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25.


—¿Estás seguro de querer hacer esto conmigo? —pregunto, dejando que él sea el encargado de colocarme el cinturón de seguridad. Sus manos no pierden el tiempo de tocarme, sin embargo, no soy quien para detenerlo.

De cierta manera tener a Scott a mi alrededor, junto a mí, me mantenía tranquila. Era la misma sensación que sentí la primera vez que vi a Helen Walker.

La primera vez que ella salvó mi vida.

—No —dice, la sonrisa que adorna sus labios lo hace ver adorable, algo que ciertamente era difícil de ver en Scott. Sin siquiera poder leer sus movimientos, sus labios se cierra sobre los míos en un beso feroz. Sé que no debería responderle, sin embargo, él lograba derrumbar cada una de las defensas que intentaba poner en su contra.

Y lo peor de todo es que ni siquiera se esforzaba en hacerlo, sólo sucedía.

—Tengo miedo —digo, porque necesitaba hacerlo. Nunca me había estado en un jodido auto de rally. ¡Conducía un auto pequeño sin tratar de rebasar a nadie!

—Son sólo vueltas de prueba —Sonríe—, no dejaré que nada te pase, Dylan, lo prometo.

Sus palabras traen de vuelta al menos un poco de la tranquilidad que sentía minutos antes de sentarme en el interior del auto, sin embargo, la misma desaparece en cuanto la puerta se cierra a mi lado. Scott tarda unos segundos en llegar a la puerta contraria y, como si de un gato demasiado elegante se tratase, ocupa su lugar.

Sus ojos se encuentran con los míos cuando me entrega un casco y, sin más se coloca el suyo. El motor del auto ruge cuando él lo enciende y sin darme tiempo a procesar lo que está a punto de ocurrir, acelera.

Mis manos terminan aferradas al asiento y la tensión aborda mi cuerpo. Mi corazón late a mil por hora y me obligo a cerrar los ojos cuando la velocidad sobrepasa mi nivel de nerviosismo.

Un grito cargado de diversión retumba junto a mí, pero soy incapaz de abrir los ojos. Sabía que, luego de terminar con las vueltas de prueba, obtendría un buen mareo.

¿Por qué diablos acepté la invitación de Scott?

¡Era mucho mejor esperarlo a que terminara en alguna de las gradas!

—¡Abre los ojos nena! —Scott grita, a lo cual simplemente niego. Tenía miedo de abrirlos y ver qué tan rápido pasaba el camino delante de nosotros—. ¡Te estás perdiendo la mejor parte, Dylan!

—¡Esto es horrible, Scott! —grito, de vuelta, sin embargo, hago lo que me pide. Con lentitud, abro los ojos, sorprendiéndome por completo cuando veo las simples manchas que pasan delante de nosotros. Va de prisa, mucho más de lo que podría hacerlo yo y el miedo de chocar contra algo aún continuaba dentro de mí—. Esto es peligroso —murmuro, pero sé que él es capaz de escucharme.

—Un auto de rally es rápido, Dylan, pero no creo que se asemeje a uno de fórmula uno —Mi ceño se frunce, sabía de antemano que era un auto de rally, sin embargo, no entendía el por qué él estaba conduciendo uno de esos.

Él era un corredor de fórmula uno.

—Uno de los patrocinadores sacará una nueva línea de autos y quería que hiciera una prueba con el primer modelo —La velocidad desciende con rapidez y, cuando me enfoco en nuestro alrededor, me encuentro con el mismo punto del cual salimos.

¿Eso era todo?

—¿Terminó?

—Para ti sí —dice, soltando una risa. Apaga el motor del auto y se inclina hacia mí, deshaciéndose de las ataduras que me mantenían en el asiento—. Estás pálida, nena, será mejor que te sientes en algún lugar y me esperes.

Quiero negarme, sin embargo le daba la razón. El nerviosismo seguía en su máximo nivel en mi cuerpo y lo último que quería era seguir dentro del auto en movimiento.

La puerta de mi lado se abre y uno de los chicos que momentos antes se había burlado por llamar idiota a Scott me ayuda a salir. Mis manos tiemblan, pero me las arreglo para mantenerme en pie por mi cuenta.

Todas las miradas están sobre mí, parecen sorprendidos y pequeñas sonrisa adornan sus labios, algo que me hace confundir un poco. Tomo una lenta respiración y, sin decir más, me encamino hacia las gradas más cercanas.

Tenía que respirar y mantener el nerviosismo a raya.

~*~

—¿Puedo saber por qué estás tan callada? —Scott suelta, el tazón con espaguetis que tenía en su poder ahora se encontraba en la mitad, mientras el mío continuaba tal y como me lo había entregado—. No has comido nada.

—No tengo hambre —musito, mis ojos se enfocan en los de Scott y, recuerdo las palabras de mamá. Scott trataba de meterme en su vida, aun cuando yo no era compatible con la misma. Yo había sido la primera chica a la que llevaba a la pista, y la primera en subirse en un auto de pruebas con él. Scott estaba intentando para que nuestra extraña relación sobreviva, mientras yo sólo me aferraba a no enamorarme de él.

Aunque ya había perdido esa batalla semanas antes.

—Come —suelta, empujando el tazón en mi dirección—. No has comido nada en todo el día, Dylan.

—Antes de que los Abbot me adoptaran viví en más de seis hogares —musito—, era problemática y siempre arrastraba a los hijos de aquellas familias conmigo. Todo terminó cuando decidieron dejarme en el orfanato hasta que cumpliera los dieciocho.

Las palabras me abandonan con rapidez, como si en el fondo no necesitaran ser liberadas, sin embargo, Scott parece entender cada una de ellas.

—Sufría de depresión y ataques de pánico —suelto una risa, negando ante la estupidez que estaba diciendo—. Aún hay noches en las que me levanto gritando y llorando.

—Dylan...

—Cierra la boca —digo, trato de sonar divertida, pero la lágrima que se desliza por mi mejilla me hace sentir algo incomoda. La silla de Scott truena con algo de fuerza cuando se coloca de pie y, en silencio, se encamina hacia la mía. Sus manos se encargan de tirar de las mías y como si nada sus largos brazos me rodean. Sé que parezco idiota, pero en el fondo, le había dado la razón a mamá.

Estaba malditamente enamorada de Scott y quería que él supiera cada estúpido detalle de mi vida.

—No quiero que llores, nena —murmura, sus dedos acarician mi espalda bajo la delgada tela de mi blusa, enviando un sinfín de descargas eléctrica a lo largo de mi piel—. No sé cómo lidiar con eso.

—Es pasado —musito, intento alejarme un poco de él para poder observarlo, pero lo único que logro es que Scott me apriete contra su pecho. No es brusco, sin embargo tenía necesidad de terminar con toda la historia—. La chica en el hospital me recordó a mí... por eso no tuve miedo en acercarme a ella.

>>Helen no lo habría dudado un sólo minuto.

—¿De qué estás hablando? —Él suelta, parece un poco confundido.

—Antes de que me adoptaran, ellos estaban viendo a cada uno de los chicos. Ella no tenía que llegar a mi habitación, pero lo hizo y cuando llegó me encontró con una jeringa apuntando a mí yugular.

El recuerdo de aquel día era algo que tenía tatuado a fuego en mi mente.

Las enfermeras rodeándome, observándome con algo de pánico en sus ojos mientras el médico en ese entonces sólo me observaba con odio.

Una de las manos de Scott termina sobre mi cabeza y cepilla con lentitud mi cabello. Está tranquilo, sin embargo siento un leve temblor en su cuerpo. Tomo una lenta respiración para continuar con aquel recuerdo.

>>Helen me ayudó, fue la única que pudo acercarse a mí y tomar la jeringa de mi mano. Fue la única que se acercó y me abrazó y no dudó ni un segundo en sacarme de ese lugar.

—Creo que debería agradecerle —Él murmura.

—Yo le agradezco todos los días —Mis ojos se enfocan en un solo punto y los ojos de aquel médico regresan a mí—. No era una adolescente que fantaseaba con morir, pero él médico...

>>Él intentaba algo cada vez que nos encontrábamos solos... Siempre intentaba tocarme.

Tensión pura es lo que irradia el cuerpo de Scott y, sin previo aviso, me separa de él, observándome a los ojos.

—¿Qué?

—No logró nada —Me apresuro—, cada que nos quedábamos solos y él intentaba algo, lo golpeaba y salía corriendo —Niego, algo divertida ante el estúpido recuerdo—. Estaba en la lista de las que nunca entraría en adopción por eso. Hasta ese día.

—Ese hijo de puta... —Scott me abraza de nuevo, estaba con algo más de fuerza y besa la parte superior de mi cabeza.

—Le conté a Helen todo lo que ocurría y gracias a todos sus contactos logró crear un caso que podría mantenerlo en la cárcel por muchos años.

—Espero que se pudra en ella.

—Huyó, Scott —musito—. Nunca llegó al último juicio, nunca nadie logro encontrarlo.

En silencio y como si no fuera nada, Scott me levanta del suelo, mis piernas terminan alrededor de su cintura y sin separarnos un solo centímetro él se encarga de llevarnos hasta la sala. Estamos completamente solos y el eco de la suela de sus zapatos contra el suelo resuena, llenando la habitación.

Se deja caer sobre el sillón, manteniéndome sobre él y, cuando sus ojos se posan sobre los míos, dice—: No dejaré que nadie se acerque a ti, Dylan.

>>Primero tendrán que pasar sobre mí para hacerte daño.

Una sonrisa se desliza por mis labios y sin ponerme en contra dejo que el moreno se deshaga de mi blusa, sus ojos caen a mis pechos y se encuentra nuevamente con el sujetador negro. Una de sus manos se levanta y sin vergüenza alguna aprieta uno de mis pechos. Un gemido ronco se forma en su garganta y, cuando vuelve a observarme, el deseo brilla en sus ojos.

—Eres mía, Dylan.

—Tuya —Asiento, dándole la razón, por una vez. Una sonrisa se adueña de sus labios y no dice nada, simplemente se acerca a mí y desliza su lengua al interior de mi boca.

Sus manos terminan en mi trasero, obligándome a acercarme más a él.

Como puedo, lucho por acercarme al florero que se encuentra detrás de ambos, es nuevo y el recuerdo de haberlo visto roto aborda mi mente. Mis manos buscan a tientas y cuando logro encontrar los condones en el interior, mi vientre se contrae ante la espera de tener a Scott dentro de mí.

El moreno tira de mí, regresándome a su regazo para luego adentrar sus manos al interior de mis pantalones. Aprieta mi trasero con algo de fuerza, haciendo que mi respiración falle un poco.

—Vamos a la cama —murmuro, contra sus labios. Scott no espera a que repita mis palabras y como si no pesara nada, se levanta, para luego dejarme sobre el suelo.

Toma los condones, para luego agacharse y lanzarme sobre su hombro.

—Te follaré hasta que no puedas caminar —dice, soltando un azote en mi trasero—, llamaré a Rachel y le diré que no irás al trabajo.

—Puedo faltar un día —digo, sin evitar que una sonrisa se apodere de mis labios. Scott se dirige con rapidez hacia su habitación y, una vez que llegamos, me deja caer sobre la cama luego de cerrar la puerta detrás de ambos. Sus ojos me observan, tal y como si se tratara de un león a punto de hacerse con una presa.

Con rapidez me deshago del botón que mantiene mi pantalón en su lugar y Scott se acerca a mí únicamente para tirar de ellos. Cuando me doy cuenta, me encuentro con Scott quitándose la ropa. Mis ojos caen a la erección que está formada en su bóxer y él sonríe, para luego subir a la cama y cernirse sobre mí.

Se acomoda entre mis piernas, presionando su miembro contra mi centro, haciéndome soltar un largo suspiro. Sus labios atacan los míos y siento sus dedos tirar con lentitud de mis bragas.

Como puedo, me estiro y tiro de la banda de su bóxer, sin embargo, me veo detenida por una de sus manos y, sin previo aviso, su mano derecha se escabulle entre mis piernas y se encarga de introducir dos dedos en mi interior.

—Te quedarás esta noche aquí —dice, observándome con intensidad—. Dormirás conmigo. Aquí.

Sin siquiera pensarlo, muevo las caderas, encontrándome con el dulce alivio de tener los dedos de Scott en mi interior.

—Si —suelto, en medio de un jadeo—, pero te quiero a ti, Scott. Te quiero dentro de mí.               

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