Capítulo 10
"Proeliis parta sunt, ferro et viribus, sed bella parta caput. "
"Las batallas se ganan con espadas y fuerza, pero las guerras se ganan con la cabeza".
Publio Cornelio Escipión.
En el Imperio Romano se consideraba que el olivo y sus ramas eran símbolos de paz, fertilidad y prosperidad, sobre todo era bastante apreciado su producto. El aceite de oliva poseía una calidad que era muy alabada por los romanos. En la Bética, se centraba principalmente casi toda la agricultura que abastecía de aceite a Roma: desde Aurige, Corduba o Hispalis se hacía llegar el producto a la ciudad de Baelo Claudia, sobre todo a través del río Baetis que era navegable y servía para mandar barcos de gran calado con el aceite.
Roma exportaba gran parte de las ánforas y del aceite desde el puerto de Baelo, aunque su exportación era comparable con la que se producía en la provincia de Hispania Citerior, concretamente en el Puerto de Cartago Nova. Esta exportación de productos necesitaba un gran número de ánforas y las que se fabricaban en Hispalis eran sobre todo las más requeridas, con lo cual los alfareros mostraban sus mejores cerámicas a sus potenciales compradores en el foro.
En el macellum de Baelo numerosos comercios competían en el foro, se encontraban situados en tres de sus laterales donde unas galerías con pórticos mostraban las tiendas que daban al exterior de la fachada principal. Desde bien temprano, la actividad en el macellumera frenética y bulliciosa, numerosos comercios ofrecían sus mejores productos a sus clientes: panaderías, carpinterías, carnicerías, pescaderías, tabernas, herrerías, zapaterías,...eran algunas de las variadas y pintorescas tiendas que se encontraban en él. Pero si había entre esos comercios unos que especialmente destacasen, eran sin duda los florecientes alfareros y vendedores de aceite de oliva.
Julia estaba preparada para ir esa mañana al macellum, después de servir el desayuno y de la salutatio matutina de su amo, debía comprar las cosas que necesitaban en la casa. Sabía que después de lo sucedido la noche anterior era muy probable que el romano estuviera esperándola, resignada salió en busca de los soldados.
Marco que no esperaba perder el tiempo, estaba completamente decidido a acompañar a Julia al macellum. Posiblemente la muchacha pensaría que lo hacía por evitar que viera al liberto, pero la realidad era que disfrutaba de su compañía y de la diatriba de la joven. Julia iba por el atrium cuando lo vio esperando en la puerta junto con sus soldados y llegando a su altura le dijo:
—No era necesario.
—Yo creo que sí—. Dijo Marco insistente—. Vamos será interesante ver el foro.
—¡Si insistes! Pero lo puedes ver perfectamente tu solo, no necesitas de mi compañía—. Le dijo Julia mientras salía ¿Te das cuenta que desde que llegaste a la ciudad no te despegas de mí? ¿Has pensado lo que va a decir la gente?
—Eso no es del todo cierto, pero si quieres pensarlo así. Y lo que digan los demás no me importa mucho que digamos —Julia lo miró sin decirle nada más.
Acompañados y escoltados por sus legionarios, llegaron al mercado de la ciudad. Todo lo que uno pudiera necesitar lo encontraba allí: frutas, verduras, zapatos, muebles, pan, carne, pescado, aceite, telas, adornos para el pelo, especias exóticas... era todo un espectáculo de colores y olores. Sin embargo, Julia que habitualmente solía disfrutar en esas salidas, permanecía particularmente callada, se sentía incómoda con la presencia del general a su lado. Sin embargo, no intentó decir nada cuando lo vio tan decidido a acompañarla, sabía que no había manera de persuadirlo.
—Dime Julia, ¿Qué tienes que adquirir aquí?—. Preguntó Marco.
—¿Ya no me llamas "esclava"?—. Dijo mirándolo y reprendiéndolo con la mirada.
—La naturaleza de nuestra relación ha cambiado, no tiene sentido que te llame así, puesto que tú no terminas de decidirte entre tratarme de usted o tutearme, he decidido que te llamaré por tu nombre, Julia—. Dijo sonriente el soldado.
La joven dando un prolongado suspiro le advirtió.
—No pienses que porque me hayas besado mantienes una relación conmigo, que estás equivocado.
Marco sabía que no era nada aconsejable contrariarla, por lo que permaneció en silencio.
—Dime, ¿qué tienes que comprar?
—Necesitamos aceite en la casa. Solemos usarlo para cocinar, para las lámparas y como jabón para después del baño. Normalmente suelo comprárselo a un vendedor que lo trae desde Aurige. Me hace un buen precio y él ya conoce lo que suelo llevarme, siempre me vende lo mejor. En el macellum, hay muchos vendedores de aceite que son mucho más baratos, pero suelen mezclarlo con otros aceites peores y pierde bastante calidad. Dime romano, ¿hoy vas a seguirme por todo el mercado?, por si no te has dado cuenta estamos llamando demasiado la atención.
—Eso es lo que pretendo, que todo el mundo se entere que estas bajo mi protección. La vez anterior no hice muy bien mi trabajo y pretendo que todo el mundo se dé por aludido. Sobre todo el liberto ese que te ronda—. Dijo Marco repentinamente molesto.
—No vuelvas otra vez a lo mismo, ya te dije ayer que no voy a tener nada contigo, ni con Graco.
—Eso me alegra la mañana, por lo que a mí respecta no voy a dejar de insistirte.
El grupo siguió caminando hasta un puesto del mercado donde se vendía el aceite. Marco observaba callado como al vendedor le cambiaba la cara cuando vio aparecer a Julia.
—¡Hombre!, por fin tengo el honor de que haga acto de presencia mi amiga Julia. ¿Dónde te has metido estos días?, no te he visto por el mercado y me tenías realmente preocupado. La gente murmuraba que habías estado enferma.
—Hola Gaius, me alegro de verte, estuve un poco indispuesta pero ya estoy mejor ¿Y tu mujer?, no la veo por aquí.
—No, en este viaje no ha podido venir, está esperando nuestro último hijo y ya estaba demasiado avanzado el embarazo para el traqueteo del carro. En cualquier momento puede nacer el pequeño, le quedaba poco para el parto y decidimos que se quedara en la casa—. Dijo el hombre sonriente.
—Bueno, ¿y cuántos van ya?
—Este va a ser el séptimo y si los dioses quieren nos bendecirán con otro hijo, porque las cinco primeras fueron mujeres y necesito más varones que me ayuden en el negocio—. Dijo Gaius entusiasmado―. ¿Y tú que haces acompañada de tanto legionario?
—No sé si te enteraste de los problemas que hubo en la fábrica. El general está ayudándonos a resolver el problema, nos ha puesto protección. Mira Gaius, este es el general Marco Vinicius—. Dijo Julia presentando a Marco.
—Buenas general, me alegro de que lo hayan mandado a la ciudad, espero que pueda usted averiguar quién hizo lo de la fábrica.
—Encantado de conocerlo Gaius, dé por seguro que averiguaré quien realizó el robo. Seguro que nos veremos más veces, pretendo pasar una buena temporada aquí—. Dijo Marco sonriente—. Dígame Gaius, ¿estaría usted dispuesto a suministrar a mi legión el aceite que vamos a necesitar? Hemos traído provisiones para una temporada pero seguro que necesitaremos de su aceite. Y según me ha dicho su amiga, usted tiene el mejor.
—¡Vaya que sí, general!. Lo que necesite me lo encarga y yo le traeré el mejor aceite de los olivos de Aurige—. Dijo Gaius entusiasmado, pensando en los beneficios que podría obtener de la venta de su aceite a la legión del general.
—Está bien, luego hablaré con mis hombres para que vengan a hacerle el pedido.
Mientras tanto Julia observaba anonadada como ambos hombres cerraban el negocio, sin duda Gaius debía de estar contento.
—Bueno Julia, ¿cuántas ánforas vas a necesitar?—. Le preguntó Gaius.
—Si son de las grandes necesitaré treinta para todo el año ¿A cómo me vas a poner cada ánfora?
—Bueno por ser tú y por haberme traído hoy a tan buen cliente, te voy a hacer un precio especial pero no se lo digas a nadie, ya sabes que tengo que ganarme la vida y que la competencia es dura. Tengo demasiadas bocas que alimentar—. Dijo el hombre feliz de haber hecho un negocio tan rentable esa mañana—. Y a usted general le digo lo mismo, le pondré el mejor precio que pueda, se lo puede agradecer a ella, los amigos de Julia son mis amigos. Seguro que haremos un negocio ventajoso.
—Seguro que si ¿Hace mucho que conoce a su amiga? —preguntó Marco al vendedor.
—Desde que no medía un metro del suelo, ya solía venir acompañada de su amo. No había niña que tuviera más desparpajo e interés que ella. Se sabía todos los precios y era la que mejor recateaba, era tan pequeña que a todo el mundo nos caía en gracia, así que siempre terminaba consiguiendo el mejor precio—. Sonrió Gaius acordándose de esos momentos.
—Bueno Gaius, seguro que al general no le interesa escuchar esas historias, ¿Cuándo podrás llevarme las ánforas?—. Preguntó Julia un poco incómoda por ser el centro de atención de los dos hombres.
— esta tarde ¿Te viene bien?
—Sí, le diré a Horacio que te ayude a descargarlas y que te las pague cuando las lleves, éntralas por el portón de atrás. Bueno Gaius, ya nos veremos y dale recuerdos a tu mujer. Espero que todo salga bien en el parto y que tengáis un niño precioso. Adiós Gaius—. Y despidiéndose con la mano salió de la tienda.
—Adios Julia, hasta pronto general. Me alegro de haberlo conocido.
—Yo también, y no le haga caso, ha sido entretenido lo que me ha contado. Hasta la próxima—. Le dijo Marco a Gaius.
Cuando salieron del comercio, el grupo de soldados que protegía a Julia los rodeó procurando que nadie se interpusiera en el camino de la mujer y del general, pero un mendigo iba por detrás de ellos siguiendo el mismo recorrido que hacían los jóvenes. En ningún momento, se percataron de los oídos que habían estado escuchando toda la conversación. El hombre olía tan sumamente mal que los transeúntes que se cruzaban con él lo iban esquivando.
—Bueno, ¿y ahora a donde nos dirigimos?—. Preguntó Marco.
—¿De verdad vas a estar detrás de mí todo el rato?, con que me acompañen tus hombres es suficiente—. Dijo Julia.
—Ya te he dicho que voy a acompañarte, tengo tiempo de sobra hasta la hora del almuerzo para hacer lo que tengo pendiente hoy.
—¡Eres imposible! Venga pues vamos al calceolarius, tengo que comprar unos calcei al amo Tito, los que tiene ya están demasiado desgastados.
Cuando llegaron a la tienda del artesano, el hombre estaba sentado haciendo un calcei, el zapato de suela gruesa llevaba una cobertura de cuero que cubría todo el pie como una bota. Cuando Julia y Marco entraron en la tienda, el hombre se percató de que tenía visita.
—Buenos días Julia, ¿cómo tú por aquí?
—Buenos días, necesito unos calcei para el amo Tito, ¿tienes alguno con sus medidas?
—Pues no sé, déjame ver, la última vez que viniste apunté las medidas del pie de tu amo, voy a buscarlas.
El hombre se metió en la trastienda revisando en un cajón de madera.
—Sí, aquí tengo apuntada las medidas en esta tablilla, pero ahora mismo no me queda ninguno de su medida. Si me das un par de días, te los tengo hechos, ¿te urge mucho?
—No, el amo puede aguantar un par de días más. Está bien, mandaré a Claudia para que pase a recogerlos y te los pague.
—Muy bien, los tendré preparados, no te preocupes.
—¿Y este soldado? —se atrevió a preguntar el artesano.
Julia por segunda vez esa mañana presentó el general, era inevitable que no le preguntasen, acompañada de él despertaba demasiada curiosidad.
—Es el general Marco Vinicius, que se ha hecho cargo de la vigilancia de la ciudad, se está hospedando en casa del amo Tito.
—Me alegro de conocerlo general, espero que los dioses nos bendigan por habernos traído a un hombre tan importante como usted. Últimamente la ciudad no parece tan segura como es habitualmente. En cualquier callejuela te tropiezas con extranjeros demasiado raros que no habíamos visto nunca.
—Espero que si se percata de algo fuera de lo normal, nos lo haga saber. Estamos buscando a la gente que entró dentro de la ciudad.
—No se preocupe general, seré todo ojos y oídos. Si averiguo algo se lo comunicaré.
—Muy bien, espero que nos veamos más veces, vamos a estar bastante tiempo por aquí—. Dijo Marco saliendo de la tienda—. ¿Tienes algo más que hacer Julia?
—No, he comprado todo lo que necesitaba.
—Los hombres te acompañaran a la domus, yo tengo cosas que hacer en el campamento—. Dijo Marco.
—Muy bien, de todos modos no era necesario que me acompañaras hoy. Podía habérmelas arreglado por mí misma, hay mucha gente esta mañana en el mercado y no es nada probable que alguien se atreviera a hacer algo.
—Eso no lo sabemos. Te veré a la hora del almuerzo—. Dijo Marco mirando fijamente a Julia.
—¡Como sigas mirándome así vas a hacer que me ruborice!—. Dijo Julia incómoda, la gente de la ciudad no hacía más que observarlos, eran la novedad del día―. ¡Deja ya de mirarme así!
Marco dio una carcajada y aproximándose más a ella, le dijo al oído:
—Eso es lo que pretendo —volviéndose hacia los soldados les ordenó que la escoltaran a la casa.
Por si no estaba claro, el general había dejado claro delante de todo el mundo no solamente que esa mujer estaba bajo la protección de él, sino el interés especial en ella. Ese día Julia y el general fueron la comidilla de todo el macellum. Graco que estaba en una esquina de un comercio escondido, observó cómo ambos jóvenes hablaban, no comprendía que le había visto Julia al general. Él le ofrecía seguridad, mientras que el soldado la abandonaría en cuanto se cansase de ella. Tendría que convencerla como fuera porque no estaba dispuesto a perderla.
En otro lugar apartado del mercado, Spiculus observaba también la escena, desconocía totalmente el interés del militar por la joven, pero era interesante saberlo. Le habían pagado para que matara al general. Si Tiberio no hacía su trabajo, tendría que hacerlo él, pero claro ¿porque no sacar doblemente provecho?, la joven tendría bastante valor en el mercado de África y si ya era una esclava podía seguir siéndolo en otro lado del mundo. ¿Quién se iba a enterar?, la muchacha valía su peso en oro y le darían una buena cantidad por ella.
Marco se fue derecho al campamento, necesitaba averiguar si habían localizado al dueño del barco mercante. Cuando llegó, Quinto estaba en la tienda.
—¿Ya acompañaste a la joven?—. Preguntó Quinto.
—Sí, no aprecia mucho mi compañía pero no puedo evitar custodiarla, me da mala espina que encontráramos las ánforas de Tito en ese barco ¿Has podido localizar al dueño del mercante?
—No, nuestros hombres están apostados en el muelle pero creo que saben que los estamos vigilando. Es raro que desde ayer no hayan aparecido a dormir al barco. Según el tripulante hoy se marchaban del puerto rumbo a Ostia, y el barco sigue atracado. Ni los hombres han aparecido, ni el barco se ha ido. Sin duda, alguien les está protegiendo dentro de la ciudad ¿Pero quién?—. Preguntó Quinto.
—Eso tenemos que averiguarlo, me da la sensación que los del barco son los que robaron las ánforas de Tito, pero el conservar esas pocas ha sido un grave error que han cometido y me sorprende semejante descuido—. Dijo Marco
—Quizás los delincuentes se han confiado y se creen impunes de su delito.
—Dile a los hombres que sean precavidos, hay que actuar con cautela. Si saben que estamos vigilándolos en el muelle, da por seguro que nos estarán vigilando también en el campamento.
—No te preocupes Marco, sabes que tenemos los mejores hombres de toda Roma.
—Bien, mientras vamos a registrar la ciudad que se venga la centuria de Lucio—. Dijo Marco.
Cuando los hombres salían del campamento, Mesalla vio salir al general seguido de Quinto. No había solicitado su presencia desde que habían llegado a la ciudad, tendría que averiguar qué era lo que lo entretenía, porque si de algo estaba segura, era de que ese hombre no era capaz de permanecer célibe por mucho tiempo.
Marco registró toda la ciudad, taberna por taberna, los baños públicos, las tiendas del macellum, las callejuelas, no quedó un sitio sin registrar, aun así no consiguieron dar con el dueño del barco. Esa tarde registraría nuevamente el buque. Era imperioso encontrarlos, en el caso de que no aparecieran, se llevaría a los hombres que estaban a cargo del navío para interrogarlos, sin duda su patrón no los dejaría abandonados a su suerte y daría la cara en busca de sus hombres.
Era la hora del almuerzo cuando Marco y Quinto volvieron a la casa después de la agotadora mañana. En cuanto llegaron fueron derechos a comer, el dueño de la casa les estaba esperando.
—Imagino que habrán tenido una mañana bastante ajetreada ¿Saben algo nuevo?—. Preguntó Tito.
—Ayer registramos los barcos mercantes que estaban atracados en el puerto y encontramos que en uno de ellos habían cinco ánforas con su sello escondidas en la bodega—. Dijo Marco mirando al anciano.
Tito se incorporó del banco donde estaba sentado interesándose por el dato proporcionado por el general.
—¿Y en qué barco se encontraba si se puede saber?, es bastante inquietante esa noticia general. Pensé que los que hubieran sustraído la mercancía ya la habrían hecho desaparecer hace mucho.
—Un barco mercante llamado "Fortuna", su capitán es un tal Spículus. Pero hemos registrado toda la ciudad y ni él, ni prácticamente parte de su tripulación han aparecido. ¿Conoce ese barco?—. Preguntó Marco nuevamente.
—Sí, al capitán de ese barco se le ha visto de vez en cuando acompañado de Tiberio, pero ya hace tiempo que no se le veía en la ciudad, ni a Tiberio con él por supuesto ¿Creen que tengan algún tipo de relación entre los dos?
—No lo sé, pero esta tarde íbamos a volver al buque a interrogar a los hombres de Spículus, pero me parece que también haremos una visita a Tiberio, registraremos la casa por si acaso estuvieran allí. No pueden traerse nada bueno, cuando a una tripulación se le da permiso para pasarlo bien, normalmente parte de ella vuelve al barco, y en este caso no han aparecido desde ayer. En cuanto terminemos de comer nos marcharemos.
—¿Podría tener esto relación con lo ocurrido a Julia?, Silo también era hombre de Tiberio. ¿Cree que podría ser significativo? ¿Que de alguna manera Tiberio esté intentando perjudicarme a través de la fábrica y de Julia?—. Preguntó Tito verdaderamente inquieto.
Cuando Julia escuchó a Tito se tensó por momentos, la joven no pudo evitar volverse y mirar a Marco, el soldado observó la reacción de la joven e intentando ser precavido comentó:
—Todavía es demasiado aventurado atreverse a dar una opinión, habrá que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos—. Dijo Marco que no quería preocupar a Julia y al hombre más de lo necesario. Pero la verdad, es que era inquietante que ambos hombres estuvieran relacionados con Tiberio, y desde luego ese hombre había estado haciendo en la ciudad todo lo que había querido durante demasiado tiempo, no le debía de haber sentado muy bien su llegada y que le usurparan el poder que tenía.
—Eso es cierto. Muy bien, pues no les entretengo más. Julia, servid primero a nuestros invitados, llevan más prisa que yo—. Dijo Tito preocupado.
—Sí, amo—. Dijo Julia.
Marco observó cómo Julia y Claudia depositaban delante de él y de Quinto varias bandejas con comida, Julia trajo una jarra de vino y pidiendo permiso les sirvió. Marco no podía dejar de observar la elegancia innata de la mujer, era demasiado organizada y meticulosa, no se le escapaba ningún detalle por nimio que pareciese, y aunque no le dirigiese la mirada era consciente de que la mujer estaba pendiente de la conversación, sobre todo por su implicación en los hechos.
Mientras los demás hablaban, Claudia y Quinto vivían su particular relación, no se miraban a los ojos pero ambos jóvenes eran perfectamente conscientes de la presencia del otro. No le habían dicho a nadie lo de su cita en la playa pero habían quedado otra vez para volver a verse. Quinto no había conocido una mujer tan estimulante y atrayente como esa. La noche anterior habían estado conversando tan relajadamente que el tiempo se les había pasado volando, charlaban como si se hubiesen conocido de toda la vida. Quinto que no se tenía por un hombre conversador y extrovertido, había estado escuchándola hablar tan ensimismado que no recordaba haberse reído tanto en su vida.
Una hora más tarde en la cocina, Prisca observaba a las dos jóvenes demasiado silenciosas. Estaban recogiendo y limpiando los restos de la comida para dejar todo preparado para el día siguiente, y era demasiado raro que las muchachas permanecieran tanto rato en silencio.
—¿Me vais a contar que está pasando? Desde que habéis entrado no habéis abierto la boca —dijo Prisca observándolas.
—Estoy preocupada Prisca―. Dijo Julia—. El general le ha comentado al amo que han encontrado varias ánforas robadas en un barco del puerto y encima el dueño del barco está relacionado con Tiberio. Silo también era hombre de Tiberio.
—Bueno creo que es demasiado pronto para que empieces a preocuparte Julia. Deja que el general haga su trabajo, aquí estamos protegidas y hay demasiado soldados en la casa como para que Tiberio se atreva a hacer algo, ¿no crees?
—Sí, eso creo—. Dijo Julia pensativa.
—¿Y a ti que te ocurre Claudia?, parece que te ha comido la lengua el gato —señaló Prisca.
—¿A mí? ¿Qué me va a ocurrir?, son imaginaciones tuyas Prisca—. Dijo la muchacha sonrojada.
—¿Y porque te has puesto colorada?—. Dijo Julia—. ¿No será que andas haciendo algo que no debes?
—¿Qué estás diciendo? No vuelvas otra vez a las andadas—. Intentó disimular Claudia.
—No disimules Claudia, es demasiado evidente tu silencio, ¿no te habrás visto con el tribuno?
—Bueno, y si lo he visto ¿qué pasa? No creo que pase nada malo.
—¿Tienes que contarnos algo muchacha que no sepamos?—. Preguntó Prisca a una silenciosa Claudia.
—Vale de acuerdo, he salido a dar un paseo por la playa con Quinto, ¿estáis satisfechas?.
—¿Y cuándo has salido tú con Quinto?—.Preguntó Julia.
—Anoche, después de recoger salimos a dar un paseo por la playa, pero no hicimos nada, así que no tenéis que preocuparos. Me encanta ese hombre, no lo puedo evitar. Y me parece que él también siente algo por mí.
Julia y Prisca se quedaron calladas, la joven era demasiado impulsiva y era su primer amor adolescente.
—Bueno, yo no te voy a sermonear más si me prometes que tendrás cuidado—. Le dijo Julia sonriendo.
—Gracias Julia, te lo agradezco. No te preocupes, tendré cuidado. Y ya que hablamos de mí, también podemos hablar de ti. Porque yo también me he dado cuenta de lo que hay entre tú y el general―. Dijo Claudia.
—¿Cómo que entre yo y el general?, ya te he dicho que no hay nada —repitió Julia poniéndose a la defensiva.
—He visto cómo te mira el general cuando tú no te das cuenta, y no te quita el ojo de encima. Se calla en cuanto entras a la sala y Quinto me ha contado que está interesado en ti.
—Pues le va a dar lo mismo, por muy bien que bese—. Se le escapó a Julia.
—¿Por muy bien que bese?—. Preguntaron Prisca y Claudia a la vez.
—¡Oh, por los dioses! No he dicho nada. Olvidaros de lo que he dicho —dijo Julia sonrojándose.
—Sí que has dicho, suelta lo que tengas que decir—. Le ordenó Prisca.
—Me ha besado varias veces—. Dijo Julia sentándose en el banco que había en la cocina—. Le he dicho que no quiero nada con él, pero insiste. Estoy hecha un lío.
—¡Vaya par de dos, que callado os lo teníais! Lo único que os pido es que tengáis cuidado, estos hombres lo mismo que han venido se volverán a ir. Pero la vida es demasiado corta para no vivirla—. Dijo sonriendo la cocinera.
—Eso mismo digo yo Prisca—. Dijo Claudia sonriendo.
En ese mismo instante, Spículus entraba en la tienda de Gaius y el vendedor de aceite al verlo entrar le preguntó:
—¿Desea comprar aceite señor?, iba a marcharme ahora mismo, tenía que llevar un pedido a una casa.
—No, pero vengo a hacer un trato con usted, me parece que tendrá que posponer el pedido que tenía pendiente—. Y abalanzándose hacia Gaius, le golpeo en la cara dejando al hombre completamente inconsciente.
—Amordazadlo y escondedlo detrás, que nadie lo encuentre hasta que hayamos terminado con la misión.
—¿Hace falta matarlo jefe?
—No, cuando quiera despertar el pobre infeliz ya estaremos a bastantes millas de aquí, ¿no te parece?—. Dijo sonriendo.
—Coged el carro con las ánforas y descargarlas de nuevo, hay que encontrar otras que sean más grandes y que una persona pueda caber en ella.
Al cabo de un rato, el carro partió hacia la casa de Tito. Horacio que estaba pendiente de la entrega del aceite, se sorprendió cuando Gaius no venía en el carro, sino un desconocido.
—Me han encargado que trajese este pedido aquí—. Dijo el hombre que iba sentado en el carro.
—Sí, aquí es pero ¿por qué no ha venido Gaius a traerlo? Normalmente, él suele trabajar solo.
—Su mujer se ha puesto de parto y le han avisado para que se fuera corriendo, ya sabe cómo son esas cosas, no avisan. Bueno, ¿me va a dejar pasar el aceite o me lo vuelvo a llevar?, llevo un poco de prisa. Tengo que hacer otro recado.
Horacio sin dudarlo le abrió las puertas del corral de atrás para meter el aceite, Julia le había explicado cómo Gaius iba a volver a ser padre, así que seguramente el vendedor de aceite le habría dejado encargado de los pedidos a ese hombre. Entre los dos descargaron todas las ánforas que eran demasiado grandes y pesadas, normalmente el tamaño era un poco más pequeño, sin duda Julia habría conseguido un mejor precio por ellas.
—Tome su dinero, espero que esté bien, fue lo acordado con Gaius—. Dijo Horacio.
—Sí, es lo que dijo que me daría, todo correcto—. Dijo el hombre sonriendo comprobando las monedas en su mano, la empresa iba a tener más éxito de lo esperado, había introducido a los hombres dentro de la casa y encima se llevaba esa recompensa—. Espero que les guste el aceite, hasta la próxima vez.
Y saludando con la mano el hombre se montó en el carro y se marchó, Gaius cerró las puertas del corral y se dispuso a seguir con las tareas.
Esa tarde Marco subía a bordo del buque mercante. Los hombres de Spículus miraban al general con cara de pocos amigos pero eran inferiores en número a los legionarios y optaron por no mostrar oposición alguna.
—Oh...¡Qué sorpresa! —se mofó uno de los tripulantes ganándose un empujón de Quinto.
—Supongo que tu capitán no ha vuelto todavía, de lo contrario se encontraría a bordo—. Dijo Marco al hombre que daba la cara.
—Exactamente, deben de estar pegándose una buena juerga porque aquí no han hecho acto de presencia—. Respondió el hombre sonriendo, intentando sacar de sus casillas al general. Si sólo ha subido a eso, me parece que está perdiendo el tiempo. Ya le he dicho que cuando vuelva el capitán le daré razón de que estuvo usted aquí.
—No creo que eso sea necesario—. Dijo Marco y volviéndose hacia Quinto le ordenó—. Llevadlos al campamento y que los interroguen, se ha acabado la fiesta y pon guardia en el buque, que no salga del puerto.
Quinto asintió y acatando las órdenes de su superior se llevaron a los marineros del barco a interrogarlos al campamento.
Ya se había echado la noche cuando todo el mundo estaba dormido en la casa, solamente los guardias apostados en la entrada vigilaban el sueño de los que dormían en su interior. Mientras en el corral las ánforas fueron abriéndose una por una y los esbirros de Spículus empezaron a salir sin que los que dormían en su interior pudieran imaginar lo que estaba a punto de ocurrir. Los mercenarios acostumbrados a trabajar en la protección que da lugar la noche, cogieron sus armas y mirando a su jefe en silencio asintieron obedeciendo las órdenes que Spículus les daba con las manos. Aunque no conocían muy bien la casa, Tiberio les había dado las oportunas indicaciones de a donde debían dirigirse.
Sabían que cerca del corral y del patio de detrás de la casa se encontraban las dependencias de los esclavos, intentarían llegar a la habitación del general y pillarlo desprevenido. Saliendo del corral accedieron a una puerta que daba a la cocina y de ahí pasaron a un pasillo que era donde dormían los esclavos. En cuanto dejaron el pasillo se encontraron en la parte central de la domus, en el espacio abierto se disponían el resto de las habitaciones, la luz reflejada de la luna permitía ver con claridad suficiente el espacio. Pero Spiculus no había contado con que hubiera tantas habitaciones en esa domus, tendrían que ir averiguando una por una donde estaba el general.
Mientras dormía Marco oyó un leve sonido y se tiró de la cama con el sigilo que da la experiencia de estar en tensión y en alerta tantos años en el ejército. Algo iba mal, con cuidado cogió su gladius y se acercó a la pared de la habitación silenciosamente con cuidado de no alertar a quien estuviera fuera. Situándose detrás de la puerta pero con cuidado de que no le golpearan al abrir, Marco se preparó para el ataque cuando vio como la puerta se abría sigilosamente y alguien entraba con un arma en la mano. Marco no desaprovechó la oportunidad de la sorpresa, cogiendo al hombre del cuello, le clavó la espada por detrás sin piedad. Y acto seguido salió de la habitación, levantando el brazo en alto repeliendo el siguiente golpe de otra espada que se abalanzaba hacia su cabeza. El ruido del choque de las espadas alertó a los soldados que se hallaban apostados fuera de la casa. Quinto salió también de la habitación donde había dado muerto a otro de los asaltantes. Una lucha sin cuartel se desarrolló en ese momento, Marco luchaba ferozmente contra el hombre que tenía enfrente. Con un rápido movimiento, Marco levantó la rodilla intentando desestabilizar a su adversario, pero el hombre consiguió herirlo en un brazo haciendo que la sangre le manara de la herida.
Spiculus sabía que el general era un buen contrincante pero él también era un experto luchador. Moviéndose alrededor del soldado contraatacó para clavarle la espada, pero el general se agachó y pudo esquivar el golpe fatal de la espada del mercenario, incorporándose rápidamente y arremetiendo contra él. Los dos hombres chocaban sus espadas, un baile mortal de pies se sucedía entre ambos contrincantes pero las fuerzas estaban tan igualadas que ninguno conseguía herir de muerte al otro.
Marco era consciente de que los mercenarios iban menguando en número, sus hombres eran los mejores legionarios del Imperio. Los mercenarios fueron cayendo uno a uno, y solo cuando los hombres estuvieron igualados se dio cuenta Spiculus que debía ordenar retirada si no querían acabar todos muertos, pero era imposible escapar por donde habían entrado, había subestimado a sus adversarios. En ese momento, uno de sus hombres apareció oportunamente con la esclava rubia de Tito, sujetaba la espada en el cuello de la joven hiriéndola levemente.
—¡Ordene a sus hombres que se retiren si no quiere que la matemos!—. Dijo Spículus observando fijamente al general.
Cuando Marco vio que el mercenario tenía la espada en el cuello de Julia, el corazón se le paralizó de terror por la mujer, era la segunda vez que presenciaba lo mismo. El hombre la tenía tan sujeta que había conseguido hacerla sangrar en el cuello, un reguero de sangre manaba de la herida y por si fuera poco un brillo enloquecido asomaba a los ojos del mercenario. Julia que miraba asustada a Marco no pudo evitar que las lágrimas corrieran por su cara involuntariamente. El hombre apartó la mirada de Julia y posándola sobre el mercenario dio la orden a sus hombres de parar la contienda.
—Sólo le voy a dar una oportunidad para salir de aquí vivo pero como no suelte a la muchacha ya puede considerarse hombre muerto—. Dijo Marco.
—¡Suelten las armas!—. Le ordenó Spiculus a Marco.
—No tiente a la suerte y márchese ahora que está a tiempo—. Le ordenó Marco.
Spiculus le sostuvo la mirada y comprendió que el general no se dejaría vencer, era mejor perder una batalla que no una guerra. El general había visto su cara y podría reconocerlo, se hacía imperioso acabar con su vida, pero no sería ese día. El pirata levantó el brazo dando a sus hombres la señal de retirada y empezaron a salir bajo la mirada atenta y cautelosa de todos los legionarios allí presentes. Marco no le quitaba el ojo de encima al hombre que amenazaba a Julia. Cuando ya prácticamente habían salido todos, solamente quedaba en la puerta que conducía al pasillo de las habitaciones Spiculus y su hombre. Este hizo ademán de llevarse también a Julia pero Quinto que observaba la escena desde otro punto del atrium, sacó una daga y sin darle oportunidad al mercenario se la clavó en el cuello sin dañar a Julia. Sin embargo, este cayó arrastrando al suelo a la muchacha.
Spiculus salió corriendo detrás de sus hombres buscando la oportunidad de escapar y conforme llegaron al corral salieron a la calle por la que habían entrado. Los soldados corrieron detrás de ellos persiguiéndolos pero los mercenarios conocían demasiado bien las serpenteantes callejuelas de la ciudad y pudieron despistarlos después de un buen rato de persecución. Mientras tanto en la casa, los esclavos que habían escuchado la lucha y habían permanecido atrincherados en sus habitaciones, salieron de ellas en cuanto comprobaron que había pasado el peligro.
Marco se agachó y recogiendo a Julia del suelo la sostuvo entre sus brazos, agradecido de que ella estuviera bien. La muchacha estaba tan conmocionada por la violencia que había tenido lugar que desubicada miraba los cadáveres que tenía alrededor, sin embargo Marco se puso enfrente de ella obstaculizándole la vista para que no viera los cuerpos mutilados, preocupado le dijo:
—Te han vuelto a herir, tienes sangre en el cuello ¿Te encuentras bien, de verdad?—. Preguntó Marco dándole un beso en la frente.
Julia asintió sin hablar pero cuando se volvió buscando donde estaba Tito, horrorizada observó que el anciano estaba tirado en el suelo inconsciente.
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