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Capítulo 12

"La libertad está en ser dueños de la propia vida".

PLATÓN.


       Tiberio estaba contento, las cosas no podían haber salido mejor, ya no tendría que pasar más calamidades, muerto Tito se había acabado toda su competencia. Sin familia que heredase el negocio sería fácil hacerse con la fábrica de Tito, sólo había que pedir un par de favores y dejar caer el dinero en las manos adecuadas. Los planes de Spículus no habían salido como estaba planeado, el general todavía seguía con vida pero de momento dejarían pasar algunos días para que el soldado se confiase. Su suerte estaba echada desde el mismo momento que había visto la cara de Spículus, acabar con el general era una prioridad, podría convertirse en un verdadero problema. Por fortuna, Spiculus y sus hombres habían podido escaparse de la persecución del general despistándolos en las callejuelas de Baelo Claudia. A través de un pasadizo secreto que comunicaba su casa con una salida fuera de la ciudad, los piratas habían podido salir sin ningún contratiempo. Se habían escapado delante de las narices de los soldados. Ahora estaban reorganizando el próximo ataque que supondría el golpe mortal al general.

     Tiberio acordándose del incidente y sonriendo se hallaba desayunando cuando su mujer apareció en la sala.

―¿Te has enterado como anoche enterraron al maestro Tito?—. Preguntó Valeria a su marido—. Por lo visto casi toda la ciudad acompañó al anciano en el cortejo fúnebre.

―Sí, una gran noticia—. Dijo Tiberio sonriendo.

―¿Te alegras de su muerte?—. Intentó disimular Valeria, ya que conocía perfectamente la trama orquestada por su marido y el pirata para quitar de en medio a Tito y al general.

―¿Por qué no habría de alegrarme? De todos era conocido que éramos adversarios en los negocios.

—Llevas razón Tiberio, toma más vino que hoy tenemos que celebrar el acontecimiento de ayer, sin duda los negocios y los dioses te serán más favorables de aquí en adelante.

     Intentó parecer tan cínica como su marido y disimular todo lo posible. Cuando el hombre bebía demasiado vino se le soltaba la lengua y decía lo que no debía. Era necesario averiguar todo lo posible de sus tramas, así que cuanto más tonta pareciese, más locuaz se volvería el desalmado. Llenándole el plato de comida, se dispuso a sufrir el martirio de la presencia de ese ser tan despiadado.


     Julia se había levantado temprano esa mañana con la intención de ir al trabajo, le dolía la cabeza y los ojos los tenía todavía hinchados del llanto pero tenía que acudir a la fábrica para comprobar que todo marchaba como siempre. Estaba preparándose para salir cuando Marco y el galeno entraron al tablinum, donde se encontraba Julia en ese momento.

—Buenos días Julia —dijo el galeno—. El general me estaba indicando que te encontrabas aquí.

—Sí, estaba disponiéndome para salir a la factoría.

—Sólo he venido para confirmarte que la lectura del testamento de Tito se hará pública en el foro esta tarde, deberás estar presente junto con los esclavos de la casa y los demás trabajadores de la factoría. Tito realizó el testamento ante siete testigos y ha estado custodiado por la Vestal. Aunque es demasiado pronto para la lectura, tu amo dejó bastante específicado como debía de leerse el testamento públicamente al día siguiente de su enterramiento, ya que no había ningún descendiente directo ¿Hay algún impedimento para que no puedas asistir?—. Preguntó el galeno.

—No señor, me encargaré de comunicarlo al resto del personal de la casa y de la fábrica —dijo Julia demasiado entristecida y preocupada—. Su futuro junto con el del resto del personal era incierto y cuanto antes supiesen quién se haría cargo, mejor sería para todo el mundo. Había que dirigir la factoría y el nuevo dueño no querría que una mujer tomara las decisiones. Y mucho menos tratándose de una esclava.

—Muy bien, esta tarde nos vemos allí. Hasta luego Julia—. Y dirigiéndose formalmente hacia el general lo miró antes de marchar—. Su presencia también será necesaria general, Tito hizo bastante hincapié en ello.

—No se preocupe allí estaré—. Le dijo Marco.

—Pues si no hay ningún inconveniente me marcho, todavía tengo cosas pendientes que hacer antes de que llegue la tarde.

     El hombre salió camino del atrium mientras Julia y Marco lo veían marchar. Marco se quedó mirando a la joven, su aspecto cansado y ojeroso la delataba.

—¿Estás preocupada por lo de esta tarde? Seguro que Tito dejó todo bien arreglado para que no os faltara de nada. De todos modos no debes preocuparte, estaré a tu lado para que nada te falte, yo me haré cargo de ti—. Dijo Marco intentando tranquilizarla.

—No puedes hacerte cargo de mí, seré esclava del nuevo amo. Y evitar preocuparme por toda la gente que dependemos de la casa de Livio es inevitable. Tú no estarás aquí siempre, Tito me dijo que confiara en ti y yo confío en el buen juicio que tenía Tito pero algún día tendrás que marcharte. Si me disculpas, tengo que irme a la fábrica—. Dijo pasando por al lado de él e ignorándolo.

—¿No se te olvida algo?—. Preguntó Marco cogiéndola del brazo.

—¿El qué? —dijo Julia extrañada mirándolo.

     Marco la cogió de los brazos y atrayéndola hacia sí la besó fuertemente, moviendo sus manos sobre la espalda de ella la palpó y pudo percibir que desde los últimos días la joven había adelgazado alarmantemente, su cuerpo empezaba a delatar los signos de la fatiga a pesar de que la holgada ropa disimulaba su aspecto. Debía asegurarse de que comiera adecuadamente y descansara.

     Julia, al sentirse rodeada por aquellos poderosos brazos y ver cómo Marco tomaba su boca, intentó apartarse sin éxito. La enorme atracción que sentía hacia él hizo que al final se dejara besar, eran demasiadas sensaciones las que sentía con ese hombre. Le preocupaba el enorme deseo que su cuerpo experimentaba cada vez que la besaba y la abrazaba. Entre sus brazos sentía que estaba en casa, que había llegado al hogar y sentir eso era demasiado peligroso, no podía permitirse el lujo de acostumbrarse a unos brazos y a un hombre que no podría ser nunca de ella. De qué servía regañar a Claudia, cuando ella no era capaz de apartarse de esa perdición.

     Marco no era capaz de separarse de esa mujer. Su lengua exploró sin piedad la boca de Julia, percibiendo un cúmulo de sensaciones que hasta el momento sólo había experimentado con ella ¡Esa mujer era pura ambrosía!

     En cuanto Marco tuvo que dar por terminado el intenso beso, Julia le miró a los ojos volviendo a la realidad y sintiéndose demasiado afectada se separó despacio de él.

—No me lo pongas más difícil de lo que ya es, sabes que lo nuestro es imposible—. Y dejando de mirarle se marchó en busca de los soldados.

     Julia dejó a Marco sumido en sus pensamientos viéndola marchar, era demasiado pronto para hacerle una proposición a la joven después de la muerte de Tito pero no podía permitir que el nuevo dueño de la fábrica se quedara con Julia. Le ofrecería el mejor precio por ella y una oferta que no podría rechazar. Mientras estuviera en Baelo Claudia, la muchacha sería de él aunque ella se resistiera, el problema era hacérselo entender sin que se molestara. Una vez que la comprara no podría abandonarlo, lo acompañaría con su ejército a donde él fuese. Era verdad que la joven era demasiado orgullosa, pero en batallas más grandes había luchado saliendo victorioso, sólo era cuestión de tentarla adecuadamente. Marco se marchó sonriendo para sí, todo saldría como lo tenía planeado, le había prometido a Tito cuidar de ella y no le quitaría el ojo de encima. Un hilo los unía desde su infancia y no pensaba cortarlo nunca.

     Cuando Julia llegó a la entrada de la domus, el tribuno Quinto se hallaba también en el lugar acompañado por el resto de legionarios.

—¿Quería algo Tribuno?—. Preguntó Julia al soldado.

—El general ha dispuesto que te acompañe esta mañana. Tiene que acudir al campamento y ha dispuesto que sea yo el que lo haga.

—¡No puede hablar en serio! Con los legionarios me sobra protección, estamos a plena luz del día y sin duda los asaltantes no se atreverán a hacer nada más. Tendrá cosas que hacer esta mañana. Si me disculpa no lo quiero entretener más.

—No puedo aceptar tus disculpas, sólo acato órdenes del general ―dijo Quinto sonriendo―. No importa lo que tenga que hacer hoy, ya van dos veces que atentan contra ti y me temo que tendremos que tomar precauciones para que no haya una tercera. Mira el resultado del último asalto, Tito ha tenido que pagar un precio demasiado alto—. Dijo Quinto seriamente intentando que la joven comprendiera.

—Está bien, acompáñeme. Hoy tengo demasiado trabajo pendiente y no tengo ganas de discutir con nadie ―dijo Julia caminando pensativa.

     Quinto se sintió aliviado que la muchacha no pusiera impedimentos, Marco le había encargado especialmente su protección y no tenía ganas de que la joven pusiera objeciones. Bajando los escalones de la entrada de la domus, la joven junto con el resto de los legionarios se encontraron con Claudia que venía del macellum.

—Julia, acabo de comprar las verduras que necesitábamos para la comida de hoy, ¿te marchas?—. Dijo mirando disimuladamente a Quinto.

—Sí, voy a la factoría. En cuanto acabe regresaré. El general y el tribuno comerán hoy aquí. Prisca ya se ha quedado encargada de lo que hay que preparar. No me entretengo, tengo que ultimar todo antes de esta tarde. El galeno quiere que todos los esclavos y empleados de Tito vayamos a la lectura del testamento en el foro. Volveré pronto.

—Está bien. Hasta luego—. Dijo Claudia.

     Quinto volviéndose hacia Claudia le guiñó un ojo a la joven y sonriéndole se marchó con Julia camino de la factoría. Iba pendiente de todas las callejuelas y los rincones donde pudiera esconderse alguien y asaltarlos en cualquier momento, no se fiaba de nada. Desde que habían llegado a Baelo Claudia habían tenido demasiados sobresaltos.

     En cuanto llegaron a la entrada de la fábrica, Quinto ordenó a los hombres que esperaran fuera y estuvieran en alerta. Entrando con la joven dentro, inspeccionó el lugar comprobando que no había ningún extraño. Solo los trabajadores de la fábrica se encontraban allí preparando el pescado y realizando las labores que tenían asignadas. Cuando vieron aparecer a la joven hicieron un alto y se dirigieron hacia ella. Estaban deseosos de escuchar lo que tuviera que decirles la joven.

—Julia te esperaré aquí fuera, estaré con mis hombres. Estoy seguro que tienes cosas que hacer, llámame si me necesitas.

—Muy bien, no se preocupe, estaré ocupada toda la mañana, intentaré no retrasarme.

     Julia saludó a los hombres y les explicó cómo por la tarde se iba a hacer la lectura pública del testamento y cómo habían sido todos convocados en el foro. Los hombres asintieron y cuando terminó de darles las últimas instrucciones, cada uno se fue derecho a seguir trabajando. La joven se marchó a su vez a la oficina para comprobar las tablillas de los últimos gastos que había pendientes de pagar a los proveedores de las especias. Llevaba un rato trabajando sentada en la mesa cuando por la puerta apareció Graco. Julia se le quedó mirando esperando que el hombre hablara.

—¿Dime Graco, me buscabas para algo?

—Sí, quería comentarte algo. En el velatorio de Tito no tuve oportunidad de hablar contigo y no es hasta hoy que puedo encontrarte a solas. Siempre andas rodeada de soldados.

—¿Qué quieres?—. Preguntó Julia poniéndose a la defensiva.

—¿Quiero saber que planes tienes? No me gustó para nada que salieras con el general en medio del velatorio y me quedé esperando que aparecieras ¿Dónde te metiste? No volviste en toda la noche y la gente estuvo murmurando sobre ti.

—¿Estuviste vigilándome? Ya te dije que no quiero nada serio contigo, ni con nadie. No tengo porque darte explicación alguna—. Le dijo Julia evitando mirarle a la cara y decirle donde había pasado la noche.

—Muerto Tito nada te une al nuevo amo de la fábrica, sabes que puedo comprar tu libertad. Te ofrezco un nuevo comienzo, nada de todo esto sería necesario si accedieras. Y te equivocas porque yo creo que sí me debes una explicación—. Le dijo Graco agarrándola de las brazos—. Cásate conmigo y no lo lamentarás.

—¡Suéltame por favor! ¿Te unirías a una mujer que no te aprecia? —dijo Julia levantándose de la mesa—. Te dije que no te iba a engañar, deberías posar tus ojos en otra joven que sienta verdaderamente algo por ti. Eres una buena persona, pero tienes que olvidarte de mí.

—Si pudiera arrancarte de mi corazón lo haría, pero eres la mujer que quiero. —Dijo Graco acercándola hacia él y besándola.

     Julia empujó a Graco intentó desembarazarse del joven, se sentía demasiado incómoda y no terminaba de comprender qué le pasaba con esos hombres que no paraban de intentar besarla esa mañana. Forcejeando con él intentaba desasirse del joven cuando escuchó una voz.

—¡Suéltala!—. Dijo Quinto desde la puerta—. La muchacha te ha dicho que no quiere.

     Soltando a Julia, el liberto se volvió hacia Graco y con una actitud bastante alterada le contestó:

—Estoy harto de encontrar soldados detrás de Julia cada vez que me descuido. Te prohíbo que vuelvas a estar a solas con estos legionarios—. Dijo Quinto enfadado y dirigiéndose hacia ella.

—¿Y quién te crees tú que eres para darme órdenes? ¿Mi dueño? Solo debo explicaciones al nuevo amo, no vuelvas a repetir lo que has hecho—. Dijo Julia señalándolo con el dedo índice en el pecho—. Estoy harta de tanto macho posesivo y despótico acostumbrado a hacer lo que quiere. Olvidaros de mí, eso es lo que tenéis que hacer todos de aquí en adelante.

     Julia pasó por al lado de los dos hombres y salió demasiado furiosa de la oficina y se fue en busca de otro de los encargados para seguir trabajando, todavía tenía cosas que hacer allí aparte de estar besando a aquel energúmeno. Pero lo que más le inquietaba era que acababa de darse cuenta que el beso del liberto no la conmovía tanto como el beso del general. No podía engañarse a sí misma, no sentía nada por Graco, sus besos no la conmovían como los del soldado. El problema era que estaba empezando a sentir por el general unos sentimientos que no deseaba.

     Mientras tanto, Quinto se quedó mirando al liberto y con actitud desafiante se enfrentó al joven liberto advirtiéndole:

—No me gustas nada, vuelve a tocarle un pelo a la chica y la paliza que no te dio el general te la daré yo.

—¡No te pienses que te tengo miedo! ¡Cuando quieras te estaré esperando! Porque esa mujer va a ser mi esposa, te guste a ti o no—. Dijo Graco sacando pecho.

—Eso está por verse. No vuelvas a tocarla—. Dijo Quinto.

—Ya veremos—. Dijo Graco desafiante.

     Quinto lo miró por unos segundos más y marchándose del lugar le volvió a decir:

—Quedas advertido.


     Después de dejar a Julia, Marco se marchó al campamento ya que tenía que reorganizar la seguridad del recinto amurallado.

—¡Criso!—. Llamó Marco al soldado de la entrada mientras pasaba a su tienda.

—¿Si general?, ¿desea algo? ―preguntó el soldado.

—Que vengan todos los mandos de la tropa. Necesito hablar con ellos urgentemente.

—A sus órdenes general—. Y acto seguido el muchacho salió de la tienda dispuesto a cumplir el mandato de su jefe.

     Un rato después Marco se encontraba fuera de la tienda impartiendo las últimas órdenes a sus hombres. Los soldados que estaban de incógnito todavía estaban tratando de averiguar por donde habían escapado los asaltantes. Era imposible que todos esos mercenarios continuaran escondidos dentro de la ciudad, habiendo sido registrada palmo a palmo, sin dejar ni un solo rincón. Nadie sospechoso había entrado o salido de la ciudad.

—Criso, ¿habéis cercado las callejuelas por donde se vieron a los asaltantes la última vez?—. Preguntó el general.

—Sí, los hombres han coincidido en que desaparecieron en esta zona—. Señalando sobre la tierra con un palo, el soldado dibujó las calles principales de Baelo Claudia y el lugar por donde habían desaparecido los asaltantes.

     Marco comprobó que esa era la zona donde se encontraba la casa de Tiberio, sin duda el hombre estaba implicado pero por donde habían desaparecido los mercenarios, todavía era una incógnita.

—Quiero que me consigas algún mapa de las alcantarillas y los subterráneos de la ciudad, especialmente de la zona por donde se les vieron por última vez. Habla con cualquier persona que haya limpiado las alcantarillas últimamente, sobre todo con los esclavos. Averigua si hay subterráneos que comuniquen la ciudad con el exterior. ¿Ha dado Tiberio algún paso en falso?

—No señor—. Contestó el soldado.

—Está bien. A ver si podéis sonsacarle a algún esclavo descontento con su amo, quizás si les ofrecemos algún tipo de recompensa se atrevan a delatarlo.

     Dirigiéndose hacia la tropa que estaba formada en fila, Marco continuó ordenando que armas utilizar a distancia en caso de ataque, ya que causar demasiadas bajas enemigas sin necesidad de entrar en combate cuerpo a cuerpo era esencial para no tener demasiadas pérdidas humanas en su ejército. Distribuyendo a través del muro a los sagittarii, sus arqueros podrían acertar a un hombre desde una gran distancia, estaban especializados en el uso del arco y las flechas.

—Quiero que los arqueros se sitúen a esta distancia del resto de la tropa, algunos se pondrán en las azoteas de los edificios que rodean la zona por la que desaparecieron los asaltantes y los demás tomarán las posiciones acordadas en la muralla, vigilando especialmente la entrada del puerto.

—Mire señor por ahí viene el tribuno Quinto—. Dijo señalando el soldado con la cabeza. Marco viéndolo llegar dispuso a los demás mandos que ejecutaran las órdenes que había impartido.

—Ya pueden retirarse. Ordene a los hombres que descansen—. Dijo Marco al centurión.

     Quinto entró en la tienda acompañado de su general y se sentó en uno de los sillones que había alrededor de la mesa.

—¿Me he perdido algo?—. Preguntó Quinto.

—He dispuesto el refuerzo en el foro esta tarde y en la zona donde desaparecieron los asaltantes ¿Y tú?, pareces serio.

—He tenido unas palabras con el liberto. Estaba intentando forzar a la muchacha para que le correspondiera. Deberías tomar cartas en el asunto, ese hombre no está dispuesto a dejar a Julia tranquila, si es que de verdad te interesa la muchacha.

—¿Cómo que forzarla? —preguntó Marco tenso— ¿se ha atrevido a hacerle algo?, le advertí que no se acercara a Julia.

—Estaba obligándola a que le besara—. Dijo Quinto mirando a Marco.

—¿Julia está bien?—. Preguntó otra vez Marco.

—Ya te he dicho que sí, no te preocupes. Si tú no le dices nada al sujeto ese, me encargaré yo de él. Es demasiado arrogante y no me importaría bajarle un poco los humos.

—Esa es mi guerra y no la tuya, gracias por protegerla—. Dijo Marco enfadado. Estaba harto de tener que disimular su interés por Julia. Acabaría pronto con esa situación, sobre todo con el liberto que no se daba por aludido.

—No hay de qué—. Dijo Quinto en tono guasón—. ¿Qué crees que pasará esta tarde? Se nota en el ambiente que los esclavos de Tito están preocupados, ¿tú no sabes nada del testamento de Tito?

—No, es una incógnita incluso para mí también pero el hombre me pidió que protegiese a Julia y eso haré.

—¿Por qué tantas consideraciones para una esclava?

—Ahora mismo no puedo contarte nada más pero Julia era alguien importante para el hombre. Me da igual lo que haya dispuesto el anciano porque me voy a hacer cargo de ella, aunque haya otro amo por medio. Si no tienes otra cosa que hacer, vámonos a la casa es mediodía y quiero comer pronto.

—Di la verdad, estás deseando verla a ella—. Dijo Quinto.

—Entre otras cosas—. Añadió Marco sonriendo y pensando en la joven, no se le olvidaba de la mente la noche que pasó junto a ella en el campamento, le había concedido tiempo para que se recobrara del sepelio pero su paciencia había llegado al límite. Esa noche y todas las demás noches Julia dormiría con él.


     Julia estaba en la cocina con Prisca y Claudia cuando sintieron ruido a sus espaldas y alguien entró. Las mujeres se quedaron mirando la puerta comprobando como entraba dentro el soldado.

—¿Quiere algo general?—. Preguntó Prisca—. En un momento le servimos la comida.

—Quiero hablar con Julia, ¿me conceden un momento a solas con ella?—. Dijo Marco.

—Sí, desde luego, iremos al triclinium a preparar las mesas para la comida—. Señaló Prisca.

—Gracias.

—¿Dígame general?—. Preguntó Julia incómoda.

—¿Te ha hecho daño ese desgraciado? —preguntó Marco levemente alterado y tocándole la mejilla con los dedos.

—Veo que ya te ha ido el tribuno con el cuento. No tenía que haberte dicho nada, soy perfectamente capaz de defenderme sola pero de todos modos solo ha sido un beso, no ha sido para tanto.

―No quiero ni que te toque, ni que te bese—. Dijo Marco con el ceño fruncido, ya me haré cargo de dejárselo claro.

―¡Vaya!, lo mismo dice él de ti. Pues te vuelvo a decir también lo mismo que le dije a él. Ninguno de los dos tenéis ningún derecho sobre mí, así que preferiría que me dejarais tranquila y respetarais el luto de esta casa.

―Yo respeto tu luto pero no pienso permitir que te alejes de mí ni que el liberto se sobrepase contigo. Estás bajo mi protección y te deseo, es tan sencillo como que admitas que vas a ser mía y cuanto antes lo admitas, mejor irán las cosas. Esta noche hablaremos cuando lleguemos del foro.

     Julia le sostuvo la mirada y posando suavemente la mano en su pecho le dijo.

―No puedo negar la atracción que siento por ti y más cuando hoy me he dado cuenta que los besos de Graco no me estremecen como los tuyos, pero debes de resignarte a que lo nuestro es imposible. Cuando el nuevo amo venga a hacerse cargo de esta casa, seré una esclava más que posea.

―Eso será por encima de mi cadáver y si yo lo permito y dudo mucho que lo vaya a permitir. Aunque tenga que raptarte, tú vendrás conmigo—. Furioso le cogió ambos lados de la cara a Julia y besándola con ardor la volvió a soltar unos instantes después.

―Mira que eres cabezón, ¡Marco no insistas más!—. Dijo Julia preocupada viendo cómo se marchaba.

―Esta tarde estaré cerca de ti y pase lo que pase ten por seguro que nadie me va a decir lo que tengo que hacer y sentir respecto a ti. Nos vemos—. Y dejándola sola salió precipitadamente de la cocina.


     Spículus estaba nervioso mientras esperaba el momento oportuno para atacar. Sus planes de matar al general se habían ido al traste, y encima corría el riesgo de ser reconocido. Los hombres que había dejado a bordo del Fortunase hallaban todavía retenidos dentro del campamento. Estaba seguro que sus hombres no hablarían ni aunque los torturasen, pero por el momento era demasiado arriesgado enfrentarse al general en su terreno. Solamente al amparo de la noche podría entrar en él y liberar a los prisioneros. Pero antes tenía que encargarse de matar al general.

     Tendría que planear el ataque desde tierra y desde el mar. Aunque el buque estuviera custodiado podría hacerse con él sin problemas. Desde el mar sería bastante sencillo bombardear el campamento sin ocasionar muchos daños en la parte baja de la ciudad. No pretendía destruir la ciudad entera, solamente el campamento enemigo pero antes sacaría a sus hombres de ahí.

     Tiberio le había hecho llegar una tablilla con los últimos acontecimientos. Tito había sido enterrado y esa tarde se haría pública la lectura del testamento. Sin duda todo estaría lleno de soldados, el general había registrado todo sin poder encontrar la salida que conectaba la ciudad con el exterior, y esa era un arma que pensaba aprovechar a su favor. Esperaría el momento oportuno, cuanto más descuidados estuvieran, mayor oportunidad de éxito tendría él.


     Esa tarde el foro se hallaba expectante ante la lectura del testamento de Tito, normalmente la lectura se hacía pública tras los días de riguroso luto por el difunto como marcaba la tradición, pero había excepciones en las que el testador decretaba la fecha de la lectura y esa era una de ellas. Muchas familias de la ciudad dependían su subsistencia de lo que ganaban en la factoría, la gente podía comer gracias a la fábrica que montó Tito cuando llegó a Baelo Claudia, por eso era uno de los hombres más apreciado y querido en la ciudad. Como Tito Livio no estaba casado y no tenía descendientes, era una incógnita quién heredaría la fortuna del anciano. Los trabajadores de la factoría temían el futuro tan incierto que se les presentaba, por eso se había creado tanta expectación y más de media ciudad esperaba allí a que se leyesen las tablillas.

     Marco y Quinto llegaron a la plaza seguidos de varios de sus soldados, había intentado buscar al tal Graco pero no había podido conseguir encontrarlo, por lo que había optado por marcharse derecho al foro. De todos modos tenía pensado acudir antes, no iba a permitir que Julia estuviera sola en aquel momento tan delicado para ella ni quitarle el ojo, sin duda alguna el liberto no podía encontrarse muy lejos. Había situado estratégicamente a sus hombres por la plaza sin que la gente se percatara de que eran vigilados. No sabía si los mercenarios andaban a sus anchas por la ciudad y todavía no habían podido sonsacarles la información a los hombres de Spículus, que seguían sin soltar la lengua. Eran demasiado leales, preferían la muerte a delatar los planes de su jefe.

―Julia estaré aquí al lado por si necesitas algo—. Le dijo Marco a la joven acercándose a ella—. No te preocupes por nada más.

     Julia asintió con la cabeza, inquieta siguió esperando en el foro junto a los esclavos de la casa y los de la factoría que la rodeaban como si de una piña se tratasen. Claudia miró a Julia y le dijo:

―Estoy nerviosa Julia, ¿qué vamos a hacer si el nuevo amo no nos quiere? Aunque nos liberaran tendríamos que seguir trabajando para él, ¿qué haremos si no nos quiere en la casa y nos manda a otro lado?, no quiero separarme de vosotros, sois la única familia verdadera que he conocido—. Dijo Claudia agarrando la mano con ansiedad a su amiga.

―No te preocupes por eso ahora, ya veremos lo que hacemos cuando llegue el momento. Mira ya está saliendo el escribano junto con el galeno, están sacando las tablillas del testamento de Tito—. Dijo Julia mirando nuevamente hacia su derecha, comprobando que el general se hallaba cerca de ellos.

     Debajo del pórtico del foro se hallaba Graco con algunos de los libertos que trabajaban en la factoría. Desde donde se encontraba pudo ver perfectamente como el general se acercaba a Julia y hablaba con ella, pero estaba demasiado lejos para escuchar lo que le había dicho. Expectante esperaba la lectura, tenía demasiadas cosas que perder y que ganar y aunque tuviera que obligar a la joven, no estaba dispuesto a facilitarle el camino al general. De reojo podía ver las miradas que Julia le dirigía al general.

     Tiberio también se hallaba en el otro lado del foro, tenía demasiada curiosidad por saber lo que pasaría con la fábrica. Si no había ningún heredero, cabía la posibilidad de que las autoridades subastasen al mejor postor la factoría y allí estaría él para comprarla. Ya se imaginaba dueño de las dos mejores fábricas del mediterráneo. Si ganaba el suficiente dinero podría traspasar su imperio a Roma y dirigir todo desde allí, incluso podría volver a casarse de nuevo. Su mujer ya empezaba a aburrirlo y se estaba volviendo demasiado insolente, habría que hacerla desaparecer también.

     En ese momento el escribano y el galeno que portaban el testamento se dirigieron hacia la concurrencia que se encontraba allí reunida y haciéndose un silencio absoluto en la plaza, el antiguo médico de Tito y amigo empezó a hablar dirigiéndose a la multitud allí congregada.

―Como todo el mundo sabe, esta tarde nos encontramos aquí para leer el testamento del recientemente fallecido ciudadano de Baelo Claudia, Tito Livio. El escribano que se encuentra presente procederá a leerles las tablillas, el testamento es de curso legal y fue firmado ante los testigos pertinentes—. Y dando paso al escribano, el hombre empezó a leer:

"Yo, Tito Livio, domiciliado en la ciudad de Baelo Claudia que acredito identidad ante el escribano publico Adrián Gael, deseando testar en forma ológrafa declaro:

I. Que nacido el día primero del año 16 a. C., soy hijo de la señora Virginia Eruditas y del señor Tito Livio, no habiéndome casado y no habiendo tenido descendencia directa.

II. Que siendo propietario de los fundos, declaro que poseo lo siguiente:

1. Un fundo de veinte mil acres.

2. Una flota de cinco barcos.

3. Seis esclavos.

4. Aproximadamente tres millones y medio de sestercios.

5. Una domus dentro de la ciudad de Baelo Claudia.

6. Una villa en la ciudad de Roma.

7. Y una factoría de salazones.

III. Que no adeudo suma alguna.

IV. Que otorgo la libertad a los esclavos Horacio, Prisca, Claudia y los niños Paulo y Helena pertenecientes a la Casa de Tito. Asimismo manifiesto que a partir del primer día de la lectura de mi testamento se hayan escritos en el censo de ciudadanos romanos de la ciudad de Baelo Claudia como libertos, y que se les proporcionará la cantidad de diez mil sestercios a cada uno de ellos, quedando obligados a retribuir con su trabajo en la Casa de Livio.

V. Que instituyo a Julia, esclava de la casa de Tito, como mi legítima heredera. A partir del primer día de la lectura de mi testamento se encuentra inscrita en el registro de Baelo Claudia y en el registro de la ciudad de Roma como heredera de todos mis bienes y de la Casa de Livio, y así mismo decreto que pasará a recibir el nombre de Julia Livio, como hija adoptada de Tito Livio. Como ciudadana romana tendrá: derecho al voto, derecho al comercio y derecho al ius connubium.

VI. Que como padre y pater familias otorgo mi consentimiento al matrimonio sine manu entre el general Marco Vinicius y mi hija Julia Livio en caso de que otorgaran ambos el consentimiento mutuo para contraer nupcias respectivamente.

VII. Revoco todo otro testamento que hubiere hecho antes de ahora, debiendo prevalecer estas disposiciones que son las expresiones de mi última voluntad. Y no teniendo más que disponer, firmo este testamento, escrito en mi puño y letra a los 20 días del año 69 d. C. en la ciudad de Baelo Claudia."

     El silencio se hizo tan absoluto que nadie pronunció palabra alguna pero todo el mundo se quedó expectante mirando a la joven. Julia se quedó devastada al sentir como ese honorable hombre la proclamaba y adoptaba como hija suya después de muerto. Las lágrimas empezaron a correr por su cara, demasiadas emociones inundaron su corazón, sus oídos no sentían palabra alguna, su garganta enmudecida era incapaz de pronunciar el más leve sonido, ni de alegría ni de congoja. Claudia la tocaba y no percibía su tacto. Como si el tiempo se hubiera detenido, su cuerpo helado desconectó de todo y de todos, sin percatarse de nada todo empezó a girar alrededor de ella y Julia no pudo evitar perder el conocimiento.

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