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Capítulo veintinueve: "Dos besitos"


Damiano

No soy capaz de esperar a que vuelva, me pongo de pie como si el mundo no me diera suficientes vueltas y voy hasta la puerta sin mirar atrás. Me había mentido mirándome a los ojos y yo ni siquiera me di cuenta de eso, quizá debería de haberla analizado un poco más y no creerle lo primero que soltó. Me dolía todo, el pecho en especial, por haber puesto a Alexandra por encima de Frigdiano. ¿Dónde habían quedado todas mis promesas, todos mis "siempre serás tú"? ¿Tan rápido me había olvidado?

Era un hijo de puta. El alcohol no ayudaba sino todo lo contrario,  bajar las escaleras fue incluso peor que subirlas, en algún momento casi caigo de morros al suelo y me mato, por suerte (o quizá por desgracia) eso no pasa. Cuando salgo del edificio el aire fresco me golpea el rostro, quería vomitar, pero no lo haría allí. Que mi estómago aguantase un poco mal de lo que tenía dentro, al menos hasta llegar a casa.

Tomo mi teléfono para llamar a un taxi y deambular por las calles como un cualquiera, pero los mensajes de Frigdiano me detienen, son de hace un par de horas y dicen que se había ido a su casa para no molestarme a mi en la mía. Se me parte el corazón de nuevo pero sé que ha hecho lo correcto, lo que menos quiero es que me vea en este estado. El taxista se comporta demasiado amable conmigo, tiene un acento andaluz que se queda en mis oídos presente durante todo el trayecto, en cuanto llego a casa quiero pagarle de más y él no me deja hacerlo, diciéndome una y otra vez que sólo ha cumplido con su trabajo. Soy terco pero decido hacerle caso porque de verdad quiero vomitar y si sigo insistiendo terminaré haciéndolo en la puerta de mi casa.

Después de vaciar mi estómago en el baño de la planta baja voy hasta el sofá y me dejo caer allí de nuevo, dejándome ganar por el cansancio. Necesitaba estar espabilado para hablar mañana con el muñeco y explicarle un par de cosas, entre ellas que soy un gilipollas que no sabe pensar con claridad, que lo quiero más de lo que se puede imaginar y, sobre todo, disculparme por absolutamente todo. Sé que este último mes ha sido una pesadilla, mi humor era muy cambiante gracias a la hermosa noticia que recibí el día que llegamos a España. Sin embargo, él me mantuvo bien durante todos esos días, no me dejó caer en la amargura, se quedó a mi lado con el fin de subirme los ánimos.

Si eso no era amor entonces que baje Dios abajo y lo juzgue por sí mismo.

Al abrir los ojos el día siguiente me quejo de la postura que tengo en el cuello, debería de haberme ido a dormir a la cama y no en el sofá. Tras quejarme durante un buen rato subo para darme una ducha y vestirme con ropa limpia, mi aliento no olía a alcohol después de lavarme los dientes, ahora en cambio tenía un sabor mentolado que no terminaba de agradarme.

Recordaba a la perfección la dirección de la casa del muñeco así que en menos de media hora me puse allí, me bajé del coche con elegancia sabiendo que me estaría mirando desde la ventana y caminé con seguridad hasta la puerta, pensando en lo que le diría cuando la abriese.

—Buenos días —saludó, estaba desnudo de cintura para arriba, pues lo único que lo cubría era aquel ridículo pantalón de pijama con dibujos navideños y las zapatillas de andar por casa.

—Lo siento —hablé antes de devolverle el saludo—. Ayer fui un completo idiota al no creerte, me parecía una idea totalmente absurda y me dejé llevar por mis impulsos en lugar de pensar. Tenías razón, pude comprobarlo yo mismo y me sentí un hijo de puta por no haberte hecho caso.

—No tienes que disculparte, es normal que no lo hicieras... Bueno, normal no es, pero estabas con la cabeza en otro lado y tu mayor preocupación era eso —Se encogió de hombros como si realmente no le importarse—. ¿Acaso quieres que ahora tengamos sexo de reconciliación?

—¿Tú quieres tenerlo? —provoqué, alzando mis cejas de manera seductora.

—Hombre, yo por querer...

Dejo escapar una risa mientras niego con la cabeza, quiero hacer algo que va más allá de lo carnal y solo espero que él no rechace mi oferta.

—Vístete con ropa cómoda, muñeco, voy a llevarte a un lugar.

Él asiente y entra a casa rápidamente para obedecer, yo me quedo apoyado en el marco de la puerta enviándole un mensaje a Ethan, que vivía cerca del campo de baloncesto, para pedirle que bajase a los chinos a comprar una pelota y la dejase allí, que enseguida íbamos a ir nosotros. Me deja en visto y es suficiente para saber que me ha hecho caso.

Cuando vuelve a bajar me sonríe de esa manera tan bonita que me ilumina la mañana. En el coche pone él sus canciones para ir tarareando por el camino, eso es pura felicidad.

—¿A donde vamos?

—Al campo.

—¿Al campo? ¿Y que haremos en el campo?

—Vamos a jugar.

Empieza a quejarse de lo malo que es en los deportes y me dan ganas de darle la vuelta y azorarle culo. Si tan solo se callase y me dejase a mi explicarle como era, sería mucho más fácil.

La pelota que le pedí a Ethan está bajo una de las canastas así que corro hasta allí para tomarla y volver hasta Frigdiano botando, me mira alzando una ceja e intenta arrebatármela. El juego había empezado y yo me estaba dejando quitar la pelota para que sintiera satisfacción.

—Tiras fatal —me burlo al verlo fallar—. Es así, mira.

Me acomodo detrás de él y agradezco a los pocos centímetros que nos separan, pongo mis manos en su cintura para indicarle la postura y después las llevo a sus brazos para mostrarle el ángulo en el que deberían de estar si quería encestar la pelota en la canasta.

—Prueba ahora.

Lo hace casi sin ganas pero el entusiasmo que le provoca ver que había conseguido su objetivo no tiene precio.

—¿Has visto eso? ¿Lo viste? ¡La he metido!

—Felicidades, muñeco —sonrío volviéndome a acercar a él—. Ven que te doy un besito como premio.

—Dos —negocia—. Dos besitos.

—Dos besitos —asiento antes de unir nuestros labios, bajando mis manos por su espalda hasta que agarran su culo, el gemido que se escapa de sus labios me da vida—. Dos besitos y un poco de manoseo, ¿no?

—Bueno, si insistes...

Yo no me iba a conformar, era obvio que terminaría queriendo más y más de él, nunca estaría satisfecho. Así que le voy a decir que dos besitos para no decirle que voy a estar toda mi vida besándolo.

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