Capítulo 11
"La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos".
CICERÓN
Julia se encontraba al lado de la cama de Tito, habían llamado al galeno que solía atenderlo normalmente. Después de encontrar al anciano inconsciente en el suelo, el hombre no había recobrado el conocimiento. A pesar de la hora que era, el galeno acudió apresuradamente en cuanto le avisaron de lo ocurrido. Entró deprisa en la habitación de Tito y desplegando sus utensilios encima de una pequeña mesa que había en la habitación empezó a examinar al hombre.
―¿Qué le ha pasado?—. Preguntó Julia al galeno observando cómo se acercaba al anciano.— Todo ocurrió tan deprisa que nadie se percató del amo pero no tiene ninguna herida en el cuerpo, no sabemos porque sigue inconsciente.
―¿Cuánto tiempo lleva desmayado Julia?
―Nos dimos cuenta que había perdido el conocimiento desde que acabó la reyerta, fue cuando lo vimos tumbado en el suelo.
―¿Qué tienes tú en el cuello?, ¿te hirieron nuevamente? —preguntó el galeno preocupado.
―No es nada grave, examina primero a Tito, me preocupa más. Está demasiado pálido.
―No te preocupes, ahora mismo lo veo. Sal y tráeme más luz, voy a necesitarla—. Ordenó el médico empezando a trabajar eficientemente.
El hombre se dispuso a examinar a su amigo y comprobó que las pulsaciones eran demasiado lentas, era lo que se temía desde hacía tiempo. Tito padecía una grave enfermedad del corazón y el anciano que conocía la gravedad de su estado no había querido preocupar a esa muchacha contándole la verdad. Con el asalto a la vivienda, su cansado corazón no había podido resistir tantos sobresaltos y emociones, sin duda había sufrido un infarto. Era bastante difícil que superase aquello, su corazón estaba demasiado degastado y había llegado a su límite. Desde los acontecimientos en que Julia había sido herida, el anciano había sufrido un retroceso, lo que había ido agravando cada vez más su estado de salud. En ese momento, Julia junto con el general entraron en la habitación con más candiles y velas.
―Le pondré las velas más cerca para que pueda ver mejor ―sugirió Julia.
―¿Cómo se encuentra el anciano?, ¿es muy grave lo que le acontece?—. Preguntó Marco que estaba situado detrás de Julia.
―Creo que debo hablar con ustedes en privado, si son tan amables salgan un momento y ahora cuando termine de atender a Tito les cuento todo lo que deseen—. Dijo el galeno sin mirar a ambos jóvenes.
―Muy bien, lo esperaremos fuera. Julia deja al médico hacer su trabajo, él sabe lo que hace.
Julia y Marco se fueron a la biblioteca de Tito, allí esperaron a que el hombre terminara. La muchacha caminaba de un lado a otro de la sala demasiado inquieta. Prisca entró mientras tanto dispuesta a curar las heridas de los dos jóvenes, por lo menos sería útil ahí, necesitaba mantenerse entretenida haciendo algo mientras examinaban al amo.
―He traído todo lo necesario para limpiaros las heridas que tenéis, por lo menos hasta que el galeno os pueda atender.
Marco dirigiéndose a la cocinera le dijo:
―Atienda primero a Julia.
―Muy bien. Déjame examinarte muchacha, siéntate en esta silla que vas a desgastar el suelo de tanto pasearte en él.
Prisca limpió la herida del cuello de Julia y una vez que terminó le aplicó un ungüento para que la herida cicatrizara. Cuando estaba terminando de curar al general apareció por la puerta el galeno.
―Ya veo, que les han atendido—. Dijo el médico mientras Prisca los dejaba solos y se llevaba los utensilios—. Gracias Prisca por adelantar mi trabajo, tú siempre tan eficiente. Bueno imagino que querrán saber que le pasa a Tito. No me andaré por las ramas y seré sincero, Tito padece una grave enfermedad desde hace mucho tiempo y no le queda mucho tiempo de vida, me temo que pronto nos dejará.
Julia se levantó del sillón donde estaba sentada y espantada le preguntó:
―Pero, ¿qué está diciendo?, Tito no puede estar muriéndose...no puede ser, no tiene ninguna herida ¡Eso es imposible!—. Dijo Julia negando con la cabeza y mirando con incredulidad al galeno.
―Lo siento mucho Julia, se cuánto quieres y aprecias a Tito, por eso mismo él no quiso en ningún momento que te contáramos la verdad. Pero lo cierto es que tu amo llevaba mucho tiempo gravemente enfermo y me temo que los acontecimientos de esta noche lo único que han hecho ha sido precipitar el agravamiento de su mal. Padecía una enfermedad de corazón que poco a poco iba debilitándole, estos últimos meses ha hecho un verdadero esfuerzo por aparentar normalidad pero mucho me temo que desde que se enteró de tu secuestro y te vio gravemente herida, su vida ha ido debilitándose poco a poco.
Julia dejó escapar un leve gemido de angustia. Apoyó los brazos en el escritorio de su amo y empezó a sollozar desconsoladamente por el hombre que era la única familia que había conocido. La muchacha dejó de ser consciente de todo lo que le rodeaba. La casa sin él no volvería a ser lo mismo.
Marco no pudo aguantar verla en ese estado y sin importarle que el otro hombre estuviera delante se puso detrás de ella y volviéndola hacia él, le proporcionó el poco consuelo que podía, pero ella estaba tan sumida en su dolor que no era consciente de que el hombre la rodeaba con sus brazos. El soldado le levantó el rostro y manteniendo su atención centrada en ella, vio las lágrimas que estaban corriendo por su cara y dejando escapar un gemido de frustración le limpió las lágrimas con sus propios dedos.
―Julia mírame―. Le pidió Marco—. Tienes que ser fuerte, Tito todavía no está muerto y hay que procurarle todo el bienestar posible hasta que decida dejarnos.
Dirigiéndose al galeno le volvió a preguntar:
―¿Está seguro de lo que está diciendo?, ¿no hay ninguna posibilidad de que se estabilice y supere su estado?
―Voy a serle sincero...no creo que pueda pasar de mañana. Su corazón irá debilitándose poco a poco, es lo que su naturaleza aguante. Lo lamento mucho Julia, sé el cariño que le tenías y a su vez el que te tenía a ti. Lo lamento profundamente, con él se va también mi mejor amigo. Se va un gran hombre.
Julia que seguía llorando posó su cabeza sobre el hombro de Marco, el general la abrazó más fuerte y abrazándola escuchó como Julia le daba las gracias al galeno.
―Siempre fue como un padre para mí. Le agradezco que haya estado pendiente de él estos meses, por lo menos pudo contar con usted, ¿hay algo más que se pueda hacer por él? ―preguntó Julia totalmente desconsolada.
―No, me temo que no. Estaré revisando a los soldados que están heridos fuera mientras esperamos la evolución de Tito, me temo que la noche va a ser larga.
―Muchas gracias doctor―. Volvió a repetir Julia.
Cuando el galeno salió de la biblioteca, Julia se quedó mirando a Marco y entre lágrimas le preguntó:
―¿Qué voy a hacer sin él?
―No te preocupes, lo superaras. Yo estaré aquí contigo para ayudarte. Vente, límpiate la cara y vayamos a comunicárselo al resto de la gente.
Mientras Julia fue en busca de los demás criados, Quinto entró en el atrium en busca de Marco.
―Marco se han escapado, alguien debe haberles dado cobijo dentro de alguna casa porque en medio de una de las callejuelas han desaparecido y el barco sigue en su sitio.
―En cuánto amanezca que revisen la ciudad de arriba a abajo, que no quede un hueco sin registrar. Esos mercenarios están metidos dentro de la ciudad. Revisaremos la casa de Tiberio especialmente ¿Han dicho algo los hombres de Spículus en el campamento?
―No, todavía no, prefieren morir a delatar a su jefe.
―Pues si tienes que matarlos a todos para hacerles hablar, hazlo.
Horas después, Julia y Marco se encontraban al lado del cuerpo moribundo de Tito cuando el hombre despertó de su inconsciencia. Demasiado debilitado apenas pudo hablar pero dirigiendo su cansada mirada hacia los dos jóvenes instó a Marco para que se le acercara y con un susurro pidió hablar con él.
―Julia déjanos un momento a solas, quiere hablar conmigo un momento―. Le dijo Marco.
Una vez que la joven hubo salido, Marco se acercó al lecho de Tito y aproximándose todo lo posible para no molestarlo se prestó a escuchar lo que el hombre quería decirle. Con una voz demasiado débil y temblorosa Tito instó a Marco para que escuchara con atención.
―Marco tengo que pedirte algo muy importante para mí...Hubo algo que pasó hace muchos años...., me queda muy poco tiempo para partir pero no puedo irme tranquilo, tienes que escuchar atentamente muchacho.....―dijo Tito nervioso, apenas podía hablar y hacía pausas cada vez que intentaba hablar.
―No se altere Tito, tiene que conservar las fuerzas que tiene—. Le sugirió Marco.
―No, es preciso que te cuente algo. No sé porque extraña razón de los dioses volviste a nuestras vidas y qué hilos del destino hicieron que no me reconocieras cuando llegaste a la ciudad....nuestras vidas se cruzaron hace muchos años, y aunque tú ignores el pasado debo contarte qué ocurrió... En mi breve estancia en Roma fui tú maestro.
―¿Mi maestro?, ¿Cuándo?, no lo recuerdo—. Dijo Marco confundido.
―Hace demasiados años, cuando eras pequeño solías acudir junto con tu hermano a palacio para recibir clases junto a la hija del desaparecido emperador Calígula.
―¡Por los dioses!, ¿era usted? Hay determinados detalles y pasajes de mi vida de los que no conservo recuerdo alguno. En aquella época del asesinato del emperador, tuve un accidente y perdí la memoria, estuve mucho tiempo sin conocimiento y cuando lo recuperé no recordé nada de aquellos días. Según le dijeron los galenos a mi padre, mi rechazo a la muerte de la hija de Calígula hizo que negara la realidad olvidando todo lo sucedido en ese periodo. Mi madre me contaba que siempre andábamos jugando juntos y que le tenía mucho apego a la niña. Al día siguiente de la muerte del emperador, cuando mis padres me contaron lo sucedido, salí corriendo de la sala sin que me pudieran alcanzar, en mi carrera debí tropezar con algo y me golpeé la cabeza perdiendo la memoria, me encontraron sin conocimiento. Lo que sí me contaron posteriormente fue que en medio de aquel caos mi maestro desapareció también, mucha gente le dio por muerto ¡Por eso no me acuerdo de usted!
―Ahora entiendo porque no me reconociste. Cuando desaparecí tenía una imperiosa razón que debes conocer—. Tito cogiéndole la mano a Marco por encima de la sábana, le apretó fuertemente la mano y le exigió—...debes prometerme que lo que te cuente no saldrá de aquí.
―Esté tranquilo que sabré guardar lo que me cuente—. Cuando Marco se lo prometió, Tito dio un leve suspiro de tranquilidad y prosiguió con su relato.
―Tenía un motivo muy importante para desaparecer. La hija de Calígula no murió ese día―. Dijo mirando a Marco, yo me la llevé para que no la mataran.
―¿La secuestró?
―No, la salvé, había un complot para asesinarla también. De hecho se corrió el rumor de que la habían matado pero nunca llegaron a encontrar el cuerpo y ahora me temo que después de tantos años el esfuerzo no valió la pena. Aun así, han intentado matarla. Debes prometerme que la protegerás.
―No se preocupe, sabe que haré por la muchacha todo lo que esté en mis manos ¿Dónde la tiene escondida?—. Preguntó Marco.
―No la tengo escondida—. Dijo mirando fijamente al soldado.
Marco callado se quedó mirando fijamente al hombre y como si una luz le hubiera iluminado el entendimiento dio un respingo y moviendo la cabeza empezó a negar diciéndole:
―No puede ser ella—. Dijo sorprendido.
―Sí, es ella. La cuidé como si de una hija se tratara y le proporcioné todo lo necesario para que pudiera ser autosuficiente el día que yo faltara, pero ahora me temo que está de nuevo en peligro...ella no nació siendo esclava, es más procede de la clase más noble de Roma, es la hija del propio emperador. Prométeme que la cuidarás por mí, si alguien supiera de su destino su suerte sería más incierta todavía.
―Se lo prometo, esté tranquilo—. Le aseguró Marco.
―No pienses que no me he dado cuenta de tu interés por ella, pero ahora que ya sabes quién es debes protegerla hasta de ti mismo. Ella no es una simple esclava...sin daros cuenta vuestros destinos se volvieron a unir, no sé porque extraña razón ―dijo débilmente el hombre mirando al vacío.
Marco demasiado asombrado y conmovido por las palabras de su antiguo maestro no supo que responderle, demasiadas preguntas le rondaban por su mente pero no era el momento oportuno. Estaba realmente sorprendido de que aquella niña con la que él jugaba y que el dolor ante el conocimiento de su muerte había borrado de su mente infantil, fuera la misma mujer que él deseaba. Qué retorcidos hilos del destino les tenían preparados los dioses para que después de más de veinte años se hubieran vuelto a encontrar.
―No se preocupe Tito, haré todo lo posible por encontrar a los culpables y porque a Julia no le suceda nada.
Quedándose el anciano más tranquilo le pidió que hiciera pasar a Julia. Marco salió en busca de la joven y mirándola de una forma extraña e intensa la hizo pasar otra vez dentro de la habitación del anciano.
―Quiere hablar contigo ahora, esperaré fuera―. Dijo Marco sin mirarla a los ojos.
Julia miraba demasiado emocionada al anciano postrado en la cama, arrastrando los pies se acercó a su lecho y arrodillándose en el suelo lo cogió de la mano. No hicieron falta palabras, con las miradas eran capaces de comunicarse sin hablar. Ella sabía que ese hombre tan querido por ella se iba, apoyando la cabeza encima de su cuerpo el anciano le tocó el cabello con cariño.
―No quiero que llores Julia, sabías que este momento llegaría algún día. Todo ha sido un poco precipitado, pero eres una mujer fuerte, sabrás reponerte.
El anciano difícilmente podía articular palabra alguna, su corazón se iba apagando lentamente y su respiración era cada vez más trabajosa. Julia levantó la cabeza al ver que Tito había dejado de hablar, asustada se acercó más, cayéndole las lágrimas por el rostro sin poder evitarlas. Una pena demasiado fuerte se instaló en su pecho, un dolor desgarrador. Nunca fue consciente de que ese hombre se tuviera que ir algún día, vivían en su pequeño y seguro mundo que habían creado entre los dos y se iba para dejarla sola. Llorando lo abrazó.
―¡No estoy preparada para que te vayas! Nunca había pensado que llegaría este momento ¿Qué voy a hacer sin ti?—. Dijo Julia preocupada.
―Lo superarás, no en vano te he criado todos estos años para que te conviertas en un despojo de mujer. Deberás ser fuerte, he dispuesto todo para que estés protegida, una persona se ocupará de mi testamento y de ayudarte en lo que necesites. Ya se sabrá todo a su debido tiempo. Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti, desde que dejamos Roma no ha habido ni un solo momento que me haya arrepentido de la decisión que tomé. No mires nunca atrás y haz siempre lo que te dicte el corazón, porque el corazón nunca se equivoca. Esta vida no está hecha para cobardes, confía en el general, él te ayudará.
En ese momento el anciano dejó de hablar y cerró los ojos demasiado cansado para poder seguir hablando. Julia siguió acurrucada sobre él, aunque las personas estuvieran preparadas para afrontar la muerte de un ser querido, ella era consciente del gran vacío que iba a dejar en ella. Dejó vagar su mente otra vez por ese mundo de recuerdos que atesoraba: las primeras lecciones en la biblioteca pasando horas y horas debatiendo sobre filosofía y economía, sus paseos por la playa, sus compras en el foro, sus consejos, su paciencia y sobre todo su bondad.
Era de madrugada cuando Julia junto con los demás esclavos de la casa acompañaban al moribundo en su lecho para darle el último adiós. Un pesado y doloroso silencio reinaba en la habitación. Cuando el médico asintió con la cabeza hacia Julia confirmando que era el último aliento de Tito, Julia se acercó a su amo como exigía la tradición y recogiendo el último aliento del hombre le dio un beso para que su alma no fuera atrapada por malos espíritus o encantamientos, y cerrándole los ojos le llamó por tres veces por su nombre como era costumbre para comprobar que el hombre realmente había muerto.
Prisca salió silenciosamente llorando de la sala y se dirigió a por agua y a por los ungüentos que necesitaban para el ritual funerario. Momentos después lavaron el cuerpo del hombre y lo perfumaron con los aceites. Una vez que le pusieron sus mejores ropas, en este caso una toga por ser un ciudadano importante, lo cubrieron con un sudario blanco. Horacio ayudó a las mujeres a depositar el cuerpo de Tito sobre una litera con los pies hacia la puerta de entrada rodeado de flores, símbolo de la fragilidad de la vida. Así mismo, le colocaron una corona en la cabeza y se le puso una moneda en la boca para pagar al barquero Caronte en su trayecto al más allá.
Por la condición social de Tito, su cuerpo permaneció expuesto en el atrium. En la puerta de la casa se colocaron ramas de ciprés para avisar a los habitantes de Baelo Claudia de la presencia de un muerto en el interior de la domus y la puerta se mantuvo cerrada para comunicar que no se debería solicitar la atención para ningún negocio hasta que se celebrara la ceremonia de purificación tras las exequias. El velatorio duró cinco días, tras los cuales toda la gente que trabajaba para Tito y los habitantes de la ciudad que apreciaban al hombre, acompañaron su cuerpo rindiéndole el respeto que se había ganado durante tantos años.
Era ya la segunda noche del velatorio cuando Marco y Quinto miraban atentos en el atrium donde se exponía el cuerpo del difunto la gente que entraba, no habían conseguido encontrar a los mercenarios y el registro de la casa de Tiberio había resultado infructuoso.
―Deberías convencer a la joven que descanse, se nota que no puede más y está que se cae, si fuese mi mujer no la dejaría ahí—. Dijo Quinto a Marco.
―¿Y quién te ha dicho que es mi mujer?—. Preguntó Marco poniéndose a la defensiva.
―No eres capaz de despegarte de ella, estas igual que un perro cuando van a quitarle su hueso y encima los demás se han dado cuenta. Te pones como un energúmeno cada vez que se le acerca el tal Graco, el cual dicho sea de paso se muere de ganas por hablar con ella.
―Ya me he dado cuenta, si pudiera lo borraba del mapa.
―Pues yo de ti, no dejaría que se le acercara tanto. Se le ve totalmente decidido a hacerse cargo de la joven, no hay más que verle como la mira. Y ahora muerto Tito no hay nada que se lo impida.
―No me digas más, que cada vez que lo veo me pongo negro. La llevaré al campamento, allí no podrá seguirme el liberto. Inventaré algo para poder sacarla de aquí.
Sin pensárselo más, Marco se fue derecho a donde estaba Julia sentada y en voz baja le susurró si podía acompañarlo. Cuando Julia lo miró, asintió y levantándose con dificultad lo siguió fuera de la sala. Quinto observó como Graco se quedó mirando al general cuando se llevó a Julia del funeral, su cara era todo un poema.
Graco se sentía impotente ante el soldado, había demasiada gente para montar una escena pero más tarde hablaría con Julia cuando regresara. Le prohibiría que volviera a quedarse a solas con el general.
―Julia necesito que me acompañes al campamento—. Dijo Marco a la muchacha.
―¿Ahora?, no puedo abandonar la casa, estamos en medio del velatorio.
―Es necesario que reconozcas a alguien en el campamento, están interrogándolo.
―¿Habéis encontrado a los hombres que entraron?—. Preguntó Julia sorprendida.
―Cuando lleguemos te contaré todo—. Dijo Marco no queriéndole dar más explicaciones para que la joven no sospechase.
Julia caminaba cansada al lado del general, la cabeza le dolía y los ojos no podía abrirlos del cansancio después de dos noches sin dormir y de tanto llorar estaba exhausta. Cuando llegaron a una tienda de color rojo situada en el centro del campamento, Marco le abrió la puerta para que entrara dentro. Era la primera vez que Julia pisaba el campamento. La hizo pasar a una sala que era espaciosa y amplia, se notaba que era la zona de trabajo del militar porque sobre una mesa tallada situada justo en el centro del lugar se encontraban numerosos mapas y documentos depositados en ella. Al fondo de la tienda había una cortina que separaba la sala de lo que debía ser una especie de dormitorio.
―¿Dónde están esos hombres?—. Preguntó Julia.
―No te he hecho venir para que reconozcas a alguien —le dijo Marco observando su reacción.
―¿Y entonces para qué? ¿Dónde están los mercenarios?—. Preguntó Julia inquieta.
―Era mentira, solo ha sido una pequeña estratagema para traerte hasta aquí.
Julia lo miró atentamente y le volvió a preguntar:
―¿Para qué me has hecho venir entonces?
―Quiero que comas algo y que descanses, Tito me dejó encargado que me ocupase de ti y agotándote no vas a conseguir nada.
Julia estaba demasiado furiosa cuando lo escuchó hablar, su lugar no estaba en esa tienda, sino velando el cuerpo de su amo.
―Me voy, sabes que debo estar en el velatorio de Tito.
―Lo harás cuando hayas descansado, no puedes pretender estar cinco días sin dormir —dijo Marco intentando intimidarla.
―No puedes impedírmelo.
―Sabes que puedo y lo haré, así que no me provoques porque te puedo retener todo el tiempo que quiera aquí. Solo pretendo que comas algo y que descanses un poco.
―Probaré algo, pero me iré enseguida—. Le dijo Julia. Sabía que cuando ese hombre se lo proponía no podía hacer nada y mucho más estando en su terreno.
―Siéntate, ordenaré que te traigan algo de cenar.
―Julia se sentó en una de las sillas, apenas tenía hambre pero sabía que hasta que no comiera algo no se iría de allí.
Marco salió de la tienda y a uno de los centinelas le dio la orden de que trajera algo de cenar. Julia seguía sentada en la silla cuando momentos después Marco entró acompañado por el soldado. Depositando la comida en la mesa el muchacho se retiró.
―Come algo, mañana será otro día. Tito no hubiera querido verte así.
―No me apetece comer nada.
―Come—. Le ordenó Marco.
Julia solo pudo probar un poco de pan y de queso pero era incapaz de que la comida le pasara por la garganta. Mirándolo fijamente le dijo:
―Marco no puedo más, ¿me dejarás marchar ahora?
―Quiero que descanses aquí un rato, si te vas a la casa estoy seguro que no lo vas a hacer y acabarás desfallecida.
―No me voy a acostar aquí, si crees que me vas a obligar estás muy equivocado―. Dijo levantándose, intentando dirigirse a la entrada de la tienda.
Marco le cortó el camino y cogiéndola del brazo la acercó hacia él, levantándola del suelo la llevó en brazos hasta la otra sala que había detrás de la cortina. Julia intentaba impedírselo forcejeando con él, pero no podía luchar ni resistirse ante la fuerza del soldado. Dejándola en el lecho se acostó al lado de ella.
―No me toques, por favor.
―No debes temer nada, solo descansaremos un rato y luego volveremos a la casa. Ya sabes lo testarudo que puedo llegar a ser―. Le dijo Marco.
―Ni hablar ¡Suéltame!—. Julia sabía que aunque no la estaba abrazando con fuerza, le sería imposible liberarse de él.
―Sólo quiero que descanses, deja de comportarte de manera tan infantil, no es para tanto―. Respondió Marco.
Cuando Julia se cansó de forcejear se quedó quieta, ya no podía luchar más contra aquel hombre. Descansaría como quería el general pero en cuanto pudiera se marcharía de allí. Cerró los ojos para no tener que verle más la cara.
―¡Maldito seas! No siempre te vas a salir con la tuya―. Le dijo Julia volviéndose.
Tumbado al lado de Julia sabía que todavía estaba despierta pero por lo menos había dejado de luchar, había cerrado los ojos pero no hacía falta ser adivino para averiguar lo que pasaba por la cabeza de ella, estaba deseando alejarse de allí. Marco estaba preocupado por esa mujer que se le estaba metiendo en la sangre y en el alma, nunca había tenido que obligar a ninguna mujer a quedarse en su lecho y ella no dejaba de enfrentársele. El descubrimiento de quien era todavía lo tenía demasiado sorprendido, sentimientos nuevos se estaban apoderando de él y le inquietaba. En su pasado esa mujer había tenido un lugar en su vida y ahora volvían a encontrarse. No podía negar la irresistible atracción que sentía, de pequeña era tan importante para él que perdió la memoria cuando supo de su muerte y ahora la deseaba desde el mismo momento en que subido encima de su caballo la vio en la calle, todos los sentimientos por esa mujer eran contradictorios: deseo, protección, alegría, preocupación... Esos inquietos ojos verdes le volvían loco y su sonrisa lo cautivaba, y estar abrazándola aunque ella estuviera enfadada era demasiado reconfortante. Lamentaba profundamente la muerte de Tito, pero se sentía feliz de tenerla entre sus brazos. Le había prometido al anciano que velaría por ella y así lo haría.
―Julia, ¿estás dormida?—. Le preguntó cuando vio que su respiración se había vuelto más sosegada y pausada.
Cuando no percibió ningún movimiento por parte de ella bastantes minutos después, se acercó más y le puso la mano en el hombro volviéndola hacia él. Tocándole la base del cuello con los dedos fue subiendo con el dedo hasta que le acarició sus labios, los cuales sabían a fruta madura y lo dejaban siempre con la sensación de querer tomar más, y su cabello que parecía estar besado por el sol, le inducía siempre a acariciarlo. Mientras dormía observaba sus cambios de expresión: entre sus rubias cejas se formaba un leve ceño, como si sus sueños no fuesen nada tranquilos. Marco le acarició la mejilla y sin poder resistirse volvió a besarla en la frente, aunque se agitaba y susurraba cosas, la volvió a abrazar protegiéndola hasta de sus propios sueños. Poco tiempo después Marco se quedó dormido con ella en sus brazos.
Al día siguiente, la brillante luz de la mañana calentaba el interior de la tienda. Julia, todavía medio dormida, dedujo que el sol debería ser muy fuerte para que sintiera tanta calor.
Notó que algo se movía detrás de ella y, apoyándose en un codo, se giró hacia el otro lado, Marco la estaba observando con cara soñolienta, sus esplendidos y atractivos ojos azules la miraban divertidos. Estaba tan guapo con el cabello revuelto y con la cara todavía adormilada que casi tuvo que contener la respiración.
—Nos hemos dormido —dijo Julia escandalizada—. Todos los soldados sabrán que he dormido aquí contigo. Siempre me levanto antes del amanecer y ahora...¡Por los dioses! ¿Cómo voy a salir ahí afuera?
—Relájate y respira hondo ¿Has dormido bien?—. Creo que voy a dejar que duermas conmigo todas las noches.
—Eres demasiado prepotente y creído si piensas que te lo voy a permitir—. Dijo Julia― ¿Por qué insistes tanto? Sabes que somos de distintos clases sociales, tu vida no puede cruzarse con la mía sino es para usarme y abandonarme como si de un trapo viejo fuera. Tu eres un patricio y yo una esclava. Algún día tendrás que formar tu propia familia y eso no puedes cambiarlo, yo no soy plato de segunda mesa para nadie. Aunque no lo creas, tengo una vida por delante y aunque no tenga derechos como esclava, hay una cosa que no me puede quitar nadie y es la dignidad. No pienso permitir que nadie me señale por la calle como la amante o la concubina del general.
Marco abrazándola de repente le dijo:
—Nadie que precie su vida se atreverá a insultarte de ese modo. Pero no me pidas que me aleje de ti, porque no estoy preparado para dejarte marchar ahora que te acabo de encontrar, te deseo demasiado—. En ese mismo momento Marco se aproximó más a Julia y poniéndose encima de ella, la cubrió con su cuerpo atrapándola debajo y sin poder remediarlo la beso como llevaba deseándolo desde hacía tiempo. Esa mujer era suya y la tenía debajo de él para atormentarlo. Marco lamió con la punta de su lengua el lóbulo de su oreja y ella gruñó extasiada. Su boca buscó la de ella con una presión cálida y urgente, y sin demasiada delicadeza hundió agresivamente su lengua en ella. Julia levantó sus manos hasta la cara de él y tocando con sus urgentes dedos la barba, le salió al encuentro. Un sonido áspero surgió de lo más profundo de la garganta de él, un gruñido masculino de satisfacción y placer. Sus brazos se cerraron en torno a ella en un abrazo inquebrantable que ella aceptó encantada. Julia lo rodeó con sus brazos, aferrándose con desesperación a su espalda, a los duros y tensos músculos de él.
Marco gimió cuando sintió las manos de Julia en su cuerpo. La voracidad de Marco fue en aumento, se le aceleró la respiración y el pulso le latió con fuerza, hasta que se percató de que estaba a punto de perder el control.
—Quiero verte—. Descendió sobre ella, inmovilizándola con su sólido cuerpo sobre la cama. Julia sintió que le agarraba la parte delantera de la túnica y se la levantaba dejándola expuesta ante él.
—Marco, no estoy preparada...espera —murmuró ella, temiendo lo desconocido.
—No te preocupes, solo quiero verte—. Marco dejó al descubierto sus estilizadas piernas y su cuerpo. Lamiendo con la lengua su abdomen la saboreó, fue subiendo poco a poco por su cuerpo, besando y adorándola con pequeños mordiscos en cada trozo de piel descubierta. Con un último tirón terminó de sacarle la túnica por la cabeza ya que le obstaculizaba la vista de sus hermosos pechos, Marco no podía hablar conmocionado de lo bella que era. Conteniendo la respiración volvió a cubrir la boca de ella penetrando con la lengua profundamente, mientras sus caderas se movían con lentas embestidas sobre el centro del cuerpo femenino. Excitada sentía el cuerpo de Marco empujar sobre ella, estaba consumiéndola con sus cálidos e indagadores besos y cada provocativo empuje provocaba ardientes sensaciones que se extendían por su cuerpo.
Julia se retorcía impotente, incapaz de hablar con esa boca de él poseyendo la suya. Estaba ocurriendo algo, sus músculos se tensaban y sus sentidos esperaban con ansia algo...¿el qué?, iba a desfallecer si él no se detenía. Quería pararlo y a la vez que no parara pero sus manos no podían dejar de acariciarlo.
Metiendo las manos bajo la espalda de Julia, le ahuecó el trasero y la alzó para apretarla contra la presión ardiente de su miembro. Ambos gimieron con la exquisita sensación.
—¡Marco, por favor!—. Dijo Julia extasiada sin saber qué le exigía.
De repente, Marco se apartó un poco de ella apoyando sus brazos a cada lado de su cabeza, apoyando su frente en la de la joven y mirándola le dijo seriamente:
—Esta vez nos marcharemos pero la próxima vez que te tenga en una cama te haré mía, no lo olvides ―dijo acariciándole la sonrosada mejilla—. Te deseo y sé que tú a mí también. En cuanto te vistas, nos iremos y deja de preocuparte por los soldados.
En la quinta noche del velatorio todo estuvo preparado para llevar el féretrum de Tito hasta su última morada, ocho hombres llevaban en hombros al querido y apreciado maestro, por donde iba pasando el cortejo fúnebre impresionaba su majestuosidad por la multitud de personas que lo acompañaban, a pesar de que el anciano no tenía familia, sus esclavos, los libertos que trabajaban para él y numerosos ciudadanos que lo apreciaban portaban numerosas antorchas iluminando el paso empedrado que llevaría al hombre a su última morada. De riguroso negro y con el pelo suelto, las mujeres lloraban detrás, Julia cabizbaja y rota por el dolor llevaba parte de las insignias que lo acompañarían en la otra vida. Marco permanecía al lado de ella, observando inquieto a todos los acompañantes, no se fiaba de los mercenarios y ahora que conocía el origen de la joven, más desasosiego sentía.
Por su parte, Graco que cargaba el féretrum con los demás hombres era consciente de la presencia del general al lado de Julia. Durante los cinco días que había durado el velatorio el soldado había permanecido en la domus custodiando a la joven, estaba harto de verlo al lado de ella. Muerto Tito, sin duda las cosas cambiarían, no habría ningún impedimento para que Julia se convirtiese en su mujer. Normalmente al no tener familia, el amo decretaba en su testamento la libertad de sus esclavos y conociendo a Tito como lo había conocido, estaba prácticamente seguro de que así lo habría dispuesto.
Cuando llegaron al foro se depositó el cadáver de Tito delante de la Tribuna y el general que era la persona de más alto rango leyó el panegírico, rememorando sus virtudes y lo que había conseguido el difunto a lo largo de su vida, rodeados en riguroso silencio por todos los asistentes al funeral. A continuación, volvieron a cargar el féretrum hasta la necrópolis. Cuando salieron de la ciudad las hileras de las tumbas se alzaban a cada lado de la calzada con lápidas llenas de epitafios, los hombres depositaron el cadáver en la pira y Julia procedió a abrirle los ojos para que Tito pudiera ver nuevamente la luz y pronunció su nombre en voz alta como era costumbre por última vez. Rodeado de las ofrendas, Horacio prendió fuego a la pira.
Horas después, consumido el fuego, Julia junto con las mujeres recogieron en una tela blanca los huesos calcinados y los enterraron en una urna en el columbario. Así se cerraba el ciclo de la vida y de la muerte, pero lo verdaderamente importante como predijo Cicerón es que la vida de Tito perduraría en la memoria de todos los que lo conocieron.
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