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La primera ley

Mientras estoy sentado en clase, sin ropa interior, cada vez más irritado por mis ajustados jeans de cuero que podrían asfixiar a una anaconda, lo cual, si nos guiamos por un sentido no tan literal, lo está haciendo, me resulta muy difícil prestar atención a la voz ronca del profesor de física. Un hombre tan encasillado como nerd que el casting para una adaptación hipotética de televisión sobre su vida solo diría "Lerdo."

—Los objetos en reposo tienden a permanecer en reposo —dice, garabateando líneas poco ilegibles con un marcador que se adhiere a lo último de su tinta—. Y los objetos en movimiento tienden a permanecer en movimiento, con la misma velocidad y en la misma dirección.

Casi como un cántico monótono, una canción de cuna para nerds y marginados. Quizás dormir en un ducto de ventilación no ha sido mi mejor idea. Sigo despertando con los cánticos lejanos de lo que creo que es un aquelarre secreto de brujas poniendo maleficios sobre el equipo de fútbol. Su pronunciación en latín es horrible, que es la parte que encuentro más atroz.

—A menos que sobre ella actúe una fuerza desequilibrada —dice el profesor—. Repito. Un objeto en movimiento-

Justo cuando estaba a punto de contar ovejas eléctricas, escucho un sonido que va como "pspsps" detrás de mí. Como no soy un gato, me niego a responder. Pero, ¿no es eso lo que hacen los gatos? ¿No respondes a la llamada de la pspsps? Al no responderle, ¿estoy afirmando mi carácter felino? ¿De esto se trata el experimento del gato de Shroddinger?

Solo para estar seguro, me doy la vuelta, donde de inmediato me maldicen con la carga de una nota de papel por Leeland, sonriendo como un mono que descubrió que puede lanzarles caca a los niños en el zoológico. Saben, me senté frente al aula para evitar esa recreación diaria del servicio postal, que, un recordatorio, es algo que debemos proteger como una institución vital para la democracia. ¿Quién rayos sigue usando notas de papel? Superderrochador para el medioambiente. Es solo uno de esos clichés de la escuela secundaria que no tiene sentido en la era moderna. Usen sus teléfonos como niños normales. Este majestuoso árbol no creció durante 15 años y fue talado por un leñador mal pagado para pasarse chismes. Se supone que los árboles se sacrifican en nombre de la educación, ¡maldita sea!

—Tiende a permanecer en movimiento-

Como ya estoy en posesión de la nota, es mi deber, según lo establecido por las reglas tácitas de la escuela, entregarla a su destinatario. Sin embargo, no hay nadie más frente a mí. Esto debe ser un error.

Me doy la vuelta, encogiéndome de hombros hacia Leeland y señalando la nota — El signo universal de un idiota inconsciente. Uno que no reconocí hasta que lo hice.

Si tienes que preguntar para quién es, lo más probable es que sea para ti, lo que afortunadamente Leeland confirmó al señalarme, seguido de lo que supongo que es el equivalente en lenguaje de señas de lo bien que mis manos servirían como gargantilla alrededor de su cuello.

Ahora, una nota escolar es una de las mayores señales de alerta que un bad boy puede tener dentro del aula. Por lo general, significa que está a punto de ocurrir un malentendido. Eso, o como me enseñó la histórica película de bad boys, "The Social Network", un momento de ajuste de cuentas. Y no voy a averiguarlo.

Lo agarro, lo levanto lo suficiente para que Leeland lo vea y lo rompo en dos.

—Con la misma velocidad y en la misma dirección.

Una nueva nota cae sobre mi escritorio casi de inmediato. Eso parece incluso más rudo que pspspsiarme.

Me volteo hacia Leeland, listo para darle una severa conversación sobre la etiqueta en el aula, cuando señala a la persona detrás de él, que señala a la persona detrás de mí, y así sucesivamente, hasta llegar a la parte de atrás, donde la enorme y carnosa figura de Hayden me saluda tímidamente, apuntando hacia mi escritorio, y después a sí mismo.

—Uf, están intercambiando cartas estoy tan celosa uf —monologa Laila a mi lado, sin signos de puntuación—, ¿Por qué todos los chicos guapos ya tienen pareja?

—A menos que sobre ella actúe una fuerza desequilibrada —repite el maestro—. Repito. Un objeto en movimiento-

Bueno, no puedo evitar esto si viene de Hayden. Abro la nota, que parece estar escrita con una especie de crayón morado, que dice, y cito: "Perdon x tu calzon. T compenzare. T invito almuerzo." Esto es seguido por un dibujo de mí con una cara triste y líneas apestosas en la parte posterior.

Vuelvo a triturarlo, y a la basura. Realmente no tengo tiempo para esto. ¿Por qué la gente no puede simplemente sentarse a aprender en la escuela como dios manda? ¿Tiene que ser todo dramático?

Sin embargo, otra nota cae sobre mi escritorio. Este tiene una cara sonriente.

—Tiende a permanecer en movimiento.

Este solo dice "R U Mad? :(" en letras grandes y en negrita.

Para la basura también. Lo siento, Señor Árbol. Su sacrificio fue en vano.

—Con la misma velocidad y en la misma dirección-

Otra nota, justo cuando la última se tiraba a la basura. "No seas malo. Tu, yo, almuerzo. Te invito."

Llega otra casi al mismo tiempo. "Tengo un cuaderno nuevo, puedo hacer esto todo el día".

Una tercera nota está escondida debajo de la segunda, este solo dice "Sowwy", con una imagen burda del cabeza de hamburguesa de Hayden haciendo pucheros.

Ya me harté. No puedo con este tipo. Simplemente no puedo. Me pongo de pie en un ataque de furia, haciendo que Laila grite como un chihuahua a mi lado.

—¡Lo entiendo! ¡Okay! —grito. Esto convierte el aula en un cementerio, o al menos eso creo, porque murió mi dignidad en ese momento.

Curiosamente, el profesor es el único que parece no seguir el velorio que el resto de la clase está respetando.

—Excelente, señor... Gómez, ¿no? —dice el profesor—. Al igual que yo repitiendo lo mismo una y otra vez, un objeto en movimiento permanecerá en movimiento, con la misma velocidad y dirección, hasta que actúe sobre él una fuerza desequilibrada. En este ejemplo, fue el Señor Gómez quien actuó como Fuerza desequilibrada contra mis divagaciones. Buen trabajo, Señor Gómez. Creo que le debo un crédito extra. Puede tomar asiento ahora.

Oh, eso fue interesante. Y también me da una buena idea de cómo resolver todo este problema de porristas.

—Elige lo que quieras. Mi regalo, bro —dice Hayden, con la mano izquierda en mi hombro izquierdo mientras me muestra las maravillas de los sánguches de carne molida, la pizza fría y lo que sea que estén intentando pasar por mortadela aquí. Juro que puedo verlo moverse...

—Solo tomaré una lata de Dr. Pepper y un plátano. —Los cuales, debo agregar, están amontonados en un rincón, pelados.

—No tenemos Dr. Pepper —dice una señora cocinera calva al que parece que todavía se le exige que use una redecilla para el cabello, a pesar de no tener pelo—. Tenemos Profesor Picantoso.

—Solo el plátano, entonces —digo, obteniendo un plátano marrón y asqueroso, y extrañamente húmedo.

—Serán dos dólares —dice la señora calva.

—Yo lo pago —dice Hayden con la misma energía de un hombre de negocios que paga una cena que cerrará ese trato que le dará un ascenso en la empresa.

—Quiero que papi Hayden me invite a almorzar también, ugh —dice Leeland en algún lugar detrás de mí. Esta escuela tiene un problema desenfrenado de acoso sexual.

—Oye, bro —dice Hayden, cogiendo tres sánguches, una gelatina de lima y un plato de papilla no identificada, que también juro se mueve como si estuviera respirando—. Quería pedir perdón por lo de tu ropa interior.

—No lo menciones —digo, no para sonar humilde, sino porque prefiero encerrar ese momento incomodo en una caja en mi mente, arrojarlo al río de mi subconsciente y no volver a tocarlo nunca más.

—Estaré más que feliz de pagar por un par nuevo.

—No te preocupes —le digo, sentándome en la única mesa vacía de la cafetería. Y sí, sé que es una trampa y que solo estoy buscando problemas, pero créanme, lo sé. Es parte de mi plan—. Tengo un contacto que me vende ropa interior de algodón a granel. Solo necesito correr a casa y agarrar un par nuevo. Varios serían ideales, solo para mantenerlos en el ducto de ventilación en caso de emergencia

—Al menos déjame llevarte a casa —dice Hayden, con la boca llena de sánguche de carne—. Es lo menos que puedo hacer.

—Eso depende. ¿Tiene un convertible o un auto deportivo?

—¡Mierda, no! —dice, con la textura añadida de la carne voladora—. Estoy en mi último año. Es una tragedia esperando a suceder. Es como ser un policía que toma un último caso dos semanas antes de jubilarse. No, bro. Tengo lo más parecido a un camión blindado que pude encontrar.

—Está bien, trato —le digo.

Justo cuando digo eso, veo al trío de porristas caminando hacia nosotros. Mi plan está oficialmente en marcha.

—Oye, Hayden —le digo, inclinándome hacia delante—. ¿Tienes un teléfono celular?

—Claro —dice, sacando un elegante teléfono inteligente de su bolsillo—. ¿Necesitas hacer una llamada telefónica?

—¿Podrías configurarlo para grabar y colocarlo sobre la mesa?

¿Por qué?

—Creo que tengo un plan para deshacerme de tu problema de porristas. Solo prepárate para apuntar la cámara cuando te diga.

—¡Qué pasa, perras! —dice Leighlay, arrojando su bandeja sobre la mesa mientras envuelve los brazos de salame de Hayden alrededor de ella.

Es la hora del espectáculo.

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