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IV


  🌙El camino de las estrellas🌙  

       Mulder no soportaba recibir un no. Era una de esas cosas que a la gente normal le irritaba hasta niveles en los que los ojos se les salían de órbita, se les hincha la vena del cuello o la frente, o se ponían tan rojos que pareciera que fuesen a explotar. Pues a Mulder le jodía profundamente que le dijeran no.

       La negatividad en general, era algo con lo que Mulder no lidiaba, y aunque suene contradictorio pensar de forma negativa sobre la propia negatividad, era así. Su viaje a Dakota del Sur resultó ser una auténtica pérdida de tiempo; la familia adoptiva de la niña no tenía ninguna clase de información sobre su familia biológica, los federales no pudieron hacer otra que marcharse, tras insistir y sentir la negatividad de la familia.

       Montaron en el coche, él más disgustado que ella, y Scully, aunque al principio no entendía por qué había puesto interés en ese caso, había alcanzado a ver sus intenciones ocultas. Mulder ya no se mortificaba pensando en su hermana menor desaparecida, abducida, pero aquella desaparición poseía las mismas cualidades sobrenaturales que el caso de Samantha Mulder. Además había otra razón, la cual hizo mella en Scully también. La niña era adoptada, y ninguno podía evitar pensar en su hijo, William. Se preguntaban que años podría tener, cómo sería o qué quería ser en el futuro, pero lo único que sabían, es que no lo conocían. Scully empezó a darle vueltas al tema de la pequeña Maison, las razones que llevaron a su familia a darla en adopción.

       —Vale, ¿y ahora qué hacemos? —Preguntó Scully.

       —No lo sé. Nadie parece saber nada en este maldito pueblo, y por lo visto, los padres de esta niña, son los que menos quieren saber lo ocurrido.

       — ¿Qué tenemos hasta ahora?

       —Una niña de seis años desparecida después de que una extraña luz fulminara su cuarto.

       — ¿Y quién puede saber algo acerca de esto?

       Mulder se cruzó de brazos, se rascó la barbilla, y a ciegas, se sacó el teléfono del bolsillo. Sí que había alguien a quien podía llamar...

       — ¿Agente Miller? —Preguntó en el momento en el que hablaron al otro lado de la llamada. —Soy el Agente Mulder. Me preguntaba si podías echarme una mano.

       — ¡Será un placer, agente! Dígame en qué puedo ayudarle.

       —Verás, estamos en uno de esos casos que se dan por imposibles. Hace seis años... —Mulder le dio toda la información del caso, mientras Miller apuntaba cada dato en una hoja y asistía. —Su familia de acogida está muerta; ¿qué hacemos ahora?

       Scully rodó los ojos, sin creerse lo que estaba oyendo. Mulder no estaba tan perdido como quería hacerle creer a Miller, pero sabía que ese chico era un entusiasta como él. Dana no podía negar que ver a Mulder jugar, hacer de ese chico alguien importante, era gracioso, y también adorable. Así era como ella imaginaba que Mulder habría sido con su hijo. Le hablaría, y fingiría estar perdido para que el pequeño diera sus propios pasos, creciera, y se emocionara al pensar en ayudar. Siempre que Scully pensaba en esa vida, sentía un gran pesar encima.

       — ¿Tienen ADN de esa cría?

       Mulder arrugó la nariz y miró a Scully.

       — ¿Hay ADN de la niña? —Preguntó.

       —Sí. —Respondió veloz, y presintiendo la importancia del dato.

       —Tenemos ADN. ¿Para qué? —Preguntó Mulder, volviendo a la conversación.

       —Si disponemos de rastro genético, podemos averiguar, quiénes son sus padres biológicos.

       — ¿Y cómo ayuda eso a encontrar a la niña?

       —Ellos podrían saber algo. Y podemos usarles, si la secuestraron y piden rescate, ellos se lo darán. Encontremos a su familia auténtica. Pásame los datos, y llamaré.

       El joven Agente Miller, era un muchacho sin duda prometedor. Perspicaz, hábil, atractivo... Era un ejemplo de valentía. Se atrevía a desentrañar los misterios más siniestros que llegaban a manos del FBI, y siempre acompañado por su escéptica compañera, la Agente Einstein; no, no tiene parentesco.

       Eran un par de polos opuestos. Ciencia y magia, fe y pruebas, asesinos y fantasmas. Dos jóvenes federales, predestinados a guardarse las espaldas, y, según experiencias anteriores, a compartir mucho más.

       Un par de días después de que Mulder llamara a su fan número uno para pedirle ayuda, Miller ya tenía las pruebas de ADN, al posible padre de la niña perdida e incluso su localización aproximada. Einstein entró en su despacho, alegre como cualquier día, pero encontrarse a su apuesto compañero con los ojos bien abiertos, observando el ordenador, la produjeron una serie de síntomas que odiaba sentir. Miller trabajaba en algo, y estaba emocionado. Eso nunca salía bien.

       —Buenos días. —Saludó con frialdad.

       —Hola. —Respondió él con una sonrisa.

       —Te veo ajetreado. —Comentó dejando su abrigo y su bolso sobre su sillón de oficina. — ¿Algo interesante?

       —Un caso del Agente Mulder. —Respondió sin abandonar su ocupación.

       Einstein se cruzó de brazos. Mulder era un hombre al que ella respetaba, pero un agente muy problemático, que siempre hace lo que quiere. Eso la sacaba de quicio, sobretodo, por lo mucho que se parecían él y Miller. Einstein se parecía mucho a Scully; era una joven de blanca piel, ojos claros y cuerpo elegante, que poseía una larga y sedosa cabellera cobriza, brillante y lisa. Era orgullosa, y fiel a sus estudios, y aunque a veces su apellido la dejaba en evidencia, ella le echaba coraje para enfrentarse a cualquier adversidad... Pero lidiar con Mulder y Miller... Eso era otro nivel.

       Miller cogió el teléfono y marcó el número de Mulder, emocionado, más que antes, viendo las imágenes de una cámara de tráfico en su pantalla, y un montón de pestañas más.

       — ¿Agente Mulder? Lo tengo. Su padre, ya sé quién es. Está en Utah ahora mismo, e un motel. Coja papel y boli, le doy la dirección.

       Einstein se sentó en su mesa, tratando de ignorar la conversación de su compañero, quien parecía estar hablando con un amigo sobre una serie. Encendió su ordenador, enfurruñada, y miró su bandeja de correo. Tenía dos nuevos mensajes, uno de un familiar, y otro del adjunto de su oficina federal. Ese mensaje fue el que abrió. En él venía un archivo anexionado, un PDF de un periódico, además de una nota:

"Ábrelo, y si te interesa, el caso es tuyo. No se lo cuentes a Miller".

       Einstein era una chica curiosa, y ante todo, justa. No veía justo que Miller se quedara fuera del caso, y no lo comprendía del todo. Supuso que si el adjunto no quería a un prometedor agente en el caso, sería por algo. La joven abrió el paquete, y su ordenador mostró el contenido del archivo. Hablaba sobre el hallazgo de unas pilas de madera con restos biológicos quemados en ella. Hablaba sobre la pista que unos policías habían seguido, y eso les condujo a un altercado entre tres hombres, una mujer y un crío. Uno de los hombres estaba muerto, como la mujer, ambos apuñalados. Los otros tres individuos escaparon después de extraños sucesos.

       Obviamente, si Miller cogía el caso, se lo llevaría a su campo, mientras que si lo hacía ella, no sería más que un caso de asesinato, con tres criminales a la fuga. Por eso no le dijo nada a su compañero.

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