CAPÍTULO VEINTIUNO
Up&Up -Coldplay
El colegio de primaria de Luna Azul era bajito, de un gris perlado y con unos ventanales grandes y limpios.
Al edificio se accedía por la parte trasera, donde estaba situado un patio de arena con varios columpios, balancines y toboganes.
Allí había una verja de color azul que permanecía abierta durante media hora todas las mañanas de ocho y media a nueve en punto.
Una profesora recibía allí a los pequeños y a los que eran nuevos, los conducía a través del patio hasta una entrada que daba a un largo pasillo donde comenzaban las aulas de clases.
Mavi llevaba un bonito uniforme escolar basado en unos zapatos negros con unos largos calcetines verde oscuro, una falda gris plisada, un polo blanco y un suéter verde oscuro por encima.
Jessica la había peinado con dos coletas y le había dibujado un corazón con sus iniciales en la mejilla. Estaban solas, Halit no las había acompañado porque esa mañana, tenía una entrevista de trabajo pero se mantenía pegado al teléfono para darle a Mavi un último consejo antes de que entrara en su nueva escuela por primera vez.
—No me gusta este uniforme, es horrible. Yo quería traer mi vestido rosa
—protestó la pequeña.
—Pues a mí me parece bonito.
—¡Porque tú lo digas! —soltó y luego le sacó la lengua.
Jessica se paró frente a la verja del colegio, entrecerró los ojos para mirarla mal y se agachó a su altura.
—Oye renacuaja a mí no me hables así, ¿qué culpa tengo yo de que el colegio tenga uniforme?
Pero lo único que logró con sus palabras fue que la niña apartara la mirada de ella, tenía los labios fruncidos y cara de estar muy enfadada.
—¿La has oído, Halit? Esto es por tu culpa, la estás malcriando.
—La he oído, ¿me la pones al teléfono?
—Te la pongo pero como se te ocurra darle uno de tus horribles consejos a Mavi, te juro que…
La niña levantó sus manos en el aire y para cuando Jessica quiso darse cuenta, ya se había hecho con el control del teléfono y tenía una enorme sonrisa en los labios y la expresión más dulce del mundo en el rostro.
—Hola papi —dijo con voz angelical.
—Hola papi —repitió Jessica con tono de burla.
La niña volvió a sacarle la lengua mientras se enrollaba el cabello entre los dedos.
—Sí, papi. Claro, papi. Por supuesto, papi.
—Y lo más importante, Mavi. Si algún niño te llama tonta o te tira del pelo, tú le das una buena patada en…
Jessica le quitó el teléfono a la niña justo antes de que Halit terminara su consejo.
—Gracias a Dios que nos estamos divorciando porque eres una pésima influencia para ella, capullo.
Halit se rio antes de que Jessica colgara el teléfono. Tomó por la mano a la niña y entraron juntas en el recinto, donde una profesora las esperaba para recibirlas pero antes de que pudieran llegar hasta ella, un hombre de cabellos castaños algo canosos se interpuso en su camino, iba vestido con un chándal azul y era un poco más alto que Jessica.
—¿La señora Denson? —le preguntó.
Ella extendió la mano hacia él.
—La misma y esta es Mavi, mi hija.
—Hola Mavi, yo soy el señor Matthew, el profe de educación física.
—No me esperaba que fuera el profesor de matemáticas con un chándal —soltó la niña.
Jessica tuvo que mirar hacia otro lado, intentó camuflar las risas con un golpe de tos pero los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Lo siento, es que… —Intentó disculparse pero luego pensó en que, de cierta forma, la niña tenía bastante lógica.
—No se preocupe, es cosa de niños.
El profesor le acarició el cabello a Mavi y la niña miró a Jessica para guiñarle un ojo antes de salir corriendo hacia la fila. Al llegar, se colocó muy recta, mirando de un lado a otro.
Mientras la miraba Jessica pensó que Mavi era Halit, era su copia al carbón, una imitación casi perfecta. La forma en la que caminaba, la forma en la que se expresaba, incluso confundía izquierda con derecha igual que él.
Quizá los lazos que unían a Mavi con Halit no fueran de sangre pero esa niña era más hija suya de lo que alguna vez había sido de su propio padre.
Jessica alejó sus pensamientos, no era momento para ponerse reflexiva. Se giró hacia el profesor, que todavía seguía allí y le sonrió.
—Gracias por la bienvenida, nos veremos por aquí.
Él asintió con efusividad, demasiada quizá. Jessica no notó cómo él la miró, ni cómo se dibujaron en sus ojos las ganas de volver a verla.
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Jessica abrió la puerta de casa con un par de bolsas en las manos, había aprovechado para comprar el pan. Lo primero que oyó al entrar fue el sonido de la televisión encendida, la casa ya estaba fregada y Halit estaba sentado en el sofá.
—¿Cómo ha ido la entrevista? —preguntó todavía desde la cocina.
—Dijeron que ya me llamarían así que no me han contratado.
Ella dejó las bolsas en la encimera y fue hasta el salón, Halit tenía una mano bajo la mejilla y miraba la televisión sin ningún interés.
—¿Cómo estás tan seguro?
Pero él no le respondió, siguió a lo suyo como si no la hubiera escuchado. Jessica se colocó tapándole la vista, él gruñó en respuesta y se estiró en el sofá pero ella extendió el brazo a su espalda y apagó su fuente de entretenimiento.
—Halit —lo llamó.
Él la miró, luego volvió la vista al frente, estaba evitando sus ojos. Estaba mintiendo.
Jessica se puso de cuclillas frente a él, le colocó la mano en la rodilla para que la mirara.
—Halit —repitió.
—No he ido, ¿vale? De todas formas no iban a contratarme.
—No digas tonterías, ¿por qué no iban a contratarte? Tenías unas notas buenísimas en la universidad. Cualquier empresa te querría.
Él se incorporó y se inclinó cerca de ella.
—Tienes razón, cualquier empresa me querría. Pero, ¿y si me hubieran contratado, Jessica? ¿Y si me hubieran contratado y luego hubieran descubierto que no soy lo suficiente bueno?
Ella suspiró y cerró los ojos durante un momento.
—Bueno yo no me creía capaz de cuidar a una niña de seis años y ahora puedo bañarla sola y me sé de memorias cien canciones infantiles —bromeó, Halit sonrió—, lo que quiero decir es que te sorprendería lo mucho que puedes conseguir con solo intentarlo.
Él asintió despacio.
—Está bien, te prometo que la próxima vez iré y conseguiré el trabajo. De todas formas si me echan después, siempre puedo ser el marido mantenido de una mujer millonaria.
Ella soltó una risa y le pegó un golpe en el hombro.
—De eso nada, guapo. Ni soñarlo. Ahora muévete, tenemos la reunión de padres y madres a las doce.
Halit cogió uno de los cojines del sofá y se tapó la cara con él.
—Menudo rollo, ¿es obligatorio? ¿No podemos escaparnos?
Jessica sonrió y se apoyó con los dos brazos en sus piernas.
—¿Sabes qué? Estoy de acuerdo, vamos a escaparnos.
—Si no tuviéramos un alquiler que pagar y una niña a la que cuidar, tú y yo nos iríamos a la otra punta del mundo.
Jessica negó riendo, se levantó y le dio una bofetada suave en la mejilla.
—Anda, idiota. Tú no podrías estar sin esa niña, mueve el culo.
Halit sonrió, tenía razón. No podría estar sin ella. No podría estar sin ellas.
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Cuando llegaron al colegio, al reloj le faltaban diez minutos para llegar a las doce. La verja azul que daba al patio estaba cerrada, Halit llamó al telefonillo y del otro lado respondió la jefa de secretaría.
—Buenas tardes, somos Halit y Jessica Denson.
—Buenas tardes, ya pueden pasar.
La verja vibró y se abrió con un empujón suave. Pero del otro lado, no había nadie.
Halit miró a su alrededor, la puerta que daba desde el patio al colegio también parecía cerrada.
—¿Estamos seguros de que era hoy?
—Pues eso nos dijeron ayer, hoy a las doce. Pero quizá hayamos llegado muy temprano. Vamos a esperar un poco.
Jessica se apoyó en una de las paredes, en la parte más baja había rayones hechos con ceras y algunos dibujos mal hechos.
Halit mientras tanto se dedicó a dar vueltas alrededor del patio, a mirar a los columpios, a los balancines y toboganes, a levantar la tierra del suelo con sus zapatos para mitigar el aburrimiento.
Cuando se cansó de dar vueltas, se acercó hasta ella y le dio un codazo.
—Mira Jess, ese de ahí es tu mayor miedo.
Señaló a uno de los toboganes.
—No tenía miedo, es que me pilló desprevenida. No esperaba tener que tirarme por la rampa después de tantos años.
—¿Ah, no? Pero si me tuve que quedar esperando abajo para que te tiraras. Casi me obligas a llamar a los bomberos para que acudieran en tu rescate —se burló.
Jessica le dio un golpe en el brazo.
—¿Qué dices, idiota? ¿Cómo le voy a tener miedo a un tobogán para niños pequeños? Es que era de noche y no veía bien —dijo.
Él asintió con los labios apretados y una sonrisa pícara.
—Excusas, excusas. Claro que no le tienes miedo, ni yo se lo tengo a las películas de terror. En absoluto.
Jessica lo miró queriendo enterrarlo en la arena bajo sus pies, en su cabeza lo golpeó repetidas veces para que callara y después, miró al tobogán. No podía permitir que su orgullo se perdiera por culpa de un juego de niños.
—No le tengo miedo, ahora verás.
Pasó de largo por el costado de Halit, caminó todo lo firme que pudo a pesar de que sus botas se estaban clavando en la arena y colocó las manos a cada lado de las escalerillas del tobogán.
—¿Pero qué haces, Jessica? ¡Estamos en un colegio! —gritó Halit pero ella lo ignoró.
Subió por las escalerillas, luego tuvo que agacharse para llegar al frente del tobogán y se sentó con las manos agarradas a la barra de seguridad que había por encima de su cabeza. Halit se puso delante de la rampa.
—¿Ves? Aparta que voy.
Pero él levantó la mano para detenerla.
—Si no tienes nada de miedo, baja de pie.
Ya me entiendes, corriendo.
Jessica miró de un lado a otro y sonrió.
Era una mala idea, una idea solo propia de dos niños pequeños que se divierten haciendo travesuras.
Pero Halit era un magnífico instigador y Jessica se había convertido en su compañera de juegos perfecta.
Se agarró con más fuerza a la barra de seguridad, primero se puso de rodillas, las piernas le temblaban y el corazón le iba a mil por hora pero no se rendiría.
Luego puso una bota sobre la rampa, esta se le resbaló y solo el agarre de sus manos impidió que cayera de la peor posición posible. Pasó la cabeza para quedar del otro lado de la barra y colocó la otra bota para ponerse de pie.
Cuando lo consiguió, levantó las manos en el aire como signo de victoria mientras reía. Allí arriba con el patio a sus espaldas, la brisa pegada a su rostro y Halit esperándola abajo, Jessica se sintió feliz.
Muy feliz. Sin pensarlo dos veces se lanzó hacia abajo, Halit sabía que no podría aterrizar sin caerse, que las botas le resbalarían al llegar hasta abajo y se caería de espaldas.
Pero él no tenía planeado dejarla caer.
Tal y como había previsto, las botas le fallaron en el último tramo pero cuando llegó hasta ahí, Halit ya estaba a su lado y la cogió por la cintura en el último segundo, sacándola del columpio en volandas.
No la dejó en el suelo, sus pies no volvieron a tocar tierra sino que, todavía con sus manos sobre su cintura, le dio vueltas en el aire.
Jessica echó la cabeza hacia atrás y su risa llenó todos los vacíos, el del patio y el del corazón de Halit. Él también había cerrado los ojos, disfrutando de ese momento que no quería que acabara nunca.
Donde solo eran ellos, sin pasado ni futuro.
Pero cuando el mundo lo obligó a abrir los párpados, Halit notó que por detrás de ellos, una escena de pares de ojos los estaban mirando. No estaban solos, tenían compañía.
Con rapidez bajó a Jessica, ella no entendía nada y estaba mareada así que todavía riendo, se apoyó en su hombro para no caerse. Una mujer de cabellos rubios y gafas redondas los estaba mirando con una sonrisa incómoda.
—¿Buenas tardes? —preguntó— Los estábamos esperando en el salón de actos.
Halit agarró del brazo a Jessica para que dejara de reírse.
—Buenas tardes, no sabíamos dónde era la reunión.
La mujer miró por encima de su hombro, había otras mujeres y algún que otro hombre, todos parecían tan incómodos como desconcertados.
—Ustedes deben ser Halit y Jessica Denson, los padres de Mavi.
Ellos se miraron, sonrieron y después, sus brazos se entrelazaron.
—Los mismos.
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