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Babel

En algún  recóndito lugar del espacio:

  En medio del caos encontraremos la paz verdadera y ya que el orden no existe en nuestro universo, debemos adaptarnos al caos, esto se trata de un abismo oscuro y profundo en todos los sentidos.

Cuando se viaja a la deriva no se puede decir que está todo en orden y menos aún cuando ni siquiera se puede estar consciente de lo que pasa a tu alrededor. Esta odisea es acerca de una astronauta, la última —hasta donde mis conocimientos me permiten conocer— y sobre una búsqueda que todo mundo anhela... ¡Alto! No todo el que busca un tesoro tiene porqué encontrarlo.

  Atrapada por el hipersueño y encerrada en una nave que dejó de funcionar, sola, entre las estrellas y el caos. Incapaz de salvarse de la pérdida de oxígeno —que escapa por una fisura de la nave hacia el infinito espacio exterior —, que a pesar de las estrellas el panorama siempre será oscuro, será un profundo abismo. Ella nunca ha estado más lejos de casa, este poco oxígeno que le queda es tan frío que le quema los pulmones por dentro como pequeños cristales que emergen para morderla.

  Nacido en la adversidad, a través del vacío y la soledad, se acerca una criatura terriblemente majestuosa. Sus escamas asesinan a la obscuridad; sus ojos, consumen la desesperanza; aquellas feroces garras, aniquiladas por el despojo fueron diseñadas para quebrar todos los mundos. Habrá sido llamado de muchas formas con el paso del tiempo, gente que le verá como una serpiente colosal y personas que le conozcan por el nombre de "Dragón chino".

  El dragón sobrevoló la nave y con ello, la sumergió en una energía vital, el simple resplandor de tales feroces escamas fue capaz de despertar a la astronauta de su hipersueño. Lo primero que ella vió fueron sus resplandecientes escamas mientras recibía su calor acogedor. El sistema de alerta de la nave no había parado de emitir ese horrible ruido —debido a la apertura en una de sus partes—. Ella se incorporó de su asiento gélido y movió los aparatos para proseguir con su viaje, mas los mecanismos se habían congelado. Encontró un casco viejo y empolvado, con él ya puesto en su traje, ella se vio obligada a abandonar la cápsula tras una patada a lo que quedaba de la compuerta.

   Tan asustada... ¡Qué digo tonterías!¡Era posible que muriese del puro miedo! Mucho más porque no conseguiría completar su misión que por morir congelada, lo cual sería aún peor. Desde la superficie de su cápsula se impulsó con ambas piernas en contra posición y, como resultado, el espacio la arrastró lejos de la nave, de nuevo estaba a la deriva en el abismo.

  El dragón nunca paró de merodear en rededor de la nave, por sus alerones vencidos o el motor chamuscado, éste la siguió con cautela sin que ella pudiera saberlo. Ella apenas podía contener el horror de su soledad, todos esos pensamientos, aquellas pesadillas infantiles y la realidad brotaban desde su cráneo como retoños... Todo ello la devoraba lentamente, al igual que los cristales que nacían en sus pulmones… La angustia y el dolor… fugazmente se esfumaron con ese resplandor proveniente de aquel ser.

Ella lo miró fijamente y éste le dijo:

  —Desconozco la causa que te trajo aquí. Opino que no lo has hecho a voluntad propia y si fue así, quiero suponer, esperabas que acabara de otro modo —externó el dragón. No movió los labios, sería poco posible que le hubiera escuchado de este modo. Pero sí que habló, él habló dentro de su cabeza—. Mi nombre es Babel y soy tan antiguo como puedas imaginarte, tan despiadado que me he vuelto irremediable ante lo absoluto.

  La nave, su única oportunidad para volver a su hogar, desapareció de su vista; entonces quedaría perdida en algún lugar desconocido del espacio. Su cabeza ardía a pulsos constantes y sin entender porqué, entendía que ya no había razón para preocuparse. Imaginó las palabras e inició la conversación con el dragón Babel:

  —Tienes razón. No he decidido llegar hasta aquí y puedo decirte con total franqueza que no hay humano alguno que quisiera estar en mi lugar. Si ahora mismo me encuentro aquí, es porque lo he hecho por necesidad, mas no por gusto.

  —Quisiera entender el motivo que te ha traído hasta aquí —dijo Babel—. No podré negar lo viejo que me he vuelto. Las cicatrices que he acumulado con el desgaste de los mundos ahora los veo como magníficas obras de arte.

  La astronauta se incorporó para administrarse el último tanque de oxígeno que alguna vez podría respirar —fue lo único que pudo tomar de la nave, lo último que se mantuvo en pie. Y fue muy triste para ella que nunca antes pudo notar lo bien que se siente respirar, quizá nadie lo nota en verdad.

  —Nací muy lejos de este lugar, en un planeta al que autodenominamos Tierra; —indicó la astronauta al dragón— en nuestra galaxia, La Vía Láctea. Hace mucho que no piso tierra firme o, todavía más, hablo con alguien real. Quisiera tener la certeza de que eres tú, alguien verdadero.

  —Será tu decisión creer o no, después de todo, esto acabará pronto para los dos.

  —Ya lo sé —rio la astronauta y con un pequeño, pero casi invisible sollozo, sus lágrimas recorrieron su rostro hasta que se elevaron en el interior del traje espacial—. Recuerdo la Tierra como un hermoso lugar de gran gama de colores:

«Extrañó sus olores y como el viento acariciaba mi cabello cada vez que salía a jugar al parque. Nunca pensé extrañar la gravedad, de niños todos soñabamos con vivir sin ella, mas para mí: ahora es una vieja amiga. Y después de todo este tiempo, me pregunto, ¿qué habrá sido de la gente que vivía en mi Tierra? ¿Qué le habrá ocurrido a mi mamá?¿Dónde estarán mis amigos en este instante?¿El cielo seguirá siendo azul y el césped verde?¿Acaso ellos… ellos recordarán que alguna vez fui parte de sus vidas? Yo los extraño tanto...»>

  La astronauta llevó su manos a la superficie del casco, estaba sufriendo. Babel no era capaz de entenderla, era una semejante estupidez para él que ella llorase por otros que no fueran ella y aún más, que lo más seguro era que estuviese allí por sus propias decisiones, entonces le reclamó:

  —Si tanto los extrañas, ¿Por qué te has ido en primer lugar? Si todo aquello era tan maravilloso como le haces sonar…Dime: ¿Por qué?

  Ella le miró a los ojos con gran esfuerzo —temía olvidarlo. Durante los últimos años pensaba “¿Y si llega el día en que despierte y olvide qué es lo que estoy buscando?" "Después de todo, nada está absuelto de perderse"—. El espacio es tranquilo, tan tranquilo que rompe la norma de lo que se le puede llamar tranquilidad, con el paso del tiempo: desde los segundos hasta los años. Este se convierte en el objeto más ruidoso que se pueda imaginar y penetra en el cráneo con tanta dureza que puedes sentir como este se cuartea.

  —No lo sé. Bueno, de hecho sí. Solo me pregunto si era necesario —dijo la astronauta—. Trato de recordar las cosas buenas como lo es andar en bici o montar a caballo, ya que es mi único consuelo. Aunque siendo sincera, en mis últimos días en la Tierra, lo que consideraba “cosas buenas” no podían seguir  siendolo… —Dio un gran suspiro a través del casco.— Es decir:

«La humanidad se ha perdido».

  —Extintos, ya entiendo —exclamó Babel—. Si fueras tan antigua como yo, entenderías lo natural que es aquello. Ya no tienes nada de qué preocuparte, pues una vez mueras; nadie más que yo sabrá de todos ustedes...

  —No quise decir eso. Después de tanto tiempo quizá sí estén extintos, pero lo que trato de decir es que los humanos han perdido su humanidad. Todas aquellas cualidades que en algún momento les permitieron amar y pensar.

  —¿Pues hace cuánto que viaja usted?

  —Ochenta años —confesó la astronauta con su mejor sonrisa, quizá la última.

  Babel se desplazó resplandeciente hacia uno de los puntos más densos del vacío —sin percatarse que arrastraba consigo a la astronauta, ésta se había adherido superficialmente a su cuerpo escamoso por el mero contacto de su resplandor dorado—,  pronto, estuvieron lo bastante cerca de unos enormes pedazos de tierra que se movían despacio y sin rumbo fijo. Eran tan similares, a diferencia de sus proporciones, ya que algún día habían permanecido unidos. Poco pasó para que el dragón la viese de reojo sobre su lomo y se sorprendiese "Vaya, no has muerto todavía" y dijo:

  —Ochenta años debieron parecer interminables dentro de aquel cascarón en el que viajabas. Un lugar así de minúsculo para alguien comparable a un bicho como tú, obtienes un sentimiento claustrofóbico puro.

  —Hablas de mi nave, supongo. Tengo la intuición de que los años pasaron tan rápido como lo hubieran hecho en la Tierra, a pesar de, en la Tierra los hubiera pasado mucho mejor, ya que nunca hubiese estado sola —ella escaló sus verdes escas hasta llegar a su cabeza y hablarle—. De seguro ochenta años no son nada para ti, Babel.

  —Ya has de saber que con cinco minutos basta para soñar toda una vida. Yo he tenido tiempo suficiente para hacerme muchas preguntas y tal vez nunca lograré hacer todas las que se pueden cuestionar. Hay tantos que se han topado conmigo y ninguno de ellos golpeará más fuerte que el tiempo. Nadie en absoluto.

  —Parece que en realidad eso no te afecta—mencionó la astronauta al acariciar su cabeza con pequeñas plumas en su superficie.—Tan solo mira a tu alrededor, Babel, mírame a mí y a este lugar. El tiempo es una de las pocas cosas importantes que siempre tendrán el hombre y la mujer. Nunca serás capaz de adivinar lo que daríamos todos por unos minutos más de tiempo, es impensable. Es suficiente el decirte que en algún punto, todas las personas sacrificarían lo más preciado que posean hasta para darle más tiempo a alguien cercano a ellas.

  —¡Tonterías! El tiempo no da ni presta, y si crees que un ser daría su tiempo por otros, estás en el peor de los errorre —protestó Babel—. Ahora todo lo que te queda es el tiempo, nada de canjeos para ti. Observa aquellas rocas, dime lo que ves en ellas.

  Se quedó atónita, llevando su sufrimiento al sitio más oculto de su ser, quería morir tranquila. "Algún día lo entenderás" pensó la astronauta y respondió a su pregunta con un pensamiento brusco:

  —Veo deterioro y desorden, Babel. Son solo rocas y nada más.

  —Para mis ojos y los tuyos tú tienes razón, es lo único que podemos ver ahora. Pero al ser conscientes de lo vieja que eres y lo antiguo que soy, ambos sabemos, en cierto modo, que las cosas no aparecen y desaparecen porque sí; hay un proceso de cambio universal del que no se puede escapar. Hace mucho esta era una poderosa biosfera donde la gente era feliz y cantaba los domingos, no había belleza comparable.

  —Entiendo, Babel —respondió quejumbrosa—. Nunca podría haberlo imaginado, imagino que todo esto son los escombros. Explícame lo que pasó aquí.

  —La destruí. Fui muy rápido al hacerlo, su gente murió con una gran sonrisa en el rostro.

  —Eres horrible ¿¡Cómo pudiste hacerle eso a aquella gente!? No puedes actuar como si fueras un dios ni mucho menos destruir la felicidad de otros —la astronauta golpeó en sus escamas, pero éste ser no sintió caricia alguna y siguió:

  —De no haber sido yo, el tiempo haría su trabajo. El tiempo borraría sus sonrisas y sus almas perecerían… Yo, Babel… Me he cansado de ver a otros ser lo que yo no puedo y he optado por convertirme en su destructor.

  —¿Has perdido la razón acaso? ¡Tienes todo aquello que nosotros desearíamos, lo que yo no puedo recuperar, y sé que tú nunca recuperarás ni un mísero pedazo de tiempo, pero el que tienes es ya inconmensurable!

  La astronauta saltó enfurecida lo más lejos que pudo de Babel, quedando a la deriva; dando giros y sin poder recuperar su control; con el oxígeno bajo y una vida rota; rota.

Babel la persiguió con todo su ser, conflictuado, opacaba las estrellas con su propio resplandor; siendo una linterna en el abismo.

  —¿Qué he de hacer con todo esto? —pensó y externó a la astronauta— Trata de comprenderme, astronauta. Yo soy como el emperador que tiene todo el oro y todas las armas para aniquilar los mundos, la gloria y el respeto. Sin embargo, del mismo modo que soy superior a toda criatura viviente, soy miles de veces más infeliz que cualquiera. ¡Estoy vacío y cuento con billones de orificios en mi ser!

  La energía vital del dragón detuvo a la astronauta de su impredecible movimiento, la atrapó cual imán y llevó de vuelta a sus escamas. Ella impactó fuertemente, recordando la gravedad de su Tierra amada, y con un sollozo en su ser se dirigió a la cabeza y externó:

  —Aquello es solo porque has olvidado tu propósito, Babel. Debes ser tan egoísta que incluso crees que tienes un propósito, tendrías que replantearte las cosas por uno de tus muchos segundos. Al fin y al cabo tienes todas las vidas que quieras para replanteártelo. ¡Tienes un colosal poder de emperador!

  Babel guardó silencio. Deseaba responderle, justificarse; y en cuanto estaba por retomar la conversación, la astronauta, comenzó con una tos infernal que tardó más de un minuto en detenerse. Era boraz y cruel, no obstante, ella logró vencerla y recriminarle a Babel:

  —Crecí en una Tierra que ya no tenía humanidad. Había una guerra que nos pudo superar a todos, arrasó con todo lo que se pudo; plantas; animales; ciudades y el mar, y me duele tanto porque siempre quise acostarme en la orilla de la playa para ver un atardecer. Fue un conflicto que tenían unos contra otros y pronto se volvió de todo el mundo, simplemente buscaban tener un poder absoluto de forma unilateral. La gente que se opuso a la guerra fue ignorada y más tarde, condenada.

  —Significa que tu gente nunca se extinguió por ninguna plaga o ser descomunal —externó Babel con una culpa que le hacía quebrarse.

Escúchame... Ba-babel — habló por primera vez dentro del casco con gran esfuerzo—. Las naciones se llevaban niños a la guerra para luchar contra otros adultos, como mi hermano...

  Recordó con alegría las historias que le leía su hermano. Todas con un final feliz. Todas las noches su hermano mayor, de nueve años, le cantaba para dormir. Eran canciones compuestas por su voz infantil, basadas en los cuentos que tenían en casa. Debido a la inhumana actitud de los hombres, él cantaba para su hermanita de tres años; canciones que ella recordaba hasta la fecha. Ella contempló a Babel:

  —Estás tan envuelto en ti mismo que crees que eres lo único que es verdadero... Cuando la guerra nuclear dio inicio, todo mundo supo que era el final. La gente rica escapaba en sus navecitas hechas por otra gente rica; los líderes habían caído por las manos de sus seguidores; todo esto nos llevó a lo que fue una completa distopía. Como respirar quemaba nuestro interior, nos dimos cuenta que no resistiríamos ni una vida allí, nunca fui una persona de clase acomodado, pero tuve más suerte que los otros.

   —¡Tiene que ser una vil mentira! ¿Por qué motivo tu pueblo se destruiría a sí mismo... —interrumpió Babel.

—¡Hm! ¿Quieres saber por qué? —se burló la astronauta con los ojos cristalinos —Porque todos los humanos anhelamos ser como tú... Con ayuda de mi madre, logré entrar a la nave que está ahora a la deriva. Por poco no consigo salir con vida, mi madre y yo tuvimos que forzar mi entrada:

« Ella ideó mi escape; me pidió que me metiera en la cápsula, era un juego que ella inventó para mí. "Va a ser divertido, hija, estarás feliz. Confía en mí. Yo te alcanzo, tú vas primero". Activó la cápsula y cuando despegó, observé como el hombre al que le pertenecía la cápsula le disparaba en el pecho; mi madre se deslizó hasta que cayo y éste hombre decidió acabar con su propia vida. Hasta el día de hoy, espero que mi madre y mi hermano sigan esperandome, porque anhelo verlos:

"Esperar vale la pena, solo si la persona que esperas está luchando por llegar a ti", me dijo mi padre el día que se fue a la guerra»>

  Las luminosidad de las escamas de Babel bajó su brillo hasta quedar a oscuras. El abismo los cubrió como una sábana cubre a un infante antes de dormir, el silencio se volvió ruidoso. Una luz roja, similar a la que emitía la nave, emergió del traje de la astronauta, siendo el nuevo resplandor para estos dos seres.

  —¿Qué... qué ha ocurrido? —preguntó Babel.

  —Mi reserva de oxígeno está por agotarse —observo la astronauta—. Parece que fracasé en mi propósito, quería encontrar algo que le devolviera la humanidad a la Tierra y ahora que lo pienso, la Tierra está mucho mejor sin nosotros, mucho mejor sin mi. ¿Verdad que no me equivoco?

  —Tu propósito es todo lo opuesto a egoísta —dijo Babel, enroscándose hasta quedar cara a cara frente a ella—He de decirte que te admiro, si te hubiese conocido mucho antes, quizá hubiese mejorado muchas cosas. ¿Habías oído que los niños no tienen pasado ni futuro? Es por eso que gozan del presente, cosa que rara vez yo consigo—vaciló Babel.

  —Es un agradable pensamiento, Babel. Escucha:

  «Babel fue la última historia que me contó mi hermano, un día antes de que lo obligaran a combatir en la guerra, la recuerdo bien o eso creo. Era maravilloso porque él las cantaba para mí y si me permites, lo haré para ti.

   En un inicio todos los hombres hablaban la misma lengua.
Viajaron a oriente, encontrando
la llanura de Senaar, allí vivieron.

Construyeron una ciuda
y una torre, capaz de tocar el cielo.
Yahvé, el dios y creador del universo observó la torre a medio construir.

Asustado y cobarde,
provocó que los hombres
confundieran su lenguaje;
nunca se entendieron
los unos a los otros, dividiéndolos».

  —¿Pero qué le llevó a cometer semejante acción? —preguntó Babel, indignado.

  —Cuando los hombres se unen, cuando la gente se une, nadie puede detenerles, se vuelven imparables (lo entendí después de mucho tiempo). Esto era lo único que le permitiría a Yahvé mantener su autoridad. Tu nombre, Babel, significa confusión, aquello que provoca el desorden y hace a todo tan diferente.

  —¿Quién me separó a mí de los míos? —pensó Babel con tristeza— Yo siempre he sido único, y no por creer que soy especial, simplemente no he hallado a nadie como yo. ¿Quién soy?

  —¿Estás seguro que no existe nadie como tú, Babel? —dijo la astronauta con un fuerte abrazo a Babel—. No te puedo responder aquello, soy una simple mujer de ochena años, mas sé que el mundo te puede llegar a comprender… Pero tú… ¡Cogg!... Amigo Babel...

«Tendrás que descubrirlo tu mismo, abandona tu cascarón como yo abandoné el mío».

  La astronauta cerró sus ojos por última vez, sus arrugas descansaron y sus finas canas cubrieron parcialmente su rostro. Un escalofrío recorrió cada escama de Babel, era frío y le hacía sentirse agonizante, quería que se fuera, quería de vuelta a la astronauta. El quería un consuelo, un propósito ¿Y si ella estaba en lo cierto y no tenía ningún propósito?

  Babel se acercó a la astronauta hasta adherirla a su lomo con un resplandor dorado de sus feroces escamas. Así emprendió un viaje desconocido a aquella biosfera llamada Tierra, esa de la que habló su única amiga, la astronauta.

  Descendió por la atmósfera con la astronauta descansando sobre él. Admiró, desde los cielos, un panorama lúgubre; las ciudades se encontraban vacías y carentes de actividad; ningun ave surcaba los cielos, así como el verde, se habían extinto. Todas las hojas de los árboles eran cafés y el cielo  gris, las olas de los mares estaban muertas, en lo que la muerta cantaba su dulce melodía en toda la faz de la Tierra.

  Babel voló cerca de una playa, donde sintió un frío realmente intenso que le hizo suspirar cristales; pero la astronauta tenía razón, nunca se equivocaba a los ojos de Babel. El atardecer desde las orillas del mar era único: el lugar perfecto para que su amiga descansara por siempre, libre de culpa y dolor; entonces, Babel retiró el casco de la astronauta, haciendo uso de su resplandor, y la cabellera de la astronauta, ella reposó en la arena con una bella sonrisa en su rostro apuntando al horizonte.

El dragón dio un paseo sobre el campo, en aquel que no había dejado de nevar y estaba cubierto de tanques y tropas hundidos bajo la nieve. Los edificios habían colapsado, y los que aún no lo habían hecho, estaban por. Babel deseó una última cosa. Cambió su trayectoria al océano atlántico y hundió su resplandeciente cuerpo de serpiente — cubierto de escamas y pequeñas plumas—, hasta llegar a lo más profundo del océano, también ausente de vida submarina.

  Muchos años después, de esfuerzo y voluntad bajo los mares, en aquel parque donde la astronauta jugaba cuando niña; una pequeña cabeza de la última Dalia se asomó a los rayos del Sol con gratitud.

  A decir:

«Gracias, amigo Babel».
 
 

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