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El bad boy deportista es mi nuevo BFF

Si queremos hablar del peor match-up posible, definitivamente sería entre un bad boy tipo deportista y un bad boy tipo chico nuevo. Si de algo es ayuda, piensa que es cada bad boy tiene tipos elementales como pokemones. Los bad boys tipo deportista seria tipo normal, y los bad boys tipo chico nuevo son tipo fantasma. Y tanto tipo fantasma como tipo normal son inmunes uno a otro. Una batalla entre estos dos tipos es tan emocionante como ver un pájaro intentar volar bajo el agua: fútil, triste, e innecesariamente fetichista.

Pase lo que pase, es un perder-perder. Si el deportista se las arregla para vencer al chico nuevo, esto pinta al chicho nuevo en una luz comprensiva, ya que ahora se ve vulnerable, mientras que también refuerza al deportista como un idiota, imbécil, papanatas, y otras palabras sustitutas de pendejo, y, por lo tanto, lo pinta como el antagonista principal.

Si el chico nuevo gana, significaría una guerra contra el statu quo, y lo pintaría como un bad boy rudo que solo puede ser redimido por un PCP con un corazón de oro, azúcar, especias y todo lo bueno. El deportista también se convierte en un antagonista, porque un deportista perdedor es peor que un idiota deportista, ya que seguramente su papá es el jefe de la empresa más grande de la ciudad y puede hacerte la vida miserable.

Nadie gana en ese escenario. Pero a él no parece importarle mucho las intricadas maquinaciones de bad boys y pokemones. Filisteo.

Mientras caminamos en silencio por el pasillo, sin ningún PCP misterioso con pasados ​​misteriosos, que son mucho peores que un PCP regular en todos los sentidos de la palabra, veo a Hayden voltear de vez en cuando para ver si todavía lo sigo. Lo que plantea la pregunta, ¿por qué carajos lo estoy siguiendo? Tengo buenas piernas. Podría escapar fácilmente.

La respuesta es, Laila y Billiam. He sentido sus ojos seguirnos apenas salimos del salón de detención. La curiosidad se apoderó de ellos tan pronto el prospecto de ver a dos bad boys buenotes y sensuales moliéndose a golpes se les presentó. Porque, seamos sinceros: ¿es realmente una pelea de bad boys si no hay al menos un PCP en medio?

A los bad boys deportistas les encanta tener audiencia. Se alimentan de esa mierda, ya sea en el campo deportivo o en el campo de la vida. Son como Tinker Bell, pero versión pendejas, lo que significa que si la gente no cree en ellos y les dan su adoración ciega, se vuelven impotentes, y eso los lleva a convertirse en gerentes mal pagados una McDonald's. Pero eso despertó mi curiosidad. ¿Por qué parece que está huyendo de ellos?

Espera, ¿por qué estamos corriendo?

Sin aviso alguno, tan pronto como cruzamos la esquina frente al gimnasio, Hayden toma mi mano y comienza a correr como si su futuro bono navideño como gerente dependiera de ello. Dios, los envidio. Ojalá yo pudiera ser un gerente de McDonald's. Esos son lo opuesto a los chicos malos. No hay nada menos atractivo que un chaleco corporativo y Crocs de cocina.

Pero volvamos al asunto en mano, que actualmente es su mano sobre la mía. No es el capitán del equipo de fútbol en vano, ya que corre como el viento. Apenas puedo ver a Laila y Billiam detrás de nosotros, tratando de alcanzarnos.

Tan pronto como doblamos una esquina junto a la cafetería, usa sus grandes, fornidos, carnosos bíceps de calidad wagyu para empujarme dentro de la cafetería.

Y eso es lo último que veo antes de que todo mi mundo desapareciera en inconsciencia. Es el último cloche que faltaba. En cuanto a por qué sigo monologando cuando estoy inconsciente, no les puedo explicar. Supongo que la parte del cerebro que hace los monólogos no es tan importante como para desmayarse. O tal vez solo soy esquizoide. ¿O es esquizofrénico? Lo buscaré en Google cuando esté consciente.

Por suerte para mí, parece que no pase mucho tiempo en inconsciencia, ya que me despierto poco después, recostado contra la pared, con la carnosa mano de carne de vaca Kobe de Hayden sobre mi boca.

—Shhh —dice. O, mejor dicho, onomatopeyea. ¿Onomatopeyia? Tengo muchas cosas que Googlear—. Están al otro lado de la puerta. Guarda silencio.

Efectivamente, puedo escuchar pasos metiches detrás de la puerta de la cafetería, solo para desvanecerse poco después. Supongo que se fueron a buscarnos a otra parte. Eso, u ocurrió el rapto. De cualquier manera, estamos a salvo.

—¿Qué carajos? —digo, humedeciendo sus carnosos dedos de salchicha que aún están sobre mi boca.

Hayden se pone de pie, dándome su carnívora mano de jamón serrano para ayudarme a ponerme de pie también, la cual tomo.

—Perdóname, bro —dice el deportista en una forma agresivamente deportista—. Tuve que sacudirme a esos dos. Ese Billiam es como la vecina chismosa de la escuela. Mejor mantenerlo lejos.

—¿Tóxica y juiciosa? —le comento—. Bueno, ya es tarde. Nos vio correr juntos. Algún rumor raro se le ocurrirá.

Silencio. Hayden no se mueve ni reacciona. Simplemente se queda ahí, con una mirada de mil metros. He visto esa mirada antes, estaba monologando internamente.

Me quedé allí, también monologando, porque es de mala educación interrumpir los mecanismos internos de un bad boy.

Después de un minuto más o menos de silencio incómodo, murmura algo que no puede escuchar, me toma del brazo, y me lanza encima de una mesa.

¡Maldito, aprovechándose de mi monólogo para atacarme! Este es el momento de luchar.

—Está bien, antes de empezar —le digo, tratando en vano de poner mis manos frente a mi cara cual gato patas arriba—, nada de golpes en la cara, ni las bolas, ni el trasero. Los bíceps están bien, y si empiezo a gemir, es la forma en la que grito y no tiene nada que ver con algún fetiche que tenga reprimido.

Me mira con perplejidad en sus ojos, como si le estuviera insultando a su gato en ruso, y en un ruso muy mal hablado. —Guarda silencio que nos van a oír. Solo te voy a batir la crema y te llenaré con un poco de amor.

No siento agresividad de su parte, pero si siento un erotismo extraño.

—Mira, no tengo nada en contra de los homosexuales, yo mismo soy bi, pero estoy sintiendo una vibra medio rara —le digo—. Al menos llévame a cenar primero.

Me lanza de nuevo, esta vez contra una mesa. Bueno, lanzarme es una exageración. En realidad me sienta suavemente frente a una mesa. Coloca un plato frente a mí con el brownie de chocolate con dulce de avellana más rico y decadente que he visto en mi vida. También coloca un vaso encima de la mesa con un líquido blanco no identificado que bate con un batidor de mano durante unos minutos hasta que se puso rígido, colocando una cucharada de dicho líquido encima del brownie.

—Listo —dice, empujando el plato hacia mí—. Nada como crema fresca recién batida para rematar un brownie fresco. Buen provecho.

No entiendo nada nadita.

—Disculpa, pero, ¿no íbamos a pelear?

—¿Qué? —dice, poniendo una cuchara y una servilleta frente a mí—. No, para nada. Y si lo hiciéramos, no fuera una pelea, sino una masacre. No durarías un minuto contra mí.

—¿Quieres apostar? —digo. Ahora soy yo el que busca pelea, al parecer.

Hayden se toma unos segundos para monologar internamente antes de sentarse en un asiento junto al mío, agarrándome por el hombro. —Bro, no sé si te has mirado en el espejo hoy, pero te ves anémico.

—No, no lo estoy.

—Te ves tan pastoso y frágil como uno de esos niños Jesús de porcelana que las abuelas guardan en una caja de zapatos que solo encuentras una vez que limpias su armario después de que mueren.

—Eso es extrañamente específico —le respondo.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Mi estómago me traiciona al expresar una queja a la alta gerencia de mi cuerpo a fuerza de gruñidos cual pug consentido que demanda ser alimentado.

Entonces, me doy cuenta. Azotarme, batirme, llenarme. No estaba buscando pelea o llevarme a la cama. Quería batirme un poco de crema fresca y llenarme de brownies.

¡El bad boy deportista quiere darme de comer!

—Eso pensé —dice pone la cuchara en mi mano—. Ahora, come. El azúcar te devolverá algo de color.

Tomo una cucharada de brownie, con un extra de crema encima. No hay palabra en español, prestada o propia, que pueda explicar el espectacular orgasmo de comida húmeda y suntuosa que el cuadrado de dulce de azúcar semiderretido celestial envió por mi glándula pituitaria como un niño hiperactivo corriendo por un centro comercial. Así que ni siquiera lo intentaré.

La única pregunta que tengo en mente es, además de pedir la receta, es...

—¿Por qué? Pensé que ibas a puñetear.

—Mira —dice Hayden, apretando mi hombro—. Sé lo que estás pensando-

—Si supieras lo que estoy pensando no me tocarías el hombro.

—Crees que soy una especie de tonto bad boy tipo jock que quiere meterte un puño. Pero no. Soy como tú, alguien que fue etiquetado como un bad boy solo porque me veo de cierta manera, y tengo un six-pack, y mis manos saben manejar pelotas.

Antes de que pueda preguntarle qué quiere decir con manejar pelotas, porque sigo sintiendo una vibra erótica, agarra una servilleta, la convierte en una pelota y la arroja detrás de él. La bola hace un arco perfecto y aterriza sin problemas en una papelera.

—Bueno, eso fue impresionante —digo.

Agarra más servilletas, convirtiéndolas en bolas. —No, no me entiendes. Mira.

Procede a lanzar las bolas en todas las direcciones imaginables. Uno golpea el techo, bajando por una lámpara colgante. Otro golpeó un cartel en la pared. Otro golpea una taza, que comienza a rodar por una mesa. Todas terminan dentro en la papelera.

—No importa lo que haga, siempre anoto. No importa qué deporte sea. Estoy maldito por ser un deportista. ¡Ni siquiera me gusta el fútbol! Pero esa es la única forma en que puedo pagar esta escuela, ya que una beca escolar se encarga de todo. Solo quiero graduarme e ir a la escuela de cocina, bro. Ahí no hay equipo de fútbol ni nada de deportes. Finalmente puedo ser yo mismo y perseguir mi verdadera pasión: ¡cocinar!

—Espera —digo, tomando otro bocado celestial de brownie —. ¿Tú hiciste este brownie?

Me lanza una sonrisa que traiciona su naturaleza de bad boy, pero con un cálido orgullo. —Sí, lo horneé. ¿Te gusta?

No es de extrañar que chocáramos en el pasillo, siendo los primeros en salir de la habitación. Él tuvo la misma idea que yo.

—¡Eres un bad boy que no quiere ser un bad boy!

—Un placer, bro —dice con una sonrisa pícara—. Mi nombre es Hayden Wilson. Soy un bad boy tipo deportista que no quiere ser un bad boy.

—Dios mío —digo, con lágrimas en los ojos, que afortunadamente están oscurecidos por las gafas oscuras—. Soy Ayden Gómez. Pensé que estaba solo.

Se ríe, y qué hermosa risa es. Una risa de libertad. Una risa de un compañero de batalla. —No estás solo, bro. Hay otros como nosotros.

—¿Otros? —pregunto, la esperanza llenando mi voz.

—Síp —dice tranquilizadoramente—. Y estábamos esperando a alguien como tú.

—¿Por qué?

—Porque —dice, inclinándose hacia mí—. Necesitamos al menos tres personas para formar un club escolar.

No sé de qué está hablando, pero puedo decir que parece el comienzo de una hermosa amistad. Y delicioso, además. Por primera vez en mucho tiempo, no estoy solo.

Lo que significa que me he tropezado con una trama cliché. Mierda.

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