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CAPÍTULO VEINTIOCHO

Let me down slowly -Alec Benjamin

Jessica no podía dormir. La habitación de Blake -a la que una vez llamó propia- era tan cómoda para el resto de personas como incómoda para ella.

Las paredes estaban demasiado bien pintadas de un gris claro, en la cama no había ningún muelle flojo que le pinchara las costillas de vez en cuando y las mantas estaban tan lisas que parecían recién planchadas.

No había grietas, ni una persiana chirriante, no había nada que llamara la atención, nada que fuera lo suficiente especial para fijarse. Era perfecta, pulida, cuidada.

Pero no era suya, no era su habitación, no era su casa.

No estaba en Luna Azul ni tenía los muebles amontonados, no escuchaba los ronquidos de Mavi ni a Halit levantándose al baño tres veces todas las noches.

Lo único que escuchaba era los latidos de su corazón, su respiración tensa y esa ansiedad que estaba creciendo desde su estómago.

Jessica salió corriendo cuando sintió que le faltaba el aire, que había dejado de pensar con claridad porque el oxígeno no le llegaba y salió al jardín.

La casa de Blake estaba rodeada de jardín a izquierda y derecha, con un camino en medio. Sin querer dio un portazo, dejó la puerta abierta y respiró tan fuerte como pudo al salir pero el problema no era el aire, ni el lugar a su alrededor.

El problema era ella.

Cayó de rodillas sobre la hierba, con las manos en su cara, con las palabras que no había dicho atravesadas. Blake la oyó y salió corriendo junto a ella, se la encontró llorando, sollozando sola en mitad de la noche.

No había consuelo, ni abrazo posible, no había palabras ni curas, no había nada que pudiera remendar los pedazos de su corazón roto.

El cielo podría haberse partido en miles de esquirlas, la luna podría haber clamado su nombre al viento, nada importaba, nada tenía sentido ni lógica. Ni esa habitación, ni esa casa, ni ella misma.

No era nada, ni nadie, no era ni el reflejo de su imagen en un charco, no había nada que le devolviera la mirada frente al espejo.

Era como si todo el mundo hubiera perdido la forma y la lógica. ¿Qué sentido tenía la vida si no estaban ellos?

¿Qué sentido tenía ella si no los tenía a ellos? ¿Quién era ella sino todo el amor que aguardaba dentro de su corazón? ¿Qué era su vida sino todos los recuerdos de un año que debió haber durado eternamente?

Estaba ahogándose, bajo agua helada, con una soga al cuello, perdida en la oscuridad. Estaba muerta porque estaba incompleta, estaba congelada porque no tenía sus abrazos, estaba sola porque no tenía a su familia.

No quería estar allí, no podía estar allí, no había refugio ni lugar. Solo quería estar en casa, solo quería volver a casa. Solo quería volver a sus muebles amontonados y a su sofá desvencijado, a ese hogar que juntos habían construido a base de piezas rotas.

Mientras Jessica sollozaba en los brazos de Blake, solo podía pensar en cómo la vida había decidido quitarle todo lo que era incorrecto para darle justo lo que era correcto, en el momento equivocado. Ellos eran ella y ella era ellos pero ahora estaba sola y la vida le dolía.

—No puedo estar aquí, Blake —sollozó—. No puedo estar sin ellos.

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Halit tenía la cabeza escondida entre las piernas, no había dormido nada en dos días. No había comido, no se había cambiado de ropa, no se había movido del sofá desde la mañana anterior.

Annabelle llegó con un café humeante entre sus manos, lo colocó sobre la mesita del centro y le puso una mano en el hombro. Él la miró, tenía los ojos enrojecidos y unas marcas violáceas delataban su falta de sueño.

—No puedes confiar en esa mujer —le dijo despacio, no queriendo perturbar el frágil estado de falsa paz en la que él se encontraba, sabedora de que cualquier paso en falso podría hacerlo explotar.

Ella seguía teniendo los mismos arrebatadores ojos azules que unos años atrás, su cabello negro como el carbón siempre recogido en moños altos y sus trajes de satín, tan sugerentes como elegantes.

Era una mujer bellísima, al mirarla Halit recordaba los inicios de sus años veinte, cuando todavía era un chiquillo perdido en la universidad y pasaba las horas muertas con ella.

Hubo una época en la que Halit creyó que el amor vestía trajes de satín, navegaba por los alrededores de Cambras en yate y se perdía en los placeres de la noche.

Pero después conoció a Jessica y descubrió que el amor son las cosas más pequeñas, como que alguien recuerde que te gusta el zumo con pulpa o que te lleven leche a la cama cuando estás enfermo.

Antes de Jessica, Halit no sabía lo que era el amor, ni el respeto, ni el cariño.

Ni mucho menos la familia. Por eso le resultaba tan imposible creer que ella lo había tirado todo por la borda llamando a su expareja, quizá esa noche lo hubiera rechazado pero Halit había querido creer que en el fondo, muy en el fondo de su corazón, Jessica también lo quería aunque solo fuera un poco.

Con una milésima parte del amor que ella pudiera entregarle, él ya tendría más amor del que había conocido en toda su vida.

Era suficiente, más que suficiente y le entregaría la luna y todas las estrellas si ella tan solo lo abrazaba una vez más. Miró a Annabelle con mala cara y aunque no le apartó la mano, le hizo saber con su mirada que estaba incómodo.

—¿Y cómo puedo confiar en ti después de todo? —rebatió.

Ella le sonrió con confianza.
Eso era lo que le había gustado con ella, la confianza de una mujer más mayor que él que tenía las experiencias de una vida muy diferente a la suya.

—¿De verdad me consideras tan idiota, Halit? Siempre supe que no eras más que un crío buscando dinero y un poco de diversión. Creías que me engañabas pero la verdad es que yo dejé que lo hicieras, ¿te creías más inteligente que una mujer con el doble de edad y experiencia que tú? Por favor, no me hagas reír. Siempre tuve mis propios intereses.

Él frunció el ceño y ella le acarició el cuello.

—¿Y cuáles son tus intereses ahora? ¿Te sigo interesando después de todo este tiempo? —preguntó.

—Los hombres como tú, interesan a todo el mundo, no soy tan especial. La única diferencia entre las otras mujeres y yo, es que yo supe aprovecharme de ti tanto como tú de mí.

Halit se puso de pie.

—No esperes nada de mí, Annabelle. Puedes renunciar al caso si quieres, mañana voy a declararme culpable de todos los cargos.

—¿Todavía sigues confiando en esa chica?

Él asintió.

—Ven conmigo, Halit. Voy a demostrarte que no debes confiar en ella.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Jessica no podía respirar. No había nada especial en el aire, no había contaminación ni hacía tanto calor que sus pulmones se hubieran encogido.

Sentía como si el cielo se le hubiera caído encima, como si una capa de piel gruesa hubiera sido extendida por encima de su cabeza y la estuviera asfixiando.

Sentía una carga en todo el cuerpo, una pesadez de la que no lograba deshacerse. Se había dado una ducha larga, había frotado su piel con jabón pero la pesadez no se había ido desde la noche anterior. Daba igual lo que hiciera, seguiría estando ahí.

No era su cuerpo el que estaba destruido, era su corazón, su mente. Las horas no pasaban, el tiempo se había detenido y el mundo, que una vez le pareció tan dulce, se había teñido de un color turbio y opaco a través del que era imposible ver.

Cuando el coche de Blake dobló la esquina y Jessica divisó la cafetería de la calle 13 de Santa Mar, un nudo se le formó en la garganta.

Los recuerdos llegaron a ella como una lluvia helada, pequeñas gotas convertidas en puñales abriéndole surcos en la piel.

Blake sabía lo que estaba haciendo, la había llevado allí con el firme propósito de que ella jamás olvidara todo por lo que había pasado.

Jessica recordó esa época de su vida de forma palpable, casi física. Nunca olvidaría el sabor a metal mientras se mordía los labios, esperando a que su madre apareciera.

Tampoco olvidaría el olor de la cafetería, los ojos de Halit mirándola en la distancia, esa protuberancia de color blanco que su madre siempre llevaba colgando del hombro.

Ese momento en el que todo tuvo sentido para ella y su vida se rompió en pedazos en instantes.

Tragó con fuerza, intentando deshacerse de la bola que tenía en la garganta, era como si los recuerdos hubieran tomado forma física y le hubieran echado la soga al cuello, apretaban más y más con cada metro que avanzaban.

Blake paró el coche, la miró como si no entendiera su reacción y sonrió.

—¿Te pasa algo? —Ella negó— Vamos entonces.

Salieron del coche, Jessica se quedó de pie frente a la puerta, sopesando si de verdad quería entrar ahí o si prefería salir corriendo.

Blake aprovechó para abrazarla por los hombros y le dio una suave sacudida, luego la miró y sonrió.

Jessica ignoraba que los ojos de Blake no eran los únicos que la estaban observando, que había alguien por detrás de ella a quien anhelaba con cada centímetro de su ser.

Annabelle aparcó muy cerca de ellos, justo donde quería estar. Había estado siguiendo a Jessica noche y día hasta que la tuvo en el momento y lugar perfectos, en la situación perfecta.

Halit lo vio todo con los ojos llenos de lágrimas y el pecho encogido, ¿de verdad lo había tirado todo por la borda? ¿Por qué estaba con él?

Al principio logró mantener el control, arañó la manija del coche y apretó los dedos a su alrededor como si romperla pudiera aliviar su dolor.

No estaba enfadado, estaba herido.

Pero poco pudo hacer cuando sus piernas cobraron vida y salió del coche sin pensar. Antes de que pudiera acercarse, Annabelle había salido junto a él.

Ella se apoyó en la parte de arriba del coche y lo miró con un toque de diversión, de la superioridad de alguien que sabe el daño que acaba de causar.

—¿Todavía confías en la chica?
—preguntó.

Pero Halit había dejado de oírla, a su alrededor ya no había nadie más que la mujer frente a sus ojos y de su garganta brotó una única palabra en forma de grito.

Jessica lo oyó como si fuera un sueño, Blake todavía la estaba sujetando entre sus brazos pero eso no la detendría. Nada la detendría.

—No lo hagas, podría ser una trampa
—sugirió él. Pero Jessica se deshizo de su abrazo como si se estuviera quitando un bicho de encima, como si fuera una mujer con una misión.

Miró a Annabelle y apretó los puños mientras avanzaba hacia Halit, al mismo tiempo que lo hacía él.

Cuando estuvieron frente a frente, no hubo palabras que pudieran expresar lo mismo que hacían sus ojos, porque en ellos se reflejaba lo que de verdad sentían.

—Tienes un buen abogado —comentó Halit. Ella apretó los dientes.

—Tú también tienes una buena abogada —soltó con veneno en la lengua.

Estaban enfadados pero también estaban juntos. Siempre habían estado juntos con la niña, solos los tres.

Cuando Halit conoció a Claire, cuando regresó a la mansión Mackey, cuando se llevaron a la niña, cuando peleaban y cuando estaban felices, cuando enfermaban y no querían verse.

Habían estado juntos incluso antes de conocerse, aunque solo uno de los dos lo supiera. Siempre habían sido un equipo, incluso cuando no querían serlo.

—No tienes que declarar contra mí, voy a declararme culpable de todos los cargos.
—dijo él y a Jessica le dolió.

Le dolía saber que él creía que estaba en su contra, le dolía saber que una vez más y a pesar de todo, Halit seguía intentando salvarla.

¿Por qué peleaban? ¿Por qué no se estaban abrazando? Habían perdido a su niña pero su orgullo era más grande.

—No necesito que te declares culpable de nada.

Halit se acercó un paso más. Mientras hablaba, miraba sus labios.

¿Habría sido un intento demasiado desesperado simplemente olvidarlo todo y besarla?

Pero entonces Annabelle le puso la mano en el hombro para que se alejara de Jessica y ella sintió que podría arrancarle esa mano de un mordisco si lo intentaba.

—¿No era eso lo que querías? ¿Destruir mi vida como yo destruí la tuya?

Jessica levantó la mano, agarró el anillo de plástico que Mavi les había regalado un año atrás y tiró de él para quitárselo.

Entonces lo lanzó al suelo y lo vio rodar hasta perderse en la acera de entrada a la cafetería.

Halit miró el anillo como si acabaran de darle una patada justo en el centro del corazón.

En la cafetería en la que todo había empezado, ella lo estaba terminando.

Él quiso hacer lo mismo, quitarse el anillo. Tiró de él, lo volvió a colocar y volvió a tirar. Pero no pudo hacerlo, no podía renunciar a ella aunque lo intentara.

—Yo no quiero nada de ti, Halit —soltó y pensó en que quizá, si se hacía un nudo con las tiras rotas de su corazón, podría olvidarlo y seguir adelante. Pero luego Halit la miró y habló.

«Nos vemos mañana, Jessica» dijo y eso fue suficiente para que ella sonriera por dentro y se enfureciera todavía más. Jessica se alejó.

A su espalda lo había dejado a él, el anillo, el apellido que adquirió cuando comenzaron a vivir juntos bajo el mismo techo.

Las lágrimas calientes le llenaron el rostro y abrió de un golpe fuerte la puerta del coche. Estaba enfadada, enfurecida.

Estaba iracunda por las palabras que él le había dicho, por haberlo visto con esa mujer, por haber tirado el anillo. Estaba furiosa con él, con Blake y con la abogada.

Pero sobre todo estaba enfadada consigo misma porque solo había necesitado saber que mañana volvería a verlo para que sus barreras se derribaran, para que olvidara durante un momento que él no había regresado a casa.

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