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02. Plata



El tiempo de espera terminó. En ese momento, rodeada de mi grupo de amigos, toda la situación se sentía más real. El peso de lo que hicimos estaba cayendo sobre nosotros sin piedad.

— ¿Qué sabe tu mamá del caso? — Dogo se dirigió a Zeta, el cual era hijo de una fiscal.

— Allanaron la casa y la policía está investigando.

— Que mala leche, justo a ella se lo van a dar — se lamentó el Chino.

Me senté en el respaldo de uno de los sillones del local, respirando profundamente. Era increíble el problema en el que nos estábamos metiendo.

— Bueno, banquemos que falta el pibe este, tu amigo — Camila señalo a Yoni —. ¿Va a venir o que?

Mire los alrededores confundida. Es verdad, no me di cuenta de que Giovani todavía no había llegado.

— Ahí lo llamo — asintió el chico.

— Ese cabeza nos va a cagar, ¿por qué no lo sacamos? — ofreció Dogo, desconfiado.

— ¿Ah, si? ¿Y cómo se yo que no sos vos el que nos va a cagar a nosotros? — Giovani entro al local de repente, tomándonos desprevenidos.

— Porque yo tengo códigos — Dogo lo enfrento, tan altanero como siempre.

— ¿Si? Mira vos, yo también — sonrió, tomándole el pelo.

Dejando de lado las discusiones sin sentido, el Chino nos pidió a todos que cerráramos la puerta y las ventanas, para conseguir completa privacidad y así poder sacar la plata. Le hicimos caso automáticamente.

Baje una de las persianas cuando Giovani se me acercó.

— ¿Qué onda? Para estar con resaca, lo disimulas joya.

Fruncí el ceño, pero al instante me acorde de que compre botellas de alcohol en su presencia. Era normal que el chico tuviera una idea errada.

— Eh, lo que compré no era para mí — murmuré, dándole la verdad a medias, porque no veía necesario especificar nada.

El chico asintió, abrió la boca para hablar pero lo interrumpieron. 

— ¿A qué mierda esperan? ¡Vengan acá! — Dogo nos gritó.

Note a simple vista como Giovani se aguantaba las ganas de putearlo y tirársele encima. Me aguante una risa. Nos acercamos al resto justo cuando el Chino abría el bolso con la plata.

— Por Dios — susurré y volví a sentarme en el respaldo del sillón.

— Hay mucha guita ahí, eh.

— Descubriste la pólvora — Giovani se burló de Dogo.

— Cállate, imbécil.

— Bajen dos cambios, ¿no ven la gravedad de esto? — hablé atropelladamente, delatando mis nervios.

— Male tiene razón — coincidió Zeta —. Ustedes tienen que entender que mi vieja ya tiene el caso, nosotros en tres días podemos terminar presos.

— Bueno y ¿qué vas a hacer? ¿Vas a ir a pedir perdón? — Dogo se levantó de su lugar, alterado.

— No, pero no quiero terminar en cana.

— No vamos a terminar presos, no tienen nada.

— ¿Y si habían más cámaras? — inquirió Yoni.

— No, no habían más, amigo. Las hicimos mierda a todas, tranqui — Giovani le hizo saber.

— Puta madre, se llega a enterar papá y nos mata, Yoni — Eme miró a su hermano.

— Si, como a todos — se quejó Giovani.

— No, mi papá es comisario — informo Yoni.

— El mío es policía — alcé la vista para observar a Giovani, quien ahora parecía un toque más preocupado.

De solo pensar que mi papa se podía enterar de todo esto, se me erizaba la piel. No quería ni imaginarlo.

— Ah, mortal. Estos dos que el papá es comisario — señalo a Eme y Yoni —. Vos que tu papá es policía — me señalo a mi —. Este que la mamá es fiscal — por último señaló a Zeta —. ¿Qué falta? ¿Un papá o un abuelo juez?

— Es juez — Zeta levantó la mano.

— ¿Quién?

— Mi papá. Va, algo así.

La cara de Giovani era un poema, parecía no poder creer en donde estaba metido. Y con razón.

— Bueno, pero eso puede servir — Dogo trato de verle el lado bueno.

— ¿En vez de mandarnos en cana nos van a mandar a barrer escuelas? ¿Es eso? — habló el Chino, sarcásticamente.

— ¿Qué te haces el irónico, pelotudo? — se acercó con intención de pegarle, pero Camila lo freno en seco.

— No me hago el irónico, me parece que nos metimos en un quilombo por una pendejada.

— ¿Te parece una pendejada que hayan querido abusar de Eme?

— Justamente eso no. ¡Lo que me parece una pendejada sos vos haciéndote el malo, metiéndote a romper una casa como un pelotudo!

Diego intentó acercarse de nuevo, pero esta vez, Angie lo detuvo. La chica nos redirecciono al tema principal. ¿Qué íbamos a hacer con la plata? ¿Nos la quedábamos o la quemábamos?

El chino agarró dos fajos de billetes, teniendo bastante en claro lo que quería hacer.

— Les estoy dando una solución. Mi viejo se está muriendo, ¿si? Yo no voy a dejar que mi viejo se muera, yo a esto me lo quedo, con el resto hacen lo que quieren. Si llega a haber algún problema, yo me entrego por ustedes. Pero este es mi precio — explicó, mostrándonos los billetes.

— No, es una locura lo que estás diciendo — Camila le saco los billetes de las manos —. Lo hicimos juntos, vamos juntos hasta el final, ¿me escucharon?

— No, esto no lo vas a decidir vos, ni lo vas a decidir vos — Dogo se interpuso, dirigiéndose a Cami y al Chino —. Lo vamos a decidir todos. Vamos a votar, así que piensen bien lo que quieren. ¿Qué hacemos con la plata?

— Ya les dije, yo me quedo con esto y ustedes se llevan el resto — insistió el Chino.

— Si, claro, y después cuando te van a buscar soplas la bolsa y vamos todos en cana atrás tuyo — opino Giovani.

— Eso pensas vos, porque sos un cabeza sin códigos — lo atacó Dogo.

— ¿Y vos que sabes quién soy yo, pancho?

— Si la jeta te vende, mira cómo te vestís, como hablas...

Escrute con la mirada al último chico. Sus comentarios sobre la apariencia de las personas llegaban a causarme molestia. Además, cada vez que discrimina a las personas por, capaz, tener menos plata que él, me sentía atacada. No me avergonzaba mi hogar o mis condiciones de vida, para nada, en realidad me sentía muy honrada de tener un techo para vivir, pero no podía evitar el enojo que me causaban sus aires de grandeza.

— A veces esta bueno que cierres el culo un rato — le hablé a Dogo, intentando mantener una expresión neutra.

— ¿Por qué no te callas vos? Si venís de los mismos lados que él.

Solté una risa sin gracia. Ahí estaba el lado de Dogo que más odiaba.

— ¡Diego! — exclamó su novia, exaltada.

— Ya entendí todo — se metió Giovani —. Vos te pensas que porque tu viejo te presta la camioneta esa, sos más piola que nosotros, ¿no?

— El Chino se mata antes de boquearla, a vos no te conozco.

— Bueno, Diego, basta. Estamos discutiendo por una plata que no es nuestra — Camila perdió la paciencia.

— ¿Y cuál es el problema? — pregunto Zeta.

— Que no somos chorros.

— ¡Obviamente que no somos chorros, Cami, pero esto es guita sucia!

— ¿Y vos que sabes? — inquirió Yoni.

— ¿A quién te pensas que le robamos? — me levante de mi lugar, inquieta. Creí que era más que obvio que la plata era sucia.

— A una vieja que vive en el bosque haciendo medialunas — Zeta siguió gritando. A estas alturas, todo el grupo estaba alterado —. De ultima que se la quede él, es más justo, que se la quede el Chino.

— ¿Qué se lleve el Chino qué, loco? ¿Qué tan' en pedo ustedes? Yo también la necesito, loco. Aparte, ¿cómo se yo que ustedes no están todo' entongado y que lo de este es puro acting? — Giovani negó completamente.

— ¿Vos pensas que yo voy a estar jodiendo con lo de mi viejo? ¿Quién carajo sos, hermano? — lo encaro el Chino.

— Eso, ¿quién te conoce? Tómatela — Dogo se interpuso una vez más.

— Shhh, vos quédate en el molde, loco. ¿Sabes quién me conoce? ¿Sabes quién soy? El que ayer te dijo que te tapes la cara, ¿o te olvidas? — con una simple frase, Giovani acallo a todos —. Que sino estarías en todas las noticias, estaría empapelada la ciudad con tu cara, bobo. Ese soy.

— ¿Nos podemos calmar? Somos todos amigos, hasta ayer nos estábamos cagando de risa y ahora nos estamos arrancando los ojos por plata — opino Zeta.

Estaba en lo cierto.

— No, los ojos te voy a arrancar si no me das la que me corresponde, hermano. Están todo' en pedo ustedes — Giovani insistió —. Aparte, me la dan, y no me ven más la cara, corta.

Ofrecieron repartir la plata en partes iguales, pero Camila exigió que el Chino necesitaba más. Los demás se opusieron automáticamente.

— Todos tenemos problemas, Chino. Digo, Eme esta con la transición, las hormonas le cuestan un montón porque está haciéndolo medio a escondidas... — Angie empezó a hablar y Eme frunció el ceño, sin comprender porque la chica sacaba a relucir aquello —. También esta Male, que necesita comprar las cosas que el padre le pide para no terminar mal y ahora que dejo el laburo...

La vergüenza se apodero de todo mi ser.

— Estaría bueno que en vez de hablar sobre nosotras, hables de vos misma — le deje las cosas en claro. ¿Quién se creía que era para contar mis mambos? —. Ocúpate de tus problemas, Angie, no te metas con los míos.

Rápidamente gire a ver a Giovani, el cual me miraba totalmente en silencio. Su expresión no me decía nada, pero me di cuenta que unió las piezas, y terminó por descubrir que el alcohol que compre la noche pasada era para mi papá. Mi vergüenza aumentó y agaché la cabeza con tal de esconderme.

— Le estoy explicando al Chino, nada más — se excusó Angie.

— ¿Podes dejar de dar vueltas para decir que dejaste la facultad? ¿Lo vas a comparar con lo que le pasa al Chino? — la acuso Camila.

— ¿Por qué el papa del Chino se esté muriendo los problemas de los demás no valen?

Las discusiones continuaron durante los siguientes minutos, apenas ceso, Zeta empezó a repartir los fajos de billetes en partes iguales. Solo imaginarme tocando esa plata me genero asco.

— Toma, agárrala — Zeta me acerco un fajo. Negué —. Dale, no pasa nada.

— No pienso tocar eso — retrocedí varios pasos —. Ya bastantes problemas tengo como para sumarme uno a la lista.

Sin más que decir, salí del local.




Empecé a caminar sin rumbo, terminando en una plaza a unas cuadras del local. Me senté en el pasto, con intención de despejar mi mente. No quería volver a mi casa, porque ahí no me esperaba nada mejor, así que me iba a quedar en la plaza hasta que se hiciera tarde.

Los alrededores estaban vacíos, al menos hasta que apareció alguien a quien no esperaba.

— ¿Puede ser que camines tan rápido, loca? Para un toque, casi me muero. Seguirte a vos es peor que correr de la cana — Giovani se dejó caer al pasto, recuperando el aliento.

— ¿Qué haces? — pregunté, mirándolo fijamente.

— Tengo que hablar con vos.

— ¿De qué?

— Tus amigos, esos panchos — tiro su riñonera a mis piernas, me indicó que la abriera y así lo hice. Volví a cerrarla rápidamente al encontrarme con dos fajos de plata.

Mire los alrededores para cerciorarme de que nadie podía vernos.

— ¿Qué haces con esto acá? Es un peligro — le devolví la riñonera, asustada.

— Me dieron tu parte, casi pidiéndome que te la emboque, porque a toda costa querían que te la quedes — sacudió la riñonera frente a mi, con una sonrisa formándose en sus labios.

— No quiero esa mierda, ¿que parte no entienden? — me levante, sacudiéndome la ropa para eliminar cualquier suciedad —. Déjame en paz, Giovani.

— Bueno, che, no te la agarres conmigo porque no tengo nada que ver. Son tus amiguitos los que te quieren enzoquetar la guita.

Asentí, entendiendo su punto, más no aceptándolo.

Emprendí camino devuelta al local, con intención de devolver la plata lo más pronto posible. Giovani no tardo en seguirme.

No demoramos mucho en llegar. Apenas entramos al lugar, busque al Chino con la mirada.

— Dame la plata — le pedí a Giovani, el abrió la riñonera nuevamente y me entrego un fajo, no tarde en tirarlo sobre una mesita. El Chino alzó las cejas, sorprendido —. Quédatela, úsala o quémala. No me importa. Yo no la quiero.

— Pensalo bien, te puede servir mucho — el chico se acercó un poco, dudoso.

— ¡No quiero plata robada! — mi voz salió en un grito inesperado —. ¿Te pensas que necesito más problemas? Conecten dos neuronas y déjenme en paz  — se me había acelerado la respiración. El Chino agarró el fajo con indecisión —. Esa plata no es nuestra, no es tuya, no es mía, y seguramente tampoco era del chabon al que le robamos. Yo no me quiero sentir culpable, Chino, así que hagan lo que quieran con la plata.

— Está bien, tranquila, nadie te va a obligar a nada — llevo una mano a mi hombro.

— Escúchame, si alguno llega a caer, sabes que yo voy a estar acá, los voy a defender siempre y me voy a entregar si es necesario. Eso no lo dudes — hablé con total sinceridad. No querer la plata, no significaba que los iba a dejar en banda.

El Chino asintió y no esperó más para brindarme un abrazo, el cual necesitaba muchísimo. Un carraspeo a nuestras espaldas nos obligó a separarnos. Giovani nos miraba con las cejas fruncidas.

— Ojo que sigo acá todavía — aviso, sarcásticamente.

— ¿Y qué haces que no te fuiste? — el Chino lo miro de arriba abajo.

— ¿Qué te importa, loco? — alzó los hombros, después me miró —. ¿Te acompaño a tu casa?

— Bueno, dale — asentí. Mientras me acercaba a la puerta de salida, le regale una sonrisa al Chino —. Nos vemos.

— Chau — se despidió, forzando una sonrisa que no pasó desapercibida para mí. Le daba desconfianza que Giovani me acompañara a casa.

La primera, y única, razón por la que acepté que Giovani me acompañara, era porque mi casa quedaba de camino a la suya así que, quisiera o no, nuestros caminos se cruzaban. Aparte, Giovani no me generaba inseguridad, así que el Chino no se tenía que hacer problema.

Salimos del local y Giovani no se dignó a hablarme durante la mitad del camino. Me mordí el labio inferior con incomodidad.

— Así que tu papá es cana — rompió el silencio, dejando salir una carcajada —. Esa no la tenía, eh.

Me tensé. Giovani me estaba dejando en claro que había escuchado todo con atención.

— Ponele, me parece que en cualquier momento lo fletan.

Apenas pronuncie las palabras, me dieron ganas de golpearme la cabeza contra una pared. ¿Qué se me dio por sincerarme con Giovani? Todavía no sabía si era alguien de confianza como para contarle mis cosas.

— ¿Posta? — cuestionó, pero al notar mi arrepentimiento, cambió la frase —. No sientas vergüenza, todos tenemos problemas — alzo los hombros.

— Olvídate de lo que te dije, por favor — casi rogué. No quería meter a mi papá en quilombos.

— Está bien, no te hagas drama — aceptó. Pareció analizar bastante sus siguientes palabras antes de pronunciarlas —. Te voy a preguntar algo de onda. ¿De verdad no necesitas la plata? Contéstame la posta.

Lo pensé durante unos segundos.

La plata no era algo de lo que carecía, mi papá trabajaba y con eso bancábamos la casa y necesidades. Respecto a los pedidos de mi papá, como su alcohol, yo los pagaba con mi propio laburo. Hace menos de un mes me echaron del lugar en donde trabajaba, pero estaba segura de que conseguiría otro puesto en algún lado. Así que no, no necesitaba esa plata.

— No la necesito — pronuncié con seriedad.

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