara de las manos y no durara lo suficiente para atesorar todos los recuerdos que iba a necesitar cuando Marco se marchara. Sabía que su comportamiento no era moralmente el adecuado, pero no pensaba retractarse y perder el tiempo en otorgar explicaciones a nadie. No le importaba lo más mínimo. Prefería vivir en pecado que vivir desgraciada el resto de su vida.
Esa mañana había decidido ir a la necrópolis, los soldados asignados a acompañarla se habían retirado un poco dejándole la intimidad que necesitaba, pero no le quitaban la vista de encima. Estaba poniendo sobre la tumba de Tito alguna de sus cosas más utilizadas. Tito era un hombre demasiado práctico y seguro que en el más allá las necesitaría. Se encontraba arrodillada colocando los objetos cuando una sombra se cernió sobre ella, miró hacia atrás y vio a Marco. Julia levantándose le dijo:
—Marco ¿qué haces aquí?, no te esperaba tan temprano, pensé que vendrías más tarde del campamento. ¡Me has asustado!.
—Quería acompañarte cuando recibas a los invitados a la cena, esta mañana estabas demasiado nerviosa y no me fui tranquilo, quería estar un rato antes en la casa.
Marco se situó detrás de ella y rodeándole la cintura con los brazos dirigió la mirada al frente mirando la tumba de Tito y le preguntó:
—¿Qué estabas haciendo aquí?.
—Había que traer la libación para los Manes y acabo de derramarla sobre la tumba, es lo último que quedaba por hacer, a partir de hoy se acaba el período de luto. Pero también quería traer algunas cosas de Tito, pensé que a lo mejor las podía necesitar en el más allá. Adoraba su libro de leyes en especial y una pluma con la que escribía todos los días,... le echo tanto de menos que venir un rato aquí proporciona un poco de paz a mí espíritu. No me había dado cuenta hasta qué punto estaba tan acostumbrada a él..., ahora me siento tan perdida. Te agradezco que estés a mi lado esta noche, no sé si voy a encajar en medio de toda esa gente.
—No tienes porqué encajar en medio de nadie, sólo tienes que encajar en mí, y te aseguro que para mí eres perfecta. Seguro que ellos estarán encantados de venir, no te preocupes porque lo vas a hacer muy bien, es lo que siempre has hecho y ellos te conocen demasiado bien. Vámonos no queda mucho tiempo y tenemos que cambiarnos para la cena.
Julia le dio la mano y caminaron rumbo a la casa seguidos de su guardia de legionarios.
Esa noche Prisca se esmeró todo lo posible porque el banquete estuviera a la altura del fallecido amo y de Julia, la joven se lo merecía. Cuando los invitados empezaron a llegar, el general recibió a los comensales al lado de la muchacha, estos conforme iban entrando a la domus observaban la máscara de cera del difunto que Julia había mandado realizar, la cual presidía el lugar de honor de la casa. Pero si había algo que realmente llamaba la atención era la presencia del general al lado de la bella joven.
Claudia y Prisca la observaban, intentando que nadie se percatara de que estaban viendo el desfile de personas desde lejos. Se hallaban demasiado orgullosas de ver a su amiga en su papel de anfitriona. La muchacha no se había sentido nunca tan hermosa como esa noche, el general se había quedado tan anonadado cuando la vio salir de la habitación que Julia no pudo evitar reírse de él. Habían mandado llamar a la peluquera y la había peinado especialmente para la ocasión. Le había realizado un elaborado recogido en la cabeza que dejaba sueltos pequeños tirabuzones rubios, todo adornado con pequeñas florecillas granates de colores y perlas, y una vez que la peinaron, la maquillaron y le echaron perfume.
La costurera le había elaborado una estola de lino de color tostado claro ceñida debajo del pecho con un cordón bordado con hilos de seda de color oro y sobre el hombro una palla de seda también de color claro que resaltaba el color natural de su pelo. Decir que estaba bellísima era quedarse corto. El general era incapaz de apartar la vista de ella en cuanto se descuidaban los invitados. No se había percatado cuánto amaba a esa mujer hasta que no la vio salir vestida tal cual matrona romana y no veía el momento de que ella le diera el sí. Tenía una belleza natural y una elegancia innata que era imposible de dejar de observar sin sentirse impactado, eso sumado a su inteligencia y el discurso tan apasionado que tenía cuando defendía algo con esmero, la hacía la mujer más especial y atractiva que sus ojos hubiesen visto nunca. Se sentía realmente afortunado de haberla vuelto a encontrar.
Cuando Claudia y Prisca observaron que todos los invitados habían llegado y estaban sentados en el triclinium procedieron a servir la comida. Esa mañana Claudia había acudido al foro y había comprado todo lo que le había pedido Prisca para elaborar el menú, la ocasión era tan especial que había traído los mejores productos frescos del macellum de Baelo Claudia.
Julia estaba nerviosa, cuando dio permiso para empezar a servir la cena, el comedor estaba agradablemente iluminado con antorchas y velas situadas estratégicamente esparcidas por el lugar y varios centros de flores propagaban un sutil aroma en el ambiente.
Cuando aparecieron los primeros entrantes de verduras, los comensales apreciaron bastante la col con el mejor garum que tenían de la factoría y las alcachofas con dátiles, seguidamente varias ensaladas se sirvieron también, unas llevaban ciruelas y granada, otras lechuga, puerros tiernos y aceitunas, queso fresco con fruta,...De plato fuerte presentaron cordero y marisco regado con un vino templado con miel pero lo más comentado fueron los pasteles con frutos secos y piñones de Prisca. La cena fue transcurriendo a lo largo de la noche apaciblemente como era costumbre en la casa de Tito, los invitados charlaban amigablemente con el general y Julia como si hubieran estado con ellos toda la vida, los más atrevidos se atrevieron a preguntar por el compromiso.
—Entonces general, ¿para cuándo tendremos boda?—. Preguntó uno de los asistentes.
—De momento estoy intentando convencer a la dama de que me acepte―. Dijo irritado Marco.
Julia lo miró contrariada y los comensales empezaron a reírse como si de una broma pesada se tratara. Nadie concebía que una joven como Julia pudiera rechazar a un general de la Legión de Roma.
En ese mismo momento, en la domus de Tiberio se producía una reunión entre Tiberio y Spículus.
—¿Has podido entrar sin ningún contratiempo?—. Preguntó Tiberio.
—Sí, el pasadizo está bastante oculto y resulta prácticamente imposible que alguien pueda encontrar la entrada a la ciudad. Recibí tu aviso de que era urgente que nos encontráramos esta noche.
—Las cosas han dado un giro radical , hay que cambiar un poco los planes. Ahora en vez de matar a uno hay que matar a dos.
—¿Qué ha sucedido? —. Preguntó el mercenario.
—El maldito de Tito Livio que después de muerto sigue amargándome la existencia.
—¿Qué ha pasado?—. Volvió a preguntar Spículus.
—Le ha dejado toda la herencia a la esclava nombrándola su hija adoptiva y eso no es lo de menos, ha permitido el matrimonio sine manu con el general. Así que ahora el general estará más pendiente si cabe de la joven. Necesito quitar de en medio a la muchacha para poder hacerme con el negocio de Tito y por supuesto, eliminar al general.
—Eso complica un poco las cosas, pero ya está todo ultimado para el próximo ataque. Les pillaremos cuando más desprevenidos estén—. Dijo Spículus—. Solo necesito saber el momento más adecuado.
—Muy bien, ya te iré avisando.
En ese momento escucharon un leve ruido procedente del pasillo, Spículus le hizo una señal a Tiberio y sacando su daga se acercó poco a poco a la puerta que comunicaba la habitación con el pasillo.
Valeria se hallaba escondida intentando escuchar algo de ambos hombres, sabía que corría mucho riesgo estando allí pero no tenía otra opción. Parecía que en ese momento los hombres se habían callado porque no acertaba a escuchar nada. Un sexto sentido le indicó que se moviera de allí urgentemente y se marchara pero cuando se disponía a huir, una sombra se cernió sobre ella y cogiéndola del cuello, la golpeó fuertemente contra la pared. La mujer se quedó aturdida por el golpe, pero lo peor fue que cuando quiso abrir los ojos tenía encima al pirata observándola y a su marido con cara de pocos amigos detrás. Ambos hombres parecían realmente enfadados, intentó dar una excusa para que no sospecharan.
—¡Tiberio ayúdame!, me está haciendo daño.
—¿Cuánto has escuchado de la conversación?—. Preguntó Tiberio realmente enfadado.
—Yo pasaba por el pasillo, iba a la cocina a beber agua. No he escuchado nada, de verdad.
—Estás mintiendo—. Dijo Tiberio.
—Lo ha escuchado todo, encárgate tú o me encargo yo—. Le advirtió Spículus.
—No te preocupes aseveró Tiberio, no volverá a escuchar detrás de las paredes ni a abrir la boca.
Cuando Spículus soltó la presión del cuello liberándola, Tiberio la cogió de malos modos del brazo y arrastrándola por el pasillo se fue derecho a la habitación de ambos. Valeria sabía que de esa no la podría salvar nadie, un miedo atroz se apoderó de su alma, sabía de lo que era capaz ese hombre y de la extrema crueldad con que disfrutaba haciéndolo. Por un momento, volvió a recordar lo feliz que era cuando estaba en la casa de su familia y lamentó profundamente haber unido su destino con ese ser tan malvado. Cuando llegaron a su habitación Tiberio la tiró al suelo y desatándose el cinto con que sujetaba su toga lo dobló en dos y se fue derecho a ella.
—Por favor Tiberio, piénsatelo bien, no estaba haciendo nada, solo pasaba por el pasillo.
—Eres una perra mentirosa, pero de aquí no vas a salir sin que aprendas a comportarte, me voy a asegurar que no vuelvas a abrir esa bocaza tuya.
Conforme le dijo esto último, Tiberio levantó el cinto y bajándolo hacia ella empezó a golpearla salvajemente descargando toda su furia sobre Valeria. Ella sin poder evitarlo empezó a llorar del dolor intentando protegerse la cabeza con los brazos, pero tal parecía que su marido se había vuelto completamente loco. Con cada golpe que sentía en su cuerpo, la mujer fue consciente de que era muy probable que de aquello no saliera viva.
Al día siguiente por la mañana, Julia se hallaba en la biblioteca de la domus sumando las facturas que tenía pendientes cuando sintió bastante alboroto y unas voces que la llamaban a gritos.
—¡Julia, Julia!, ¿dónde estás!
—¿Quién me busca?—. Preguntó Julia feliz de escuchar aquella voz.
—¡Soy yo!. —Dijo un pequeño terremoto que corriendo dio un salto y se abalanzó a los brazos de Julia.
Julia abrazó con cariño al pequeño Paulo que había venido corriendo.
—¡Te he echado de menos!—. Dijo el pequeño, abrazándola fuerte—. No quiero volver a irme.
Julia mirándolo a la cara le dijo tranquilizándolo:
—No te preocupes, que ya no volveréis a marcharos, ¿Vale?
—¿Me lo prometes?
—Claro que sí—. Sonrió Julia. Cuando ladeó la cabeza pudo ver también a la hija de Prisca, Helena los observaba divertida esperando a que su hermano dejara de abrazar a Julia. La joven bajó al suelo a Paulo y agachándose le dio un beso a la mejilla.
—Helena, cada día estás más bonita.
Una enorme sonrisa asomó a la cara de la niña y sin esperárselo, la niña volvió a abrazar a Julia rodeándole el cuello con sus pequeños brazos.
—Julia que contenta estoy, te hemos echado de menos. Queríamos volver pero padre no nos dejaba—. Dijo Helena.
—No te preocupes, ya estáis aquí. Estaba esperándoos a los dos. Quiero llevaros a un sitio.
—¿A un sitio?—. Preguntaron los hermanos ilusionados a la vez.
—Sí, tenemos que ir a un lugar no muy lejos de aquí—.Y mirándolos seriamente les confirmó—. Vamos a ir al ludus litterarius, ha venido un pedagogo nuevo que es de Grecia. Estuve hablando con él y nos ha permitido que Helena pueda asistir también, el que había antes solo daba clase a muchachos. Aprenderéis a leer, a escribir y a contar.
—¿A la escuela?—. Preguntó Paulo horrorizado—. ¡Yo no quiero ir!, yo voy a ser soldado como el general. ¡Conmigo no cuentes!
—El general sabe leer y escribir perfectamente. Así que me parece que si quieres estar a la altura del general tendrás que ir a la escuela. Vamos, el pedagogo nos está esperando.
—¡Que te he dicho que no! —dijo Paulo irritado.
Julia tuvo que agarrarlo fuertemente de la mano y estirar de él para poder llevárselo. Helena estaba feliz porque ella sí que estaba deseando aprender, mientras veía como Julia arrastraba prácticamente a su hermano y este protestaba, fue riéndose por todo el pasillo. Entraron a la cocina en busca de la madre de los pequeños para comunicarle a donde se dirigían los tres. Prisca intentó poner cara seria cuando vio la cara de enfado de su hijo, pero estaba enormemente agradecida a Julia de que hubiera pensado en que los niños recibieran clases. La muchacha les había comentado la posibilidad de que los niños pudieran ir a la escuela y ellos habían estado de acuerdo. Los esclavos no tenían la oportunidad de aprender a leer y escribir, pero sus hijos tendrían al menos esa opción. Su marido y ella se defendían cómo podían cuando tenían que ir a comprar y para que no les engañasen se echaban unas piedras al bolsillo, por cada moneda que tenía que pagar quitaba una piedra, cuando se acababan las piedras sabía que había terminado de pagarle al vendedor. Pero aun así, le hubiera encantado saber contar. Por lo menos tenía la esperanza de que sus hijos aprendieran lo mínimo para que no tuvieran que pasar por lo mismo. Poniéndose seria recomendó a su hijo que hiciera caso a Julia y que se comportara con educación, si no quería volver a la casa de su prima a limpiar el establo de las vacas. Cuando el pequeño escuchó la amenaza de su madre, se calló y saliendo por delante de Julia furioso, obedeció a las dos mujeres. Julia y Helena se despidieron y salieron detrás del muchacho. Prisca volvió a la mesa de la cocina y se dispuso a seguir amasando el pan.
Julia acompañada por los dos pequeños y algunos soldados llegaron al foro, debajo de uno de los pórticos se hallaba la escuela, la muchacha abrió una cortina que daba un poco de intimidad a la sala y entró, dentro se hallaba el pedagogo dando lección a sus discípulos. El hombre cuando la vio dejó de hablar y se dirigió hacia ella.
—Buenos días Julia, ¿estos son los niños de los que me hablaste?—. Preguntó mirando hacia Paulo y Helena.
—Sí ellos son, le presento a Helena y Paulo. ¡Niñós saludar al maestro!— pidió Julia educadamente.
Los pequeños un poco intimidados saludaron al hombre y observaron con detalle a los demás niños que se hallaban sentados en pupitres y con tablillas en sus manos. Paulo todavía enfadado los miraba con el ceño fruncido.
—Ya sabes que solo puedo dar clases a los niños, pero voy a hacer una excepción con esta niña. Si es tan aplicada e inteligente como dices le daré una oportunidad, pero si no es así, no pienso perder el tiempo con una mujer.
—No se preocupe, ya verá como Helena es una niña muy lista. Solo dele una oportunidad, no se arrepentirá. Yo le recompensaré por el esfuerzo.
—Está bien, podéis sentaros en aquel banco que está vacío—. Dijo el maestro a regañadientes mirando a los niños.
—Luego vendré a por ellos cuando acabe la clase. A partir de mañana ya pueden venir y marcharse ellos solos. Muchas gracias maestro.
—A ti Julia. Bueno niños, sigamos con la lección, coged vuestras tablillas y repasemos los surcos de las letras.
Era la hora en la que el sol estaba más fuerte cuando Marco volvió a la domus. Julia estaba en el atrio con Claudia cuando lo vieron entrar, la otra muchacha le hizo un comentario a Julia y salió presurosa hacia la cocina. Marco llegó a la altura de Julia y acercándose la besó en los labios.
—¿Cómo has pasado la mañana?—. Preguntó el soldado separándose de ella.
—Bien, he llevado a los pequeños a su primer día de escuela—. Dijo Julia mirándolo a los ojos con una sonrisa.
—¿Y el pequeño accedió tan tranquilo?.
—Bueno tuve que correr para alcanzarlo pero su madre lo amenazó con limpiar el establo de las vacas, al final conseguí que se quedara allí junto a su hermana. Te daba con que ibas a pasar el día en el campamento.
—He venido antes porque te tengo una sorpresa.
—¿Una sorpresa?—. Preguntó Julia—. No me gustan las sorpresas sobre todo si vienen de un soldado romano como tú.
—¡Qué desconfiada eres mujer!—. Dijo Marco abrazándola y sonriendo—. Le he pedido a Prisca que nos preparara algo para comer, quiero llevarte a un sitio.
—Tengo que regañar a Prisca, llevo toda la mañana con ella y no me ha dicho nada.
—Le pedí que me guardara el secreto, ¡vamos!. Se tarda un poco en llegar a donde te quiero llevar.
—¿Qué te traes entre manos?—. Preguntó Julia—. No me fio de ti. Tengo que recoger a los niños, se lo dije al maestro.
—No te preocupes, Claudia puede ir a por ellos. Venga—. Dijo cogiéndola de la mano y arrastrándola hacia la cocina.
—¿Prisca tienes preparado lo que te pedí?—. Preguntó el general a la cocinera.
—Sí, aquí está todo—. Dijo Prisca dándole un hatillo con comida y mirando a Julia con una sonrisa pícara.
—Se supone que tengo que estar al tanto de todo lo que sucede en la casa, ¿Cómo puedo fiarme si mi propia gente me oculta cosas?.
—¡Anda Julia, no seas exagerada!. El general me lo pidió en secreto y manda más que tú—. Dijo riéndose y volviéndose a sus tareas.
—¡Será posible!. Has hecho que mi propia gente me pierda el respeto.
—Vamos Julia, tenemos el tiempo justo para llegar. Adiós Prisca, te debo una. Ordena a Claudia que recoja a los pequeños, y no nos esperéis para cenar, llegaremos tarde—. Dijo el general saliendo de la cocina con Julia.
—Hasta luego, pásenlo bien —dijo la cocinera despidiéndose de ellos.
Dos caballos se hallaban ensillados en la puerta principal de la domus, Marco ayudó a montar a Julia y después se subió a su propio caballo, salieron de la ciudad por la puerta de Carteia, y una hora después llegaron a un paraje cercano a la ciudad donde un bosque de pinos y lentiscos escondía un manantial de agua que brotaba de una gran grieta horadada en la roca, el agua cristalina y helada caía a su voz a una serie de pozas que las hacían ideal para el baño.
—¿Cómo has encontrado este sitio?. Es precioso—. Preguntó Julia.
—Una patrulla de reconocimiento lo encontró, tenían la orden de vigilar los manantiales por si alguien accedía a ellos y los envenenaban y por casualidad encontraron este lugar. ¿Te gusta?
—Sí, es espectacular—. Dijo Julia mirando a Marco a los ojos—. Eres toda una caja de sorpresas Marco Vinicius.
Marco empezó a reírse, bajando del caballo se acercó a la joven y la ayudó a desmontar, atando a los animales se acercaron a las pozas.
—¿Te apetece un baño antes de comer?.
—No seré yo quien se meta en esa agua tan fría—. Dijo Julia negando con la cabeza.
—¿Cómo que no serás tú?—. Dijo Marco abrazándola por detrás.
—No se te ocurra hacer lo que estás pensando—. Dijo Julia sonriendo—. No he traído otra ropa más que esta.
—No te hará falta más ropa—. Le dijo Marco y tirando de su túnica se la sacó por la cabeza mientras que con la otra mano la tenía agarrada fuertemente para que no se le escapase.
—Marco suéltame, por favor. Alguien podría vernos.
—Aquí no hay nadie, no te preocupes. Ya tomé precauciones. Hay una patrulla cerca de donde nos encontramos pero tiene la orden de no acercarse si saben lo que les conviene—. Dijo mientras él terminaba de quitarse su ropa también.
—¿Sabes que esto es pecaminoso?.
—No hay nada de malo en bañarse desnudos.
—¡Eres imposible!. No sé qué voy a hacer contigo.
La joven intentó salirse del cerco del abrazo del soldado mientras él avanzaba con ella hacia delante acercándola cada vez más al agua.
—¡No lo hagas!,¡no sé nadar!. No te lo he dicho nunca, pero es que no sé nadar, me da miedo.
—No te preocupes que no voy a dejar que te ahogues.
—Marco suéltame, nunca he hecho nada parecido.
—¿Por qué no has aprendido a nadar teniendo el mar tan cerca?.
—Los esclavos siempre estábamos trabajando nunca teníamos tiempo para estas diversiones.
—Pues ha llegado el momento de que aprendas.
Marco fue paulatinamente introduciéndose en la poza y cuando el agua les llegó casi a la altura de los hombros dejó de andar.
—¡No se te ocurra soltarme!—. Dijo Julia con la voz temblorosa por el frío del agua—. No sé cómo he dejado que me convencieras para traerme aquí.
—Bueno hoy tengo pensado algo especial para ti.
—¿Has pensado que muera congelada o ahogada?
Marco hizo el intento de soltarla pero la joven estaba agarrada fuertemente a su cuello y no pudo despegarla de su cuerpo.
—No me sueltes —gritó Julia.
—Si te relajas puedo enseñarte a nadar pero necesito que dejes de agarrarme tan fuerte del cuello y que dejes de gritar.
—Está bien.
Marco pasó un buen rato explicando a Julia como nadar y flotar en el agua, la mujer que entendió a la primera lo que quería decirle el soldado intentó nadar como le decía él y después de intentarlo durante un rato consiguió dar sus primeras brazadas sin ahogarse.
—Mira ya sé nadar—. Dijo Julia feliz de poder mantenerse mínimamente en flote.
—Bueno es un poco precipitado decir eso, pero es un buen inicio —dijo Marco sonriendo.
Julia se le quedó mirando de repente y observándolo por unos instantes se fue acercando hacia él y lo besó. Marco le salió al encuentro, amaba a esa mujer y ya no concebía su vida sin ella. Este era el último intento que tenía para convencerla de que se casase con él. Esperaba que le diera resultado.
—¿Te he dicho ya cuanto te quiero?—. Preguntó Marco mirándola seriamente a los ojos.
—Sí, me lo has dicho millones de veces en estos últimos días.
Aunque tenía a Julia abrazada el joven acercó a la muchacha a la orilla hasta un sitio donde podían hacer pie perfectamente y soltándola, se quitó una cadena que tenía en el cuello sacando un anillo que había en ella.
—Este anillo siempre perteneció a mi madre, cuando mi madre murió mi padre me lo entregó para que el día que encontrara a la mujer de mi vida se lo diera, así que como tú no tienes familia y la mía tampoco puede estar presente, hoy quiero preguntarte, ¿Julia Livio me harías el grandísimo honor de ser mi esposa?, prometo honrarte, amarte y venerarte todos los días que dure mi vida. Ya no concibo un lugar en el que no estés tú, desde que te encontré no hay ni un solo día que no le dé las gracias a los dioses por volver a ponerte en mi camino. No puedo despertarme cada mañana sin que no estés a mi lado, no sé lo que el destino nos tiene predestinados pero si no estás conmigo prefiero no vivir en él, dime que sí—. Dijo Marco seriamente mirándola a los ojos.
Julia lo miro estupefacta, se había quedado sin palabras, sin poder evitarlo de sus ojos empezaron a salir lágrimas de felicidad que no podía dejar de derramar, su mente le decía que no, pero su corazón no podía evitar a amar a aquel gran hombre. De repente, se acordó de lo que le dijo su amo en el lecho de muerte: "No mires nunca atrás y haz siempre lo que te dicte el corazón, porque el corazón nunca se equivoca. Esta vida no está hecha para cobardes, confía en el general". Julia miró todos los detalles de su bello rostro y mirándolo a los ojos le dijo:
—Está bien Marco Vinicius; me casaré contigo. Yo tampoco concibo mi vida sin ti.
Marco la abrazó fuertemente, y dándole besos por todo el rostro le dijo:
—Te prometo que no te vas a arrepentir nunca, te quiero más que a mi vida.
De pronto, la abrazó y pasándole el brazo por debajo de las rodillas la levantó y la saco del agua andando hacia la sombra de uno de aquellos árboles. Marco la depositó sobre el suelo arenoso y sin percatarse de nada se amaron durante toda la tarde, ajenos a todo y a todos, en su pequeño paraíso terrenal. Un buen rato después Marco cogió a Julia y levantándola del suelo se vistieron. Fueron a por la comida y se sentaron debajo de un pino.
—Ven, sentémonos aquí a comer, tengo hambre desde hace rato.
—No me extraña, tu madre tuvo que estar ocupada contigo cuando fuiste pequeño porque comes por dos personas. ¡No sé dónde metes lo que comes!—. Dijo Julia riéndose.
—Soy un hombre de fuertes apetitos que necesita muchas energías, tengo que reponer fuerzas para contentar a mi futura esposa.
—¿Qué crees que pensará tu hermano de que te cases con una antigua esclava?
—Mi hermano te adorará igual que yo, deja de preocuparte porque me has hecho el hombre más feliz del mundo.
Marco y Julia extendieron sobre un lienzo la comida que había preparado Prisca y sentándose juntos, Julia le acercó el pan y se lo ofreció a Marco, después dispuso el pequeño banquete que había preparado la cocinera delante de ellos: queso, miel, puré de legumbre, algo de carne y frutas complementaban los diversas y variadas viandas. Ambos jóvenes comieron tranquilamente observando el paisaje que desde allí se divisaba, una gran calma inundaba el lugar que con el correr del agua de las pozas transmitía una calma majestuosa. Ambos jóvenes pasaron la tarde demasiado felices, planeando el futuro que los dioses les habían preparado.
Horas más tarde regresaron a la domus y les comunicaron a los demás la buena nueva, Julia había aceptado casarse con él. Esa noche celebraron su compromiso, Julia pidió a sus amigos que se unieran a la cena y Marco invitó al tribuno Quinto. Todo el mundo estaba contento de que la pareja de jóvenes hubieran decidido formalizar su relación.
Quinto que no era capaz de dejar de mirar a Claudia, se había sentado al lado de ella. Estaba demasiado contento por la futura boda de su amigo y por tener a su lado a esa muchacha tan especial. El ambiente demasiado alegre y festivo duró hasta altas horas de la madrugada. Hasta los pequeños se unieron a la celebración, pero rato después Prisca echó de menos a su hijo.
—¿Horacio has visto a Paulo?. Hace un rato estaba aquí.
—No, llevo un buen rato que no lo veo, imagino que se habrá ido a dormir. Hoy ha tenido demasiadas emociones con el compromiso de Julia y su comienzo en la escuela.
—Imagino que sí, luego comprobaré que está en su cama.
Pero en esos mismos momentos Paulo no estaba en su habitación, se encontraba en lo alto de un árbol del huerto de atrás de la domus. Había aprovechado un despiste de sus padres para hacer lo que tenía pensado. Cuando terminó de hacer lo que se traía entre manos se escabulló hacia su cama sin que nadie se percatara de lo que el pequeño muchacho había estado urdiendo.
A la mañana siguiente un Marco demasiado contento despertó a Julia que se hallaba todavía demasiado adormilada por la celebración de la noche anterior. La joven se hallaba acostada boca abajo, dejando expuesta su espalda desnuda. Marco la beso a lo largo de toda la columna.
—¿Julia no tienes que despertarte ya?
—Estoy demasiado cansada, ayer me agotaste demasiado en aquellas pozas, eres un hombre demasiado vigoroso—. Le dijo sonriendo y medio adormilada todavía.
—¿Así?, pues este hombre necesita comer algo pronto si no quiero desmayarme a media mañana.
—¿Siempre piensas en comer por las mañanas?
—¿Tu qué crees?—. Dijo mientras se tumbaba encima de ella, con la precaución de no aplastarla y se posicionaba entre sus piernas, abriendo las de ella con la rodilla.
—¡Marco, no te atreverás tan temprano!. No puede ser que tengas ganas otra vez—. Dijo Julia forcejeando intentando salir de debajo de él.
Marco la cogió de la cintura con un brazo y con la otra se apoyó sobre el lecho para no aplastarla.
—¡Ya te he dicho que tenía hambre!—. Dijo besándola en el cuello.
—Pero hambre de comida.
—¡Ah!, pero no te he dicho que tú eres mi comida preferida.
—Marco suéltame—. Dijo Julia demasiado excitada.
—¿No te he dicho que soy un hombre con intensas pasiones?. Se me olvidó decírtelo ayer cuando accediste a casarte conmigo.
—Ayer me engañaste—. Dijo Julia sonriendo.
De repente, Marco empezó a introducirse en ella desde detrás y sin poder evitarlo Julia soltó un jadeo.
—Esto no puede ser bueno tan temprano, me vas a pervertir.
—No me importa pervertirte mientras sea siempre conmigo. Ningún hombre te tocará jamás, eres mi mujer hoy, mañana y toda la vida.
Marco siguió entrando y saliendo del cuerpo de aquella mujer que lo volvía loco y que amaba, juntos llegaron al éxtasis, sin percatarse de nada de a su alrededor.
Esa mañana Claudia no pudo evitar contar en el macellum que su joven amiga y nueva ama le había dado el sí al general. La noticia corrió por la ciudad como el viento arrastra la arena de la playa, la gente no podía dejar de alegrarse de la noticia, sin embargo Graco se quedó helado y conmocionado cuando supo que Julia se iba a casar con el general. Sin pensarlo en ningún instante, el hombre se fue derecho a la domus en busca de Julia.
En ese mismo momento el pequeño Paulo también aprovechaba para entrar el primero en la escuela sin que nadie se diera cuenta y depositando con mucho cuidado su pequeña carga dentro de la caja donde el pedagogo guardaba todas las tablillas se dispuso a sentarse en el último banco de la escuela para poder salir corriendo el primero cuando el maestro abriera la caja y la situación se complicara. Él no quería estar allí y nadie le iba a obligar a tener que asistir a aquellas absurdas clases. Quería ser soldado y ninguna mujer le iba a obligar a ir a aquel estúpido sitio.
Los niños empezaron a entrar y Helena que se había retrasado se acercó a su hermano y le preguntó:
—¿Por qué no me has esperado hoy?, te he estado buscando por todos los sitios y cuando no te he encontrado me he venido sola. Creía que no te gustaba la escuela.
—Y no me gusta—. Dijo Paulo enfurruñado y serio.
—Te has sentado en la última fila y desde aquí no escucho bien lo que dice el maestro.
—Hoy va a hacer calor y aquí nos da más el aire de la entrada.
—Si tú lo dices, pero sigo diciendo que desde aquí no escucho bien las explicaciones del pedagogo.
—¡Siéntate ya y deja de quejarte!.
—Estás imposible esta mañana, no sé qué mosca te habrá picado—. Dijo la pequeña Helena sentándose al lado de su hermano.
Cuando todos los niños llegaron fueron sentándose en los distintos asientos y cuando el maestro comprobó que todos habían llegado empezó con la clase. El hombre se fue derecho a donde tenía guardadas las tablillas de los niños y cuando abrió la caja y metió la mano rebuscando las que necesitaba encontró algo redondo que estaba tapado con una vieja tela desgastada. El hombre abrió poco a poco extrañado de que aquello se encontrara allí, alguien debía de haberse equivocado metiendo su almuerzo seguramente. Cuando lo destapó no daba crédito a lo que veía, de un gran panal empezaron a salir furiosas abejas que empezaron a rodear al hombre y a los niños que se encontraban sentados cerca del pupitre del maestro. El hombre daba manotazos intentando apartarse de aquellos horrorosos y enfadados animales, pero el pobre hombre no tuvo suerte y empezaron a picarle por todos los sitios de su cuerpo y sobre todo por la cara. Los niños empezaron a chillar y a salir espantados del lugar precipitándose hacia la salida. Paulo que sabía lo que iba a ocurrir cogió a su hermana de la mano y arrastrándola salió el primero de aquel horroroso lugar seguido por los asustados niños.
—Madre te va a matar en cuanto se entere—. Dijo una enfadada Helena que corría como si la persiguieran todavía veinte panales de abejas.
—Cállate y corre, madre no se va a enterar nunca. Y como se te ocurra decir algo, te vas a enterar de lo que es bueno—. Dijo Paulo corriendo a su vez.
Julia se hallaba en la cocina con Prisca cuando escuchó voces en el atrio de la casa, alguien gritaba en medio de la casa preguntando por ella, en ese mismo momento pudo reconocer la voz de Graco.
—¡Déjenme pasar!—. Dijo Graco claramente exaltado.
Varios soldados tenían agarrado al hombre por los hombros y no lo soltaban, el tribuno Quinto enfadado le impedía el paso.
—¿Quinto que pasa?—. Preguntó Julia preocupada viendo a los hombres discutir.
—Es el liberto que quería entrar sin permiso.
—¿Graco que te ocurre?.
—Ya me he enterado de que te vas a vender al general—. Dijo un Graco furioso y demasiado exaltado para pensar lo que estaba diciendo.
—Retira ahora mismo lo que has dicho—. Dijo el general desde la entrada de la domus.
—No pienso retirar nada. Al final has conseguido convertirla en tu querida.
Conforme dijo las últimas palabras un enfadado Marco se avalanzó sobre el liberto y le dio un puñetazo en la cara haciéndolo caer hacia atrás. Graco se levantó rápido del suelo y quitándose la sangre que manaba de su boca, se lanzó nuevamente hacia el general. Al ver la pelea Julia intentó interceder pero Quinto se lo impidió cogiéndola de los brazos.
—Llevaba tiempo buscándoselo, deje que esto lo resuelvan ellos—. Dijo Quinto agarrando fuertemente a Julia pero sin ocasionarle ningún daño.
—Se van a hacer daño—. Dijo Julia angustiada observando como los hombres se pegaban sin darse cuenta del público que se iba conglomerando alrededor de ellos poco a poco. Los soldados del general, Prisca y Horacio, Claudia que había sentido el alboroto eran algunos de los que estaban disfrutando del espectáculo....
—De eso se trata, no se preocupe. Esta vez se ha pasado—. Dijo Quinto.
El general fue pegando a Graco en los sitios donde sabía que más le podían doler, cuando sintió gritar y reconoció la voz del liberto sabía que había venido a increpar a Julia, seguro que se había enterado de su futuro matrimonio.
—Julia nunca te ha pertenecido y no será tuya en la vida. Ella no te ha querido nunca y lo sabes bien, discúlpate con ella y vete con de manera honorable, ahora que puedes—. Dijo Marco dándole la oportunidad de marcharse.
Graco lo miró furioso y humillado, sabía que Julia no lo quería pero hasta última hora había tenido la esperanza de que rechazara al general y le concediera una oportunidad.
—¡Graco, por favor, déjalo ya!—. Rogó Julia preocupada. Amaba a Marco pero apreciaba a ese otro hombre, no quería que por su culpa, Marco lo matara—. Márchate. Sabes que nunca te di ninguna esperanza, me voy a casar con el general porque es el hombre que quiero. Lo lamento mucho pero yo no soy esa mujer que te corresponderá algún día.
Graco derrotado no pudo contestarle a la joven, sabía que las palabras que le decía ella eran verdad. Él la quería, pero ella no. Había otorgado su corazón a otro y ese no era él.
—Está bien, si eso es lo que quiero, me marcharé. No volverás a verme nunca más—. Dijo Graco levantándose del suelo y dejando atrás a la mujer que quería.
Quinto soltó a Julia y esta corrió hacia Marco.
—¿Te encuentras bien?—. Preguntó Julia preocupada quitándole la sangre que tenía en la cara.
—Maravillosamente, no te preocupes. Me ofusqué cuando lo sentí insultarte—. Dijo Marco abrazándola y besándola en la cabeza—. Ese desgraciado no volverá a insultarte si sabe lo que le conviene.
—Vente te curaré esa herida.
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