EPÍLOGO
Invisible string -Taylor Swift
Los cuentos de hadas no existen ni tampoco los destinos fijos, esos que llevas contigo desde el momento en el que naces.
La vida cambia, cambia con cada decisión que tomas, con cada decisión que no tomas, con cada dirección que decides escoger y con cada palabra que decides decir.
Todas las decisiones que tomamos, por pequeñas que sean, cambian nuestras vidas de una u otra manera.
Jessica embaló la penúltima caja, la encintó de lado a lado y le dio dos palmaditas cuando estuvo lista.
Habían metido dos años de vida dentro de unas cuantas cajas y ahora, era el momento de volver a empezar de cero. Había pasado otro año y el verano ya planeaba sobre sus cabezas con su calor infernal.
—¿Entonces tampoco vas a quedarte con el de ayer? —dijo la dulce voz al otro lado de la línea.
—Pues no pero no importa, si he estado buscando más de un año y medio, puedo seguir buscando un poco más. Mañana iré a visitar otro, ¿vendrás conmigo?
—Pues claro que sí, tengo que enseñar una casa a las doce pero podemos ir antes y luego podríamos comer juntas, ¿qué te parece?
Jessica sonrió.
—Me parece bien, nos vemos mañana entonces.
—Vale cariño, hasta mañana. Te quiero, Jessica.
—Yo también te quiero, mamá. Hasta mañana.
Jessica colgó el teléfono, la casa estaba vacía salvo por las cajas que quedaban por cargar en el coche. Una oleada de nostalgia amenazó con ponerla a llorar, habían pasado tantas cosas en esa casa, en su sofá destartalado, entre sus paredes llenas de grietas.
Sacudió la cabeza, no era momento de ponerse triste sino de comenzar una nueva vida con felicidad y amor. Halit bajó sus trajes de la habitación, los cargó en el coche y regresó para seguir llevando cajas.
Agarró los adornos navideños pero en lugar de coger la caja por debajo, la sujetó por las solapas y esta no tardó en ceder.
Las bolas cayeron por su propio peso al suelo, rodaron de un lugar a otro esparciéndose por el suelo del salón. Una llegó hasta el pie de Jessica y ella comenzó a reír.
Miró a su marido, él estaba siguiendo la trayectoria de las bolas con sus ojos. Se acercó y le acarició la mejilla. Él la miró.
—¿Estás bien, cariño?
—No, estoy muy nervioso por mañana.
Jessica le dio un beso corto.
—No tengas miedo, todo saldrá bien. Vas a trabajar en una empresa buenísima y sabes que mi padre te acompañará hasta que te adaptes.
—No sabes cuánto se lo agradezco, no te preocupes. Me merezco este trabajo, voy a hacerlo muy bien —le respondió.
Ella lo miró con orgullo, Halit se había convertido en un hombre seguro de sí mismo, feliz, valiente, fuerte.
—¿Y tú has hablado con tu madre?
—Sí, mañana me acompañará a ver otro local para la academia y quizá después comamos juntas.
—¿Solo quizá? —bromeó Halit abrazándola por la espalda.
Ella lo miró.
—Solo quizá —respondió con el mismo tono.
Cuando cargaron la última caja y la casa quedó completamente vacía, Jessica no pudo evitar que la nostalgia tomara el control de su cuerpo y que los acontecimientos que habían ocurrido en los últimos cinco años se repitieran como una película ante sus retinas.
Había aprendido muchas cosas, como que las vidas perfectas no existen, que nada que sea perfecto es real pero eso no significa que lo imperfecto sea malo o equivocado.
Había aprendido que las personas a las que amamos cometen errores pero las amamos así, igual que ellos nos aman a nosotros de la misma forma a pesar de nuestras equivocaciones.
Por eso forman parte de nuestras vidas, por eso son nuestra familia.
Unos pasos se asomaron a la puerta de entrada, Lauren venía acompañada de Robbie y traía a Mavi del colegio.
—¿Hola? ¿Hay alguien en casa?
—preguntó.
La niña corrió hasta Jessica para abrazarla y luego se dirigió a Halit.
—Muchas gracias por traerla, Lauren. Estamos un poco liados con la mudanza y no tenemos tiempo.
—De nada, mujer. Me cae de camino a casa.
Halit asintió.
—Cuando ya estemos instalados, podríamos cenar todos juntos, ¿no? Cocinaré yo, tranquila. Si dejamos cocinar a mi esposa, moriremos envenenados.
Jessica le dio un golpe en el hombro pero Lauren comenzó a reír.
—¡Oye que he mejorado mucho en este año! Ya casi no se me quema nada
—presumió.
—Vale pero de todas formas, deja que cocinemos Halit y yo —bromeó Lauren—. Tengo turno de noche en el hospital, nos vemos mañana familia.
—Buenas tardes, Lauren —se despidieron.
Lauren se marchó de allí, los trabajadores de la empresa de mudanzas estaban listos para irse y tenían que devolver las llaves a la inmobiliaria antes del mediodía. Pero cuando se dispusieron a marcharse, Mavi se cruzó en su camino.
—¿Por qué tenemos que irnos? No me quiero ir —gritó y salió corriendo hasta el jardín.
Jessica y Halit la siguieron, la niña se había sentado sobre la hierba con los brazos cruzados y un puchero que indicaba llanto.
Se miraron entre sí y luego se sentaron junto a ella.
—Solo nos vamos a dos calles de aquí, cariño. La casa se nos ha quedado pequeña y tú cada día creces más.
Necesitamos un poco más de espacio —explicó su padre.
—¿Por qué necesitamos más espacio? ¿Viene un bebé?
A Jessica se le escapó una carcajada nerviosa y Halit la miró con una sonrisa traviesa.
—Nada de bebés por ahora, mi amor. Pero esta casa se nos ha quedado muy pequeña. Necesitas una habitación más grande con un escritorio para estudiar y una cocina con mejores muebles para que papá pueda cocinar.
Jessica se colocó detrás de ella y comenzó a peinarle el cabello con los dedos. La niña se recostó en su hombro.
—Pero yo quiero estar aquí, me gusta esta casa. ¡Aquí fue dónde empezó todo! —exclamó.
Halit miró a Jessica por encima de la niña y ella le sonrió y se encogió de hombros. Al mirarla, Halit recordó que había algo que no les había contado nunca.
Entonces las abrazó a las dos y se acopló en el medio para poder mirarlas.
—¿Quieres que te cuente un último cuento en esta casa, Mavi?
La niña lo miró mal y se deshizo de su abrazo para poder cruzarse de hombros y demostrar lo ofendida que se sentía.
—Sí —dijo entre dientes.
Jessica escondió su rostro en el hombro de Halit, riéndose. Él se aclaró la garganta y sus labios se posaron con delicadeza en la cabeza de su esposa y después, de su hija. Se aclaró la garganta.
—Érase una vez una princesita muy muy pequeña, del tamaño de un garbancito
—rio— que a pesar de lo pequeña que era, ya sabía lo que era el dolor…
Jessica se apoyó contra su hombro, Halit la miró y le guiñó un ojo.
—¿Y a mí que me importa esa princesita? —preguntó Mavi.
—Claro que te importa, déjame seguir hablando. Cómo iba diciendo…
La princesa siempre estaba triste, dentro de su castillo siempre estaba lloviendo y ella corría y corría para esconderse de la lluvia y salir a la luz pero por más que lo buscaba, no era capaz de encontrar el sol.
Yo no creo que las personas nazcamos con un destino pero sí creo que nacemos unidos, atados por un hilo invisible a esas otras personas a las que debemos encontrar y cuando el hilo tira de nosotros y nos une, ya nada puede volver a separarnos.
—Yo no creo en esas cosas —interrumpió la niña. Halit sonrió.
—¿Estás segura? Déjame seguir hablando.
Cómo te decía…
Un día la princesa fue acompañada a una cafetería, solo tenía cuatro años pero ya sabía que su cosa favorita en el mundo era la leche con chocolate. Ella lo ignoraba en ese momento pero mientras pedía su leche, a cuatro metros y tres mesas de distancia, había un príncipe. ¿Sabes lo que pasó después, Mavi? Ese día el cielo se abrió y envió un ángel, las campanillas de la cafetería tintinearon y atravesó la puerta. Esa era la primera vez que el príncipe y el ángel se veían y para ellos, la princesa no era más que una niña preciosa con un vestido azul pidiendo en la barra. Aunque lo cierto es que era mucho más que eso, era ella quien estaba al final de sus hilos y eran ellos a quien la pequeña princesa esperaba para que abrieran el cielo y la ayudaran a encontrar el sol. Desconocían todo lo que vendría después, todo el amor que construirían a pesar de sus heridas, el hogar que levantarían sobre ladrillos rotos. No sabían que que a veces la vida tiene que romperse para volver a unirse, que todos los días lluviosos traen un día soleado después.
Esa mañana la pequeña princesa salió de la cafetería sin saber que por fin había encontrado el sol. El príncipe, el ángel y la princesa se marcharon de allí sin saber que un día, los hilos de sus vidas volverían a tirar de ellos y que cuando los unieran de nuevo, nada nunca podría volver a separarlos.
Jessica lo miró, una lágrima se escapó de uno de sus ojos.
—¿Halit? ¿Estás hablando en serio?
Él comenzó a llorar también y pegó su frente a la de su esposa. Luego sonrió y asintió. Él no lo supo hasta algún tiempo después y nunca les había contado esa historia pero era real.
Tan real como el sol que les daba luz.
Mavi tiró de su camisa, estaba sonriendo.
—¿Qué pasó después, papi? ¿Qué pasó?
Él frotó su nariz contra la de ella.
—¿Quieres saber quién era esa princesita?
—¡Claro! —gritó la niña y él suspiró y las abrazó más fuerte, al lugar en el que pertenecían.
—La princesa eras tú, Mavi. Y, ¿a qué no adivinarías quienes eran el príncipe y el ángel?
Todavía nos llevó mucho más tiempo entenderlo porque no lo sabíamos pero cariño, esa fue la primera vez que estuvimos juntos.
FIN.
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