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baby, i'm good - pt. 1

Mina estaba sentada en el borde de su cama de hotel, sin poder dejar de mover el pie. Cuarenta minutos habían pasado desde que Momo la dejó en su habitación, nerviosa y encendida. Había logrado sacarse los zapatos y deshacerse el peinado del concierto cuando escuchó ruido en la habitación de al lado, y no fue muy difícil para ella reconocer los gemidos agudos y femeninos que sonaban a través de la pared. Saber lo que sus amigas estaban haciendo justo al lado de ella, y lo que probablemente le esperaba para más tarde, hacía que su piel se erice y su pulso se acelere. Se sentía débil y necesitada, Momo la había provocado haciéndola creer que la iba a besar, y su frustración al no recibir de inmediato lo que quería alteraba sus nervios. Tampoco podía dejar de dar vueltas en su cabeza las últimas palabras que le dijo, sobre preparar a su princesa para que esté lista para ella. No sabía que la mayor se refería así a Sana, pero le parecía que no había palabra más indicada que esa. Sana era realmente una princesa, dulce, delicada y caprichosa. La deseaba tanto que le nublaba la mente, no podía pensar en nada coherente cuando se la imaginaba debajo de ella, desnuda y gimiendo su nombre.

Los gemidos se convirtieron en gritos de placer, y aunque Mina intentaba poner su mente en blanco, no podía evitar sentir que su corazón se le iba a salir del pecho. Estaba tan excitada que dolía, pero también nerviosa a más no poder. No sabía si iba a ser capaz de tocarla, de arrancar esos bonitos sonidos de su garganta, de hacer realidad todas las fantasías que había creado con ella en su mente. No tenía la más mínima idea de cómo hacerlo, temía ser en exceso tímida y aburrida, pero tampoco quería intentar ser ruda y hacerle daño. Esperaba que tuvieran paciencia con ella, probablemente necesitaría un poco de juego para poder entrar en confianza y atreverse a hacer todo lo que deseaba. 

Por otro lado, no sabía qué le esperaba con Momo. En los últimos días la había provocado hasta el cansancio, y ya se había dado cuenta de lo dominante que podía ser. Antes no lo había pensado demasiado, pero ahora le encantaba. Sabía que la mayor iba a jugar con ella, lo podía ver en el brillo de sus ojos y en la sonrisa coqueta que tenía cada vez que la miraba. No sabía qué tan lejos pensaba llegar con ella, pero lo que sí sabía es que estaba totalmente dispuesta a entregarse. Había estudiado lo suficiente su comportamiento frente a Sana para tener una idea de cómo era en la cama: siempre se encargaba de que se cumpla lo que ella ordenaba, la sujetaba por la cintura con posesión, le susurraba cosas al oído que la dejaban sonrojada, y se la comía con la mirada sin vergüenza alguna, a pesar de que Sana trate de hacerla mirar hacia otro lado. Sin embargo, también era extremadamente atenta y cuidadosa con ella, la trataba como lo que ella consideraba que era, una princesa. Mina quería probar, quería ser ella la que reciba esas atenciones por una vez. Quería aprender de primera mano cómo es que lograba hacerla lloriquear de placer, y poder hacerle lo mismo.

Mina mordió su labio inferior y apretó las sábanas entre sus manos. Los gemidos agudos de Sana resonaban en su cabeza, y estaba totalmente segura de que Momo sabía que las estaba escuchando. La voz dulce de su amiga pareció alcanzar su punto máximo, y después de eso, un suspiro profundo y silencio. Mina se levantó y se acercó a la pared que las separaba, ansiosa, pero no pudo escuchar nada más. 

No sabía qué seguía a continuación. Momo le había dicho que le escribiría, pero, ¿sería muy desesperado si ella lo hacía primero? No tenía idea de qué hacer, si quedarse en su cama, tocarles la puerta o hacerle caso a su timidez y esconderse en el baño hasta el día siguiente. Tomó su celular, entró al chat de Momo y esperó. Se sentía como una adolescente esperando un mensaje de la persona que le gustaba, nerviosa a más no poder, y la mayor ni siquiera estaba conectada. Esperó cinco minutos hasta que decidió que estaba siendo patética, y se dirigió al baño para tomar una ducha rápida.

Se desnudó con manos temblorosas mientras se miraba al espejo. Cuando quedó en ropa interior su piel se erizó, y la retiró despacio, pensando que tal vez Momo haría lo mismo no mucho rato después. Sus mejillas quemaron ante la idea, no estaba segura si sería capaz de sostenerle la mirada mientras haga eso. Si bien Mina había tenido un par de novios cuando era mucho más joven, nunca nadie había visto su cuerpo de esa forma, ni la había tocado tan íntimamente. Estaba extremadamente nerviosa, y esperaba no arruinarlo todo.

Se desmaquilló y entró a la ducha. No entendía cómo encender el agua caliente, pero decidió que dejarla fría la ayudaría a calmarse un poco y despejar su mente. Usó su shampoo favorito, ese que había hecho que Sana se recueste sobre su hombro durante un viaje en auto porque le gustaba el olor de su cabello, y se esmeró en exfoliar su piel y depilarse con cuidado. A diferencia de sus amigas, nunca se había atrevido a ir a un centro de depilación, probablemente por su vergüenza a dejar que alguien la vea desnuda, y prefería hacerlo ella misma cuando sentía la necesidad. Cuando sintió que estaba lista, se envolvió en una toalla y salió del baño, mientras trataba de no temblar por el frío noviembre de Japón.

Abrió su maleta y revisó sus opciones. No tenía ni idea de qué debía usar, y tampoco tenía mucho de lo cual escoger. Todo lo que usaba en eventos oficiales y entrevistas les era asignado por su equipo de estilistas, y en los pocos tiempos libres en los que tenía libertad de usar lo que quisiera prefería estar cómoda, así que su equipaje se basaba en pantalones de buzo, camisetas enormes y muchos pijamas. Tampoco tenía nada de lencería, y se lamentó de no haberla llevado de gira. Un secreto que no había compartido con nadie era que en su casa, en Corea, guardaba una gran colección de prendas íntimas. No tenían ninguna finalidad, pero hacían que Mina se sienta bien consigo misma, y pensaba en que tal vez algún día, si alguien le gustaba lo suficiente, podría mostrar lo que solo había visto ella misma en la privacidad de su habitación. Encontró un solo conjunto de algodón, negro, de Calvin Klein. La marca llevaba ya medio año intentando conseguirla como embajadora, y había recibido varios regalos en ese proceso. Se quitó la toalla y se lo puso. No era lo más sexy del mundo, pero el tiro bajo de las bragas resaltaban sus abdominales marcados y su cintura diminuta, y el top sin copas dejaba ver la silueta de sus pezones. Decidió que era suficiente para esa noche, y adecuado para lo que sentía: lo suficientemente seductor para provocarlas, pero nada muy arriesgado que la avergonzaría de inmediato.

Se dirigió a su otra maleta y resopló, frustrada, mientras buscaba algo medianamente bonito para impresionar a las japonesas mayores. No sabía lo que quería transmitir, y tampoco si lo que llevase puesto les importaría, pero quería verse bonita para ellas. Revisó entre los regalos que había recibido de los fans en el aeropuerto, pero solo encontró cosas realmente inútiles para la ocasión: un gorro tejido a mano, una camiseta enorme con un pingüino, una bufanda de colores y unos guantes en forma de patas de gato. Todo era muy adorable, pero definitivamente no iba a permitir que las chicas la vean usando eso. Cuando estaba a punto de rendirse y simplemente envolverse en una sábana, encontró una bolsa pequeña que le había regalado Sana tres días atrás, luego de haber visitado una de sus tiendas favoritas de Japón. No la había abierto aún, y cuando sacó su contenido, se encontró con un conjunto de pijama de satín, rosada pastel, y una nota escrita a mano.

"Para mi Minari, la chica más bonita de todo Japón"

Se sonrojó al leer la nota, pero no pudo evitar sonreír. Levantó las prendas y descubrió una camiseta de botones y unos shorts tan cortos que no sabía si le iban a quedar. Se puso el conjunto y caminó hacia el espejo. Apenas se vio, supo que era la opción correcta. Sus piernas descubiertas se veían largas y tonificadas, y el short dejaba ver ligeramente la curva de su trasero cuando caminaba. Ajustó los botones de la prenda superior y dejó uno libre, para insinuar su escote y darles un vistazo de sus pechos. Acomodó su cabello húmedo hacia un lado y sonrió al saber que había logrado justo lo que quería. Dio una vuelta frente al espejo para asegurarse de que estaba perfecta, y regresó a echarse sobre su cama.

Momo no había escrito, y tampoco la veía en línea. Ya había pasado más de media hora desde que la dejó en la puerta de su habitación y estaba comenzando a impacientarse. No escuchaba tampoco ningún sonido en la habitación de al lado, y comenzó a sobrepensar. ¿Y si solo había sido un juego para ellas? ¿Les había divertido provocarla, para luego quitarse las ganas ellas mismas y dejarla de lado? ¿Y si Momo se dio cuenta de que en realidad no quería compartir a Sana, y no iba a dejar que la toque como ella lo hacía? Su corazón se aceleró, y justo cuando el puchero decepcionado comenzaba a formarse en su rostro, su celular vibró y Mina se lanzó encima.

Una foto de una sola visualización. No había mensaje, no habían llamadas, ni siquiera un emoji acompañando. Con los dedos temblorosos abrió la imagen, y lo que encontró casi la hace tirar el celular al piso de la impresión.

Sana estaba sobre la cama, de rodillas, con las piernas ligeramente separadas y las manos sobre los muslos. Tenía un babydoll rosado pastel, dulce y delicado, pero sexy a la vez; y una diminuta tanga a juego. Su cabello castaño caía en ondas ligeramente desordenadas sobre su pecho, sus ojos brillantes miraban fijamente a la cámara, y sus labios entreabiertos se veían rojos e irritados. La mano de Momo la sostenía por el mentón y la hacía mirar hacia el celular.

Mina se quedó en blanco mientras miraba la pantalla. No sabía qué responder, si esperaban una foto a cambio, si debía llamarlas, o si era momento de tocar la puerta. A los pocos segundos, un mensaje de la japonesa mayor se sumó a la foto.

Momoringggg: ¿Vienes, chiquita?

Sus piernas no le respondían. Mientras se ponía de pie con movimientos torpes y buscaba sus pantuflas, otra foto llegó al chat. La abrió al instante, desesperada, y un gemido se le escapó de la garganta cuando vio el contenido.

La chica estaba en la misma posición sobre la cama, pero esta vez, la mano de Momo no aparecía por ningún lado. Sana tenía una sonrisa traviesa en el rostro y se mordía el labio inferior, mientras una de sus manos se perdía dentro de su ropa interior.

Momoringggg: Mi princesita se está impacientando, y no me gusta que la hagan esperar.

Mina no estaba pensando coherentemente cuando decidió que sus pantuflas no importaban, y salió de su habitación solo con el celular en la mano. Antes de que la adrenalina deje su cuerpo y se arrepienta de haber salido, tocó la puerta de al lado y se mordió sus labios mientras esperaba que le abran. Cuando por fin Momo apareció, su corazón se aceleró tanto que pensó que se iba a desmayar ahí mismo.

La japonesa mayor estaba con un sujetador deportivo tal vez demasiado pequeño, que presionaba sus pechos juntos, marcaba sus pezones y hacía que Mina no pueda despegar los ojos de esa parte. Sus abdominales marcados estaban descubiertos, y en su mitad inferior llevaba solo un short de pijama a la cadera. Su cabello corto y rubio había sido despeinado, se había quitado el maquillaje, pero sus labios brillaban por lo que Mina creía que era gloss. Momo extendió su mano para tomarla por la cintura y llevarla al interior de la habitación.

—Ven conmigo.

Mina avanzó con pasos torpes. Se dejó jalar unos centímetros, lo suficiente para que Momo cierre la puerta detrás de ellas y la rodee por la cintura desde atrás. Las habitaciones de hotel que se les asignaban eran de las más exclusivas, y tenían una pequeña recepción antes de pasar al dormitorio. Momo deslizó sus manos por su abdomen, llevó todo su cabello a un lado y dejó un beso suave y dulce en su cuello, antes de susurrar en su oído.

—¿Qué pasa, chiquita? 

—Yo...

La mayor rio suave sobre su cuello, y la vibración la hizo estremecer.

—¿Estás nerviosa, mi amor?

Mina no podía entender la facilidad que tenía Momo para llamarla de esa forma, ser tan coqueta y dominante de repente, cuando hasta hace unos días nunca había pasado nada entre ellas. Hacía que sus rodillas se debiliten y que su interior queme. Se dio cuenta de que las palabras no salían de su boca, así que asintió, con las mejillas rojas.

—Mi dulce Minari —susurró nuevamente—. Ven aquí.

—¿Pero ella...?

—No seas impaciente. Mi princesita sabe obedecerme muy bien, y sabe también que primero vendrás conmigo.

La menor retuvo un gemido que amenazó con escaparse de su garganta. Momo lo notó y sonrió, encantada con haber convertido a esa chica tan atrevida en un conejito asustado tan solo con un par de palabras. Apretó su agarre en la cintura delicada y la condujo al sofá. Se sentó ella primero, y luego la dirigió para que se siente sobre su regazo. Mina evitaba el contacto visual, así que decidió cambiar de planes y ser lo más tierna posible con ella. Después de todo, era su primera vez, y haría todo lo posible por hacerla sentir cómoda y deseada. Llevó una de sus manos a acariciarle el rostro con suavidad, y luego tomó su mentón y la hizo mirarla.

—Mírame, chiquita. ¿Está todo bien?

—Perdón —susurró.

—¿Por qué te disculpas?

—Estoy siendo ridícula, ¿cierto? No es esto lo que esperabas de mí.

Momo sonrió y le puso la otra mano en el muslo descubierto. Mina se sobresaltó, pero no hizo nada para romper el contacto.

—¿Quieres saber lo que espero de ti? —la menor asintió, mirándola a los ojos—. Espero que me permitas llegar hasta donde desees. Espero que bajes tus defensas, que hagas todo lo que tus ojitos me han estado diciendo que quieres hacer —Mina suspiró, sus ojos bajaron hacia los labios de Momo sin pensarlo, y la mayor comenzó a subir la mano por su pierna lo más lento posible—. Espero que me permitas probarte...

La mano de Momo empujó con suavidad entre los muslos, y Mina cedió al instante. Con una sonrisa complacida en el rosto, acarició en círculos la cara interna de sus piernas, mientras subía cada vez más. Las caderas de Mina temblaron, y la sonrisa de Momo creció. Jaló su mentón con suavidad, levantó el rostro, y al no ver ninguna negativa ante sus avances, la besó.

El beso comenzó suave, experimental. La mayor le dio tiempo de asimilarlo antes de demostrarle lo que realmente podía hacer con ella. Acarició sus labios con dulzura, fue tierna y paciente, hasta que un gemido suave se escapó. Al instante subió la intensidad, empujó su lengua entre sus labios, y la pelinegra la recibió en el interior de su boca. Momo era posesiva y poderosa, definitivamente sabía lo que hacía, y las constantes caricias entre sus muslos estaban logrando que sienta humedad en su ropa interior. Mina apretó las piernas al instante, y la mano de Momo quedó atrapada entre ellas. Llevó su otra mano a sostenerla por la cintura, mientras seguía manejándola lo mejor que podía con el beso. Otro gemido se le escapó, y la rubia tomó el gesto como  una señal para avanzar un poco más. Con esfuerzo movió su pulgar y lo frotó con firmeza en la intimidad cubierta de Mina. Apenas sintió eso, la menor chilló y separó su rostro.

Momo la miró, confundida. No había hecho nada para alejarla, pero había roto el beso al instante. Mina suspiró, agitada, y la miró a los ojos.

—Espera. Antes de que... —tartamudeó, avergonzada— Momoring, tienes que saber que yo... yo nunca...

La rubia sonrió.

—Lo sé, preciosa.

—¿Cómo...?

—Es un tanto obvio —acarició su cabello con delicadeza, mientras Mina observaba con atención todos sus movimientos—. Mi chiquita nerviosa, tus ojos te delatan. Todo lo que haces emana inocencia, mi amor.

—¿No te molesta?

—¿Molestarme? —bufó—. Me encanta. Me fascina que hayas puesto tus ojos en nosotras para hacer esto, porque lo quieres, ¿verdad? —Mina asintió. Momo se inclinó para besarle el cuello, y retomó la caricia entre sus piernas, con delicadeza y estudiando cada reacción—. No hay nada que quiera más en el mundo que ser la primera, que demostrarte todo lo que eres capaz de sentir, que ver este cuerpo hermoso que tienes y que siempre estás escondiendo —la menor gimió, asintió nuevamente, y comenzó a mover sus caderas con timidez—. Quiero marcarte con mis besos, quiero hacerte rogar, que tus bonitos labios no puedan dejar de gemir mi nombre. Quiero enseñarte todo lo que sé, porque recuerda que tienes a una princesita esperándote, deseosa de recibirte —subió sus labios hasta su oído y susurró despacio, como si fuera el más sucio de los secretos, que solo podían compartir ellas dos—. Ella quiere que la folles, Minari. Se muere por tenerte dentro. Es tan dulce, tan suave, y siempre aprieta tan bien... te encantará, mi amor.

—Momoring... —jadeó con los ojos cerrados, las mejillas rojas y sin dejar de mover las caderas.

—Tan bonita cuando gimes así —ronroneó en su oído—. Ven, preciosa, déjame acomodarte mejor.

La levantó y la guió para sentarla a horcajadas sobre su cuerpo. Mina escondió su rostro en el cuello de la rubia cuando esta deslizó su mano dentro de sus shorts de pijama y la acarició sobre la ropa interior. Apoyó sus manos en los hombros de Momo, y sintió cómo con la mano libre le desabrochaba despacio los botones de su camisa.

—¿Siempre estás así de mojada cuando nos miras? —provocó— Apuesto a que así te sentías hoy en el escenario. Vi cómo mirabas a Sana. ¿Es por eso que no te podías concentrar, chiquita? ¿Porque tenías este desastre entre las piernas?

Mina gimió fuerte. De todas las cosas posibles para el final de ese día, en ninguno de sus escenarios mentales se había imaginado estar sentada sobre Momo, con ella tocándola tan íntimamente, mientras le hablaba sucio al oído. Nunca pensó que la mayor fuera ese tipo de chica, y tampoco sabía que ella lo iba a disfrutar tanto. Sentía la respiración pesada y el vientre caliente, sus pensamientos estaban nublados por el deseo y no entendía cómo hace unos minutos estaba ansiosa en su habitación de hotel, y ahora se encontraba retorciéndose sobre su amiga. Luego de unos segundos, Momo dirigió su mano al elástico de su ropa interior, y empujó solo la punta de sus dedos, rozando la piel recién depilada de su pubis. Mina se tensó al instante.

—No haré nada que no quieras —la mayor le dijo con dulzura, mientras le acariciaba el cabello y bajaba por su espalda—. Tú decides, Minari.

—¿Vas a...? ¿Aquí...?

Momo rio.

—No, mi amor. No soy tan idiota como para tomar tu primera vez en un sillón, teniendo una cama a nuestra disposición —Mina salió de su cuello, la miró con ojos de cachorro, y Momo aprovechó en robarle un beso—. Solo quiero jugar un poco.

—¿Y si vamos...?

—Paciencia —susurró, y le acarició el cuello con la nariz. Disfrutó de su respiración agitada, estaba logrando lo que quería. Se moría por desesperarla, hacerla rogar, convertirla en un desastre necesitado y sensible—. ¿Me dejas seguir?

Mina la miró a los ojos nuevamente. Su corazón estaba más acelerado que nunca en anticipación a su toque. Sería la primera vez que alguien que no sea ella la acaricie en su zona más íntima, y de repente, se sintió totalmente vulnerable. Tenía la camisa de pijama abierta, su pecho subía y bajaba por su respiración agitada, y Momo la miraba con pura adoración. La pelinegra suspiró y asintió despacio.

—Cuídame —musitó tan bajo que casi no se le escuchó. Momo se enterneció por esa petición, tan simple y honesta. Sabía que Mina se estaba entregando a ella, y que le había costado mucho tomar esa decisión.

—Siempre, mi chiquita —susurró sobre sus labios, y sin romper el contacto visual, deslizó su mano hasta acunar toda su intimidad.

Mina jadeó fuerte cuando los dedos de Momo se presionaron sobre sus pliegues. Estaba empapada, y la rubia tomó esa humedad y la frotó por toda su vagina. Rodeó su clítoris con calma, empujó dos dedos a los lados para hacer ligera presión, y Mina lloriqueó y presionó sus hombros. Estaba abrumada por las sensaciones, nunca nada había sido tan intenso, ni siquiera cuando jugaba con ella misma. Apenas la había tocado, y ya sentía que se podía correr en cualquier momento. Momo la acariciaba con habilidad experta, y Mina no entendía cómo podía saber de forma tan precisa qué hacer para tenerla así de deshecha entre sus brazos. Esperaba poder hacer lo mismo con Sana, ser así de buena, tenerla sollozando de placer debajo de ella. Momo era paciente y precisa, besaba su cuello mientras frotaba su clítoris y enviaba corrientes eléctricas por toda su columna.

La mayor no podía creer lo que estaba pasando. Tenía a Myoui Mina sobre ella, su Minari, su chiquita, retorciéndose de placer. Llevaba años sin tocar de esa forma a nadie además de a Sana, y verla gemir con los ojos cerrados estaba haciendo maravillas en su ego. La chica de ojos traviesos, que no dejaba de perseguirlas con la mirada, que no disimulaba cuando se perdía en sus cuerpos, estaba moviendo las caderas contra su mano y gimiendo su nombre en susurros. Momo sonrió, chupó y besó su cuello con más ganas, hasta que decidió provocarla aún más. Llevó un dedo a su entrada, acarició los bordes en círculos sin intentar entrar, maravillándose al sentirla dilatarse y expulsar más humedad. Presionó con sumo cuidado, atenta a no penetrarla aún, y sintió cómo la entrada palpitó, en un intento inútil de llevarla dentro. Mina jadeó más fuerte.

—Estás palpitando por mí —ronroneó en su oído—. ¿Tanto me necesitas?

—Por favor...

—Ya te dije que aquí no. Sé una buena chica y ten paciencia, ¿sí?

—Pero... —se meció con fuerza sobre la mano de Momo, desesperada.

—Mi chica bonita —besó sus clavículas—. Déjate llevar, no te retengas.

Mina le rodeó el cuello con los brazos, pegó su cuerpo al de ella, y comenzó a moler sus caderas con la habilidad experta que tantos meses de práctica para su solo le habían dado. Momo se concentró en el delicado clítoris y lo frotó con movimientos rápidos, de la forma que había descubierto que le gustaba.

—Eso es. Déjalo salir, preciosa.

La menor dejó su mente en blanco. Todos sus sentidos estaban llenos de placer, y no podía pensar en nada más que en lo bien que se sentía el toque de su amiga. Su vientre comenzó a quemar, y la presión familiar le anunció que estaba por correrse. Intentó avisarle a Momo, pero solo fue capaz de soltar pequeños jadeos. La mayor le pasó la punta de la lengua por el cuello.

—Vamos, chiquita. Sé que quieres correrte para mí. 

Mina rebotó con más fuerza sobre su regazo, hasta que el placer explotó como una ola sobre su cuerpo. La inundó por completo, sus vellos se erizaron, echó su cabeza hacia atrás y gimió el nombre de Momo mientras ella la acariciaba a través de su orgasmo. Nunca había sido tan intenso, se sentía empapada, sensible al máximo, y con hambre de más. Cuando jugaba con ella misma, solía estar satisfecha con un solo orgasmo, y después de llegar no aguantaba ni un solo toque más. En cambio, Momo había despertado un lado totalmente desconocido en ella. Aquella explosión de placer solo la hacía desear seguir, y no podía esperar a descubrir todo lo que la mayor tenía para enseñarle.

Se derrumbó sobre el cuerpo de la rubia mientras su respiración se estabilizaba. Momo le acarició la espalda, mientras susurraba palabras de afirmación. Cuando se quedaron en silencio, como si todo hubiera estado planeado al milímetro, escuchó una voz dulce y aguda desde la habitación. Una voz que conocía muy bien, que aparecía en sus más secretas fantasías y en sus sueños más húmedos. Una voz que ahora rogaba por ella, con ese tono meloso que había escuchado por la tarde en el baño y la había vuelto loca.

—Momoring, la necesito ya. No puedo esperar más, la quiero ahora.

El corazón de Mina se aceleró. Momo la besó lento, y luego la miró a los ojos.

—Ya escuchaste a mi princesa. ¿Estás lista para ella?





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HOLIIIII, perdón la demora jeje gracias por esperar y por el apoyo que le están dando a esta historia, fue una idea loca que no esperaba que les agrade tanto, pero una vez más, gracias por leer y disfrutar mis historias <3

de regalo de Navidad tendrán la segunda parte de este último capítulo!

espero que les guste, amaría leer sus comentarios


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