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único.

—¿Rosé?—, llamó Jennie desde la cocina.

Su nombre pareció entrar por un oído y salir por el otro, ya que Rosé no hizo ningún gesto por levantarse. Estaba completamente absorta en su libro, acariciando suavemente a su perro que dormia cómodamente en su regazo.

Un momento después, el tintineo de los utensilios de cocina se detuvo en seco, y Jennie volvió a llamar, esta vez con un tono mucho más serio.

—Rosé, cielo, ¡es importante!—

Rosé parpadeó y la voz de Jennie finalmente hizo clic en su cabeza. Levantando suavemente a su perro, que gruñó en protesta por la molestia, Rosé dejó su libro cuidadosamente a un lado y se dirigió hacia la cocina.

Mientras Jennie continuaba concentrada en sus labores culinarias sin darse cuenta de la presencia de su esposa, Rosé simplemente la observaba embobada, admirándola.

El cabello de Jennie estaba recogido en un moño, con algunos mechones sueltos pegados a su frente. Llevaba un top de tirantes finos y un short de dormir. Su rostro estaba al natural, y de esta manera, Rosé podía admirar el suave tono rosa de sus mejillas y las pocas imperfecciones esparcidas por su cara. Era su look favorito.

Rosé no pudo evitar pensar que Jennie lucía fascinante, especialmente con la forma en que el sol entraba a la cocina y bañaba el espacio compartido en un brillo dorado.

Después de un breve momento, Rosé tosió. —¿Sí, Jen?—

Jennie levantó la vista al escuchar la voz y sonrió ampliamente. —Ahí estás. Necesito que pruebes esto y me digas qué te parece.—

—¿Qué estás haciendo?—

—Eso es lo que sólo yo sé y tú lo descubrirás. Es una sorpresa,— murmuró Jennie mientras tomaba una cucharada de glaseado blanco y la acercaba a los labios de Rosé.

—Abre bien la boca,— bromeó Jennie antes de tomar la cara de Rosé con ambas manos y colocarla a su altura. Llevó la muestra a la boca de Rosé y esperó a que abriera los labios para introducirla.

Rosé parpadeó, momentáneamente desconcertada por el cambio repentino en el comportamiento de Jennie. Sentía cómo los engranajes mentales se le detenían mientras procesaba el momento.

Mientras la mano de Jennie le sostenía la cara con delicadeza, Rosé no pudo evitar sentir una ola de calor que la recorría.

El agarre era suave. Gentil. Incluso... maternal.

Esa era la única palabra que podía describir el toque y el aura de Jennie en ese momento. Maternal. Como si estuviera acunando la mejilla de su hijo y dándole de comer.

Oh, Dios. ¿Acaso Rosé se sentía atraída por esto?

Cielos, Rosé estaba fascinada con esto. 

Dios santo.

Una voz cálida la sacó de su trance. Rosé parpadeó, volviendo a centrarse en la expresión preocupada de Jennie. Entonces, sintió una mano gentil rozar su frente y las palabras llenas de preocupación de Jennie la envolvieron.

—¿Estás bien? Estás como ida últimamente. No eres tú —dijo Jennie, con el ceño fruncido.

Su cabeza se sentía como si diera vueltas con el nuevo descubrimiento. Se las arregló para esbozar una sonrisa en su rostro que no llegó a sus ojos, pero Jennie no lo cuestionó más.

—Lo siento, gatita. Estoy bien, solo cansada. Está muy bueno, el glaseado. ¿Para qué lo usaras?

Jennie sonrió cálidamente y recuperó la cuchara, dándole un beso suave en la frente. Decidió no interrogar más a su esposa, y concluyó que simplemente estaba cansada.

—Rollos de canela. Te encantarán.

Rosé asintió, aunque distante, y su mente comenzó a nublarse con pensamientos sobre este nuevo descubrimiento.

Con la mente aún aturdida, se giró para salir de la cocina, pero al hacerlo, su pie chocó con la pata de la silla del comedor, haciéndola tambalearse hacia adelante. Con un rápido reflejo, logró estabilizarse antes de estrellarse contra el suelo.

Al escuchar el ruido del golpe, Jennie levantó la vista y arqueó una ceja con curiosidad.

—Tranquila, todo está bien aquí —le aseguró Rosé a Jennie. Ante la mirada inexpresiva de Jennie, le dedicó su típica sonrisa ladeada que sabía que adoraba.

La expresión en blanco de Jennie se transformó en una sonrisa y negó con la cabeza con cariño.

—Tonta.

Rosé soltó un suspiro. Por ahora, podía ignorar estos sentimientos. Si no les prestaba atención, no existían.

Pero, en el fondo, lo sabía. Conocía a Jennie, sabía que su esposa poseía una especie de sexto sentido extraño. Tarde o temprano, Jennie se daría cuenta.

Bueno, ese es un problema para la Rosé del futuro. No para la Rosé del presente.

—¡sigue con lo tuyo! —Rosé se enderezó, ofreciendo un saludo fingido mientras se giraba para salir de la cocina.

...

Más tarde esa noche, después de una cena satisfactoria seguida de postre, Rosé y Jennie se encontraron acostadas en la cama, el suave zumbido del televisor proporcionando un relajante telón de fondo a su velada.

Desde el momento anterior, con el glaseado, Rosé no podía dejar de pensar en ello. Estaba confundida. Tenía una gran relación con su madre, entonces ¿por qué se sentía así? ¿Por qué su estómago se revolvía al pensar en la forma en que Jennie le acarició las mejillas o en la forma en que la llamaba "cielo"?

Aunque Rosé admiraba la naturaleza gentil y cariñosa de Jennie, nunca pensó que su admiración la llevaría a pensamientos como esos.

—Puedo escuchar tus pensamientos desde aquí.

Los ojos de Rosé se abrieron de golpe, enfocándose en los de Jennie que la miraban fijamente. Había pensado que Jennie se estaba quedando dormida, pero claramente estaba equivocada.

Rosé tosió y de repente se sintió cohibida bajo su mirada. Se giró hacia un lado, esperando que Jennie no se diera cuenta de sus mejillas sonrojadas.

Entonces, sintió una mano agarrar su mandíbula, obligándola a volver a mirar a Jennie.

—Háblame, Rosé, por favor. Siento que me estás evitando —suplicó Jennie, su tono desesperado.

Rosé sopesó sus opciones.

Si se lo decía, ¿Qué era lo peor que podía pasar? Ya no eran adolescentes locamente enamoradas, habían aprendido a comunicarse de manera efectiva. Eran adultas. Podía hacer esto.

Suspiró y abrió la boca. —Tengo este... tema. Te involucra. No lo sé. Estoy confundida. No te vayas a reír de mí.

Las cejas de Jennie se fruncieron y con un toque tierno, movió su mano de la mandíbula de Rosé a su estómago, frotando círculos suaves en un gesto reconfortante.

—No me voy a reír de ti, cielo. Dime qué tienes en mente —dijo Jennie, con ese mismo tono suave, y esto solidificó lo que Rosé había estado sintiendo. Su miembro se agitó en sus pantalones cortos, e hizo un esfuerzo por cruzar las piernas para ocultarlo.

Jennie tomó nota de la reacción y arqueó las cejas, instando a Rosé a continuar.

Con una respiración profunda, murmuró un desastre de palabras incoherentes, y Jennie no pudo descifrar nada.

—Rosé, ya sabes cómo me siento con los murmullos —la tentó su esposa—. Usa tus palabras de adulta.

Ese fue el glaseado, tanto metafórica como literalmente, de esta prueba.

—Creo que tengo un... eh, este gusto de cuando eres maternal conmigo... —dijo Rosé finalmente, sonrojándose furiosamente por lo que acababa de salir de su boca, y apartó la mirada, incapaz de ver la reacción de Jennie.

Jennie tenía una idea de lo que podía ser, pero no se lo esperaba. No estaba... en contra. Estaba dispuesta a escucharla.

—Lo siento, sé que suena raro... —

—Tranquila —susurró Jennie, su comportamiento cambiando drásticamente. Con su dedo índice sobre los labios de Rosé, continuó—. Todavía no he dicho nada. Te diré que estoy sorprendida, pero no es para que te avergüences. Creo que es bastante tierno —dijo Jennie en tono cariñoso, acariciando la mejilla de Rosé con el dorso de la mano. Los ojos de Rosé se abrieron por la sorpresa. —¿Qué te gustaría que hiciera exactamente, cielo? Si lo que quieres es que te cuide como a una niña, no tengo leche para darte exactamente.—

Jennie no intentaba disuadir a Rosé de este gusto, simplemente estaba señalando lo obvio y buscando alternativas.La mirada de Rosé bajó hacia sus pechos. Sentía un poco de frío y sus pezones, debajo del camisón de seda púrpura transparente, se pusieron firmes por la temperatura fría.

—No es leche lo que necesito. No estoy segura de cómo funciona esto tampoco, solo sé que cuando actúas así, yo... yo no sé. Me debilita las rodillas.— Rosé se estiró y se bajó el camisón, revelando el suave contorno de sus pechos, bajando la tela justo debajo de ellos. 

—Mi cuerpo es tuyo para que lo uses, amor. Solo dime qué necesitas que haga —susurró Jennie y apartó un mechón de cabello de la frente de Rosé, besando la piel allí.

Fue vergonzoso lo ansiosamente que su boca encontró su pezón y comenzó a succionar. Rosé no pudo evitar gemir.

—No tan fuerte, cariño —murmuró Jennie, sujetando su cabello suavemente como si la estuviera guiando.

La vergüenza ardía en el vientre de Rosé, pero no podía detenerse. La sensación en su pecho era reconfortante y era absurdo que esto la excitara, pero no podía evitar los gemidos ahogados que intentaba reprimir. La mano de su esposa acariciando su cabello solo aumentaba el efecto. Rosé se sentía cálida, cuidada. Tan amada.

—Mierda —susurró Jennie—. Así, muy bien.

Rosé succionó con más fuerza, su lengua rozando suavemente su pezón rígido. Se excitó aún más al saber que Jennie también disfrutaba. Sus manos, agarradas a sus caderas, temblaban ligeramente.

—Ahora el otro —dijo, apartando la boca bruscamente y guiando a su esposa hacia el otro pecho. Rosé se enganchó inmediatamente—. Mi Rosie obediente —susurró Jennie con voz ronca.

El cuerpo de Rosé se acurrucó más cerca del suyo en un ángulo, apoyándose en la parte superior del brazo de Jennie en busca de apoyo. Jennie la acogió, mimándola, adaptándose a la nueva sensación. Era tranquilizador tener a Rosé aferrada a ella.

Las piernas se entrelazaron sin pensarlo mucho, y sus extremidades encontraron un ritmo y se enredaron entre sí, quedando unidas.

Mirando hacia abajo, Jennie sí disfrutó la sensación de ser atendida, acogiendo la intimidad que se creaba entre sus piernas.

Rosé emitió tiernos sonidos entre sus labios ocupados, que avivaron el calor en el interior de Jennie. Gimió con fuerza, silbando entre sus labios, disfrutando de los sonidos reconfortantes que salían de Rosé.

—Buena chica,— susurra Jennie y se deleita con la forma en que Rosé se retuerce por el apodo. Besa los labios de la mujer debajo de ella y arrulla, —Estoy empezando a sospechar que incluso el elogio más simple te excita. Qué adorable.— Un movimiento de cadera involuntario roza a Jennie, y Rosé solo puede responder con una respiración ronca, encontrando las palabras demasiado difíciles de decir en este momento. Jennie vuelve a besarla, pero esta vez por toda la cara.

Comienza con un beso en la nariz. —Ahora lo entiendo—, otro beso en su mejilla. —Siempre te ha encantado cogerme las tetas durante el sexo. Ya no me sorprende.— Jennie besa la comisura del labio de Rosé. —Mi lindo cachorrito.— Los labios de Rosé reciben entonces un largo y apasionado beso.

La lengua de Rosé baila con elegancia en su boca. Tan rápido como entró, sale cuando Jennie se aparta con el labio inferior de Rosé firmemente apretado entre sus dientes. Jennie lo suelta y suspira. —Lo estás haciendo genial,— murmura Jennie, bajando hacia la mandíbula de Rosé para mordisquearla suavemente. Le da un pellizquito lo suficientemente fuerte como para que Rosé sienta su presencia, pero sin pasarse. Antes de bajar hacia el cuello, besa el mismo lugarcito con un roce tierno.

A Rosé le cuesta aguantar toda la atención, las palabras y el cariño. Es como un hechizo mágico que le sobrecarga el cerebro con pura euforia. Jennie aún no la ha tocado, y siente que su dolorosa erección está a punto de estallar.

Cada vez que se mueve, su ropa interior roza contra esa zona tan sensible. No aguanta más, tendrá que liberarse ella misma. Con los brazos temblorosos, Rosé baja su ropa interior hasta la cintura, dejando escapar un sonido ahogado cuando su duro miembro toca su abdomen con un golpe sordo. 

Sintió un alivio instantáneo.

Desafortunadamente, Jennie lo ve todo. Con una mano, agarra las dos muñecas de Rosé con brusquedad y las sube por encima de su cabeza. Sin querer, usa un poco más de fuerza de la necesaria. Aún así, en lugar de disculparse, Jennie chasquea la lengua con picardía: —Nuh, uh, nada de tocarte a menos que yo lo diga.—

La rudeza, junto con la sonrisa sádica de Jennie que apareció de la nada, hace que Rosé gima accidentalmente en voz alta. La vergüenza la invade instantáneamente y casi se corre por todo el estómago y el pecho, pero de alguna manera Rosé logra al menos controlarlo.

De repente, el ambiente cambia por completo. Rosé suelta una risita baja y encantada, con los ojos brillando. Es como si acabara de descubrir un nuevo nivel de diversión para pasarlo con Jennie.

—Rosé, cielo, hazle un favor a mami y quítate el pantalon.—

Al escuchar las palabras subidas de tono salir de su propia boca, Jennie se sorprendió. No sabía cuánto estaba disfrutando esto. Tal vez una parte oculta de ella había disfrutado todo este tiempo molestando a Rosé de esta manera.

Más que ansiosa por obedecer, los dedos de Rosé temblaban mientras luchaba, sólo quería ser la buena chica de mami.

—Déjame ayudarte—, dijo Jennie con una voz baja y tranquilizadora. Con gentil paciencia, Rosé logró agarrar su bóxer y sus shorts enganchados entre dos dedos, deslizándolos por sus muslos hasta el suelo. Sus manos se levantaron por encima de su cabeza mientras se apresuraba a quitarse la camisa y tirarla a algún lugar del piso.

—A ver—, murmuró, envolviendo una mano alrededor de su miembro y moviendo lentamente la mano.

Gimió, retorciéndose contra Jennie. Deseaba estar más desnuda, pegarse a su cuerpo febril, pero Jennie le había advertido estrictamente que no la tocara a menos que se lo indicara, y ella no era de las que desobedecían.

Ella continuó masturbándola lentamente, haciéndola volverse loca. Jennie decidió molestar un poco más a su esposa y se inclinó hacia adelante, agarrando el cabecero para estabilizarse mientras se cernía sobre el miembro de Rosé. Sus pechos se balanceaban libremente frente a su cara y Rosé no podía hacer nada más que lamerse los labios. Jennie casi se siente mal.

—Por favor,— murmuró Rosé con voz desesperada y ronca. —Por favor.—

—¿Qué necesitas, cielo?— Jennie respondió con calma mientras se acomodaba sobre su miembro húmedo y palpitante. —Dile a mami lo que deseas. ¿Recuerdas lo que hablamos sobre usar tus palabras de adulta?—

Estaban lo suficientemente cerca como para que Rosé embistiera y se hundiera en su interior si lo deseaba. Pero era Jennie quien mandaba aquí. Las caderas de Rosé se movían bruscamente sin control, un gemido agudo escapaba de su garganta.

—Por favor, cógeme— Rosé finalmente lo murmuró, con los dientes apretados por la desesperación. —Mami.—

A pesar de ser la que sugirió la idea, a Rosé le había costado tanto soltarse y decir esa palabra. Jennie no sabía quién estaba disfrutando más esto, si ella o Rosé.

Con eso, Jennie se acomodó a su alrededor, su coño estaba tan caliente y húmedo que Rosé no pudo evitar soltar un gemido.

Rosé dejó escapar un gemido ronco, mordiéndose el labio para quedarse callada. Fue muy difícil, especialmente cuando se balanceaba firmemente contra ella. Echó la cabeza hacia atrás y las caderas se levantaron del sofá para empujarse dentro de ella.

—Sé buena con mami, déjame escucharte. —murmuró, con una voz apenas más que un susurro. —No te contengas.—

Rosé gimió y se retorció debajo de ella. Su boca se abrió en un gemido mientras observaba los pechos de su esposa rebotar cada vez que su trasero golpeaba las caderas de Rosé. Rosé miró con asombro. Jennie dejó escapar un gemido antes de mover su peso hacia adelante y agarrar ambos pechos de Rosé, masajeandolos.

—Mami, yo—, comenzó Rosé pero se atragantó con su propio aliento. —Quiero tocarte, por favor.—

A Jennie le dieron ganas de mimar a Rosé por lo tierna que se veía en ese estado sumiso. Mentalmente, tomó nota para tomar la iniciativa con más frecuencia.

—Por supuesto,— respondió Jennie con una sonrisa juguetona.

En ese momento, Rosé finalmente soltó las manos que había estado apoyando sobre su cabeza, temblando e inquieta, para buscar a su esposa. Era como un reflejo de aquella vez en que Jennie le dijo que no la tocara a menos que se lo pidiera.

Sus manos se dirigieron de inmediato a los muslos de Jennie, dándoles un masaje suave antes de subir por su espalda y posarse en sus glúteos. Los acarició con ternura, separándolos un poco para luego apretarlos suavemente cada vez que las caderas de Rosé se movían con anhelo.

Jennie arqueó la cabeza hacia atrás y gimió ante el repentino cambio de actitud. Sus manos soltaron la espalda de Rosé para posarse sobre sus muslos.

En ese punto, Rosé había tomado el control de nuevo, pero sinceramente, a Jennie no le importaba. Lo único en lo que estaba concentrada en correrse.

Los gemidos escapaban desesperados de Jennie, tan intensos que apenas podía pensar con claridad. El único sonido que registraba era el de su piel chocando contra la de Rosé.

—¡Ah!—

Otra nalgada.

—¡Mier—mierda, Rosé!—

—¿Te gusta eso, mami?— Rosé suspiró, plantando sus talones firmemente en el colchón y comenzando a moverse con más rudeza, sin mostrar signos de piedad. Estaba decidida a cogérsela hasta correrse.

—¡Ah, sí!— gritó Jennie, con las lágrimas asomando en sus ojos por la intensidad.

Mientras continuaba con sus movimientos enérgicos, Jennie estiró los brazos y rodeó el cuello de Rosé con desesperación, deseando sentir el cuerpo de su mujer contra el suyo.

—Abrázame fuerte,— murmuró.

Rosé, cuyo miembro estaba profundamente enterrado dentro de ella, se incorporó un poco y sin dudarlo rodeó la espalda de Jennie con los brazos, escondiendo su rostro en su cuello. Sus gemidos, ahora amortiguados, aumentaron en intensidad mientras Jennie movía sus caderas rítmicamente contra el cuerpo de Rosé, siguiendo el ritmo de sus embestidas.

—Así es, cielo,— suspiró Jennie, —me estás llenando tan delicioso.—

—Estoy... estoy tan feliz,— respondió Rosé con la voz entrecortada.

Rosé podía sentir su cuerpo aflojándose por completo entre los brazos de Jennie, y una ola de placentera tensión iba creciendo lentamente en su interior.

—Te amo—, murmura Rosé en sus senos que se balancean, atrapando un pezón entre sus dientes y tirando gentilmente. —Mierda, Jen. Te amo. Por favor, déjame correrme.—

—Has sido una buena chica—, murmura Jennie sin aliento. —Córrete para mí.— susurra nuevamente, y luego dejó escapar un grito ahogado y lleno de emoción. Sintió los fuertes brazos de Rosé rodearla, temblando por completo. Con suavidad, Rosé la atrajo hacia sí, abrazándola y besándola.

Rosé no podía moverse. Jennie se apartó lentamente, o al menos lo intentó, pero Rosé se aferró a ella con desesperación. Jennie se quedó quieta y se acomodó junto a Rosé, apoyando la cabeza en su pecho y sintiendo que su rápido latido se calmaba.

Jennie sintió que Rosé se relajaba por completo, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarse. Estaba completamente agotada.

Después de unos minutos de silencio, Jennie le dio a Rosé un beso tierno en el pecho y abrió la boca para hablar, pero al levantar la vista, encontró los ojos de Rosé cerrados y su respiración tranquila.

Le dio un beso cariñoso en la comisura de la boca y se durmió, murmurando un suave —Te amo— en el pecho de Rosé.

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