04. Un herido
A la noche, a la hora acordada, el grupo se volvió a reunir en la casa de Guzmán. Estábamos todos menos Zeta, el cual tardo un poco más pero al final llego a tiempo. Repasamos el plan por última vez y después de eso los chicos se fueron. Quedando en la casa solo Yoni, Eme y yo, como habíamos acordado.
Un rato más tarde, Dogo nos mandó la ubicación y Eme le aviso a Guzmán que los chicos estaban en camino.
Solo nos quedaba esperar.
Y esperamos, más de una hora. Y los tres empezamos a ponernos más nerviosos de lo que ya estábamos, si eso era posible.
La puerta se abrió repentinamente, dando paso a Guzmán.
— ¿Qué pasa, caniche, que estas tan alterado? — el hombre hablo por el teléfono, mientras dejaba dos cajas de pizza sobre la mesa —. Por supuesto que no van al hospital, lo traen para acá.
Me levante de mi lugar rápidamente.
— ¿Qué decís? — lo enfrente.
El hombre me hizo una seña para que me quedara callada.
— Angie estudia medicina, ¿no? Que se ocupe — espeto y después hubo un corto silencio, en el que parecía que al otro lado de la línea le pasaban el celular a Angie para que ella hablara—. ¿Qué necesitas para curar a Zeta? — otra pausa —. Con tres años te sobra, ¿qué necesitas? Hilo, aguja, bisturí... ¿qué más? —. Cuando Guzmán escucho lo que la chica necesitaba, corto esa llamada y marco el número de otra persona —. Juárez, se complicó, un tiro en la espalda. Conseguime instrumental médico.
Guzmán volvió a guardar su celular y le exigió a Yoni que fuera a cierta dirección a buscar las cosas. El chico le pidió más información acerca de lo sucedido con Zeta, pero el hombre no se la quiso dar, así que simplemente agarro las llaves de su auto y se fue.
Tenía que admitir que quedarnos solas con Guzmán me parecía la peor idea del mundo. Pero en ese momento, que Yoni fuera en busca del instrumental médico era más importante.
A ese punto, era imposible que mi cuerpo dejara de temblar.
Quince minutos después, Guzmán empezó a atosigar a Eme, acercándose a ella y susurrándole cosas que no alcance a escuchar.
— No la toques — sostuve el brazo de Eme y la aleje del mayor. Harta de esa situación de mierda.
— ¿Y vos quien te crees que sos?
Yoni volvió a entrar a la casa, y lo agradecí completamente, porque enfrentar a Guzmán me iba a salir caro.
— ¿Llegaron los chicos? — pregunto, mientras le entregaba al hombre la bolsa con las cosas.
— Ya van a llegar.
Yoni inspecciono nuestras caras, y nuestras expresiones delataron la incomodidad que sentíamos.
— ¿Todo bien acá? — quiso saber, Yoni.
— No, esta todo como el orto — manifestó Eme, antes de levantarse y encerrarse en un cuarto.
Yoni y Guzmán empezaron a discutir, y si justo en ese momento los chicos no hubieran llegado, la cosa habría pasado a mayores.
Los gritos acompañaron el camino de Zeta hasta uno de los cuartos. Contuve mis ganas de cubrirme los oídos para no escuchar los lamentos, porque eran verdaderamente desgarradores.
Angie, Yoni y Camila se encerraron en el cuarto con Zeta. El resto nos quedamos esperando en el comedor, ahogándonos de incertidumbre. Guzmán se quedó en todo momento frente a la caja que nos mandó a robar, mirándola como si fuera un tesoro.
— Vengan acá — nos llamó. Hicimos caso y nos acercamos —. Los felicito por el trabajo, chicas.
— ¿Qué nos vas a dar ahora? ¿Una carita feliz? ¿Nos la vas a pegar en el orto, pelotudo? — murmuro Dogo, sarcásticamente.
— Afloja un poco, basta — pidió el Chino.
Casi me le rio en la cara. ¿Cómo le podía pedir que se calmara cuando teníamos a Zeta a punto de quedarla?
— Lo que tenían que traer lo trajeron — opino Guzmán.
— ¡Si, y casi nos matan a todos! Y te recuerdo que Zeta es hijo de una fiscal — grito, Dogo, sin escrúpulos.
— Bueno, son gajes del oficio, viste — el hombre se burló.
— Bueno, vos también cálmate un toque, dale — se metió el Chino.
— ¿Qué les pasa a estos dos? — se giró para hablarle directamente a Giovani —. ¿No tenes un porrito para darles? A ver si se relajan un poquito.
Giovani sonrió, y eso fue lo último que pude soportar.
— ¿De qué mierda te reís? — avance dos pasos, frunciendo el ceño —. Zeta se puede cagar muriendo y todo por esta caja del orto — encare a Guzmán, señalando la caja en medio de nosotros. Me estaba dejando llevar por la bronca, después me iba a arrepentir —. ¿Sabes lo poco que me importa el videíto que tenes de nosotros? Si mi amigo se llega a morir, voy a ser la primera en ir con la policía. Porque no tengo nada que perder, eh — al decir lo último, mire de reojo a Giovani, quien avergonzado bajo la mirada.
Guzmán se inclinó en mi dirección, y pude sentir como Dogo sostenía mi brazo y me alejaba del hombre, cubriéndome con su cuerpo de forma protectora.
— A mí con esos modos no, nena — sonrió cínicamente. En solo un segundo la bronca abandono mi sistema y se vio reemplazada por el miedo, haciendo temblar mi cuerpo nuevamente —. Acá nos tratamos con respeto, te lo digo por vos, por tus amigos y por tu familia también. Grábenselo, eh. Vos también, Doguito.
Guzmán dio media vuelta y se alejó.
— ¿A dónde vas? — inquirió el Chino.
— ¿A dónde queres que vaya, nene? A mi casa. ¿Queres que me quede a dormir con vos?
— Bueno, y si se complica Zeta, ¿qué hacemos?
— No se va a complicar, por favor — se pasó las manos por la cara con frustración —. A ver, se pueden relajar. Esta su amiga, se va a ocupar ella. Cuídenme la caja.
Finalmente se fue.
Angie y Camila salieron del cuarto, llamando nuestra atención. Nos acercamos a ellas sin tardar.
— ¿Cómo esta Zeta?
— Por ahora, bien — informo Angie, nerviosa —. Por suerte la bala no toco ningún órgano vital, pero está muy delicado.
— Bueno, pensemos en positivo, lo peor ya pasó — trato de tranquilizarla el Chino.
— Esta volando de fiebre, chicos, si no baja es un mal síntoma. Acá ya no hay más nada que yo pueda hacer. Es la primera y última vez que hago algo así, nunca más.
— Pero, ¿el chabón se murió o va a estar bien? — pregunto Giovani, dejando en evidencia que no presto ni un poco de atención.
— No, va a estar bien — le respondió Eme, suspirando.
— Bueno, entonces si va a estar bien podemos descorchar algo, ¿no?
— Ah, no — solté una carcajada sin gracia —. Vos sos un pelotudo bárbaro.
Me aleje del resto para salir al patio y tomar algo de aire. Mi paciencia había llegado al cero, mientras que mi ansiedad al cien. No me soportaba ni a mí misma.
El tiempo paso, y volví a entrar a la casa solamente cuando escuche gritos. Camila y Dogo pelearon, porque el chico se quería ir a su casa y ella no. Como siempre, diego termino haciendo lo que quiso y se fue. El resto nos pusimos de acuerdo para hacer guardia y controlar que Zeta estuviera bien durante toda la noche.
Yo no tarde en mandarle un mensaje a mi papá, excusándome para que no se preocupara. La respuesta no fue buena ni tranquila, pero no le di demasiada importancia, simplemente apague el celular.
Angie fue a revisar a Zeta, volviendo con la noticia de que la fiebre no le bajaba ni un poco. Eso nos llevó a otra discusión, en la que todos pedíamos llevarlo al hospital, pero Giovani se negaba.
—Ya está, tenemos que llevarlo, no es joda esto — jugué con mis manos, retorciéndome los dedos a causa de los nervios.
— No, hospital no, ¿que dijo Guzmán? — volvió a negar, Giovani.
— ¡Me chupa un huevo lo que dijo Guzmán! — le grite, harta de que siguiera insistiendo con lo mismo —. ¿No ves como esta Zeta? ¡Se nos va a morir acá!
— Bueno, a mi si me importa, no quiero que me peguen un tiro en la cabeza.
Ese día estaba viendo una faceta de Giovani que no me gustaba para nada. Nuestras personalidades estaban chocando constantemente, lo que nos llevaba a discutir y que el fuera el principal causante de mi mal humor.
— Basta, me canse. Me voy al hospital — el Chino camino en dirección al cuarto donde estaba Zeta, pero Giovani lo freno.
— Chino, escúchame — lo empujo por los hombros para hacerlo retroceder —. El chabón va a estar bien, confiemos en que va a estar bien, no le va a pasar nada. Ir a la cana es peor, loco, vamos a caer todos si vas a la cana.
— No voy a dejar que se muera, hermano.
— No se va a morir, te lo estoy diciendo yo, va a estar bien —. Señaló a Angie —, le dio como seis pastillas, le va a bajar la fiebre.
— Claro, tenes razón, vos sos licenciado en medicina y nosotros no sabíamos. Mira vos — sonreí con sarcasmo, cruzándome de brazos.
Giovani suspiro y se mordió el labio inferior, conteniendo la bronca que tenía encima. Bronca contra mí, seguramente.
— Basta, córtenla — rogó Camila —. ¿Angie, que hacemos?
— ¡No sé, no sé qué hacemos, no tengo idea! — espetó con frustración —. Lo único que sé, es que Zeta no se puede quedar solo. Si se agita, si se pone azul o lo que sea, hay que llevarlo al hospital. No queda otra.
Le dediqué una última mirada a Zeta antes de salir del cuarto y cederle el lugar a Camila. Mi tiempo de guardia termino, así que ahora le tocaba a ella. Yo me moría de sueño.
Camine hacia otra de las habitaciones vacías y abrí la puerta. Adentro me encontré con Giovani, que estaba sentado en el borde de la cama, usando su celular. Al escuchar pasos, alzó la vista y la fijo en mi.
— Perdón que te joda, pero quiero dormir y Eme está en el sillón. Así que... — señalé la cama.
— Tranqui, hace la tuya — se levantó, rascándose la nuca con nervios —. Yo... te dejo sola así descansas.
— Vos también tenes que dormir — murmuré, muy a mi pesar —. No hace falta que te vayas.
¿Por qué estábamos nerviosos? ¿Capaz porque peleamos durante todo el día y recién ahora estábamos solos? De verdad no lo entendía.
Giovani dudo, pero termino aceptando. Al fin y al cabo el cansancio se le notaba mucho.
Nos acostamos en la cama, cada uno en una punta, lo más alejados que pudimos. Pero parecía no ser suficiente, sentía una fuerte tensión y buscaba alejarme más y más.
— ¿Está bien el pibe?
Los párpados me pesaban, y terminé por cerrarlos.
— Angie dijo que le bajo la fiebre — susurré, el ambiente que se había creado me obligaba a hablar en ese tono.
— Que bueno — admitió —. Escúchame... lo que dije hoy es posta, vi a un montón de pibes pasar por eso y que salieron perfectos. Zeta se va a poner bien. Yo se lo que te digo. En el barrio pasan esas cosas todo el tiempo.
— No vivo adentro, pero soy vecina. Ya se de lo que me hablas — volví a abrir los ojos, mirando de reojo al chico, el hacia lo mismo —. Como algunos zafan, otros no. Y no me podes culpar por preocuparme por mi amigo.
— No te culpo por eso. No te estoy culpando de nada — negó, suspirando —. Que vos lo veas así es otro tema, loca.
El tono en el que dijo aquello último me hizo saltar la térmica de nuevo. Sonó muy parecido a un reproche y no me gustó para nada.
Solté un bufido y me di la vuelta, dándole la espalda.
— Que difícil sos, eh — renegué.
— ¿Yo? ¿Y vos?
Tenía razón, los dos éramos complicados. Hoy me di cuenta de eso.
Hubo un largo silencio, en el cual casi me quedo dormida, pero una duda rondando en mi mente me exigió volver a hablar:
— ¿A algún amigo tuyo le paso esto?
— Sí, y más que a un amigo también... — susurró, pero incluso de esa forma identifique el dolor en su voz —. A mi vieja le paso, y no fue uno... fueron un par de tiros.
Volví a encararlo y agradecí la oscuridad adentro de la pieza, porque de esa manera Giovani no podía ver el brillo que adquirieron mis ojos a causa de las lágrimas retenidas.
Lágrimas que le adjudicaba no solo a Zeta y al relato de Giovani, sino a todo lo que estaba pasando desde que entramos a la casa de Guzmán por primera vez.
— ¿Y ella...se recuperó? — pregunté, procurando que no se me quebrara la voz.
De alguna manera, entendía el dolor de perder a una madre. Aunque mi historia era completamente diferente, dolía de igual forma.
— ¿Porque no nos dormimos? — cambió de tema ágilmente, haciéndome fruncir el ceño —. Dale, vamos a dormir ahora que podemos.
Giovani me dio la espalda, al igual que yo lo había echo antes, dando el tema por zanjado. De esa manera, deduje que su madre no pudo salvarse y que así fue como la perdió. Lo cual me apretó el corazón hasta hacerlo doler.
— Eu... — lo llamé, temiendo que se encontrara mal.
— No le digas a nadie lo de mi vieja, ¿si?
— Si, quédate tranquilo — acepté rápidamente. Me acomode mejor en la cama y cerré los ojos —. Descansa.
— Gracias, vos también — musitó y algo en aquello me ocasionó ternura, enviándome una cálida sensación al pecho.
Los dos nos quedamos en silencio de nuevo, esta vez hasta que nos dormimos.
Cuando volví a abrir los ojos, ya era media mañana, y lo primero que vi fue a Camila. Me lleve una mano al pecho a causa del susto y la chica contuvo una carcajada.
— Te vine a despertar porque te toca cuidar a Zeta, ahora esta Giovani.
Mire a mi costado, verificando que el otro lado de la cama se encontraba vacío.
— Bueno, ya voy — me senté, restregándome los ojos.
Camila asintió y salió del cuarto, dándome mi espacio.
Me peine el pelo en una trenza desordenada y salí en dirección al baño, donde agarre uno de los tantos cepillos de dientes que Camila había optado por comprar, con la excusa de que íbamos a pasar mucho tiempo en esa casa, y me cepille con rapidez. Termine de hacer mis necesidades y en pocos minutos volví a parecer una persona decente.
Me acerque a la cocina y el Chino me entrego un plato de sopa para darle de comer a Zeta, y con eso en manos me encamine al cuarto. Apenas entrar, visualice a Giovani sentado a un costado de la cama.
— Buen día — saludo.
— Buenos días — asentí, sonriendo mínimamente. Deje el plato de comida en la mesita de luz y me acerque a Zeta, preocupándome al verlo dormido —. ¿Hace cuanto esta dormido?
— Desde que vine.
Lleve una mano a la frente del chico, descubriendo que volvía a tener fiebre. Demasiada fiebre.
— Zeta — palmee despacio su rostro —. Zeta, ¿me escuchas? — lo sacudí nuevamente, pero continuaba sin despertarse —. ¡Llama a Angie, ya! — le grité a Giovani, el cual no tardo en ir en busca de la chica. Volví a sacudir a Zeta, sin obtener ninguna reacción —. ¡No, no, la puta madre!
De repente, Angie entro al cuarto, acompañada del resto del grupo.
— ¿Qué paso? — se apresuró a preguntar.
— Le traje la comida y lo trate de despertar... — no pude terminar la frase, mirando con ojos desorbitados el cuerpo de Zeta. Me surgió una gran duda, ¿se murió? ¿Estaba muerto enfrente de mi? —. ¡No puede ser! ¿Por qué mierda no reacciona?
— ¡No, no, no! ¡Somos un montón y justo adelante mío se muere, loco! — se desesperó, Giovani. Aunque tratara de disimularlo, me sentía igual que él, incluso peor.
— ¡Cállate! — lo silencio Camila.
Dogo sacudió a Zeta con más fuerza, consiguiendo que abriera los ojos, pero estaba muy desorientado.
— Vuela de fiebre — informo Angie, algo que ya sabíamos, y se levantó —. Hay que llevarlo ya a un hospital, esto no es joda. Vamos al hospital central que está de guardia Pedro Zambrano, un amigo de mi viejo que nos puede ayudar.
— ¡Paren, Guzmán dijo que al hospital no! — recordó Giovani, como si eso nos importara.
— Que me importa lo que haya dicho Guzmán, se nos está muriendo un amigo — Dogo empezó a levantar a Zeta de la cama.
Caminamos hasta la cocina apresuradamente.
— No conviene que vayamos todos juntos. Quédense ustedes dos — Angie nos señaló a Giovani y a mí.
— No, yo voy con ustedes — no tarde en contradecir.
— Male, estas muy nerviosa, la podes cagar así.
Quise replicar, pero antes lo pensé dos veces y me di cuenta de que tenía razón. Del susto apenas y me podía mantener parada. Si en el hospital me llegaban a preguntar sobre lo sucedido, era muy fácil que me quedara en blanco y confesara todo de una.
— Loco, están bardeando — espeto Giovani, viendo como los chicos salían de la casa —. Si llama Guzmán, ¿qué carajo le digo?
— Cálmate, le decimos la verdad y listo — lo mire como si estuviera pirado, ¿todavía no entendía que Zeta se podía morir?
— Bueno, listo... — levantó ambas manos, demostrándose rendido bajo mi mirada —. ¿Qué hacemos ahora?
— Esperamos a que nos llamen y... No sé... — dude, empezando a caminar de un lado a otro —. La puta madre, no me puedo quedar acá a esperar. Yo voy a ir al hospital, ya fue.
Hice ademán de abrir la puerta, pero Giovani se interpuso antes de que pudiera hacer nada. Lo mire de arriba abajo como si pudiera matarlo y enterrarlo, él se limitó a negar con la cabeza.
Suspiré y muy a mi pesar me senté en un sillón. No podía ir al hospital, los chicos tenían razón.
— Quédate tranqui acá — me pidió el chico, con el tono de voz más cauteloso que consiguió.
— Dios, ¿en que mierda estamos metidos? — apoye los codos en las rodillas y me agarre la cabeza, despeinándome un poco —. Ya no entiendo nada y siento que se va a poner cada vez peor.
Giovani no respondió durante un rato, solamente se alejó y desapareció adentro de una pieza. Me dio bronca, porque era el único que me podía apoyar en ese momento y se fue. O eso pensé, hasta que una música re gede se empezó a escuchar. Fruncí el ceño y mire como el chico salía de la pieza cargando con un parlante más grande que la mitad de su cuerpo.
— ¿Pinta una joda? — sonrió, sacudiendo el objeto.
— ¿Qué decís? — lo mire de arriba abajo, confundida.
— Dale, loquita, veni a bailar acá un ratito — me extendió una mano. Fruncí el ceño.
¿En serio quería bailar ahora? No estaba bien de la cabeza. Con un suspiro me levante y camine hasta una de las habitaciones, saque mi celular y llame a Dogo, de reojo note a Giovani apoyándose en el marco de la puerta para mirarme.
— ¿Qué pasa? — Dogo respondió con el mismo tono de voz de siempre: tosco y bruto.
— Como ¿qué pasa? — puse los ojos en blanco aunque no pudiera verme —. ¿Para qué te voy a llamar?
Lo escuché refunfuñar.
— No sabemos nada todavía.
— Llamen a la mamá de Zeta.
— Pero la puta madre... — se quejó y escuché como caminaba —. Nos metimos en un quilombo bárbaro, boluda, posta te digo. ¿Cómo le vamos a explicar a una fiscal, eh?
Giovani se acercó y me preguntó en un susurro "¿qué carajo dice?". Alce los hombros y le indiqué con un gesto que se fuera, pero claramente no me hizo caso y se sento en la cama para intentar escuchar algo.
— Díganle que fue una pelea callejera, a la salida de un boliche, que se yo — hable al celular de nuevo —. Vos sabes mentir, invéntate alguna.
De la nada, se escucho la puerta abrirse y la música proveniente del parlante se apaga. Giovani y yo nos miramos un segundo antes de que Guzmán aparezca en la puerta de la habitación. Al toque guarde mi celular y corte la llamada disimuladamente.
— Bueno, bueno — rio Guzmán —. Encerrados en la habitación ustedes dos, ¿la están pasando bien? — con incomodidad me senté al lado de Giovani en la cama, los dos mirando al mayor como nenes en capilla —. ¿Su amigo como esta?
— Eh... lo llevaron al hospital — Gio soltó la bomba y me mordí el interior del cachete con nervios.
— ¿Cómo que lo llevaron al hospital? ¿Qué son pelotudos ustedes? Les dije que al hospital no — se sacó los anteojos de sol alterado. El chico intentó replicar pero Guzmán no lo dejo —. Llámenlo a Dogo, quiero saber todo. ¿Dónde están? ¿En que hospital? ¿Si ya lo atendieron?
Me quede callada y Giovani me codeo, así que terminé sacando mi celular. Leí en las notificaciones algunos mensajes de Dogo que decían: "Qué paso?" "Por qué me cortaste así?" "Malena lpm". Entre al chat y lo llamé, puse el altavoz.
— Malena, ¿por qué...? — empezó a decir Diego pero lo corte al toque.
— Cállate — espeté —. Esta Guzmán acá. Quiere saber que onda.
Lo escuche putear, algo que claramente no le iba a citar a Guzmán.
— Decile que recién le pudieron parar la infección, diez minutos mas y no la contaba.
Esas noticias me tranquilizaron el corazón.
— Dale, ahí le digo.
— Malena, ojo con ese chabón — dijo antes de que pudiera cortar.
— Si, si — terminé la llamada y miré a Guzmán —. Esta todo bien.
— ¿Esta en el hospital? — respondí que si —. ¿Segura?
— Ya van a volver — me ayudo Giovani.
— Parecen pelotudos ustedes.
Me cruce de piernas en mi cama y terminé de armarme una trenza en el pelo. Subí un poco el volumen de la televisión y mire la película tranquila por fin. Zeta estaba bien, ya estaba con su mama y hable con el por llamada una hora atrás. Eran las nueve de la noche y mi papa se acababa de dormir en su habitación, sobrio y eso me tranquilizaba al menos por un rato.
Todo estaba bien, creía.
Me suena el celular:
DIEGO
¿Me abrís la puerta?
Frunzo el ceño y me levanto, caminando por mi casa en absoluto silencio hasta abrir la puerta. Veo a Diego parado del otro lado de la reja y le hago una seña para que cruce, porque estaba sin llave. Cuando llega a la entrada, cierro una vez que entra y simplemente camino de nuevo a mi habitación, el me sigue.
— ¿Qué paso? — vuelvo a sentarme en la cama.
— Mi papá — murmuró entre dientes y se saco la campera que tenia puesta, dejándola en la silla de mi escritorio, lo mismo hizo con sus zapatillas antes de tirarse a mi cama de una plaza, donde apenas entrabamos los dos —. Estoy hasta las bolas.
Me acomodo sentada en una esquina, para entrar ambos cómodamente.
— ¿Qué hizo?
— La mamá de Zeta se enteró que mi camioneta estaba en el frente de la casa de Guzmán el día del robo — se pasó una mano por la cara con frustración —. Mañana tengo que ir a declarar porque sino mi viejo me mata.
Me congele.
— No hay chance de que quedes como sospechoso, ¿no? — creo que me tembló la voz.
— Ahora soy sospechoso — su mano siguió su camino y se desacomodo el pelo —. La puta madre, la re puta madre...
— ¿Y que vamos a hacer?
Vi como Dogo tanteaba la cama a ciegas hasta dar con mi mano para apretarla.
— No sé.
— Vas a tener que hablar con Guzmán.
— ¿Estas en pedo? — echó la cabeza atrás para mirarme.
— Pensa, él es el único que puede mentir y sacarte del bardo — mire la televisión tratando de ordenar mis ideas. Diego me apretó la mano para que siguiera hablando —. A él le robamos, se puede inventar cualquier cosa sobre porque estabas ahí y ya esta, es una paja porque te va a tener mas agarrado que a ninguno, pero no quedas como sospechoso.
Soltó el aire por la nariz con fuerza, resignado. No quería hacerlo y yo tampoco quería que lo hiciera, sin embargo, no habían opciones.
— Cada vez estamos peor.
La verdad, si.
— ¿Dormís acá?
— Si — dijo simple.
Le tiré una almohada al piso y me reí.
— Ya sabes donde esta el otro colchón — lo empuje un poco y me acomode en mi cama.
— Tarada — soltó una carcajada y bajó de la cama, buscando el otro colchón —. Y sácame esa película de mierda.
Claramente no iba a sacar la película y él lo sabia. Me daba risa pensar que el único lugar en el que Diego Kavanagh dormía en el piso, era en mi casa.
Así era nuestra amistad, supongo.
capítulo largo para compensar el tiempo sin actualización.
¡Capítulo sin editar!
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