CAPÍTULO VEINTICUATRO
I Found -Amber Run
A diciembre lo acompañó la ola de frío más intensa que había visto Santa Mar en un siglo. Los árboles del vecindario se encendieron con luces de colores que llenaron las calles de vida.
Por encima de sus cabezas había carteles de Feliz Navidad, guirnaldas rodeando las farolas, docenas de figuras de Papa Noel colgando de las ventanas, villancicos sonando a pleno pulmón por las calles.
Olía a churros y a chocolate, a palomitas de maíz y castañas asadas, olía a menta suave, al calor de las máquinas preparando comida callejera y a nieve.
Olía a Navidad, a ese aroma que impregna el ambiente en diciembre, a las familias comprando pavo para las cenas y mantecado para los postres, a las aceras llenas de nieve y a los niños disfrutando de sus vacaciones de invierno. A reuniones, olía a amor.
Como era tradición en Santa Mar, el arbolito de Navidad se colocaba el día veinticuatro de diciembre y se desmontaba el uno de enero, con la entrada del nuevo año.
—Una bolita roja ahí arriba, por favor.
Jessica miró al árbol, todavía quedaban por poner la mitad de las bolas que habían comprado pero el abeto ya estaba lleno de color, no había espacio para casi nada más.
—¿No está un poco sobrecargado ya?
—Nop —respondió la pequeña Mavi.
Jessica prefirió no debatir nada con ella, la dejó coger la bolita roja y la agarró por las piernas para que llegara a la parte más alta del árbol.
—No cabe, Mavi. Se va a caer —advirtió.
—¡Si cabe! Ya verás —dijo ella y colocó la bolita colgando junto a otra.
Jessica la alejó del árbol para evitar accidentes y la niña la miró con orgullo todavía desde las alturas. Pero en ese momento, una de las bolitas empujó a la otra y esta cedió, Jessica intentó cogerla pero sus manos estaban ocupadas sosteniendo el peso de la niña y no pudo hacer nada para evitar que cayera.
Pero la bolita nunca llegó al suelo, en su lugar aterrizó sobre la cabeza de Halit, que llevaba dos horas agachado a los pies del árbol.
—Ouch —se quejó.
Mavi soltó una risita.
—Ups, perdón.
Jessica la bajó hasta el suelo cuando el horno comenzó a pitar, la cena ya estaba lista.
Recorrió los escasos metros que la separaban de la cocina y se ajustó los guantes para no quemarse antes de abrir la puerta del horno y sacar la bandeja con el pollo relleno de berenjenas que habían preparado.
—¿Cuánto le falta a las luces, Halit? Necesito ayuda en la cocina —gritó.
Cogió la bandeja para llevarla hasta el salón, la niña la miraba impaciente con un tenedor en la mano y la servilleta colocada como un babero. Rio.
—Ya están listas —dijo Halit— y voilà.
Las luces se encendieron todas al mismo tiempo, las habían escogido rojas y verdes e iluminaron toda la casa. Había quedado precioso, demasiado quizá. Halit se colocó de rodillas para levantarse pero había pasado demasiado tiempo en la misma posición y no notó que uno de los cables de las luces se le había enredado en un tobillo.
Cuando se levantó, el cable se tensó y la altura de Halit hizo que todo el árbol se moviera al ritmo del cable hasta que finalmente, cedió.
El abeto cayó a plomo de costado al suelo de la casa, las bolas rodaron unas tras otras por todo el salón, se colaron debajo de los muebles y hasta llegaron a la cocina.
Jessica se quedó perpleja, todavía llevaba la bandeja en la mano cuando las bolas le llegaron hasta los pies. Mavi miró de uno al otro, luego al árbol caído y después se agachó para recoger una de las bolas rojas.
Se acercó hasta Halit, de pie frente al árbol, observando con desdicha cómo sus pies torpes habían vuelto a liarla. Él se inclinó hacia la pequeña de la casa.
—Bueno, por lo menos las luces ya están puestas —soltó y lo último que se oyó fue cómo la risa de Mavi llenaba de alegría cada rincón de su hogar.
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Para las once de la noche ya habían terminado de cenar, en la cocina Jessica fregaba los platos y Halit recogía el desastre del salón.
Colocó una caja llena hasta arriba de bolas y de ramas caídas del abeto sobre la encimera.
—Bueno pues esto ya está. Ha quedado un poco… bueno, por lo menos sigue en pie y se sigue pareciendo a un árbol así que servirá.
Jessica sonrió. La pequeña de la casa se acercó hasta ellos con su plato ya vacío y el vaso sobre él, sosteniéndolo con todas sus fuerzas. Lo dejó en el borde de la encimera, donde Halit lo aseguró para evitar que se cayera.
—Papi, Jessica, ya he acabado —anunció— ¿podemos abrir los regalos ya?
Halit miró a Jessica de soslayo, a ella se le había cambiado la expresión del rostro.
Estaba triste pero disimulaba bien.
—Ahora vamos, nena, cuando acabemos.
Espéranos allí.
La niña refunfuñó por lo bajini pero se marchó al salón y Halit aprovechó que los había dejado solos para rodear a Jessica con sus brazos y abrazarla por la espalda.
—No te pongas triste, su relación con Claude era más estrecha, a su padre nunca lo veía y olvidar no es fácil. Ella te quiere muchísimo.
Ella se esforzó por sonreír, se hizo más pequeña entre sus brazos solo para que él la sostuviera con más fuerza. Cuando estaban juntos, nada parecía demasiado complicado.
—No pasa nada, Halit. Ella ya tiene una madre.
Él negó y luego le quitó un mechón de cabello del rostro para poder acercar sus labios y dejarle lo que fue apenas un roce en la mejilla.
—Sí que la tiene —susurró contra su piel—, eres tú.
Se separó de ella para darle espacio, Jessica terminó de fregar la vajilla y se secó las manos.
Habían escondido los regalos bajo el mueble de la cocina y como Mavi era demasiado impaciente para esperar a la mañana del veinticinco, habían decidido que los abrirían esa misma noche, después de la cena.
Jessica cargó con los tres regalos hasta el salón, entre los tres apenas pasaban el kilogramo de peso porque habían hecho un pacto unos días antes. Los dejó en mitad del salón, donde la niña y Halit la esperaban sentados con las piernas cruzadas.
—Antes de abrir los regalos, ¿cuál era la norma, Mavi?
La niña saltó en su sitio, feliz de ser preguntada.
—Nada de regalos materiales, solo cosas hechas por nosotros mismos —dijo sonriente.
—¡Muy bien! ¿Quieres abrir el tuyo primero?
La pequeña asintió ante las palabras de Halit y cogió el regalo de más arriba, era tan fino que habían pasado toda la noche anterior envolviendo dos capas para evitar dañarlo.
La niña rompió el envoltorio con rapidez, desvelando un pedazo de papel cuadrado y plastificado con un hermoso dibujo hecho por Jessica de una familia de tres. Luego leyó en voz alta.
—¡Vale para hacer lo que Mavi Denson quiera durante todo un día! —exclamó.
—¿Te gusta, pequeña? Yo tuve la idea y mamá lo dibujó todo.
La niña se puso de pie, arrugando sin querer el vale entre sus manos por la emoción, luego se lanzó a los brazos de Halit que tuvo que apoyarse para que no acabaran los dos cayendo de espaldas al suelo.
—¡Me encanta! Muchas gracias.
Cuando terminó con él, saltó sin ningún cuidado encima de Jessica y repartió besos a lo largo y ancho de todo su rostro.
—¡Muchas gracias, Jessica! Ya sé lo que quiero hacer —sonrió con malicia.
—Vale pero nada de cosas malas, ¿eh?
—respondió y le dio un beso en la cabeza.
La niña se sentó entre ambos, su vale para un día colocado encima de sus piernas.
—¿A quién le toca ahora?
Las dos se miraron y luego miraron a Halit.
—¿A mí? Bueno, vamos allá.
Estiró el brazo, su regalo era el más pesado de los tres pero era muy fino, casi del grosor de una hoja. Rompió el envoltorio con cuidado y desveló un marco para fotografías pero dentro del cristal, no había una fotografía sino un diploma universitario. Su diploma de licenciado en finanzas, enmarcado en un cuadro azul.
Jessica intentó hablar pero resultaba muy difícil decir en voz alta todo lo que había practicado dentro de su cabeza durante horas.
—Yo tuve la idea y Mavi escogió el marco —hizo una pausa—, no quería… no queremos que te olvides de quién eres, Halit. Ni de todo lo que has conseguido, ni de todo lo que conseguirás.
Halit acercó a la niña con una mano para darle un beso en la frente mientras sus ojos permanecían fijos en Jessica.
—Te toca —dijo con la voz más ronca que de costumbre y le extendió su regalo.
Jessica rompió el envoltorio de un solo tirón, dentro había un cuaderno rosa de pasta dura.
—Me imagino quién lo ha escogido
—bromeó antes de abrazar a la niña.
Luego quitó la tira de tela que lo mantenía cerrado y lo abrió.
Pero sus páginas no estaban en blanco sino que varias de ellas, estaban escritas.
—Que estés con nosotros no significa que debas renunciar a tus sueños —dijo él.
—¿Qué es esto, Halit? No entiendo nada.
—Es una lista. He apuntado los locales vacíos disponibles que hay en Santa Mar, junto con los nombres de sus dueños y sus números de teléfono. Necesitas un lugar para tu academia, ¿no?
Jessica soltó la respiración de golpe, ni siquiera recordaba el que había sido el mayor sueño de su vida, su mayor ilusión desde que pisó la universidad por primera vez.
Esa academia había sido su mundo durante mucho tiempo, la única meta a la que quería llegar, su vida. Había pasado mucho tiempo y muchas cosas le habían ocurrido desde aquel entonces pero Jessica no había dejado de soñar con enseñar a niños pequeños, con iluminar el mundo con un poco de arte.
Sus brazos se abrieron hasta Halit, él la recibió sobre su cuello, rodeándola por la cintura, aspirando su aroma. Ella cerró los ojos y entreabrió los labios, solo quería que la tortura de su corazón terminara, que ese fuego que la estaba consumiendo se calmara, que ese beso que había postergado tanto, llegara por fin.
Pero sus labios nunca llegaron a encontrar a Halit y sus deseos nunca llegaron a cumplirse porque la música retumbó en sus oídos naciendo desde su nuca. Mavi los interrumpió como un recordatorio de porqué estaban allí, de la única razón que existía para que estuvieran juntos.
La niña se subió a una silla y luego a la mesa y comenzó a bailotear de aquí para allá al ritmo de una famosísima canción de las Spice Girls.
Sus pequeñas manos se movieron para invitarlos a unirse, a bailar junto a ella. Halit y Jessica se miraron y sonrieron, luego caminaron hasta la mesa y se subieron.
Halit la tomó por la mano y la hizo girar sobre sí misma.
—La última vez que bailamos juntos, estabas intentando matarme —le recordó.
Ella se pegó contra su pecho y lo miró por encima del hombro.
—Ahora también quiero matarte.
—¿Y eso por qué?
—Porque has vuelto a mezclar tus calcetines rojos con mis camisas blancas, pedazo de idiota.
Halit sonrió, sus cuerpos se separaron tanto como la mesa se lo permitía pero sus manos seguían unidas.
—Tus camisas rosas, querrás decir.
Jessica soltó una risa estruendosa. La pequeña Mavi se metió entre los dos para abrazarla por la cintura.
—¿Bailas conmigo? —le preguntó con su cabecita pegada al vientre de Jessica y una pequeña sonrisa en sus labios.
Ella asintió.
Halit se bajó de la mesa para darles espacio y Jessica agarró a la niña por las manos y le dio vueltas y más vueltas sobre la tabla de madera. Luego la sostuvo muy cerca del borde.
—¡Jessica! —exclamó la niña mientras reía con la mitad de su cuerpo fuera de la mesa.
Ella le guiñó un ojo a Halit y él agarró a la niña por el vientre y la levantó mientras le hacía cosquillas con la boca.
Jessica saltó de la mesa para unirse a sus juegos cuando el reloj de pared marcó el inicio de la Navidad a las doce en punto. En ese momento, cerró los ojos para cumplir con la tradición. Solo tenía un único deseo.
Que esa noche no acabara nunca.
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