Capítulo 1: Los dos amigos.
- ¿No tienes que ir al congreso con tu padre, Lars? -preguntaba Kirk, un niño de siete años, hijo de la criada de la casa, de ascendencia boliviana, mi mejor amigo de la infancia también. Era imposible no ceder ante sus hermosos ojos cafés.
- No, hoy mi papi trabaja solo porque hoy amanecí con ganas de jugar -respondió un pequeño yo con siete años también.
- ¿Entonces te quedas para jugar un ratito más?
- Contigo, claro que sí -sonreí con ternura y sus mejillas se sonrojaron cuando les di un pequeño beso.
Mi madre siempre me enseñó que de esa forma se demostraba al cariño y que la amistad lo era todo, por eso Kirk y yo éramos tan unidos y cariñosos uno con el otro. Siempre jugábamos a las afueras de mi casa hasta que anocheciera y ya no se podría ver nada, ahí él se iba a su casucha pobre y yo a la gran vivienda de la familia Ulrich, donde yo era el menor de todos. Soy el hijo menor de una familia de alemanes que residen en estas tierras, el problema es que a diferencia de mi hermano mayor Frederik, yo soy hijo de otra mujer, una mujer india, por ello, se podría decir que soy un mestizo.
Y aquí nadie quiere a los mestizos. O eres español o eres indio, las mezclas son discriminadas y los indios asesinados. Eso me frustraba mucho.
Recuerdo que Kirk me mencionó acerca de que en Bolivia eso no ocurría de manera tan agresiva, porque ya eran un país independiente de la corona española, por ende, trataban con más respeto al mestizo que es hijo de la criada porque viene de un país donde los mestizos no existen y toda persona, sin importar la raza, que nazca en sus tierras se llamaban bolivianos. ¿Aquí? Naces en Chile y eres un indio o un mestizo o criollo o según se dé el caso.
Mi padre era mi mayor ídolo, porque él buscaba la independencia de España, tenía un alto lugar en el parlamento, era muy respetado... ansiaba con muchas ganas ser como él algún día, a pesar de que mi hermano mayor tomaría el mismo camino. Por ello, ambos asistíamos al congreso con nuestro padre para admirar el entorno y aprender cómo gobernar algún día entre los dos.
Yo... digamos que me criaba solo. Bueno, no del todo. Frederik cuando no estaba estudiando cuidaba de mí, entretanto mi padre siempre iba de aquí para allá, ocupadísimo en temas de política; la madre de Kirk era quién me preparaba la comida y lavaba la ropa, fuera de eso, me las apañaba solitario por la vida hasta que Kirk tuviera el rato libre, porque él siempre ayudaba a su madre en limpiar la casa y ese asunto.
Las mañanas eran algo solitarias. Ya en la ttarde jugaba un poco e iba al congreso. Yo no estudiaba porque... bueno, mi padre le tenía más fe a mi hermano que a mí para ser su sucesor y yo todavía era un niño, al menos sabía leer y escribir porque la criada me enseñó junto a su hijo.
Digamos que los niños de siete años no comprenden el dolor o lo feo que es vivir así, son más inocentes; en esos momentos yo no comprendía nada, ahora no dejo de torturarme con el recuerdo; con cada recuerdo de mi niñez, más aún si estuve junto a él.
- Kirk, tengo una duda -murmuré algo confundido, de la nada la curiosidad me picó bastante al recordar algo en particular que me inquietaba.
- ¿Sí, Lars? -su mirada totalmente posada en la mía, era imposible para mí ahora recordarlo y no sentirme cautivado, tal vez de niño no entendía bien porqué me gustaba tanto el café de sus ojos- ¿Qué ocurre?
- Es que... Mi madre se fue de viaje hace dos años y no ha regresado... Además de que tu padre también desapareció hace dos años atrás, ¿no crees que es muy curioso eso?
Hizo una mueca y suspiró, su mirada perdió el hermoso brillo que adoraba, se le notaba deprimido.
Dulce inocencia la mía.
- Lars... ¿no sabes qué ocurrió? -negué, preocupándome porque él ya no lucía tan alegre como siempre- Tu madre se fue de viaje y por orden de tu padre, el mío acompañó a tu mamá para que llegara a salvo.
- ¿Y están bien? -negó, demasiado triste- ¿Qué pasó, Kirk? ¡Dime! -insistí algo molesto porque el chico moreno llevaba bastante rato sin pronunciar nada.
- ¡Los fusilaron en Mendoza tras atravesar la cordillera! -sus ojos volvieron a ser brillosos, esa vez por las lágrimas que iban a salir.
- ¿Mu-murieron? -asintió- Oh, no...
Y esa fue la primera vez que sentí el dolor, lamentablemente, no sería la última vez a lo largo de mi vida.
Él se acercó más a mí y nos abrazamos para consolarnos de manera mutua, ¿cómo era que nadie me había dicho que mi madre murió hace tiempo y yo continuaba con la vaga esperanza de su regreso? Fue algo bastante shockeante para una inocente mente infantil que poco a poco iba corrompiéndose gracias al sanguinario mundo político en el que me fui adentrando con el paso de los años.
Al cabo de una hora, nos detuvimos del llanto para admirar el bello atardecer, contemplé la cordillera, blanco manto de nieve... ¿cómo fue que asesinaron a mi madre y a su padre en tan bello lugar fronterizo que conectaba con Mendoza, Argentina?
- Esa nube es bonita -comenté, tratando de cambiar el tema porque el ambiente era demasiado turbio.
- Parece un caramelo -me siguió el juego, de verdad no había ninguna nube, sin embargo, comprendía que era mejor imaginar felicidad a deprimirse, porque así son los niños.
- Me lo quiero comer...
- Mejor no, que luego no comes en la cena -sonreímos de manera mutua.
- Está haciendo frío -volví a cambiar de tema-, ¿podemos ir a casa?
- Sí... eso mismo iba a decirte, hace frío...
- ¿Falta mucho para la cena? ¿Qué cocinará tu mami?
- Uh, no sé... una sopa haría bien para el frío...
- ¿Vamos a la cocina para ver qué tal?
Asintió y nos pusimos de pie, caminamos apresurados para entrar a casa, temblando congelados. Acertó muy bien, su madre estaba preparando sopa para la cena, sopa de verduras que olía muy bien. Nos abrigamos bien, como siempre, a escondidas, yo le prestaba ropa a Kirk porque era bastante pobre y no me gustaba verlo temblando, no me dejaban ser tan amable con el hijo de la empleada, de hecho, ni me dejaban juntarme con él al ser un niño pobre. Pero como me dejaban botado y toda la atención iba siempre para educar a Frederik, pues obvio que yo rompería las reglas.
La pasamos muy bien a la hora de la cena, aveces sentía que ellos eran mi verdadera familia, sin embargo, mi mente de niño seguía admirando con enorme fidelidad a mi padre, porque la política desde pequeño me apasionaba, no pretendía cambiar eso para nada, ni aunque costara caro para esa amistad prohibida.
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