Sola en casa y sin nada qué hacer,
¿qué fue lo mejor que se le ocurrió a Helena?
Así es, fumar.
Se había prometido a sí misma no volver a hacerlo hasta que pasaran,
al menos, 2 días.
Pero no se resistió y lo hizo ese mismo día,
al día siguiente.
¡Era la oportunidad perfecta!

Una vez prendido el cigarrillo,
más la música a todo lo que daba,
comenzó a caminar por la casa mientras fumaba,
se sentía relajada,
sin ataduras,
tan tranquila;
nada importaba en ese momento,
porque ella no debía nada,
porque ella no sentía nada...

Pero, como todo lo bueno,
el cigarrillo comenzó a acabarse,
por lo tanto,
de nuevo,
lo apagó en su piel;
esta vez, aunque ardió,
no dejó tanta marca.
Tiró los restos de cigarrillo al tacho de basura y se dispuso a hacerse la tonta,
 una vez más.
Masticó un chicle de menta,
y justo llegó su madre,
Helena sonrió,
y la saludó,
con mucho cuidado de no abrir tanto la boca,
ya que, la menta,
aún, no cubría su aliento.

Helena se veía feliz.
Si, se veía.
Pero ¿por dentro?
Se sentía destrozada.