VIII
🌙 Mi lucha 🌙
Tres meses más tarde.
Mulder conducía nervioso, a toda velocidad por una solitaria carretera de Norfolk, saltándose el límite de velocidad en varias ocasiones, pero daba igual, eso ya no era importante. Todo lo que importaba era William.
Para ponernos en situación: Mulder y Scully buscaron a la niña que llevaba diez años desaparecida, siendo solo parte de su cuerpo lo que encontraron. Tras estos sucesos, volvieron a su trabajo habitual, en el cual surgió un misterioso caso acerca del ataque de un monstruo, en Norfolk. Allí descubrieron que su hijo, un chico al que dieron en adopción al poco de nacer, era el centro de la investigación. William huyó de ellos tras una costosa persecución y finalmente, tras varios meses de silencio, Mulder había dado con él. Por eso conducía a toda prisa por aquella carretera, haciendo caso omiso a las señales. Dejó el coche a la entrada de un viejo almacén portuario y entró corriendo, cegado por la desesperación que corría por sus venas.
"Tengo que encontrarlo", se decía. Nada era más importante. En parte lo hacía por sí mismo, era su hijo, al fin y al cabo, pero también lo hacía por el chico. William estaba solo, no le quedaba nadie y todo el mundo andaba buscándole, porque era especial. Sin embargo, nadie le buscaba porque le quisiera de corazón, sino porque estaban todos en el Titanic, y William era el último bote salvavidas. Pero también lo hacía por ella. Scully. Ella, aunque no lo dijese a menudo, era el motor de su vida, se había convertido en lo que más quería, le daba igual su aspecto, no importaba que pesase la edad o que siempre arrebatase la magia de todos esos casos, quería envejecer con ella, pero sobretodo, quería hacerla feliz, y sabía que, teniendo de vuelta a William, Scully sería, feliz, el chico sería feliz, ¡él mismo sería feliz! Su felicidad se encontraba sobre una cuerda floja; Mulder ya había decidido que agarraría esa felicidad antes de que cayera al vacío.
— ¡William! —le llamaba, sin atender a su alrededor.
Un coche aparcó segundos después junto al de Mulder. De éste, salieron a toda prisa Scully y Skinner, con mueca de preocupación, algo agitados, les faltaba el aire. Se miraron una vez antes de que la pelirroja echara a correr tras Mulder y su hijo, desapareciendo así del muelle. Skinner hizo amago de seguirla, pero se detuvo a la entrada de un callejón, siendo fulminado por los blancos faros de un tercer vehículo. Skinner, en un principio, observó detenidamente el coche. Era grande, negro y en su interior había dos personas: una mujer, al volante, un hombre anciano, de copiloto. Nada más verlo, supo de quién se trataba. Miró a la puerta del almacén, que se abría y cerraba sola después de que Scully la empujase y soltase con toda su fuerza. Él estaba ahí, el Fumador. Era la hora de elegir.
"¿En qué bando estás, Walter?", su cabeza formuló esta pregunta, mientras su aliento se disipaba en el aire en forma de vaho. "¿En el suyo?", miró al coche negro, "¿O en el de ellos?". Skinner quería salvarse, merecía salvarse después de todo, ¿no? Tantos años de duro trabajo, manteniendo el tipo hasta en las situaciones más difíciles, pero era entonces cuando surgía su duda, pues esos dos, Mulder, Scully, ambos habían estado ahí en esos arduos momentos. ¿Cómo darles la espalda ahora? Levantó las manos, lamentando su error, no el del momento, el tomado anteriormente. El Fumador quería a William. Mulder y Scully amaban a William. Él conocía la verdad, sobre el padre del niño prodigioso, podía no haberlo engendrado Mulder, pero sería su padre. Había tomado una decisión, protegería a William, si así ponía a salvo a Mulder y Scully. Caminó lentamente hacia el coche y entonces, cuando menos lo esperaban, sacó su pistola y se puso a disparar.
— ¡Mulder! ¡William! —exclamó Scully al adentrarse en aquel viejo almacén vacío.
Aquel no era un lugar para quedar con alguien, en cambio, si tu intención es asustarlo, ese sitio era la mejor propuesta. Era oscuro, tenía un olor putrefacto y parecía ser húmedo. Scully encendió su linterna y avanzó por aquel laberinto de vigas de hierro y pasillos infinitos, volteando alguna que otra vez para iluminar a unas ratas que pasaban por ahí. Definitivamente, no era un buen lugar para adentrarse.
— ¡William, ven, por favor! ¡No te vamos a hacer daño! —decía.
Sin embargo, nada a parte de las ratas se oía en el viejo almacén del muelle. Estaba aquello más muerto que un cementerio, pero Scully seguía buscando. Había visto entrar a Mulder, que entró siguiendo a William. Los tres se encontraban allí dentro, el problema era saber dónde. Dando vueltas sobre sus pasos y los de otros, perdidos en mitad de una fría y larga noche, una familia rota, cuyo deseo de arreglarse era fuerte, mas el azar no lo quería así.
Desde el principio fue difícil. Pensar que una mujer estéril pueda quedarse embarazada ya era arduo. Pero es que este niño iba más allá. No era niño, no era monstruo. ¿Qué era? ¿Quién era? Ni el mismísimo William sabría contestar a esa pregunta. Él se preguntaba por qué aquellas personas no cesaban en su insistente búsqueda. Él sabía que no era bueno, era peligroso y no quería hacer daño a la gente que quería o que le quería. William suspiró. Ella se estaba acercando, debía moverse deprisa, ¿cómo podría zafarse de ella? ¿Cómo puede uno escabullirse de una madre con tantas ganas de abrazar a su hijo? William contó hasta tres y echó a correr, pasando a varios metros por delante de Scully.
— ¡No corras! ¡William!—Scully echó a correr hacia el frente, por donde una silueta había pasado a toda velocidad— ¡William!
Al fin se detuvo, al llegar al fondo de un callejón con dos salidas a izquierda y derecha, preguntándose, por dónde habría ido su hijo, si lograrían alcanzarle, si no se les escaparía. Entonces, alguien apareció a un par de metros de ella. Scully lo iluminó pensando que era su hijo:
— ¡Soy yo!—dijo Mulder.
Scully mantenía la luz de la linterna fija en él. Vio gotas de sangre por su cara, en su sudadera. Prefería no preguntar qué había pasado, no estaba como para ponerse a pensar en otras cosas. Mulder parecía agitado, también llevaba un rato corriendo sin obtener ningún resultado.
—Acabo de verlo.
Mulder y Scully estaban acercándose el uno al otro cuando de pronto una serie de dispararon activaron todas sus alertas. Scully abrió mucho los ojos e intentó moverse, pero Mulder se lo impidió.
— ¡Skinner!
— ¡Espera!—Mulder la detuvo posando sus manos entorno a los hombros de la pelirroja —Está aquí.
—Lo sé, ¡lo he visto!—respondió ella, casi llorando.
—No quiere que lo encontremos—dijo Mulder, de forma cortante, mirando a Scully a los ojos.
—Quiero hablar con él, Mulder.
— ¡Ya lo he hecho yo! Me lo ha contado todo, sus temores...
— ¿Si? ¿Cuáles son sus temores?—Mulder estaba muy tranquilo a comparación de Scully, quien no dejaba de moverse, nerviosa.
— ¡Ya vale! Es inútil—contestó de nuevo, tajante. Scully le miró, aguantando las ganas de llorar, gritar, volverse loca. No lo comprendía.
— ¿Pero por qué?—decía entre lamentos.
—Te pido que lo dejes marchar.
— ¿De qué estás hablando, Mulder?
— ¡No se puede hacer nada!
—Podemos protegerlo—Mulder sacudió la cabeza en señal de negación.
—No podemos protegerlo, ¡nadie puede!—Scully observó a Mulder con dolor en la mirada. Sus ojos azules brillaban sin consuelo alguno por las lágrimas que esta madre agarraba con las fuerzas que la esperanza de encontrar a su hijo le brindaban—Él sabe que tú lo quieres.
— ¿Cómo puede saberlo?—preguntó desconcertada— ¡¿Cómo es posible que lo sepa?!—Mulder miró al suelo, pasándose un dedo por la frente, pensando en qué decirla.
— ¡Scully!—gritó una voz desde el fondo de aquella galería.
Venía iluminando con una linterna muy potente que impedía ver su rostro, pero a Scully no la hacía falta, ella conocía muy bien esa voz sin ni si quiera verle. Era Mulder. Eso no era posible, ¿dos Mulder? Scully miraba algo confundida al que venía con la linterna, mientras el otro, aún con la mano sobre el hombro de la pelirroja, chasqueó la lengua y salió corriendo por uno de los pasillos. Scully estaba paralizada, ¿qué estaba pasando?
— ¡Detenlo!—exclamó Mulder en el mismo momento en el que el otro Mulder echó a correr, sin que Scully pudiera verlo venir.
Scully cogió su linterna y la encendió; junto a Mulder, echaron a correr por las siguientes galerías. Lo persiguieron por toda la vieja fábrica, pisándole los talones, pero siempre iba varios pasos por delante.
— ¡William!—llamaban los dos.
William siguió corriendo, no miró atrás. Tenía que alejarse de ellos. Su intento de convencer a Scully de que no podría estar a salvo mientras él estuviera cerca resultó un fracaso. Él estaba totalmente convencido de que podía lograrlo si adoptaba la forma de Mulder, pero ni con esas. Durante un momento, logró dejar muy atrás a Scully, dándola esquinazo. Pensó que lo había conseguido, pero apareció Mulder frente a él. Pensó rápido y se lanzó a una puerta, interrumpiendo la persecución del federal. Aunque sabía que eso no lo detendría. Abriría la puerta y le seguiría, pero no perdía nada al intentar salir de ahí. Tenía que irse. Alejarse de todos. No era seguro para nadie estar cerca suyo. Finalmente, William subió a la azotea, aún siendo perseguido por Mulder. El chico se preguntaba si es que aquel hombre era incansable.
Corrió, apretó las tuercas, aceleró. Logró dejar a Mulder atrás, muy atrás bajando por unas escaleras. Mulder tenía ya sus años, no podía correr de la misma forma que un adolescente. Esa era una de las ventajas que tenía William. La otra es que podía hacer que los demás lo vieran como él quería. De nuevo, volvió a tomar la apariencia de Mulder en el momento en el que salió de la fábrica, dando a un muelle. Tenía un plan. Podría lanzarse al agua, esconderse bajo los astilleros, detrás de algún barco o simplemente bucear hasta que estuviera lo bastante lejos como para dejar atrás a Mulder y Scully. Era un plan bastante bueno, factible. Pero no contaba con que alguien estaría esperándolo allí...
—No te das por vencido, ¿verdad?—El retiro del seguro de una pistola sonó a su espalda, junto a la voz de un hombre anciano, junto cuando se dirigía al muelle a saltar. William, con la forma física de Mulder, se dio la vuelta, sorprendido, y allí, se encontró a aquel hombre tan incansable, tan malvado y egoísta que apestaba a cigarro—Tienes mucho que perder, eso tenemos en común—apuntándolo con la pistola, a la vez que él avanzaba, William retrocedía, acercándose más al filo de la superficie de hormigón.
— ¡No tenemos nada en común!
—Quiero al chico. El chico es mío.
William le miró enfurecido. Él no era de nadie, no pertenecía a nadie, mucho menos a esa persona, a ese despreciable individuo que lo había creado.
—El chico prefiere morir ahora que sabe la verdad.
— ¿Que fui yo quien lo fabricó?—preguntó con cierta superioridad, claro, que teniendo en cuenta que él creía hablar con Mulder, debía estar saboreando esa victoria— ¿Que soy el creador de William?
William se rió. Miró al agua. Tenía que salir de ahí como fuera, pero no podía dejar a Mulder y a Scully con ese tipo por ahí. Él no guardaba ningún cariño hacia ellos dos, no los conoció, podía ser ella su madre, él su padre, pero él sabía toda la verdad. Nunca fue un niño, no del todo humano. Nunca tuvo una familia de verdad, tampoco unos padres biológicos. Él fue creado por un motivo y no era el de formar una familia o el de crear vida. Iba a caer una bomba atómica, él iba a ser el escudo indestructible contra ella, únicamente útil para unas pocas personas. Miró al Fumador.
— ¿Matarías a tu primogénito?
—Disparé a mi segundo hijo una vez. Pero es preciso que sepas, Fox, que cuando te di la vida, nunca imaginé que algún día tendría que quitártela.
—No podrás hacerlo.
—Eso es que no me conoces bien.
Y en un movimiento rápido, disparó el arma y una bala impactó en el cráneo de William, justo en el medio. El impulso lo tiró al agua. El Fumador se asomó para comprobar que estaba muerto y entonces vio flotando el cuerpo, alejándose con la corriente, inmóvil. Él miró al fondo sin expresión en su bien arrugada cara, simplemente, perdía su mirada en el agua.
— ¡Eh!—exclamó entonces Mulder, el de verdad, apareciendo detrás de él y disparando.
Una. Dos. Tres, cuatro. Cinco veces. El Fumador se quedó ahí, estático, con los brazos abiertos. Mulder se acercó rabioso y lo empujó al agua, de la misma forma que él hizo, se asomó y comprobó que su cuerpo se alejaba y se hundía, bajo el cielo nocturno, en un escenario sin testigos. Scully llegó corriendo hasta él. Alumbró con la linterna al agua, buscando, pero no hallando. Mulder cerró los ojos, necesitaba un respiro.
—Scully. Nos ha dejado—dijo con voz trémula, dolido por lo que había visto, por lo que había escuchado. Scully quedó muda, pálida, su entrecortada respiración era lo único que se escucharía durante varios segundos. Mulder se tomó su tiempo en continuar—. Le ha disparado. Creía que era a mí.
Un fuerte nudo en la garganta se le formó a Scully. Mulder la miró con cierta pesadumbre. En su rostro se veía que estaba destrozado. Esta persecución no había acabado nada bien y él había quedado muy desgastado, física y moralmente. Con dolor en las facciones, lanzó la pistola lejos, al agua y se alejó del bordillo. Scully le siguió con la mirada. Nunca le había visto tan mal, la dolía verlo así. Él miraba al cielo, como si buscara una respuesta al sentido de todo aquello, ella, intentaba tranquilizarlo, devolverlo a su ser.
—Mulder—lo llamó entre llantos y suspiros—, tal vez... Quería que lo dejáramos marchar. No tenía que ser...
—William era nuestro hijo—interrumpió de forma un poco brusca.
—No... —suspiró, cerró los ojos.
— ¡Era nuestro hijo, Scully!—exclamó él.
—No...—le dijo entre lamentos. Ella se acercó al hombre, quedando a muy corta distancia de él—William era un experimento, Mulder.
— ¿De qué estás hablando?
—Era una idea nacida en un laboratorio.
—Pero tú eras su madre—dijo, sintiendo como todo lo que había creído cierto, se derrumbaba sobre su cuerpo.
—No, yo...—suspiró —Yo lo concebí. Y lo parí, pero... Yo nunca fui una madre para él. No lo fui... William... William era... Era...—miró a Mulder, dolida, aquello fue como si la clavaran un puñal, al rojo vivo, en el pecho. No podía mirar a Mulder y decirle eso así de sencillo. Ella le quería, era la razón de que siguiera haciendo muchas cosas, era todo su ser, sus esperanzas, su amigo, el hombre con quien quería estar por siempre... Scully ya no pudo evitar llorar, al ver como Mulder intentaba reservarse para sí las lágrimas, sintiendo como todo se esfumaba, de un plumazo.
—Es lo que siempre me temí...—Tragó saliva—Yo tuve fe durante mucho tiempo. ¡¿Qué soy ahora si no soy padre?!
Entre el llanto, al fin, Scully pudo asomar una pequeña sonrisa. Entre todo ese dolor, la pérdida de un hijo, el descubrimiento de la verdad más dolorosa, Scully aún no le había contado todo a Mulder.
—Eres padre.
— ¿Qué quieres decir?
Scully cogió la mano de Mulder y la colocó sobre su vientre. Ellos se miraron, Mulder no podía creérselo, Scully asintió todo él rato.
—Es imposible.
—Lo sé...—se miraron a los ojos—Sé que es más que imposible...
Mulder se la acercó al pecho para envolverla en un abrazo. Y así, en soledad, mientras nadie miraba, Mulder y Scully finalizaban una de las etapas más duras de su vida, de forma amarga, con una victoria, una pérdida, un final feliz... Por ahora...
El agua estaba congelada. La corriente había arrastrado el cuerpo de William muy lejos de donde había dejado a Mulder y Scully. Dicen que cuando una historia acaba, no lo hace del todo. Simplemente cierra una parte de la vida para dar pie a otra. William era el protagonista de su historia. Una bala en la cabeza había apagado toda luz que habitaba en él, lo había hundido en el agua, había muerto para todo aquel que lo conociera y pudiese buscar. Pero, ¿y si este no fuera el final?
La mano de un ángel de la guarda se sumergió en el agua. La luz agarró a la oscuridad y tiró de ella, venció a cualquier deseo de morir en paz y emergió en forma de nueva esperanza. William estaba totalmente empapado, aún tenía el agujero de bala en la frente, pero, milagrosamente, abrió los ojos. Frente a él a había una barca blanca de madera y subida en ella, una capucha ocultaba la identidad de su salvadora. Él la miró y ella sonrió. Lo ayudó a subir a la barca y fue entonces cuando el bien conoció al mal. Cuando lo prohibido conoció a lo legítimo. Cuando la fuerza conoció a la mente. Cuando lo sobrenatural conoció a lo científico.
—Es muy difícil buscarte, William—confesó—. Encantada de conocerte. Soy Maison y voy a ayudarte de igual forma que tú me ayudarás a mí.
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