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1) Reclutamiento


La chica estaba en la casa del árbol, rodeada de rostros conocidos, jugando y riendo como adolescentes despreocupados. Una escena así no era más que pura ficción, imposible de existir en la realidad, en su realidad. Esta historia arranca dentro del subconsciente de la protagonista, en un sueño como cualquiera puede tenerlos, uno en donde hay gente haciendo cualquier cosa. Sin embargo, para la joven de lino fino, es un escenario nada común el que su imaginación le regala.


«Ah... Estoy soñando», se percató.


Las bromas de uno de ellos la hicieron reír, imaginativa y literalmente, dibujándole una torpe sonrisa somnolienta, mientras algo de saliva se desbordaba por su mejilla. De pronto, el autobús atravesó un tramo repleto de baches, sacudiendo bruscamente a los pasajeros y estrellando el rostro de la chica contra la ventana.

El chico sentado a su lado, cumpliendo su papel de mejor amigo, soltó una carcajada al presenciar los hechos. Babilonia frunció el ceño intentando arreglar la molestia de mala gana, igual que un infante que se niega a despertar por la mañana. El daño estaba hecho, no le quedó más que abrir los ojos a medias, revelando esas joyas de berilio que guardaba con recelo, luego se enderezó y talló su rostro. Esos bellos momentos en los que no se sabe ni quién es uno.

El autobús se detuvo y la gente comenzó a moverse. Por reflejo, en respuesta a sus malos hábitos, ella se levantó tratando de llegar al pasillo mientras su sistema nervioso sufría por la repentina orden. Al momento alguien atravesó sus piernas, haciéndola tropezar.

—No te preocupes, aquí estoy —respondió una voz característica de cualquiera a las 6 de la mañana—. Pero no vayas a dormirte de nuevo o te dejo aquí, y a ver dónde amaneces.

—¿Dejarme? ¿A pesar de que tú fuiste a recogerme? —tomó asiento esperando a que su corazón se recuperara.

—Corrección: ¡Fui a despertarte, no a recogerte ni mucho menos cargarte!

La chica resopló a la vez que intentaba recordar qué es lo que la tenía en esta horrible situación. Su preocupación duró poco, pues se olvidó de ello al ver las gotas de rocío deslizarse sobre la ventana, imaginando que competían en carreritas. La diversión terminó cuando un popote pinchó su mejilla izquierda.

—Ten. Supongo que tampoco trajiste nada para comer —la miró expectante, esperando que mostrara una pizca de responsabilidad y sacara su propio almuerzo.

—Me halagas, pero sabes que esperas demasiado —ingenua, aceptó su generosa ofrenda. Un destructivo sabor masacró su paladar, resultado de la pasta de dientes y la naranja fuera de temporada—. Lo hiciste a propósito, ¿verdad?


Se abre la brecha.

—Quiero mi camita —nos cuenta Babilonia—. Fuera de ella el mundo es una porquería. Sólo quiero recostarme, comer papitas y ver algún anime bonito de 12 capítulos que me reinicie la vida. ¿Es mucho pedir?

—La temática no tiene nada que ver con tu actitud —replicó Rodrigo.

—A mí me hace sentido poner algo alegre cuando te sientes mal.

—¿Vas a cantar tu desamor con Timbiriche o con José José?

—¿Ya te diste cuenta que nos estamos desviando?

—Sí... Perdón.

Se cierra la brecha.


Unas paradas después, los jóvenes se vieron atrapados en el tráfico. Con el tiempo encima, decidieron bajarse a media calle y correr el resto del camino. Rodrigo tuvo varias veces que acarrear a su amiga, ya que ella se detenía a acariciar perros y gatos que aparecían en su andar. Para cuando llegaron a su destino, a la entrada de la universidad, un auténtico zoológico callejero rodeaba a la joven.

¿Sí sabes que sólo puedes llevar hasta 6 en tu equipo? —dijo su amigo mientras ella se despedía de su escolta—. Apúrate, tenemos que llegar al salón que nos toca... ¡Lonia!

Ella cargó a uno de los cachorros y miró a su amigo fijamente—. Despídete bien.

Sin resistirse a la bola de pelos, Rodrigo se agachó a acariciar al pequeño, perdiendo toda compostura aparentada—. ¡Me lo quiero quedar! ¿Podemos?

—¿Qué soy?, ¿tu mamá? —se burló mientras atravesaba la entrada.

Se incorporaron al caudaloso flujo de aspirantes, que caminaban rumbo a sus aulas para presentar el examen de admisión. Lonia miraba con inquietud a todos lados, y en un intento de silenciar el eco de las voces, optó por colocarse la capucha y sujetar la manga de su amigo. Al instante, él respondió tomándola de la mano con firmeza.

—Aquí nadie te conoce. Nadie está hablando de ti —se giró para retirarle la capucha, cuidando no estropear su cabello que él mismo le arregló—. Cualquier cosa... ¡Yo estoy aquí! ¡Se las verán conmigo, así que no te preocupes, niña! Y en mi humilde opinión, una obra de arte debe lucirse y no mantenerse bajo un velo.

Esa sonrisa solar, acogedora como un verano oportuno, dibujó en sus labios una desalineada curvatura. Terminó de quitarse la capucha, tomó aire y alzó la mirada hacia las masas. Juntos recorrieron el campus universitario, deteniéndose a observar una que otra cosa. En el camino se toparon con otra chica que vestía su uniforme de enfermería. Laura y Lonia se vieron a lo lejos, y acortaron la distancia entre sí a la velocidad de un tifón.

—¡Bolsaaaaas! —gritaron al unísono, chocando sus palmas al estar frente a frente.

La chica uniformada saltó sobre Rodrigo, colgando sus brazos de su cuello. Él aprovechó la diferencia de estaturas para hacerla girar hasta casi sacarle el alma. Lonia sacó su celular y los grabó con la esperanza de que perdieran el equilibrio y cayeran, o quizá grabar un bello recuerdo.

—¡Buenos días, princesa! —dijo él a su oído.

Rodrigo y Laura estaban demasiado ocupados, siendo lo empalagosos que son, como para notar los murmullos que Babilonia escuchaba fuerte y claro. Uno sólo bastó para borrarle la sonrisa, pues no había lugar a duda de que eran sobre ella. Sin embargo, resistió la artillería pesada de la opinión popular. No dando su brazo a torcer, se mantuvo firme y continuó con su día.

—Les voy a poner un sello de "exceso de azúcares" —Lonia cubrió su boca con una mano y arrugó su frente.

—¿Huuuh? ¡No te pongas celosa! —Laura saltó hacia Lonia, obligándola a cargarla como a una niña de brazos.

Luego de tontear un rato, el grupito volvió a dividirse tal como habían llegado. Laura les deseó suerte a ambos y corrió a su siguiente clase. Finalmente llegaron a su destino, tomaron asiento y en lo que el maestro repartía los exámenes de admisión, ambos dieron un último repaso.


«Los ángulos complementarios suman 90. Los suplementarios...», pensaba él.

«Agárrense porque ahí les va una noche en vela y un six de Monster», pensó ella.


—Ay no... ¡No no no! ¡N-no puede ser! —murmuró a gritos el estudiante junto a Babilonia—. ¡¿Por qué no enciende?! ¡En la mañana prendía!

El resto de los aspirantes ignoró silenciosamente su sufrimiento, limitándose a compadecerlo. Rodrigo estaba por hablar con el docente y preguntarle por una calculadora disponible, cuando Babilonia le extendió la mano a aquel extraño.

—¿M-me la estás prestando?

Ella, viendo para otro lado, asintió. El chico le preguntó más de una vez para estar seguro, pues al ser un examen complejo e importante, había dado por sentado que nadie le prestaría la suya. Aún así, ahí estaba Babilonia, sin poder verlo directamente, pero dándole su calculadora. Rodrigo no consiguió otra de repuesto.

—¡Gracias, te debo la vida!

La joven se armó de valor, se giró y le sonrió—. Por nada.

El tiempo se pasó volando, pero cargando con el peso del futuro de cada aspirante. Una vez concluido el juicio, Rodrigo salió del salón y la buscó por los alrededores, pues ella acabó antes y sabía que no se esforzaría lo suficiente por encontrar un lugar tan alejado. La encontró debajo de un árbol a escasos metros del aula.

—¿Cómo te fue? —preguntó él mientras recargaba su espalda en el tronco y se deslizaba hasta tocar el césped.

La de lino fino abrió sus ojos de berilio y sonrió de oreja a oreja, maquillada con cinismo puro—. Me debes una orden de tacos. Eso te pasa por dudar de mis habilidades procrastinadoras. ¡No cabe duda de que soy la mera...!

—La apuesta terminará en cuanto te den tus resultados... ¿Cuándo los dan?

—Sólo tienen que escanear la hoja de respuestas, ahí viene nuestra cédula de admisión, así que no deberían de tardar en aparecernos.

—¡Oigaaan! —llegó saludando para después juntarse junto a su novio—. ¿Cómo les fue?

—Se jugó y se logró.

—Le hice un hijo al examen.

—¡Muy bien, mi amor! —besó la mejilla de Rodrigo—. ¡Esa es mi chica!

De aprobar ambos, significaría el regreso del legendario "Equipo dinamita", conformado por Rodrigo Ramos, Anna Laura Mertens y Babilonia Condosar. Ninguna institución educativa, o penal, estaba lista para lo que su reencuentro conllevaría.


«Por fin, mi vida parece tener al menos pies. Sólo me falta recuperar la cabeza», pensó Babilonia.


—¡Yo estoy seguro de que entraremos! Después de todo, tuvimos todo un año de más para prepararnos —Exclamó Rodrigo—. Excepto Lonia que empezó hace una semana, ¡y aun así acabaste antes que yo desgraciada!

—¡Muajaja!

Laura sonrió y se aferró a su pareja, él se agachó para besar su frente y se mantuvieron abrazados hasta que el receso terminó. Lonia los miraba, verlos le generaba paz, se sentía bien por ellos, y un poco por sí misma.


«Él podría sustituir perfectamente al sol y no nos daríamos cuenta. Pero no cualquier sol, sino el de invierno, aquel que en una fría mañana te abraza justo cuando piensas en no levantarte, invitando a disfrutar de la vida. Dicen que la risa es la mejor medicina, pero deberían especificar que es la suya, de esas risas que de sólo escucharlas te sientes capaz de cualquier cosa.

Es una persona como ninguna.

Quiero decir, ¿quién madruga con tal de irte a despertar cada día, te consciente sin pedírselo y te protege como si fueras un mazapán?

Ay Laura, te sacaste la lotería», sin envidiar a su amiga en lo más mínimo, Lonia recordaba su historia con el par de tórtolos.


Esperaron que Laura terminara clases para irse juntos. en ese ínter, Rodrigo y Babilonia dieron un recorrido completo por el campus.

—No vayan a ir solos, que se van a perder. Espérenme y yo los acompaño.

Bueno, ya lo has leído. No le hicieron caso y se fueron a dar la vuelta en las bicicletas disponibles para los alumnos. Mientras pedaleaban, charlaban, olvidando que la vez que vinieron a pedir informes hicieron lo mismo y uno de ellos se tragó una mosca por ir hablando.

—Este lugar es gigante —obvió Rodrigo.

—Qué bueno que tienen las bicicletas... Ya estaba por darme de baja.

—¡¿Por qué?!

—Qué flojera caminar tanto cada día para ir a clase.

—Pero si tú haces natación. ¿Cómo puede darte pereza caminar un poco?

—Nadar cada que se me antoja y de madrugada no creo que sea natación. Además, no es lo mismo que caminar. En el agua flotas, pero cuando caminas tú debes mantenerte en pie.

—Lonia, para nadar debes vencer la fuerza que opone el agua al movimiento, y para eso ocupas todo el cuerpo. No necesitas la misma energía para caminar que para nadar.

—Y por eso tú me hiciste el ensayo de física.

—¡Shhh! ¡No digas eso! ¡Harás que nos expulsen el primer día!

—Hey, no estaría mal. Seríamos titulares en los periódicos: ¡Expulsados el primer día por plagio!

—No vayan tan rápido, jóvenes —dijo un profesor al verlos pasar.

—¡Ah, disculpe! —balbucearon ambos.

Una vez se alejaron algunos metros, volvieron a conversar.

—¿No vayan tan rápido? ¿A qué de las dos cosas se refería?

Babilonia le estaba dando un infarto, cosa que hizo que perdiera el equilibrio y se fuera a dar contra los arbustos que acompañaban el sendero. Rodrigo frenó y miró expectante a que su amiga saliera de entre las hojas.

—¿Lonia?

Salió con el cabello lleno de pequeñas flores—. Si preguntan, fue cosa mía, tú no tuviste nada que ver. ¡Fui yo y nada más yo!

—No, te hundes tú, nos hundimos juntos. ¡La tercera sería la vencida!

—No seas tarado. Laura me mataría si te expulsan y te atrasas otro año por mi culpa... ¡Otra vez!

—Ya ya —dijo quitándole los pétalos del cabello—. No hagas una tormenta de un vaso de agua. Seguro no pasa nada, tranquila.

—¿Seguro? —comenzó a preocuparse más—. V-voy a confesar. Tengo que hacerlo.

—Si te compro un helado, ¿te calmarás?

—...A lo mejor.

Al final acabaron perdidos, tuvieron que llamar a Laura para que los fuera a buscar. Obviamente, se llevaron su regañada. En cuanto la enfermera terminó sus clases, todos se fueron a casa de Rodrigo, para festejar el ingreso del par de idiotas.

Es curioso, cuando Laura y Rodrigo se juntan, la inteligencia de ambos pareciera aumentar. En cambio, si Rodrigo y Babilonia se juntan, las probabilidades de sufrir un desastre nuclear aumentan en un 10%, sin necesidad de estar cerca de una planta o de material radiactivo.


—¡Muchas felicidades, muchachos! —gritó la madre de Rodrigo, la señora Carmen, mientras servía una cantidad insufrible de comida.

La mujer ya entró a esa etapa en la que, no importa si ya comiste, no descansará hasta verte rodar para desplazarte. Como buena comida de este país, se cumplió esa altísima probabilidad de encontrar en el plato al peor enemigo de Lonia: Frijoles.

—Gracias, ma'. Ya cada vez falta menos.

—Señora, le agradezco su generosidad, pero creo que-

—No digas eso, Lony. ¡Sabes que aquí la comida es lo de menos! Además, es un día para festejar.

En una escena sacada de un meme, Lonia miraba con desprecio las legumbres, a la vez que Rodrigo y Laura jugaban a darse de comer con el clásico avioncito.

En la residencia Ramos viven juntos él, su madre y su padre, aunque el señor Ramos casi nunca está en casa, igual que el de Lonia. Es por esta ausencia que Rodrigo y su madre siempre han sido muy allegados. A su vez, para ambas chicas la mujer se ha vuelto en una imagen que inspira cariño y seguridad, no tanto como una madre y no menos que una amiga. Se puede decir que están en buenas manos, al cuidado de la señora Carmen.

Por cierto, Lonia vive en el apartamento del último piso, convenientemente arriba del de Rodrigo. Excluyendo muebles y demás, son estructuralmente iguales con una recámara junto a la sala en el primer piso, y una recámara gigante con balcón en el segundo. No hacen falta grandes explicaciones, no nos quedaremos mucho por aquí. Imagina una silla por ahí, una foto de la abuela por allá, lo normal.

Después de comer subieron al segundo piso, al cuarto de Rodrigo, a pasar la tarde. Laura salió a la terraza a estudiar un poco, los otros dos se quedaron en el cuarto jugando videojuegos.

—Y entonces, ¿a qué te vas a inscribir?, ¿arquitectura? —ya se lo ha preguntado mil veces, le gusta hacerla enojar.

—Eso sugiere él... —refiriéndose a su padrastro.

—Pero tú también, ¿no? Te veías feliz durante la optativa y desde joven se te da genial. Eres buena en las matemáticas, tu creatividad no tiene igual, buena noción de los espacios, y en física sólo se te complican los problemas complejos.

—Ya... Gracias.

—Ay que frialdad... Tú diseñaste este apartamento después de todo.

—Vivimos aquí desde niños, no hay forma de que yo lo haya...

—Ahora que lo pienso, eso explica muchas cosas —dio un vistazo rápido a la enorme habitación—, ya decía yo que esto está diseñado con las patas.

Lonia agarró a su amigo por el cuello y restregó sus nudillos en la coronilla de él, molesta por su comentario. Rodrigo se limitó a golpear el piso en señal de rendición.

—Fue mi papá quien lo diseñó, ¡¿Sabes?!

Él tomó de vuelta el control, viéndose rodeado por numerosos enemigos—. Ya hablando en serio, creo que tienes potencial.

—Ajá, pero claro, esto está hecho con las patas... ¿Por qué con las patas?

—¿En qué mundo es buena idea no poner un cuarto de servicio?

—Hay lavadoras en el primer piso, así se ahorran varios juegos de tuberías.

—¡De todos modos las tuvieron que poner abajo!

—Si molestar fuese deporte olímpico, no ganarías medalla, tú serías el juez. Además, no es como si tuvieras que subir escaleras cargando la ropa, hay un elevador.

—Usar el elevador es malo, y usar las escaleras es un buen ejercicio.

—Me tienes podrida con tu mentalidad fit. ¡Salgamos a correr Lonia! ¡A las 5 de la mañana Lonia! ¡A esa hora me estoy yendo a dormir!

—¿Sigues con insomnio? —preguntó con seriedad—. ¿Sí te has tomado...?

—Sí, era una broma. No es nada.

—De acuerdo... También, ¿qué pasa con este cuarto y el baño? Ocupan el mismo espacio que todo lo del piso inferior.

—Eso sí lo pedí yo, así que agradéceme.

—Eso explica por qué tus casas en Minecraft son enormes. Te tardas más en construirlas que lo que dura el servidor activo.

—Me gusta tener mi espacio.

—Ajá, lo que digas. Oye, deja de lootear y ayúdame a matar a est... —Le hicieron sándwich entre varios equipos.

—Ay sí, soy RodRah2142. Sé hacer slide cancel y ya me quiero aventar una lobby yo solito. Gracias chat por la donación. Jajaja.

—Pues ahora me tendrás que revivir.

—Oilo, que me compre una UAV dice.

—Mira qué gusto. Por cierto, ¿no quieres dormir aquí hoy?

—¿Laura se va a quedar?

—Como si la fueran a dejar.

—Entonces con menos razón, paso.

—¿Segura? Hay café de olla —negoció.

—¿Ese es mi precio?, ¿café? —Por más que le guste, no le quitará lo digno ni la salvará de escuchar sus penas con Laura—. No, gracias, no quiero escucharte por horas hablando otra vez de lo importante que es ser doctor en un apocalipsis.

—Bueno, al cabo que ni quería pasar tiempo de calidad contigo.

El señor Ramos es médico. Sin embargo, Rodri nunca fue bueno memorizando cosas y para colmo le da miedo la sangre. Eso sí, es la persona más dedicada y soñadora del vecindario, del tipo que perfectamente podría ser protagonista en algún filme del famoso ratón. Esta personalidad suya le viene perfecto para enfrentar la carrera de medicina, siguiendo los pasos de su padre.


«A veces me fastidia, pero debo admitir que él me aguanta más.

Quiero decir, soy afortunada de tenerlo como amigo, pues realmente ha hecho mucho por mí», reflexionó Lonia.


Laura abrió la puerta de la terraza y asomó medio cuerpo—. Amor, ¿me compras una vaca?

Él sonrió con inocencia—. Por supuesto, también un pollo.

—Y los hacemos caldo —añadió Lonia.

Entre broma y broma, el sol descendió hasta su cuna, cansado de escuchar tanta tontería. Un auto pasó a recoger a Laura para llevarla de vuelta a casa.

—Lony, ¿no quieres pasar la noche en mi casa? —sugirió la chica de rizos.

—Ya que no quieres conmigo, podría ser con ella —añadió el chico de cabellos melosos.

—No, está bien. Ustedes no saben lo que es dormir temprano. Mañana quiero aprovechar el día e ir a... ya saben.

La pareja intercambió miradas, convenciéndose muy a duras penas de que estaría bien dejarla sola por hoy. Laura dio un abrazo a ambos. Es difícil decir a quién apretó más, pero fue lo suficiente para hacerlos doblarse por la falta de aire.

—Está bien, nos vemos el domingo —Laura entró al auto y se despidió una última vez—. ¡Los amo, guapísimos!

El par de amigos volvió al complejo departamental. Rodrigo compró unas bebidas en la máquina expendedora y le ofreció una a su amiga. Platicaron otro largo rato, sobre la todo tipo de tonterías sin ninguna relevancia. La conversación, las bromas y las risas nunca faltaban cuando se juntaban esos dos, y es porque se trataba justo de ese par, que su interacción era tan especial. Tal es así, que en los diccionarios se define la amistad con una foto de ellos, en la que Rodrigo se atraganta con su saliva, Lonia se ríe y después se atraganta también.

—Tengo que volver, todavía quedan quehaceres pendientes —Rodrigo arrojó la lata al basurero, fallando y levantándose a tirarla directamente—. No tardes en subir a descansar, ¿vale?

Lonia estaba bebiendo, no reparó en esfuerzos y le respondió con la mirada.

—Ok. Si necesitas algo, me avisas.

—Sí, mamá, lo que tú digas.

Al poco rato de quedarse sola, la chica utilizó el ascensor para llegar al penúltimo piso y después subir a la azotea. Lo hizo así a propósito para que su amigo no pensara que fuera ella, pues ella habría subido directamente con el ascensor. No pudo engañar a su mejor amigo, él automáticamente dedujo que, si alguien iba a la azotea, sería Babilonia.

—Qué bien se siente el viento a esta hora —inhaló y exhaló con calma.

Rodrigo cogió su celular y envió un mensaje a Laura. Él le advirtió sobre la presencia de Lonia en la azotea. Laura se preocupó y pensó en volver para quedarse a dormir con su amiga, pero Rodrigo le recordó sus exámenes de la siguiente semana y le aseguró que él se encargaría de cualquier cosa, además, de que no era para tanto. La enfermera cedió y le confió a la sumeria. Babilonia recogió su cabello, un vivo reflejo del radiante atardecer en el horizonte y se recostó sobre él, quedando ella boca arriba.

—¿Por qué haces esto? —se preguntó en silencio Rodrigo—. ¿Qué te dicen las estrellas, Lonia?

La chica no hizo más que mirar los pocos astros visibles, que con la llegada de la noche aumentaron su presencia. De vez en cuando trazaba figuras al conectar los puntos estelares, contando una historia sin pies ni cabeza, que sólo ella entendía.

Pasaron las horas y ella seguía ahí, grabando en el cielo sus penas y memorias. Rodrigo no se apartó en ningún momento, quedándose a su lado a la distancia, observándola desde las escaleras. Él un día la descubrió por casualidad y desde entonces, cada que sucede, la acompaña por instinto.


Se abre la brecha.

—No me gusta que la gente se sienta sola —nos explica el chico—. Entiendo perfectamente que hay quienes prefieren no estar siempre rodeados de gente... Lonia es así, por ejemplo.

—¿Entonces? —le cuestiona Babilonia—. ¿Por qué te quedas?

—Manías mías... y no me cuesta nada. De cualquier forma, la soledad es el segundo peor enemigo de todos. Porque con el tiempo sacamos a nuestro peor enemigo: nosotros mismos.

Se cierra la brecha.


La luna, redonda cual rueda de queso, ya se colgaba del cielo nocturno. Rodrigo, al verla, entendió que su amiga estaba matando el tiempo, como siempre lo hace cada que viene acá. Él ya lo sabía desde que la escuchó subir, solamente quería cerciorarse por completo.

«Buenas noches, niña», pensó el chico al paso en que volvía a su apartamento.

Por supuesto que ella se dio cuenta de su presencia al momento en que llegó, cosa que no le importó, pero se sentía decepcionada de sí misma, de hacer preocupar a los demás. Continuó con su actuación hasta que los mosquitos comenzaron a molestar.

Sorpresivamente exhausta, se enderezó resoplando y bebió lo último que quedaba de su bebida. A través del plástico vio los barrotes de seguridad que rodeaban la azotea, los miró un rato, un muy buen rato.

Regresó a su apartamento, paseándose por doquier en el sombrío lugar, tropezando con uno que otro mueble hasta alcanzar su recámara. Hacían meses que nadie utilizaba el resto de las piezas, Babilonia sólo entraba y salía de su cuarto, el resto permanecía en el abandono.

Entró al baño, donde no había ningún espejo, ni siquiera las pequeñas gotas de agua se atrevían a reflejar. Tomó una ducha a prisa, casi desesperada por volverse a vestir. Miraba constantemente a su alrededor, siendo incapaz de cerrar los ojos, ni siquiera para ponerse champú. Se vistió con lo primero que encontró y saltó directo a su cama. Alzó la vista sobre los pliegues de su almohada y divisó sobre el buró un par de anteojos rotos, se estiró lo suficiente para rozar con sus yemas el cristal, pero no se atrevió a más.


«¿Será que hoy sí las tomo? ¿Qué dices, almohada? ¿Noche en vela o dormir a base de drogas legales?»


Alcanzó una botella de agua, se enderezó y tomó la caja de medicamento.


«¿Con cuántas será que...?»


Las tomó, se recostó y guardó sus ojos de berilo bajo sus cansados párpados. Ella tiene estos pensamientos todo el tiempo, más veces de las que uno puede imaginar. Usa ropa holgada para cubrir al máximo su piel, le cuesta hablar con quien no ha hablado antes y constantemente vigila su alrededor con desconfianza. Ella se esfuerza por eliminar estos hábitos, pero están grabados en su piel y en su alma, literal y figurativamente.

La señora Carmen trabaja de noche, por lo que Rodri se vuelve el Rey de los Tontos y no duda en demostrar el porqué, así pues, Lonia asumió que los ruidos en los pisos inferiores eran el partiéndose la mandarina, probablemente queriendo bajar las escaleras montado en la canasta de ropa.

Ya recostada, inició una carrera contra su propia mente. Se apresuró a conciliar el sueño. La paz estaba en todos lados menos en ella. Se distrajo tanto que desapareció de la habitación por unos minutos, hasta que volvió en sí misma, o, mejor dicho, la trajeron de vuelta.

—Larga vida a la reina —susurraron las sombras.

Frunció el ceño y abrió los ojos, con el desagrado planchado en su rostro—. ¡Carajo! ¿Qué huele tan mal? —revisó cada rincón del vasto cuarto, sin divisar nada, a pesar de estar acostumbrada a ver con poca luz.

Ingenua, se giró y estiró para encender la luz, y en ese instante, una ráfaga de aire entró silbando por la terraza, colándose entre sus ropas y erizando su piel. Se detuvo en seco al escuchar rápidas pisadas adentrarse en el cuarto y detenerse a sus espaldas, quedando ella volteada hacia la lámpara. Ella conocía a la perfección el ruido que hace la gente al moverse, sin importar qué tan descuidadas o sigilosas sean, no existe ruido que escape de su comprensión, así que lo supo.


«¿Q-qué diablos acaba de entrar?»


Alguien no, algo acababa de entrar a su cuarto de madrugada, y estaba detrás de ella. No se atrevió a darse la vuelta, lógicamente, aunque no podía quedarse así por siempre, obviamente.

Su mente barajaba dos opciones: Deslizar su mano por debajo de su almohada, o usar su lámpara como arma blanca. Por más extraño que parezca, se trataba de un auténtico ultimátum para ella. Estiró un poco y en cuanto estuvo lista, cogió la lámpara y se giró dispuesta a descalabrar lo que fuese que fuese. No había nada. Desconcertada y con cautela, se acercó al borde de la cama, sobre el suelo encontró una pelota de goma antiestrés, después rastreó su caminó y comprendió que ésta se había caído de una estantería.


«Huh... ¿Qué soy, una niña de 5 años?»


Devolvió la lámpara a su lugar y se recostó boca arriba, pues permanecía alerta por el mal olor.


«¿Habré olvidado sacar la basura? No, hoy es viernes. ¿Algo se echó a perder? ¿No seré yo? Qué idiota, hoy me bañé»


Mantenía la mirada en un punto fijo en el techo. La potente medicina estaba haciendo efecto, atrofiando sus sentidos. Finalmente se atrevió a respirar con más fuerza, a fin de identificar de dónde provenía el olor. El aire contaminado inundó sus pulmones y le hizo saber que ya era demasiado tarde.

Intentó ponerse de pie, pero fue encadenada por un dolor indescriptible. Con la vista aún en el techo, tuvo que bajar la mirada poco a poco, entonces lo vio, vio la garra que sobresalía de su abdomen. Sí, que sobresalía.

Algo la había apuñalado por debajo de su cama, una cuchilla hecha de pura oscuridad, cubierta con la sangre y entrañas que enganchó al atravesar. Por si fuera poco, ese algo se estaba movimiento, sometiéndola a una tortura inimaginable.

Se aferró a las cobijas que lentamente se teñían de un rojo opaco, e intentó gritar como cualquiera lo haría, pero el asco latente en su garganta la detuvo y le provocó ahogados quejidos en su lugar. Se retorció entre lamentos, a la vez que esto empeoraba la herida, pero no podía evitarlo. Habían hecho de su cuerpo su propia jaula.

De pronto se sintió observada, así que viró su cabeza a un lado, hacia el borde de la cama. Desde ahí la miraba una cabeza humanoide, sin ojos ni orejas ni nada más que una enorme sonrisa repleta de dientes chuecos. Eso que la atravesaba, era lo mismo que abría sus fauces y derramaba su pútrido aliento sobre su petrificado rostro.

—Buenas noches, princesa —bufó.

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