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🌙La llamada del Ángel🌙

          Era un auténtico novato en la vida. No sabía mucho, poco sobre su padre, menos sobre su abuelo. Recordaba la bondad de su madre y la presencia de un Ángel cuidando de él. Jack seguía llevando pañales y ya había presenciado la aparición de quienes serían sus enemigos naturales: Ángeles que lo quieren muerto, Demonios que pretenden usarlo y humanos asustados que no saben qué hacer.

          Ser Nefilim no es tarea fácil. Por mucho que lo intentase, no había sido capaz más que de mover un lápiz. Penoso. Y Sam seguía ahí apoyándolo, porque sabía que podía dar mucho más. Pero Jack se preguntaba qué más podía dar. Cuando uno siente que su existencia no ha hecho más que empeorar las cosas, su ánimo se va viniendo abajo, cada vez se siente más y más inútil. Estaba solo. Nadie en el mundo lo entendía, no se entendía ni si quiera él mismo.

          Bastaba tan solo un ruido por la noche para que sus ojos se encendieran en la oscuridad. Su dorado brillo resultaba atractivo, pero también peligroso. Jack comprendía que al verlo, otros tuvieran miedo, pero nadie comprendía el miedo que él tenía al verse a sí mismo. En serio, ¿qué más podía hacer?

          Y luego, encima, estaba Dean. Jack no entendía qué había hecho para que ese tipo lo odiara tanto. Había llegado a pensar que es que Dean había pasado su rencor hacia Lucifer a él. Le miraba por encima del hombro, si a caso le miraba. No le dejaba hablar, Jack debía resignarse a las acusaciones que Dean hacía. Se le veía ofuscado, todo el día cabreado. Jack procuraba no salir de su cuarto, no cruzarse con él, así que, cuando supo que se iba a resolver un caso, Jack sintió un desmesurado alivio dentro.

          Pero habían pasado ya unos días y Dean estaba de vuelta. Sus nervios afloraban de nuevo y aunque Sam intentara calmarlo, la cercanía de Dean le asustaba más. Ya cuando quedaban solo horas, Jack prefirió cenar pronto y esconderse, pero Sam le dijo que no debía tenerle miedo a Dean, que era bueno y que le ayudaría. Pero ni así lo convenció

          Sentados en la mesa, Jack conseguía cenar sin miedo mientras Sam navegaba por algunas viejas páginas web, en busca de información sobre los Nefilim. Jack pasó su mirada por encima de unas hojas que estaba apartadas.

          — ¿Quién es? —preguntó retorciéndose para ver la foto de la niña que sobresalía, sujeta por el clip que la pegaba a unas hojas.

          Sam alzó la mirada para seguir la de Jack hasta el archivo.

          —Nadie... —murmuró inseguro —Es un caso imposible... Una niña desaparecida, probablemente muerta. 

          — ¿Es la que fuimos a buscar?

          Sam asintió.

          —Maison Birthwistle.

          Jack agachó la cabeza inmediatamente después. 

          — ¿Qué pasó? 

          —La verdad... No estamos seguros. Cuando llegamos a aquel lugar, no había nadie. Ni chica, ni genio, ni demonios. Estaba vacío, como si quisieran que no les viésemos.

          — ¿Crees que ese Asmodeus puede tener algo que ver con todo esto?

          Sam se encogió de hombros.

          — ¿Quién sabe? Es un tipo extraño. Ya hemos lidiado con otros Príncipes del Infierno, pero, este... En fin, no creo que haya algo más importante para Asmodeus en este momento que no seas tú, desafortunadamente...

          Jack miró de nuevo la foto de la niña. Sintió una gran pena invadiéndole, como si pensara que podía haber salvado a esa niña. Pero Dean no le dejó intervenir. No le dejó si quiera salir del coche. Dean simplemente cerró las puertas y lo mantuvo ahí; luego apareció con su hermano, volviendo a montar en el coche, llamó por teléfono y echó una gran bronca al cazador que había pedido ayuda, por lo visto, ni si quiera apareció por ahí. Jack no llegó si quiera a ver aquel lugar por dentro, solo la fachada, a través de los cristales del Impala. Todo porque Dean seguía sin fiarse de él. A veces, sentía una pesada mirada sobre él, y cuando se volvía, Jack encontraba la mirada asesina que el mayor de los Winchester le estaba mandando. Le odiaba, y él no paraba de preguntarse por qué, qué podía haber hecho mal...

          —Creo que me voy a ir a dormir.

          — ¿Tan pronto?

           —Sí, bueno... —miró el reloj, Sam vio que andaba algo nervioso —No quisiera tener que toparme con Dean...

           —Jack, no tienes por qué tenerle miedo. Ya te he dicho que está... Frustrado... Pero no tienes de qué preocuparte; yo mismo hablaré del tema con él. No dejaré que te haga daño.

          El inocente Jack sonrió agradecido, pero aún así, prefirió marcharse antes de que la cosa se pusiera fea. Sam pareció quedarse a solas en el búnker, una vez los pasos de Jack dejaron de escucharse. Le había prestado el ordenador, le había enseñado NETFLIX, probablemente, eso no hubiera sido muy buena idea, pero al menos, conseguía mantenerlo alejado del mundo sobrenatural al que se estaba enfrentado. Durante estos días solos, Sam había intentado enseñar a Jack a controlar sus poderes, ver cómo funcionaban. En cierto momento, se sintió un poco como el Profesor Xavier de los X-Men; eso le habría dicho Dean, seguramente, si hubiera estado de buen humor, en cambio, Dean insinuaba que Sam estaba apoyando a Jack para que se pasara al lado oscuro y se convirtiera en un Darth Vader de lo sobrenatural.

          Era bastante obvio que Sam estaba muy preocupado por el estado de su hermano. Tres meses habían pasado ya desde la muerte de Cas, Crowley y Kelly, y la desaparición de su madre; tres meses de silencio, aislados en el búnker, cuidando del hijo de Lucifer. Sentía que, si las cosas ya de por sí eran complicadas, Dean se las estaba complicando aún más. No hacía nada por mejorar, se encerraba en su cuarto, con música y cervezas, salía de vez en cuando, charlaban, pero se marchaba otra vez cuando sentía que se venía abajo. A Sam le preocupaba en especial lo duro que procuraba ser siempre Dean, que no fuera capaz de mostrar sus sentimientos frente a nadie, ni si quiera ante él, su propio hermano. No sabía qué hacer con él, y más ahora, que tenía que ver a Jack cada día. Por eso, cuando Dean se marchó para ayudar a Jody, recapacitó y pensó que sí que había sido buena idea que se fuera. Necesitaba airearse un poco, quizás, cuando volviera, estuviera un poco mejor, más abierto a sugerencias y, con un poco de suerte, no estuviera tan cascarrabias con el pequeño Jack.

          En cuanto al tema de Jack, estaba bastante molesto. Sam no podía creerse que Dean le hubiera dicho a la cara a un crío que lo mataría. Por culpa de ese comentario, Jack, no solo pensaba que era malo, también creía que merecía morir, que quizás fuera lo mejor. Además, solo ver a Dean, solo mencionarlo, no tenía aterrado. Era incomprensible que Dean fuera incapaz de verlo, ¡tan solo era un crío que no entendía nada de nada! Sam intentaba ayudarle, y él cada vez estaba más cerca de coger una pistola y dispararle por las mañanas, en vez de decirle: "Buenos días". Sam decidió que hablaría con Dean acerca de esto, no podía permitir que siguiera asustándolo o, al final, ocurriría un desastre que se les iría de las manos.

          La puerta del búnker se abrió armando un buen escándalo, como siempre, aunque mayor fue él ruido que causó aquel trozo de acero al cerrarse. Dean comenzó a bajar las escaleras, con pesadez y lentitud, no tenía prisa alguna, y estaba algo cansado, además. Sam miraba a la nada, pensando en qué iba a decirle.

          — ¿Cómo ha ido?—preguntó sin obtener alguna respuesta, rápidamente, continuó la frase —Ah... Jody me ha dicho lo de Missouri—Sam bajó la mirada; recordando las palabras de Jody y su reacción al enterarse de que aquella mujer que antaño los ayudó, había muerto, se sentía un poco culpable, y más al pensar en que Dean le había regañado al pasar el caso a Jody, diciendo que si moría, sería su culpa.

          —Sí... En fin, ha ido como siempre—respondió tras dejar sus cosas, parado a unos metros de su hermano— ¿Y el chico? ¿Se ha pasado al lado oscuro ya?

          Sam suspiró, cerró los ojos, conteniéndose.

         —No —respondió seco; giró su silla para mirar a su hermano mayor—. Aunque está bastante mal—dijo, esperando alguna reacción por parte de Dean, sin embargo, ambos guardaron silencio un momento.

          —Dímelo a mí...—comentó el rubio, haciendo amago de irse; Sam le observó, respiró con fuerza, volviendo a contenerse.

           —No, Dean, está mal por tu culpa.

          Sam encontró ahí una reacción. Dean arrugó la frente, confuso, y se quedó ahí, mirando a su hermano, esperando a que le iluminara porque parecía no enterarse de qué iba el asunto. Sam, entonces, sintió de nuevo la rabia subirle a la cabeza, un escalofrío veloz por la espalda. Golpeó la mesa, ofuscado, aunque no demasiado fuerte, más bien, fue flojo, siempre controlándose, midiendo sus palabras y gestos.

          —Dean—se acomodó en la silla, resoplando—, le dijiste que le matarías.

          Y de nuevo, Sam obtuvo su premio, una reacción de su hermano, solo que, de nuevo, no fue la que esperaba. No era de arrepentimiento, ni de lástima, ni si quiera de defensa, no, fue más bien, como si le estuviera quitando importancia a lo que dijo.

          —No dije exactamente eso —respondió.

          —Entonces, ¿qué le dijiste?—El tono de Sam empezaba a volverse más agresivo.

          —Le dije la verdad. Que tú crees que puedes usar a ese monstruo, pero yo sé cómo acaba todo. Y acaba mal—Dean, en cambio, sonaba más tranquilo.

          —Conmigo no.

          — ¿Qué?

          —Conmigo no acabó mal. Cuando yo era el monstruo—dijo Sam, poniéndose en pie, acercándose a Dean—, y bebía sangre de demonio.

          —Tío, eso es totalmente distinto.

          — ¿De verdad? Porque, ¡pudiste dispararme! Papá te dijo que me pegaras un tiro, ¡y no lo hiciste!—Dean negaba con la cabeza— ¡Me salvaste!—Sam miraba su hermano, tenso y esperando que respondiera positivamente— ¡Ayúdame a salvarle!

           — ¡Tú merecías ser salvado, él no!

           —Sí lo merece, Dean, ¡claro que lo merece!

           —Ya sé que crees que puedes usarlo como una especie de... Abrelatas interdimensional. ¡Y lo entiendo!—Dean acortó distancias—¡Pero no hables como si le quisieras! ¡Porque solo te importa lo que puede hacer por ti! Si quieres fingir, ¡pues vale! Pero yo, no puedo ni mirar a ese chico—Eso no fue una sorpresa para nadie, era algo que todos los allí presentes, a la vista o escondidos, sabían perfectamente —Porque cuando le veo, ¡solo veo a todos los que hemos perdido!

         —Mamá decidió arriesgarse con Lucifer. ¡No es culpa de Jack!—respondió ya muy a la defensiva, uno frente al otro, mirándose con toda esa rabia contenida que venían guardando desde hacía tres meses.

         — ¿Y qué hay de Cas?

         — ¿Qué quieres decir?

         —Le manipuló, le hizo promesas. El paraíso en la Tierra. ¡Cas se lo tragó! ¿Y sabes cómo acabó? ¡¡Acabó muerto!! Tal vez tú puedas olvidar eso, ¡¡pero yo no!!—dijo, dolido, enfadado, no solo con Jack, con todos. 

          Sam le dejó de mirar en cuanto empezó a hablar de Cas. No podía hacer nada contra aquello, se sintió acorralado, y en cierto modo, comprendió a Dean. Había perdido a dos de las personas más importantes de su vida: su madre y su mejor amigo. Su madre lo había decidido por sí sola, protegerlos de Lucifer y encerrarlo, aunque tuviera que morir en el intento; Cas, en cambio, fue arrastrado hasta la muerte como un saco de patatas. Fue tan sencillo para Lucifer matarlo, delante de ellos. Dean achacaba las culpas de aquello a Jack y, automáticamente, una vez comprendió qué había sucedido con aquel al que había elegido como padre, el Nefilim que andaba escondido, atento a la discusión de los Winchester, se sintió mucho más afligido que antes. Sintió tanta culpa, tantísima, que algo dentro de él despertó.

         —Castiel...—llamó.

          Sus ojos adquirieron ese particular resplandor dorado que tenían cuando Jack usaba sus poderes. Su voz recorrió el planeta entero, un susurro que pasó por todos y cada uno de los rincones de todas las ciudades, de cada país y continente, en busca de algo que calmara esa sensación de culpa y pena que estaba sintiendo. Su aliento abandonó el planeta, pasó de largo frente al Cielo, el Infierno y el Purgatorio y fue directo a un eterno silencio establecido en ninguna parte, a ninguna fecha. Un lugar conocido como El Vacío.

          Existen cosas en nuestro mundo que son explicables. Algunos se dedican a investigarlas oficialmente, resolver un crimen y volverse a casa. Otros las investigan extraoficialmente, y su forma de resolver los crímenes, es cargándose al monstruo. Al principio, los cazadores tenían una tarea fácil: matar metamórficos, hombres lobo o, en casos extremos, vampiros. En ocasiones se veían obligados a enfrentarse a un demonio, algo extraño de lo que no sabían casi nada. Han pasado ya muchos años de la última caza normal. Unas cosas llevan a otras, y estas, a otras más complicadas, y así, se llega hasta el momento en el que un Ángel del Señor bajó al Infierno para devolver a la vida a un cazador. También ha pasado ya mucho de aquello.

          Un ligero susurro despertó algo en el más allá del más allá, un cuerpo que permanecía dormido. Un hombre, de mirada celestial, bajo la cual, se hallaba el último ser puro de su especie, el último que podía hacer honor a su nombre. Y es que, estas criaturas son despiadadas; él también lo fue, pero, siempre por una buena razón, salvar a la Humanidad. Y es que él, era un auténtico mensajero de Dios...

          Pero, aquel susurro no solo alcanzó aquel vacío lugar. Un espía andaba despierto a altas horas de la noche y sintonizó la radio justo en el momento adecuado.

          — ¿Has oído eso?

          — ¿El qué?

          —Ese ruido. Es como un... Seseo.

          — ¡No me jodas! ¡También hay serpientes aquí dentro!

         —Will, por favor, ¿podrías no alzar tanto la voz? Ese estúpido pájaro loco no tardará en darse cuenta de que la podredumbre no nos mata.

          El chico se sentó junto a la chica que seguía algo preocupada por lo que acababa de sentir.

          —Seguro que no ha sido nada. El viento.

           Maison miró a su compañero de cripta. Esperaba que tuviera razón, pero, en el fondo, tenía la impresión de que pronto descubrirían qué había sido aquella llamada angelical.


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