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dos semanas antes

—Buen trabajo, chicas. Tómense diez minutos.

Sana hizo una ligera reverencia hacia su coreógrafa y caminó hacia el sofá de la sala de baile. Como era costumbre, tenía más de un par de ojos pegados a ella. Notó que dos de sus bailarines la miraban disimuladamente, y con una sonrisa traviesa tomó la liga que tenía en su muñeca y la usó para atar su camiseta oversize justo por debajo de sus pechos. Sana era hermosa y lo sabía. Estaba más que consciente de su tremendo atractivo físico, y a veces le gustaba divertirse con ello. Le emocionaba coquetear fingiendo inocencia, y ver las reacciones que causaba en los demás. A pesar de eso, nunca aceptaba ninguna insinuación por parte de nadie. Era muy reservada y selectiva a la hora de dejar que alguien se acerque a ella, y por más que había estado tentada un par de veces, nunca había dejado ni siquiera que alguien le robe un beso. Para todos, Sana era inalcanzable, y no estaba interesada en aceptar ninguna propuesta, a pesar de que se divirtiera consiguiéndolas.

Aunque, si se lo preguntaban, últimamente sus acciones iban dirigidas a una chica en específico, con la que estaría más que dispuesta en romper sus convicciones.

Cuando volvió la mirada hacia el sofá, notó a Momo con gesto duro. Sana suspiró ante la imagen de la mayor, con el cabello rubio pegado a la frente por el sudor y la respiración agitada. Momo la jaló por la muñeca y la sentó sobre sus piernas, como ya era usual. Todos sabían lo cercanas que eran, y no era nada extraño ver a ambas japonesas pegadas todo el tiempo como si fueran una sola.

Lo que nadie sabía era lo que pasaba una vez se cerraban las puertas de su habitación.

—¿Hasta cuando vas a seguir con ese juego? —susurró Momo en su oído, mientras presionaba las yemas de sus dedos en su cintura. Sana sonrió y quitó su mano.

—Deja, aquí no —masculló.

—¿Te divierte ver cómo todos te comen con la mirada, no es así?

—Solo tengo calor, Momoring —parpadeó con gesto tierno.

Momo rodó los ojos.

—Al parecer será necesario que te explique las cosas de otro modo.

—¿Qué, me vas a castigar? —susurró.

—Debería. 

Sana se mordió el labio inferior para reprimir una sonrisa. Sin que pueda evitarlo, sus ojos bajaron a los labios de su amiga, pero antes de que pueda cometer una estupidez en público, Momo volvió a hablar.

—Nos está mirando.

—¿Eh?

—Nuestra chiquita, ¿quién más?

La castaña sintió que su corazón se aceleraba. Sonrió, y sus ojos brillaron. Momo notó ese detalle, pero no dijo nada.

—¿Celosa, Momoring?

La mayor bufó.

—No jodas, Sana. No te quita los ojos de encima.

—Me da ternura. Piensa que disimula, pero no se da cuenta de que su mirada es imposible de ocultar.

—Y lo disfrutas, ¿cierto? —Momo la miró a los ojos, buscando una respuesta que en el fondo ya sabía. 

Algunas cosas habían cambiado. Mina estaba diferente desde el tour anterior. De repente ya no era el pequeño angelito que todos conocían. Ahora era una mujer imponente, encantadora y muy, muy sexy. Todo en ella emanaba sensualidad, desde su ropa hasta su forma de moverse, sin perder la elegancia y delicadeza de toda la vida. 

Pero, sobre todo, estaba su forma de mirar a Sana.

Era de conocimiento público que la menor siempre la había admirado. Para ella, Sana había sido un referente en todo aspecto, desde el primer día que pisó Corea. Sin embargo, había algo nuevo. Sana podía notar sus ojos pegados en ella, analizando su forma de caminar, sus labios cuando hablaba, su cuerpo cuando bailaba. Mina no lo sabía, probablemente su inexperiencia le jugaba una mala pasada, pero no era disimulada cuando se comía a Sana con la mirada. Sus ojos se fijaban más del tiempo necesario en ciertas partes de su cuerpo, y aunque a la mayor en un inicio este cambio la puso nerviosa, con el tiempo comenzó a disfrutarlo. Fingía no darse cuenta, pero en realidad, trataba de siempre darle un espectáculo a la menor. Y conforme el tiempo fue pasando, el deseo fue creciendo.

Sana no sabía si algún día se atrevería a algo más. La veía observarla mientras bailaba y juguetear con sus dedos, como si muriera de ganas de tocar. Sabía que no era imposible, después de todo, su amistad particular con Momo le había demostrado que esas cosas podían pasar. Sin embargo, no sabía si Mina algún día daría el siguiente paso, y ella misma nunca iba a intentar iniciar algo. Sana era una experta a la hora de coquetear, pero como Momo afirmaba (a pesar de las quejas de su amiga), la verdad es que era una completa pillow princess; y si sumaba eso a la aparente inexperiencia de la menor en todos esos temas, dudaba de que en algún momento la fantasía que llevaba semanas creándose en su cabeza se haga realidad.

—No me contestaste —Momo la sacó de sus pensamientos.

—Deja de ser tan obvia —Sana cortó la conversación, se puso de pie y fue a buscar una botella de agua. Momo la siguió con la mirada, y notó que Mina hizo lo mismo. Cuando sus ojos se encontraron, la menor de las tres se sonrojó al instante, temerosa de haber sido descubierta. Momo sonrió con confianza y le guiñó un ojo, antes de regresar su atención a su celular.

El ambiente era caótico. Estaban a tan solo media hora de grabar para Studio Choom, y Sana estaba más nerviosa que nunca. El cierre de su corset se rompió por accidente (o al menos eso le dijo a su vestuarista, ya que no podía decir que había sido Momo en un momento de desesperación), y estaba en la sala de espera, vestida solo con un hoodie oversize y sus shorts de vestuario mientras esperaba a que lo solucionen. Tenían otras prendas de repuesto, pero el set rojo era el favorito de las tres, y Sana no quería tener que ser la causante de que todas se cambien de ropa. Además, no había posibilidad de tardar más, ya que esa misma noche debían volar de regreso a Japón para comenzar con la gira.

Momo entró, tan tranquila como si estuviera en su casa, comiendo fideos instantáneos de un vaso. Sana la vio, hizo un puchero y cruzó los brazos.

—No sé cómo puedes estar tan relajada.

La mayor la miró, confundida. Bajó la mirada a su vaso, y estiró el brazo hacia Sana.

—¿Quieres?

—¡Momo!

—Bueno —se encogió de hombros.

—Si estoy así es por tu culpa.

—Ah, ¿mi culpa? Tú fuiste la que me acorraló en mi camerino, si la memoria no me falla.

—¡Pero no te dije que me rompas la ropa! —bufó.

—Ya conoces mis formas, bonita. No sé de qué te sorprendes.

Sana se removió en el sofá. Tenía mucho calor, pero no llevaba nada bajo su prenda superior, y no podía arriesgarse a quitársela y que alguien entre. Nunca usaba sujetador bajo los vestuarios, estaba acostumbrada a usar corsets y tops lo suficientemente seguros como para no necesitar nada más, y se sentía más cómoda para bailar así.

Momo dejó el vaso sobre una mesa y sacó su celular, totalmente indiferente ante la molestia de su amiga. Se paró frente al espejo de cuerpo completo y probó un par de poses hasta que encontró un ángulo que le gustaba. La menor la recorrió con la mirada, y sin darse cuenta, atrapó su labio inferior entre sus dientes. No sabía quién había sido el responsable de ese vestuario, pero lo iba a averiguar para personalmente darle las gracias.

La rubia tenía un body de encaje rojo, pegado al cuerpo y con un escote pronunciado que la hizo babear desde que la vio con esa ropa por primera vez. A pesar de que los pantalones que llevaba eran anchos, los tenía al borde de la cadera, dejaba mucha piel al descubierto y podía ver como la tela de encaje abrazaba su figura y se perdía por la parte delantera de la prenda inferior. Estaba segura de que lo que traía puesto era lencería, y era ese mismo vestuario el que había ocasionado que Sana la siga hasta su camerino y le ruegue por un poco de atención.

Y si por un lado estaba Momo con su figura espectacular, por el otro estaba Mina.

Sana había tenido que esforzarse para detener un jadeo cuando la vio salir del probador. Si bien no era en exceso revelador, era exactamente lo que se le hacía atractivo. Mina tenía un crop transparente, y su sujetador deportivo quedaba completamente a la vista. Se había ondeado su cabello negro, usualmente lacio, y el volumen enmarcaba sus facciones perfectas y las hacía aún más llamativas. Se había puesto lentes de contacto, y su mirada penetrante combinada con el color gris de las lentillas hacían que Sana se sienta como la presa de un gato que en cualquier momento se le iba a lanzar encima.

Aunque lo intentó, la menor no fue disimulada al poner su atención en Sana. Su mirada se le escapaba sin remedio a las piernas de la castaña, y esta sentía que su corazón se aceleraba al saber que era el objetivo de sus deseos. Cuando Momo entró a recoger algo, notó también que sus ojos se posaron más de una vez en los pechos de la mayor, y Sana moría de ganas de descubrir lo que esa mente imaginaba detrás de sus sonrisas tímidas y palabras educadas.

Momo interrumpió su sesión de selfies cuando notó la mirada fija de Sana a través del espejo. La vio con las pupilas dilatadas y mordisqueando la punta de su pulgar, y supo al instante lo que se le estaba pasando por la cabeza.

—Ah, no. Ahorita no. De ninguna manera.

—Pero Momoring... —contestó con voz melosa. Se puso de pie y caminó hasta llegar detrás de ella. Presionó su cuerpo contra el de su amiga, la miró a través del espejo y se inclinó para susurrarle al oído— Me podrías ayudar a desestresarme, ¿sabes?

—No, Sana. Quedan veinte minutos para grabar.

—Sabes que soy rápida.

—¡Eres insaciable!

Sana se cruzó de brazos e hizo un puchero. Momo sonrió, coqueta, y se inclinó para chupar despacio su labio inferior.

—Sabes que me encantaría, preciosa, pero vas a esperar hasta la noche. Pórtate bien y te voy a recompensar.

—¿De verdad? —parpadeó exageradamente y la miró a través de sus pestañas. Sabía que Momo amaba cuando fingía ser inocente.

—De verdad. Todo lo que quieras.

Una sonrisa victoriosa se formó en el rostro de la castaña. Momo se acercó nuevamente para besarla, pero antes de que pueda tocar sus labios, la puerta se abrió de golpe, y ambas se separaron al instante.

—Sana, me mandaron a darte esto...

Mina estaba en la puerta de la pequeña sala, con la prenda que le faltaba entre las manos. Tenía la mirada llena de nervios, y las otras dos chicas no estaban seguras sobre qué tanto había llegado a ver. La menor tenía las mejillas rojas y jugaba con la tela entre sus dedos.

Lejos de ponerse nerviosa, Momo sonrió con confianza. Una idea llegó a su mente, en especial al ver a Sana tan afectada con la presencia de su amiga. Era más que consciente de la tensión que había entre las tres desde hace algunas semanas, y también sabía que si no era ella, nadie más iba a dar un el primer paso. Caminó con seguridad hacia Mina, adorando cómo su mirada se escapaba sin poder evitarlo hacia sus pechos, y le regaló una sonrisa coqueta.

—¿La puedes ayudar, Minari? Quiero ir al baño antes de grabar.

—No creo que sea necesario...

—Oh, claro que lo es. No alcanza el cierre sola. Hazlo, ¿sí? —se acercó, apoyó su mano con delicadeza en su cintura y se inclinó para susurrarle al oído— A ella le encantaría que la ayudes.

Mina retuvo un jadeo. Momo le guiñó un ojo, y salió de la habitación con pasos confiados, cerrando la puerta tras ella. Cuando la menor levantó su mirada hacia Sana, esta tenía el rostro sonrojado y una expresión que reflejaba vulnerabilidad y deseo a la vez, y sus labios abultados parecían rogar por un beso. Se moría por intentar tocarla, parecía una princesa que se dejaría manejar y dominar a su antojo, justo como en todas sus fantasías. Sin embargo, la menor era muy poco experimentada aún. Aunque intentaba mantenerlo en secreto porque le avergonzaba, Mina aún era virgen. No sabía cómo acercarse a una chica, pero estaba llena de deseo, y Sana había despertado cosas en ella que no sabía que podía sentir.

—Minari, ¿me ayudas a ponérmelo?

La pelinegra asintió, muda. Se acercó, y el gesto de Sana se rompió en una sonrisa traviesa mientras tomaba el borde del hoodie y comenzaba a levantarlo. La base de sus pechos quedó a la vista, y cuando Mina se dio cuenta de que no traía nada debajo, se tapó los ojos al instante y la detuvo.

—¡No, no! ¿Qué haces?

Sana rio suave ante su reacción. Pobre chiquita nerviosa. No podía esperar a ver qué tanto podía cambiar con la motivación necesaria.

—No me voy a poner el vestuario sobre esto, ¿o sí?

—Pero tú... no tienes...

—Ay, Mina. Nos conocemos por más de diez años. No es nada que no hayas visto antes.

La menor suspiró. Sí, ya le había visto los pechos a Sana, pero cuando eran jóvenes y todas compartían la misma casa diminuta, en la que si esperaban turnos para cambiarse en el baño, no terminaban nunca. Desde que crecieron (y desde que Sana se volvió ese sueño de mujer), no había vuelto a ver nada.

—Pero...

—¿Me vas a ayudar o no? Tenemos diez minutos.

Mina asintió, despacio. La sonrisa traviesa volvió al rostro de Sana, y esta vez no le dio tiempo de reaccionar antes de quitarse la prenda superior y quedar con el torso desnudo. El aire frío de la habitación hizo que sus pequeños pezones se endurezcan al instante, y las manos de Mina temblaron mientras intentaba (sin mucho éxito) no mirar más de la cuenta mientras la ayudaba a acomodar el corset y abrocharlo correctamente. Cuando se encontró nuevamente con el rostro de Sana, la mayor tenía las pupilas brillantes, y casi se desmaya cuando la miró a los ojos, luego bajó la mirada a sus labios y subió a sus ojos nuevamente, mientras se mordía ligeramente el labio inferior.

—Gracias, Minari —parpadeó mientras acomodaba un mechón de su cabello, y como si hubiera estado esperando el momento exacto, Momo entró a la habitación.

—Nos llaman —recorrió a la castaña con la mirada, sin molestarse en disimular—. Estás preciosa, Sana.

La mencionada se sonrojó y sonrió.

—Ve avanzando —continuó—. Me faltó tomarme una foto con Mina en el espejo.

Sana iba a protestar, pero los ojos profundos de Momo y la media sonrisa que se comenzó a formar en su rostro le hicieron entender todo. Sin decir nada, salió de la habitación con el mentón en alto, sabiendo que ambas mujeres la estaban observando. Apenas se quedaron solas, la rubia volteó a ver a Mina.

—Bonita, ¿no es así?

La menor se sonrojó y comenzó a tartamudear.

—Eh... yo no...

—Oh, vamos, Minari. Ya estamos grandes.

—No sé de qué hablas.

—¿De verdad no lo sabes? ¿Crees que no te vi espiándonos por la ventana antes de que entres con su ropa?

Mina bajó el rostro. Se sentía acorralada, y temió haberse metido en problemas, pero Momo se acercó despacio, la tomó suavemente por el mentón y la hizo mirarla nuevamente.

—Puedo compartirla contigo si quieres.

—¿Qué...?

—Pero este juego me gusta, chiquita. Quédate así un poco más, pretendiendo que no lo notas.

—Momo, yo...

—Shh —deslizó su pulgar para acariciar sus labios con extrema delicadeza—. Debe ser frustrante, ¿cierto?

—No sé de qué hablas —repitió, incapaz de pensar en otra respuesta.

Momo sonrió.

—He visto cómo la miras. No te puedo juzgar, tiene el mismo efecto en mí.

La menor balbuceó, nerviosa de sentirse descubierta. Momo la había acorralado contra el sofá, y sus ojos brillantes, sumado a sus pechos casi descubiertos empujándose contra ella, la hacían sentirse al borde del desmayo.

—Quieres hacer algo al respecto, ¿verdad?

—Yo...

—Y ella es tan suave, tan sumisa. ¿Puedes creerlo? Te encantaría, Minari. Una princesita en la cama.

Mina no pudo contener un gemido ante esas palabras. La sonrisa de la mayor creció, encantada.

—Puedo compartirla contigo —repitió—. Pero solo un poco más, chiquita. Ayúdame a ponerla nerviosa. Haz que lo desee.

—¿Ella...? ¿Ella sabe que...?

—No lo sé, pero estoy segura de que puedes conseguirla si así lo quieres. Porque lo quieres, ¿verdad? ¿o me equivoco?

La pelinegra asintió, rendida.

—Mi dulce Minari —susurró, peligrosamente cerca—. Te voy a enseñar cosas que ni te imaginas.

Mina se relamió los labios, y antes de que pueda hacer otro movimiento, la voz aguda de Sana resonó en el pasillo.

—¡Momoring! ¡Mitang! ¡Ya vengan!

Momo se separó despacio, la recorrió descaradamente con los ojos y se dirigió a la puerta. Mina se quedó inmóvil, totalmente segura de que sus músculos no le respondían. Antes de salir, Momo giró su cabeza para verla una vez más.

—Esta conversación queda entre nosotras, preciosa. Y no te lo dije antes, pero te ves increíble hoy.

La rubia salió al escuchar un nuevo llamado de Sana, y Mina suspiró, intentando procesar lo que acababa de ocurrir y pensando en que acababa de olvidar por completo la coreografía que tenían que grabar.





segundo cap un poquito (muy) largo jeje. Ahora vayan a ver el video de Identity de Studio Choom pensando en que esto ocurrió justo antes ;)

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