Chaeyoung esperaba impaciente a que la puerta se abriera.

Su dueña se había marchado hace unas horas y no había regresado. Movía su pie con impaciencia, mirando el reloj en la pared.

No sabía leer los relojes de aguja, pero podía mirar la aguja que marcaba los segundos, dando un paso tras otro en círculos, notando al tiempo avanzar con rapidez.

El sol se fue, vió el cielo teñirse de rosa y naranja, con preocupación.

Cuando el cielo pasó a ser de azules cada vez más oscuros, y su dueña seguía sin volver, Chaeyoung bajó las orejas, triste.

El cielo se tiñó de completo negro, y los puntos de luz que Mina le había llamado estrellas aparecieron uno por uno.

Y su dueña no volvía.

Chaeyoung quiso llorar, pero recordó que Mina le decía que ella no era ninguna gata llorona y se contuvo.

Continuó pasando el tiempo, y unas cuantas horas después del atardecer la puerta se abrió. Chaeyoung sintió el olor de su dueña, y se apresuró a ir hacia ella.

Mina alzó una mano antes de
que Chaeyoung pudiera comenzar a frotarse en ella. La castaña señaló su otra mano, que descansaba sobre su pecho dentro de un pañuelo atado a su cuello.

— Me torcí la muñeca, tuve que ir al hospital y... — se detuvo cuando escuchó a Chaeyoung sorber su nariz, notando las lágrimas en el rostro de su gatita — Oh no, Chaengie, no llores — Mina llevó su mano libre al rostro de la híbrida, acariciando su mejilla — Fue algo muy estúpido, salía de comprarte unas galletas y me tropecé, caí mal y... 

— Es que doy mala suerte — murmuró.

— ¿Qué? No, no tienes la culpa.

— ¡Sí, Minari! — objetó —. Ibas a comprar algo para mí y pasó esto. Es mi culpa — hizo un mohin.

— Que no es tu culpa y no das
mala suerte, gatita — Mina habló con seriedad, sostuvo el mentón de Chaeyoung para dejar un rápido beso en los esponjosos y rosados labios de la híbrida, haciendo que ésta se ruborizara.