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baby I'm good - pt. 2

—¿Momoring? —la voz de Sana volvió a romper el silencio, dulce, caprichosa e insistente. Momo miró a Mina a los ojos y le guiñó un ojo.

—Ya voy, princesa.

Mina estaba avergonzada, confundida y muy, muy excitada. Momo aún tenía su mano dentro de su ropa interior, estaba con la ropa desacomodada, la respiración agitada y el rostro caliente. La mayor la notó insegura, y decidió jugar un poco con ella. Retomó el movimiento suave de sus dedos, sus pliegues estaban más sensibles que nunca por el reciente orgasmo, y Mina se estremeció sobre ella.

—Tranquila, chiquita. Yo te voy a guiar.

—Ella...

—Ella te desea tanto —retiró los dedos con sumo cuidado y, bajo la atenta mirada de Mina, se los llevó a la boca y chupó su esencia—. Te voy a decir algo, Minari. Sana nunca ha estado con nadie que no sea yo. Luego de todos estos años mi muñequita quiere experimentar, has despertado en ella algo que nunca había visto antes, y yo quiero darle todo lo que me pida, ¿entiendes? —la menor asintió—. Ella es una maravilla. Va a rogarte por tus toques, va a retorcerse sobre la cama, va a hacer pucheros hasta que consiga lo que quiere y va a ponerse de rodillas si es que se lo pides. Crees que la conoces, pero esta es otra Sana, una Sana que solo me permitió ver a mí hasta ahora, y que quiero compartir contigo. Así que te pido que seas gentil con mi princesa, ¿está bien?

Mina volvió a asentir. No sabía por qué le estaba pidiendo todo eso, después de todo, no tenía la más mínima idea de lo que se supone que debía hacer. 

—Antes que nada, necesitas saber unas reglas. Sana las tiene muy claras, y sabe que no puede desobedecerme, así que espero que me prestes atención —Momo la observó a detalle, encantada con el brillo de sus ojos y su carita inocente que no sabía cómo tomar toda esa información—. En primer lugar, mi princesa nunca se desviste sola. Eso está totalmente prohibido. Tampoco puede tocarse a sí misma sin pedir permiso.

—¿Pero la foto...?

—Una pequeña excepción porque estaba siendo una berrinchuda. Recuérdame castigarla por eso —le sonrió de lado. La mano que antes había estado en su intimidad se deslizó con delicadeza por sus abdominales, hasta llegar a sus pechos cubiertos, donde acarició un pezón sobre la tela—. Ella siempre tiene la última palabra —continuó—. Puedes manejarla a tu antojo y lo va a permitir, pero si dice que no, es no, al instante. Si pide más, no se le niega. ¿Me estás entendiendo, chiquita?

—S-sí, Momoring.

—Y trátala como lo que es, lo más precioso del mundo. Recuérdale siempre que se ve hermosa, que la deseas, que lo está haciendo perfecto —se acercó para darle un beso suave en los labios, y su voz cambió—. Esto es algo nuevo para todas, Minari. Estás segura conmigo, y te prometo que te voy a llevar al cielo, pero te pido también que cuides de ella. ¿Puedo confiar en eso?

La menor volvió a asentir. Momo sonrió sobre sus labios y le dio un beso más antes de hacerla levantarse y llevarla de la mano hacia la habitación.

Cuando entró y vio a la chica que la esperaba sobre la cama, sintió que le faltaba el aire. La lencería delicada transmitía a la perfección esa mezcla de dulzura y pasión que era Sana. Sus mejillas y pecho estaban rojos, parecía que cualquier roce sería suficiente para hacerla jadear, sus ojos brillaban y sus labios formaban un puchero. Estaba sentada sobre sus rodillas, con las piernas separadas, y la diminuta pieza de tela que cubría su intimidad tenía una mancha húmeda en el centro. Momo soltó la mano de Mina para acercarse a Sana y besarla. Con confianza llevó una mano entre las piernas de la castaña, y esta comenzó a frotarse sin vergüenza alguna. Mina estaba inmóvil y sorprendida, admirando la forma tan natural en la que sus cuerpos trabajaban juntos, como si se leyeran los pensamientos. Momo soltó los labios de Sana y se inclinó para hablarle al oído. Al instante, Sana hizo contacto visual con la menor, sin dejar de mover sus caderas, y una sonrisa traviesa llenó su rostro.

Momo se separó para volver con Mina, quien seguía de pie al borde de la cama. Se acomodó detrás de ella, la rodeó con las manos y acarició su abdomen descubierto. Sana las admiró unos segundos, hasta que un gesto de Momo la hizo actuar. Gateó hacia ellas con movimientos seductores, se arrodilló frente a Mina y le pasó la lengua por los abdominales. La menor chilló.

—Tan sensible —se burló Momo en su oído—. Mi princesa quiere demostrarte lo buena chica que es, chiquita. ¿La dejamos?

Mina no entendía nada, pero asintió con efusividad.

—Pero quiero mi premio después, Minari —Sana puchereó mientras movía sus pestañas, y la menor sintió que se iba a desmayar ahí mismo. Abrió la boca, pero no fue capaz de emitir ningún sonido.

—Te está hablando. Contesta —la voz dura de Momo retumbó en su oído.

—Sí, sí. Todo lo que quieras —susurró, nerviosa.

—¿Sí? ¿Me darás lo que me merezco? —Sana volvió a chupar su abdomen, con una sonrisa divertida al verla tan desesperada.

—Todo lo que me pidas.

—Buena chica —la mayor le dijo al oído—. Deja que mi princesa te enseñe lo bien que trabaja esa boquita.

Momo deslizó la camisa de pijama abierta por sus hombros, para dejar su torso solo cubierto por su sujetador. Sana no dejaba de pasar su lengua por su cuerpo, bajando peligrosamente hacia sus caderas, y fue cuando la mayor le bajó los shorts y expuso por completo su conjunto de ropa interior que Sana se separó para admirarla.

—¿Calvin Klein, Minari? —le recorrió el cuerpo descaradamente con los ojos—. Pensé que no habías aceptado aún.

—No lo he hecho —susurró.

—Bueno, deberías, si eso significa que te vamos a ver así más seguido.

La mayor subió sus manos hacia sus pechos y apretó con la fuerza justa. Mina gimió fuerte ante el contacto, más aún cuando sintió los labios de Sana acariciarla despacio por sobre su ropa interior. Cuando bajó la mirada se mojó aún más con la escena que se encontró. Sana estaba sobre sus manos y rodillas, inclinada para alcanzar su intimidad con la boca, con el trasero levantado por la posición. El babydoll se recogía sobre su espalda, y dejaba a la vista sus nalgas perfectas, totalmente descubiertas por la diminuta tanga. La castaña alternaba entre besos suaves por sobre la tela y levantar la mirada con fingida inocencia.

Momo la manejó como si fuera de trapo y le quitó el sujetador del cuerpo. Apenas la prenda estuvo fuera, Sana trepó por su cuerpo y se metió un pezón a la boca. Comenzó a succionar con hambre, desesperada, mientras Mina no sabía cómo reaccionar a todo lo que estaba sintiendo. Todo era nuevo y abrumador, verla así de entregada la estaba volviendo loca. Momo tomó una de sus manos y la colocó sobre el cabello de Sana, para motivarla a acariciarla.

—Es una muñequita perfecta, ¿cierto, Minari? Dile lo bien que te hace sentir.

Sana se separó un par de centímetros, aún con el rostro sobre sus pechos. Levantó la mirada e hizo un puchero.

—¿Estoy siendo buena?

—Claro que sí, mi amor —respondió Momo. Sana negó con la cabeza.

—Yo quiero escucharla a ella.

Mina tartamudeó. Los ojitos brillantes de Sana y los besos de Momo en su cuello hacían que sea difícil concentrarse, y no estaba segura de qué tan fácil iba a ser para ella todo esto de hablar tanto durante el sexo. Sin embargo, el gesto dulce de Sana la hacía querer darle todo lo que pedía, y reunió todas sus fuerzas para contestar.

—Sí, princesa. Sigue. Lo haces muy bien.

El rostro de Sana se iluminó con las palabras de aprobación. Se inclinó para meterse el otro pezón a la boca, y Mina tomó confianza al ver lo que sus palabras causaron en ella.

—Eres una chica perfecta y obediente, ¿no es cierto? Momo me ha hablado tan bien de ti...

La mayor sonrió ampliamente, sorprendida al ver el repentino aumento de confianza. Enganchó sus pulgares en la ropa interior y comenzó a bajarla despacio, sin dejar de besarle el cuello.

—¿Lo soy, Momoring? —la voz dulce de Sana se hizo presente.

—Sabes que sí, preciosa. ¿Por qué no le muestras a nuestra chiquita qué tan buena eres? 

Sana ronroneó del gusto al tener a dos mujeres que la volvían loca halagándola de esa manera. Se volvió a inclinar sobre la intimidad mojada de la menor, y con los dientes ayudó a terminar de bajar la última prenda. Cuando estuvo totalmente desnuda, las mejillas de Mina quemaron. Bajó la mirada, y por puro instinto llevó uno de sus brazos a su pecho y apretó las piernas. Momo rio suave en su oído.

—No tienes de qué avergonzarte. Moría por ver tu cuerpo así. Eres aún más perfecta de lo que imaginé.

—Yo...

—Pero si te da más confianza, ven.

La giró por la cintura para quedar frente a ella. Sin dejar de mirarla a los ojos se quitó el sostén deportivo. La mirada de Mina cayó automáticamente en los pechos de Momo, grandes, firmes y tentadores. Los pezones café resaltaban, orgullosos, reclamando la atención que se merecían. Mina titubeó, y la mayor tomó sus manos y las dejó sobre sus shorts de pijama, mientras le daba una sonrisa amable de aprobación.

—Suertuda —se quejó Sana a sus espaldas—. A mí nunca me deja hacer eso.

—Pórtate bien y tal vez lo piense.

Mina no podía procesar todo lo que pasaba. No entendía cómo esa misma mañana había tenido un desayuno compartido con sus amigas en una de sus cafeterías favoritas de Japón, y ahora estaba desnuda, atrapada entre ambas. Tal vez estaba soñando, era demasiado bueno para ser real. Antes de que pueda ponerse a sobrepensar, la voz de la rubia la sacó de sus pensamientos.

—¿No quieres verme desnuda, chiquita?

—S-sí.

—Está en tus manos —le guiñó un ojo.

La menor suspiró y jaló los shorts de Momo hacia abajo. Retuvo un gemido de sorpresa cuando no se encontró ninguna prenda debajo, y la intimidad de Momo quedó por completo a la vista. Tenía el clítoris hinchado y sobresaliente entre sus gruesos labios vaginales, y una finísima capa de vello. A Mina se le hizo agua la boca. Era la primera vez que veía una vagina que no sea la suya, y aunque no era como se lo había imaginado, superó todas sus expectativas, más aún al saber que era Momo quien se estaba compartiendo de ese modo. La rubia dejó que la mire unos segundos, disfrutando del evidente deseo en sus ojos.

—¿Te gusta lo que ves?

Mina asintió. No le dio tiempo de pensar nada más, porque Momo la empujó con suavidad por los hombros para que se suba a la cama. Sana se hizo a un lado y le dio espacio para recostarse, mientras se echaba de lado junto a ella. La admiró unos segundos, y luego jaló su mentón para hacer que la mire a los ojos.

—Me gusta que me den besos, Minari.

La pelinegra suspiró. Miró los labios de Sana, y pudo reconocer en ellos el brillo del gloss que tenía Momo cuando la recibió. Miró a la mayor en busca de aprobación.

—Recuerda que a mi princesa no se le niega nada —susurró Momo mientras se inclinaba para besarle los pezones duros.

Cuando posó sus ojos nuevamente en Sana, se encontró con una mirada vulnerable e inocente. Sus labios perfectos y entreabiertos rogaban por ser besados, sus mejillas rosadas la hacían querer darle todo lo que le pida, para siempre. Mina estiró el cuello y atrapó la boca de la castaña con la suya.

La diferencia entre la dinámica con Momo fue evidente. La mayor no la dejó dominar ni un minuto, la manejó a su antojo y le quitó todo pensamiento coherente de la cabeza. En cambio, Sana era suave y delicada, acarició sus labios con ternura, y esperó pacientemente a que Mina decida marcar el ritmo. Tan suave como Momo se lo había prometido.

Mina giró su cuerpo y tomó una de las mejillas de Sana con delicadeza. La besó lento, con cuidado, tomándose el tiempo de disfrutar esos labios que tanto había admirado desde lejos. Sana se separó unos centímetros para suspirar, y la menor sintió que se derretía por ella. Era la mujer perfecta, en todos los sentidos: tan preciosa y dulce como una flor, pero también sexy y coqueta, tanto que le nublaba la mente. Mina no podía esperar a tomar todo de ella.

Con más confianza en sí misma, intentó girarlas para trepar sobre ella. Sin embargo, Momo la regresó a la realidad cuando la presionó por los hombros para que se quede sobre el colchón, y bajó una de sus manos para separarle las piernas con firmeza. Por milésima vez en la noche, sus mejillas quemaron, y Momo se inclinó para robarle un beso corto. 

—Tranquila, bonita. Me encanta esto —susurró sobre sus labios, mientras uno de sus dedos acariciaba con cuidado sus pliegues empapados—. Eres tan perfecta aquí.

Mina gimió suave. Momo le hizo un gesto con la mano a Sana, y la castaña se acomodó entre las piernas de la menor. 

—Vas a mostrarle a Minari lo rico que chupa una muñequita obediente como tú, ¿no es cierto?

—Sí, Momoring.

—Vamos, mi amor.

La menor sintió que se desmayaba en el instante en el que Sana se inclinó sobre su intimidad necesitada. Momo le separó más las piernas y la dejó completamente abierta y expuesta. Su vagina caliente palpitaba en anticipación, y la respiración de Sana sobre la piel húmeda la hacía estremecerse. La castaña le sonrió con falsa inocencia, se acercó más y pasó la lengua sobre su clítoris hinchado. Mina creía que no podía respirar y cerró los ojos.

Momo se recostó a su lado, la rodeó con un brazo y se inclinó para alternar entre palabras sucias en su oído y besos húmedos en el cuello. Sana se concentró en su tarea de comerla, con calma y destreza. Chupaba los pliegues mojados como si estuviera besando su boca, y alternaba traviesos lametones en la entrada necesitada con succiones en el clítoris que la hacían sollozar de placer.

Mina estaba abrumada por lo bien que se sentía. Nunca imaginó que algo así sería posible, ni en sus más secretas fantasías. Tener a Sana chupándola superaba todas sus expectativas, la castaña sabía lo que hacía, y había logrado convertir a la menor en un mar de gemidos y un desastre húmedo. La trabajó durante unos minutos, y cuando decidió que era el momento, dirigió sus atenciones solo a su entrada, tal cual le había indicado Momo antes de llevarla con ellas. Mina jadeó fuerte cuando la lengua suave fingió que la iba a penetrar, y comenzó a palpitar nuevamente frente a la estimulación. Sana levantó la mirada con los ojos brillantes, y con un gesto le indicó a Momo que era su turno de intervenir. Se separó de la fuente de humedad, y Mina abrió los ojos al instante, lloriqueando y retorciéndose sobre la cama.

—No, no —puchereó—. Vuelve, por favor.

Sana soltó una risita adorable. Se inclinó sobre el rostro de Mina y le dio un beso delicado para hacerle probar su propio sabor. Luego de unos segundos se hizo a un lado, Momo trepó sobre el cuerpo desnudo y se colocó encima por completo, mientras llevaba una de sus manos a su vagina palpitante. Mina chilló, apretó las sábanas entre sus manos y movió sus caderas.

—Chiquita — Momo susurró sobre sus labios—, me encanta verte así de desesperada.

—Momoring... —ni siquiera sabía lo que pedía, solo quería que no se detenga.

—Te has estado portando mal.

—No, yo no he hecho nada...

—Claro que sí. Has estado provocando a mi princesa.

—No... —meció sus caderas con más fuerza, y Momo solo frotó en círculos, sin darle demasiado.

—¿Crees que no notaba cómo la mirabas? La has tenido al límite y yo he tenido que hacerme cargo. Díselo, mi amor.

—Sí —Sana la miró con un puchero en los labios—. Me dejabas mojada, Minari.

—Así que pensé que teníamos que enseñarte modales —Momo continuó, insistiendo con su caricia. La entrada de Mina se contrajo con fuerza cuando la mayor colocó la punta de su dedo dentro.

—Yo quiero que... —jadeó— Hazlo ya...

—¿Cómo se piden las cosas, chiquita? —Momo la miró a los ojos, poderosa.

—Por favor —susurró.

—¿Por favor, qué? No soy adivina, preciosa.

—Mete... —titubeó, avergonzada. La sonrisa de Momo creció— Fóllame, por favor. Te necesito.

Momo se inclinó para besarla. En un inicio pensó ser más ruda con ella, quería llevarla a su límite y hacerla rogar, pero al tenerla debajo de ella, tan vulnerable y entregada, quiso ser tan dulce como podía. Con la mano que se apoyaba a uno de los lados de su cabeza le acarició el cabello.

—¿Estás segura, Minari? —la menor asintió, ansiosa— ¿Alguna vez has tenido algo dentro?

—Mi... mi juguete...

La rubia gimió al imaginarlo, e insistió con sus preguntas.

—¿Qué juguete, mi amor?

—Una balita...

Escuchó la risa suave de Sana a su lado, y se dio cuenta de que pensaba lo mismo que ella. Tan inocente, totalmente intacta, y ahora se estaba entregando a ella. Momo presionó dos dedos en su entrada, y dejó que se deslicen unos centímetros.

—Rodéame las caderas con tus piernas —Mina obedeció al instante, y los dedos entraron un poco más—. Eso es, preciosa. Iré a tu ritmo, ¿de acuerdo? Dime si te duele o si quieres que me detenga.

—Hazlo —musitó, y Momo empujó despacio dentro de ella.

Mina chilló y arqueó la espalda. Se sentía extraña, estirada e invadida, los dedos de Momo eran largos y estaban tocando un punto que no sabía que tenía. La mayor esperó pacientemente a tener alguna reacción, pero al no ver nada, decidió preguntar. Mina tenía los ojos cerrados con fuerza, el ceño fruncido, y apretaba tanto que la rubia no sabía si iba a poder mover sus dedos.

—¿Duele?

Negó con la cabeza.

—Solo un poquito.

—¿Quieres que me mueva?

—S-sí. Despacio.

Comenzó con empujes amables y firmes. Mina estaba abrumada ante la nueva sensación, se sentía llena por completo, y no notó que Sana se había pegado tanto a ella hasta que una mano delicada tomó su mentón para girarle el rostro y besarla.

—Estás tan apretada —jadeó Momo. Curvó los dedos dentro de ella, tanteó un poco, hasta que tocó un punto que hizo que Mina rompa el beso, suelte un grito y presione su cuerpo con las piernas que la rodeaban. Al darse cuenta de que había encontrado por primera vez su punto G, sonrió y movió su mano con rapidez para estimularlo lo mejor que podía.

—Sí, sí. Ahí...

—¿Te vas a correr para nosotras, chiquita?

—Sí...

Momo la penetró con empeño hasta que sintió que sus paredes interiores comenzaron a apretar aún más. Mina era un mar de gemidos, y tenía a ambas chicas sorprendidas por lo ruidosa que resultó ser.

—Vamos, Minari. Córrete otra vez sobre mi mano. Quiero sentir lo rico que palpitas.

La menor soltó un jadeo agudo ante las sucias palabras. Se sentía abrumada por toda la estimulación: los dedos dentro de ella, el peso suave del cuerpo desnudo de Momo encima del suyo, los labios de Sana que la reclamaban con posesión. Rodeó la espalda de la rubia con los brazos, se entregó por completo a lo que quisiera hacer con ella, y dejó que no exista nada más en el mundo que la sensación de ser tocada en ese punto tan delicioso dentro de ella que hasta hace unos minutos no sabía que existía. Cuando escuchó los gimoteos suaves de Sana en su oído, no pudo más. Enterró las uñas en los hombros de Momo, echó la cabeza hacia atrás, y se corrió con fuerza. La mayor esperó pacientemente a que su respiración se estabilice para retirar los dedos con suavidad. Esta vez los llevó hacia los labios se Sana, quien tomó todo lo que se le ofrecía, justo frente a los ojos impresionados de Mina. Al ver esto, la pelinegra tomó valor y se sentó sobre la cama.

—Sana...

Momo rio.

—¿Tan desesperada estás por tenerla?

—Yo quiero...

La mayor se colocó detrás de ella y la rodeó con los brazos. Sana estaba echada sobre el colchón, con el cabello abundante enmarcando su rostro, las piernas presionadas entre sí, y los labios abultados, esperando a que se le diga qué hacer.

—Puedes tenerla como quieras, chiquita. Esta noche es toda sobre ti. Mira cómo la tienes —se inclinó para alcanzar uno de los muslos blanquecinos de Sana y empujarlo a un lado. Quedó a la vista su ropa interior rosada y la notoria mancha húmeda—. Se muere porque le hagas algo.

—¿Vas a darme lo que me merezco, Minari? He sido buena para ti, ¿verdad?

Mina dudó, pero un beso de Momo en su hombro le recordó que tenía que ser para Sana esa figura de autoridad que tanto le gustaba en el sexo.

—Sí, princesa. Has sido perfecta.

Sana sonrió, emocionada. Llevó sus manos a las tiras del babydoll para intentar quitárselo, pero al instante, Mina recordó la primera regla de Momo. Se inclinó sobre ella y con delicadeza sostuvo sus muñecas.

—No, Sana. No creas que no sé cuáles son las reglas.

—Entonces haz algo —puchereó.

Mina la admiró unos segundos antes de tomar la prenda y deslizarla fuera de su cuerpo. Se quedó muda cuando la tuvo expuesta frente a ella. Sana era preciosa, su torso delgado se veía delicado y femenino, y sus pechos pequeños estaban adornados con dos bonitos pezones rosa, duros como una piedra, deseosos de atención. Mina no pudo evitar tomar uno entre sus dedos y jalar despacio, y recibió un gemido dulce a cambio. Jugó un rato con esos pechos que la tenían embobada, sin poder creer que finalmente estaba cumpliendo su fantasía, hasta que una idea se instaló en su mente. Volteó sobre su hombro para ver a Momo.

—¿Puedo...?

—Si ella lo permite, puedes hacerle lo que quieras.

Mina parecía haber ganado confianza repentinamente. Se había corrido ya dos veces, y tenía la mente más clara para concentrarse en el placer de esa muñeca que tenía en frente. Sana la miraba, deseosa de recibir una orden. Notó que le costaba un poco terminar de soltarse, así que decidió preguntar ella misma.

—¿Cómo me quieres, Minari?

—¿Hay algo en específico que quieras? 

—Tus dedos dentro —sonrió, traviesa—. Me da igual cómo.

La menor la admiró unos segundos más, hasta que terminó de reunir el valor.

—Manos y rodillas, princesa. Levanta ese bonito trasero para mí.

Sana gimió ante la orden. Momo jadeó en su oído y le acarició los pechos, encantada de ver a su chiquita de esa forma. La castaña tardó en acomodarse, y Mina repitió su petición.

—No voy a decirlo otra vez, Sana. Ponte como te lo pedí.

—Sí, Minari —susurró, totalmente sumisa. 

Se apoyó en sus antebrazos, curvó su espalda y levantó el trasero lo mejor que pudo. La posición dejaba completo acceso a su vagina mojada, totalmente visible a través de la prenda arruinada. Mina enganchó un dedo en la tanga y la deslizó por sus piernas. Al sentirse expuesta y abierta, Sana se inclinó más, ofreciendo por completo su cuerpo a la menor.

Mina dudó. La vista era increíble: tenía a la dueña de sus fantasías frente a ella, desnuda, empapada y dispuesta a entregarse. En ese momento se dio cuenta de que no sabía qué hacer, y temió decepcionarla. Como si le leyera la mente, Momo tomó una de sus manos y la dirigió, controlando sus movimientos. La llevó a tocar los labios vaginales mojados y resbaladizos, y Mina jadeó al sentir la humedad deslizarse entre sus dedos.

—Mira lo mojada que está para ti —la mayor le dijo al oído—. Todo esto es tu culpa, chiquita.

—Por favor... —Sana jadeó, su voz dulce y suave.

—Métele los dedos —Momo susurró lo más despacio que pudo, para que solo ella la pueda escuchar—. Ya sabes que a mi princesa no se le niega nada ni se le hace esperar.

La menor asintió, y Momo puso su mano sobre la de ella nuevamente. Dirigió dos de sus dedos hacia la entrada ansiosa, y empujó despacio para hacer que Mina la penetre. Sana enterró su rostro en la almohada y dejó escapar un gemido largo y agudo.

—Ahora empuja —le indicó, con la mirada atenta en sus acciones. No podía creer que luego de tantos años estaba compartiendo a Sana de ese modo, pero lo que más le sorprendía era lo mucho que le excitaba hacerlo—. Despacio. Sé amable con ella, deja que su cuerpo te indique cuándo darle más.

Sana había comenzado a empujar sus caderas hacia atrás para acompañar a las penetraciones suaves. Cuando se comenzó a impacientar, Mina tomó eso como una señal para aumentar el ritmo. Momo la premió con un apretón en los pechos.

—Aprendes rápido. Puedes curvar un poco tus dedos.

Obedeció con cautela, temerosa de hacerle daño. Le preocupaba hacer algo mal y causarle dolor. Sin embargo, la reacción de Sana fue todo lo contrario. Sus gemidos se incrementaron, apoyó las palmas de sus manos en el colchón para impulsarse con más fuerza, y movió sus caderas para intentar que los dedos lleguen más profundo. Momo se dio cuenta de que podía seguir sola, así que se arrastró hasta quedar frente a Sana. Se sentó con las piernas abiertas, y se acomodó para que su intimidad quede justo bajo su rostro. La tomó por el cabello y la empujó con suavidad para acercarla a donde más la necesitaba.

—Ya sabes qué hacer, princesa.

Sana la devoró con hambre, desesperada. La rubia abrió más las piernas, se dejó caer sobre las almohadas y tapó su rostro con sus manos. Si bien el sexo oral de Sana era siempre una maravilla, tener a Mina dentro la hacía más descuidada, más ruda y atrevida, y Momo estaba encantada con eso. Sus gemidos se hicieron presentes, se sumaron a los de Sana y llenaron por completo la habitación. Manejar de esa forma a sus dos chicas favoritas la tenía sensible como nunca antes, y sentía que no haría falta mucho para hacer que se corra.

Mina aumentó la velocidad de sus penetraciones cuando se dio cuenta de que no lo estaba haciendo nada mal. Sana se separó de los pliegues de Momo para gemir agudo, intentó hablar, pero ya no le salía ninguna palabra coherente de la boca. La mayor la dirigió de vuelta a su piel sensible, y decidió hablar por ella.

—Frótale el clítoris. Se va a correr al instante.

La pelinegra asintió. Levantó su otra mano, acarició las piernas y el trasero de Sana por unos segundos, hasta que la deslizó entre sus muslos. Por la posición de su otra mano no veía bien, pero tanteó con cuidado hasta que encontró el pequeño botón hinchado. Dio unos pequeños círculos, y cuando la vio estremecerse, comenzó a frotarlo con presión y rapidez.

Lo que ocurrió a continuación fue casi mágico para ella. Sana gimió su nombre, alto y claro, y todo su cuerpo comenzó a temblar. Apretó con fuerza los dedos que tenía dentro, expulsó más humedad, y se corrió con un grito de placer. Se pegó a la intimidad de Momo, succionó con toda la fuerza que le quedaba, y la mayor dejó salir un gemido agudo y femenino mientras el orgasmo la dominaba a ella también.

Mina estaba anonadada. Vio como Sana se derrumbó sobre la rubia, y esta la rodeó con los brazos y le dio un beso dulce. Las admiró unos segundos, sin creer lo que había pasado. Su más grande fantasía se había hecho realidad, ya no era virgen, y se había acostado con sus dos mejores amigas de toda la vida y compañeras de trabajo. Estaba asustada, pero lo que más le preocupaba no era lo que podía pasar después de eso.

Era lo mucho que le había gustado.

Momo posó sus ojos en ella y notó la preocupación en su mirada. Soltó a Sana, se separó unos centímetros de ella, y con un gesto le indicó que se recueste entre ambas. La rodeó por la espalda con los brazos, mientras que la castaña se acurrucaba en su pecho, en busca de algo de cariño. La consintieron en silencio durante unos minutos, hasta que Momo rompió el silencio.

—Bebé, ¿estás bien?

La menor suspiró al escuchar el apodo. Miró a Sana a los ojos, y supo que se encontraba en el lugar correcto.

—Estoy mejor que nunca.

La castaña sonrió, y atrapó sus labios en un beso.


what do you want to do?

baby, sweet destiny

i already know,

this moment, i'm falling in love



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and that's a wrap <3 primera vez escribiendo un trío, espero que lo hayan disfrutado, jeje

feliz navidad! mi regalo para ustedes, por estar un año más leyéndome. Gracias por tanto cariño a mis historias <3

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